34 HOMILÍAS PARA EL IV DOMINGO DE PASCUA
10-17

 

10.

1. El que no entra por la puerta es ladrón y bandido. Estas palabras son una interpelación para todos los que ejercen una misión en la Iglesia: no hay más pastor; no hay más que una puerta. Entrar por la puerta significa adecuarse al modo de actuar de Jesús, ser su tornavoz, un signo eficaz de su presencia y de sus actitudes. Con otras palabras: el ministerio (cualquier ministerio) como servicio a la comunidad y al Señor de la comunidad.

2. El va llamando por el nombre a sus ovejas. La Iglesia no es una masa anónima de gente manejada por un líder lejano, que se crece por su misma lejanía. Es un pueblo, una familia. Las relaciones con Jesús son personales. Nos conoce y nos llama a cada uno por nuestro nombre propio y único. Es nuestra vida entera, tal como es, nuestra individualidad intransferible, la que entra en relación con El y es salvada. La sociedad tiende a convertirse en una masa cada vez más anónima; este carácter nos deja profundamente insatisfechos: no somos amados por nosotros mismos; somos una simple cifra, en la empresa, en la seguridad social, en el hospital. El Señor nos valora, nos ama y nos salva a cada uno. Y la Iglesia debería tender a convertirse en una comunidad de comunidades personales y personalizadas.

3. He venido para que las ovejas tengan vida. Es el Buen Pastor quien nos dice estas palabras. El que dio su vida por nosotros y que vive en plenitud con el Padre. La Pascua es un mensaje de vida, una esperanza de vida plena. Cuando tantas cosas nos hablan de muerte (aunque paradójicamente nuestra sociedad oculta el hecho de la muerte), el Señor nos ofrece la vida, inseparable de la libertad: "podrá entrar y salir y encontrará pastos".

4. Cristo padeció su pasión por vosotros, dejándoos un ejemplo para que sigáis sus huellas. Un tema clásico y profundamente evangélico: el seguimiento. No nos engañemos: no se trata de saber muchas cosas, ni siquiera de tener una determinada visión del mundo o de la vida. Ser cristiano es cargar la propia cruz y seguir a Jesús. El es el Buen Pastor que no nos seduce con promesas engañosas, sino que nos muestra (al precedernos) el camino de la Vida.

5. Al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías... Convertíos. La palabra apostólica sigue recordándonos el corazón de la fe: el único Señor, el único enviado del Padre es "Jesús, a quien vosotros crucificasteis". Ya lo sabemos, claro está; y puede resultarnos pesada la reiteración, de estos domingos. Pero no basta con saberlo: se trata de dejarnos interpelar: "¿Qué tenemos que hacer, hermanos?". La respuesta es sencilla: "Convertíos". Es decir, dejad transformar vuestra vida, conformarla por este mensaje.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1981/10


11. /Jn/10/09

"Yo soy la puerta", dice el Señor en el evangelio. Al entregársenos Dios como don pascual se abre ante nosotros una puerta, el acceso al mundo de Dios. El "darse" en Dios tiene igual significado que "abrirse, manifestarse, descubrirse". El envío del Hijo y la efusión del Espíritu Santo, son el abrirse de una puerta que conduce a la íntima presencia de Dios. Allí donde vive Él consigo mismo su vida trinitaria, es adonde la puerta abierta nos permite penetrar.

El Verbo hecho hombre es esta puerta; se abrió en su encarnación y no volvió a cerrarse ya después de su muerte. En el momento de su muerte se rasga, no sólo en el Templo de Jerusalén, sino también en el templo de la Sión celestial, el velo que ocultaba el Santo de los Santos. El acceso "al Rey de los siglos, inmortal, invisible, único Dios" (1 Tm 1, 17), que "habita una luz inaccesible, a quien ningún hombre vio ni puede ver" (1 Tm 6, 16), se ha abierto de una manera maravillosa e inefable. La Santa humanidad de Cristo es la puerta. "Abrió las puertas del cielo y llovió sobre ellos el maná" (Sal 77, 23-24). Descendió del Padre como "pan del cielo" y "alimento de los ángeles". Como "Pastor" abrió las puertas, y ha salido por ella como "Cordero de Dios".

Es a la vez, el pastor, el cordero, el pan del cielo, y también la puerta que permite la salida de estas maravillas del mundo oculto de Dios. Pero la puerta supone separación entre interior y exterior. Cristo ha salido del interior, del seno del Padre, a quien "nadie vio jamás" (Jn 1, 18). Ha venido a nosotros para darnos noticia del Padre, y de nuevo ha vuelto a El para esperarnos en el trono de Dios. La puerta ha quedado abierta, pues la ha abierto para nosotros -el pastor para su rebaño-, para que le sigamos. "Yo soy la puerta; el que por mí entrare se salvará, y entrará y saldrá y hallará pastor". Con El, que por su muerte y resurrección ha entrado allí para siempre, entramos también nosotros en la misteriosa morada de Dios. Lo que allí nos espera, nos lo dice Clemente de Alejandría, con su habitual maestría: "Yo soy la puerta, dice el Señor: esta puerta ha de conocerla quien quiera conocer a Dios. Espirituales son las puertas del Verbo y las abren las llaves de la fe. A Dios no le ha conocido nadie sino el Hijo, y aquellos a quienes el Hijo quiso revelarle. Pero quien abre la puerta cerrada, después consigue descubrir también el interior y contempla cosas que ni soñar podía. Esto solo es posible a través de Cristo, ya que El es la única forma de contemplar a Dios" (Exhortatio, 10, 2 ss.).

Pero aún no hemos entrado para siempre. Debemos, mientras continuemos en esta vida, volver a salir de nuevo, como El salió por nosotros para abrirnos la puerta; volver a salir hacia aquellos que aún continúan fuera, para darles noticia del interior, abrir la puerta para enseñarles el camino y conducir el rebaño al redil. Los pastos se encuentran tanto dentro como fuera: en realidad, no hay nada fuera desde que Dios ha salido hacia nosotros. Su presencia en este mundo ha convertido en íntimo suyo lo más ajeno a El. Imagen del eterno redil de Padre es la santa Iglesia y el floreciente campo de sus misterios es imagen del pasto celestial. (...) Las puertas del cielo permanecen abiertas, el maná llueve del cielo. El aire fresco de la resurrección sopla dulce, pero fuertemente; parece arrastrarnos desde el otro lado de la puerta abierta, para hacernos penetrar más profundamente en el reino celestial. y la voz del Pastor dice: "Yo he venido para que tengan vida y la tengan abundante".

Ante esta realidad divina que la misa de hoy nos hace contemplar en sus textos y luego actualiza en el sacrificio, ¿qué significan la lucha y las angustias de este mundo? Siempre penetrarán ladrones y lobos rapaces en el santo redil del Señor; los animales feroces amenazan los florecientes pastos de la Iglesia... Pero sólo aparentemente matan y destrozan. Porque, los alcanzados por ellos penetran por la muerte hasta el Padre. Se verifica al pie de la letra la palabra del Pastor: "Yo quiero que tengan vida y la tengan abundante".

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 215 ss.


12.

-Jesús se muestra como el portador del camino de Dios Nosotros estamos ya muy acostumbrados a oír estas expresiones y, por eso mismo, ya no nos sorprenden; son nuestra fe, y nos las creemos. Pero para cualquier persona que no sepa nada de ello, escuchar por primera vez lo que dice Jesús en el evangelio de hoy, a buen seguro que le puede resultar extraño: puede parecer que Jesús se cree que vete a saber quién es, y vienen ganas de preguntarse con qué derecho dice todo esto.

Porque ya hemos escuchado lo que dice Jesús: "Yo soy la puerta de las oveja... quien entre por mí se salvará, y podrá entrar y salir, y encontrará pastos... los que han venido antes de mí son ladrones y bandidos...".

Jesús, diciendo estas palabras, hablando de este modo, nos está diciendo algo muy decisivo de nuestra fe, de nuestro ser cristianos. Jesús, en toda su vida, en todo su obrar, en toda su enseñanza, muestra un convencimiento profundo: el convencimiento profundo de ser el enviado de Dios; el convencimiento profundo de ser el que muestra a los hombres el único camino que puede dar vida.

Sus discípulos, y toda la gente que iba con Jesús, viendo cómo vivía, cómo hablaba, cómo actuaba, cómo amaba, experimentaron que en él, en Jesús, no había sólo un profeta importante, o alguien que enseñaba algo valioso; experimentaron que en Jesús Dios quería mostrar a los hombres una nueva manera de vivir, una nueva felicidad, un estilo capaz de transformarlo todo. Y Jesús, de vez en cuando, como en el evangelio de hoy, les mostraba que él también estaba convencido de esta misión que tenia encomendada; estaba convencido de ser realmente el portador del camino de Dios.

-Nuestra fe: Jesús es Dios hecho hombre Y después, después de vivir la muerte de Jesús y su resurrección, aquella primera comunidad de discípulos, reflexionando sobre las palabras que Jesús había dicho, reflexionando sobre cómo había vivido, reflexionando sobre todo lo que habían visto en él, llegarán a comprender lo que ahora nosotros proclamamos como profesión de fe: que Jesús es la presencia de Dios entre los hombres, que Jesús es el Hijo de Dios, que Jesús es Dios hecho hombre.

Este tiempo de Pascua, estos domingos en los cuales nos reunimos para festejar a Jesús resucitado, son un buen tiempo, una buena ocasión, para captar quién es Jesús, y qué significa él para nosotros.

-Creer en Jesús es querer seguirle Y si realmente creemos que Jesús es la puerta que conduce a la vida y a la felicidad, si estamos convencidos de que en él se nos muestra el amor de Dios, si afirmamos que él es Dios hecho hombre, entonces quiere decir que tenemos ganas de dejarnos llenar de todo lo que él dijo, de todo lo que él hizo, de la manera como él amó, de la fidelidad con que él vivió, de su disposición constante al servicio de los pobres y los débiles, de su rechazo de todo afán de dominio, de su constante actitud de confianza en el Padre. Porque creer en Jesús no es simplemente decir que él es el Hijo de Dios como si dijéramos que Platón fue un filósofo muy importante o César Augusto el emperador de Roma. Creer en Jesús es querer seguirle, querer vivir como él.

-Creer en Jesús es creer que la vida sólo nos la puede dar él Creer en Jesús es querer seguirle. Pero es también algo más. Creer en Jesús es creer que la vida sólo él nos la puede dar, que la fuerza y la gracia sólo él nos las puede dar. Creer en Jesús es tenerle muy cerca del corazón, tenerlo como un amigo cercano, saber que él nos da la mano y nos empuja a caminar. Nosotros tenemos ganas de seguirle, queremos vivir como él ha vivido. Pero a la vez sabemos perfectamente que somos muy poca cosa, que sin él no podemos hacer nada. Y sabemos que, realmente, él está con nosotros y podemos poner en él toda nuestra confianza.

-En la Eucaristía afirmamos nuestra fe Dentro de unos momentos, en la Eucaristía, después de repetir los gestos y las palabras de Jesús en la última cena, proclamaremos juntos nuestra fe en Jesús. Diremos: "¡Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección, ven, Señor Jesús!". Con estas palabras, afirmaremos que en Jesús, en su amor hasta la muerte, en la vida nueva de su resurrección, tenemos nuestra esperanza. Con estas palabras, pediremos a Jesús que venga a nuestras vidas, que robustezca nuestra fe, que nos haga caminar por su camino, que nos llene de su amor. Porque, verdaderamente, la felicidad, los pastos abundantes, sólo se encuentran en él y en su Evangelio.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/07


13. H/UNICO

«El va llamando por el nombre a sus ovejas...». Cada una, además de reconocer aquella voz única, inconfundible, reconoce su propio nombre. Se trata de un pastor que se ocupa, no de un rebaño, de una masa, sino de cada una de las ovejas.

Y precisamente esta relación personal, íntima, bajo la enseña de la unicidad, es la que se establece entre nosotros y el verdadero pastor, y lo caracteriza respecto a todos los otros "abusivos". Intentemos, pues, desarrollar este tema de nuestra «unicidad» ante Dios y sacar de ello las consecuencias lógicas.

Yo no soy uno entre muchos. Soy único. No formo parte de una masa indiferenciada. No soy un número, confundido en la cantidad. No soy una ficha que puede ser sustituida por otras muchas, que puede ser intercambiable, en el amplio tablero del mundo. Soy un ser único, inconfundible, irrepetible. «Mi existencia es un evento original. No hay dos seres humanos iguales. El elemento fundamental del ser hombres es la unicidad. Cada ser humano tiene que decir, que pensar, que hacer algo que no tiene precedentes. Solamente la incrustación, el truco, el conformismo, reducen la existencia a una generalidad.

Ser hombre es una siempre nueva... Ser hombre es una sorpresa, no una conclusión dada por supuesta. La persona humana tiene la capacidad de crear eventos. Cada individuo es un descubrimiento, un ejemplar exclusivo» (A. J. Heschel). No existe el hombre medio. No existe el hombre ordinario, tipo, standard. Mejor dicho, existe solamente en las estadísticas. Cuando una persona acepta perderse en el conformismo, en la mediocridad general, cumple una especie de suicidio. Un proverbio popular dice: «Dios lo hizo y después rompió el molde». Esto es verdad para mí. Como es verdad para miles de criaturas. Dios no trabaja en serie. El hombre no sale de una colosal cadena de montaje celeste, que produce productos más o menos iguales. Cada hombre es un modelo original. Cada hombre es creado con características peculiares, que posee en exclusiva. Cada hombre es un ejemplar «exclusivo». Dios concede a cada criatura la exclusiva de su imagen. "Yo soy algo que no puede ser repetido, y de quien no existe copia o sustituto" (A. J. Heschel). Cada hombre que nace tiene una tarea "única" que desarrollar en el mundo.

Se dice, comúnmente, que nadie es necesario. Nada más falso. Cada hombre que viene al mundo es necesario. Desde el momento en que ha sido creado, es necesario para la vida, para el amor, es «importante de Amor» (P. Talec). Cada hombre es insustituible en la vida. Estoy llamado a producir una nota original, insustituible, en el concierto del universo. Si no me realizo, si no soy yo mismo, privo al mundo, a la iglesia, de algo que sólo yo estoy en disposiciones de producir. Si yo no vivo en plenitud, dejo que falte mi nota, necesaria en la sinfonía general. Una nota que ningún otro puede producir en mi lugar. Puedo dejarme sustituir en un trabajo. Pero no puedo dejarme sustituir en la vida. Para cualquier "capitán de barco" se puede encontrar fácilmente un sustituto (aunque él lo dude). Pero nadie puede sustituir a la más pequeña criatura que rechaza el propio puesto en la vida. Para lo que haces, puedes incluso ser inútil. Es más, es higiénico tener este sentido de inutilidad. Pero por lo que eres, por lo que estás llamado a ser, resultas hasta indispensable. La vida no puede prescindir de ti. No te está permitido concederte turnos de ausencia de la vida.

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 86 ss


14.

-Cristo, puerta de las ovejas 
"Yo soy la puerta de las ovejas". Esta afirmación de Cristo, preparada por una detallada explicación, constituye el tema central del evangelio de este 4.° domingo de Pascua. ¿Cómo debe entenderse esta afirmación? Una puerta abre y cierra. Esta es la actividad que asume Jesús. A los que vinieron antes que Cristo los presenta como ladrones y salteadores. Porque Jesús es la única puerta. El que intenta entrar por otra parte, es ladrón y salteador. Si éstos entraron antes que Jesús y dirigieron la palabra a las ovejas, las ovejas no los siguieron por no haber reconocido en ellos la voz del verdadero pastor. Así condena Jesús a sus adversarios y a cuantos quieren enseñar sin haber sido enviados por el Padre. Vinieron por su propia autoridad y, en realidad su actividad está centralizada en su propia persona, buscan su propia gloria (Jn 7, 18) y su obra es destructora. Pero si alguien entra sólo por la única puerta, que es Jesús, encontrará la salvación y la vida. Así pues, entrar a través del único Cristo es una necesidad para el que quiere ser salvo; de esta manera entra en el redil cuyo único pastor es Jesús.

-Cristo glorificado 
En su discurso del día de Pentecostés, Pedro exhorta a sus oyentes a entrar en el redil por la única puerta verdadera, que es Cristo resucitado y vivo para siempre. El tema de su predicación es siempre el mismo: Cristo crucificado por los judíos, pero resucitado. Por lo que a ellos toca, se trata de convertirse y de hacerse bautizar en el nombre de Jesús para recibir el don del Espíritu. Se trata de pasar por la verdadera Puerta para entrar en el redil y encontrar pastos abundantes. Pero para ello hay que apartarse de los ladrones y salteadores, de la generación descarriada, y escuchar la voz del Pastor. El canto responsorial, sacado del salmo 22, expresa esta fe en el verdadero pastor y el itinerario del bautizado a través de los misterios sacramentales en los que participará. Es el salmo clásico cantado en la iniciación cristiana y que la Iglesia vuelve a recoger hoy.

-Curados y vueltos al pastor 
Así pues, se trata de convertirse, es decir, de dejar de andar errantes de acá para allá; se trata de tornar al pastor que nos cuida. Tal es la exhortación de la segunda lectura. Pero volver al pastor significa también imitarle en lo concreto de la vida. Si sufrimos, se trata de rendir homenaje a Dios por ello, pues a eso hemos sido llamados, puesto que el mismo Cristo padeció por nosotros dejándonos su ejemplo para que sigamos sus huellas.

Por lo que a nosotros toca, se trata de morir a nuestros pecados y vivir en justicia. Esto es posible por haber subido nuestro pastor al madero de la cruz, llevando nuestros pecados. La unidad entre las lecturas de este domingo aparece claramente en su nexo amplísimo pero significativo. A quien desea escuchar y cree que es Cristo realmente presente el que hoy nos dirige la palabra de esta manera, con bondad pero también con exigencia, le es imposible continuar viviendo como antes. La celebración de la liturgia fuerza al examen de conciencia y a la conversión a la vida auténtica en el redil.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág. 201 s.


15.

1. Mezcla de parábola y alegoría

Este pasaje es continuación del enfrentamiento que tuvo Jesús con los fariseos a raíz de la curación de un ciego de nacimiento. Sus duras palabras hacen referencia a los mismos -dirigentes religiosos de Israel-, a causa de la abusiva autoridad que ejercían sobre el pueblo, basada en una ley interpretada según sus propios intereses; nunca en bien del pueblo. Sirven de fondo para su ataque los escritos de los profetas, principalmente Ezequiel (Ez 34,1-16).

El texto parece responder a una inquietud de los cristianos de siempre: ahora que Jesús no está visiblemente con nosotros, ¿quién nos reúne, nos guía y nos defiende? ¿Quién es el auténtico pastor que conduce a la comunidad cristiana? La respuesta es clara: Cristo es el único pastor de la comunidad cristiana, de la iglesia. Lo cual no significa que deba eliminarse toda autoridad en la iglesia, pero sí que debemos dirigir siempre nuestra mirada al fundamento y centro de la comunidad: Jesús de Nazaret. Todos, incluido el papa, estamos bajo el único pastor: Jesucristo. Afirmación que se opone a toda forma de culto a la autoridad.

También es cierto que su oficio de pastor lo ejerce a través de otros hombres... El texto nos señala las características del buen pastor, para que la comunidad sepa reconocerlo y discernir entre el verdadero y el falso..., para seguir únicamente al primero. Jesús afirma con claridad que la autoridad de los fariseos no es legítima, al ser unos dirigentes despiadados que aplastan al pueblo -al que tenían paralizado (Jn 5) y ciego (Jn 9), lugar de liberarlo, como era su obligación de pastores.

Cuando Juan escribió este evangelio, muchos creyentes se habían negado a obedecer la ley tal como la exponían rabinos. ¿Por qué los pueblos han de padecer constantemente la presencia de líderes, jefes, pastores, diputados, senadores...? La sufren porque se la imponen, como si fueran imprescindibles para la marcha de la comunidad. Es verdad que estos dirigentes son muy convenientes cuando son verdaderos. Pero cuando buscan su propio interés y provecho -lo que ocurre a veces-, aniquilan y enmudecen a los pueblos. Esta es, quizá, la razón principal de la existencia de unos pueblos manejados, canijos, oprimidos, alienados... con programas de radio y televisión, loterías, quinielas... ¡Qué difícil es encontrar a una persona que piense con su propia cabeza! Las ideas, al igual que las modas, se transmiten a través de propagandas bien estudiadas... ¡Cuánta antigualla en la iglesia! Esta situación la encontramos en todo grupo humano, por reducido que sea. Los que tienen más cualidades, o más poder y dinero, o mejores "padrinos", o son más sinvergüenzas, se erigen en líderes de los demás, a los que arrastran hacia las metas que a ellos les convienen.

Este texto es una mezcla de parábola y alegoría. No todos los detalles particulares se corresponden con la realidad que Jesús nos quiere presentar, pero sí muchos de ellos. Si lo interpretáramos exclusivamente como alegoría, ¿qué significarían, por ejemplo, la cerca del aprisco o el guarda?; ¿cómo admitir la comparación del cristiano o de la iglesia con la oveja o el rebaño, cuando son animales que no descuellan precisamente por sus cualidades? Si admitimos que es sólo una parábola, perderíamos gran parte de la enseñanza y no quedaría suficientemente claro el que Jesús se identifique, a la vez, como puerta del aprisco y buen pastor de las ovejas.

Jesús, buen pastor 
Es la segunda parte del relato. ¿Por qué hay en la Biblia tantas imágenes para hablarnos de Dios? Existe una razón muy profunda: Dios se nos escapa, no podemos personalizarlo, siempre está más allá de nuestras posibilidades... Tampoco podemos someterlo a definiciones precisas ni a descripciones exactas. No podemos reducirlo a nuestra medida humana. Nos acercamos a él con paso inseguro y hablamos de él entre balbuceos. Nuestro lenguaje es siempre aproximativo, analógico. Sólo podemos hablar de Dios con imágenes. Y aunque en este caso no se trata de Dios sino de Jesús, no podemos olvidar que Dios está en él y actúa a través suyo de una forma única: por su resurrección, Jesús ha pasado al ámbito de Dios. ¿Cómo vamos a hablar del resucitado con el mismo lenguaje y del mismo modo que hablamos de los hechos de nuestra vida ordinaria? Sólo podemos acercarnos al misterio de Jesús a través de imágenes expresivas como la vida misma, pero que se resisten a nuestras pretensiones de precisión y de evidencia.

La imagen del pastor seguido de su rebaño, aunque muy bella y poética, resulta extraña para la mentalidad del hombre moderno. El rebaño es para nosotros igual a masa, a gregarismo, a andar un camino sin responsabilidad personal, a seguir al pastor a donde él quiera. Parece que la imagen de la oveja o del rebaño es la menos apropiada para expresar a un hombre o a una comunidad libre y responsable. Pero no podemos olvidar que el simbolismo va dirigido fundamentalmente a desvelarnos la figura del verdadero pastor. Sólo en segundo término, y diciendo relación siempre a tal pastor, se habla del rebaño. Muy distinta a la nuestra era la idea que del pastor tenía el israelita del Antiguo Testamento y del Nuevo; idea que era compartida por todo el antiguo Oriente. El pastor era el hombre del coraje y la audacia que tenía que trasladar sus rebaños de unas regiones a otras al ritmo de las estaciones, en medio de grandes peligros. Era la personificación de una voluntad decidida, animosa, templada, astuta, prudente. En ocasiones, la defensa del rebaño les costaba la vida. Por eso se aplicaba el nombre de pastor, como título honorífico, a las personalidades más destacadas: al rey, al profeta, al Mesías, a Dios mismo. Para el pueblo de Israel era familiar imaginar a Dios como pastor y al pueblo elegido como el rebaño que él apacienta.

La parábola-alegoría del buen pastor ha influido notablemente en el lenguaje cristiano, hasta el punto de llamar pastores a los obispos y presbíteros, y "pastorales" a ciertos escritos de los primeros. La representación de Cristo como pastor con una oveja sobre los hombros es una de las figuras más antiguas y conocidas.

Aparte de Juan, el Nuevo Testamento da explícitamente el título de pastor a Jesús en tres ocasiones (Heb 13,20; I Pe 2, 25, 5,4) Jesús es "el buen Pastor". Por dos veces aparece esta afirmación. Y lo es porque en él se dan las condiciones eminentes de un pastor bueno: "da la vida por las ovejas", las conoce íntimamente y es conocido por ellas de la misma forma y se cuida de todas (universalidad del rebaño).

Ama hasta dar la vida

Jesús no es un pastor más. Es el pastor ideal, el modelo de pastor, al actuar exclusivamente por amor. Quien no ama hasta dar la vida no es pastor. Es un pastor que viene a dar vida en plenitud a los suyos, razón por la que se da a sí mismo, al ser él esa vida en plenitud (Jn 11,25-26; 14,6). La vida sólo se puede comunicar a través del amor, que es don de sí a los demás (/Jn 15,13). El que ama hasta dar la vida comunica al amado vida verdadera en la medida en que la posea -nadie puede dar lo que no tiene-, porque la muerte es el último gesto de amor de una vida hecha de generosidad. Sólo es capaz de amar hasta dar la vida el que tiene un gran amor a la vida que entrega, el que le da el verdadero valor que tiene.

Jesús es "el buen Pastor": vive íntegramente para el bien del hombre. Esta es la idea principal que quiere poner de manifiesto el texto. La actitud del "asalariado" pasa a segundo término, lo mismo que el comportamiento de las ovejas -respuesta de los hombres-. La presencia del mercenario sirve sobre todo para hacer resaltar más el heroísmo del pastor verdadero, aunque también refleje perfectamente el comportamiento de las autoridades religiosas judías. Mientras el pastor bueno arriesga la vida por defender a las ovejas, "el asalariado, que no es pastor ni dueño de las ovejas, ve venir al lobo" -el enemigo tradicional de las ovejas-, las abandona y huye, preocupado sólo de sí mismo. Obra por "dinero" (Mt 6,24). Jesús es el Pastor de la humanidad cuyo pastoreo le ha confiado el Padre, único dueño de los hombres. El lobo simboliza todo aquello que puede impedir, e impide de hecho, que el ser humano sea plena realidad -lo llamamos "demonio" en lenguaje religioso-. "Y el lobo hace estrago y las dispersa": ¿cómo vencer el mal del mundo sin luchar contra él? "Y es que a un asalariado no le importan las ovejas", tiene cosas más importantes que hacer: una buena carrera, rodearse de gente de prestigio, triunfar...

Hoy, en lugar de hablar de "pastor", hablaríamos de "conductor de hombres", de "guía", de "líder", aunque estos términos no respondan fielmente a lo que quiere decir el evangelio. Porque los liderazgos suelen anular la libertad y la responsabilidad de aquellos que lideran, imponiendo los propios criterios.

El hombre responsable de hoy tiende a hacer desaparecer los liderazgos tanto individuales como colectivos. ¿No será ésta una de las razones de la escasa militancia que padecen los partidos políticos y los sindicatos y del abandono de la iglesia de muchas personas inquietas?

Los movimientos de democratización, de socialización, empeñados en vencer las dictaduras que ejercen muchos líderes, son profundamente cristianos. Jesús de Nazaret es un Pastor que trabaja para que los suyos sean críticos, responsables. Es un Guía pero siendo uno más del grupo, compartiendo su vida desde dentro, en solidaridad con todos; nunca desde fuera, ni desde las alturas -ése fue un "invento" posterior-, ni desde esa suficiencia y ese desdén del jefe que se siente superior a los demás.

Cuando encontremos a alguien que guíe contando con todos, compartiendo todo, impulsando a cada uno para que sea él mismo..., experimentaremos que Jesús-Pastor vive en ese hombre, alienta en él, le ha transformado con su vida de resucitado. No tiene por qué ser malo el liderazgo ni la responsabilidad sobre los demás. Lo que importa es que sirva para el verdadero desarrollo de todos y cada uno de los otros, contando con ellos, aceptando sus sugerencias..., aunque sea a costa de riesgos y demoras, de lentitudes y rodeos. Sólo así llegaremos al término del camino en grupo, acompañados de personas auténticas. De lo contrario tendremos la impresión de haber llegado con rapidez, pero sin sospechar, quizá, que detrás de nosotros vienen arrastrándose las caricaturas de seres deshumanizados. ¿No deberíamos reflexionar más seriamente en las causas que han motivado esa masiva "religiosidad popular"? Me preocupa cuando oigo o leo a teólogos progresistas defenderla sin matices.

La actitud de Jesús-Pastor es una lección que nunca se acaba de aprender. El pastor bueno es el que sabe dejar de ser pastor en beneficio del pueblo, no el que sacrifica o diezma al grupo para conservar el poder. El verdadero guía es aquel que ayuda a que la comunidad sea capaz de enfrentarse responsablemente con su propio destino, el que ayuda a que cada uno se promocione y se haga pastor de su propia vida. ¿Por qué han dejado el sacerdocio tantos hombres preocupados por el pueblo y por las necesarias reformas de las estructuras clericales?...

Jesús es el único Pastor de la iglesia. Esta verdad nos tiene que liberar de todo tipo de servilismo y de cualquier culto a la personalidad. Una verdad que debe acentuar la responsabilidad en todos aquellos que colaboran en el trabajo pastoral, para que no olviden que son enlaces, medios para llegar a Jesús y al Padre; nunca fines. Una verdad que convierte en adultos a todos los miembros de la comunidad cristiana cuando se pone en práctica.

Conoce a los suyos y es conocido por ellos Jesús "conoce a los suyos y los suyos le conocen a él". Es otra cualidad -la segunda según el texto- del buen pastor, un aspecto concreto del "dar la vida". Antes había afirmado que conocía personalmente a cada uno: los llamaba "por el nombre". Ahora nos declara que entre él y la comunidad, como suma de individuos, existe una relación personal de conocimiento profundo e intimo, de mutua pertenencia, de verdadera comunión. Su conocimiento no se limita a mera información, a saber cosas de alguien...: es creativo y personalizador a la vez. El conocimiento de Jesús -como el de Dios- nos convierte en hombres nuevos y verdaderos, porque es un conocimiento que implica donación personal, compromiso, presencia, comunión de vida. Es un conocimiento que transforma al hombre desde dentro de sí mismo.

¿No necesitamos sentirnos conocidos y amados desinteresadamente para desear ser dignos de ese amor y trabajar para conseguirlo? Y el conocernos unos a otros, el sabernos comprendidos y amados tal como somos, ¿no es el comienzo de una verdadera comunidad? Esta relación de conocimiento-amor es tan profunda que Jesús la compara con la que existe entre él y el Padre. ¿Nos resignaremos las comunidades cristianas a una vida superficial y rutinaria, cuando el objetivo que debemos alcanzar entre nosotros es la unidad que existe entre el Padre, el Hijo y el Espíritu? (Jn 17,21- 23). La pertenencia a la comunidad de Jesús se fundamenta en esa experiencia.

Es normal encontrar personas que viven juntas y que no se conocen más que superficialmente, que su conocerse no llega a lo más importante de cada uno. Entre esposos, entre padres e hijos, entre amigos... Podría afirmarse que la convivencia humana se reduce casi en general a un baile de carnaval: todos escondidos detrás de unas máscaras y sin apenas preocuparnos por conocer qué hay debajo de las máscaras de los demás -¿y de la propia?-. De ahí el vacío y la soledad, la insatisfacción que se respira en la sociedad, alienada con los cachivaches y diversiones que se le programan...

Para formar comunidad, para vivir en comunión con los demás, compartiendo sus penas y alegrías, es indispensable conocer y amar teniendo como meta el conocimiento y el amor que existe entre las personas divinas. Una meta inalcanzable, desde luego, pero a la que debemos asemejarnos tanto como nos sea posible, porque en esa dirección va la verdadera vida.

Se cuida de todos los hombres Jesús distingue entre redil y rebaño. Redil es cada comunidad o grupo religioso; rebaño, la comunidad universal. El hombre nuevo que proclama Jesús no vive encerrado en las fronteras de una nación, de una cultura o de una raza. El hombre nuevo está allí donde alguien deja de considerar a los otros como extranjeros.

El buen Pastor se cuida de todos los hombres, sin ninguna excepción: "Tengo otras ovejas... y habrá un solo rebaño, un solo Pastor". Es la tercera y última característica que distingue al verdadero pastor, según el relato.

Para el Antiguo Testamento, el rebaño es el pueblo de Israel. Juan introduce una notable diferencia: no todas las ovejas que hay en el rebaño -redil- le pertenecen. Establece un nuevo principio de pertenencia: son del rebaño las ovejas que escuchan la voz de Jesús y le siguen. Lo que implica que algunas del rebaño o del redil no le pertenezcan, y sí otras de otros rediles.

Jesús nos descubre el horizonte de su futura comunidad. Su misión no se limita al pueblo judío: tiene por término la humanidad entera; su comunidad estará formada por personas de todos los pueblos y razas de la tierra. El lazo de unión será "el Espíritu de la verdad" (Jn 16,13).

Jesús forma "un solo rebaño", que no crea una institución paralela y opuesta a la judía, de la que saca a los que escuchan su voz. Su comunidad universal -católica- no está encerrada en ninguna institución o cultura. Su meta es la plenitud del hombre, lograda por el Espíritu que nos empuja al seguimiento del Pastor.

Jesús hunde rediles y derrumba paredes. No tiene fronteras. Las rompe durante su vida en aquel pequeño, pero enormemente dividido, pueblo judío. Tampoco ahora se encierra en nuestra iglesia. El buen Pastor no fija límites a su amor. Desea un mundo fraternal en el que todos los hombres, por fin, podamos vivir una vida digna. ¿Entenderemos alguna vez que el cristianismo es un seguimiento?

Las tres características del verdadero Pastor que trae la presente parábola alegorizante se cumplen plenamente en Jesús: ha dado la vida, conoce profundamente al ser humano -los evangelios son testigos de la hondura de ese conocimiento- y su reino se proclama por todo el mundo.

"Por eso me ama el Padre: porque yo entrego mi vida para poder recuperarla". Alude a los tres aspectos de su muerte. Uno es el triunfal: muere para resucitar. Otro, la libertad con que muere. El tercero, el amor con que lo ama el Padre, fruto de su obediencia al "mandato" que le dio. Es la doctrina de los apóstoles (Flp 2,6-11; Rom 5,19; Heb S,8-9). Si el rebaño pertenece al Padre, es lógico que aquel que ha dado la vida por él sea amado por su verdadero dueño.

Ya vimos repetidas veces (Jn 5,41; 8,50) que Jesús nunca buscó su propio interés o gloria, sino únicamente el bien del hombre. Esa actitud le llevó a la plenitud del propio ser, a posponerse a sí mismo y a poder entregarse. ¿Cómo podrá darse el que no se posee, el que es veleta de todos los vientos? Para el que llega a esa plenitud de amor, la muerte deja de existir, porque el amor es la vida y el amor en plenitud la vida total. Jesús recobró entera y para siempre la vida que había ido entregando en favor de los hombres. Y es que la vida es como el agua: si se guarda para sí mismo -si se estanca-, se corrompe; si se da, se recobra para siempre. Lo que di es lo que tengo; lo que guardé, lo perdí.

Jesús afirma ante los fariseos su absoluta libertad en el don de su vida. Estaba tan convencido de la verdad de su misión, que no podía volverse atrás ante las dificultades que se le presentaran, ni aunque sus principales enemigos fueran los representantes oficiales de Dios. ¿No hubiera sido mejor que hubiera cedido antes de dar semejante escándalo? Un escándalo del que nos cuidamos mucho de no hablar, pero que se descubre inmediatamente cuando nos ponemos a leer personalmente el evangelio. ¡Menos mal que la mayoría del "rebaño" -nunca mejor empleada la palabra- cristiano tiene otras cosas más importantes que hacer!: distraerse, ver la televisión...

El Padre dejó a Jesús en plena libertad. ¿Cómo podría ser verdadero un amor sin libertad? Como Hijo, dispuso totalmente de sus actos. Su relación con el Padre era de amor, no de sumisión. Es obrando libremente como muestra su unidad con el Padre y le expresa su amor. El mandato del Padre no era una orden, sino un encargo. Es más, era lo mismo que él deseaba realizar, fruto de la unidad de ambos en el Espíritu (Jn 17,10). Jesús quiere que seamos ahora nosotros los continuadores de su obra, que lo imitemos como verdaderos pastores. Leamos el texto desde nuestra propia realidad y saquemos conclusiones. No nos quedemos en decir "qué bueno era Jesús"..., sigamos su camino. Es el que lleva a la vida...

Reacciones De nuevo sus oyentes se dividen. Jesús nunca suscita pasividad. Unos siguen acusándolo de "endemoniado y loco". Tengamos en cuenta que atribuir entonces obras buenas a un endemoniado era lo mismo que afirmar ahora la posibilidad de hacer un círculo cuadrado. ¡Tal era su obstinación! Los altos títulos que se atribuye son para ellos una señal evidente de que ha perdido la cabeza. Es la reacción esperada de los que nunca tienen nada que aprender. ¿Cómo va a tener razón si va en contra de sus inmutables enseñanzas y de su impecable vida? Sólo un insensato podría ir en contra de lo que ellos pensaban o vivían. Otros dudan; son capaces de dejarse derribar de sus seguridades. Les mueven a ello las cosas que hace, sobre todo la curación del ciego de nacimiento. Quizá algún día lleguen a comprender...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET-3
PAULINAS/MADRID 1985


16. LBT/ESCLAVITUD 

LIBRES PERO NO LIBERADOS

Yo soy la Puerta.

Pocas veces se habrá hablado de la libertad con tanta ambigüedad y confusión como en nuestros días. Hay una «liberación» impuesta por el nuevo contexto social que lejos de ser un camino de crecimiento personal es represión y anulación de una verdadera personalidad humana. «¿Todavía no te has liberado?» Esta es la llamada que se nos hace hoy desde diversos ámbitos de la sociedad, invitándonos a romper con tradiciones, costumbres o fidelidades pasadas, para entrar en otra esclavitud impuesta por nuevas modas y presiones sociales.

Hay quienes se creen más libres por el hecho de romper con todo lo prohibido anulando toda conciencia de culpabilidad. Olvidan que éste es el camino mejor para caer en la irresponsabilidad, el narcisismo autocomplaciente y la esterilidad.

Otros quieren ser «libres como pájaros» y rehuyen todo aquello que puede exigirles compromiso y entrega. Olvidan que estamos hechos para ser libres no como pájaros sino como hombres.

Ser libre es una ilusión si no nos conduce a ser más humanos. ¿Qué es la libertad si no nos lleva a una mayor fidelidad a nosotros mismos, una coherencia mayor con nuestras convicciones más profundas, una búsqueda sincera y sacrificada de lo que puede dar un sentido más digno y noble a nuestra vida?

¿Puede decirse que un hombre «se ha liberado» por el simple hecho de haber superado escrúpulos tradicionales en el campo religioso, moral y social, si vive aburrido, sin proyecto ni horizonte alguno, incapaz de dar sentido a su vivir diario? ¿Puede decirse que «se ha liberado» quien actúa movido únicamente por espíritu de competencia, eficacia y éxito, utilizando su poder para imponerse, lleno de horror ante el fracaso, incapaz de nada que signifique entrega generosa y gratuita al otro? Son muchos los contagiados por eso que alguien ha llamado «el mal de la libertad», es decir, la búsqueda obsesiva de una libertad vacía de contenido, que no quiere saber nada de entrega, fidelidad, solidaridad, crecimiento personal y comunitario. Ser creyente es vivir vinculado a Cristo. Pero precisamente, esa vinculación y adhesión a Cristo es lo que permite al cristiano dar contenido humano a su libertad. El es la puerta que da acceso a la auténtica liberación.

Esta es la promesa de Jesús: «Yo soy la puerta. Quien entre por mí se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos». Responder a su llamada, orientar la vida en la dirección que señala su mensaje, comprometerse en construir «el reino de Dios», es lo que puede ayudarnos a conocer la verdadera liberación.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 53 s.


17. J/INTOLERANCIA 

1. En esta parte del evangelio del Buen Pastor conviene tener presentes los acentos centrales: Jesús es el único pastor de sus ovejas; por eso él las conoce y ellas conocen su voz, le siguen cuando las llama por su nombre (en el aprisco hay otras muchas ovejas) y las lleva a pastar a las verdes praderas. El es el pastor legítimo que entra en el aprisco por la puerta, que -en otra imagen- es él mismo, y no como los ladrones y bandidos que entran en el aprisco por otra parte para robar y matar. Sus ovejas se caracterizan por tener un oído especial, una especie de instinto para distinguir al verdadero pastor -«a un extraño no lo seguirán, porque no conocen la voz de los extraños»-, y adquieren este oído especial mediante el sonido de la voz del Buen Pastor, por el sonido único e inconfundible de la palabra de Dios que oyen en Jesús. 

Esta palabra tiene un sonido totalmente distinto al de todas las visiones del mundo, religiones e ideologías puramente humanas, y Jesús sabe que su pretensión no es comparable a ninguna otra. «Yo soy el camino... Nadie se acerca al Padre sino por mí" (14,6); por eso todos los otros caminos y puertas conducen al error y al extravío. El que reivindica para sí toda la verdad tiene que mostrar una divina intolerancia para con todos los caminos inventados por los hombres, pues ninguno de ellos conduce a los únicos pastos eternos que son capaces de saciar, ninguno de ellos lleva a la casa del Padre. Algunos, que no miran al corazón de los otros, pueden y deben ser tolerantes, pero no son ni el pastor ni la puerta; éstos, en vez de buscar eclécticamente un camino cualquiera entre otros muchos, deberían buscar el instinto para percibir el auténtico sonido de la llamada divina, deberían implorarlo ante Dios. Ciertamente la intolerancia del «yo soy» de Jesús ha indignado hasta nuestros días al mundo postcristiano, que opone a esta supuesta presunción la teoría de que existen muchos caminos y por tanto también múltiples verdades. Pero la verdad de Dios es indivisible, y lo es precisamente cuando se muestra como el amor absoluto: el Buen Pastor dará su vida por sus ovejas; no existe ninguna verdad que sea superior, ni siquiera comparable, a ésta.

2. La segunda lectura une la palabra de la cruz con la palabra del pastor, confirmando con ello lo que se acaba de decir. Las heridas de Jesús, que soportó con dulzura todas las injurias y sufrimientos, cargando con nuestros pecados en el leño de la cruz sin rebelarse contra el dolor del mundo, sino poniéndose obedientemente en manos del Padre «que juzga justamente», nos han «curado» y nos han conferido ese instinto que nos permite seguir su ejemplo como auténtica llamada de Dios: nosotros, que andábamos como «ovejas descarriadas», podemos, gracias a la palabra más sorprendente que se ha pronunciado jamás en el mundo, «el mensaje de la cruz» (1 Co 1,18), seguir al verdadero pastor y pedirle que sea el «guardián» de nuestras almas.

3. En la llamada de Jesús hay una certeza, es inconfundible. Por eso Pedro puede (en la primera lectura) invitar a Israel a reconocer al que había crucificado como el Mesías verdadero. Y las palabras de la Iglesia, inspiradas por el Espíritu Santo, «traspasan el corazón» de los oyentes. Traspasan el corazón de los oyentes porque éstos se sienten aludidos e interpelados por la prometedora voz de Dios. Del mismo modo que la voz del Buen Pastor llama a los suyos y los saca fuera de la multitud indiscriminada, así también el Papa exhorta a sus oyentes a «escapar de esta generación perversa», y gracias a Dios su llamada tiene éxito: «Aquel día se bautizaron unos tres mil».

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 64 s.