COMENTARIOS AL SALMO 28


1.Epifanía gloriosa de Cristo

* En esta mañana, apenas la tierra se siente herida por los primeros rayos del sol, la Iglesia nos propone el salmo 28 como un canto a la voz humana de Jesús; la que imperaba al viento y al mar: 'tace!', 'obmutesce!' "Increpó al viento y dijo al mar: «Calla, enmudece!» Y el viento cesó y sobrevino una gran bonanza".105 También a un grito suyo -desde la Cruz-, tembló la tierra, las rocas se resquebrajaron y los sepulcros se abrieron.106

De este modo se nos declara la potencia divina del Señor sobre los seres naturales. Y así son también las acciones salvadoras que Él obra, no sólo en la historia humana, sino también en la historia singular de cada alma. Acciones salvíficas que se dan cita en ese lugar privilegiado que es la Liturgia, sin la cual, el Cristianismo sería sólo ideología. Liturgia que es lugar privilegiado de encuentro cierto de los cristianos con Dios y con su enviado, Jesucristo.107

Agustín108 se complace en describir las maravillosas operaciones que la voz de Jesús realiza también en el corazón humano: voz que "humillaba a los soberbios mediante la contrición del corazón, ... que arrastraba a unos hacia su amor, mientras dejaba a otros en su propia malicia, ... que manifestaba la opacidad de los misterios contenidos en la Sagrada Escritura, ... ".

Desde esta perspectiva, las palabras del salmo instilan en nuestro alma esa "familiaridad estupenda y desmedida" con Jesús, de la que trata la «Imitación de Cristo».109 Que, por medio de este salmo, la impaciencia de nuestro amor se atreva a soñar en los misterios que encierran las palabras, siempre nuevas, del Señor. ¡Ojalá puedan nuestros oídos glorificados escuchar la voz de Cristo, cuando nos asomemos a su alma en el día de las confidencias eternas!

** El Evangelio de Juan nos refiere que Jesús hablaba del templo de su Cuerpo cuando declaraba: "Destruid este templo y en tres días lo levantaré" (Io 2: 19). En el interior de ese templo, que es Él mismo, en el 'Sancta sanctorum' de su alma humana, se da un grito unánime: «¡Gloria!»

Esta glorificación del Padre, que en Jesús fue incesante a lo largo su vida terrena, encontrará su prolongación en la Liturgia celeste donde El se constituye en Mediador del sacrificio de alabanza ofrecido a Dios por toda la creación. Agustín110 nos describe la vida del Cielo como una gloriosa adoración presidida por Jesús, Pontífice y Sumo Sacerdote de la Ciudad Santa. ¡Qué grandioso es este espectáculo de la vida cultual en la Jerusalén celeste! El Cielo, convertido en templo de glorificación perfecta, es una asamblea de adoradores agrupados alrededor del Dios sacrificado, el Cordero inmolado.

Único Sacerdote y Hostia universal, Cristo concentra en Él el homenaje de la creación entera debido al Creador y Dueño de todo. Recíprocamente, don de Dios a los hombres y de los hombres a Dios, Cristo personifica y realiza el estado de dependencia total de la humanidad a su Creador.111

*** "La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado; el Señor se sienta como Rey eterno. Aleluya." De este modo la liturgia del Bautismo de Jesús y del Tiempo Pascual112 nos enseña a reconocer en esta estrofa el anuncio de la Realeza de Cristo, quien, saliendo victorioso de la lucha y tras sentarse sobre su trono de gloria, hace partícipe a su pueblo de la fuerza, de la potencia y de la bendición en su Reino de paz.113

En efecto, este salmo- que habla tanto de tempestad- termina con una apacible visión de paz, como si se tratara de un reflejo literario de aquella otra tempestad de Viernes Santo que concluye con la luz gozosa de la Resurrección: tras la lucha y las borrascas de la vida presente, si la voz del Señor encuentra acogida en nuestro interior, nos espera el sosiego de la vida eterna.

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105 Mc 4: 39.

106 Mt 27: 50-52.

107 JUAN PABLO II, Carta apostólica Vicesimus quintus annus (4 Xll 1988), 7.

108 S. AGUSTIN. Enarrationes in psalmos, 28, 3.

109 TOMAS DE KEMPIS, De imitatione Christi, II, 1, 1: '... familiaritas stupenda nimis'.

110 S. AGUSTIN, De Civitate Dei, 10, 6: "Ut tota redempta civitas, hoc est congregatio societasque Sanctorum universale sacrificium offeratur Deo per Sacerdotem Magnum."

111 G. MERCIER OSB, Cristo y la Liturgia, Madrid, 1963, pp. 222-224.

112 LITURGIA DE LAS HORAS, Bautismo del Señor. Of de lect, ant 1: ' La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado.", Laud Lun I T de Pascua ant 1: "El Señor se sienta como rey eterno. Aleluya."

113 P SALMON OSB, Les 'Titull psalmorum' des manuscrits latins, Paris, 1959, Serie II (S. Agustín de Cantorbery), 28, p. 83: 'Vox Ecclesia flentis in Passione Domini et gaudentis in Resurrectione Christi.'

FELIX AROCENA
EN ESPÍRITU Y VERDAD, vol. I
Colección Trípode. Edic. EGA
Bilbao-1995.Págs. 50-52


2.

PRIMERA LECTURA: CON ISRAEL

Desde el simple ángulo poético, tenemos en este salmo un admirable trozo literario: la descripción de una tempestad que rodea la Palestina, originándose sobre el mar al occidente, desplazándose hacia el norte (los montes del Líbano y Sarión), y finalizando en el desierto de Cadés al sur. La descripción de la tempestad es muy concreta: al brillo de los relámpagos fantásticos, la imaginación exaltada ve saltar los montes como novillos furiosos... Los bosques desplomarse por los rayos, y los grandes árboles arrancados de raíz troncharse en el suelo al caer... Los animales enloquecidos protegen a sus pequeñuelos antes de tiempo... Estos efectos grandiosos son logrados mediante recursos literarios de una extrema simplicidad: las mismas palabras: repetidas según el ritmo gradual, como el rugido de un eco que se prolonga... Frases cortas "entrecortadas" y sobre todo estos siete golpes de "trueno" que escanden el poema: "voz del Señor" en hebreo "Qôl Yahveh...".

En la liturgia judía, este salmo se canta en Pentecostés, para celebrar la revelación del Sinaí. Israel recuerda esta "teofanía" formidable que vivió a lo largo de su peregrinación de 40 años en el desierto de Cadés: la voz del Señor "era semejante a un trueno" esta "voz", esta "palabra" de Dios reveló a este pueblo su ley. No es mera coincidencia que esta voz se haga oír aquí, "siete veces". Es un número simbólico, que significa "la perfección". ¡La voz de Dios es perfecta!

Este salmo se clasifica entre los "salmos del Reino de Dios": "el Señor se ufana, reina para siempre"... La palabra "gloria" (Kabod) se repite 4 veces... La palabra " Yahveh" nombre propio de Dios que por respeto los judíos no pronunciaban jamás, lo reemplazan por "Adonaí", que nosotros traducimos por la palabra Señor, utilizada 18 veces en este salmo, casi en cada versículo. Si aun literalmente, físicamente, las palabras El, y Dios llenan este salmo. Esta tempestad divina es simbólica: "Yahveh es el vencedor de las fuerzas del mal que rodean a Israel... Todas las naciones paganas, a la redonda, despojadas y devastadas por el huracán divino, dejan a Israel en paz para que puedan en el templo cantar la gloria de Dios. Estas "potencias hostiles", son las fuerzas demoníacas que amenazan sin cesar al pueblo de Dios, estos "dioses" que no tienen más que una gloria usurpada, serán obligados a "reverenciar" al verdadero Dios.

SEGUNDA LECTURA: CON JESÚS

Este salmo lo propone la Iglesia el domingo del "bautismo de Jesús": "Se abrió el cielo... Se oyó una voz... Tú eres mi Hijo". El evangelio como cosa normal, utiliza todos los esquemas culturales del pueblo en el cual fue primeramente proclamado. .. Para un judío de ese tiempo, el "trueno", era "la voz de Dios". Y San Juan, no vacila en narrar lo siguiente: "Una voz vino del cielo: yo lo he glorificado y lo glorificaré aún". La muchedumbre que se encontraba allí y que había oído decía que se trataba de un trueno: otros decían que un ángel le había hablado". (Juan 12,28 - 29). El mismo San Juan, en el Apocalipsis, escuchó también "Siete ruidos de trueno" (Apocalipsis 10,3 - 4), exactamente como en este salmo. Se comprende por qué, el día de Pentecostés, también la presencia de Dios se sintió como una tempestad que conmovió la casa en que los apóstoles estaban reunidos... y por qué Saulo fue derribado por un relámpago en el camino de Damasco (Hechos 9,3 - 4).

TERCERA LECTURA: CON NUESTRO TIEMPO

Para actualizar este salmo, y meditarlo en el hoy del mundo moderno, no se puede hacer caso omiso de las dos lecturas precedentes. Por el contrario, habiendo comprendido el lenguaje utilizado por los antiguos, debemos traducirlo en nuestra propia cultura contemporánea.

Comulgar con las grandes fuerzas de la naturaleza que nos superan. Nuestra civilización científica tiende a separarnos del medio natural. Sabemos hoy (algo que ignoraban los pueblos antiguos), que la tempestad tiene leyes precisas, y que el rayo no es más que electricidad, que sigue leyes ya bien conocidas que nos permiten tomar las precauciones del caso. Pero esto no es óbice para que hoy también comprendamos nuestra pequeñez ante la furia de las potencias cósmicas. ¿No puede acaso la tempestad hablarnos de Dios? ¿Es demasiado metafórico hablar de la "voz de Dios?" ¡Y quien haya vivido la belleza salvaje de una tempestad en la montaña, nunca podrá olvidarla! El encuentro con Dios puede tomar la apariencia del relámpago que fulmina y desvanece (la experiencia de San Pablo en el camino de Damasco); ciertos convertidos recientes se expresan con el mismo lenguaje.

En medio de los "miedos" y de los terrores humanos, permanecer como un hombre de paz. Cuando todo tiembla alrededor de Israel, el pueblo creyente, "canta serenamente la "gloria de Dios", en su templo, se encuentra tranquilo bajo las "bendiciones de un Dios" que lo colma de beneficios". ¡Esto es admirable! ¡Es la palabra final de este salmo! Con ojos abiertos y oídos atentos comprobamos que si bien el hombre se ha liberado de algunos miedos pánicos que asediaban el cielo de nuestros antepasados, es presa de otros terrores como el miedo atómico, el miedo por el futuro, la degradación de la naturaleza, los terrores sociales de toda clase, fuerzas nuevas difícilmente controlables, la huelga, la inflación, los desequilibrios económicos, etc. Recitar este salmo hoy día es erguirse arrogantemente, valientemente, y pensar que el hombre de fe no tiene miedo, no tiene miedo de nada, pues sabe que todo está en manos de Dios. Recordemos aquel pasaje en que Juan fue llamado por Jesús: "Boanerges", es decir "hijo del trueno" (Marcos 3,17). No era pues un "hombre a medias"; exiliado, torturado en Patmos, seguía proclamando "la gloria de Dios" en el corazón mismo del Imperio Romano, el perseguidor. Ese es el hombre de fe (Apocalipsis 1,9).

La certeza de la victoria final de Dios. "El domina, el Señor reina eternamente". La imagen de la tempestad que fulmina los cedros, que domina la fuerza de las aguas, nos dice elocuentemente que Dios tendrá efectivamente la última palabra contra todas las potencias hostiles. Jesucristo es este "Señor de la gloria" cantado ya por el salmista. El es verdaderamente la "voz del Señor", su palabra triunfante que como el fuego "destruirá el pecado con el soplo de su boca" (2 Tesalonicenses 2,8). No, el mal no puede permanecer ante Dios ¡Alegrémonos por ello! Que nuestras liturgias sean un grito ininterrumpido: "¡Gloria!".

NOEL QUESSON
50 SALMOS PARA TODOS LOS DIAS. Tomo I
PAULINAS, 2ª Edición. BOGOTA-COLOMBIA, 1988, págs. 68-71


 

3. CUANDO EL CIELO SE OSCURECE

El cielo está oscuro, la tempestad se enfurece, las fuerzas del mal parecen haberse apoderado de cielo y tierra. La tempestad es símbolo y realidad de destrucción y confusión, de peligro y de muerte. El hombre teme a la tempestad y corre a protegerse cuando los rayos descargan. El hombre, desde su infancia personal e histórica, siempre ha tenido miedo a la oscuridad.

Y, sin embargo, tú me enseñas ahora, Señor, que la tempestad es tu trono. En ella avanzas, te presentas, dominas los cielos y la tierra que tú creaste. Tú eres el Señor de la tempestad. Tú estás presente en la oscuridad tanto como en la luz; tú reinas sobre las nubes como lo haces sobre el cielo azul. El trueno es tu voz, y el rayo es la rúbrica de tu mano. He de aprender a reconocer tu presencia en la tormenta oscura, así como la reconozco en la alegre luz del sol. Te adoro como Señor de la naturaleza.

«La voz del Señor sobre las aguas, el Dios de la gloria ha tronado, el Señor sobre las aguas torrenciales. La voz del Señor es potente, la voz del Señor es magnífica, la voz del Señor descuaja los cedros del Líbano. La voz del Señor lanza llamas de fuego».

Después de reconocerte en las tormentas de la naturaleza, llego a reconocerte también en las tormentas de mi propia alma. Cuando mi cielo privado se oscurece, tiemblan mis horizontes y rayos de desesperación descargan sobre la soledad de mi corazón. Si las bendiciones vienen de ti, también vienen las pruebas. Si tú eres sol, también eres trueno; y si traes la paz, también traes la espada. Tú te acercas al alma tanto en el consuelo como en la tentación. Tuyo es el día y tuya es la noche; y después de venerarte como Dios de la luz del día, quiero también aprender a venerarte como Señor de la noche en mi propia vida.

Aún te siento ahora más cerca en la tempestad, Señor, que en la calma. Cuando todo va bien y la vida discurre su curso normal, te doy por supuesto, reduzco al mínimo tu papel en mi vida, me olvido de ti. En cambio, cuando vienen las tinieblas y me cubren con el sentido de mi propia impotencia, al instante pienso en ti y me refugio a tu lado. Por eso acepto ahora con gratitud el misterio de la tormenta, la prueba del relámpago y el trueno. Me acerco a ti más en mis horas negras, y me inclino ante tu majestad en el temporal que ruge por los campos de mi alma. El Dios de las tormentas es el Dios de mi vida.

«El Señor se sienta por encima del aguacero, el Señor se sienta como Rey eterno. El Señor da fuerza a su pueblo, el Señor bendice a su pueblo con la paz».


4. CATEQUESIS DEL PAPA en la audiencia general del miércoles, 13 de junio

El Señor proclama solemnemente su palabra

1. Algunos estudiosos consideran el salmo 28, que acabamos de proclamar, como uno de los textos más antiguos del Salterio. Es fuerte la imagen que lo sostiene en su desarrollo poético y orante:  en efecto, se trata de la descripción progresiva de una tempestad. Se indica en el original hebraico con un vocablo, qol, que significa simultáneamente "voz" y "trueno". Por eso algunos comentaristas titulan este texto:  "el salmo de los siete truenos", a causa del número de veces que resuena en él ese vocablo. En efecto, se puede decir que el salmista concibe el trueno como un símbolo de la voz divina que, con su misterio trascendente e inalcanzable, irrumpe en la realidad creada hasta estremecerla y asustarla, pero que en su significado más íntimo es palabra de paz y armonía. El pensamiento va aquí al capítulo 12 del cuarto evangelio, donde la muchedumbre escucha como un trueno la voz que responde a Jesús desde el cielo (cf. Jn 12, 28-29).

La Liturgia de las Horas, al proponer el salmo 28 para la plegaria de Laudes, nos invita a tomar una actitud de profunda y confiada adoración de la divina Majestad.

2. Son dos los momentos y los lugares a los que el cantor bíblico nos lleva. Ocupa el centro (vv. 3-9) la representación de la tempestad que se desencadena a partir de "las aguas torrenciales" del Mediterráneo. Las aguas marinas, a los ojos del hombre de la Biblia, encarnan el caos que atenta contra la belleza y el esplendor de la creación, hasta corroerla, destruirla y abatirla. Así, al observar la tempestad que arrecia, se descubre el inmenso poder de Dios. El orante ve que el huracán se desplaza hacia el norte y azota la tierra firme. Los altísimos cedros del monte Líbano y del monte Siryón, llamado a veces Hermón, son descuajados por los rayos y parecen saltar bajo los truenos como animales asustados. Los truenos se van acercando, atraviesan toda la Tierra Santa y bajan hacia el sur, hasta las estepas desérticas de Cadés.

3. Después de este cuadro de fuerte movimiento y tensión se nos invita a contemplar, por contraste, otra escena que se representa al inicio y al final del salmo (vv. 1-2 y 9b-11). Al temor y al miedo se contrapone ahora la glorificación adorante de Dios en el templo de Sión.

Hay casi un canal de comunicación que une el santuario de Jerusalén y el santuario celestial:  en estos dos ámbitos sagrados hay paz y se eleva la alabanza a la gloria divina. Al ruido ensordecedor de los truenos sigue la armonía del canto litúrgico; el terror da paso a la certeza de la protección divina. Ahora Dios "se sienta por encima del aguacero (...) como rey eterno" (v. 10), es decir, como el Señor y el Soberano supremo de toda la creación.

4. Ante estos dos cuadros antitéticos, el orante es invitado a hacer una doble experiencia. En primer lugar, debe descubrir que el hombre no puede comprender y dominar el misterio de Dios, expresado con el símbolo de la tempestad. Como canta el profeta Isaías, el Señor, a semejanza del rayo o la tempestad, irrumpe en la historia sembrando el pánico en los malvados y en los opresores. Bajo la intervención de su juicio, los adversarios soberbios son descuajados como árboles azotados por un huracán o como cedros destrozados por los rayos divinos (cf. Is 14, 7-8).

Desde esta perspectiva resulta evidente lo que un pensador moderno, Rudolph Otto, definió lo tremendum de Dios, es decir, su trascendencia inefable y su presencia de juez justo en la historia de la humanidad. Esta cree vanamente que puede oponerse a su poder soberano. También María exaltará en el Magníficat este aspecto de la acción de Dios:  "Él hace proezas con su brazo:  dispersa a los soberbios de corazón, derriba del trono a los poderosos" (Lc 1, 51-52).

5. Con todo, el salmo nos presenta otro aspecto del rostro de Dios:  el que se descubre en la intimidad de la oración y en la celebración de la liturgia. Según el pensador citado, es lo fascinosum de Dios, es decir, la fascinación que emana de su gracia, el misterio del amor que se derrama sobre el fiel, la seguridad serena de la bendición reservada al justo. Incluso ante el caos del mal, ante las tempestades de la historia y ante la misma cólera de la justicia divina, el orante se siente en paz, envuelto en el manto de protección que la Providencia ofrece a quien alaba a Dios y sigue sus caminos. En la oración se conoce que el Señor desea verdaderamente dar la paz.

En el templo se calma nuestra inquietud y desaparece nuestro terror; participamos en la liturgia celestial con todos "los hijos de Dios", ángeles y santos. Y por encima de la tempestad, semejante al diluvio destructor de la maldad humana, se alza el arco iris de la bendición divina, que recuerda "la alianza perpetua entre Dios y toda alma viviente, toda carne que existe sobre la tierra" (Gn 9, 16).

Este es el principal mensaje que brota de la relectura "cristiana" del salmo. Si los siete "truenos" de nuestro salmo representan la voz de Dios en el cosmos, la expresión más alta de esta voz es aquella con la cual el Padre, en la teofanía del bautismo de Jesús, reveló su identidad más profunda de "Hijo amado" (Mc 1, 11 y paralelos). San Basilio escribe:  "Tal vez, más místicamente, "la voz del Señor sobre las aguas" resonó cuando vino una voz de las alturas en el bautismo de Jesús y dijo:  "Este es mi Hijo amado". En efecto, entonces el Señor aleteaba sobre muchas aguas, santificándolas con el bautismo. El Dios de la gloria tronó desde las alturas con la voz alta de su testimonio (...). Y también se puede entender por "trueno" el cambio que, después del bautismo, se realiza a través de la gran "voz" del Evangelio" (Homilías sobre los salmosPG 30, 359).