REFLEXIONES

 

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente».

Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: Año A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35).  Año B: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C:  «Jesús dice a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13).

Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Ciclo C

En la celebración del cincuentenario pascual hemos de recobrar nuestra conciencia de miembros vivos de la Iglesia, como comunidad de testigos responsables de la Resurrección y de la obra salvadora de Cristo en medio del mundo. La liturgia de estos domingo nos ofrece como tema de meditación el Misterio de la Iglesia, prolongación del Misterio de Cristo, en el que hemos sido injertados por el bautismo.

Hechos 5,27-32. 40-41: Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo. Históricamente la Iglesia comenzó a existir como una pequeña comunidad de testigos de Cristo, dispuestos a obedecer a Dios antes que a los hombres. Comenta San Juan Crisóstomo:

 «Dios ha permitido que los Apóstoles fueran llevados a juicio para que sus perseguidores fueran instruidos, si lo deseaban... Los Apóstoles no se irritan ante los jueces, sino que les ruegan compasivamente, vierten lágrimas y sólo buscan el modo de librarlos del error y de la cólera divina. Están convencidos de que no hay peligro para quienes temen a Dios, sino para quienes no le temen y de que es peor cometer injusticia que padecerla» (Homilía sobre los Hechos 13).

Y más adelante dice: 

«Es verdad que Jeremías fue también azotado a causa de la Palabra de Dios y que Elías y otros profetas se vieron amenazados, pero aquí los Apóstoles, como antes por los milagros, manifestaron el poder de Dios. No se dice que no sufrieron, sino que el sufrimiento les causó alegría. Lo podemos ver por la libertad que acto seguido usaron: inmediatamente después de la flagelación se entregaron a la predicación con admirable ardor» (Ibid. 14).

–Con el Salmo 29 decimos: «Te ensalzaré, Señor, porque me has librado y no has dejado que mis enemigos se rían de mí. Señor, sacaste mi vida del abismo, me hiciste revivir cuando bajaba a la fosa. Tañed para el Señor, fieles suyos, dad gracias a su nombre santo; su cólera dura por un instante, su bondad de por vida. Escucha, Señor y ten piedad de mí, Señor, socórreme. Cambiaste mi luto en danzas, Señor, Dios mío, te daré gracias por siempre».

Apocalipsis 5,11-14: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder y la alabanza. Cristo, Cordero degollado en la Pasión, ha quedado constituido, por la Resurrección, en Señor de la historia. La Iglesia es el signo y el testigo de su obra entre los hombres. La escena que nos describe San Juan es de una grandeza admirable. Cristo, el Cordero que ha sido degollado, recibe juntamente con el Libro, el homenaje y el dominio de toda la creación.

Es muy significativo que la alabanza de toda la creación vaya dirigida a Dios y al Cordero indivisiblemente unidos. San Juan junta las criaturas materiales con los ángeles en la glorificación del Cordero redentor, a quien atribuyen la bendición, el honor, la gloria y el imperio por los siglos. En esta doxología de cuatro términos, que toda la creación dirige a Dios y al Cordero, se descubre una clara alusión a las cuatro partes del universo: cielo, tierra, mar y abismo, o las cuatros regiones del mundo: norte, sur, este y oeste. Asociémonos nosotros a esa alabanza con toda nuestra vida.

Juan 21,1-19: Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio; lo mismo el pescado. Pedro sigue siendo el primer responsable del Amor y de la presencia viva de Cristo en su Iglesia y entre los hombres. Sobre esta piedra ha edificado el Señor su Iglesia. Comenta San Agustín este milagro hecho por Cristo resucitado:

 «Los discípulos se marcharon a pescar y en toda la noche no cogieron nada. Pero el Señor se les apareció de mañana en la orilla y les preguntó si tenían algo que comer, ellos le contestaron que no. Entonces les dijo: “Echad las redes a la derecha y encontraréis” (Jn 21,6). Ved cuánto les otorgó gratuitamente el que aparentemente había venido a comprar, les dio el producto del mar, creado por Él. ¡Gran milagro sin duda! Echaron las redes al instante, y captaron tal cantidad de peces que, debido a su número, no podían sacar las redes. Pero, si consideramos quién es el autor de ese milagro, deja de causar admiración, pues había hecho ya otros mayores. Pues para quien con anterioridad había resucitado muertos, no era gran cosa el haber hecho que se pescaran aquellos peces» (Sermón 252,1).


1.

EL SEXTO SENTIDO ES EL SENTIDO DEL ESPÍRITU

¡Pedro, que es el Señor! Pedro y Juan juntos. Los dos miran. Pedro no descubre sino la ribera y a un desconocido. Juan afirma seguro, rotundo, contundente, sin lugar a dudas. Pedro mira sólo con los ojos, Juan también -o sobre todo- con el corazón: "¡Es el Señor!" El discípulo amado aventaja a Pedro en captar y entender la situación.

Juan es prototipo y paradigma del discípulo de Jesús. Posee un sexto sentido del que carece Pedro, el sexto sentido de "los que se dejan llevar por el Espíritu". Apoyado en la capacidad de discernimiento de Juan, en su sexto sentido -¡Es el Señor!-, Pedro corre el riesgo de lanzarse al agua para llegar cuanto antes y el primero al Señor. Los dos se necesitan, se complementan. Ni Juan sin Pedro ni Pedro sin Juan.

Aceptar el Espíritu es entrar de lleno en la dinámica del riesgo porque es, ni más ni menos, que tomarse el cristianismo en serio, no como un dorado y calculado compromiso; es apostar por la pasión radical y no contentarse con la sensata ponderación.

¡Cuántos aleteos, gritos y gemidos del Espíritu se sofocaron, malograron y sucumbieron en el falso altar de los holocaustos e idolatría de la prudencia! Y hoy también, aficionados y tan diestros como seguimos en ¡mano al freno y marcha atrás! Sin embargo, es en la pasión por Cristo y por el hombre, y no en la prudente y sensata ponderación, donde la Iglesia decide su futuro y su presente como sacramento de salvación. ¿No es preferible, no apostaríamos ya mismo por una Comunidad Cristiana respetada -y hasta perseguida- por la calidad de su compromiso y su fidelidad a Cristo, que respetada y hasta temida tan sólo por su fidelidad a los poderes de este mundo y en atención a sus pactos y concesiones?

Cuando esta iglesia de nuestros amores y nuestras rabietas se acerca al hombre de la increencia y llama a los jóvenes del paro, de los estudios para qué, de la juventud que se escurre y hace cita de encuentro y día de la noche del sábado y duerme hasta las dos del mediodía del domingo para distanciarse así del mundo de los adultos con el que no comulga, esta Iglesia, digo, les reta, como razones para vivir e ideal para esperar, desde la galería de los grandes cristianos de nuestro siglo: Juan XXIII, Lutero King, Oscar Romero, Madre Teresa de Calcuta, Raúl Follereau, Hermano Roger, Dorothy Day, Dietrich Bonhoeffer, Maximiliano Kolbe, Tomás Merton, Helder Cámara o Teilhard de Chardin... Pues bien, todos ellos se movieron y retozaron evangélicamente a sus anchas -a las anchas del Espíritu- como corzos en libertad. Todos ellos recibieron algún "mónitum" de los hermanos en la fe -¿quizá porque testigos así son un insoportable incordio?-, todos hubieron de dar un giro de ciento ochenta grados: pasar de una vida sensatamente ponderada a una vida y un talante imprudente en el Espíritu.

Galería de testigos, cristianos del siglo XX, orgullo de la humanidad y de la iglesia, y patrimonio del Espíritu. Ellos buscaron y buscan la "voluntad de Dios", como quién duda de que también la buscamos nosotros.

La voluntad de Dios es el denominador común del Sermón de la montaña y la norma suprema de vida en el Nuevo Testamento. Pero la voluntad de Dios no necesariamente se identifica con la ley, sobre todo si ésta recorta las alas del Espíritu. La ley puede expresar la voluntad de Dios, pero también puede ser parapeto para escapar a la voluntad de Dios. La ley otorga seguridad: "hacer lo estrictamente mandado, ni más ni menos, y no lo vedado". ¡Cuántos cosas no mandadas tendríamos que hacer, y cuántas no prohibidas deberíamos dejar de hacer! La ley nunca ha de recortar el espacio que necesita para moverse el Espíritu.

D/ABSOLUTO: Caminar al ritmo del Espíritu porque Dios siempre quiere más. "No le basta media voluntad, pide la voluntad entera. No sólo reclama lo exterior, lo controlable, sino lo interior, lo incontrolable, el corazón del hombre. No sólo espera sanos frutos, exige el árbol sano. No sólo el obrar, también el ser. No algo de mí, sino mi propio yo, y éste entero" (Hans Küng).

Al finalizar estas reflexiones he de echar fuera un escrúpulo que me molesta dentro: no se trata de hacer una apología y un canto a la imprudencia, sino de condenar, de una vez por todas, el miedo de la Iglesia. El miedo puede ser un eufemismo para ocultar otra realidad más triste: falta de fe.

El miedo ni enjaulará el Espíritu ni enmendará la plana al diálogo de Jesús con Nicodemo: "El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo nacido del Espíritu" (Jn/03/08).

BENJAMÍN CEBOLLA HERNANDO
DABAR 1989, 22


2.

La Pascua de Jesús es la esencia del ser cristiano. Los fieles necesitan ser familiarizados con el Misterio de la Pascua. Todo cristiano debe adquirir una comprensión más profunda de la Resurrección como realidad de salvación. Una fe cristiana sin los contenidos de la Resurrección es una fe vacía y sin compromiso de vida. La Pascua es la verdadera fuente y el origen de una vida religiosa. Redescubrir el mensaje de Pascua y el mensaje del domingo podría ser una catequesis verdaderamente rehabilitadora del ser cristiano. (...) La Pascua es una oportunidad única para ahondar en nuestra realidad de bautizados. Es llegar al fondo del ser. Vivir el Misterio de la Resurrección es vivir en mí mismo que una realidad nueva, de vida, se ha apoderado de mí. Fieles a la Pascua, a la Resurrección, a la Vida.

H-NUEVO/SUFRIMIENTO: Me impresionó este testimonio de uno de los personajes de la novela Los hermanos Karamazov (·DOSTOIEVSKI): "Aliocha, en estos últimos tiempos he descubierto en mí un hombre nuevo. Un hombre nuevo que ha resucitado en mi alma. Este hombre lo he llevado siempre oculto en el fondo de mí mismo, pero jamás hubiera tenido conciencia de él, si Dios no me hubiera enviado esta prueba. La vida es misteriosa y espantosa. Pero ¡qué importa que tenga que manejar el pico aquí abajo, en la mina de Siberia, durante veinte años! Esto ya no me aterra. Tengo otro amor, que es ahora mi temor único, mi gran temor: temo que el hombre que ha resucitado en mí me abandone".

Fieles a la Pascua. A la Vida. Creo en la Resurrección.

FELIPE BORAU
DABAR 1992, 27


3.

MONICIÓN ENTRADA

Queridos amigos, nos gloriamos en proclamar que Jesucristo ha resucitado de entre los muertos y ha sido constituido Señor del universo,.

Para nosotros no puede haber otro Señor que él, ni otro señorío que el suyo, que nos hace a todos hermanos, hijos de un mismo Padre. Todo lo que sea tener otros señores es tener amos que nos esclavizan, pues sólo el Señor Jesús nos da la libertad y la vIda. Así lo vivimos, lo expresamos y lo celebramos en esta Eucaristía que ahora comenzamos.


4.

Los cristianos creemos ilimitadamente en la vida, creemos en la vida eterna. La resurrección de Jesús es el máximo testimonio en favor de la vida, pues es testimonio contra la muerte y contra todos los que se arrogan el derecho a matar salvajemente (por iniciativa propia) o civilizadamente (a tenor de la ley).

EUCARISTÍA 1977, 21


5.

FUERZA LIBERADORA DE LA FE EN LA RESURRECCIÓN

MU/CONTRA-REVOLUCIÓN: Con los mecanismos del miedo y de la preocupación se nos sujeta al suelo. La libertad comienza allí donde súbitamente se deja de tener miedo. Todo acaba con la muerte, y, por lo tanto, la vida es de alguna manera todo; tal es el pilar más firme de las ideologías de poder. "La mort est nécesairement une contre-révolution", se leía en mayo de 1968 en un mural de París.

Todos los movimientos liberadores comienzan por una parte de hombres que pierden el miedo y se comportan de modo distinto a como esperaban de ellos sus dominadores (RS/MIEDO/MU). O, como diría ·Kurt-Martí:

Esto vendría bien a ciertos señores... 
pero llega la resurrección, distinta, 
muy distinta de como la pensamos. 
Llega la resurrección que es la insurrección de Dios 
contra los dominadores 
y contra el dominador de dominadores: la muerte.

Estos versos nos sitúan ya en medio del juego teológico, en el juego liberador de la fe, junto a Dios frente a la violencia maligna de la angustia y la cruel asfixia del ansia que produce en nosotros la muerte. La fe en la resurrección en efecto, constituye el espíritu de insurrección frente a la "alianza con la muerte" (Is 28, 15); es esperanza en la victoria de la vida, que devora a la muerte contra la muerte que devora la vida.

J. Moltmann
Sobre la libertad, la alegría y el juego
Salamanca 1972, págs. 27s


N-6.

La misa dominical nos lleva a experimentar cada domingo todo el proceso de la actuación de Cristo descrita en las lecturas, y a realizar lo que hacen aquellos que le rodean. Es la descripción exacta de lo que quiere decir "participar". Le escuchamos, le reconocemos, nos fortalecemos para dar testimonio de él con toda nuestra vida, incluso compartiendo los sufrimientos... Le proclamamos Señor y Salvador, anunciamos su muerte haciendo su memorial, nos unimos a su ofrecimiento, y lo ofrecemos a El, uniéndonos a la alabanza celestial y a todas las criaturas (plegaria eucarística). Con fe y emoción nos acercamos a comer su pan, conscientes de que no es pan lo que comemos, sino el Señor.

Y cuando ha terminado este momento inefable de la asamblea dominical, volvemos otra vez a la pesca, al trabajo de cada día, procurando seguir las indicaciones de Jesús para que sea fructuosa.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1986, 8


7.

a) El punto de partida puede ser el tema de "el tercer domingo de Pascua, tercera aparición del Resucitado". Esto situará de entrada la actualización del evangelio.

b) El contenido doctrinal se puede centrar, objetivamente, en la relación entre el Señor y los discípulos. Es una relación en dos momentos: primero, les indica cómo pescarán; después, les prepara el almuerzo. También hay dos momentos en la situación de los personajes: los discípulos en el mar y Jesús en la playa, en un primer momento; después, todos en la playa, con los peces que han pescado los discípulos, comiendo de lo que el Señor les da. Dos momentos, aún, en el reconocimiento del Señor: empieza el discípulo con la afirmación de la fe y terminan todos sin necesidad de preguntar, porque "sabían bien que era el Señor".

I/PRESENCIA-RSD: Este proceso indica, en primer lugar, la relación entre el Resucitado y su Iglesia. El, según la promesa realizada, está con sus discípulos, pero de un modo nuevo en comparación con su presencia histórica: está en la playa, sin que las acometidas del mar le puedan afectar; y pese a todo dirige la "pesca". No es suficiente, para una buena pesca, la decisión de Pedro y las ganas de los demás discípulos; es el Señor que ordena -que da misión- cómo debe pescarse. El esfuerzo será de los discípulos.

Obediencia apostólica al Espíritu (cf. 1 lectura).

También es el Señor quien prepara el pan y los peces, incluso antes de que los discípulos le traigan los que han pescado. Es un modo de significar la prioridad de la iniciativa y de la acción de Jesús en relación con la Iglesia. Pero es también una complementariedad en relación con la acción de pescar: el Señor que envía a pescar es el mismo que reúne a los discípulos en su mesa.

Está, aún, el proceso de la fe. Una cosa es la fe proclamada y otra la fe hecha experiencia de comunión. En ambos casos, sin embargo, es la fe propia del discípulo; también el Señor en el que se cree es el mismo.

c) La actualización de este contenido nos lleva a darnos cuenta de los diferentes momentos de la acción de la Iglesia, tal como Jesucristo los quiere, y en los cuales interviene: el momento de la evangelización y el momento de la celebración. Ambos tienen a Jesucristo como primer iniciador, de modos diferentes. La evangelización se realiza "en la palabra del Señor"; la celebración le tiene, a él, como actor principal misterioso. La fe que conduce al Señor, fruto de la Palabra de Dios, la vivimos en la experiencia sacramental.

También cuando celebramos los sacramentos, la Eucaristía sobre todo, reconocemos que es el Señor quien la confía a nosotros: "... que nos mandó celebrar estos misterios" (P.E. III).

El tiempo pascual es adecuado para subrayar esta unidad profunda de las acciones eclesiales. Evangelizar, ¿qué es, sino anunciar que "Jesús, el Crucificado es el Señor"? La diestra de Dios lo exaltó haciéndolo jefe y salvador" (1. lectura). Y celebrar, ¿qué es, sino renovar el memorial de Cristo, para alabanza del Padre, en la invocación del Espíritu? La unidad viene del misterio anunciado y celebrado, de la fe de la Iglesia. Querer independizar estas dos dimensiones de la acción eclesial sería destruir su identidad.

d) Finalmente, sin embargo, la celebración es la que nos da más directamente la comunión con el que es "Señor desde la playa"; es decir, la que nos sitúa en una pregustación de la vida eterna. Es aquí donde halla su fuerza el texto del Apocalipsis: la alabanza cósmica del Cordero que ha sido degollado. La aclamación apocalíptica tiene resonancia claramente litúrgica: un himno de la Iglesia. Nosotros lo cantamos, desde ahora, y confiamos en la misericordia de Dios para cantarlo, para siempre, cuando habrá terminado el esfuerzo de llevar a la playa aquello que hemos pescado siguiendo la orden del Señor. El Cordero y el "Señor que está en la playa", que habla y da de comer, son él mismo.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1989, 8


8.

NUESTRO DOMINGO

Cada domingo debería ser, una experiencia de encuentro con el Señor, con consecuencias concretas en el estilo de vida durante toda la semana.

La comunidad cristiana:

a) somos unos creyentes -pecadores, pero creyentes- que nos reunimos cada primer día de la semana en torno a Cristo Jesús;

b) escuchamos su Palabra, nos alimentamos de él mismo, en los signos sacramentales del Pan y del Vino;

c) alzamos la mirada hacia esa asamblea del Apocalipsis, que celebra con entusiasmo el triunfo del Señor, y nos unimos a sus himnos de victoria (por ejemplo, el Sanctus lo cantamos en unión con los ángeles y los santos). Y a continuación

d) nos sentimos «enviados» a nuestras ocupaciones, como signo profético en medio del mundo, para dar testimonio de esta «aparición pascual» de nuestro Señor, y ser en nuestros ambientes levadura, fermento y sal: un espacio de libertad, de esperanza y de entrega fraterna. Signos, nosotros mismos, del Señor Resucitado. Si es así, echaremos las redes y no será en vano.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1995, 6


9.

Como en el pasaje de Pedro y Juan corriendo hacia el sepulcro vacío (Jn 20), hay aquí también un paralelo-oposición en el papel de cada discípulo. La iniciativa de ir a pescar viene de Pedro y él es el primero en lanzarse al agua, pero Juan es el primero en reconocer a Jesús en aquel misterioso personaje que les hace señales desde la playa. «No es Pedro, el jerarca, el primero en reconocer al Señor a través de un signo del tiempo (la pesca), sino el carismático Juan. Juan llegó primero al sepulcro y no entró (Jn 20, 5). Aquí es el primero en reconocer al Señor, pero no decide. Se dirige a Pedro con la indicación de que es el Señor, para que Pedro decida lo que hay que hacer» (Rolf Baumann). Estructura y carisma, gobierno de la iglesia y conocimiento del Señor pueden ser cosas distintas. Las estructuras indican dónde se encuentra el Señor; reconocerle y experimentarle es carisma concedido por el Espíritu como él quiere. Por eso a todos se dirige la pregunta fundamental: ¿me amas? Porque de la respuesta depende todo. Primero el amor como condición previa para el seguimiento. El seguimiento es múltiple en sus formas, el amor es único. Primero los mártires de la primera comunidad, luego la santidad del desierto, los doctores y la santidad de la gente sencilla, la de los misioneros, la del servicio oculto a los humildes, la santidad del pueblo de Dios congregado en el amor: eso es la iglesia cuyo gobierno se encomienda a Pedro tras riguroso examen en el amor. El amor es la piedra de toque para el discernimiento, el poder y el carisma en la Iglesia.

GUTIERREZ.Pág. 74


10.

1. SIGUE LA ALEGRÍA Y LA CONTEMPLACIÓN DE LA PASCUA

La alegría desbordante de la fiesta cristiana por excelencia es recordada en la eucología de este domingo, sobre todo en la colecta y en la oración sobre las ofrendas. Es necesario que se haga transparente también en toda la ambientación de la misa: que verdaderamente sea misa pascual con cantos exultantes, con ornamentación festiva, con la cruz -o la imagen del Resucitado- adornada con flores y luces, con el cirio pascual bien alto y encendido cerca del ambón.

La alabanza que tratamos de contagiar a los fieles tiene que ser también invitación a contemplar, por la fe, la gloria del Resucitado. La liturgia pascual tiene que estimular este carácter de contemplación a la que nos invita la segunda lectura de los domingos, del libro del Apocalipsis, un libro bastante desconocido o mal entendido, cargado a lo largo de los siglos de interpretaciones fantasiosas que han generado expectativas y predicciones que no tenían mucho que ver con la fe-confianza de los hijos del Padre, en medio de las vicisitudes de la vida. Hoy, el Apocalipsis nos invita a compartir la visión del trono de Dios, rodeado de los ángeles y de los ancianos que aclaman el Cordero que ha sido degollado.

¿No es quizás una trasposición al cielo de nuestra liturgia eucarística en la que nosotros rodeamos el altar del sacrificio memorial de Cristo, donde cantamos con toda la creación la alabanza al Padre y a Cristo, el Cordero, y queremos que se perpetúe por los siglos? Hay que destacar que el Amén que resuena tantas veces en nuestras asambleas es el mismo Amén del Apocalipsis. Una prueba más de la identificación: celebramos unidos a la Iglesia celestial, la suya también es nuestra alabanza universal.

2. OTRA VEZ, LA COMENSALIDAD CON EL RESUCITADO

Después de la resurrección, el Resucitado tiene prisa por reunirse con sus discípulos: la muerte los había dispersado, la nueva Vida los mantendrá unidos para siempre. Pero no sólo es el sentido de la reunión sino el de la comensalidad que flota en las apariciones, en el dejarse ver, del Resucitado. Alguien ha hablado de la "reinstitución" de la Eucaristía en aquellos encuentros de comensalidad en los que Jesús, el Señor, lleva la iniciativa, como en el evangelio de hoy.

La comida no es fruto del trabajo de los discípulos pescadores: es don del Resucitado. Ya lo había advertido Jesús: "Es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo" (Jn 6, 32)

Hay una admirable correspondencia entre el fragmento de hoy, del capítulo 21 de Juan, y el capítulo 6 del mismo evangelio. Lo que Jesús había anunciado multiplicando los panes y los peces cerca del lago de Tiberíades, una vez resucitado, lo cumple cerca del lago. Los discípulos reconocen ahora a Jesús con una expresión de fe pascual: "Es el Señor". "Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado". Igual como en el capítulo 6,11. "Era la tercera vez que Jesús se aparecía a los discípulos". Este año las hemos seguido: las dos primeras, el domingo pasado. Este evangelio, por tanto, nos introduce de lleno en la verdad sacramental de la Eucaristía pascual que compartimos este domingo. "Es el Señor", reconocido por la fe, que parte y nos reparte el pan.

3. EUCARISTÍA, AMOR, PASTOREO, SEGUIMIENTO

Loablemente se lee el evangelio íntegro. El último fragmento es de gran viveza y emotividad. Como he enunciado se podría hacer ver, a partir de Jn 21, 15-9, cómo de la Eucaristía brota el amor del discípulo de Cristo, cómo la primera condición para apacentar la comunidad es la unión amorosa con el Señor, cómo el que es pastor y está al frente de la comunidad se compromete a seguir en todo al Señor.

4. TESTIGOS POR LA FUERZA DEL ESPÍRITU SANTO

La Eucaristía es la fuente de toda misión en la Iglesia, y su primera misión es la de evangelizar, es decir, gritar (kerigma), como Pedro y los apóstoles (en la primera lectura), que Dios ha resucitado a Jesús muerto en un patíbulo; Dios lo ha enaltecido como jefe y salvador, para conceder a todos la conversión y el perdón de los pecados. He aquí una muestra del primer kerigma apostólico, lo que la Iglesia y todo cristiano que en ella reconoce que Jesús "es el Señor", ha de proclamar por todo el mundo, no sólo de palabra sino con el testimonio de la vida.

Pero el cristiano, según la promesa de Jesús, no es testigo en soledad. "Testigos de esto somos nosotros y el Espíritu Santo que Dios da a los que le obedecen". Por lo tanto, el Espíritu que es la fuerza del Padre y del Hijo, es quien empuja a ser testimonios y el que da validez y eficacia a nuestro testimonio.

Una vez más, encontramos el Espíritu en este itinerario pascual de cincuenta días. Cuando hablamos tanto de la "nueva evangelización", que reclama, quizás sin darse cuenta, el mundo de hoy, hay que invocar al Espíritu para que venga a apoyarnos, a hablar en nosotros, a darnos las palabras adecuadas para ser testigos en el mundo de hoy: con valentía, sin temer, como los apóstoles, los maltratos y las contradicciones.

PERE LLABRÉS
MISA DOMINICAL 1998, 6, 25-26


11.

RECONOCER AL RESUCITADO

Prosigue el gozo de la Pascua. "La tierra entera aclama al Señor, la Iglesia canta himnos a su gloria, el pueblo fiel exulta al verse renovado en el espíritu y al haber recobrado la adopción filial". La figura central de las tres lecturas bíblicas de este domingo es Cristo resucitado, que se aparece a los apóstoles, mientras están pescando, y dispone la comida en la playa a su regreso. Es un evangelio rico en matices, de significados y reacciones.

A la indicación de Simón Pedro, el pescador fuerte, los apóstoles van a pescar quizás por necesidad, o por desahogo de instinto profesional o por querencias y reclamo del mar. Ellos, en otro tiempo tan expertos, se pasan toda la noche sin coger nada; ni un solo pez compensa su vigilia y agotamiento. Y al amanecer, la voz de un desconocido les llega desde la playa indicándoles que echen la red a la derecha. ¡Pero si se han pasado toda la noche echándola por todas partes! ¿Son palabras de ayuda o de burla? Y sin embargo echan la red a la derecha. ¡Cuántas noches y días de esfuerzo vano y de trabajo estéril pasamos todos! Si sabemos llegar vigilantes al alba y escuchamos la voz amiga y obedecemos sus indicaciones, lograremos también una pesca abundante.

Al ver el milagro reconocen al Señor. Pedro con tantos esfuerzos para sacar la red, no se había dado cuenta de quien le hablaba. Es necesario que su amigo Juan le indique: "es el Señor" y entonces va el primero a su encuentro, ya que no ha sido el primero en identificarle. A nosotros nos puede pasar lo mismo ante los afanes de este mundo y los esfuerzos por lo inmediato. No descubrimos al Señor presente, a Cristo resucitado, al Hijo de Dios que está a nuestro lado.

Andrés Pardo


12. Para orar con la liturgia

Que tu pueblo, Señor, exulte siempre
al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu,
y que la alegría de haber recobrado la adopción filial
afiance su esperanza de resucitar gloriosamente.

Oración colecta


13.

El ímpetu del Resucitado En la lectura evangélica encontramos el último capítulo del cuarto evangelio. Parece ser un añadido posterior con la intención de presentar esquemáticamente quien es quien en la comunidad cristiana.

En primer lugar nos describe una noche de trabajo sin resultado alguno. Estaban los apóstoles, tenían los arreos propios de la pesca, pero faltaba Jesús. Con la luz del amanecer se les aparece Jesús resucitado y toma la iniciativa de la operación. Los resultados de la pesca milagrosa será una lección permanente para toda comunidad cristiana que quiera realizar la misión que ha recibido. Jesús es el Señor de la misión y es su ímpetu -la acción del Espíritu Santo- lo que hará fructuosa la actividad de los pastores y de los agentes de pastoral. Quizá en mas de una ocasión no contamos con esta novedad de la Pascua en nuestra programación pastoral.

Tras la actuación del Resucitado, el texto describe las reacciones de Juan y de Pedro. Son complementarias e igualmente necesarias para que se vaya construyendo la autentica comunidad cristiana.

La tradición ha visto en el discípulo amado la sensibilidad y la intuición del místico. Efectivamente es él quien reconoce a Jesús y lo da a conocer a los demás. Es el que le dice a Pedro: Es el Señor. Es larga la lista de santos y santas que han sido los vigías que han descubierto al resto de la comunidad las huellas del Señor.

El arrojo de Pedro que se echa al agua y el diálogo que Jesús mantiene después con él, se han traducido en la convicción de que al frente de la comunidad cristiana tiene que haber alguien que haya recibido el ministerio de pastor.

ANTONIO LUIS MARTÍNEZ
IGLESIA EN CAMINO
Semanario "Iglesia en camino"


14.

La página del evangelio de hoy es para gustarla poco a poco no sólo por la belleza del mismo sino también por la profundidad de su contenido.

Jesús aparentemente ha fracasado y los discípulos vuelven a sus antiguos oficios, un número de siete se dedica nuevamente a la pesca, están presentes Pedro y Juan.

En esta ocasión ante la aparición del resucitado, se va a destacar la lucidez y penetración de la fe del discípulo amado, frente a la torpeza de Pedro. Aquel es el único que reconoce al forastero que ha venido a la orilla y se lo comunica a Pedro ¡Es el Señor!.

Sin embargo, será Pedro el que estará el frente de la comunidad eclesial. El elegido es aquel que le negó cobardemente tres veces, aquel que le dirá: "Apártate de mí, Señor, que soy un pecador", aquel que, cuando muchos abandonaban a Jesús dijo: "Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna". Es aquel que por tres veces confesará su amor incondicional a Jesús: "Señor, tú sabes que te amo".

A pesar de la torpeza es su trayectoria de humildad, fidelidad y amor lo que hace que Jesús deposite en él toda su confianza.

Todo esto en el ámbito de la celebración eucarística donde el Señor nos manifiesta su amor y como Pedro quiere que renovemos nuestro amor a Él: : A Jesús le gustaba mucho los encuentros alrededor de una mesa, estos tenían para Él un sentido y contenido de amistad, fraternidad y comunión.

El almuerzo a la orilla del lago tiene claro significado eucarístico. Jesús es el anfitrión.

A partir de este texto podemos decir confiadamente que la celebración eucarística es el momento ideal para encontrarnos con el Señor resucitado. BENDICIÓN FINAL

Dios, nuestro Padre, que por la resurreción de Jesucristo os ha redimido y adoptado como hijos, os llene de alegría con sus bendiciones. Amén.

Y ya que por la Pascua del Señor habéis recibido el don de la verdadera libertad, por su bondad recibáis también la vida eterna. Amén.

Y pues en el bautismo habéis participado en la resurrección de Cristo, vivid en el amor y la justicia para que seáis admitidos en la patria del cielo. Amén.

Y la bendición de Dios todopoderoso, Padre, hIjo y Espíritu Santo, descienda sobre vosotros.Amén.

LUIS GRACIETA
DABAR 1992, 27


15. TIEMPO PASCUAL

Tiempo Pascual
¡Hoy es Pascua! Esto es lo que iremos repitiendo día a día desde la Vigilia Pascual, cuando las Escrituras nos devuelvan a Cristo Resucitado. Es Pascua, Cristo ha resucitado, ¡y se ha de notar!

La subida a Jerusalén ha sido dura y la muerte se ha hecho presente, no sólo en el camino, sino también en Jerusalén que tampoco hoy es una ciudad de paz. La pasión y muerte sufridas en Madrid, y en tantos otros pueblos y ciudades de la tierra, nos ha permitido revivir de manera patética “la muerte del Justo”, del Hijo de Dios en manos de los poderosos de este mundo, ¡la historia se repite!

Pero hoy, el sepulcro está vacío. Las mujeres, empujadas por el amor, rompieron el día y, superando todo miedo y dificultad, se fueron al sepulcro y allí la Vida les salió al encuentro: La piedra, que era un obstáculo, ha sido removida; y en lugar de encontrar un cadáver para ungir, se encuentran a un joven vestido de blanco que les habla de que Aquel a quien buscan muerto, vive más allá de la muerte.

Ellas van y se lo cuentan a “ellos”. Vaya paradoja... “cuando no ven, creen”, porque a Jesús, al viviente y resucitado, no se le ve más que con los ojos del corazón y de la fe... “entonces comprendieron...”

La Pascua es el tiempo de las continuas novedades. Nuestro Dios se empeña en sorprendernos y en cambiarnos los esquemas: El Vive y nos espera allí donde todo comenzó, “en Galilea”, en el corazón del mundo que sigue necesitado de la salvación y del triunfo que SÓLO DIOS le puede dar.

Pascua, tiempo de esperar contra toda desesperanza: Donde esperamos encontrar la muerte, Él se hace vida y vida nueva.

Es tiempo de mirar para arriba, de celebrar la Pascua. Jesús ha dado el paso de la muerte a la vida, nosotros hemos de dar el paso de la fe y creer que VIVE y que su victoria es nuestra victoria.