REFLEXIONES


Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: «Aclamad al Señor tierra entera, tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Aleluya» (Sal 65,1-2).

Colecta (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Que tu pueblo, Señor, exulte siempre al verse renovado y rejuvenecido en el espíritu; y que la alegría de haber recobrado la adopción filial afiance su esperanza de resurrección gloriosamente».

Ofertorio (del Misal anterior, retocada con textos de los Sacramentarios Gelasiano y de Bérgamo): «Recibe, Señor, las ofrendas de su Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de su Hijo nos diste motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno».

Comunión: Año A: «Los discípulos conocieron al Señor Jesús al partir el pan. Aleluya» (Lc 24,35).  Año B: «Así estaba escrito: el Mesías padecerá, resucitará de entre los muertos al tercer día y en su nombre se predicará la conversión de los pecados a todos los pueblos. Aleluya» (Lc 24,46-47). Año C:  «Jesús dice a sus discípulos: “Vamos, comed”. Y tomó el pan y se lo dio. Aleluya» (Jn 21,12-13).

Postcomunión (compuesta con textos del Veronense, Gelasiano y Sacramentario de Bérgamo): «Mira, Señor, con bondad a tu pueblo y, ya que has querido renovarlo con estos sacramentos de vida eterna, concédele también la resurrección gloriosa».

Ciclo B

Centramos nuestra atención en Cristo muerto y resucitado. Los textos bíblicos y litúrgicos nos hablan de Él. Esto nos ayuda a tomar conciencia de los frutos de conversión santificadora que en nuestras vidas debió producir la Cuaresma. Esto es lo que nos ayuda a vivir la vida del Resucitado, una vida nueva de constante renovación espiritual. Esto no deben experimentarlo solamente los recién bautizados, sino también todos los demás, porque la renovación pascual ha de revivir en todos nosotros la responsabilidad de elegidos en Cristo y para Cristo por la santidad pascual.

Hechos 3,13-15.17-19: Matasteis al autor de la vida, pero Dios lo resucitó de entre los muertos. Pedro inaugura la misión de la Iglesia, proclamando valientemente la necesidad de la conversión para responder al designio divino de salvarnos en Cristo Jesús, muerto y resucitado por nosotros. Comenta San Juan Crisóstomo:

«San Pedro les dice que la muerte de Cristo era consecuencia de la voluntad y decreto divinos. ¡Ved este incomprensible y profundo designio de Dios! No es uno, son todos los profetas a coro quienes habían anunciado este misterio. Pero, aunque los judíos habían sido, sin saberlo, la causa de la muerte de Jesús, esta muerte había sido determinada por la Sabiduría y la Voluntad de Dios, sirviéndose de la malicia de los judíos para el cumplimiento de sus designios. El Apóstol nos lo dice: “aunque los profetas hayan  predicho esta muerte y vosotros la hayáis hecho por ignorancia, no penséis estar enteramente excusados”. Pedro les dice en tono suave: “Arrepentíos y convertíos”. ¿Con qué objeto? “Para que sean borrados vuestros pecados. No sólo vuestro asesinato en el cual interviene la ignorancia, sino todas las manchas de vuestra alma”» (Homilía sobre los Hechos 9).

–Con el Salmo 4 proclamamos: «Haz brillar sobre nosotros el resplandor de tu rostro. Escúchame cuando te invoco, Dios mío, tú que en el aprieto me diste anchura, ten piedad de mí y escucha mi oración. Sabedlo: El Señor hizo milagros en mi favor, y el Señor me escuchará cuando lo invoque. Hay muchos que dicen: “¿Quién nos hará ver la dicha, si la luz de tu rostro ha huido de nosotros”. En paz me acuesto y enseguida me duermo, porque Tú sólo, Señor, me haces vivir tranquilo».

1 Juan 2,1-5: Él es víctima de propiciación por nuestros pecados y por los del mundo entero. Si realmente el Misterio Pascual ha prendido en nuestra vida, lo evidenciará nuestra renuncia real al pecado y nuestra fidelidad amorosa a la Voluntad divina. Tal vez uno de los textos más expresivos y valioso de la mediación e intercesión de Cristo ante el Padre como Supremo Pontífice de nuestra fe lo encontremos en los escritos de Santa Gertrudis: 

«Vio la santa que el Hijo de Dios decía ante el Padre: “¡Oh, Padre mío, único y coeterno y consustancial Hijo! Conozco en mi insondable Sabiduría toda la extensión de la flaqueza humana mucho mejor que esta misma criatura y que toda otra cualquiera. Por eso me compadezco de mil maneras de esa flaqueza. En mi deseo de remediarla, os ofrezco, santísimo Padre mío, la abstinencia de mi sagrada boca para reparar con ella las palabras inútiles que ha dicho esta elegida”...» [Y así va enumerando diversos ofrecimientos y reparación y sigue:] “Finalmente, ofrezco, Padre amantísimo a Vuestra Majestad mi deífico Corazón por todos los pecados que ella hubiere cometido”» (Legatus IV,17).

Lucas 24,35-48: Así estaba escrito: El Mesías padecerá y resucitará de entre los muertos al tercer día. La realidad de Cristo crucificado compromete a toda la Iglesia en la misión de proclamar la necesidad de la conversión a Cristo y a su Evangelio, para que los hombres puedan alcanzar su salvación. Oigamos a San Ignacio de Antioquía:

 «Pues yo sé y creo que después de su resurrección Él existe en la carne. Y cuando vino a los que estaban alrededor de Pedro, les dijo: “Tomad y tocadme y ved que no soy un fantasma incorpóreo” (Lc 24,39). Y seguidamente lo tocaron y creyeron, fundiéndose con su cuerpo y con su espíritu. Por ello despreciaron la muerte y estuvieron por encima de la muerte. Después de la resurrección comió y bebió con ellos como carnal, aunque espiritualmente estaba unido al Padre» (Carta a los de Esmirna 3,1-3).

 

 

1. J/RSD/QUE-ES 

La resurrección de Jesús no es una vuelta a su vida anterior para volver de nuevo a morir un día de manera ya definitiva. No es una simple reanimación de su cadáver, como pudo ser el caso de Lázaro. Jesús no regresa a esta vida, sino que entra en la Vida definitiva de Dios. Por eso, los primeros predicadores dicen que Jesús ha sido "exaltado" por Dios (Hech. 2, 33), y los relatos evangélicos presentan a Jesús viviendo ya una vida que no es la nuestra.

Los cristianos no han entendido nunca la resurrección de Jesús como una supervivencia misteriosa de su alma inmortal. Jesús resucitado no es "un alma inmortal" ni un fantasma. Es un hombre completo, vivo, concreto, que ha sido liberado de la muerte con todo lo que constituye su personalidad. Para los primeros creyentes, a este Jesús resucitado que ha alcanzado ahora toda la plenitud de la vida no le puede faltar cuerpo.

Los primeros cristianos no describen nunca la resurrección de Jesús como una operación prodigiosa en la que el cuerpo y el alma de Jesús han vuelto a unirse para siempre. Su atención se centra en el gesto creador de Dios que ha levantado al muerto Jesús a la vida. La resurrección de Jesús no es un nuevo prodigio, sino una intervención creadora de Dios. La resurrección es algo que le ha sucedido a Jesús y no a los discípulos. Es algo que ha acontecido en el muerto Jesús y no en la mente o en la imaginación de los discípulos. No es que "ha resucitado" la fe de los discípulos a pesar de haber visto a Jesús muerto en la cruz. El que ha resucitado es Jesús mismo. No es que Jesús permanece ahora vivo en el recuerdo de los suyos. Es que Jesús realmente ha sido liberado de la muerte y ha alcanzado la vida definitiva de Dios.

A los primeros cristianos no les gusta decir: "Jesús ha resucitado." Prefieren emplear otra expresión: "Jesús ha sido resucitado por Dios" (Hech. 2, 24; 3, 15...) Para ellos, la resurrección es una actuación del Padre que con su fuerza creadora y poderosa ha levantado al muerto Jesús a la Vida definitiva y plena de Dios. Para decirlo de alguna manera, Dios le espera a Jesús al otro lado de la muerte para liberarlo de la destrucción, vivificarlo con la fuerza creadora, levantarlo de entre los muertos e introducirlo en la vida indestructible de Dios.

Este paso de Jesús de la muerte a la Vida definitiva es un acontecimiento que desborda esta vida en que nosotros nos movemos. Por eso, no lo podemos constatar y observar como hacemos con tantos otros acontecimientos que suceden entre nosotros. Pero es un hecho real, que ha sucedido. Más aún: para los creyentes es el hecho más real, importante y decisivo que ha sucedido para la historia de la humanidad.

JOSÉ A. PAGOLA
DABAR 1988/25


2. 

Conocer a Jesús es guardar sus mandamientos: Conocer a Jesús, reconocerlo, saber quién es y aceptarlo como Señor que vive es cumplir sus mandamientos. Pues "el que dice: "yo lo conozco" y no guarda sus mandamientos, es un mentiroso y la verdad no está en él". Es un falso testigo. Ni él mismo cree lo que dice.

Pero el que cumple los mandamientos de Jesús, el que ama a todos los hombres como Jesús nos ha amado, hasta la muerte y muerte de cruz si es preciso, reconoce que Jesús de Nazaret ha resucitado y no es un muerto para él sino fuente de vida y de verdadera esperanza. Y esa fe, aunque siga siendo incomprensible para los que no la comparten, tiene sin embargo su eficacia y su sentido verificable en el mundo, no es "música celestial", sino motivo de asombro y una fuerza que levanta la pregunta allí donde se manifiesta: "Israelitas, ¿de qué os asombráis?". Por tanto, son las obras de los testigos las que hacen creíble su testimonio, aunque éste pueda interpretarse de muchas maneras y sólo sea correctamente comprendido por los que creen en él.

FE/TRANSFORMACION: La crisis de fe, la incapacidad para seguir escuchando lo que todavía no se comprende y lo que cierra el camino a la conversión del mundo, no es el misterio que anunciamos, sino que ese misterio no se muestre más poderoso en la transformación de nuestras vidas y en el servicio desinteresado a todos los hombres. Porque lo que el mundo necesita no son palabras sobre la vida o la esperanza, sino palabras de vida y para la vida, palabras vivificantes, palabras que hagan andar a los cojos, escuchar a los sordos, resucitar a los muertos.

EUCARISTÍA 1982/21


3. MU/RS:

Creer que Cristo ha vencido la muerte equivale a negarse a aceptar que es la muerte quien vence a todas las cosas; es creer, en frase de Quevedo, que también "para el sepulcro hay muerte".

La aparente incuestionabilidad del aniquilamiento final queda puesta en cuestión; el poder aniquilador de la muerte permanece en suspenso. La esperanza cristiana permite vivir sin presagiar constantemente la muerte como una amenazadora sentencia pendiente: y, sobre todo, estimula una acción creadora de realidades que la muerte no puede vencer. Esperar es tanto como tratar la muerte teniéndola por algo que cuenta decisiva, pero no definitivamente, experimentando el tiempo futuro como esencial e indefinidamente abierto".

ALFREDO FIERRO
El crepúsculo y la perseverancia
Salamanca 1973/págs. 231-233


4. FE/RUTINA. NUESTRA GRAN TRAGEDIA ES QUE NOS HEMOS ACOSTUMBRADO A CREER.

La trivial distinción de que un "buen hombre" no es lo mismo que un hombre bueno, bien puede ayudarnos a esclarecer cómo tampoco las "buenas costumbres" coinciden con las costumbres buenas.

Estas -las costumbres buenas- indican aquellas virtudes que han sido incorporadas a la vida del pueblo; aquéllas -"las buenas costumbres"- han sido erigidas en virtud por aclamación de la mediocridad burguesa.

La mediocridad, en la que se veía la quintaesencia de la virtud natural, ha trascendido el ámbito de las virtudes cardinales, para convertirse en el patrón-oro de toda virtud. Y así la fe, como la caridad reducida a limosna, han venido a incrementar el rico patrimonio de nuestras buenas costumbres. La fe no es ya una entera disponibilidad del creyente respecto de Dios, sino "eso" que esperamos que tenga respecto a la "religión" toda persona normal y corriente de un país convencionalmente católico.

Para nosotros la fe ni nos plantea problemas, ni nos supone riesgo, ni nos sitúa en tentación. Es algo completamente normal, de la vida corriente. Desde pequeñitos hemos aprendido a creer en "todo", de manera semejante a como hemos aprendido a obedecer a las personas mayores, o a ceder el asiento a una señora. Esta es nuestra gran tragedia como creyentes: que nos hemos acostumbrado a creer (FE/COSTUMBRE CREENCIAS/FE), es decir, que no creemos. En el mejor de los casos la fe constituye una de las coordenadas de nuestro sistema de vida.

La fe forma parte de nuestra manera de entender la vida. Es algo natural. No es fe. Al menos, esa fe -patrimonio cultural- no es la fe viva y verdadera. No es la fe que pone en cuestión todos los sistemas inventados por los hombres. No es la fe que saca a Abraham de Ur de Caldea, ni la que pone en camino por el desierto al pueblo de Israel, ni la que hace descender a Jesús del Tabor o abre las puertas del Cenáculo a los discípulos amedrentados. No sería la fe que mueve montañas y pone en camino a los pueblos.

EUCARISTÍA 1973/29


5. PAZ/INTERESES

PAZ.HAY QUE HACERLA DENTRO DE NOSOTROS PARA QUE PODAMOS CONVIVIR EN PAZ.

La paz constituye, hoy más que nunca, la suprema aspiración del hombre. Todos hablan de la paz. Todos desean la paz. Lo malo es que no todos desean lo mismo. Muchos, cuando piden la paz, no desean sino mantener sea como sea el orden establecido. Otros, cuando defienden la paz, están defendiendo su situación privilegiada. Los más, si desean la paz, se contentan con que los dejen tranquilos.

Quizá, por eso, para una inmensa mayoría el ideal de la paz es el camposanto. Allí, dicen, se descansa en paz, Pero, ¿no creen ustedes que esa paz de los muertos no es aplicable a los vivos? Por eso, si hemos de trabajar por la paz, tendremos que desnudarnos de nuestro prejuicio (paz= "aquí no pasa nada") para ponernos de acuerdo en una paz más dinámica, más amplia: una paz que alcance a todo el hombre, a todos los hombres.

Esa paz, la que Cristo ha traído a este mundo (/Mt/10/34), no se realiza en un mero tratado de no-agresión, ni se conquista a costa de millones de muertos o para beneficio de muchos vivos. Esa paz ha de instalarse primero en el corazón de cada uno Resulta pueril pensar que ya no hay violencia, sólo porque no se oyen tiros por las calles. Y resulta simplón confiar la paz a unas cláusulas firmadas multilateralmente. El virus de la violencia, como el que hace imposible la paz, anida en el corazón del hombre: el egoísmo, la injusticia, el orgullo, el afán de dominio, la venganza, la intransigencia. Es en nuestro interior donde hay que hacer la paz, para que podemos vivir todos en paz.

EUCARISTÍA 1970/25


6. CINCUENTENA-PASCUAL ALEGRIA PASCUAL

El tiempo de la cincuentena pascual es como una anticipación del Reino futuro. Y esto hay que hacerlo ver y experimentar a los fieles. No mediante discursos teológicos, de corte académico, sino a través de los símbolos, de los gestos y de determinadas expresiones. Entre los símbolos hay que resaltar todo aquello que subraya el clima festivo: el órgano, los cantos, las flores, las luces, etc.

Entre los gestos, la Iglesia ha dado siempre gran importancia al hecho de orar de pie y a la eliminación total del ayuno durante la cincuentena. Entre las expresiones, la más significativa es el canto del aleluya. "Con razón pues -dice Eusebio de Cesarea- representando durante los días de la cincuentena la imagen del reposo futuro, nos mantenemos alegres y concedemos descanso al cuerpo como si ya estuviésemos gozando de la presencia del Esposo. Por eso no se nos permite ayunar".

Dentro de esta línea hay que interpretar el tono de las oraciones de este domingo: "Que tu pueblo, Señor, exulte siempre... y que la alegría de haber recobrado..." (colecta); "Recibe, Señor, la ofrenda de tu Iglesia exultante de gozo; y pues... nos diste motivo para tanta alegría..." (Super oblata). También en el prefacio se alude a la alegría y a la efusión del gozo pascual.

JOSÉ MANUEL BERNAL
MISA DOMINICAL 1985/09


7. P/TEMA-PASCUAL. EL SIGNO DEL PERDÓN DE LOS PECADOS.

Las tres lecturas de hoy contienen alusiones directas al perdón de los pecados: "arrepentíos y convertíos, para que se borren vuestros pecados" (I lectura); "El es víctima de propiciación por nuestros pecados" (II lectura); "en su nombre se predicará la conversión y el perdón de los pecados a todos los pueblos, comenzando por Jerusalén" (III lectura). A primera vista, quizá parezca rara esta insistencia en el perdón de los pecados -un tema tradicionalmente cuaresmal- en pleno tiempo de Pascua. En el fondo, sin embargo, es perfectamente lógica esta insistencia, puesto que, si el pecado conduce a la muerte, la resurrección a la nueva vida destruye el pecado. El fruto directo del misterio pascual es la remisión de los pecados, y uno de los signos más claros de la presencia del Resucitado en la Iglesia es el anuncio del perdón de todas nuestras culpas.

P/ACEPTACION: El hombre tiende a negar su propio pecado o, si lo reconoce, intenta apaciguar su ansiedad mediante ritos purificatorios. El cristianismo propone una norma de conducta: reconocer el propio pecado y aceptar ser aceptado por alguien en esta situación de pecado. Reconocernos pecadores y aceptar depender, no de nuestro orgullo ni de ningún rito tranquilizante, sino de alguien que nos pueda ayudar a descubrir el camino de superación del pecado.

Aceptar el perdón y vivir en este estado nuevo. Esto es la confesión de los pecados. Y san Juan nos dice que, después de la resurrección de Cristo, "tenemos a uno que abogue ante el Padre", capaz de solicitar el perdón de los pecados, puesto que El mismo ha aceptado depender de alguien, de su Padre, para vencer a la muerte. En realidad, confesar los pecados no consiste sólo en manifestar el pecado para librarnos de él mediante un perdón ritual y abstracto, sino que, por el contrario, consiste en aceptarse a sí mismo como persona que es aceptada por quien, al morir, aceptó y transformó lo que era para El inaceptable. Todo el problema de la remisión de los pecados es un problema de relación personal: aceptar depender de otro, renunciar a la autosuficiencia que no admite que los demás nos acepten porque en el fondo, no hemos sido capaces de aceptarnos a nosotros mismos.

(cf. Th. MAERTENS -J. FRISQUE, nueva guía de la asamblea cristiana, IV, Marova, Madrid 1970, pp. 75. 81).

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973/06


8. 

La escena que presenta hoy san Lucas tiene muchos puntos de contacto con la que el pasado domingo nos ofrecía san Juan: en el marco de una reunión fraternal de los discípulos, Jesús se manifiesta vivo, les convence de la realidad de su resurrección, y les confía la misión de anunciar la buena noticia a todos los pueblos. Lucas hace hincapiè en el realismo de la presencia de Cristo, e insiste en dos puntos -Jesús come delante de ellos, Jesús les ilumina el sentido de las Escrituras- que nos pueden ayudar a comprender el paralelismo de esta escena evangélica con lo que hacemos los cristianos cada domingo en la celebración eucarística.

EU/PRESENCIA-J: En efecto, toda la celebración eucarística se orienta a suscitar la presencia dinámica de Cristo en medio de nosotros. El solo hecho de nuestra reunión fraternal provoca ya una primera presencia de Cristo, "porque -dice el propio Jesús- donde estén dos o tres reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos" (Mt 18,20). El presidente de nuestra reunión eucarística es otra presencia de Cristo, porque, en virtud de la misión que ha recibido, habla y actúa en su nombre, y nos saluda, al igual que Cristo a los discípulos, con el deseo de la paz. La primera parte de la misa no es más que la proclamación de la Palabra de Dios, la lectura de los libros que hablan de Cristo y a través de los cuales nos habla el propio Cristo. Finalmente, la liturgia eucarística pone a nuestro alcance la entera realidad de la presencia dinámica y santificadora de Cristo, constituyéndose así en el lugar más intensamente privilegiado. Y podemos afirmar que todas estas presencias, o, mejor dicho, esta única presencia intensificada gradualmente, no tiene otra finalidad que la de hacernos entrar en contacto con Cristo, para que nosotros, una vez terminada la celebración eucarística y ya de vuelta a nuestra vida habitual, seamos entre los hombres signos vivos de Cristo, presencias dinámicas y vivificantes de la fuerza de nuestro Salvador, cumpliendo así las palabras con que acaba el evangelio de hoy: "Y vosotros sois testigos de esto".

(Nótese que el último versículo no figura en la versión oficial castellana).

JOAN LLOPIS
MISA DOMINICAL 1973/06


10. PD/SO/RELACION 

Jesús se hace presente en medio de sus discípulos y les invita "a comprender" las Escrituras y así entenderán su Pascua, su muerte y resurrección gloriosas. Todas las comunidades cristianas de todos los tiempos hemos de "comprender" las Escrituras con amor y con fe, y así experimentaremos la presencia real de Jesucristo resucitado que nos abre la mente y el corazón con la fuerza de su Espíritu, y podremos ser testigos delante de todos los pueblos.

Las Palabra de Dios nos lleva al sacramento. Sin la Palabra no sabríamos nada de Dios, los signos y gestos sacramentales no tendrían ningún sentido. Por eso la reforma litúrgica del concilio Vaticano II en todas las celebraciones de los sacramentos manda que se lea y proclame alguna o algunas lecturas de la Palabra de Dios. La Palabra de Dios anuncia aquello que el sacramento realiza. Por eso en la Eucaristía, en la Misa, la mesa de la Palabra de Dios y la mesa de la Eucaristía, las dos partes de que consta, están "tan íntimamente unidas que forman un sólo acto de culto" (SC 56).

GERARDO SOLER
MISA DOMINICAL 1988/09


11. EU/MARGINADOS  TEREC:

La eucaristía y los pobres

Una de las veces en que la Madre Teresa de Calcuta ha venido a España le pidió un periodista, en la rueda de prensa, que diera como una consigna para los que trabajaban por los pobres. Ella respondió: «Que celebren bien la Eucaristía». Al periodista le debió de parecer que la buena señora no le había entendido y formuló de nuevo su pregunta, explicitando que también aquí, religiosos y laicos, se dedican a los más abandonados, y que les diera una palabra de aliento. "Que celebren bien la Eucaristía", volvió a decir la Madre Teresa. "Si yo me dedico a los más marginados, y les atiendo, es porque acabo de comulgar. Al mismo Cristo, a quien he adorado y recibido en la Misa, es al que veo presente en la persona del prójimo, sobre todo de los más pobres».

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«Oh Dios mío, por libre elección y por amor tuyo,
deseo permanecer aquí y hacer lo que tu voluntad 
exige de mí.
No, no daré marcha atrás.
Mi comunidad son los pobres.
Su seguridad es la mía.
Su salud es mi salud.
Mi casa es la casa de los pobres: no de los pobres, 
sino de los que entre los pobres son más pobres.
De aquellos a los cuales trata uno de no acercarse 
por miedo al contagio y a la suciedad, 
porque están cubiertos de microbios y de gusanos.
De los que no van a rezar 
porque no tienen fuerzas para comer.
De los que se caen por las calles 
conscientes de que se van a morir 
y a cuyo lado transitan los vivos 
sin prestarles atención.
De los que ya no lloran 
porque se les han agotado las lágrimas.
De los intocables.
El Señor me ha querido aquí donde estoy.
El me ofrecerá una solución».

Teresa de Calcuta


12. ALEGRIA-GOZO PASCUAL

¿Eres libre?

Hay quien tiene la costumbre de preguntarle a otros si son felices. Cuando hace esto, las respuestas que obtiene son muy variadas: unos, los menos, contestan abiertamente que lo son; otros dicen que depende de las circunstancias; otros afirman que a medias; y algunos preguntan si se puede ser feliz "con la que está cayendo". Se refieren estos últimos a tantos acontecimientos desagradables que ocurren cada día a nuestro alrededor.

Lo cierto es que aumenta la conciencia de que no se puede mantener un estado de felicidad y crece el pesimismo sobre esta experiencia tan necesaria para la estabilidad del ser humano y la armonía entre los hombres. Habrá que preguntarse por qué se extiende este sentimiento: ¿No será que estamos equivocando la fuente a la que vamos a beber la felicidad? ¿No será que nos estamos conformando con sucedáneos, que apurados nos dejan peor que antes de poseerlos? Hay Alguien que puede hacer arder nuestro corazón y llenarlo de gozo y de paz, y ese no es otro que el Resucitado. Hay algo que puede hacernos plenamente felices, por encima de las dificultades que nos puedan sobrevenir, y ese algo no es otra cosa que el amor de Jesucristo.

¿Quién podrá apartarnos del Cristo? ¿la tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro la espada?... Nada podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo, Jesús".

Es posible ser feliz, es necesario ser feliz y, si eres cristiano, te es exigible ser feliz. No hay nada que contagie más, atraiga más, evangelice más, que la alegría del discípulo de Jesús. Un santo triste es un triste santo y una caricatura de lo que debe ser un creyente.

Amadeo Rodríguez


13. /SAL/004

La luz de tu rostro

La liturgia de este domingo, en el salmo responsorial, nos invita a hacer nuestra una súplica muy propia del Tiempo Pascual: "Haz brillar sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor". Es pedir que nuestras vidas se sientan alentadas por la presencia luminosa de Cristo Resucitado. Leídas en esa clave, las lecturas nos sirven de itinerario para conseguirlo.

Las dos primeras coinciden en recordarnos que la oscuridad que envuelve nuestra vida cristiana tiene su origen en las "obras de las tinieblas" que no son otras que nuestros pecados, nuestras infidelidades. San Pedro al denunciar a los judíos su infidelidad y su ignorancia que les llevaron a "matar al autor de la vida" les invita a la conversión. San Juan, en la segunda lectura, avala la posibilidad de la conversión y del perdón porque "tenemos a uno que abogue ante el Padre: Jesucristo, el Justo". Estas dos lecturas asientan algo que con frecuencia olvidamos: que para comulgar con la resurrección de Cristo tenemos que morir constantemente al pecado: las tinieblas del pecado son incompatibles con la luz de la Resurrección.

Recogiendo la catequesis que dio Jesús a los de Emaús, San Lucas introduce un segundo elemento esencial y que hace posible que la luz de Su rostro brille sobre nosotros. Se trata de la escucha y meditación de las Sagradas Escrituras. Dice San Jerónimo: "quien ignora las Escrituras, desconoce a Cristo". El Tiempo Pascual es muy apropiado para la llamada "lectio divina": dedicar cada día un rato a degustar, en un silencio oracional, la rumia de las palabras que nos han traído la Buena Noticia de su Resurrección.

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
13 de abril de 1997