COMENTARIOS AL EVANGELIO

Lc 24, 35-48

 

1.

Texto. El relato se sitúa en un lugar de Jerusalén que el autor no precisa, en la tarde-noche del domingo de Resurrección. Dos discípulos acaban de llegar de Emaús y están contando a los once y a sus acompañantes que han visto a Jesús. En esa situación se hace presente él. Únicamente nosotros, como lectores, conocemos de entrada su identificación. A nivel, en cambio, de protagonistas de la escena, la identificación es lenta y costosa, y sólo se produce tras dos demostraciones corporales de Jesús. A continuación, el centro de atención se desplaza de Jesús a las Escrituras o, para ser más exactos, a la relación existente entre Jesús y las Escrituras. En lo que son sus últimas palabras en el tercer Evangelio, Jesús declara que las Escrituras tienen su culminación y cumplimiento en él, en su pasión y resurrección al tercer día, posibilitando de esta manera que la conversión y el perdón no sean una oferta restringida a unas pocas personas, el pueblo judío, sino oferta abierta y disponible para todo el mundo.

Comentario. El texto gira todo él en torno al tema de la identificación de Jesús resucitado: relación con el pasado físico de su persona; relación con el pasado literario del pueblo judío.

En ambos casos el texto no plantea problemas, sino enuncia conclusiones y certezas: Jesús resucitado es el mismo Jesús de Nazaret que los once y sus acompañantes habían conocido y tratado (vs. 36-43); Jesús resucitado da unidad y coherencia de sentido a las Escrituras del pueblo judío (vs. 44-47).

1. Jesús resucitado y Jesús de Nazaret son la misma persona. Los garantes de esta verdad son los once. En razón de esta garantía los once son el fundamento que confiere solidez al nuevo edificio que a partir de ahora se va a construir. Esta garantía la necesitábamos como creyentes. Los vs. 36-43 nos la ofrecen.

2. Las Escrituras tienen su razón de ser en Jesús resucitado. Bajo la denominación "las Escrituras" (BI/ESCRITURAS) quedan comprendidos todos los escritos que configuran lo que a partir de ahora se va a llamar Antiguo Testamento. Un total de cuarenta y seis libros, más o menos extensos, más o menos apasionantes. En ellos se habla de muchas y variadas cosas, se reflejan muchas y variadas experiencias y situaciones. Sus protagonistas son siempre Dios y el pueblo judío. Y siempre en continuo tira y afloja, con más momentos de tirantez que de entendimiento. El texto de hoy nos dice que ese conjunto de cuarenta y seis libros está articulado en torno a Jesús resucitado. Esto no quiere decir que en ellos se hable de Jesús, sino que a la luz de Jesús ellos adquieren su verdadero sentido, por corrección y matización unas veces, por refuerzo y aprobación otras. El propio texto de hoy nos ofrece un ejemplo concreto de refuerzo. La conversión y el perdón, es decir, la oferta de la gracia o don de Dios, siguen en pie. Pero a la luz de Jesús resucitado la oferta no se restringe a unos pocos, sino que se extiende a todos. Esto ya estaba apuntado en el Antiguo Testamento, pero con el decurso del tiempo se había oscurecido y olvidado. A la luz que proviene de Jesús resucitado, el apunte se refuerza y consolida.

AT/DESAZON: Es el siglo II d. C. Marción intentó mutilar la Biblia, eliminando, por imperfecto, el Antiguo Testamento. El intento fue apasionadamente rechazado. Sin embargo, el Antiguo Testamento sigue produciendo desazón y desconcierto, y la opinión de Marción sigue contando con seguidores en la práctica. El texto de hoy nos invita a un bonito compromiso: leer y apreciar el Antiguo Testamento. Sin él la luz de Jesús resucitado queda privada de cuerpo y de razón de ser. Leer nosotros e invitar a otros a su lectura. Leyéndolo descubriremos que el Antiguo Testamento (AT/J: no es la imperfección, sino el camino que todos seguimos para llegar a Jesús resucitado. Para ayudarnos a esta lectura contamos en lengua castellana con escritos del que probablemente es el mejor especialista actual en el Antiguo Testamento. Me estoy refiriendo a Luis Alonso Schökel. Recomiendo la lectura de sus dos volúmenes recientes bajo el título Hermenéutica de la Palabra, Ediciones Cristiandad.

ALBERTO BENITO
DABAR 1988/25


2.

Comentario: El texto parte de una situación idéntica a la del domingo pasado en Jn. 20, 19-31. Caída de la tarde del domingo, discípulos reunidos en un local de Jerusalén, llegada inesperada de Jesús. Lo mismo que a Juan, tampoco a Lucas le interesan el cómo y el modo de esta llegada. Lo importante es el hecho: Jesús está ahí, expresando deseos de paz. Es ahora, en el tratamiento del hecho, cuando comienzan las diferencias entre Lucas y Juan. Y es precisamente este diverso tratamiento de un mismo hecho lo que da la medida exacta de la diversidad de problemática, intereses y objetivos existentes en ambos evangelistas, lo cual equivale a decir que nos hallamos ante autores y obras diferentes. Aprovecho, pues, esta nueva oportunidad para indicar una vez más que los evangelios son obras diferentes unas de otras y que, consiguientemente, no puede hacerse uso indiscriminado de ellas.

La llegada de Jesús es comentada por Lucas en los siguientes términos: Llenos de miedo por la sorpresa, los once y sus acompañantes creían ver un fantasma. A diferencia de Juan, Lucas distingue entre los once y el resto de los discípulos. Lucas hace hincapié en los once (cfr. Lc. 24, 33). Por otra parte, Lucas no habla de miedo al exterior como hacía Juan, sino de miedo ante la presencia de Jesús. A Lucas, pues, le interesa la problemática de identidad del Resucitado. ¿Quién es el Resucitado? ¿Es el mismo Jesús de antes de morir? ¿Resucitado y Jesús son la misma persona? Desde el prólogo de su evangelio sabemos que Lucas es un escritor crítico. Vale la pena leer ahora Lc. 1, 1-4, que por razones de espacio no transcribo. Allí se habla de testigos oculares, de investigación cuidadosa, de solidez de lo recibido. En la segunda de sus obras, Hechos de los Apóstoles, la condición indispensable para cubrir la vacante de Judas dentro de los doce es el haber convivido con Jesús desde el principio hasta el final, es decir, el haber sido testigo ocular de su vida. Sólo bajo esta condición se puede ser testigo de la resurrección de Jesús, es decir, se puede garantizar críticamente que Resucitado y Jesús son la misma persona (cfr. Hech. 1, 21-22).Si Lucas hace hincapié en los once (doce en Hechos) es porque sólo ellos cumplen esta condición y son, por lo tanto, los únicos que ofrecen la garantía crítica incuestionable para poder creer que el Resucitado y Jesús son la misma persona. Gracias a ellos podemos hoy, veinte siglos después, creer tranquilos. A Lucas, el autor que se planteó y abordó esta problemática, debemos la certeza inconmovible de nuestra fe en el Resucitado. Con su tratamiento del problema, Lucas echó la base sobre la que se apoya nuestra fe.

J/PASION/NECESIDAD: Pero el texto de hoy da todavía un paso más. "Todo lo escrito acerca de mí tenía que cumplirse". Este "todo" queda especificado un poco más adelante: pasión, resurrección, proclamación universal de la conversión y del perdón de los pecados. A la problemática de identidad Resucitado-Jesús, Lucas añade ahora la problemática hermenéutica. ¿Cómo leer el Antiguo Testamento? El "tener-que" no es del orden de la predeterminación mental ni de la necesidad física. Es del orden de la captación y de la profundización en el sentido de los acontecimientos y de la historia. Lucas introduce un sentido de finalidad en la historia.

Y esta finalidad la formula con la expresión "tener que". Toda la historia anterior al resucitado la concibe como un proceso que culmina en este Resucitado y a partir de El se expande al mundo entero (no sólo a los judíos) en términos de novedad (conversión) y de gracia (perdón de los pecados). Estamos realmente en el tiempo pascual.

A. BENITO
DABAR 1985/23


3.

Tras su encuentro con el resucitado, los dos de Emaús han ido a contar su experiencia a los once y demás compañeros. Todavía están hablando los dos cuando vuelve a hacerse presente Jesús. En esta ordenación de los hechos que hace Lucas parece haber una intencionalidad que va más allá del simple interés cronológico, más o menos artificial: la comunidad cristiana va a surgir como tal comunidad a partir de una experiencia común de la realidad del resucitado.

Por otro lado, toda la primera parte del relato (vs. 36-43) está orientada a resaltar este carácter real del resucitado. El nuevo Jesús no es ninguna invención espiritual del grupo cristiano.

Como sus oponentes judíos, también los cristianos dudaron de la realidad de Jesús, no hubo en ellos predisposición alguna a aceptarla, sino todo lo contrario. Sólo la presencia real del resucitado les ha llevado al firme y absoluto convencimiento que ahora tienen. Es comprensible que, ante el arreciar apologético de la oposición judía, la formulación de ese convencimiento cristiano haya adquirido también formas de expresión apologéticas. Estas formas de expresión no hay que verlas como representaciones de la realidad corporal de Jesús, sino como vehículos interpretativos de algo más profundo: Jesús vive ahora una nueva realidad corporal.

La experiencia de un Jesús real produjo en los once y sus compañeros (la comunidad cristiana) un cambio de categorías (conversión) y una liberación interior (perdón de los pecados).EXP-RSD/CV: Ellos son testigos de todo esto porque son testigos de la muerte y resurrección de Jesús. Muerte y resurrección no son sólo acontecimientos estáticos en Jesús; son también acontecimientos dinámicos que inciden operativamente en el individuo y en el grupo transformándolos en una nueva realidad, cuya expresión es la comunidad cristiana, y en heraldos de esa nueva realidad.

DABAR 1976/29


4.

Los discípulos de Emaús vuelven presurosamente a Jerusalén para contar a todo el grupo lo que les ha sucedido en el camino y cómo conocieron a Jesús "en el partir el pan". Pero, antes de abrir la boca, los otros les dicen a coro: "El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Pedro" (v. 34; cfr. 1 Cor 15, 5). Por fin les dejan hablar. Pero, súbitamente, unos y otros se quedan mudos ante la presencia del Señor, que les saluda: "Paz a vosotros". Juan nos dice que esta aparición ocurrió aquella misma tarde del domingo (20, 19s).

Aunque todos tenían noticias de la resurrección por el testimonio de Pedro y de los de Emaús, la presencia de Jesús les sorprende.

Bajo la tremenda impresión de los acontecimientos del viernes, entre el miedo a los judíos y la esperanza alimentada con las primeras noticias de aquel domingo, estos hombres no acaban de creer a causa de la inmensa alegría lo que ven con sus propios ojos. Jesús les tranquiliza y les convence de que es verdad lo que están viendo y de que no se trata de ningún fantasma.

CUERPO-GLORIOSO: No es posible comprender cómo un cuerpo glorificado. (Pablo dice "espiritualizado" (1 Co 15,44), esto es, sometido a la acción del Espíritu que es la fuerza de Dios que opera la resurrección) pueda ingerir alimentos. De todas formas, el sentido de esta afirmación es que el Señor vive verdaderamente, y lo que los discípulos han visto no es una simple "visión".

Los apóstoles sólo pueden ser testigos (APOSTOL/TESTIGO-RS) de Jesucristo si están plenamente convencidos de que él mismo y no otro es el que murió bajo Poncio Pilato y ahora vive para siempre. Jesús les convence de esta verdad y, además, les abre el sentido de las Escrituras para que comprendan que todo ha sucedido como había sido anunciado por los profetas. La vida de Jesús, su pasión y muerte, y todas las Escrituras deben ser interpretadas a la luz de la experiencia pascual.

Ahora comprenden que su Maestro no ha sucumbido ante sus enemigos ni ante la misma muerte. Pues todo ha sucedido tal y como "tenía que suceder" para que se cumpliera la voluntad de Dios. La fe no puede evitar lo que "tiene que ser", pero puede siempre aceptar la realidad e interpretarla, sabiendo que de una u otra manera todo sucede para la salvación de los hombres y la gloria de Dios.

Esto no es fatalismo, sino realismo cristiano, en el que la esperanza se hace resistencia allí donde todos los optimistas fracasan y todos los pesimistas abandonan. Pues también la muerte que "tiene que ser", puede ser aceptada con esperanza y ganada para la vida.

La misión de Jesús ha terminado, pues todo ha sido cumplido. Ahora resta que los apóstoles anuncien a todo el mundo lo que han visto y oído. Resta que se predique en todas partes, comenzando por Jerusalén, que Dios salva a los hombres en Jesucristo y concede el perdón de los pecados.

EUCARISTÍA 1985/19


5.

Este es el último de los evangelios del tiempo pascual que nos presentan el mensaje de la resurrección. Tiene bastante relación con el texto de Juan que leíamos hace una semana: presencia inesperada del Señor en medio del grupo de los discípulos la misma noche del domingo (cuando regresan los dos que "aquel mismo día, el primero de la semana" se fueron a Emaús); saludo dándoles la paz; miedo y alegría de los discípulos a los que Jesús muestra la realidad de su resurrección y, finalmente, la misión de los discípulos unida a la última enseñanza de Jesús. Veamos algunos aspectos más característicos.

La construcción literaria está bien ordenada. En primer lugar, Jesús hace pasar a los discípulos de la incredulidad (que se debe también a la alegría desbordante) a la fe, dándoles los signos de su resurrección: El no es un espectro o un fantasma (J/RSD/FANTASMA). La presencia de Jesús en medio de los discípulos no es una ilusión de éstos; de ahí la insistencia en los aspectos de mirar, palpar al Resucitado y el hecho de comer ante ellos. Jesús no pertenece al mundo de los muertos, sino que es el Viviente que tiene un contacto real con el grupo de los discípulos con los que comparte la Mesa y la Palabra. Los discípulos han reconocido como Resucitado a aquel Jesús a quien ya conocían anteriormente.

Todo esto ha sido la preparación para la enseñanza final del Resucitado que culmina en la promesa del Espíritu Santo (versículo 49, que ya no leemos) y que va a ser una realidad plena en Pentecostés (cf. Hech 2). Esta última enseñanza, que consiste en abrir el sentido de las Escrituras y en mostrar a los discípulos cuál es su misión, toma ya el matiz de la primera predicación cristiana (véanse las lecturas de los Hechos de estos domingos).

Las palabras de Jesús se inician con una referencia al pasado ("esto es lo que os decía mientras estaba con vosotros") y abren a los discípulos hacia el futuro ("en su nombre se predicará la conversión..."): la predicación de la Buena Nueva de Jesús es continuada por los discípulos, que ahora pasan a a ser enviados: se ha iniciado el tiempo y la misión de la Iglesia. Se trata de una misión que debe comenzar en Jerusalén, lugar donde todo esto sucede y donde los discípulos deben esperar al Espíritu Santo, y que debe alcanzar a todo el mundo.

La misión que se encomienda a los once -y a toda la comunidad significada en ellos- es la de ser testigos de que la muerte y resurrección de Jesús son el cumplimiento de la voluntad de Dios expresada ya en el Antiguo Testamento. Y de que, por la fe en este Jesús Mesías, muerto y resucitado, se ofrece la salvación y el perdón a todos los pueblos. (El leccionario castellano omite indebidamente en el último versículo la frase "Vosotros sois testigos de esto". Véase esta lectura completa el jueves de la octava de Pascua, en el mismo leccionario B).

JOSÉ ROCA
MISA DOMINICAL 1982/09


6.

Texto. Excepcionalmente en el presente ciclo pasamos al evangelio de Lucas. El texto se data en Jerusalén, al atardecer del domingo de resurrección, estando reunidos los once y sus compañeros. A Lucas le interesa resaltar la ciudad, no el lugar concreto dentro de ella. Jerusalén significa para Lucas el final de una etapa y el comienzo de otra. Otro dato de interés son los once, en calidad de garantes de la nueva etapa que comienza con la desaparición física de Jesús.

Con estos datos de interés como fondo narra Lucas la aparición de Jesús. La perspectiva de la narración difiere por completo de la que veíamos el domingo pasado en el evangelio. En el texto de Lucas la reacción inicial del grupo ante el resucitado es de sorpresa y de miedo: creen estar ante un fantasma. Por ello mismo el texto comienza centrando su atención en la relación existente entre el resucitado y el Jesús que el grupo conocía. El texto no puede ser más gráfico y claro: el que ahora está entre los discípulos y Jesús de Nazaret son la misma persona. El grupo no puede menos de reconocer con alegría esa identidad, no obstante su reticencia y su extrañeza.

En su parte final el texto es una invitación a ver en los acontecimientos finales acaecidos a Jesús la culminación de un proceso abierto mucho tiempo atrás y del que tenemos constancia a través de los escritos que los cristianos denominamos Antiguo Testamento. Pero Lucas se cuida mucho de reducir el proceso histórico de salvación a los estrechos límites de un solo pueblo, el judío. La historia de la salvación es una aventura que repercute en todos los pueblos. La expresión se refiere a la totalidad del género humano. Jerusalén es el final de la etapa limitada o reducida y el comienzo de la etapa abierta o universal.

Comentario. El texto nos transmite, en primer lugar, una certeza: la realidad del resucitado. Es la certeza básica del hecho cristiano. La resurrección de Jesús no es el invento fraudulento de unas personas frustradas en sus aspiraciones o de psicología propensa a la credulidad facilona. Si creyeron en ella se debió a la fuerza de la realidad. Ellos fueron los primeros sorprendidos por el hecho, los primeros en oponerse a él. Sólo la realidad del hecho rompió su sorpresa y su resistencia. La importancia que Lucas confiere a los once estriba en su capacidad crítica para garantizar la resurrección de Jesús. Ellos son la garantía incontestable de esa resurrección. Dudar de ella carece de todo fundamento histórico razonable.

En segundo lugar, el texto nos transmite una apertura, un horizonte ilimitado: la conversión y el perdón no son una oferta para privilegiados. Diseñada en un pueblo concreto, la oferta no se limita a él. Elegidos, en realidad, son todos los pueblos del planeta.

A. BENITO
DABAR 1991/23


7. RS/TTNO-APOSTOLICO:

Como había desaparecido repentinamente de la vista de los discípulos de Emaús, también ahora se presenta Jesús repentinamente en medio de los once y de los que están con ellos.

Jesús no está ya sometido a las leyes del espacio y del movimiento en el espacio. El modo de existir del resucitado no es ya el modo de existir del Jesús terrestre. La aparición repentina, inesperada e inexplicable del Resucitado causa miedo y terror.

La resurrección de Jesús y su aparición en figura corporal es cosa que sobrepasa la capacidad de comprensión humana. Ni siquiera viendo y oyendo su saludo de paz logran los discípulos convencerse de que es él.

Lucas no habla de miedo al exterior como hace Juan, sino de miedo ante la presencia de Jesús. A Lucas le interesa la problemática de identidad del Resucitado. ¿Quién es el Resucitado? ¿Es el mismo Jesús de antes de morir? ¿Resucitado y Jesús son la misma persona? Desde el prólogo de su Evangelio sabemos que LC. es un escritor crítico. El dice que al escribir su evangelio buscó testigos oculares de las cosas ocurridas, que investigó cuidadosamente los hechos, que precisa trasmitir la solidez de lo recibido". En la segunda de sus obras, Hechos de los Apóstoles, la condición indispensable para cubrir la vacante de Judas dentro de los doce es el haber convivido con Jesús desde el principio, hasta el final, es decir, el haber sido testigo ocular de su vida.

Sólo bajo esta condición se puede ser testigo de la resurrección de Jesús, es decir, se puede garantizar críticamente que Resucitado y Jesús son la misma persona.(Hech 1, 21-22).

Si Lucas hace hincapié en los once (doce en los Hechos) es porque sólo ellos cumplen esta condición y son, por lo tanto, los únicos que ofrecen la garantía crítica incuestionable para poder creer que el Resucitado y Jesús son la misma persona. Gracias a ellos, podemos hoy, veinte siglos después, creer tranquilos. A Lucas, el autor que se planteó y abordó esta problemática, debemos la certeza inconmovible de nuestra fe en el Resucitado. Con su tratamiento del problema, Lucas echó la base sobre la que se apoya nuestra fe. Los discípulos ven la aparición, pero la interpretan como la de un espíritu sin cuerpo, como un fantasma. Una aparición puede constituir un fenómeno psicológico y por eso necesita el evangelista resaltar la corporalidad del Jesús aparecido y la realidad física de su encuentro con los apóstoles. Por eso les deja que palpen su carne y por eso come con ellos.

La predicación de la primera comunidad cristiana aludía a estas comidas con el Resucitado precisamente para alejar el peligro de volatizar el cuerpo de Jesús y dejarlo reducido a algo puramente espiritual. "A éste, Dios le resucitó al tercer día y le concedió la gracia de aparecerse, no a todo el pueblo, sino a los testigos que Dios había escogido de antemano, a nosotros que comimos y bebimos con el después que resucitó de entre los muertos" (/Hch/10/40-41), predica Pedro en casa de Cornelio.

"Entonces les abrió el entendimiento para comprender las escrituras". Este es el don pascual que Jesús hace en el relato de ayer a los discípulos de Emaús; hoy, a los doce reunidos".

Discurso de Pedro después de la curación del lisiado de nacimiento entre la Puerta Hermosa del Templo.

"Abrir el entendimiento" significa comprender que todo el camino de Israel recibe su sentido al culminar en la pasión y pascua de Jesús. Abrahán y Moisés, David y los profetas, la esperanza y el destierro, todos los detalles de la historia del pueblo judío, reciben un encuadre y un valor en el momento en que aparecen como etapas de un camino o momentos de una experiencia que culmina en Cristo.

Jesús representa el coronamiento y el cumplimiento de las promesas históricas del Dios de Israel, pero representa también la satisfacción de las exigencias y de las esperanzas más audaces en el corazón de cada criatura humana.

Por eso Pedro irrumpe en los primeros capítulos de los Hechos con una fuerza impulsiva totalmente nueva y con una clara visión de madurez que da sentido de plenitud a todas sus actuaciones. Pedro habla convencido y sabiendo lo que dice. La fe en la resurrección ha sido para él, antes que nada, una maduración de totalidad. Todo lo disperso ha sido unido y aclarado todo lo oscuro. Y es que la fe, más que una ciencia, es una clave de interpretación. Por eso, a la luz de la Resurrección de Cristo, Pedro descubre el sentido de la historia de su pueblo y el sentido de la historia de su vida.


8. /Lc/24/35-53

El Evangelio de Lucas finaliza con una aparición a los once, seguida de lo que podríamos llamar las últimas palabras de Jesús antes de la ascensión. Son tres escenas que tienen lugar aparentemente el mismo día, pero, según el parecer de los Hechos, el período hasta la ascensión se prolongó a lo largo de cuarenta días.

La primera escena, la aparición a los once (vv 36-43), tiene elementos comunes con Jn 20,19-20. Hace ver cómo el resucitado ayuda a sus discípulos a pasar de la sorpresa, la duda y la incredulidad a la fe. Los once no se fían de lo que podría ser únicamente la aparición de un espíritu. El cuerpo glorificado de Jesús es una realidad nueva. El mensaje de pascua está en la base de la misión de los once (44-49). Lo corrobora también Mt 28,19-20. Los once pasan de ser discípulos a ser enviados. Son testigos de lo que Jesús había enseñado y testigos también de que, con su muerte y resurrección, Jesús cumple la escritura. En nombre de Jesús (47), los discípulos, en calidad de testigos, son enviados, partiendo de Jerusalén, a predicar la resurrección y la conversión de los pecados a todos los pueblos (47). Hay en estos versículos una anticipación de los temas típicos de la predicación en el libro de los Hechos, testimonio de las Escrituras (Hch 2,23-32; 4,10-11), exhortación a convertirse (Hch 2,38; 3,19) y función de los once como testigos (Hch 2,32; 3,15). Para cumplir esta misión podrán los discípulos contar con la promesa del Padre (49), es decir, con la fuerza del Espíritu Santo.

La escena final del evangelio, típicamente lucana, nos ofrece la ascensión. Antes de ser transportado al cielo, bendice Jesús a los suyos con un gesto que hace pensar en la conclusión de una liturgia (Lv 9,22; Eclo 50,20s). Finalmente, el evangelista hace notar el gozo que había embargado a los discípulos. Pone así punto final a su versión de la buena nueva con la misma atmósfera de alegría que se encuentra a menudo en su evangelio (1,28; 2,10; 10,20; 15,7; 19,6.37). La alegría, según Lucas, acompaña a los cristianos en su camino, en los momentos decisivos de la conversión y en el anuncio de las obras de Dios en Jesús y en los hombres.

D. ROURE
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 887 s.