37 HOMILÍAS PARA EL III DOMINGO DE PASCUA
12-21

 

12.

Son discípulos que, como nosotros, han oído hablar de Jesús, siguen su causa, pero no le han "visto". Que por lo tanto están llamados a encontrarlo en el camino. Es un concepto clave en la narración. Comienza ésta con el camino de los discípulos abandonando Jerusalén. Termina cuando regresan a Jerusalén. El lugar de encuentro con Jesús o, mejor, donde Él nos alcanza es en nuestro camino, en nuestras empresas, en nuestras andanzas, también en nuestras "huidas".

SB/EXPERIENCIA: Ellos, como nosotros, tienen que llenar la distancia entre el saber y el experimentar. Lo que saben respondería hoy al credo más impecable (vv 19-24). Y, sin embargo, su sensación es de vacío. ¡Cuánta sabiduría hoy y, a veces, qué poca esperanza! El creyente de todos los tiempos ha de salvar permanentemente la distancia entre saber y experimentar. Sólo la experiencia da paso a la esperanza y al gozo. Pero, ¿experiencia de qué? De Jesús vivo. Junto al "camino", el encuentro es el segundo símbolo unificador del relato. ¡Podemos saber mucho sobre Jesús sin llegar jamás a un encuentro vital! Ellos sabían todo lo que había hecho y dicho el Jesús terrestre, pero no lo principal: que estaba vivo y podía producirse el encuentro en su camino.

OJOS/FE: El encuentro tiene dos rasgos fundamentales. En primer lugar aparece como reconocimiento. "Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo" (vv. 15-16). "Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron" (vv. 30-31). Jesús está presente y no disfrazado. Son los ojos (palabra clave) de los discípulos los que antes no eran capaces, estaban impedidos para ver a Jesús, y después se abren y lo reconocen. El itinerario de la fe no consiste en la ausencia o presencia de Jesús, cuya iniciativa y compañía están aseguradas en nuestro camino, cuanto en la transformación interior que hace que los ojos del creyente vean lo que ven. ¡Tremenda paradoja la del reconocimiento! No se trata de ver algo nuevo, sino de ver con ojos nuevos lo mismo que estaba viendo en el camino de nuestra vida.

El segundo rasgo de ese encuentro, que adquiere la forma de reconocimiento, es que ocurre progresivamente y que además de la Palabra (Escritura) necesita del signo histórico, algo que ocurre en nuestra historia y nos hace, no ver más, sino captar profundamente lo que vemos y oímos. En nuestro relato, de carácter netamente eucarístico, se adjudica este papel de signo rompedor a la fracción del pan. (...).

La fracción del pan, la eucaristía, hoy, es un signo realizado en nuestra historia que adquiere carácter sacramental, abre nuestros ojos y nuestro corazón al encuentro personal con Jesús. Cada Eucaristía es un nuevo gesto, un nuevo signo, porque cambia el lugar del camino, las circunstancias personales, la comunidad, el momento histórico. ¿Es nuestra fracción del pan un signo que nos hace reconocer a Jesús en nuestras concretas circunstancias personales y colectivas? ¿Posibilita el encuentro con Jesús vivo, del cual nos hablan las Escrituras? Pero, aunque la fracción del pan tenga carácter de signo privilegiado, no agota la impresionante variedad de Jesús de ser reconocido hoy a través de hechos significativos: ¿cuáles consideraríamos más importantes? Por poner un ejemplo, qué duda cabe que el martirio de los jesuitas y otras muchas personas en El Salvador ha actuado como un signo histórico de la presencia de Jesús vivo, del que tanto sabíamos, pero al que de repente encontramos tan avasalladoramente. ¿Cómo explicar, de lo contrario, que un hecho tan dramático y doloroso haya producido en el fondo tanta paz y esperanza? ¡Nos ha hecho reconocer hoy a Jesús cuando abandonábamos Jerusalén (nuestras utopías)! ¡Y cuántos otros signos cada día nos pueden llevar a encontrar a Jesús!

-Pero Él desapareció. Sí, Jesús está vivo. Pero un encuentro con Él no significa que le podamos tocar y ver. ¡Ha resucitado! Sin embargo, ningún encuentro con Jesús es inocente. Nos deja "marcados".

Él desaparece tras los signos de nuestra historia. Pero el creyente ha quedado "tocado" de gozo, para ser testigo, en comunidad.

Las consecuencias del encuentro con Jesús se manifiestan así como un volver a encontrarse a sí mismo (gozo, esperanza, plenitud), como un reencuentro con la comunidad (el miedo no sólo origina la ruptura interior, sino la ruptura de la comunión), como una salida hacia la misión en el mundo (ser testigos y evangelizar nunca es un añadido a la fe, sino su dinámica natural). ¿Hemos sido "tocados" en esta Pascua en esa triple e inseparable dimensión?

JESÚS M. ALEMANY
DABAR 1990/26


13.

-AMBIENTACION GENERAL

1. La escena de Emaús centrará, seguramente, la homilía. Situémonos en un ambiente de encuentro con el resucitado: él camina con nosotros aunque nuestros ojos no se den cuenta. ¿Qué es la vida de cada uno sino un largo camino, con frecuencia sin norte ni esperanza? ¡Hemos alimentado tantas esperanzas, grandes o pequeñas, y el tiempo nos ha traído decepción o, por lo menos desgaste, cansancio! ¿Dónde estamos ahora? Cuántos, en nuestros días han abandonado antiguas esperanzas y también la esperanza cristiana, han dejado el grupo y se han ido de Jerusalén sin meter ruido. Y los que quedamos, ¿no ponemos, con mucha frecuencia, un semblante preocupado? Evocamos un ambiente desencantado, muy actual.

2. Recojamos otros elementos del texto: a) Jesús camina con nosotros, a pesar de todo (de nuestro desencanto) y nos renueva la esperanza: tal vez sin ser muy conscientes de ello, creemos y esperamos (quisiéramos, por lo menos, creer y esperar) más de lo que pensamos; b) solamente él puede transformar nuestras vidas como las de los dos discípulos; c) ésta es la virtud de las Escrituras: se han escrito para que creamos y tengamos vida; d) reconocemos a Jesús en la fracción del pan; pero no podemos quedarnos allí beatamente: "él desapareció".

3. En la primera lectura hemos escuchado el gran anuncio, el núcleo de la fe: "Jesús Nazareno... Dios lo resucitó" Este anuncio debe resonar también en nuestras reuniones cristianas. Hagamos nuestra, igualmente, la cita del salmo: "Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia".

4. La segunda lectura enlaza con el evangelio: el Padre nos rescató de un absurdo modo de vivir (la existencia sin sentido de aquellos dos discípulos, la de tantos hombres y mujeres, chicos y chicas que se arrastran sin esperanza o con unas esperanzas que los conducen de decepción en decepción) y nos rescató por la muerte del Hijo por excelencia.

5. Recordemos la colecta: gozo, rejuvenecimiento, filiación, esperanza.

-ALGUNAS INDICACIONES CONCRETAS

1. Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. También con nosotros camina; y con cada hombre y cada mujer, con cada niño o cada niña que nacen y crecen. Y nos trae el secreto de nuestro gozo. Nuestro camino, según la filosofía muy extendida, dibuja una curva parabólica: un fuerte impulso, todo esperanza, y un descenso, más calmado pero no menos seguro ni inquietante, hacia la decrepitud que nos hunde en la fosa de la muerte. Hay mil modos de leer esta curva: todo depende de nuestros ojos, de abrirnos a este compañero de ruta que trae el secreto de nuestra transformación.

2. ¡Nosotros esperábamos que él fuera el futuro liberador de Israel! La esperanza decepcionada. Y nosotros, ¿dónde hemos puesto el corazón?; ¿en qué hemos tropezado, para echarnos atrás? Hay maneras y maneras de apuntarnos a Jesús. ¿Somos de los que esperábamos (y lo decimos con melancolía y pesar) o de los que esperamos?: "Tengo siempre presente al Señor, con él a mi derecha no vacilaré. Por eso se me alegra el corazón, exulta mi lengua y mi carne descansa esperanzada. Porque no me entregarás a la muerte ni dejarás a tu fiel conocer la corrupción". Hay maneras y maneras de contemplar "lo de Jesús el Nazareno", "lo que ha pasado en Jerusalén".

3. Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída. ¿De veras? Más bien el día ha nacido en el corazón de aquellos hombres decepcionados. No saben explicárselo; pero "ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino". Es sin él, cuando el día va de caída y todo se oscurece en nuestro interior. De ahí que ésta debería ser también nuestra plegaria sencilla y confiada: Señor Jesús, quédate con nosotros y mantennos el corazón iluminado y ardiente.

4. Lo habían reconocido al partir el pan. A veces pensamos en los primeros cristianos con cierta envidia: ¡si nos hubiésemos hallado en su situación...! Pero los evangelios nos remiten a nuestra vida de hoy: "¡Dichosos los que crean sin haber visto!". Los dos discípulos reconocieron a Jesús al partir el pan, pero él desapareció. También nosotros lo reconocemos cada vez que nos reunimos y partimos el pan; pero no podemos atraparlo ni apoderarnos de él. También a nosotros nos abre el sentido de las escrituras: cuando las leemos y comentamos cada domingo; cuando en el camino de la vida nos detenemos a reflexionar solos o con un grupo de amigos creyentes. Nada de huir de Jerusalén, de evadirnos de nuestras responsabilidades.

5. Jesús Nazareno, el hombre que Dios acreditó ante vosotros. Sea cual sea el juicio de los hombres (los galileos, los habitantes de Jerusalén, los saduceos bien situados, los fariseos piadosos, los escribas letrados, los zelotas activistas, los esenios del desierto... el sanedrín de Israel o el pretor romano), Jesús es el hombre que Dios acreditó y que liberó de las ataduras de la muerte. Por eso nuestra vida debe ser un reflejo de la suya. Así nuestro desenlace será también un reflejo del suyo.

6. Tomad en serio vuestro proceder en esta vida. La vida es el lugar donde el cristiano invoca, con hechos, a Dios como Padre y a Jesús como Señor a quien el Padre resucitó de entre los muertos y glorificó a su diestra. Porque nos rescataron de nuestro proceder inútil y podemos poner en Dios nuestra esperanza. O todo esto no son más que palabras o lo traducimos en hechos. Podríamos recordar elementos de este proceder inútil, presentes aún en nosotros.

JOSEP M TOTOSAUS
MIsa dominical 1981/09


14.

¡Qué imagen más bella la de los dos discípulos de Emaús, que caminan desesperanzados, con Jesús que se une a su camino! El Maestro les vuelve a abrir los ojos y a caldear su corazón. Las palabras con que acaba la primera lectura podrían ser también hoy para nosotros una plegaria: "Me has enseñado el sendero de la vida, me saciarás de gozo en tu presencia". Recuperada la luz, caminar tiene sentido. La mesa eucarística nos convierte en invitados del Señor de la Gloria.

-"Mientras vais de camino... preocupados" Los dos discípulos sabían muy bien que las mujeres habían ido al sepulcro, lo habían encontrado vacío y una aparición de ángeles les había asegurado que él estaba vivo. Sin embargo, no les bastaba. ¿Debían ser los apóstoles los testigos? Lo querían ver a él. Sea como sea, en la historia de la fe de las personas y de los grupos nada ahorra seguir el camino de la fe desde el principio. El chocar con las dudas. El no explicarse tantas cosas. La prueba de la cruz para un Mesías es muy fuerte. Y lo es también para los seguidores. Nosotros mismos, que somos cristianos, a pesar de haber celebrado la Pascua, seguimos el camino de la vida discutiendo, preocupados, sin entender. El dolor y el fracaso, no se entienden. Las crisis de la Iglesia no se entienden. ¿Dónde está la salvación, dónde la resurrección?

-"¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino?" Jesús se convierte en maestro interior. Esta especie de escuela peripatética, el entrar en el corazón, el abrir los ojos, por el sendero de la vida, ya tiene el sabor de pentecostés. La fe es obra del Espíritu en nosotros. Es gracia. Tenían todos los datos en la mano, eran discípulos, lo habían conocido, conocían las Escrituras... y ataban cabos. ¿Una adivinanza? ¿Un rompecabezas para el que falta intuición? La palabra de Dios, que siempre meditamos en la Eucaristía, es su revelación. La plegaria humilde nos da la clave. Palabra de Dios, plegaria, acercamiento a los maestros de la Iglesia, son necesarios para clarificar el misterio de la vida, para no confundirnos, para no caminar preocupados. La fuerza de Cristo y de su resurrección la tengo que sentir en el corazón. Las mujeres... algunos de los nuestros... han dicho. No es suficiente mientras no le veamos a él. Esta experiencia personal hace estallar la luz de la resurrección

-"Sentado a la mesa con ellos... se les abrieron los ojos" Se trata -¡evidentemente!- de una narración litúrgica. Todo esto Lucas lo escribía después de ir a Misa. Es una de las catequesis más deliciosas dentro de los escritos del N.T. En el pan de la Eucaristía encontramos al Señor. Sentados a la mesa se reúne la familia de los creyentes y allí -en los hermanos- encontramos al Señor. No hay Pascua, no hay domingo, no hay comunidad, no hay manera de entender las cosas y de caminar con gozo sin la Eucaristía. Ahora muchos se dan cuenta de esto y en muchos lugares se vuelve a insistir en la importancia de la Misa dominical. Sólo aquellos que "han comido y bebido" con el Señor, aparecen como testigos definitivos de Jesús resucitado.

En esta Eucaristía nuestra, celebrando aún la gran fiesta de la Pascua, también debemos poder decir que los ojos se nos abren, que nuestros corazones arden y que lo reconocemos cuando parte el pan.

JOAN MARTI
Obispo de Urgell
MISA DOMINICAL 1987/09


15.

"Se les abrieron los ojos" (/Lc/24/31). Oímos las mismas palabras que al comienzo del mundo. La primera comida en común de que tenemos noticias fue el comer de la fruta prohibida en el Paraíso y también entonces se dice: "Abriéronse los ojos de ambos" (/Gn/03/07). Con la fruta del árbol prohibido, nuestros primeros padres comieron la ciencia del mal y la muerte; en cambio, los discípulos de Jesús, en el pan que les ofreció el Señor, comieron conocimientos de Dios y vida eterna. El falso resplandor del conocimiento cayó sobre aquéllos y los expulsó de la patria, manteniendo constantemente a los hombres alejados de Dios; hoy resplandece de nuevo y para siempre la patria recuperada. Dios ha venido como peregrino a los peregrinos para estar más cerca de ellos, puesto que El mismo es su patria.

Este feliz reconocer una nueva vida con Dios en Cristo resucitado, se verifica "al partir el pan", como nos dice el texto sagrado. De lo que sigue, se colige con evidencia que los discípulos consideraron esto como verdadero cumplimiento de sus ruegos. Después del banquete no les preocupó ya que el extranjero hubiera desaparecido. Ahora están ciertos de su "permanencia" entre ellos; el ardor de su corazón lo comprenden ahora como el verdadero calor hogareño de la patria divina conquistada de nuevo; la luz de su interior, como la constante presencia iluminadora del "caminante". Este fuego de sus almas los impulsa a salir de nuevo y caminar en plena noche, para comunicar a los hermanos el alegre mensaje de haber encontrado de nuevo la patria.

"La caridad de Cristo nos urge" (2 Co/5/14), podían también decir como lo dijeron después de ellos Pablo y otros cientos y miles de cristianos; pues lo que presenciaron resulta un símbolo de la experiencia maravillosa que tendrán todos los discípulos del Señor. A todos, el encuentro con el divino peregrino los ha convertido en caminantes incansables que sólo tienen un objetivo: anunciar al mundo que a nosotros, pobres desterrados, sumergidos en la indigencia de la culpa, se nos devuelve la patria celestial.

Durante los días del "santo Pentecostés", en el oficio vespertino y nocturno, repite el ruego de los discípulos de Emaús: "Quédate con nosotros, pues el día ya declina" (/Lc/24/29). ¿Cuál será el sentido de estas palabras para nosotros, que acabamos de llegar y entrar en la tierra de promisión, en el Emaús de la Iglesia y que hace ya tiempo que en los divinos misterios del altar tenemos la certeza del Señor y la seguridad de recibir, en la santa celebración de su Pascua, el conocimiento de Cristo como patria nuestra y como peregrino por nuestro amor? El emplear estas palabras en la oración litúrgica de la tarde, en las vísperas, es un ruego, una llamada a la luz en el atardecer, llamada que también encontramos en otros muchos himnos de vísperas del año litúrgico. Al declinar el día, siempre sobrecoge a la Iglesia un profundo temor ante el "horrible caos" (Breviario monástico, himno de vísperas del domingo), y cuando declina "el sol de fuego" (Id, himno de vísperas del sábado) dirige, involuntariamente, su mirada hacia la "luz que no tiene ocaso" (Metodio de Olimpo, himno de las vírgenes, en Symposion,6), Cristo. No es que dude de su eterna presencia entre nosotros. Lo que quiere expresar en este ruego vespertino de la liturgia, por el contrario, es que con más claridad que nunca se siente ahora la Iglesia en el Pentecostés iluminada por la luz que no conoce ocaso. Pero, en contraposición, se ve amenazada por la densa oscuridad de la noche de este siglo. Sabe que la luz permanece, pero teme por la naturaleza, mudable y llena de defectos, de sus miembros terrenos: pueden éstos claudicar ante la tentación de la noche, salir de la perdurable luz del día y perderse en las engañosas tinieblas del pecado.

La Iglesia tiene plena conciencia de este peligro, aun ahora en medio del júbilo de Pentecostés. Con límpida mirada contempla las señales en el tiempo. Sabe que "ésta es la hora postrera"; pues "el misterio de iniquidad está ya en acción", y "por el exceso de la maldad se enfriará la caridad de muchos". En pleno "día que hizo el Señor", la Iglesia siente las frías sombras de la "noche", que amenazan la nueva luz de sus hijos. Ve la resplandeciente inocencia de los recién bautizados, ve la restauración pascual de todos; todos se encuentran en "la tierra que mana leche y miel", la tierra de las promesas. Y la "ley de Dios", la caridad, brota de todas las bocas: "¡Bueno es el Señor, eterna es su misericordia!". Que queden así, que todos quedemos así es lo que la Iglesia, al atardecer de todos los días del tiempo pascual, pide al Señor. ¡Quédate!, le decimos; cuando lo que quisiéramos decirles es: ¡Haz que nos quedemos así! Que nos quedemos como y donde la celebración de la Pascua nos ha reunido de nuevo: en el Emaús, en la casa de la Iglesia, en la "unión en la fracción del pan". Siempre estamos de camino en la tarde de este mundo temporal, huyendo del lugar de la muerte y de la sepultura, pero tenemos nuestro hogar en el Emaús de la Iglesia; allí es donde estamos ciertos de la resurrección. Nuestra petición al Señor en estos días de Pascua es no perder jamás este celestial hogar mientras caminamos por la noche terrena de este mundo.

¡Quédate!, le pedimos, cuando quisiéramos decirle: ¡Deja que se queden así tus hijos! Deja que tus misterios perduren hasta el final. ¡Quédate!, pide a diario la Iglesia, mientras desea escuchar la palabra que fue dirigida al discípulo amado: "Quiero que éste permanezca así hasta que yo venga" (Jn 21, 22).

¡Quédate!, pide a diario la Iglesia durante este tiempo pascual en el momento del "sacrificio vespertino" de Cristo, y a diario le contesta el Señor, por la mañana, a la hora de la resurrección, "en el partir el pan" en el altar: Sí, quiero que ésta -mi Iglesia- permanezca así hasta que yo venga: la casa del Pan, el lugar donde se me reconoce, la presencia de la resurrección, la imagen de la eterna permanencia.

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO II EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 98 ss.


16.

-Un relato de lo que significaba para los primeros cristianos la Eucaristía. 

Leyendo esta historia de los discípulos de Emaús, da la sensación de que al evangelista san Lucas, al escribirla, le pasaba un poco como a aquellos dos discípulos: su corazón "se abrasaba en su interior".

Los dos discípulos, cuando Jesús desaparece de su vista, se dicen uno al otro que durante el camino con aquel viajero desconocido se habían sentido como abrasados por dentro, llenos de un apasionamiento inexplicable. Y realmente, podríamos decir que el evangelista san Lucas también escribe esta historia con apasionamiento, con una fuerte intensidad, transmitiendo algo que él vive con mucha fuerza.

Y es que san Lucas era ciertamente un buen escritor. Pero a la vez, se nota mucho que lo que escribe le afecta muy directamente, es muy importante para él. Porque Lucas, lo que está explicando en este relato, es lo que él mismo vive cada domingo con su comunidad cuando se reúnen para celebrar la Eucaristía. Porque esta historia que hemos escuchado, esta historia tan conocida de los discípulos de Emaús, es, de hecho, un relato de lo que significaba para los primeros cristianos la celebración de la Eucaristía.

Y escuchar ahora este relato, saborearlo hoy, en este domingo de Pascua, seguro que puede ser para nosotros como una invitación a vivir más auténticamente este encuentro nuestro de cada domingo.

-La Palabra: la vida de Jesús ilumina nuestra vida 

La historia empieza con aquellos dos discípulos que van de camino. Llevan consigo sus angustias, su vida difícil, el trastorno de muchas ilusiones perdidas. No comprenden qué está pasando, incluso su fe se tambalea. Y se encuentran con Jesús. Un Jesús escondido, que no es claramente reconocible, pero que está allí, acompañándoles.

Como nosotros, que venimos aquí con nuestra vida, con las angustias y las esperanzas, y con una fe que desearíamos que fuera más fuerte de lo que es. Y aquí nos encontramos con Jesús. Con oscuridades, ciertamente. Pero él está ahí, y nos sale al encuentro.

Aquí, Jesús nos habla. Su palabra ilumina nuestra vida, para que comprendamos cuál es el camino que salva. A aquellos discípulos de Emaús les costó entender que la vida sólo se halla en el amor fiel hasta la muerte. A nosotros también nos cuesta entender, y a veces, además, no escuchamos mucho, no prestamos mucha atención a la Palabra de Jesús, no nos dejamos llenar de la vida y del camino que Jesús nos muestra.

Pero de hecho, a pesar de todo, escuchando aquí cada domingo el Evangelio, y dejando que penetre en nuestro corazón, y leyéndolo también en casa, y reflexionándolo en grupo... es de la manera como nos vamos transformando y acercando a él, como hacemos que nuestra vida se vaya llenando de su vida.

-La Eucaristía: Jesús se sienta a la mesa con nosotros y nos parte su pan 

Al final de aquellas dos o tres horas de camino durante las cuales Jesús les habla y les ilumina su vida con la palabra de la Escritura, los tres se sientan a la mesa. Los dos discípulos no habían reconocido a Jesús, pero tienen un espíritu acogedor y le invitan a quedarse con ellos. Y allá, puestos a la mesa, Jesús repite aquellos gestos que les había dejado como testamento el día antes de su muerte.

Jesús toma el pan, dice la plegaria de bendición y de acción de gracias al Padre, lo parte, y lo reparte a aquellos discípulos. Y estos signos les abren los ojos: los signos de la Eucaristía son, ya por siempre, el gran momento de la presencia de Jesús entre los suyos. Y ellos lo reconocen en aquel pan partido, y aquel reconocimiento es un reconocimiento de fe: porque Jesús ya no es visible a sus ojos. Nosotros, cada domingo, después de escuchar la Palabra, ponemos también sobre la mesa el pan y el vino, y empezamos la plegaria de acción de gracias. Es lo que llamamos la plegaria eucarística, parecida a la de Jesús, y en la cual damos gracias al Padre, y le aclamamos como Santo, Dios del universo. Y después, invocamos al Espíritu imponiendo las manos sobre el pan y el cáliz, para que este pan y este vino sean para nosotros el Cuerpo y la Sangre de Jesús. Y después repetimos sus palabras, las palabras de la consagración. Y lo recordamos a él, muerto y resucitado, que renueva entre nosotros la ofrenda amorosa de la cruz. A través de esta plegaria, a través de estos gestos, Jesús nos invita a reconocerlo, a sentirlo muy cerca de nosotros. Nos invita a recibirlo como alimento, para poder vivir su misma vida. Y nos invita a hacer como hicieron aquellos discípulos de Emaús: salir de aquella reunión con muchas ganas de compartir esta vida nueva que recibimos de él. Que hoy, de una manera especial, la celebración de la Eucaristía nos haga vivir la proximidad de Jesús, que nos explica las Escrituras y parte para nosotros el pan.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/96


17.

1. En la vida de cada día Jesús muerto y resucitado es la razón de ser de nuestra fe cristiana, el núcleo de nuestra esperanza, el impulsor de nuestra lucha y compromiso con el mundo nuevo, el centro del testimonio que tenemos que dar en medio de la sociedad. Pero ¿cómo y dónde experimentamos hoy los creyentes la presencia de Jesús resucitado? Muchos cristianos creen que la fe es algo que puede vivirse aparte de la vida diaria; como si fuera un añadido a ella. Y así, buscan a Dios o a Jesús por los cielos, fuera del compromiso por un mundo fraternal. No saben -¿quieren saberlo?- que la fe es un encuentro con Jesús que se produce y se desarrolla en los acontecimientos de la vida ordinaria. Los hechos diarios vividos con espíritu observador son una escuela inagotable de descubrimientos. En ellos surge la noticia de lo que sucede; mientras se camina, hay tiempo para reflexionarlos, interpretarlos, asimilarlos. Sentados no podemos llegar a parte alguna. En un camino normal, hacia Emaús, Jesús se hace presente, comenta e interpreta lo ocurrido en Jerusalén, se abre a la intimidad de dos caminantes, entra en su casa y les ayuda a nacer a la fe.

Lucas condensa en tres las apariciones de Jesús: a las mujeres, a dos discípulos que van de camino y a los apóstoles. Como narrador religioso, pretende con ellas abrir nuestros corazones al gozo pascual, hacer que los corazones de los creyentes "ardan" de alegría y esperanza. Sus relatos de las apariciones difieren de los de Mateo y Marcos por su naturalidad. Los dos primeros subrayan el aspecto milagroso y extraordinario (temblor de tierra...) y destacan el miedo y el terror de los testigos. La resurrección en Lucas ha perdido el carácter de milagro de poder a la manera bíblica, para quedarse en un acontecimiento que alegra el corazón y conduce a los testigos a la oración (Lc 24,53).

Marcos nos transmite el episodio de Emaús con sobriedad. Lo abrevia refiriéndonos únicamente que Jesús se apareció "en figura de otro a dos de ellos que iban caminando a una finca". Destaca sobre todo que los otros discípulos "no les creyeron". El largo y profundo relato de Lucas es la expresión gráfica del proceso interior por el que debieron pasar los apóstoles en su fe hacia Jesús resucitado. Los dos discípulos de Emaús -única vez que se habla de ellos- son el símbolo de la comunidad cristiana primitiva y, también, de las comunidades de todos los tiempos hacia el Cristo de la fe.

En su segundo libro, Lucas nos cuenta un episodio con idéntica estructura que éste (He 8,2~40). Nos da tres pistas para descubrir la presencia del resucitado en medio de nosotros: la palabra -"les explicó la Escritura... ¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba?"-, la eucaristía -"y ellos contaron cómo lo habían reconocido al partir el pan" -y la comunidad -"se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los once con sus compañeros"-. Es el nuevo modo de encontrar a Jesús de los que no le hemos visto personalmente. Pero siempre que "caminemos" desprendidos y comprometidos con la humanidad. Ahí parece que apunta Lucas al colocar este entrañable relato en el último capítulo de su evangelio.

2. Jesús está presente en el hombre que camina a nuestro lado El mismo día de la resurrección, dos discípulos caminan hacia la aldea de Emaús, situada a unos once kilómetros al noroeste de Jerusalén. Habían perdido a Jesús y se dispersan; dejan el grupo de los discípulos y vuelven a su mundo viejo, a sus ocupaciones pasadas, como si la persona y el mensaje de Jesús hubieran sido un paréntesis de ilusión en el caminar de sus vidas. Lucas nos describe detalladamente su estado de ánimo. Los dos se alejan de Jerusalén, en la que siguen reunidos los demás discípulos con las puertas cerradas. La ruina de la comunidad es total. La ruptura parece consumada y las esperanzas muertas. Una nube de dudas y de incredulidad rodea sus mentes, y el desprecio por la opinión de las mujeres es evidente. Caminan derrotados, sin esperanza, desilusionados y encerrados tercamente en su posición. Lucas ahonda en el drama de los apóstoles, cuya crisis a consecuencia de la muerte de Jesús fue mucho más seria de lo que tendemos a suponer.

Jesús les sale al encuentro como un caminante más. Pero este caminante no vive en la desesperanza: está sereno y confiado. ¿Por qué no lo pueden reconocer? Porque tienen vendados los ojos a causa de lo increíble del mensaje pascual: ¿cuándo se ha visto que un cadáver recobre la vida y salga de su sepulcro? Encerrados en su pena, sólo les interesa su yo. Su verdadera preocupación no era ver a Jesús, sino el fracaso que les consumía, su ilusión evaporada y su orgullo herido. Y así no pueden ver nada. Ni siquiera les interesa saber quién es el acompañante. Sólo hablan y hablan de su situación perdida. Son ellos el centro de toda la charla. Están tristes, quizá no tanto por la muerte de Jesús cuanto por el fracaso de sus planes mesiánicos triunfalistas. Así, Lucas, el evangelista de la sensibilidad humana, nos descubre el drama íntimo de aquellos cristianos que son incapaces de ver a Jesús, y nos insinúa que para ver a Jesús resucitado la primera condición es ver al hombre que camina a nuestro lado. Quien no ve al prójimo, no puede ver a Jesús. Es inútil buscarlo en el sepulcro: está vivo entre nosotros, tan cercano que su presencia puede resultarnos muy incómoda.

No les faltaba la presencia de Jesús, como no nos falta a nosotros. Pero no son conscientes de ella porque no han ahondado en el sentido de esa vida aparentemente fracasada. En la confusión que llevan dentro no distinguen nada con claridad. No es que Jesús se haya disfrazado; es su falta de fe y de esperanza lo que oculta su presencia.

3. Necesitamos ahondar constantemente en lo que ya sabemos... "¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?", les pregunta Jesús. Las palabras de los discípulos son como un resumen de la catequesis primitiva. Los dos caminantes conocen el mensaje de la resurrección de Jesús al tercer día, que él mismo les había profetizado. Han oído el anuncio de las mujeres, han visto el sepulcro vacío. Pero todo esto no basta para convencerlos: a él no le han visto.

Esperaban "que fuera el futuro liberador de Israel", que terminara con la opresión de los romanos, que implantara el orden nuevo de la justicia y de la libertad sobre la tierra. Su alegría al seguir a Jesús estaba en que veían que con él estas cosas podían ser pronto realidad. Con su muerte, todas sus esperanzas de una sociedad nueva se habían derrumbado. Las palabras con que explican al desconocido su estado de ánimo son claras: Jesús ha sido víctima impotente del poder de los dirigentes religiosos judíos y de la soberanía romana. Ha sido derrotado por ellos. Y ellos soñando con sus planes triunfalistas...

Su problema es muy serio y actual. No podrán -no podremos- ver a Jesús mientras no modifiquen la idea que se han formado de él, mientras no comprendan lo más esencial: que su reino no tiene nada que ver con el poder, porque es el reino del amor en el servicio fraternal. ¿Cómo lo van a reconocer en ese hombre extraño que se les ha unido en el camino?

Han abandonado en el sepulcro vacío todas sus esperanzas, a pesar de haber escuchado muchas veces los pasajes de la Biblia referidos al Mesías. La muerte de Jesús les ha provocado una crisis de difícil solución al oscurecerles todas las salidas. Sus ilusiones y esperanzas han desaparecido por completo.

Sin embargo, su decepción tiene un remedio: deben repasar nuevamente el mensaje bíblico para sentir la constante novedad que encierra. Es lo que hará Jesús cuando ellos terminen de formularle sus lamentos.

No sabemos esperar. Somos incapaces de pagar el precio de la paciencia por los ideales que llevamos en el corazón y de sufrir en silencio. Sentimos la necesidad de ver reconocidas inmediatamente, y triunfadoras, nuestras ideas. Nuestra esperanza está escasamente proyectada al futuro, por lo que ya no es esperanza, sino cálculo humano. Damos la impresión de no saber ver más allá del fracaso inmediato, del dolor profundo, de la incomprensión de los que deberían entendernos y apoyarnos. Conocemos demasiado nuestra soledad, nuestras debilidades, nuestra oscuridad, para advertir a este discreto compañero de viaje que camina siempre a nuestro lado; irreconocible por nuestro cansancio, pereza, aplazamientos, cobardía, individualismo... ¿Cuándo hemos tomado en serio las palabras de Jesús y hemos profundizado en ellas a través de una oración asidua y apasionada? Por eso no debemos quejarnos si no logramos leer los acontecimientos que nos afectan personalmente.

Los discípulos de Emaús son la expresión de los cristianos de hoy y de siempre que viven desilusionados, desengañados, y que, al faltarles el punto de apoyo, lo dejan todo, no por despecho ni por convencimiento. No están contra nada, pero sienten que Jesús les ha fallado... Reflejan nuestra situación actual, personal y comunitaria, de desánimo, oscuridad, falta de ilusión, diálogo sin salida, huida de la comunidad; de fáciles lamentaciones, incertidumbres y dudas. Vivimos como si Jesús no estuviera vivo, como si no fuera una fuerza para nosotros. Nos es difícil aceptar que en el sufrimiento del mundo asumido por Jesús, en el camino de la humanidad que padece y se mantiene en la esperanza, está latente la resurrección que se aproxima y que podemos adelantar con nuestro esfuerzo.

4....Porque Jesús está siempre más allá

"¡Qué necios y torpes sois para creer en lo que anunciaron los profetas!" Por fin, los dos discípulos se callaron y dejaron que el desconocido pudiera hablarles. Comienza con un reproche: les echa en cara su insensatez, la superficialidad con que han leído las Escrituras y la ligereza con que han tomado sus enseñanzas para acomodarlas a sus deseos. Después les explica el sentido de todo lo que ha pasado y el sentido de la historia humana. Les habla al corazón y les ayuda a profundizar en los mismos textos sagrados que ellos estaban convencidos de conocer.

El reproche de Jesús a los dos abatidos discípulos debemos escucharlo como dirigido a nosotros. ¿No vivimos como si el camino cristiano fuera fácil, seguro, sin lucha? No creemos que "era necesario que el Mesías padeciera" a causa de la situación empecatada del mundo. Y menos aún creemos que su camino de lucha y de sufrimientos es el mismo que tendrán que seguir sus verdaderos seguidores.

Hemos de reconocer que los cristianos no sabemos leer las Escrituras. Conocemos superficialmente las narraciones, pero no profundizamos en su sentido. No basta decir que creemos en Jesús, porque no es difícil inventarse uno que se acomode a nuestra forma de ser y de vivir. ¡Cuántas interpretaciones de Jesús a lo largo de la historia para evitar el esfuerzo personal!

¿Quién es Jesús para nosotros? Decimos que es el Mesías, pero ¿cómo interpretó él su mesianismo? Afirmamos que es el Hijo de Dios; mas ¿qué significa en la práctica tan pomposo título?

Necesitamos volver a las fuentes, como hizo Jesús con aquellos dos discípulos por el camino. Necesitamos descubrir el misterio de la existencia humana en el misterio de este Jesús que destruye nuestros mitos de falsa grandeza y nos sitúa en el verdadero camino humano y divino: el del amor hasta dar la vida (Jn 15, 13-14).

5. Presencia de Jesús en la eucaristía y en los caminos

Llegan al término del viaje. Jesús pretende seguir caminando, pero es invitado a que se quede con ellos. Han atinado con las palabras justas: "Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída". ¿Qué haremos solos cuando llega la "noche"? Jesús se sienta a la mesa con los dos discípulos y asume la función que le corresponde como invitado: bendecir y repartir el pan, gesto propio del padre de familia. Las comidas de los judíos comenzaban con la bendición y fracción del pan.

Lo que no ha logrado Jesús con sus explicaciones lo va a conseguir con sus gestos. Los oídos de los caminantes están ya muy cerrados a las palabras. Han escuchado demasiadas razones, y nada puede convencerles. Jesús unió a su enseñanza la fracción del pan, y los discípulos "abrieron los ojos y lo reconocieron". La fe se había despertado, purificado y enriquecido. Jesús resucitado está allí iluminando la aventura aparentemente fracasada de los que trabajan por la fraternidad universal.

Según los evangelistas, Jesús prefería para sus manifestaciones a los discípulos la hora de la comida y la fracción del pan. Es una forma de decirnos que la reunión eucarística fue el lugar privilegiado en el que los primeros cristianos descubrieron la presencia de Jesús. La misma finalidad deben tener nuestras eucaristías dominicales. En ellas están presentes la palabra, el pan y la comunidad, lugares privilegiados de la presencia del Resucitado en medio de nosotros. ¿Son nuestras eucaristías una comida de amigos? ¿En el gesto de comer juntos el mismo pan descubrimos al mismo Jesús, Señor de la comunidad? Sólo si vivimos la celebración eucarística como un encuentro personal con Jesús vivo -que camina con nosotros -descubriremos su sentido, su valor, su posible repercusión en toda nuestra vida.

Tan pronto como los discípulos reconocen a Jesús, desaparece de su vista. Más que resaltar el hecho de la resurrección de Jesús, Lucas quiere señalar que las relaciones de los creyentes con Jesús ya no pueden fundarse en su presencia física y visible, sino en la fe en su nueva presencia misteriosa.

Ahora comprenden lo que les sucedía cuando Jesús les explicaba las Escrituras por el camino: les parecía que les ardía el corazón. Once kilómetros de camino con aquel desconocido que "no sabe lo que ha pasado", para darse cuenta al fin que son ellos en realidad los que lo ignoraban todo, porque desconocían el significado de unos acontecimientos que solamente sabían narrar. Once kilómetros de camino con aquel compañero de viaje para reconocer que no pueden prescindir de él. Lucas, con un estilo concreto, humano, vivo, tan humano y tan vivo que nos alcanza de lleno, nos presenta a dos discípulos de Jesús modificando radicalmente su interpretación de los hechos de la vida del Maestro a medida que se iba apoderando de ellos la fe en su resurrección. Al final de la larga marcha, los dos caminantes se han descubierto renovados por completo. Su comprensión de la vida de Jesús es "otra". Hasta entonces consideraban a la muerte como el fracaso definitivo de la humanidad. A sus ojos, aun el mayor profeta fracasaba estrepitosamente si su final era una muerte ignominiosa. Ahora habían comprendido y sabían que tenían que seguir profundizando para comprender cada vez mejor.

La huella que dejó Jesús en los discípulos que caminaban hacia Emaús fue determinante. Se convencieron de su resurrección por los mismos medios por los que nos podemos convencer nosotros: la meditación de la Escritura, la celebración de la eucaristía en comunidades vivas y el trabajo por el reino de Dios. Si esto no nos sucede hoy, la razón habrá que buscarla en la ausencia de estos medios en nuestra vida. ¿Tienen algo que ver la mayoría de nuestras eucaristías con la última cena de Jesús?

De ahora en adelante podremos encontrar a Jesús en nuestros caminos. Viaja de incógnito. Es uno cualquiera, tiene el aspecto común de las personas que me encuentro cada día. Nos espera en la cita con lo imprevisible.

6. Los discípulos dan testimonio

Siempre permanecerá en el misterio saber con precisión cómo llegaron los dos caminantes a este nuevo conocimiento de Jesús. Pero lo que sí sabemos es cuál fue su reacción después de haber abierto los ojos. Los dos discípulos, olvidando su cansancio y que la noche ya había llegado, se levantan y corren gozosos a comunicar la gran noticia al resto de discípulos. El descubrimiento les lleva necesariamente a un compartir, a una comunicación, a un testimonio. Nada podía ser ya como antes.

Vuelven con sus hermanos. Su puesto está allí, en la edificación de la comunidad de seguidores de Jesús, en el testimonio y la misión de lo que saben. Han descubierto que Jesús resucitado está allí donde se encuentra la comunidad reunida. La señal más convincente y plena de la resurrección no llega hasta que la comunidad, renovada, se pone en marcha para seguir la tarea iniciada por Jesús.

Se encontraron con que la comunidad tenía la misma fe que ellos, porque Jesús se había aparecido a Pedro. Se han convencido de que el camino vivido y enseñado por Jesús era el verdadero.

Esta experiencia es necesario que la adquiramos cada uno de nosotros. No basta ni debemos dejar que sean otros los que "sientan" por nosotros, los que nos digan que Jesús resucitado es el auténtico camino de la vida. Para ello necesitamos tener la mirada, el cerebro y el corazón preparados para entender.

7. ¿Cómo interpretar este pasaje?

Después de su dispersión en el huerto de Getsemaní y de derrumbarse con la muerte del Maestro las pocas esperanzas que les quedaban, los discípulos fueron reflexionando lentamente todo lo que acababa de pasar de forma tan rápida y decisiva. Eran conscientes de que los acontecimientos sucedidos estaban por encima de su comprensión, de sus perspectivas sobre el futuro...

Desorientados, se reunieron para intercambiar sus reflexiones en medio del abatimiento y de la pena. Según su costumbre, releyeron ciertos pasajes bíblicos y compararon lo que estaba allí anunciado con lo sucedido a Jesús. El largo cortejo de inocentes perseguidos, de profetas asesinados..., iba desvelándoles magníficamente la vida del Maestro. La liberación después de la esclavitud, los regresos triunfales después de los largos destierros..., anunciaban que la muerte del justo no podía ser definitiva. La imagen del siervo de Isaías adquiría un relieve impresionante a la luz de la pasión de Jesús (Is 52,13-53,12). Numerosos pasajes de los salmos y de los profetas se iluminaban de una forma inesperada y reveladora cuando los escuchaban y comentaban al recuerdo de Jesús.

Con ayuda de la Escritura fueron ahondando en las palabras e intenciones de Jesús. Palabras e intenciones que habían velado con sus prejuicios y ambiciones terrenas. Y empezaron a maravillarse de la profundidad de sus designios, de lo acertado de sus planteamientos.

Empezaron a comprender que el reino que proclamaba Jesús se abría en otra dirección muy distinta a la que ellos habían interpretado.

Y así, el conocimiento de Jesús se fue reforzando al caminar en común. Se sentían cada vez más cerca de él cuando se juntaban para la oración y para el intercambio de sus reflexiones y experiencias. Y cuando querían hacer esta presencia realmente viva y sensible, obedecían a su recomendación en la última cena: se sentaban, como tantas veces lo habían hecho con él, y compartían el pan y el vino. Y era tan grande la intensidad de su visión interior y tanta la fuerza de su recogimiento y de su amistad, que la presencia de Jesús se les hacía casi palpable, evidente, y lo reconocían como nunca hasta entonces lo habían reconocido.

Se desbordaba su alegría, su fe se hacía comunicativa y contagiosa y no podían menos de empezar a anunciar a los demás aquello mismo que llenaba sus corazones. Se sorprendían diciendo cosas que aprendían ellos mismos al decirlas. Ya no echaban de menos el tiempo de la vida terrena de Jesús. En medio de las más duras persecuciones -libro de los Hechos de los Apóstoles-, de los fracasos y de los golpes, experimentaban que el Señor estaba con ellos y entre ellos más vivo que nunca, que Jesús era su misma vida...

FRANCISCO BARTOLOME GONZALEZ
ACERCAMIENTO A JESUS DE NAZARET- 4 PAULINAS/MADRID 1986.Págs. 341-349


18.

EL CAMINO DE EMAÚS

1. Desesperanza

El mismo Jesús había anunciado lo que ya estaba escrito: «Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas» (Mt. 26, 31--Cr. 2.-13, 7). Y así fue. El pastor fue herido malamente por una manada de lobos; fue en la noche, con el poder de las tinieblas. Ahora vemos a los discípulos dispersarse con una angustiosa sensación de miedo y fracaso. Podemos seguir la pista de dos de ellos, los que caminan hacia Emaús. El camino de Emaús es el camino del desencanto, de la evasión, de los recuerdos tristes. El camino de Emaús es el camino de los que esperaban. «Nosotros esperábamos». Son los que conjugan en pretérito el verbo esperar. Nosotros esperábamos «que él fuera..., que él librara a Israel...». Nosotros esperábamos la libertad plena, el Reino de Dios, la realización de nuestras utopías: de la paz y la justicia.

Esperábamos. Todas aquellas esperanzas se han convertido en frustraciones y amargas desilusiones. Ahora lo mejor es olvidar, descansar, alejarse del mundo, retirarse a la finca privada, a la propia intimidad. Hoy, estos discípulos tienen cantidad de imitadores, son incontables los que andan por el camino de Emaús, quizá el más frecuentado. Fijaos en un fin de semana o en un principio de vacaciones: la gente, como loca, huye de la ciudad y del trabajo, del esfuerzo y del compromiso, van hambrientos de soledad y descanso, necesitados de evasión y de olvido, y son millones. Emaús es hoy el chalet, la playa, la excursión, es el vídeo, la discoteca o el fútbol. Emaús es hoy la abstención, el desencanto, el pesimismo. Emaús es hoy el sofá, el narcisismo, el refugio. Emaús es hoy el espiritualismo evasivo, el tradicionalismo a ultranza, la búsqueda de seguridades.

Esperábamos, pero se ha llegado al fin de la ilusión del progreso ilimitado, al crepúsculo de todas las utopías, al escepticismo ante los proyectos revolucionarios, a la risa ante palabras grandilocuentes. Se desconfía de los ideales de la ilustración y aun de la misma razón, se niegan todos los fundamentalismos, se rechazan los «grandes relatos», como las cosmovisiones filosóficas, políticas y religiosas.

Esperábamos que se lograría un mundo más justo, que la verdadera democracia fuera posible, que el desarrollo económico nos haría felices, que el desarrollo cultural nos haría más humanos. Esperábamos, pero todo sigue igual o quizá peor.

Esperábamos que el Concilio renovaría a la Iglesia, que el movimiento ecuménico lograría, al fin, sus objetivos, que el laicado llegaría a la mayoría de edad, que la Iglesia toda fuera profecía de futuro. Pero aquello ¿fueron esperanzas de los años 60? Y más concretamente, esperábamos que el cambio político renovaría la sociedad, que el ingreso en Europa aceleraría la construcción de la «casa común», que la mejora económica del país acabaría con el paro y la pobreza, que la tolerancia política haría imposible el terrorismo, que nos acercábamos, en fin, a un mundo mejor, a una sociedad más humana y fraterna.

Esperábamos. ¿Han muerto las esperanzas? Importa disfrutar de la rosa que hoy existe. Olvidar todo lo demás.

2. ¿De qué habláis en el camino? Los discípulos de Emaús encontraron en su camino al Señor Jesús. ¡Qué suerte! O mejor, ¡qué gracia! Y el Señor, al que aún no conocían, les preguntó: «¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?». Y ellos desgranaron el rosario de sus desilusiones, centrados en «lo de Jesús Nazareno».

-Hablamos de las cosas que pasan Si ahora el Señor también nos preguntara sobre lo que hablamos en el camino, ¿qué podríamos responder? Mira, Señor, hablábamos de las cosas que pasan. Hablábamos de la crisis, de las últimas salvajadas terroristas, de la política, de los problemas económicos: el paro, los precios, la vivienda, los gastos. Hablábamos del gobierno, de la TV, de los deportes. Hablábamos de los problemas del mundo -¡son tantos!-. Hablábamos de los jóvenes, de los artistas, de los curas. Hablábamos de las drogas y de las modas... Hablábamos mucho, sobre todo en el bar, pero sin ilusión, por distracción, buscando más bien el morbo de las cosas.

-Entonces Jesús les dijo» Jesús empezó a abrirles los ojos, explicándoles las Escrituras, y empezó a hablarles al corazón. Y según hablaba el Maestro -¡qué pena no conservar aquella exégesis!-, su mente se iba llenando de luz y su corazón se iba encendiendo de amores. Así que el camino se les hizo muy corto. Qué bien encontrar en nuestros difíciles caminos a alguien que nos diga palabras de aliento y comprensión.

Necesitamos que Jesús nos hable también a nosotros y nos explique las Escrituras, que se refieren a él. Nos dirá que somos muy torpes y que no tenemos fe, que no acabamos de comprender que el nos acompaña siempre en el camino y que nunca nos deja solos en nuestras pruebas, que nos apoyamos únicamente en nosotros y nos fiamos demasiado de nuestras fuerzas, que debemos fiarnos más de él, porque él ha vencido. Y nos enseñará la necesidad de la cruz y el valor redentor del sufrimiento, camino necesario para llegar a la libertad y crecer en el amor. No todo es camino de rosas. Hay que trabajar y luchar y sufrir mucho, si queremos que nuestra vida y la de todos termine en Pascua. Pero nos probará que la Pascua es cierta, que hay salida a las situaciones más difíciles, que todo tiene sentido, que lo último es una explosión de luz, de gozo y de vida.

-"Quédate con nosotros" Era una petición obligada. Aquellos discípulos ya no podían hacerse sin él. Tenía palabras de vida eterna. Sin él todo resultaba vacío y triste. Si él se va, la noche se echa encima. Se quedó, como siempre Por algo es el Emmanuel. El esta deseando que le invitemos. Después de las palabras vendrán los gestos amistosos, el partir el pan y la entrega. Esto aclara definitivamente las cosas. Cuando se parte el pan, cuando desaparecen los egoísmos, cuando compartimos la amistad, es cuando se nos abren los ojos y podemos reconocer a Cristo; es cuando, de verdad, Cristo se hace presente y vuelve la alegría, el entusiasmo, la esperanza; es cuando los demás pueden reconocer a Cristo entre nosotros.

A Cristo se le conoce al partir el pan, porque Cristo es pan que se parte y se comparte. Así, el cristiano tiene que ser pan para el mundo.

3. Camino de vuelta. El testimonio.
Si la marcha a Emaús es camino de desesperanza, la vuelta de Emaús es camino ilusionado. Si Emaús es olvido, Jerusalén es testimonio. El reencuentro con Cristo transformó a los discípulos en apóstoles. Ni un momento más en Emaús. Corriendo se desanda el camino, porque hay una gran noticia que comunicar. El gozo les resulta incontenible. Hay que decir a todos los que dudan que Cristo vive; a todos los que sufren, que Cristo ha resucitado; a todos los que buscan, que Cristo se deja encontrar. Esta ha de ser ahora nuestra tarea. Nosotros, como los de Emaús, encontramos a Cristo, escuchamos su palabra y partimos el pan. Después de recibir sus enseñanzas y su alimento, hemos de salir entusiasmados, tratando de dar testimonio de lo que hemos visto y oído. Son muchos los que esperan un poquito de nuestra luz.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Págs. 197-200


19.

¿QUE HA SIDO DE LA ALEGRÍA?

¿No ardía nuestro corazón...

Los relatos pascuales nos hablan sin excepción de la alegría irreprimible que inunda el corazón de los creyentes al encontrarse con el resucitado. Los discípulos de Emaús en «el viaje de vuelta de la desesperanza» sienten que su corazón arde y se ilumina con la presencia y compañía del Señor.

¿Dónde está hoy esa alegría pascual? ¿Qué ha sido de ella en esta Iglesia, a veces tan cansada y temerosa, como sociedad que hubiera dado ya lo mejor de sí misma y, exhausta de fuerzas, tratara de buscar apoyos diversos fuera de Aquel que la puede llenar de vigor y alegría nueva?

¿Dónde está la alegría pascual en esa Iglesia, con frecuencia, tan seria, tan poco dada a la sonrisa, con tan poco humor para reconocer sus propios errores y limitaciones, tan ocupada en girar una y otra vez en torno a sus propios problemas, buscando su propia defensa más que la de la humanidad entera?

¿Dónde está el gozo pascual en esos cristianos que siguen «practicando la religión» tristes y aburridos, sin haber descubierto con emoción lo que es celebrar la vida cristiana? Se diría que los cristianos no somos capaces de vivir la "alegría cristiana", y a la larga, ni siquiera de aparentarla.

Porque esta alegría que se respira junto al resucitado no es el optimismo ingenuo de quien no tiene problemas. No es tampoco la satisfacción que produce el haber saciado nuestros deseos o el placer que se obtiene del confort, la comodidad y la posesión. Esta alegría es fruto de una presencia del Señor en el fondo del alma y en medio de la vida. Una presencia que llena de paz, disipa el temor, dilata nuestras fuerzas, nos hace aceptar con serenidad nuestras limitaciones, nos hace vivir ante la presencia del Dios de la vida.

ALEGRIA/VCR: Esta alegría no se da sin amor y oración. Es alegría que se experimenta como «nuevo comienzo» y resurrección. Es fruto del encuentro sincero y agradecido con el Señor que pide calladamente albergue y acogida. Velasco-JM llega a decir que «tan central es esta experiencia para la vida cristiana que puede decirse sin exageración que ser cristiano es haber hecho esta experiencia y desgranarla en vivencias, actitudes, palabras y acciones a lo largo de la vida».

Esta alegría no se vive de espaldas al sufrimiento del mundo. Al contrario, sólo es posible cuando uno ha percibido que este mundo de muerte, tan triste, maltrecho y sombrío, es aceptado con amor y ternura infinitas por ese Dios que ha resucitado a Jesús de la muerte.

¿No ha de ser hoy una de las tareas más importantes de la Iglesia redescubrir esta alegría en su propio corazón que es Cristo resucitado e irradiarla y difundirla en la sociedad?

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 51 s.


20.

1. La interpretación de la Escritura.

En el maravilloso episodio de los discípulos de Emaús vemos cómo la fe pascual de la Iglesia se acrecienta mediante la interpretación que Jesús hace de sí mismo. Los discípulos que caminan con el desconocido hablan de Jesús como si fuera un simple profeta (v. 19), y como éste fue ejecutado y los testimonios de las mujeres no han bastado para sacarles de su abatimiento, Jesús recurre a la Escritura que ellos debían conocer. No se trata de un mero profeta, sino del propio Mesías, a cuya muerte y resurrección remiten concéntricamente las tres partes de la Escritura: la Ley, los Profetas y los demás libros (llamados por los judíos las Escrituras). Todo lo que se narra proféticamente en la Escritura indica que el sufrimiento y la muerte no son la última palabra de Dios sobre el hombre, sino que el hombre arquetípico y definitivo, el Mesías, conducirá todas las imágenes a la verdad completa en su persona. Que Dios es un Dios de vivos y no de muertos, lo había dicho ya Jesús a los saduceos; en Jesús Dios se muestra como la «resurrección y la vida» (Jn 11,2S). En modo alguno se trata de una exageración o de una interpretación artificial posterior cuando esta idea fundamental se pone de relieve -aquí por Jesús y posteriormente por la Iglesia- como el sentido fundamental de toda la Escritura precedente. Como demostración de esta autointerpretación aparece al final del evangelio el relato de la bendición eucarística del pan el verdadero maná- y de la desaparición de Jesús, que deja su palabra y su sacramento a la Iglesia.

2. La primera lectura muestra la doctrina completa de la Iglesia, sobre la que ha descendido ya el Espíritu Santo. Pedro se la explica a los pueblos reunidos, y para probar la necesidad de la resurrección, recurre a un texto particularmente penetrante de los Salmos de David (Sal 16,8-11). El salmista expresa en él su «segura esperanza» de que Dios no entregará su cuerpo a la muerte y a la corrupción. Poco importa que el propio David haya muerto ya, su seguridad y confianza aluden prolépticamente al cumplimiento de la promesa divina de vida en uno de sus descendientes. Y esta promesa veterotestamentaria se ha cumplido ahora definitivamente con el descenso del Espíritu Santo sobre la Iglesia (v. 33). «Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de la muerte habita en vosotros, el mismo que resucitó al Mesías dará vida también a vuestro cuerpo mortal, por medio de ese Espíritu suyo que habita en vosotros» (Rm 8,11).

3. La segunda lectura llega aún más lejos, hasta antes de la creación del mundo. ¿Por qué creó Dios este mundo lleno de penalidades y sometido a la muerte? Los no creyentes no ven en la vida humana -y es comprensible que así sea- más que un «proceder inútil», algo absurdo (v. 18). Pero si la fe cristiana nos enseña que el plan divino de salvación ya existía desde antes de comenzar la creación: que todo estaba justificado sólo si reposaba sobre «la sangre de Cristo, el cordero sin defecto ni mancha, previsto antes de la creación del mundo», y todo ha adquirido su sentido mediante la autoinmolación del Hijo de Dios por toda esta creación perdida, entonces no solamente el Antiguo Testamento, sino también toda la historia del mundo, la creación entera corre hacia el acontecimiento de la redención, que transforma todo sentimiento de «inutilidad» en fe y esperanza en Dios.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 62 s.


21.

«TOMAR LAS DE VILLA-EMAUS»

Esta historia de los discípulos de Emaús me trae a la memoria la parábola del hijo pródigo. Ese alejarse de Jerusalén a Emaús cuando murió Jesús me ha parecido siempre un poco «abandonar la casa del padre para ir a una región extraña». Porque, veréis: Jesús les «había repartido sus bienes». Es decir, les había dado su doctrina y su amor. Les había trazado un proyecto de vida. Los había educado como «pueblo» con proyección de futuro. Luego había muerto. Y no podrían alegar ignorancia de la resurrección, ya que ellos mismos confesaron: «Es verdad que algunas mujeres nos han dicho...». Y, sin embargo, esa misma mañana, salieron de Jerusalén, poniendo tierra por medio, es decir, «tomando las de Villa-Emaús».

El hombre, amigos, es así. Cuando tiene todos los ases a su favor, hace una «espantá» y ¡se larga! Luego, vuelve, es verdad. Pero, ¡se larga! ¿No os habéis extraviado nunca? ¿No os ha pasado que, al llegar a una bifurcación del camino, por no poner un mínimo de atención, habéis tomado el ramal que «no era», alejándoos, y teniendo luego que «desandar lo andado»? Y, en nuestro itinerario cristiano, ¿no os pasa lo mismo: que, por probar aventuras nuevas nos alejamos y tenemos que «volver a empezar» otra vez? Pues, he ahí la historia de los de Emaús. Pero a aquellos «fugitivos de lo bueno» les ocurrieron tres cosas que les hicieron «volver».

--«Les alcanzó un peregrino».--¡Ojo a los peregrinos! ¡Aunque tengan cara de «forasteros» y parezca que «no saben nada de lo que aconteció en Jerusalén», ojo a los peregrinos! Que un día decidió Dios hacerse peregrino allá en Belén y, desde entonces, muchos, aunque se lo han encontrado, no han advertido que «El es el Camino, la Verdad y la Vida». ¡Ojo con los peregrinos, porque acostumbran a acompasar sus pasos a los nuestros...!

--«Recordándoles las Sagradas Escrituras».--Necesitamos, amigos, el contacto constante con la palabra de Dios. Aquellos dos hombres ya conocían los escritos del Antiguo Testamento. Conocían igualmente «los sucesos que esos días habían ocurrido en Jerusalén», ya que de eso iban hablando. Pero hizo falta que aquel forastero, «comenzando por Moisés..., les explicara lo que se refería a El en la Escritura». Es decir, nos hace falta una reflexión honda, viva, interpelante, de la Palabra. Escuchad lo que dice el Concilio: «Solamente con la luz de la fe y con la meditación de la palabra divina es posible reconocer a Dios en quien "vivimos, nos movemos y existimos", buscar su voluntad en todos los acontecimientos... y juzgar con rectitud sobre el verdadero sentido de las cosas temporales».

--«Sentado a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio».--«Entonces se les abrieron los ojos». Esa fue la tercera maravilla del encuentro. Yo no sé en qué grado camináis con respecto a la Eucaristía. No sé si la véis como «una cosa que hay que cumplir» o si habéis descubierto que es el gesto desbordado de Alguien que nos ama hasta convertirse en «nuestro alimento». Pero es necesario que el cristiano que va a Emaús sepa que, sin ese pan, no llegará nunca: «Vuestros padres comieron el maná y murieron; el pan que yo os doy es la Vida Eterna». No nos sirven, los alimentos de los hostales del camino, aunque tengan cinco estrellas. En nuestra travesía de desierto necesitamos «comer y beber», como Elías. Para «llegar al Horeb, el monte de Dios».

ELVIRA-1.Págs. 36 s.