COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Hch 2. 14/22-28

 

1. Sal 015.

Obsérvese cómo los apóstoles aparecen formando un colegio presidido por Pedro. Ellos son los primeros testigos; su testimonio congregará las doce tribus de un nuevo Israel, el Israel de Dios.

Las palabras de Pedro son un testimonio según la promesa del Señor (1. 8). Y aunque no se dice nada de que continúa el milagro de las lenguas (cf. v. 4), Pedro habla con la fuerza del "Espíritu de verdad".

Su discurso se centra en la proclamación de la Resurrección que ellos, los apóstoles, han vivido como un hecho de su propia experiencia, pero que lo han interpretado como el cumplimiento de las profecías del A.T. Que la resurrección del Señor fuera "según las Escrituras", como dice el símbolo nicenocostantinopolitano, fue desde el principio una de las convicciones más arraigadas en la Iglesia (Hch 13. 32-37; 1 Co 15. 3).

El pecado de los judíos fue rechazar al que Dios había enviado, su incredulidad. Este rechazo llegó hasta el extremo de eliminar a Jesús con la ayuda de los paganos, del procurador romano Poncio Pilato. Jesús fue excomulgado de la Sinagoga y arrojado de la comunidad de los vivos. Jesús se enfrentó no tanto a la religiosidad oficial como a los poderes políticos de este mundo.

Murió fuera de los muros de la "Ciudad Santa", en una cruz, padeciendo, lo mismo que un esclavo que lucha por la libertad de los oprimidos.

Pero Dios lo resucitó y la Vida triunfó sobre la muerte, el límite de toda represión. Jesús es ahora el Señor, principio del verdadero pueblo de Dios y fundamento de todas las esperanzas de los pobres. Todo estaba previsto en el plan de Dios y anunciado en las Escrituras. De ello dan testimonio los apóstoles.

El salmo 16 (vv. 8-11) que cita san Pedro, expresa la confianza inquebrantable del justo que se apoya en Dios y que no teme ni tan siquiera la muerte. Ahora bien, el autor de este salmo, David, cuya tumba se muestra hoy en Jerusalén, no escapó al poder de la muerte. Por eso cree san Pablo que David hablaba proféticamente en nombre del Mesías, su descendiente, que había de resucitar (cf. 13. 32-37) como el primer nacido de entre los muertos. La resurrección es comparada a un nacimiento desde el seno de la muerte, incapaz de retener a Jesús en la corrupción.

EUCARISTÍA 3-V-1981/Núm. 22


2.

Las primeras lecturas de este domingo están tomadas de los discursos misioneros pronunciados por los apóstoles ante los judíos. El libro de los Hechos ha recogido ocho discursos: seis van dirigidos a miembros del pueblo elegido (Act 2, 14-35; 3, 12-26; 4, 9-12; 5, 29-32; 10, 34-43; 13, 17-41) y dos a paganos (Act 14, 15-17; 17, 22-31). Los primeros recurren a los mismos argumentos y se inspiran en un fondo escriturístico común, sin que siempre sea posible determinar si esas semejanzas son fruto de la redacción de San Lucas o de la catequesis primitiva. De hecho, todos contienen un exordio que recuerda el contexto del discurso, un relato generalmente idéntico de la muerte y de la resurrección de Cristo, apoyado en las Escrituras, una proclamación de la soberanía de Cristo sobre el mundo y un llamamiento a la conversión.

La liturgia de este día presenta, en primer lugar, un fragmento del primer discurso pronunciado por Pedro el día de Pentecostés.

Falta el exordio (Act 2, 15-21), la proclamación de la soberanía de Cristo y el llamamiento a la conversión (Act 2, 33-36 y Act 2, 36-41).

El nudo del discurso se somete a las leyes de la mayoría de los otros discursos misioneros. Nos encontramos primero con un resumen del ministerio público de Jesús de Nazaret (versículo 22; cf. Act 10, 38-39; 13, 24-25), después con el relato de las circunstancias de su muerte, a propósito de lo cual evoca Pedro la responsabilidad de los habitantes de Jerusalén (versículo 23; cf. Act 3, 13-15; 4, 10; 5, 30; 10, 39; 13, 27-29) y finalmente la proclamación (v. 24; cf. Act 3, 15; 4, 10; 5, 31; 10, 40-42; 13, 30-31) Los vv. 24 a 32 enumeran los argumentos escriturísticos con mayor fuerza probatoria como en Act 3, 18, 24; 4, 11; 5, 31; 10, 43; 13, 32-37.

a) Las referencias escriturísticas ponen de relieve que los primeros cristianos leían el Antiguo Testamento para encontrar en él el anuncio de la muerte y de la resurrección de Jesús (cf. Lc 24, 25-27).

El salmo 15/16, 10, primer texto citado, es probablemente uno de los más importantes sobre el que se apoyaron los apóstoles para justificar la resurrección propiamente dicha. Los medios rabínicos habían dado ya una interpretación mesiánica de los versículos 2, 5 y 11. Pedro (vv. 25-28) y Pablo (Act 13, 34-37) son sin duda los primeros que dieron el mismo valor al v. 10, a menos que haya que atribuirlo a las comunidades cristianas helenísticas, supuesto que se cita el salmo conforme a la versión de los Setenta, la única que admite esta interpretación ("no dejarás que tu santo conozca la fosa". Los judíos consideraban que la descomposición provocadora de la salida del espíritu no comenzaba hasta el tercer-día).

En el v. 24, Pedro menciona el salmo 17/18, 6, sin duda a causa de la palabra-clave hades, común a las dos citas sálmicas. El salmista daba gracias a Dios por haberle permitido liberarse de la muerte: esta oración parecía, pues, perfectamente indicada para expresar los sentimientos de Cristo ante la suya.

Es evidente que los dos salmos no hablan de la liberación de la muerte sino de una manera hiperbólica. La interpretación apostólica raya en el alegorismo, un procedimiento que, por fortuna, ha sido poco empleado.

En el v. 30 Pedro recurre al salmo 132/133, 11. Pero, como San Lucas abrevia muy a menudo las citas del Antiguo Testamento, cabe pensar que Pedro hizo también referencia al v. 10, en donde encontró el título de "Cristo" que él aplica a Jesús (cf. v. 31).

El apóstol piensa que David (?) pudo anunciar, en el Sal 15/16, que su descendiente no conocería la muerte, porque tenía conocimiento de la promesa mesiánica recordada en el Sal 132/133, 10-11. También aquí la argumentación es científicamente pobre, puesto que se apoya sobre la autenticidad davídica de estos salmos, una autenticidad más que dudosa. Sin embargo, muy bien puede aislarse el llamamiento a la esperanza mesiánica, y la fe en la resurrección se elabora a partir de esa esperanza.

En el v. 33 (que no figura en la perícopa) Pedro alude también al Sal 117/118, 16 (según la versión de los Setenta) que da a la resurrección el significado de una entronización (cf. también Act 5, 31). Los vv. 34-35 hacen referencia finalmente al Sal 109/110, en el que Dios invita a su Mesías a sentarse a su diestra. Pedro supone, pues, que ese Mesías ha recuperado su cuerpo.

Refiriéndose así, en tres o cuatro ocasiones, a los salmos de la esperanza mesiánica y davídica, Pedro desentraña el significado teológico de los acontecimientos de la resurrección: la Pascua de Jesús ha sido la fiesta de su entronización mesiánica. Así, la muerte del Mesías no ha puesto fin a su misión, sino todo lo contrario; se amplía, y prueba de ello es que los cristianos viven un cúmulo de circunstancias (milagros, ágapes, liberación de la cárcel, etc) que son otros tantos signos de la era mesiánica.

Está claro que los argumentos escriturísticos no constituyen pruebas de la resurrección (como si la Escritura la hubiera anunciado de antemano). Habrá que decir más bien que la experiencia escatológica por la que pasan los cristianos les confirma en la convicción de que la misión mesiánica de Jesús continúa y recibió en Pascua su consagración.

El apóstol no se preocupa, pues, por "probar" la resurrección partiendo de la Escritura: para hacerlo, ahí están los testimonios (v. 32), pero se sirve de la Biblia para desentrañar su significado.

Cabe sorprenderse hoy al advertir sobre qué bases tan frágiles descansa la argumentación escriturística de los apóstoles. Esto sería, sin embargo, tomar las cosas demasiado a fondo. Es cierto que el alegorismo interviene ampliamente en la argumentación, pera Pedro piensa encontrarse así con la esperanza mesiánica del pueblo y eso no tiene nada de alegórico. Para quienes tienen fe en un Mesías, que ha llegado incluso a descubrir su presencia en el comportamiento humano de Jesús en Nazaret (de ahí la importancia que tiene para los Doce el haber seguido a Jesús después de su bautismo), procede ahora dejar bien sentado que la muerte de ese Mesías le ha llevado, de hecho, a una investidura definitiva. La prueba está en que los apóstoles y los cristianos son capaces de poner de manifiesto esa mesianidad en los milagros, en los banquetes de pobres, el don del Espíritu, etc.

En el fondo, Pedro hablaba a personas que ya tienen la fe y están abiertos a una iniciativa mesiánica de Dios. Sería un error hablar así a los ateos: semejantes "pruebas" escriturísticas les arrancarían una sonrisa. Pero, en todo caso, la resurrección no se revela más que a hombres que, a falta de esperanza mesiánica, comparten, al menos, las esperanzas humanas y tratan de corresponder a ellas mediante el rechazo de toda suficiencia.

b) Pedro termina su discurso con la afirmación de que Dios ha hecho a Jesús Señor (cf. Sal 109/110) y Cristo (cf. Sal 131/132), y de ese modo formula las conclusiones teológicas de su argumentación escriturística: toda la esperanza mesiánica y davídica del pueblo elegido se realiza en el misterio pascual de Jesús, misterio de su entronización como Mesías. Cierto que el día de Pentecostés los apóstoles estaban esperando aún la realización de un sueño mesiánico terrestre (Act 1, 6); pero en el momento de la redacción ulterior de este discurso, sus esperanzas estaban ya purificadas y la resurrección es ya para ellos como la entronización de un Mesías trascendente, dotado de una condición celestial (Act 2, 33-35).

c) Pero todavía hay que presentar pruebas en favor de esa condición celestial y trascendente del Mesías: las reivindicaciones mesiánicas formuladas por Jesús durante su vida terrestre están "acreditadas" (v. 22) con milagros y prodigios. Su resurrección está confirmada por el testimonio de quienes le han visto (v. 32) y su existencia celestial de Mesías está certificada por los dones espirituales derramados sobre la tierra, como todo el mundo puede comprobar (v. 33).

En apoyo de esta última prueba Pedro cita el Sal 67/68, 19, que figuraba en la liturgia judía de Pentecostés y Jl 3, 1-2, mencionado ya el comienzo de su discurso. Los profetas habían prometido, en efecto, que el reino del Mesías podría ser reconocido en la efusión del Espíritu de Dios (Is 32, 15; 34, 16; Jer 31, 31-34; Ez 36, 26-27; 37, 4-11). Al cabo de la redacción definitiva del discurso de Pedro los signos de la efusión del Espíritu no se limitaban ya a los carismas exteriores y extraordinarios del día de Pentecostés. La vida real de la comunidad se había convertido en el signo por excelencia de ese Espíritu, en sus manifestaciones sacramental (Act 2, 38; 8, 15-17), misionera (Act 11, 24; 13, 2) o comunitaria (Act 9, 31).

SALMOS/ORACION: La intervención de los salmos en la argumentación de los discursos misioneros y su interpretación plantean el problema de la oración cristiana del salterio. Los judíos actualizaban normalmente los salmos en la vida corriente. Pero pasaban directamente de las circunstancias que habían inspirado al salmista (enfermedad, proceso, victoria, etc.) a los sucesos idénticos de su propia vida. El cristiano actualiza igualmente los salmos en el sentido de que sigue siendo sensible a su sentido literal y a su significado presente, pero lo hace pasando por la cristología. No calca ya sus sentimientos en los del salmista, sino en los del Cristo que recitó y vivió esos salmos, del Cristo que, una vez por todas, asumió e integró todas las situaciones humanas en su misterio pascual.

Eso no obstante, se plantea un problema doctrinal a propósito de la afirmación de los apóstoles, según la cual Dios ha hecho a Jesús de Nazaret Cristo y Señor en la resurrección y en ese momento le concedió el Espíritu, como si no lo hubiera tenido por naturaleza.

J/CONCIENCIA/RS: En realidad, los sinópticos no parecen haber tenido una visión clara de la divinidad de Cristo. Para ellos, Jesús se vio en la coyuntura de tomar decisiones cada vez más fieles a Dios y a su vocación de Mesías. Consciente de que Dios le llamaba a fundar el Reino mesiánico, se enfrentó con la muerte, con la convicción de que su Padre le libraría de ella para poder terminar su misión.

Su propia trascendencia no quedó en claro hasta la resurrección cuando el Padre le confirió el Espíritu y el título de "Señor".

Lo mismo sucede con la Iglesia y los cristianos. La presencias del Espíritu en ellos es indudable, pero imperceptible. No se manifestará sino en el momento en que la muerte haya realizado su obra y haya iniciado en la revelación a los hijos de Dios. La Eucaristía nos habitúa a comulgar con los sentimientos de Cristo por medio del canto de los salmos que traducen su fidelidad al Padre. Nosotros mismos somos conscientes de que la revelación de nuestra propia filiación adoptiva, comprometida ya desde el bautismo, será también la coronación y el sentido de nuestra vida.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969.Pág. 51


3.

En el anuncio primitivo, reflejado aunque no literalmente en este discurso de Pedro, ocupa el centro la Muerte y Resurrección de Cristo.

La alusión a la vida prepascual o histórica de Jesús es breve. El interés se centra en la Pascua y más aún en la Resurrección.

Es interesante el modo de hablar de estos dos sucesos, probablemente el más primitivo de todos. La muerte se atribuye a los hombres, aunque no de forma imprevista por Dios (v. 23). Ello destaca, en una reflexión ulterior, las causas humanas de la muerte de Jesús. No es que Dios quiera o desee directamente la muerte de su Hijo. Pero sí está de acuerdo y ha planeado una incorporación del Hijo a la historia humana concreta, con sus pecados y opacidades. Las cuales lo llevan a la cruz.

La Resurrección, en cambio, es acción del Padre, lo cual se amplía en el texto con el pasaje del AT, salmo 16. El Padre da la razón a su Hijo -y a Sí mismo en último término- en su modo de proceder que le ha llevado a la muerte.

Es la supresión, desde dentro, de las negatividades humanas que han afectado al Hijo en su existencia humana. Es la glorificación y exaltación total del Hombre-Dios. Como, por otro lado, Cristo está solidarizado con el hombre, también se nos abre a nosotros el camino de lo mismo, siempre pasando por un destino semejante al suyo, tanto en una vertiente como en la otra. No es sorprendente, pues, que el cristiano también tenga sus viernes santos y los días que preceden y conducen a él. Pero sabiendo que todo termina en la Pascua eterna.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1987/27


4.

El pecado del viejo Israel fue desconocer a su Dios presente en la persona de Jesús, tema habitual en la predicación profética.

La iglesia, para ser verdadera comunidad del Señor, deberá evitar el repetir esta misma actitud en cada circunstancia concreta.

Nunca deberá ahogar al Espíritu.

Se pregona la resurrección como explicación de la vida y muerte de Jesús y, por tanto, como revelación del auténtico significado de Jesús mismo como "sendero de vida". El texto se apoya en el salmo 16, sobre el justo perseguido. El sufrimiento y muerte violenta del enviado manifiestan el amor y la solidaridad de Dios con los hombres. Pese a la dureza de corazón de éstos, Dios actuará en sus vidas de forma análoga a como lo hizo en la vida de Jesús, primer nacido de entre los muertos, punta de lanza de la humanidad salvada. El plan de Dios triunfará.

EUCARISTÍA 1990/21


5.

Esta fórmula solemne, probablemente inspirada en el At (Ex 7, 3; Dt 4, 34), parece que quiere designar esencialmente las curaciones hechas por Jesús (cf. 10, 38). Fórmulas parecidas, a veces reducidas a dos términos, designan los milagros por los cuales Dios acreditará la predicación apostólica (2, 43; 4, 30; 5, 12; 6, 8; 14, 3; 15, 12). La resurrección carecería de sentido sin la referencia al Jesús histórico. O de otro modo: en la vida de Jesús estaba ya implícita la gloria de la resurrección. La vida del que cree es ya signo de la humanidad nueva.

Para los Hechos, la historia de la salvación se desarrolla según un plan, un designio que la voluntad de Dios ha establecido y que su mano realiza (4, 28, 30; 11, 21). Comenzado ya en el AT, este plan entra en su fase decisiva con el hecho de Jesús. Ni la oposición (5, 38ss) ni la ignorancia (3, 17) de los hombres podrán hacer fracasar esta realidad. Proclamar este plan es el primer deber del misionero cristiano (20, 27). Sin embargo, la colaboración del creyente se verá como necesaria para que este plan llegue a su plena expansión. Tarea de creyentes y don de Dios en la misma empresa. La cita del Salmo 16, 8-11 se hace según el griego que traduce por "descomposición" (v. 27,31), una palabra hebrea cuya sentido más corriente es el de fosa; el texto anuncia así más precisamente la idea de resurrección. El creyente de la primera comunidad cristiana ha leído en el AT el hecho de la resurrección. En la palabra de Dios encuentra el que cree su principal punto de apoyo.

La proclamación de la resurrección de Jesús, junto con el gozo de la fe, son los núcleos de la predicación cristiana. Más que una predicación moralizante, lo que propone el hombre de fe es una vida con gozo basada en el triunfo de Jesús. Esta "predicación" quedaría sin fundamento si en la vida diaria no aparecen la fe y el gozo hermanadas en la construcción del reino del futuro. El marco de la fe es la vida.

EUCARISTÍA 1978/17


6.

"Hombres de Judea y los que residís en Jerusalén. comprended bien lo que ha pasado. Jesús el Nazareno fue crucificado por manos de los impíos, pero Dios lo ha resucitado y nosotros somos testigos". Jerusalén puede continuar con los ritos de la oración y los sacrificios: nada volverá ya a ser igual. Una comunidad, que vive del Espíritu, va a decir una palabra de gracia y reconciliación; va a realizar unos gestos que muy pronto dividirán al pueblo judío en lo referente a la ley mosaica.

La palabra de Dios está ya actuando. La Iglesia recibe la enseñanza de los profetas y la confronta con los acontecimientos.

David habló de un justo que no conocería la corrupción del sepulcro. ¿De quién se trataba? ¿De quién hablaba David? De sí mismo, pensaban muchos judíos. Pero, entonces, ¿cómo es que su tumba se halla entre nosotros? De hecho, el antepasado hablaba de otro, del descendiente que subiría al trono en los últimos tiempos. (...) Hermanos, acaba de comenzar un mundo nuevo. En el proceso contra la vida, Dios ha puesto todo su crédito en la balanza. La humanidad, desfigurada por los salivazos y los golpes, ha salido del sepulcro transfigurada, irradiando la belleza que Dios había impreso en sus rasgos desde siempre. "A ese Jesús al que vosotros habéis crucificado. Dios lo ha resucitado". Para que renazcan los hombres de todos los tiempos, Dios ha levantado a este hombre. Es decir, ha aprobado todas sus palabras y todos sus actos, ha rubricado todo lo que Jesús ha hecho. Al arrancar a Jesús de la muerte, Dios da testimonio de que el camino del Nazareno era el suyo, el de los supremos cumplimientos, el camino, la verdad y la vida.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
CUARESMA Y TIEMPO PASCUAL
SAL TERRAE/SANTANDER 1989.Pág. 119 s.


7.

El discurso de Pedro el día de Pentecostés, del que leemos un fragmento, sigue el esquema que encontramos en todos los demás discursos del libro de los Hechos dirigidos a los judíos.

Uno de los elementos fundamentales de estos discursos es siempre la afirmación de que en Jesús se ha cumplido el plan de Dios anunciado en las Escrituras.

Pedro se dirige a los judíos, es decir, a personas que creen en el Dios de las Escrituras, muchos de los cuales han conocido, cuando menos de oídas, la actividad de Jesús.

El resumen de la vida de Jesús sigue el mismo esquema que encontramos en los evangelios. El texto destaca las acciones de Jesús, que son obra de Dios. De hecho, todas las acciones que recuerda el discurso de Pedro tienen como sujeto a Dios. Incluso la muerte en cruz de Jesús, traicionado por Judas, entregado a la muerte por los judíos y ejecutado por los romanos, formaba parte del designio de Dios.

Pero la muerte no podía retener bajo su dominio a Jesús. Para ilustrar esta afirmación, el texto recurre al salmo 15, atribuido a David, que muestra la confianza absoluta en Dios como garante de su vida.

J. M. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993/06


8. /Hch/02/22-41

Las predicaciones que encontramos en el libro de los Hechos son la proclamación del evangelio al mundo y manifiestan el sentido cristiano de la historia de salvación. Nos encontramos pues, en la predicación inaugural del cristianismo. Pedro, después de haber considerado Pentecostés como un signo de la acción de Dios en el último período de la historia (2,14-21), se dirige ahora a los que formarán en seguida la primera comunidad mesiánica del NT (2,22-40). Pentecostés se nos aparece, en su riqueza interior, como principio de vida y de acción del reciente pueblo de Dios.

El centro de la predicación es Jesús, el Mesías, a quien «Dios ha constituido Señor y Cristo». Su presentación se hace en dos fases: primeramente, el servicio de la palabra y la muerte (22-25); en segundo lugar, la exaltación mesiánica, que culmina en Pentecostés (32-35). Entre estas dos fases, Pedro cita el Sal 16,8-11 y lo interpreta cristianamente (25-31).

Nosotros también nos encontramos implicados por los vv.w 37 y 38, e interpelados con la pregunta de todo inicio de conversión: «¿qué hemos de hacer?». La respuesta que Pedro propone es doble: penitencia, que es una actitud personal de cambio de mentalidad, y bautismo, que es un signo externo y comunitario de integración en el nuevo grupo eclesial. La consecuencia de estas dos acciones es el don del Espíritu Santo, la promesa de salvación para todos «los extranjeros que llame el Señor Dios nuestro» (vv 21 y 39 con las citas de Is 57,19 y JI 3,5).

Con una exhortación y una referencia al incremento de la comunidad (41) finaliza esta primera predicación. El incremento numérico proviene de la bendición divina, que fecunda y da vida. Bendición divina e incremento son a la vez el fruto maduro de la alianza entre Dios y su pueblo (véase, p. ej., Gn 9, 1-19 y 17,1-8).

O. COLOMER
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 177 s.