15 HOMILÍAS PARA EL SEGUNDO DOMINGO DE PASCUA - CICLO C
1-12


1.Sobre la primera lectura

-LA SOMBRA DE PEDRO: PEDRO/SOMBRA

Es preciosa la frase de la primera lectura de hoy: la gente quería que, al menos, la sombra de Pedro cayera sobre los que sufrían.

Pedro, aquel hombre vulgar y desconocido, es una figura gigantesca cuya sombra se cotiza y busca por otros hombres para que les devuelva la salud. ¿Por qué será? Hay un refrán antiguo ya sabio, como todos los refranes, que dice: "el que a buen árbol se arrima buena sombra le cobija". De acuerdo con la máxima, los hombres hemos fabricado una escala de valores y vamos buscando sombras en la vida:

-la sombra del poderoso

-la sombra del rico

-la sombra del influyente

-la sombra del fuerte

-la sombra del inteligente

-la sombra del que ocupa puestos claves, en una palabra. No importa cómo hayan conseguido el puesto. Mientras lo tenga, intentaremos estar a su sombra para cobijarnos bajo la misma y disfrutar de los beneficios de su frondosidad. Cuando ese hombre, por cualquier circunstancia pierde el puesto, abandonaremos su sombra -que ya no interesa- para buscar una nueva. Es la historia nuestra de cada día.

Hay también una sombra que se proyecta en el mundo: la sombra de Cristo. Era la de Pedro; porque, naturalmente, la sombra de Pedro tenía virtualidad y eficacia, porque era sólo un trasunto de la sombra de Cristo; porque Pedro, ese hombre que vivió junto al Maestro sus intuiciones geniales y sus grandes debilidades, era -en ese momento de su existir- un cristal capaz de transparentar a Jesucristo.

El mundo entero debería sentir en su entraña la sombra de los cristianos. Sería necesario, para ello, que los cristianos fuésemos capaces de transparentar a Cristo, que fuéramos capaces de ser dóciles a su fuerza arrolladora en lugar de oponer a ella el insalvable obstáculo de la resistencia a la gracia.

Pero naturalmente la dificultad se explica. No es fácil dejar que Cristo nos penetre con su peculiar estilo de entender la vida; no es fácil pasar por encima de la atracción del poder; no es fácil traducir en la práctica lo que decimos creer. No es fácil el arriesgado ejercicio de superación y dominio que supone realizar diariamente lo que se esconde tras frases como ésta, por ejemplo: "no he venido a ser servido sino a servir". No es sencillo plasmar en la práctica las grandes lecciones de generosidad y desprendimiento que conlleva la doctrina cristiana. No es normal buscar primero el Reino de Dios y su justicia despreciando, por ese reino, la realidad inmediata y circundante que, en muchas ocasiones, se presenta esplendorosa.

Se explica, por todo ello, que los cristianos apenas hacemos sombra, y muy pocos la buscan con el interés con el que sus contemporáneos buscaban la de Pedro. Lástima, porque la sombra del cristiano debería ser suficiente para transmitir la salud, para sacudir al hombre de su modorra, para levantarlo hacia lo alto, para dar sentido a su vida, para conseguir que tenga una existencia sin alienaciones y traumas, sin desesperación y abandono.

Está nuestro mundo abrasado de tanto sol como le sale por todas las esquinas: el sol de la felicidad sin límites, de la libertad a ultranza, de la igualdad y de la fraternidad gritada por doquier. Y en el fondo, está nuestro mundo quemado por estos soles que apenas son capaces de dar lo que prometen. Sería beneficioso para nuestro mundo que los cristianos fuésemos capaces de proyectar en él la sombra de una doctrina que no puede desilusionar jamás. Tenemos esa doctrina, pero nos falta asimilarla, vivirla y proyectarla. Haciéndolo seríamos capaces de repartir, como Pedro, salud y vida alrededor.

DABAR 1980, 25


2.

En este primer día de la semana de los cristianos, nuestra comunidad se reúne, una vez más, en la celebración eucarística para reconocer en Jesucristo a nuestro Señor y a nuestro Dios y darle gracias "porque es bueno, porque es eterna su misericordia". Nuestra celebración de hoy tiene una tonalidad especial de gozo y de esperanza. El domingo pasado celebrábamos la fiesta cristiana por excelencia, la Pascua del Señor, su victoria sobre la muerte.

Hoy y los próximos domingos nuestra oración y nuestra celebración vuelven una y otra vez sobre este acontecimiento central para la historia de los hombres y para nuestra vida, para que todos los fieles rehagamos personalmente esa experiencia y también para que nuestra comunidad la realice de nuevo en común. Esta es la experiencia del Resucitado sobre la que descansa la vida cristiana y que congrega, edifica y mantiene a la comunidad de la Iglesia.

-Una comunidad con conciencia de destierro y tentada de encerrarse por el miedo Nuestras comunidades cristianas no viven hoy en general días gloriosos como aquellos primeros en los que la gente "se hacía lenguas de los cristianos" y "el número de los que se adherían al Señor" crecía visiblemente. Nuestras asambleas decrecen numéricamente, como muestran implacablemente las estadísticas de la práctica dominical; la edad media de los practicantes, comenzando por la de aquellos que presidimos la asamblea eucarística, se hace cada vez más alta, y con frecuencia nos quejamos de la ausencia de los jóvenes en nuestras celebraciones y echamos de menos en ellas a veces incluso a los que nos son más próximos.

Parece como si este mundo en el que nos ha tocado vivir no fuera el lugar en el que estamos llamados a vivir nuestra fe y nuestra esperanza en Jesús y nos sintiésemos desterrados en él como Juan en la isla de Patmos. Las comunidades cristianas de hoy nos parecemos a veces a los discípulos al anochecer de aquel día que siguió a la muerte del Maestro. Estamos reunidos en la casa, con las puertas cerradas, dominados por miedo a un mundo que nos parece lleno de peligros. Con la diferencia de que a nosotros no nos han desterrado los poderes del mundo por "haber predicado la palabra de Dios y haber dato testimonio de Jesús", como le sucedió a Juan. Somos nosotros mismos los que nos hemos encerrado por miedo a esa "cultura de la increencia", a ese "huracán secularizador", a esa "moral neopagana", a esos "medios de comunicación hostiles", tantas veces objeto de nuestras condenas y de nuestras quejas.

-"Yo soy el que vive": la experiencia creyente del Resucitado

Pero Jesús no puede dejar a los suyos en esa situación. El, que había sido ungido para anunciar la buena noticia a los pobres, para liberar a los oprimidos; El, que había venido para salvar no a los justos -a los que se creen tales- sino a los pecadores, como el médico dedica sus cuidados a los enfermos y no a los sanos, ahora, Resucitado, sale en busca de aquellos a los que el escándalo de su muerte había colmado de miedo y de desesperación y se les hace presente para decirles: "yo soy el que vive"; "estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos"; y para entregarles su Espíritu y comunicarles, como resumen de todos sus dones, la reconciliación y la paz.

Los discípulos vieron al Señor Resucitado y se llenaron de alegría. Juan oyó aquella voz potente y cayó en éxtasis. También en medio de nosotros se hace presente el Señor y nos invita a creer en El, como la forma propia de hacer también nosotros la experiencia del Resucitado. No se trata en la mayoría de los casos de ver y tocar. Pero tampoco nos podemos contentar con una fe disecada que se limita a afirmar sólo teóricamente que Jesús ha resucitado. Tenemos signos suficientes en la Escritura, en nuestra propia vida, en la vida de los cristianos mejores que nos rodean, en pequeñas comunidades cristianas que son como brotes de esperanza, en la misma celebración que ahora nos reúne... Son signos suficientes para percibir que la muerte, la injusticia y el mal no son la última palabra y para "realizar" personalmente que el Espíritu de Dios actúa en la Historia, dirige nuestra vida y es capaz de sacar de la flaqueza de nuestra muerte y de nuestros pecados fuerzas de nueva vida de reconciliación y de paz. Tenemos señales suficientes para confesar como Tomás: "¡Señor mío y Dios mío!" y basta con que nos animemos a reconocer la presencia del Resucitado en nuestra vida para que también nosotros nos llenemos de alegría y nos reconozcamos bienaventurados.

-"Lo que veas, escríbelo... y comunícalo"

Esta experiencia pascual hará saltar los cerrojos que ha echado el miedo y abrirá de par en par las puertas y ventanas de nuestras comunidades y las lanzará al mundo para hacerle partícipe de su esperanza. Que el Señor nos ilumine para encontrar caminos para la comunicación de la esperanza que hoy celebra nuestra comunidad en los lugares por los que discurre nuestra vida. ¡Amén!

JUAN MARTIN VELASCO
MISA DOMINICAL 1889, 7


3.

El evangelio de este domingo es un elemento permanente en cada ciclo, con toda intención. Y, no obstante, cada ciclo da su interpretación, sobre todo con la segunda lectura. Este año, la interpretación es claramente litúrgica: el Cristo pascual, que se hizo presente a los discípulos reunidos "al anochecer de aquel día" y "a los ocho días", también se hizo presente al discípulo en el "día del Señor", y sigue haciéndose presente entre nosotros, hoy, cada ocho días, en la asamblea dominical.

La homilía de hoy podría ser fácilmente como una cristología litúrgica. Basta con repasar los rasgos de la figura de Cristo, tal como se describe en las dos lecturas (evangelio y Apocalipsis).

-En primer lugar, quién es. Es "Jesús", el que había convivido con los discípulos, y que fue crucificado, cuyo costado fue atravesado con la lanza. Es el que estaba muerto, pero ahora vive por los siglos de los siglos. Es, por tanto, el Jesús de la historia, pero con toda la fuerza de aquel que está ahora más allá de la historia y es su Señor: el primero y el último. Es el Cristo pascual. La imagen con la que se presenta es la sacerdotal. Es el sacerdote de la humanidad, porque es el Hijo de Dios y el Hijo del hombre ("él viene en las nubes"; Ap. 1,7), y ha purificado con su sangre, que es nuestra, el pecado de los hermanos, los hombres. Es el Cristo que actualiza el misterio pascual en la Eucaristía.

-En segundo lugar, qué hace. De entrada, toma la iniciativa para encontrarse con los discípulos: entra donde están, con voz potente para que le escuche el vidente... Su iniciativa precede a las actitudes de los discípulos. Es la característica de la obra de Dios: El nos ha amado primero, cuando aún éramos pecadores, y sigue siendo el que precede a nuestras obras y pensamientos, con su gracia. En la acción sacramental, continúa siendo el que precede a la celebración de la Iglesia. Esta celebra los sacramentos recibiéndolos de Cristo. La asamblea dominical se reúne porque el Señor nos ha llamado, con la "vocación santa": nos ha hecho cristianos.

Presente en medio de los discípulos, les habla y les comunica la vida pascual: el Espíritu, la autoridad para perdonar los pecados, la paz, la alegría, la misión que el Padre le ha confiado. Son los dones que la asamblea continúa recibiendo, cada domingo, y que configuran el sentido de las lecturas; ¡toda hablan del misterio de Cristo! Se comprende el porqué de la epíclesis de comunión: ¡llenos del Espíritu! Se comprende la conexión con la autoridad apostólica, para el testimonio de vida cristiana: ¡el perdón de los pecados!. La paz que recibimos y nos damos es la de Cristo. La alegría en nuestros corazones es la que viene de la fe en el Cristo que nunca más morirá. La presencia del Cristo pascual, en la asamblea, es la que decide sobre el carácter de "fiesta": una fiesta sin fin, porque El vive por los siglos de los siglos.

-En tercer lugar, cómo es reconocido. Como Señor lo reconocemos los discípulos en la fe. La asamblea litúrgica confiesa a Cristo como el centro de la fe. La Eucaristía es el "misterio/sacramento de la fe", porque es la actualización sacramental de la Pascua. Al mismo tiempo, sin embargo, es preciso que cada cristiano reconozca y confiese a Cristo resucitado como "Señor mío y Dios mío". Como Tomás. La fe de la Iglesia debe ser vivida y confesada personalmente, para que pueda ser un encuentro vivificante con el Señor.

He aquí una orientación para una "cristología litúrgica". Más aún: una cristología que no diera razón de estas dimensiones, no pasaría el control de calidad que necesita para ser reconocida como tal en la fe de la Iglesia.

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1989, 7


4.

-EL DÍA DEL SEÑOR

El domingo es el día de la experiencia de la resurrección. Experiencia doble. Como los discípulos aquel auténtico primer día de la semana, también nosotros hacemos la experiencia del encuentro con Cristo resucitado. Y a la vez experimentamos la fuerza de la resurrección que, gracias al Espíritu que habita en nosotros, nos empuja hacia arriba. La celebración de la misa dominical es el momento y a la vez el lugar donde esta doble experiencia se hace posible. Reunidos alrededor del altar, celebrando el memorial del Señor, significamos y somos como nunca iglesia, reunión de hombres y mujeres que viven el misterio pascual y que salen con el compromiso de seguir viviéndolo, dando testimonio de su fuerza y su necesidad en la sociedad humana, el mundo, como solemos decir.

Con un mínimo de atención a las lecturas que acabamos de proclamar descubriremos la importancia que se da a esta experiencia dominical. La primera experiencia que hacen los discípulos del Señor resucitado tiene lugar el mismo domingo de la resurrección: Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: Paz a vosotros. El grupo de los miedosos se convierte en comunión de alegría, gracias a la presencia del Señor que había sido crucificado: Les enseñó las manos y el costado. Y es en el seno del grupo-comunión donde se experimenta a Jesús. El que no está no hace la experiencia, como Tomás, por más que pertenezca a los Doce.

Por eso, a los ocho días -el domingo siguiente-, Jesús se les vuelve a presentar y esta vez sí está Tomás con el grupo, y Jesús le dice que no es tocando como hay que experimentar la fe, sino por la aceptación de la palabra apostólica, don de Dios. Palabra de Dios que nos conducirá por el camino del testimonio heroico -el martirio- como nos ha dicho Juan en la lectura del Apocalipsis. Pero que, a la vez, nos descubre y nos hace compartir en Jesús las penas, la paciencia y la realeza con los hermanos, el domingo, el día del Señor, cuando el Espíritu se apodera de nosotros.

-EL REGALO DEL RESUCITADO

El día de Pascua Jesús obsequia a sus discípulos. El regalo es triple, o mejor, único en tres facetas distintas. Porque de hecho el regalo de Jesús a los suyos el día de Pascua es él mismo resucitado. Se puso en medio y les dijo. Cristo es el centro de la vida de la iglesia. Exhaló su aliento sobre ellos y les dijo: Recibid el Espíritu Santo. El Espíritu que desde el inicio -desde siempre- reposa sobre Jesús y lo conducía, el Espíritu de Dios, ahora Jesús lo da a los suyos. Se lo da realmente -recibid-. El que es Sacramento del Padre, convierte la Iglesia en sacramento suyo y le da el poder divino de la reconciliación-perdón de Dios. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les queden retenidos. Porque es resurrección, Pascua es perdón, vida, posesión del Espíritu, fuente de la vida sacramental de la iglesia y de cada uno de los cristianos. Por eso es paz -presencia saciadora de Dios- y es alegría en el ESpíritu, por Cristo Señor nuestro. El gran regalo de Pascua que nos libra del miedo. "No temas: Yo soy el primer y el último, yo soy el que vive.

Estaba muerto y, ya ves, vivo por los siglos de los siglos, y tengo las llaves de la muerte y del abismo. Escribe, pues, lo que veas: lo que está sucediendo y lo que ha de suceder más tarde".

Fortalecidos y seguros por la vida sacramental avanzamos hacia el futuro con Jesús, nuestro verdadero Pontífice. Con él la iglesia es el puente que une el presente y el futuro, lo natural y lo sobrenatural.

-COMPROMETIDOS POR LA FE

Sólo desde la fe los signos sacramentales tienen sentido, son realmente significativos. Y la fe -don de Dios- debe ser aceptada y confesada. Y recibimos y profesamos la fe en el interior de la comunidad. Pero es preciso que, tanto esta recepción como la confesión, sean personalizadas. La fe nos compromete, comporta una nueva manera de vivir. Cada uno debe decir el "Señor mío y Dios mío" de Tomás, en comunión con los demás, ciertamente, pero dejándose comprometer personalmente en ello. En los sacramentos y en la eucaristía sobre todo -en la misa que estamos celebrando- tenemos que saber "ver" a Jesús resucitado a través de los signos e iluminados y guiados por la palabra apostólica, que es luz para que los que no hemos visto ni tocado al Cristo histórico podamos adherirnos a su persona y seguir con él su camino de amor al Padre y de servicio y entrega a los hermanos.

Cada domingo somos invitados a hacer la experiencia de la fe que la celebración del misterio pascual reanima y aumenta los dones de la gracia haciéndonos conocer mejor qué bautismo nos ha purificado, qué Espíritu nos ha regenerado y qué sangre nos ha redimido para que los frutos del sacramento pascual perduren siempre en nosotros y nos hagan testimonios de la salvación en medio de nuestro pueblo.

J. M. ARAGONES
MISA DOMINICAL 1992, 6


5.

-ESTAR CON LOS DEMÁS

La Resurrección de Jesús se hace cierta y creíble en y por la Iglesia-comunidad-creyente. Sin esto la Resurrección será cierta, pero no creíble. Hay una relación de correspondencia entre la fe de la Iglesia y la credibilidad de la Resurrección. Otras demostraciones, por muy fundadas que fuesen, jamás serían suficientes para fundamentar una fe, entendiendo por fe una adhesión a Cristo, expresada en una forma de ser, de pensar y de vivir.

Los Evangelios nos dejan entrever que esta fe tenía dificultades entre la pequeña comunidad de los discípulos. Juan dedica todo su Evangelio a fundamentar esta fe en Cristo Resucitado. Esta evidencia necesaria para la fe en el Resucitado está en la liturgia de este domingo siguiente a la Resurrección, y curiosamente la liturgia nos ofrece el mismo texto evangélico en los tres ciclos de lecturas.

El episodio de Tomás es la ocasión que Juan utiliza para hablarnos del "cómo" y del "dónde" de la fe pascual. Tomás ostenta una amplísima representación. La duda de Tomás es más bien esa búsqueda angustiosa de firmeza y asiento para la generosidad y la entrega que esta fe pide; es la necesidad de una respuesta a la invasión agnóstica que pretende ridiculizar a la fe humilde y suplicante: ¿cómo seguir creyendo aquí y ahora mismo? Lo primero que nos dice Juan es que la situación de Tomás se debe a que "no estaba con los otros cuando llegó Jesús". Las noticias no le bastan: "Si no meto los dedos... no creo". Tomás se quedó, y cuando volvió el Señor, sus exigencias se convirtieron en oración: "Señor mío y Dios mío".

La resurrección, en tanto que verdad de fe, no es verificable físicamente, viendo o tocando: las verdades de fe son de otro orden. Esto se entiende fácilmente si pensamos que hay más situaciones humanas en las que lo físico es insuficiente, como, por ejemplo, en el amor. Creer no es saber menos o con menos fuerza; creer es saber más y más profundamente. Querer verificar y groseramente, como Tomás, es quedarse sin saber nada; eso es lo que significa "creer sin ver". ¡Dichosos los que saben ver más profundo: creyendo! Creer, nos dice también Juan, es "estar con los demás". Esto es más importante que el mismo milagro, cuya exigencia no deja de ser una forma de incredulidad: "Si no véis signos, no creéis". El fundamento de la fe pascual está en la comunidad creyente: "Hemos visto al Señor", y quedarse allí. No es normal que el Señor resucitado se aparezca aquí o allí, eso siempre será una excepción y un misterio. El Señor vive y está en la comunidad creyente, y sólo hace falta que la comunidad sepa transparentar y hacer perceptible en sí misma la presencia del Señor.

Una primera lectura nos cuenta hoy cómo la primera comunidad era un signo permanente de la presencia de Cristo en ellos, y cómo al verlos a ellos eran muchos los que creían y se agregaban al grupo de los creyentes.

FE/C: Creer en Cristo Resucitado ya siempre será así: sentirse atraído por una comunidad y allí experimentar que Cristo vive en uno mismo.

Jaime CEIDE
ABC/DIARIO.DOMINGO 26-4-1992


6.

1. Nace una nueva comunidad

Iluminados por los albores de la Pascua, la Iglesia nos invita durante los domingos del tiempo pascual a continuar con la mirada puesta en el Señor resucitado, apoyados en los relatos de fe del evangelista Juan.

Pero la Pascua no es solamente el renacimiento de Cristo del seno de la muerte; es también el nacimiento de la comunidad cristiana, el surgir de un nuevo pueblo que se levanta desde la oscuridad de la desesperanza y de la opresión. Las lecturas de los Hechos de los Apóstoles nos servirán de guía para que esta Pascua reviva en nuestra comunidad como un auténtico resurgir de la vida nueva de Cristo, no sólo en lo que dice, sino sobre todo en lo que piensa, siente y hace.

Presencia de Cristo resucitado y resurgimiento dinámico de la comunidad son los dos temas sobre los que desarrollaremos las reflexiones del tiempo pascual.

El relato del Evangelio de Juan es como una síntesis teológica de la comunidad cristiana. Con su mesurada precisión y con su característico lenguaje simbólico, el texto subraya los elementos básicos de la nueva comunidad de fe surgida de la Pascua.

La primera línea es de por sí toda una historia. Era «el día primero de la semana», o sea el domingo de pascua, y los apóstoles se habían reunido a puertas cerradas, prisioneros del miedo. Dos elementos nos llaman la atención:

--Primero: Ha comenzado una nueva semana en la historia de la humanidad y estamos en su primer día: el día del Señor. Tal es el sentido del Domingo: un día distinto de los demás porque significa el comienzo, el génesis de algo nuevo y distinto. Sin embargo, hay muchos que parecen no haberlo advertido. Más aún, han hecho de ese día un día de muerte...

--Segundo: La tónica de esa gente es el miedo. Los apóstoles están aterrorizados por el espectro de la muerte. Y el miedo los tiene paralizados. Ahora forman un grupo que se han reunido para encerrarse y aislarse de los hombres. Es una comunidad cerrada: comunidad de muerte. En efecto: están unidos, pero por la muerte. Mutuamente se consuelan por el fracaso de sus ilusiones y esperanzas. Y miran su futuro: estar entre los hombres como si no estuvieran, no llamar la atención, no establecer relaciones con nadie. La comunidad es la tumba de todo aquello en lo que habían esperado.

Lo triste del caso es que muchas comunidades cristianas laicas y religiosas parecen seguir en esa misma postura. Viven sin alegría y sin esperanza; temen a la gente y se apartan de ella como de un peligro, como si no fuese el contacto y la relación con la gente la única manera de vivir la santidad de la pascua.

¿Y qué puede hacer una comunidad encerrada sino vegetar? Al poco tiempo muere en sus miembros el sentimiento, el afecto, las iniciativas, las expectativas, el deseo de cambiar y progresar. Están juntos pero no viven en comunidad. En efecto: ¿qué puede unir a un grupo de personas que ya no saben mirar hacia adelante? Sólo las unen las cuatro paredes en que se han encerrado. Cuatro paredes -las paredes pueden ser reales o simbólicas- que les permiten llamarse "comunidad cristiana". Sin embargo, no han descubierto que en el interior reina un gran vacío: el vacío de Cristo resucitado.

Entonces hace su entrada Jesús. Viene a llenar el vacío de la muerte y entra como un ladrón, a puertas cerradas. Pero no hay que temer: viene precisamente a abrir las puertas y ventanas cerradas de la casa que se dice suya.

Su saludo es todo un proyecto de vida: «Paz a vosotros.» El antiquísimo saludo semita que aún se conserva en Palestina, Shalom, ahora tiene un nuevo sentido: la paz de la vida debe suplantar a la paz de la muerte. La paz de la muerte es quietud, desconsuelo, miedo, ansiedad. «Descansa en paz», es el saludo final que damos a nuestros difuntos...

En cambio, la paz de la vida es la alegría de reconstruir nuestra existencia desde sus mismos cimientos. Es la paz del que se mueve, se inquieta y sale de sí mismo. Es la paz de la esperanza y de las puertas abiertas. Por eso dice el texto evangélico que «se llenaron de alegría al ver al Señor».

Así la Pascua, o sea la presencia de Cristo resucitado, hace nacer a la comunidad cristiana. Sin Pascua no hay comunidad cristiana, aunque haya ritos, oraciones, santas reglas y hasta el mismo techo común. En esto se diferencia la comunidad cristiana de las demás comunidades: su centro de unión es la vida de la Pascua, o sea la esperanza de nacer siempre de nuevo.

De ahí el sentido del domingo y de la eucaristía dominical: la comunidad afirma su esperanza como si todo el largo pasado fuese un ayer muerto, como si el futuro fuese su única vida. «Quien mira atrás no es apto para el Reino de Dios», dijo Jesús. Ahora lo comprendemos mejor: quien no muere cada día a su pasado para renacer al futuro que se debe construir, ése no puede llamarse cristiano.

En síntesis: todos los cristianos decimos que creemos en Cristo resucitado... pero, ¿qué implica creer que Cristo está presente en la comunidad?

Según el evangelio de hoy hay dos signos que delatan la presencia de Cristo: la paz y la alegría. La Pascua es primavera y vivir en la Pascua es vivir una eterna Primavera. Que la comunidad no permita que los brotes se endurezcan y pierdan su flexibilidad: nuestras comunidades necesitan estructuras flexibles, ágiles, ligeras. Tampoco perdamos las flores: la alegría es la flor de la Pascua. Alegría serena, sencilla. Si decimos que nos une el amor de Cristo, ¿por qué expresamos ese amor con el duro rostro de la ley, de las obligaciones, de la rutina y del hastío?

En este instante entra en escena el apóstol Tomás. Quizá sea él el mejor prototipo de un cristianismo anquilosado. Tomás ha estado ausente aquel domingo y su ausencia es significativa. Tal miedo le provocó la pasión y muerte de Jesús, que necesitó huir muy lejos de sus hermanos para vivir aislado y desentendido de todo.

«A los ocho días» volvió creyendo que «el asunto Jesús» se había terminado. Pero su sorpresa fue grande: ahora le dicen que está vivo y que ha visitado a los suyos. Su respuesta fue harto significativa: si no lo veo bien visto y si no palpo sus llagas, no creeré. Dos ideas se entrelazan en su respuesta:

Por un lado: que aún no comprende que ahora debe ver con ojos distintos. Jesús está en la comunidad, pero como si no estuviera. No está para hacer las cosas que los discípulos deben hacer, sino para empujarlos a la acción. Está como un «espíritu», es decir, como viento, soplo o aliento. Está como germen de vida y como fuerza para vencer la muerte.

Por otro lado, la cruz no aceptada le impide reconocer a Jesús. Tal parece ser el sentido del texto: al obligarlo Jesús a que palpe sus llagas y a que meta su dedo en los agujeros de los clavos, lo invita a no huir de la cruz sino a aceptarla y abrazarla; a meterse dentro de ella, pues quien no sigue a Jesús con la cruz, tampoco lo puede seguir en su Pascua. Fue justamente entonces cuando Tomás reconoció a Jesús como Señor y Dios. La comunidad cristiana confiesa a Jesús como a su verdadero conductor y guía. Pero, ¡atención!, ahora confiesa al Cristo total: el de la muerte y el de la resurrección.

La conclusión es clara: la vida en comunidad no es un idilio romántico ni un juego de enamorados. Es más bien como un matrimonio en el que, a lo largo de los años, el dolor y el amor se entremezclan como se entremezclan los cuerpos. Vivir en comunidad exige renuncias constantes, pues la alegría pascual es alegría del compromiso asumido. No es el fatuo vivir de quien está a solas gozando en su cobardía.

Precisamente el libro de los Hechos de los Apóstoles es el testigo de este proceso por el cual la comunidad cristiana primitiva fue madurando lentamente en el amor por el dolor compartido. Surgirán conflictos, desentendimientos, rupturas y hasta odios. La frontera de la muerte está dentro de cada uno y dentro de la comunidad; por eso es tan difícil abatirla totalmente. Mas quien permanece en la comunidad es porque cree en la supremacía del amor sobre las demás fuerzas. Eso es todo.

2. En lucha contra la muerte

Lo que el Evangelio de Juan nos dice desde esquemas conceptuales y simbólicos, Lucas nos lo presenta a través del relato de la historia del cristianismo primitivo.

Contrasta fuertemente el relato de hoy de los Hechos con la escena evangélica de unos apóstoles encerrados y acobardados.

Después del primer discurso de Pedro -cincuenta días después de la Pascua-, la pequeña comunidad cristiana abrió decididamente sus puertas y se lanzó a la calle para proclamar la buena noticia de Jesucristo.

El texto de hoy es una especie de resumen o síntesis de los que Lucas acostumbra a presentar a lo largo de su libro. Ahora la comunidad cristiana no teme reunirse ni siquiera en los mismos pórticos del templo, bajo la mirada amenazante de las autoridades judías que ya han intervenido contra Pedro y que pronto lo harán contra todos los apóstoles y la comunidad cristiana, particularmente la compuesta por los helenistas de la diáspora.

La gente se les acerca con cierto temor reverencial, sin atreverse a expresar su entusiasmo por el nuevo estilo de vida cristiano, dadas las adversas circunstancias, pero ingresando muchos de ellos a la comunidad.

Es el primer dato de este texto-resumen: la presencia de Cristo y del Espíritu empuja a los ayer acobardados discípulos a dar testimonio de su fe, aun cuando las circunstancias parecían aconsejar una prudente retirada. El próximo domingo veremos de qué manera Pedro y los demás apóstoles defendieron su derecho a predicar el nombre de Jesús.

Hoy recojamos este mensaje de Lucas: los fieles siguen unidos, pero no a puerta cerrada, sino encarnándose en la realidad humana y social de la que su propia comunidad había emergido. El cristianismo no se presenta como un ghetto de elegidos ni como un grupo de secretos iniciados sino como el encuentro de un mensaje de vida con toda la sociedad. La sociedad podrá rechazar este mensaje y hasta pretenderá arrinconar e incluso exterminar a los seguidores de Jesús, pero ello jamás podrá ser motivo para que los cristianos se sientan separados del mundo, aislados o marginados.

Y hay un segundo dato que es sumamente llamativo: los apóstoles no cesan de manifestar a Jesucristo mediante signos y prodigios, particularmente con la curación de los enfermos. Conocedores de la lamentable situación sanitaria de aquella época, no debe sorprendernos que tanto Jesús como sus discípulos expresaran su solidaridad con los pobres y oprimidos haciéndose cargo de su lacra más grave: las enfermedades que constantemente ponían en peligro de muerte a las clases sociales que, menos alimentadas y sin recursos pecuniarios, sostenían una lucha desigual contra el poder de la muerte.

No es ahora el momento de discutir el alcance de aquellas curaciones realizadas con tan escasos recursos técnicos pero con tanta fe y amor; tampoco es el momento de preguntarnos por qué ahora los cristianos "hemos perdido" ese poder de curación... Quizá sea mucho más importante tomar nota del sentido global de aquellos hechos relatados por Lucas: los cristianos hemos de estar presentes allí donde la muerte ha clavado sus garras. Cada época histórica lo hará a su modo y con recursos propios; lo importante es comprender que la resurrección de Jesús seguirá siendo una palabra vacía y carente de sentido para los hombres si no significa en la práctica una lucha constante contra todas las formas de muerte que asolan a la sociedad.

Una rápida mirada al mundo actual o una somera lectura de los periódicos nos convencen inmediatamente de que la muerte aún conserva un fuerte señorío sobre nuestra civilizada humanidad: muerte del cuerpo, muerte por hambre o desnutrición, muerte por enfermedades cancerosas, muerte por accidentes de tráfico, muerte por guerras; pero también muerte del espíritu que se traduce en odios, tensiones, divisiones, como asimismo en angustia, ansiedad, depresión, desaliento, hastío o nihilismo "pasota".

Y llegamos así a una conclusión final de las reflexiones de este domingo: la presencia de Cristo resucitado, la fe en esa presencia, no sólo ha de manifestarse en la liturgia y en los cánticos aleluyáticos sino, sobre todo y en primer lugar, en una lucha denodada contra todas las formas de muerte que aún oprimen al hombre de hoy.

Si nuestra fe no llega a esto es porque aún pertenecemos a la comunidad de la muerte, aquella sobre la cual sólo resta colocar el epitafio: «Descanse en paz.» Que descanse en la paz de la historia un cristianismo que hoy no es capaz de «hacer signos y prodigios en medio del pueblo».

Así la Pascua nos llega como un desafío en un momento en que muchos dudan de la validez de nuestro cristianismo.

Recoger ese desafío es comenzar a entender por qué Cristo ha resucitado y por qué se hace presente cada día en una comunidad adormecida por el hastío y la indiferencia.

SANTOS BENETTI
CAMINANDO POR EL DESIERTO. Ciclo C.2º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1985.Págs. 207 ss.


7.

1. «Para que, creyendo, tengáis vida».

El Señor se había designado ya durante su vida como «la resurrección y la vida», y demuestra la verdad de sus palabras en su evangelio. En su aparición a los discípulos se muestra como alguien indudablemente vivo -un espíritu no habría pronunciado el saludo de paz ni les habría mostrado las heridas con tanta naturalidad- sobre todo por el hecho de que confiere a su joven Iglesia el don pascual del perdón de los pecados. Pues con él los discípulos y sus sucesores pueden hacer comprensible al mundo del mejor modo posible la vitalidad de Jesús. Muchísimas personas a las que les han sido perdonados sus pecados, han tenido la experiencia de haber participado en una resurrección de entre los muertos, de haber poseído una nueva vitalidad. Para esto no es necesario ningún contacto corporal, como el que exige el incrédulo Tomás; la experiencia espiritual de un perdón sacramental de los pecados, cuando éste se recibe con auténtico arrepentimiento y propósito de enmienda, puede ser más profunda que la que los sentidos pueden ofrecer. «La vida [de Jesús] es la luz de los hombres» (Jn 1,4): no solamente el bautismo, si no también los demás sacramentos pueden ser llamados (como en la Iglesia antigua) photismos, iluminación. Dispensar vida y dar luz a una existencia oscura, es en la Iglesia una misma y única acción.

2. «Estaba muerto, y ya ves, vivo por los siglos de los siglos».

La gran visión inaugural del Apocalipsis, en la segunda lectura, confirma esto totalmente, pues el Señor eterno se aparece al discípulo amado como el que ha dejado la muerte tras de sí para vivir eternamente. No sólo la ha superado como una desgracia, sino que la posee ahora en su poder viviente: «Yo soy el que vive, y tengo las llaves de la muerte y del infierno». La muerte que amenaza la vida ya no es un poder que amenace y limite la vitalidad de Jesús, mas bien ha quedado integrada en el ámbito del poder de su vida: «La muerte ha sido absorbida» en la victoria de la vida (1 Co 15,54). La vitalidad con que se aparece al vidente es tan imponente que éste «cae a sus pies como muerto», pero es enseguida levantado por la vida, que pone su mano sobre él, lo conforta y lo pertrecha para su misión. Por muy grande que sea la violencia con la que los poderes de la muerte puedan manifestarse en la historia del mundo, como muestra todo el Apocalipsis, éstos nada pueden contra la vitalidad del «Cordero que parecía degollado»; al final «la muerte y el abismo son arrojados al lago de fuego», son reducidos definitivamente a la impotencia y abandonados a una autodestrucción eterna.

3. «Y todos se curaban».

La primera lectura, en la que se informa sobre los milagros vivificantes de la Iglesia primitiva, especialmente sobre los realizados por Pedro, muestra que Jesús hace partícipe a su Iglesia de su poder de resurrección y de vida. Se producen curaciones tanto espirituales como corporales: crecía el número de los «hombres y mujeres» que se adherían a la fe; la gente sacaba a la calle a los enfermos y «todos se curaban»: bastaba con que la sombra de Pedro cayera sobre ellos al pasar. Los apóstoles no se jactan de los milagros que hacen; Pablo alude sólo de pasada a los realizados por él (2 Co 12,12), pues para él es mucho más importante la fuerza vital espiritual de la palabra de Dios anunciada por la Iglesia. No es la fuerza vital de apóstol la que es eficaz, al contrario: «Cuando soy débil, entonces soy fuerte»; entonces manifiesta el Señor a través del apóstol su «fuerza divina»: pues «la fuerza se realiza en la debilidad» (2 Co 12,9s; 13,4).

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 242 ss.


8.

El acontecimiento de la resurrección ha llegado a ser el centro y la fuerza para los discípulos que habían estado aturdidos y desconsolados con la muerte del Maestro. Pero los últimos testimonios que han recibido de sus hermanos, y de personas que no pertenecían al grupo de los once -como es el caso de los discípulos de Emaús- y más aun, el sentir al resucitado en medio de ellos cuando se encontraban reunidos, les ha hecho afianzar su fe y les ha dado el valor necesario para salir y anunciar lo que Dios había realizado con Jesús al levantarlo de entre los muertos.

Los Apóstoles son ahora la presencia del resucitado en medio de la comunidad. Los signos y prodigios que hacen son la ratificación del cambio que estaba produciendo el anuncio de la Resurrección de Jesús. Anuncio que es capaz de transformar la vida de hombres y mujeres para que se adhirieran a la fe del Señor. Es importante anotar que en la nueva experiencia en torno a Jesucristo, la nueva comunidad, quiere vivir una unidad real y verdadera, unidad que es capaz de superar toda polaridad o división por motivo social, cultural, o de género. En el grupo de cristianos ha sido superado el problema pobres-ricos, el problema griegos-judíos, y el problema mujeres-hombres. Ahora todos tienen cabida en la nueva comunidad, respetándole a cada cual su proceso individual hasta que alcance su edad adulta en la fe.

El libro del Apocalipsis escrito en tiempo de las persecuciones romanas contra la primitiva Iglesia, es muestra de valentía de los primeros que fueron aceptando en sus vidas a Jesucristo como su Señor y como la manifestación plena de Dios. Juan, que firma el escrito apocalíptico, nos cuenta que se encuentra en Patmos, desterrado, "por haber predicado la palabra de DIos y haberdado testimonio de Jesús", lo cual nos habla de las repercusiones sociales de la predicación apostólica.

Pero es en ese lugar, en el lugar de la exclusión política, desde donde Dios envía un mensaje de vida a toda la Iglesia primitiva para que en medio de la persecución que se ha despertado a causa del anuncio de la resurrección de Jesús y de la nueva forma de vida que predica el cristianismo naciente, siga firme y fiel, ya que quien ha sido resucitado de entre los muertos es el principio y fin de todo», y acompañará a sus seguidores hasta el final de la historia.

La experiencia de Jesús resucitado es la experiencia de la unidad y de la no exclusión del hermano. Dios es Dios de todos los que asuman el proyecto de vida que Él propone, por medio de Jesús, para la humanidad.

En el evangelio, san Juan nos presenta el encuentro del Señor resucitado con Tomás que se ha negado creer que sus compañeros han tenido la experiencia del resucitado. Experiencia que les ha cambiado la forma de ver el mundo, experiencia que los ha vuelto más humanos y más sensibles a la realidad que vivía su pueblo en esos momentos históricos.

Tomás por nada del mundo cree el testimonio de sus compañeros. Él quiere tener su propia experiencia con el Señor. Y es respetado en el grupo. Por no creer a sus compañeros, el grupo no lo rechaza. Ellos han comprendido que los procesos individuales son diferentes y hay personas que tardan más tiempo para reconocer con su vida y con su palabra que Jesucristo el Señor se ha levantado de entre los muertos por el poder de Dios.

Llegó el momento en que Tomás se encontró con el Señor resucitado. Fue su momento y su experiencia la que le hizo sentir que él también formaba parte de la comunidad del resucitado. Su encuentro con el Señor, el evangelista lo narra de manera solemne y fuerte, ya que este relato trae en el fondo el testimonio de un cambio interior en Tomás, que le hace sentir al Señor resucitado más cerca y más impresionante que el de los demás encuentros de los discípulos con el Resucitado.

Como cristianos estamos llamados a superar todas las polaridades que hemos ido construyendo en nuestros esquemas mentales, y comprender que todos tenemos procesos diferentes para hacer realidad la resurrección de Jesús en nuestras vidas.

Para la revisión de vida

-Dichosos los que sin ver han creído. ¿Cuáles son los fundamentos de mi fe? ¿Por qué creo? ¿Es mi fe una fe que no se apoya en argumentos racionales?

-Paz a vosotros. ¿Tengo paz, paz profunda, shalom ?

Para la reunión de la comunidad o del grupo bíblico

-Si la fe es creer lo que no se ve", ¿tuvo fe Tomás cuando confesó a Jesús como "Señor mío y Dios mío" sólo después de haberlo visto?

-¿Qué relación (semejanzas, diferencias...) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer a Dios)?

Oración comunitaria

Dios de misericordia infinita que reanimas la fe de tu pueblo con la celebración anual de las fiestas pascuales: acrecienta en nosotros los dones de tu gracia para que comprendamos mejor que eres verdaderamente Padre y dador de Vida, que nos has encomendado acoger y acrecentar la vida, y que la Vida finalmente triunfará. Por J.N.S.

Para la oración de los fieles

-Para que nuestras comunidades cristianas se miren en el espejo de aquella primera comunidad surgida a partir de la resurrección de Jesús, roguemos al Señor...

-Por todos los que tienen dificultades para la fe; para que encuentren en la comunidad de los creyentes un testimonio atractivo e iluminador...

-Para que como en el tiempo de la comunidad primitiva sean también hoy muchos los que se adhieran a la fe...

-Para que también hoy nuestra comunidad cristiana ejerza el ministerio de la curación, del alivio de todas las penalidades que afectan a la vida humana...

-Para que los cristianos de hoy aprovechemos también el ministerio del perdón de los pecados, tanto en forma individual como comunitaria...

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


9.COMENTARIO 1

DE TEOLOGIA FICCION

«Al anochecer de aquel día, el día primero de la semana, estaban los discípulos en una casa con las puertas cerradas, por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo: 'Paz a vosotros'» (Jn 20,l3ss). Era el domingo de Resurrección.

Los intérpretes y comentaristas de este párrafo evangélico se han detenido en innumerables consideraciones tratando de describir las cualidades y características de los cuerpos resuci­tados. Entre éstas se citaba el don de la compenetración, gra­cias al cual tales cuerpos pueden atravesar paredes, puertas y toda clase de objetos compactos sin que éstos supongan obs­táculo alguno para sus desplazamientos...

Y uno se maravilla de que predicadores y teólogos sacaran tal idea de este relato del evangelio. Leído sin prejuicios mila­greros, el evangelista alude a dos situaciones distintas: en pri­mer lugar, al miedo de los discípulos, que se encuentran en una casa con las puertas cerradas, algo más que cerradas, atrancadas (en griego, kekleismenôn); en segundo lugar, a la presencia de Jesús en medio de ellos; el evangelista no se de­tiene en describir cómo entró el resucitado. Se limita a cons­tatar que «entró, haciéndose presente en medio de ellos». De esta frase no podemos deducir el modo como entró: si por la puerta, una vez abierta por los discípulos, o a través de ella, estando cerrada, como se ha afirmado con frecuencia en la predicación. En todo caso, y mientras no se demuestre lo con­trario, hemos de suponer lo primero.

Así se elaboró en el pasado una teología basada en el des­conocimiento de los textos evangélicos y en el deseo de ver milagros por todos los rincones de sus páginas. De esta teo­logía sufrimos aún las consecuencias. A base de comentar lo que el evangelio no dice o lo que el lector, predicador o teó­logo de turno sobrentiende, se enseña una doctrina que olvi­da frecuentemente el sentido básico del evangelio y se pierde en una maraña de detalles sobrentendidos, que tienen por finalidad satisfacer la curiosidad del creyente, amante del ele­mento maravilloso y sobrenatural, apartando su atención del mensaje auténtico y genuino.

Elemento maravilloso que deformó otras muchas narracio­nes de los evangelios, hasta el punto de que el lector se ve sorprendido cuando no encuentra en ellos el dato milagroso que le habían transmitido como auténtico. Pongamos algunos ejemplos más: ¿Dónde está escrito en los evangelios que el niño naciera 'como pasa el rayo del sol por el cristal sin rom­perlo ni mancharlo'? ¿ Y dónde que Jesús 'multiplicara' panes y peces? De lo primero, nada dice el evangelio; de lo segundo, los evangelistas hablan más bien de partir y repartir, hecho que, de realizarse, sería más milagroso que la misma multi­plicación. ¿Por qué hablar de una pesca 'milagrosa', palabra esta que no aparece en el evangelio de Lucas, pesca que pode­mos calificar con toda tranquilidad de 'abundante'? ¿Por qué decir que Jesús, tras caminar por el mar, bella metáfora apli­cada a Dios en el Antiguo Testamento, «calmó la tempestad», cuando más bien el evangelio dice que «Jesús subió a la barca y se calmó el viento», a modo de dos acciones simultáneas (Mc 6,51)?

Son algunos ejemplos a los que podíamos añadir otros muchos que han pasado a formar parte de la doctrina cristiana, sin fundamento evangélico alguno.

Preocupados por el elemento milagroso, los lectores del evangelio han visto en él más milagros de los que refiere, y con frecuencia han engrandecido y aumentado los ya referi­dos. Es hora de cancelar tanta teología ficción si queremos comprender los evangelios auténticos.



10. COMENTARIO 2

ASÍ OS ENVIO YO

Sentir a Jesús, presente y activo entre nosotros, es una experiencia que señala que nuestra liberación empieza a ser definitiva. Pero Jesús no parece muy dispuesto al folclore de las apariciones privadas. El se hará presente y podrá ser reconocido allí donde se reproduzcan las señales de su amor.


NO HAY RAZON PARA EL MIEDO

Ya anochecido, aquel día primero de la semana, estando atrancadas las

puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...


Los discípulos de Jesús están asustados. Todo su mundo parece haberse derrumbado definitivamente. Los dirigentes judíos han triunfado. Jesús, en quien ellos habían puesto tantas esperanzas, ha sido derrotado y, en su derrota, puede arrastrarlos también a ellos. Ese miedo los tiene esclavizados y ellos mismos han puesto cerrojos a las puertas. La verdad es que el miedo de los discípulos no es gratuito: los dirigentes judíos tienen una larga mano, capaz de alcanzarlos y de llevar­los, también a ellos, a la muerte. Y lo harán a poco que se les dé ocasión (véase, por ejemplo, Hch 7,54-60; 12,1-4); el mundo, es decir, los responsables de que las sociedades humanas sean estructuralmente injustas, jamás aceptarán por las buenas que se ponga en cuestión su mundo, que se pongan en peligro sus privilegios (véase Jn 15,18-21).

Todavía se sienten seguidores, discípulos de Jesús, pero la experiencia de la muerte ha caído sobre ellos como una losa que ha sepultado todas sus esperanzas. Pero aún siguen, aunque sea por recuerdo, aunque sea por su mismo y común miedo, sintiéndose unidos en él. Y eso los va a salvar. Porque aunque ellos no lo saben, ya está comenzando el día de su liberación definitiva y muy pronto van a ver la tierra prometida en la que serán, si se atreven, del todo libres: van a perder el miedo a una muerte que no es definitiva y que, por tanto, no es muerte.


LAS SEÑALES DE SU AMOR

...llegó Jesús, haciéndose presente en el centro..., les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.

Les dijo de nuevo:

Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros.


No podía ser definitiva una muerte que había sido ofrecida como muestra última del amor hasta el extremo; no podía vencer el odio a la vida. Y el miedo de sus amigos queda superado con la alegría de ver que Jesús, vivo, se hace presente en medio de ellos, les desea y les comunica la paz y les muestra, aún visibles, las señales de su amor: «Y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor». Ya son libres, pues el miedo, sustituido ahora por la alegría, era la cadena que los esclavizaba. Su liberación no consiste en marcharse a ninguna parte: la tierra prometida es toda la tierra de los hombres cuando de ella desaparece el miedo a la muerte, y esto sucede en la medida en que el hombre pierde el miedo al amor (Jn 12,23-26).

La experiencia de Jesús, que está realmente vivo y que, sin intermediarios, se hace presente en medio de ellos, marca el momento de la liberación personal de sus seguidores y el punto de partida de una tarea liberadora que será, a partir de ahora, el quehacer propio de todos sus discípulos: «Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo a vosotros».


EL PRIMER DÍA DE LA SEMANA

Y dicho esto, les sopló y les dijo:

-Recibid el Espíritu Santo. A quienes dejéis libres los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los imputéis, les quedarán imputados.


Y para que puedan llevar a cabo esa tarea les ofrece su fuerza, la misma que a él lo hizo capaz de amar hasta la muerte: el Espíritu Santo, la energía y el valor para el testimo­nio y la lucha (Jn 15,26-16,15), la vida y el amor de Dios que hace hijos a los amigos del Hijo si éstos aceptan esa vida y corresponden a ese amor asumiendo como propia la misión de Jesús y convirtiendo las causas de su muerte en la razón de la propia existencia (Jn 17,6-11).

El primer día de la semana es la expresión que usa el evangelio para señalar que acaba de nacer un mundo nuevo, una nueva humanidad: la comunidad cristiana. Pero, además, es el domingo el día en que la comunidad se reúne para celebrar la eucaristía, para recordar la muerte y anunciar la resurrección de Jesús, para dejar que la vida de Jesús penetre en cada uno de sus miembros y les dé fuerza para renovar el compromiso de seguir hasta el final el camino que señaló Jesús.

La celebración de la Eucaristía tiene que ser, tiene que seguir siendo, si no se ha convertido en un rito vacío, la experiencia clara y gozosa de la vida y de la actividad de Jesús entre los suyos, entre nosotros; pero para que sea así ha de ser el momento en que reafirmemos nuestro compromiso de reproducir en nuestras vidas las señales del amor de Jesús. Y no sólo como experiencia mística en el momento de la celebra­ción, sino jugándonos la vida, arriesgándonos a que nos claven las manos y nos partan el pecho por mantenernos fieles en la lucha en favor de la liberación, denunciando cualquier escla­vitud -eso es el pecado- de los hombres..., aunque se irriten los dirigentes.

Porque Jesús no se va a manifestar ya de manera visible; lo de Tomás fue un favor personal porque en cierta ocasión fue el único que se mostró dispuesto a acompañarlo a la muerte (Jn 11,16). Pero será fácil reconocerlo si los suyos seguimos reproduciendo las señales de su amor.



11. COMENTARIO 3

v. 19: Ya anochecido, aquel día primero de la semana, es­tando atrancadas las puertas del sitio donde estaban los discípulos, por miedo a los dirigentes judíos...

La escena tiene lugar el mismo día en que comienza la nueva creación (v. 19: aquel día pri­mero de la semana); esta realidad va a ser considerada ahora desde el punto de vista de la nueva Pascua, con alusión al éxodo del Mesías Los discípulos son todos los que dan su adhesión a Jesus, no hay nombres propios ni limitación alguna. Con la frase estando atrancadas las puertas muestra el desamparo de los seguidores de Jesús en medio de un ambiente hostil El miedo denota la inseguridad; los discípulos aún no tienen experiencia de Jesús vivo (16,16). Como José de Arimatea, son discípulos clandestinos (19,38). Su situación es como la del antiguo Israel en Egipto (Ex 14,10); pero, como en el Éxodo, están en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Ex 12,42; Dt 16,1 ).


vv. 19-20: llegó Jesús, haciéndose presente en el centro y les dijo: -Paz con vosotros, y dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos sintieron la alegría de ver al Señor.

Jesús se hace presente, como había prometido (14,18s; 16, l8ss) y se sitúa en el centro: fuente de vida, punto de referencia, factor de unidad. Paz con vosotros es el saludo que les confirma que ha vencido al mundo y a la muerte y, a continuación, Jesús les muestra los signos de su amor y de su victoria (v. 20). El que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz; se les muestra como el Cordero de Dios, el de la Pascua nueva y definitiva, cuya sangre los libera de la muerte (Éx 12,12s); el Cordero preparado para ser comido esta noche (Ex 12,8), es decir, para que pue­dan asimilarse a él. La permanencia de las señales en las manos y el cos­tado indica la permanencia de su amor; Jesús será siempre el Mesías-rey crucificado, del que brotan la sangre y el agua. Alegría.


v. 21: Les dijo de nuevo: Paz con vosotros. Igual que el Padre me ha enviado a mí, os envío yo también a vosotros y, dicho esto, sopló y les dijo: -Recibid Espíritu Santo.

La repetición del saludo (v. 21) introduce la misión, a la que tendía la elección de los discípulos (15,16; 17,18). Ésta ha de ser cumplida como el la cumplió, demostrando el amor hasta el fin (manos y costado). El Espíritu (v. 22) los capacitará para la misión. Sopló o «exhaló su aliento», éste es el verbo usado en Gn 2,7 para indicar la infusión en el hombre del aliento de vida. Jesús les infunde ahora su propio aliento, el Espíritu (19, 30), creando de este modo la nueva condición humana, la de "espíritu" (3, 6; 7,39) por el «amor y lealtad» que reciben (1,17). Culmina así la obra creadora, esto significa «nacer de Dios» (1,13), estar capacitado para «hacerse hijo de Dios» (1,12). Quedan liberados «del pecado del mundo» (1,19) y salen de la esfera de la opresión. La experiencia de vida que da el Espíritu es «la verdad que hace libres» (8,31s); quedan «consagrados con la verdad» (17,17s). El éxodo del Mesías no se hace saliendo físicamente del «mundo» injusto (17,15), sino dando la adhesión a Jesús y, de este modo, dejando de pertenecer al sistema mundano (17,6.14).


v. 23: A quienes dejéis libres de los pecados, quedarán libres de ellos; a quienes se los im­putéis, les quedarán imputados.

Este es el resultado positivo y negativo de la misión, en paralelo con la de Jesús. El pecado, la represión o supresión de la vida que impide la realización de proyecto creador, se comete al aceptar los valores de un orden injusto. Los pecados son las injusticias concretas que se derivan de esa aceptación.

El testimonio de los discípulos (15,26s), la manifestación del amor del Padre (9,4), obtendrá las mismas respuestas que el de Jesús: habrá quienes lo acepten y quienes se endurezcan en su actitud (15,18-21; 16,1-4).

Al que lo acepta y es admitido en el grupo cristiano, rompiendo de hecho con el sistema injusto, la comunidad le declara que su pasado ya no pesa sobre él; Dios refrenda esta declaración infundiéndole el Espí­ritu que lo purifica (19,34) y lo consagra (17,16s). A los que rechazan el testimonio, persistiendo en la injusticia, su conducta perversa, en con­traste con la actividad en favor de los hombres que ejerce el grupo cris­tiano, les imputa sus pecados. La confirmación divina significa que estos hombres se mantienen voluntariamente en la zona de la reproba­ción (3,36).


v. 24: Pero Tomás, es decir, Mellizo, uno de los Doce, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.

Tomás significa Mellizo, cf. 11,16, esto es, se parece a Jesús por su prontitud para acompañarlo en la muerte. Era uno de los Doce, que representan en Juan a la comunidad cristiana en cuanto heredera de las promesas de Israel (6,70); esta cifra no de­signa a la comunidad después de la muerte-resurrección de Jesús, cuando las promesas se han cumplido (cf. 21,2: siete nombres; comuni­dad universal). Tomás no había entendido el sentido de la muerte de Jesús (14,5); la concebía como un final, no como un encuentro con el Padre. Separado de la comunidad (no estaba con ellos), no ha partici­pado de la experiencia común, no ha recibido el Espíritu ni la misión. Es uno de los Doce, con referencia al pasado.


v. 25: Los otros discípulos le decían: Hemos visto al Señor en persona. Pero él les dijo: Como no vea en sus manos la señal de los clavos y, además, no meta mi dedo en la señal de los clavos y meta mi mano en su costado, no creo.

La frase de los discípulos (Hemos visto al Señor) formula la experiencia que los ha transformado. Esta nueva realidad muestra por sí sola que Jesús no es una figura del pasado, sino que está vivo y ac­tivo entre los suyos. Tomás no acepta el testimonio. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido. Exige una prueba individual y extraordinaria.


v. 26: Ocho días después estaban de nuevo dentro de casa sus discípulos y Tomás con ellos. Llegó Jesús estando las puertas atrancadas, se hizo presente en el centro y dijo: Paz con vosotros.

Ocho días después (v. 26): el día permanente de la nueva creación es «primero» por su novedad y «octavo» (número que simboliza el mundo futuro) por su plenitud. En él va surgiendo el mundo definitivo. Los discípulos están den­tro de casa, esto es, en la esfera de Jesús, la tierra prometida. Pero las puertas atrancadas ya no indican temor; trazan la frontera entre la comunidad y el mundo, al que Jesús no se manifiesta (14,22s). Entonces llegó Jesús (lit. «llega»); ya no se trata de fundar la comunidad (20,19: «llegó»), sino de la presencia habitual de Jesús con los suyos. Jesús se hace presente a la comunidad, no a Tomás en particular. Juan menciona solamente el saludo (Paz con vosotros), que en el episodio anterior abría cada una de las partes. No siendo ya éste el primer encuentro, el saludo remite al segundo saludo anterior (20,21): cada vez que Jesús se hace presente (alusión a la eucaristía), re­nueva la misión de los suyos comunicándoles su Espíritu.


v. 27: Luego dijo a Tomás: Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel.

El adverbio de tiempo luego (v. 27) divide la escena; ahora va a tratarse de Tomás. Unido al grupo encontrará solución a su problema. Jesús, demostrándole su amor, toma la iniciativa y lo invita a tocarlo. La insistencia de Juan en lo físico (dedo, manos, mano, meter, costado) subraya la continuidad entre el pasado y el presente de Jesús: la resurrección no lo despoja de su condición humana anterior ni significa el paso a una condición supe­rior: es la condición humana llevada a su cumbre y asume toda su his­toria precedente. Ésta no ha sido solamente una etapa preliminar; ella ha realizado el estado definitivo.


v. 28: Reaccionó Tomás diciendo: ¡Señor mío y Dios mío!

La respuesta de Tomás es tan extrema como la incredulidad anterior. El Señor es el que se ha puesto al servicio de los suyos hasta la muerte (13,5.14); es así como en Jesús ha culminado la condición humana (19,30). La expresión Señor mío reconoce esa condición. Tomás ve en Jesús el acaba­miento del proyecto divino sobre el hombre y lo toma por modelo (mío).

Después del prólogo (1,18:» Hijo único, Dios») es la primera vez que Jesús es llamado simplemente Dios («el Hijo de Dios»; 3,16.18, etc.: «el Hijo único de Dios»). Con su muerte en la cruz ha dado remate a la obra del que lo envió (4,34): realizar en el Hombre el amor total y gratuito propio del Padre (17,1). Se ha cum­plido el proyecto creador: «un Dios era el proyecto» (1,1). Tomás des­cubre la identificación de Jesús con el Padre (14,9.20). Es el Dios cer­cano, accesible al hombre (mío).


v. 29: Le dijo Jesús: ¿Has tenido que verme en persona para acabar de creer? Dichosos los que, sin haber visto, llegan a creer.

La experiencia de Tomás no es modelo. Jesús se la concede para evitar que se pierda (17,12; 18,9): a Jesús no se le encuentra ya sino en la nueva realidad de amor que existe en la comunidad. La experiencia de ese amor (sin haber visto) es la que lleva a la fe en Jesús vivo (llegan a creer).


vv. 30-31: Ciertamente, Jesús realizó todavía, en presencia de sus discípulos, otras muchas señales que no están escritas en este libro; éstas quedan escritas para que creáis que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y, creyendo, tengáis vida unidos a él.

Para Jn, la vida de Jesús significa ante todo un conjunto de hechos, las «señales», en los que ha manifestado su amor a los hombres (2,11: «su gloria»). El evangelista ha hecho una selección (v. 30). Su obje­tivo es suscitar la adhesión de los lectores a Jesús (v. 31), el que, después de una actividad liberadora, ha sido condenado y ejecutado por los po­deres del mundo. El creyente ha de ver en él al Mesías, al consagrado por Dios para llevar a cabo su designio en la historia, al que forma la nueva comunidad humana; ha de descubrir también que es el Hijo de Dios, la presencia del Padre entre los hombres.




12. COMENTARIO 4

El acontecimiento de la resurrección ha llegado a ser el centro y la fuerza para los discípulos que habían estado aturdidos y desconsolados con la muerte del Maestro. Pero los últimos testimonios que han recibido de sus hermanos, y de personas que no pertenecían al grupo de los once -como es el caso de los discípulos de Emaús- y más aún, el sentir al resucitado en medio de ellos cuando se encontraban reunidos, les ha hecho afianzar su fe y les ha dado el valor necesario para salir y anunciar lo que Dios había realizado con Jesús al levantarlo de entre los muertos.

Los Apóstoles son ahora la presencia del resucitado en medio de la comunidad. Los signos y prodigios que hacen son la ratificación del cambio que estaba produciendo el anuncio de la Resurrección de Jesús. Anuncio que es capaz de transformar la vida de hombres y mujeres para que se adhirieran a la fe del Señor. Es importante anotar que en la nueva experiencia en torno a Jesucristo, la nueva comunidad quiere vivir una unidad real y verdadera, unidad que es capaz de superar toda polaridad o división por motivo social, cultural, o de género. En el grupo de cristianos ha sido superado el problema pobres-ricos, el problema griegos-judíos, y el problema mujeres-hombres. Ahora todos tienen cabida en la nueva comunidad, respetándole a cada cual su proceso individual hasta que alcance su edad adulta en la fe.

El libro del Apocalipsis escrito en tiempo de las persecuciones romanas contra la primitiva Iglesia, es muestra de valentía de los primeros que fueron aceptando en sus vidas a Jesucristo como su Señor y como la manifestación plena de Dios. Juan, que firma el escrito apocalíptico, nos cuenta que se encuentra en Patmos, desterrado, "por haber predicado la palabra de Dios y haber dado testimonio de Jesús", lo cual nos habla de las repercusiones sociales de la predicación apostólica.

Pero es en ese lugar, en el lugar de la exclusión política, desde donde Dios envía un mensaje de vida a toda la Iglesia primitiva para que en medio de la persecución que se ha despertado a causa del anuncio de la resurrección de Jesús y de la nueva forma de vida que predica el cristianismo naciente, siga firme y fiel, ya que quien ha sido resucitado de entre los muertos es «el principio y fin de todo», y acompañará a sus seguidores hasta el final de la historia.

La experiencia de Jesús resucitado es la experiencia de la unidad y de la no exclusión del hermano. Dios es Dios de todos los que asuman el proyecto de vida que Él propone, por medio de Jesús, para la humanidad.

En el evangelio, san Juan nos presenta el encuentro del Señor resucitado con Tomás que se ha negado creer que sus compañeros han tenido la experiencia del resucitado. Experiencia que les ha cambiado la forma de ver el mundo, experiencia que los ha vuelto más humanos y más sensibles a la realidad que vivía su pueblo en esos momentos históricos.

Tomás por nada del mundo cree el testimonio de sus compañeros. Él quiere tener su propia experiencia con el Señor. Y es respetado en el grupo. Por no creer a sus compañeros, el grupo no lo rechaza. Ellos han comprendido que los procesos individuales son diferentes y hay personas que tardan más tiempo para reconocer con su vida y con su palabra que Jesucristo el Señor se ha levantado de entre los muertos por el poder de Dios.

Llegó el momento en que Tomás se encontró con el Señor resucitado. Fue su momento y su experiencia la que le hizo sentir que él también formaba parte de la comunidad del resucitado. Su encuentro con el Señor, el evangelista lo narra de manera solemne y fuerte, ya que este relato trae en el fondo el testimonio de un cambio interior en Tomás, que le hace sentir al Señor resucitado más cerca y más impresionante que el de los demás encuentros de los discípulos con el Resucitado.

Como cristianos estamos llamados a superar todas las polaridades que hemos ido construyendo en nuestros esquemas mentales, y comprender que todos tenemos procesos diferentes para hacer realidad la resurrección de Jesús en nuestras vidas.

COMENTARIOS

1. Jesús Peláez, La otra lectura de los evangelios II, Ciclo C, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Para que seáis hijos". Ciclo C. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos, Nuevo Testamento (Notas al evangelio de Juan). Ediciones Cristiandad Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).