53 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO DE RESURRECCIÓN
1-9

1. CR/QUÉ-ES:

A veces es útil hacerse preguntas. Y hoy, en este solemne y glorioso día de Pascua, al iniciar la gran fiesta de los cristianos -la gran fiesta de la fe- podría ser oportuno preguntarnos si sabemos exactamente lo que creemos. No quisiera ofender a nadie. Quisiera únicamente que todos hoy nos interrogáramos sinceramente para que así podamos celebrar bien estas siete semanas de fiesta cristiana que es el tiempo pascual. Y, para celebrarlo bien, es necesario que sepamos bien qué creemos.

-¿Qué es ser cristiano? ¿El cristiano, es el hombre que cree en Dios? Sí, pero no es necesario ser cristiano para creer en Dios: hay millones de creyentes que no son cristianos (y no únicamente en países lejanos; también entre nosotros).

¿El cristiano, es aquel que cree en una vida que no termina con la muerte? Sí, pero tampoco es exclusiva nuestra creer en la pervivencia: también hay hombres que esperan otra vida sin ser cristianos.

¿El cristiano, es el hombre que cree en la necesidad de cierto tipo de comportamiento, basado en el amor, en la justicia, en la verdad...? Sí, pero -una vez más- debemos reconocer que no es necesario ser cristiano para creer en la exigencia de un camino de amor, de lucha por la justicia, de búsqueda de la verdad... Hay muchos hombres -incluso no religiosos- que de hecho procuran vivir así.

Todas estas preguntas no definen lo que es nuestra fe. Pero tampoco basta decir que el cristiano es aquel que quiere inspirar su vida en la palabra y en el ejemplo de JC. Ciertamente, el cristiano -como dice la misma palabra- se define en relación, en referencia con Cristo. Pero para nosotros, Jesús no es únicamente un maestro, un ejemplo. Nuestra fe nos pide un paso más, un paso de una importancia -y no lo escondamos: de una dificultad- decisiva.

La pregunta sobre nuestra fe tiene una respuesta precisa y concreta: ser cristiano es creer en la resurrección de JC. Quien tiene esta fe -con todas sus consecuencias- es cristiano; quien no cree en la Resurrección, no puede llamarse cristiano (por más que pueda ser un hombre admirador de Jesús o un hombre religioso o un hombre justo). Ser cristiano no pide nada más ni nada menos que esto: creer que Jesús de Nazaret, después de seguir su camino de anuncio de la Buena Noticia del Reino de Dios, para ser fiel a ello hasta el extremo, aceptó el camino de la cruz con una fe, con un amor, con una esperanza total. Y que por ello Dios Padre le resucitó, es decir, le comunicó aquella plenitud de vida que Él había anunciado, constituyéndole así Señor -es decir, criterio y fuente de vida-, para todos los que creyeran en Él.

Pero hagamos un paso más. Hagámonos otra pregunta: ¿Cómo los que creemos en JC resucitado, vivo, vivimos nosotros vinculados a su vida? Y la respuesta será: la consecuencia de nuestra fe en JC vivo, es que nosotros creemos que su Espíritu -aquel Espíritu de Dios que dicen los evangelios que estaba en él- está en nosotros.

El tiempo de Pascua debe significar para los cristianos un progreso en esta fe en el Espíritu de JC que penetra, ilumina, fortalece, nuestro camino. Porque es gracias a que el Espíritu Santo está presente en mí, en ti, en cada uno de nosotros, que yo, tú, todos nosotros, estamos injertados, vinculados con JC resucitado.

El error de los cristianos muy a menudo es éste: nos lo queremos arreglar solos, porque olvidamos el Espíritu de Dios que está en nosotros, como estaba en los primeros cristianos. Repitámoslo: creer en la Resurrección de JC -esto que define nuestra fe- es lo mismo que creer que tenemos en nosotros su Espíritu. El camino no lo hacemos solos: el camino es el Espíritu quien lo hace en nosotros.

Y si ésta es nuestra fe, ésta es también la causa de nuestra alegría. Por eso, la Pascua es tiempo de alegría, de fiesta, de abrirnos sin miedo a la vida de Dios. De ahí que ahora, como hemos hecho en la celebración de anoche, en la solemne Vigilia Pascual, renovemos nuestro compromiso bautismal de lucha contra todo mal, de fe en el Padre que es amor, en el Hijo que es nuestro camino, en el Espíritu que está presente y vivo en nosotros.

Renovación de nuestra fe que es renovación de vida y llamada a la alegría.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1989, 7


2. CINCUENTENA:

-La gran fiesta que dura 50 días

Hermanas y hermanos: hoy es la gran fiesta cristiana, la mayor de todas. Una fiesta tan fiesta que no tenemos bastante con un día para celebrarla: por eso la Pascua dura nada menos que 50 días, siete semanas, hasta la Pascua de Pentecostés (que significa precisamente "cincuenta"). Y todo como una sola y única y gran fiesta.

En realidad, es la única fiesta de los cristianos porque es la que celebramos también cada domingo. Y es normal que así sea porque la Pascua significa aquello que ES EL NÚCLEO, LA RAÍZ Y LA FUERZA DE LA FE CRISTIANA: la gran afirmación de que Jesucristo ha resucitado, está plenamente vivo, es el triunfador de la muerte y de todo mal. Es la gran afirmación de nuestra fe y es una afirmación no para guardarla -como en el congelador para que se conserve- sino para sembrarla en lo más vivo de nuestra vida para que la renueve, penetre y transforme. Porque si Jesucristo vive, vive para nosotros y en nosotros.

Ayer por la noche la comunidad cristiana se reunió para aquella VIGILIA expectante que desemboca en el canto jubiloso del aleluya: la vigilia pascual, la más importante de las reuniones cristianas del año. Y allí los cristianos que pudieron asistir, renovaron su COMPROMISO BAUTISMAL -como haremos nosotros en esta misa- para expresar sencillamente esto: queremos compartir la muerte y resurrección de Cristo, es decir, LUCHAR contra todo lo que hay de mal en nosotros y en el mundo, ABRIRNOS A LA VIDA que es de Dios, que nos enseñó Jesús de Nazaret, que siembra en nosotros el Espíritu Santo.

-Pedro nos explica qué es la Pascua

Para entender y vivir más esta realidad central de nuestra fe, podríamos fijarnos unos momentos en la 1. lectura que hemos leído. Es un resumen de la fe y de la predicación de la PRIMERA COMUNIDAD cristiana. En las palabras de san Pedro encontramos los ASPECTOS PRINCIPALES de la afirmación de la fe. Es decir, de lo que es la Pascua. Esquemáticamente podríamos decir que encontramos tres aspectos.

1) En primer lugar la INICIATIVA, la acción gratuita y amorosa de Dios. Pedro insiste en que es Dios quien nos dio a Jesús de Nazaret, quien lo consagró con su Espíritu y su fuerza de verdad y amor. Jesucristo pasó haciendo el bien (dice san Pedro) y liberando del mal "porque Dios estaba con él". Pero la acción de Dios se MANIFESTÓ SOBRE TODO RESUCITANDO A JESÚS, no permitiendo que el mal y la muerte triunfara sobre Aquél que se había entregado totalmente al bien y a la vida.

2) Esta acción de Dios sigue eficaz y actual hoy para nosotros.

JC está vivo y está con nosotros, por gracia, por obra de Dios. Pero NOSOTROS TENEMOS QUE RECONOCERLO, tenemos que descubrir su presencia. Y éste es el segundo aspecto que es preciso entender.

De nada nos serviría crecer y repetir que JC ha resucitado si no sabemos QUIÉN ES JC Y QUÉ es para nosotros. JC resucitado es el mismo Jesús de Nazaret que nos presentan los evangelios. El mismo que dijo: "YO SOY LA FUENTE del agua de vida que brotará dentro de vosotros"; "Yo soy LA LUZ que guía hacia la vida y vosotros también tenéis que ser luz que guíe"; "Yo soy la RESURRECCIÓN y la vida, y el que crea en mí nunca morirá"; "Yo soy EL REY y mi misión es dar testimonio de la verdad". Aquella verdad que es simplemente: Dios es amor.

3) Este es JC para nosotros, en nosotros. Es necesario que lo encontremos, lo reconozcamos, en el evangelio y en nuestra vida. Y es preciso también (es el tercer aspecto que subraya san Pedro) QUE LO VIVAMOS, QUE DEMOS TESTIMONIO de él, que lo anunciemos. Es nuestra misión de cristianos, de Iglesia en el mundo. Una misión que es lucha por la verdad y el amor, por el Reino de Dios. Una misión que es un camino difícil, doloroso (como el de JC), pero que conduce HACIA LA PLENITUD de vida que la Resurrección de JC inicia y anuncia. Por eso es una lucha y un camino de esperanza e incluso de fiesta.

Expresamos en la eucaristía de hoy estos tres aspectos de la Pascua: damos gracias al Padre por su constante acción amorosa y fecunda: reconocemos a JC vivo en nosotros, revelador y comunicador de la vida de Dios; pedimos ser más fieles a esta vida siempre nueva y para todos, que nos permite abrirnos sin miedo a la alegría, a la lucha, a la esperanza, a la fiesta.

JOAQUÍN GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 7


3.

Hoy no es un domingo cualquiera: HOY ES PASCUA. Si cada domingo celebramos la resurrección del Señor, hoy la celebramos con mayor solemnidad junto con su Pasión. Rebosa tanto de sentido, lleva consigo tanto gozo el domingo de Pascua, que NECESITAREMOS CINCUENTA DÍAS para celebrarlo debidamente. Es el tiempo pascual, o la cincuentena pascual, que va desde la fiesta de hoy hasta domingo de Pentecostés, estos cincuenta días que son como un solo y único día festivo, como un gran domingo.

-"Dios lo resucitó al tercer día... Nosotros somos testigos..." Este es el anuncio de Pedro en casa de Cornelio: "Dios lo resucitó al tercer día": Pedro y los demás discípulos nos dan testimonio. Podemos tenerlo por muy seguro. No pecan en absoluto de ilusos o mentirosos: ¡BASTANTE LES COSTO creérselo! Primero, no se fían nada de unas mujeres visionarias. Luego, comprueban con sus propios ojos que efectivamente el sepulcro está vacío. Pero no descartan la sospecha de que alguien se haya llevado el cuerpo del Señor. Y así, entre dudas y miedos, recordando las palabras del Maestro y leyendo de nuevo las Escrituras, avanzan hacia la luz. Hasta que llega LA PRUEBA DEFINITIVA, LA DE LA AMISTAD, LA DEL AMOR: se sientan a la mesa con él. Sí, Jesús de Nazaret, el hijo del carpintero, el que fue ungido con el Espíritu Santo y con poder, que pasó por el mundo haciendo el bien y terminó colgado en un patíbulo, a éste, ¡DIOS LO HA RESUCITADO! Nadie lo ha visto con los ojos de la carne, pero él no está en el lugar donde lo pusieron y por el contrario se ha aparecido, no a todo el pueblo, sino a unos testigos que Dios había designado.

Nosotros creemos que Jesús resucitó porque UNOS HOMBRES, unos sencillos pescadores, NOS LO HAN DICHO Y LO HAN RUBRICADO con su sangre. Y porque, después de ellos, muchos otros cristianos han vivido y han muerto por esta misma causa durante veinte siglos.

Nosotros estamos ahora aquí porque, habiendo sido BAUTIZADOS en esta fe, que es la de la Iglesia, QUEREMOS EXPERIMENTARLA una vez más y proclamarla en todo el mundo y TRANSMITIRLA, eslabones de la tradición, a las gene- raciones que vendrán.

-Nosotros también somos testigos Eso es lo que deberíamos poder anunciar también nosotros, después de esta celebración, después de cada celebración, convertidos en apóstoles y evangelistas actualizados. Teniendo muy en cuenta que, si somos capaces de afirmar de palabra y de confirmar con las obras la resurrección de Jesús, es porque también nosotros hemos sido resucitados con él por la fuerza del Espíritu.

-Debemos ser HOMBRES DE ESPERANZA. No se puede andar por el mundo con cara de angustias y profetizando calamidades. Debemos mantenernos, a pesar de todo, en un optimismo insobornable, hecho a prueba de amor y de muerte. Como el de Juan XXIII. Muy realista pero lleno de buen humor. Jesús, el martes de Pascua, comía arenques con sus amigos junto al mar de Tiberíades. Debemos estar al lado de los jóvenes y de los hombres de buena voluntad que luchan por un mundo mejor. La salvación del hombre y de la humanidad no es una utopía. El amor y la vida triunfarán. Cristo ha vencido al pecado y la muerte.

-Debemos entrar sin miedo "en el sepulcro de Dios" que es EL MUNDO MODERNO -tan secularizado, tan vacío de Dios aparentemente- para descubrir en él, contrastando los hechos con la Escritura, la presencia y la ACCIÓN DEL RESUCITADO. Juan llegó primero al sepulcro, pero fue Pedro el primero que entró y creyó. No tenemos que esperar que la jerarquía vaya siempre por delante; pero sí tenemos que esperar su palabra y que, dejándose de seguridades demasiado humanas, fiándose bastante más del Espíritu, acepte también ella el riesgo de la fe.

-(MISA/DO)Debemos tomarnos en serio LA MISA DE CADA DOMINGO, no como un precepto religioso que hay que cumplir, como una mera ceremonia que nos puede justificar por sí misma, sino como el lugar y el momento privilegiado de nuestro encuentro semanal con el Señor, encuentro que nos ayudará a renovarnos en nuestro compromiso bautismal, a no perder nunca de vista el horizonte de la trascendencia en el atareamiento por las cosas temporales, a distinguir "los bienes de arriba" de "los bienes de la tierra", puesto que "allá arriba" es "donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios". Deberíamos convertir siempre nuestra reunión dominical, y más especialmente en este tiempo, en una auténtica fiesta desbordante de alegría, que prefigurase el banquete del Reino.

Dispongámonos, pues, a CELEBRAR la Pascua del Señor, a hacer la experiencia del Señor resucitado. El está aquí con nosotros. No lo vemos pero está. ¡Claro que está! Como estamos nosotros mismos. Sólo nos falta darnos cuenta, RECONOCERLO, intimar con él.

Lo acabamos de escuchar, nos sentamos con él a la mesa. En virtud del pan y del vino, también nosotros podemos decir que "hemos comido y bebido con él". Y entonces NUESTRA VIDA será como la de Jesús, y NUESTRO TESTIMONIO como el de los apóstoles.

CLIMENT FORNER
MISA DOMINICAL 1977, 8


4. RS/FIESTA

Celebramos la Resurrección de Cristo. Celebramos nuestra propia resurrección, es decir, el hecho que hemos sido transformados en Nuevas Criaturas. Nuestra alegría consiste en que lo más profundo de nuestra persona, lo más íntimo, ese reducto que nadie ni nada puede llenar satisfactoriamente, se ha encontrado con Dios mismo.

Y este encuentro tiñe toda nuestra vida, nuestra relación con los demás, y la ofrecemos, pobremente pero con inmensa confianza a todos los hombres y a todas las situaciones. Hoy es un día que debemos, como nunca, hablar desde nuestra fe.

Pero debemos hacerlo también de la forma más realista, más inmediata, más sobria. Porque hemos de hablar de nuestra Fiesta real y concreta, a los hombres reales y concretos. Hoy se tiene que levantar la voz de la comunidad creyente con la misma sencillez y con la misma fuerza que tuvieron aquellas palabras: "Vosotros conocéis lo que sucedió...". Jesús "nos encargó predicar al pueblo, dando solemne testimonio de que Dios lo ha nombrado juez de vivos y muertos".

¿A quién predicamos esto? ¿A quién invitamos a la Fiesta? Predicamos e invitamos a los hombres -comenzando por nosotros mismos- que están en la lucha, en los afanes, en los logros y los reveses de su concreta vida. Proclamamos una fiesta distinta de la vacación, del descanso o del desvarío. Proclamamos una fiesta que se refiere a lo más sagrado que el hombre tiene en sí.

Proclamamos la fiesta siendo conscientes de que muchos, muchísimos hombres son heridos en su intimidad. Proclamamos la fiesta sintiendo en nuestra carne y en la de los hermanos los límites de nuestra condición.

Para muchos hoy la fiesta cristiana es un contrasentido o una utopía. Muchos cristianos, incluso, se desalientan y no son capaces tampoco de afirmar la alegría de la Buena Nueva. Pero si la fiesta desapareciese, si no fuésemos capaces de celebrar, si creyésemos que todo se había de resolver en la horizontalidad de nuestras experiencias, la Iglesia no sería ya el lugar de comunión de todos los hombres y cada uno de nosotros habría perdido la posibilidad de entrar en comunión con los demás.

La Fiesta cristiana de la Resurrección que se celebra cada domingo y especialmente en éste es el descubrimiento de que en lo más escondido de nuestra intimidad hay una salvación. Es el descubrimiento en cada uno de nosotros que la realidad de nuestra vida ha sido esencialmente transfigurada por el HECHO de la Resurrección de Cristo.

La Fiesta cristiana es una convocación a aquello que tenemos en común. Esa soledad última, esa pregunta que nadie sacia, esa inquietud, si se quiere, que no nos deja descansar, esa búsqueda de sentido, ese anhelo por el bien en cualquiera de sus formas, esa razón que buscamos al dolor, al envejecimiento, al impulso por vivir dignamente... a esto nos convoca la Fiesta.

Sentirse transformado porque Cristo ha dado sentido salvador a todo, porque nos hace pasar por el valle oscuro de la existencia y de la muerte y nos conduce más allá de toda lágrima, es ponerse en situación de fiesta.

La resurrección de Cristo ha vencido los poderes demoníacos que hay en el fondo de nuestro ser: esos desalientos y agresividades, esa búsqueda de lo inmediato y de lo egoísta, esa maldición de tener que morir. Y... cuando esto se descubre en la fe de un acontecimiento que es presente, se juega, se baila, se canta y se celebra. Se está en Fiesta.

Jugar en vez de apostar. Esperar en vez de maldecir. Amar en vez de odiar. Creer en vez de "saber". Vivir la alegría de que "todo era verdad". La verdad de Jesús de Nazaret. Esa verdad que cambia todo sin cambiar nada. Sobre todo que nos hace cambiar a nosotros y nos impulsa a decir a todos que la alegría es una realidad que disuelve y asume todos nuestros dolores. Hoy sabemos que nuestra fe se mide por la capacidad de fiesta como iremos viendo en los domingos que vienen.

CARLOS CASTRO


5. PAS/RUPTURA LBT/RUPTURA

Se abrió el mar en dos mitades, y un pueblo de esclavos lo atravesó "a pie enjuto". Este pueblo comenzó a vivir en libertad.

He aquí la pascua de Israel. He aquí la fiesta de la liberación que año tras año celebran los judíos hasta nuestros días.

Se abrió una tumba de par en par, y el que había muerto bajo el poder de Poncio Pilato resucitó: la muerte no pudo tragarlo, y la tumba quedó vacía. Esta es nuestra pascua: éste es el paso de la muerte a la vida: ésta es en verdad para todos los cristianos la gran fiesta de liberación. Año tras año, domingo tras domingo, la celebraremos.

No hay pascua sin ruptura: no hay resurrección sin ruptura: no hay libertad sin ruptura. ¿Continuismo? El que padece la esclavitud no puede continuar, si quiere llegar a la libertad. En algún momento decisivo tiene que dar el paso hacia delante, ha de saltar, ha de romper; pues sólo es posible llegar a la libertad, en libertad. Y esto vale para el hombre, para cada hombre, en la historia de su vida, y para el pueblo, para cada pueblo, en su larga biografía. Hay que dejar al faraón que se hunda con sus caballos en el Mar Rojo. La libertad está en la otra orilla.

Es cierto que los hombres y los pueblos viven en la tradición, y aun de la tradición; pero la tradición de los hombres que aman la libertad no puede ser otra que la memoria inapreciable de todos los hechos de emancipación. Cualquier otra tradición que no sea ésta es un fardo inútil que retrasa la marcha, una trampa, un lazo que nos hace caer en el pasado, una tentación que nos hace volver el rostro para que nos convirtamos en estatuas de sal.

La verdadera tradición cristiana, en la que estamos y en la que entramos por el bautismo, es la memoria subversiva de la muerte y resurrección de Jesús. Memoria subversiva sí, porque es la memoria que nos subleva ante cualquier tipo de esclavitud y mantiene despierta la conciencia de la vocación a la libertad de los hijos de Dios; pues para esto, para que vivamos en libertad, Cristo ha levantado la losa de la tumba y ha dejado abierto el camino a nuestra esperanza.

En el principio de esta tradición hay unos hombres que perdieron el miedo a la muerte. Son los testigos, los apóstoles. Para ellos la experiencia pascual fue ciertamente liberadora: Desató su lengua cuando estaban callados como muertos, desató sus pies cuando estaban acorralados por el miedo a los judíos, irguió su esperanza cuando estaban abatidos, les abrió el sentido de las escrituras cuando éstas se hallaban herméticamente cerradas a su comprensión... Y estos hombres liberados salieron por las calles y plazas y por todos los caminos del mundo a predicar con valor el anuncio y la denuncia del evangelio. Es verdad que la fe en la resurrección del Señor no podrá evitar que Pedro y Pablo sean encadenados, pero ¿quien ha podido encadenar ya el evangelio? ¿Quién podrá detener ya la esperanza, una vez desatada? Pues hay una promesa pendiente que se ha de cumplir no obstante y a pesar de todo. Dios es fiel y no defrauda a sus testigos: "Si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de los hombres; pero ¡Cristo ha resucitado!" He aquí la adversativa que nadie puede dominar. "¡Si Cristo ha resucitado, también nosotros resucitaremos!" La resurrección, la pascua, es irreversible. Porque es un paso hacia delante. Cristo no resucita para volver a morir. La resurrección de Cristo no es el mito del eterno retorno: vivir para morir, morir para vivir, y vuelta a empezar. No, la resurrección es un hecho histórico, el hecho mayor de toda la historia de la salvación o de la liberación. No tiene que ver nada con un suceso de la naturaleza. Por eso es siempre una ruptura, pues el que resucita no vuelve ya a las andadas.

En este sentido nos dice Pablo: "Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba...; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra". Pero ¡cuidado!, la fe en la resurrección no pone a los creyentes en una órbita extraterrestre, no puede dispararlos más allá de las realidades de este mundo. Es decir, no puede privarnos de la responsabilidad de alumbrar con dolores de parto la nueva tierra en la que habita la justicia. La resurrección es una ruptura respecto al pecado del mundo, respecto a las estructuras injustas o formas de este mundo que pasan; pero es una vinculación y un compromiso con la esperanza de toda la creación que suspira para que un día se manifieste, al fin, la gloria de los hijos de Dios.

EUCARISTÍA 1976, 27


6. UTOPIA/MU/RS   J/PRIMOGENITO

Jesús murió: ¿Cabía esperar otra cosa? Y si no cabía esperar nada más que la muerte de Jesús, porque era un hombre, y si no podemos los hombres esperar otra cosa que la muerte..., ¿qué sentido tiene la vida? ¿Es el hombre un ser para la muerte? Y, en este supuesto, ¿qué puede ser la historia de la emancipación del hombre, sino una pasión inútil, al fin y al cabo? Pues la muerte no vencida, el último enemigo, es la gran necesidad a la que van a parar todas las libertades.

Los idealistas esperan que llegue un día a florecer la revolución final y traiga consigo la cosecha de la sociedad deseada. Los idealistas esperan, y luchan..., y mueren por la justicia, por la paz y por la libertad de todos. Pero ¿qué justicia, qué paz y qué libertad habrá aquel día -si es que llega- para los que ya murieron y sacrificaron su vida a tan grandes ideales? Rehabilitar el nombre de los mártires y rescatar su memoria -"¡hermano, no te olvidamos!"- no es hacerle justicia. Entonces ¿qué? Entonces, nada; nada para los que ya murieron. Valga, pues, el refrán: "el muerto al hoyo y el vivo al bollo", y disfruten los vivos de la plusvalía de los muertos. ¿Cinismo? En absoluto, es el único realismo si no hay resurrección.

Pero Cristo ha resucitado: Así lo confesaron los Apóstoles. Cuando todo parecía que había terminado en una tumba como siempre, hallaron la tumba vacía y anunciaron que había sucedido lo imposible y lo nunca visto: que Jesús, el justo, había sido rehabilitado por Dios, él mismo y no sólo su memoria; que Jesús de Nazaret, juzgado por el Sanedrín y ejecutado bajo el poder de Poncio Pilato, él mismo y no otro, había resucitado.

No entenderíamos este mensaje si pensáramos que la resurrección no es más que la continuación en el mundo de la causa por la que él vivió y murió. No lo entenderíamos si creyéramos que Jesús, por su muerte ejemplar, en vez de pasar de la muerte a la vida pasó de la vida a la historia, como se dice de los "inmortales".

-Primogénito de los muertos: La resurrección de Jesús fue para los Apóstoles, y es para los creyentes, un paso adelante y no un retroceso. Jesús no resucitó como Lázaro, para volver a morir. La resurrección auténtica de la muerte, el paso definitivo del reino de la necesidad al reino de la libertad.

Y así derribó Jesús, de una vez por todas, el muro de la desesperación. Ya hay camino hacia la nueva humanidad, porque ha sucedido lo imposible y ahora todo es posible con la gracia de Dios. Porque ha nacido en el mundo una esperanza contra toda esperanza, contra la muerte que todo lo mortifica. La acción y la pasión de los que luchan y esperan no será confundida, pues todos los dolores del mundo son ahora dolores de parto. Jesús encabeza el triunfo de la vida, es el primogénito: si él ha resucitado, también los que luchan y mueren como él resucitarán.

RS/REVOLUCION: La resurrección de Jesús es la señal de que Dios ha decidido llevar a cabo la gran insurrección de todos los que fueron explotados hasta el límite de la muerte. A diferencia de las revoluciones humanas, que no redimen a los muertos, la revolución de Dios en Jesucristo es verdaderamente radical y universal. Y esto nos permite a los creyentes sentirnos solidarios en una misma lucha no sólo con las generaciones futuras, sino también con las generaciones pasadas.

-Testigos de la resurrección: Creer en la resurrección de Jesús no es sólo tener por cierto que resucitó, sino resucitar con él.

Porque es vencer, ya en esta vida, por la esperanza la desesperación de la muerte. La fe en la resurrección de Jesús es la única fuerza que puede disputar a la muerte su dominio. La muerte es el último enemigo y el arma más poderosa de todos los enemigos del hombre. El poder de la muerte se anuncia en el hambre, las enfermedades, la explotación, la marginación, las injusticias... y todo cuanto mortifica a los hombres y a los pueblos. Creer en la resurrección de Jesús es sublevarse ya contra ese dominio de la muerte.

EUCARISTÍA 1977, 19


7.

La Resurrección no es un mito para cantar lo que siempre sucede, el eterno retorno de la naturaleza o el proceso interminable de continuadas reencarnaciones, un volver a la vida para volver a morir desesperadamente... Tampoco es una "historieta piadosa" nacida de la credulidad y de la profunda frustración de un puñado de discípulos, ni un hecho histórico hundido en el pasado y sin actualidad y vigencia para nosotros. La Resurrección de Jesús se presenta como un acontecimiento que sucede una sola vez y, por lo tanto, una vez por todas: El que murió bajo Poncio Pilato, éste y no otro, es el Señor resucitado de entre los muertos, Jesús vive ya para siempre y no vuelve a morir.

Ciertamente no se trata aquí de un hecho documentado históricamente ni tan siquiera documentable -la "tumba-vacía" no es una prueba histórica irrefutable de la Resurrección, los incrédulos pueden hallar otras hipótesis más "razonables" y plausibles-, no es un hecho que pueda ser objeto de una investigación histórica como las campañas de Julio César o el incendio de Roma. Pero aunque no puede ser registrado por una cámara fotográfica, es un acontecimiento real y verdadero para el creyente y para cuantos se dejan sorprender por la acción imprevisible de Dios. No queremos decir, sin embargo, que la Resurrección deba entenderse como lo que sucedió tan sólo en el interior de la fe de un grupo de discípulos, como un acontecimiento puramente subjetivo. No; es la Resurrección lo que hizo posible la fe y no la fe lo que produjo la Resurrección. La Resurrección como misterio de salvación es acción de Dios en Jesucristo que sale al encuentro de la incredulidad de sus discípulos

-"Nosotros esperábamos...", "Si no veo en sus manos la señal de los clavos... no creeré"-, y así, un hecho exterior y objetivo. Este es el sentido de todo cuanto se dice en el Nuevo Testamento sobre las "apariciones" a "los testigos que Dios había designado". Los evangelistas presentan el acontecimiento de la Resurreción como sentido último y fin de todo cuanto nos dicen de la vida concreta e histórica de Jesús, el Nazareno; por otra parte, la Resurrección es el fundamento y el principio de la historia de la comunidad de la que se ocupará San Lucas en el Libro de los Hechos. Este acontecimiento central y culminante no puede ser entendido como una ficción de cuanto supone y origina.

Así, pues, aunque el relato de las apariciones exprese ya la fe de la comunidad cristiana, esa fe se presenta como una fe fundada en la Resurrección; y no obstante las contradicciones y oscuridades de estos relatos, una cosa clara dicen los textos: que Jesús vive, que es el Señor y se presenta a sus discípulos.

La Resurrección es un hecho improbable desde cualquier punto de vista meramente humano, pues está en contra de lo que parece absolutamente cierto: que la muerte acaba con todas las posibilidades de vida. Pero he aquí que cuando todas las posibilidades humanas se han agotado, Dios actúa sorprendentemente y hace valer para el hombre la posibilidad que únicamente él tiene en sus manos. Este hecho imposible es por otra parte lo más conveniente y los más deseado, lo único que puede librar al hombre de todo cuanto le esclaviza y mortifica sus más hondas esperanzas. Si siempre pasara en el mundo lo que siempre es posible, no habría salvación para nosotros. Pero ahora es distinto: ¡Ha sucedido lo imposible! ¡La muerte ha sido vencida! Jesús, el Hijo de Dios, pero también un hombre entre los hombres, vive eternamente. Esta novedad radical, que supera de antemano todas las revoluciones y las hace posibles, actúa en el mundo para recrearlo desde un nuevo principio. Porque Jesús, el hombre que murió como un esclavo víctima de los poderes de este mundo, ha resucitado y ha sido constituido en Señor y Juez de la historia, podemos y debemos mantener la esperanza y llevarla adelante contras todas las injusticias hasta que todos los enemigos le sean sometidos.

El Cristo misterioso, Jesús, muerto y resucitado, es una garantía de que la lucha por la justicia tiene sentido. Jesús, vivo por la fe en la comunidad de los creyentes, funda una esperanza invencible que nadie ni nada pueden ya domesticar. Jesús, el Señor, es también la garantía de que "todas las fuerzas de intereses bastardos, de conformismo, de cobardía, de pesimismo histórico, que tratan de ahogar cuanto es contestación en nombre de la liberación y de la justicia, serán impotentes para eliminar de la historia la resistencia contra el egoísmo, la injusticia y la opresión".

EUCARISTÍA 1973, 27


8. EL ANHELO DE VIVIR: V/DESEOS:

Es un dato de experiencia que todos sentimos un profundo deseo de vivir, y de vivir en armonía, en comunión con los hombres y con el universo entero. Pero frente a tal deseo se impone una realidad muy distinta: la limitación de nuestro cuerpo, la injusticia, la separatidad... y la muerte. Sin embargo, algo dentro de nosotros se resiste a este fracaso; por eso, los hombres buscamos salidas a estos problemas, especialmente al mayor: a la muerte.

-LOS ANHELOS Y LAS PROMESAS DE ISRAEL

También Israel sintió tales anhelos y sufrió idénticas decepciones; sin embargo, a Israel se le habían hecho una serie de promesas: vivir por encima de fracasos y pecados, comunicación plena con todos los hombres, armonía con el Universo, etc. Todas estas promesas no eran sino respuestas, soluciones a las angustias del hombre.

-EL CUMPLIMIENTO DE ESAS PROMESAS EN JESÚS

En determinado momento de la historia surge un hombre, Jesús de Nazaret, que dice que en él se cumplen todas las promesas que le habían sido hechas a Israel: "Yo soy la resurrección y la vida" (Jn 11, 25). Pero ese hombre, un buen día, es apresado, juzgado y condenado a muerte.

-UN GRUPO DE HOMBRES PROCLAMAN EL HECHO

Aquel hombre había formado un grupo de seguidores. Estos, tras su muerte, se dispersan. Pero a los pocos días estos hombres se reúnen y proclaman un hecho; que Jesús de Nazaret, aquél a quien los sumos sacerdotes habían crucificado, ha resucitado, cumpliendo así las promesas que se le habían hecho a Israel y dando respuesta al problema más angustioso de todos los tiempos: la muerte había sido derrotada. Los pescadores tímidos e ignorantes, llenos de miedo, se han convertido ahora en ardientes propagandistas que se dejarán matar por defender su convicción de que Jesús ha resucitado.

-LOS APÓSTOLES VIVIERON UNA EXPERIENCIA DESCONCERTANTE

Aquellos hombres habían quedado llenos de dudas tras la muerte de su jefe y su guía. Y aunque él les había hablado de resucitar al tercer día, esto no es sino una expresión que ellos la entendían como: "al final de los tiempos"; por eso, los apóstoles no esperaban la resurrección inmediata de Jesús; era algo que no entra, ni por asomo, en su imaginación. Tan cierto es esto que, cuando Jesús se manifieste a sus discípulos, éstos no le van a crecer al principio.

Pero algo sucede, y algo desconcertante, que obliga a los discípulos a superar sus dudas, sus temores; algo distinto de una resurrección al estilo de la de Lázaro, y distinto a una aparición cualquiera; algo maravilloso, nuevo, distinto a cuantas experiencias podían haber tenido hasta entonces: viven la experiencia de que su maestro ha resucitado, de que un hombre como ellos ha resucitado, ha superado los fracasos de esta existencia, de que a uno como ellos, Dios, su Padre, lo ha introducido en la vida definitiva.

-LA PRIMERA COMUNIDAD CRISTIANA SE CONVIERTE EN TESTIGO

Ese algo que han experimentado los discípulos ha cambiado, ha transformado radicalmente a éstos y da lugar a la aparición de la primera comunidad cristiana. Es el primer acontecimiento histórico que se ha producido tras la cruz. En el momento de la muerte de Jesús los discípulos tienen miedo. Ahora se deciden a formar una comunidad en nombre de aquel muerto; ¿qué ha sucedido en el intermedio? Que el muerto ha resucitado y así lo han experimentado los discípulos, y por eso forman esa comunidad, comunidad que, por los motivos que han ocasionado su origen, se ha convertido en testigo, en el primer signo histórico que aparece del misterio pascual.

-JESÚS HA SIDO RESUCITADO

Dios Padre ha resucitado a Jesús y ahora Jesús existe y establece, con esta su nueva existencia, su reinado sobre el mundo entero, un mundo transformado. Por su resurrección, un hombre de nuestra tierra y raza se convierte en la cumbre efectiva de la creación entera, con lo cual la humanidad toda queda exaltada. Por eso la resurrección de Jesús nos atañe a todos. Si Jesús ha resucitado, también nosotros resucitaremos. "Porque si los muertos no resucitan, tampoco ha resucitado el Cristo, y si el Cristo no ha resucitado, nuestra fe es ilusoria.." (1 Cor 15, 16 s).

En la resurrección de Jesús se hace realidad ante nosotros el acontecimiento del fin: en él contemplamos el término hacia el que caminamos nosotros. En el resucitado contemplamos un hombre que ha triunfado sobre todos los fracasos de esta vida y que existe totalmente orientado hacia Dios y hacia los demás. Su resurrección es la anticipación de la nuestra; en Jesús resucitado se ha cumplido la promesa de Dios para él y para nosotros. Y, sin embargo, todo queda aún por hacerse: la resurrección de Jesús es nuestra esperanza y nuestra exigencia de transformación histórica de la vida.

-JESÚS VIVE

Que Jesús ha resucitado significa que, desde los primeros discípulos hasta nuestros días, hay una serie de personas que tienen la experiencia real de que Jesús vive. Se trata de descubrir y afirmar que Jesús está entre nosotros.

Lo que interesa es que nosotros, como los primeros discípulos, tengamos la experiencia de que Jesús ha resucitado, sintamos en nuestras carnes que Jesús vive, porque hayamos entrado en contacto con él, y que esto transforme nuestras vidas como transformó las vidas de sus discípulos primeros.

DABAR 1978


9.

La Resurrección de J.C. es el origen, el objeto y el fundamento de la fe cristiana. En la medida en que fuera incierta o dudosa la Resurrección, sería incierta o dudosa la fe cristiana. No hay comunidad cristiana -ni del siglo primero ni del siglo XX- cuya verdad central no sea ésta: ¡Cristo ha resucitado! Siempre habrá que traer a la memoria la frase tan sabida de Pablo: "Si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación y vana vuestra fe" (1Co/15/14). "Tanto ellos (los Doce) como yo, esto es lo que predicamos; esto es lo que habéis creído" (v. 11).

Si la muerte de Jesús en la cruz hubiera sido el último episodio de aquella vida, no se hubiera escrito ni una página del N.T., ni hubiera surgido la Iglesia. No hubiera llegado a nosotros ni el Padre-nuestro, ni las Bienaventuranzas, ni sus bellísimas parábolas... La historia no hubiera conservado ni el nombre de Jesús de Nazaret. Hubiera quedado olvidado como uno más en la larga lista de condenados por Roma a la pena de la crucifixión.

Pero la muerte de Jesús no fue el último episodio de aquella vida. La sentencia dictada por Pilato contra Jesús no fue la última palabra en aquel proceso. La última palabra estaba todavía por decirse, por pronunciarse. La última palabra fue pronunciada por Dios Padre resucitando a Jesús de entre los muertos. La Resurrección es la revisión de aquel proceso entablado contra Jesús y que, aparentemente, sus enemigos habían ganado, y la ratificación de la sentencia. Dios había apostado por Jesús, confirmando solemnemente toda su predicación y actuación. Luego Jesús tenía razón. Luego Jesús tenía razón cuando proclamaba por los caminos que Dios es el Padre de todos, que Dios es amor al hombre, y nos decía que todos éramos hermanos y que teníamos que vivir como hermanos. Luego Jesús tenía razón cuando nos invitaba a pasar por la vida haciendo bien todas las cosas y haciendo el bien a todos.

Hay verdades y verdades. Hay acontecimientos y acontecimientos. Hay verdades teóricas, que no nos conciernen íntima y vitalmente, y que nosotros aceptamos simplemente con la cabeza. Pero hay verdades y acontecimientos que son decisivos, radicalmente decisivos para el hombre: toda la persona queda comprometida, afectada. Exigen una respuesta total, que implican la fe y la conversión, es decir, un cambio radical en nuestra forma de pensar, de sentir y de vivir.

La Resurrección es la verdad más importante, y es también la más decisiva, la más radicalmente decisiva. Es una verdad cargada de infinitas consecuencias para la persona que la acoge. Exige la conversión; exige decir que "sí" a Jesús, con todas las infinitas e imprevisibles consecuencias que ese "sí" implica. Confesar y celebrar la Resurrección exige vivir como Jesús vivió, vivir como Jesús nos enseñó a vivir. "Lo viejo pasó; ahora comienza lo nuevo" (2Co/05/17). Y surge un hombre nuevo, que no se pertenece a sí mismo, sino que pertenece a su Señor y vive para él. Y se convierte en testigo.

La Resurrección no es una verdad puramente teórica, que pueda, sin más, ser aceptada intelectualmente, sino que es una verdad vital, existencial, que afecta íntima y vitalmente a la totalidad de la persona, que sólo puede ser acogida en la fe y en la conversión. No creemos de verdad en la Resurrección si no creemos del todo, y no creemos del todo si no nos tomamos totalmente en serio aquello que creemos y ajustamos nuestra vida a las exigencias de esa verdad central de nuestra fe, que tiene luz y fuerza capaces de cambiar todas nuestras personas y todas nuestras vidas.

Evoquemos, para confirmación de esto, el primer discurso de Pedro al pueblo judío: "Vosotros lo matasteis, pero Dios lo ha resucitado" (Hch/02/23-24). Los oyentes escuchan aquella predicación con el corazón compungido, y dicen a los Doce: "¿Qué hemos de hacer, hermanos?" (He 2'37). Y Pedro, en nombre de los Doce: "Convertíos y bautizaos en el nombre de Jesús". Y a continuación, el autor del libro de los Hechos nos describe aquel insólito, nunca visto ni imaginado estilo de vida de la primitiva comunidad cristiana. Se había estrenado, por primera vez en la historia, como consecuencia de la fe en la Resurrección, el ideal del Evangelio, que es el ideal del amor y de la fraternidad. Los tres famosos sumarios del libro de los Hechos son un conmovedor y bello testimonio de la conducta de aquellos hombres que creen en la Resurrección de Jesús (He 2,42-47; 4,32-35; 5, 12-16).

Y podemos evocar también el caso ejemplar de Pablo. El encuentro de Pablo con Cristo Resucitado a las puertas de Damasco enciende en Pablo la fe en la Resurrección. Aquella fe parte en dos mitades la persona y la vida de Pablo. Pablo quedó deshecho y rehecho. Y surge un hombre nuevo. El encarnizado perseguidor se convierte en el más apasionado seguidor de Jesús. Y desde aquel instante vivirá totalmente para su Señor (Ro 14,8) y consagrará toda su vida para la causa de su Señor (He 15,26).

La fe en la Resurrección iluminará y transformará las vidas de Pablo y de los Doce y los lanzará a todos los horizontes del mundo, proclamando con una audacia, firmeza y perseverancia indomables la Buena Noticia de la Resurrección. Y nada ni nadie -ni las prohibiciones, ni las amenazas, ni los castigos de las autoridades- podrán impedir que sigan inquietando a todos con aquel extraño mensaje. Y en pocos años, la increíble noticia, avalada y hecha creíble por el testimonio de vida de los predicadores, hará surgir florecientes comunidades cristianas por el vasto Imperio Romano.

VICENTE GARCIA REVILLA
DABAR 1992, 25