SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Col 3,1-4: Si vive bien ha resucitado

Escuchemos lo que dice el Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo... ¿Cómo vamos a resucitar si aún no hemos muerto? ¿Qué quiso decir entonces el Apóstol con estas palabras: Si habéis resucitado con Cristo? ¿Acaso él hubiese resucitado de no haber muerto antes? Hablaba a personas que aún vivían, que todavía no habían muerto y ya habían resucitado. ¿Qué significa esto? Ved lo que dice: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra; pues estáis muertos (Col 3,1-3). Es él, no yo, quien lo dice, y dice la verdad, y por eso lo digo también yo. ¿Por qué lo digo también yo? He creído y por eso he hablado.

Si vivimos bien, hemos muerto y resucitado; quien en cambio, aún no ha muerto ni ha resucitado, vive mal todavía, y, si vive mal, no vive; muera para no morir. ¿Qué significa «muera para no morir»? Cambie de vida, para no ser condenado. Repito las palabras del Apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, gustad las cosas de arriba donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; buscad las cosas de arriba, no las de la tierra, pues estáis muertos y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vuestra vida, también vosotros apareceréis entonces en la gloria con él (Col 3,1-3). Son palabras del Apóstol. A quien aún no ha muerto, le digo que muera; a quien aún vive mal, le digo que cambie. Si vivía mal, pero ya no vive, ha muerto; si vive bien, ha resucitado.

Pero ¿qué significa vivir bien? Gustad las cosas de arriba, no las de la tierra. Mientras eres tierra, a la tierra irás (Gn 3,19); mientras lames la tierra -cuando amas la tierra la lames- y te haces enemigo de aquel del que dice el salmo: Y sus enemigos lamen la tierra (Sal 71,9). ¿Qué erais? Hijos de los hombres. ¿Qué sois ahora? Hijos de Dios. Hijos de los hombres ¿hasta cuando tendréis el corazón pesado? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? (Sal 4,3). ¿Que mentira buscáis? Ahora os lo digo. Sé que queréis ser felices. Preséntame un salteador, un criminal, un fornicador, un malhechor, un sacrílego, un hombre manchado con toda clase de vicios y cubierto con toda clase de torpezas y delitos que no quiera vivir una vida feliz. Sé que todos queréis ser felices; pero ¿qué es lo que hace que el hombre viva feliz? Eso es lo que no queréis buscar. Buscas el oro porque piensas que vas a ser feliz con él; pero el oro no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? ¿Por qué quieres ser ensalzado en este mundo? ¿Por qué crees que vas a ser feliz con el honor que te tributen los hombres y con la pompa mundana? Pero la pompa mundana no te hace feliz. ¿Por qué buscas la mentira? Cualquier otra cosa que busques, si la buscas al estilo del mundo, si buscas la tierra amándola, si buscas la tierra lamiéndola, la buscas para ser feliz, pero ninguna cosa terrena te hará feliz. ¿Por qué no cesas de buscar la mentira?

¿Qué te hará, entonces, feliz? Hijos de los hombres, ¿hasta cuándo tendréis el corazón pesado? ¿Cómo queréis que no os pese el corazón si lo llenáis de tierra? ¿Hasta cuándo tuvieron los hombres pesado el corazón? Tuvieron pesado el corazón hasta antes de la venida de Cristo, antes de su resurrección. ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Queriendo ser felices, buscáis las cosas que os hacen desgraciados. Os engaña eso que buscáis; lo que buscáis es una mentira.

¿Quieres ser feliz? Si lo deseas, te muestro lo que te puede hacer feliz. Continúa leyendo: ¿Hasta cuándo tendréis pesado el corazón? ¿Por qué amáis la vanidad y buscáis la mentira? Sabed. ¿Qué? Que el Señor ha engrandecido a su santo (Sal 4,4).

Vino Cristo a nuestras miserias: sintió hambre, sed, se fatigó, durmió, hizo cosas maravillosas, sufrió males, fue flagelado, coronado de espinas, cubierto de salivazos, abofeteado, crucificado, traspasado por la lanza, colocado en el sepulcro; pero al tercer día resucitó, acabada la fatiga, muerta la muerte. Tened vuestros ojos fijos en su resurrección, puesto que el Señor ha engrandecido a su santo, hasta el punto de resucitarlo de entre los muertos y otorgarle en el cielo el honor de sentarse a su derecha.

Te he mostrado lo que debes saborear si quieres ser feliz. Aquí no puedes serlo. En esta vida no puedes ser feliz. Es cosa buena la que buscas, pero esta tierra no es el lugar donde se da lo que buscas. ¿Qué buscas? La vida feliz. Pero no se encuentra aquí. Si buscases oro en un lugar donde no existe, quien está seguro de que allí no lo hay, ¿no te diría: «por qué cavas, por qué remueves la tierra. Estás haciendo una fosa a la que bajar, no en la que encontrar algo?». ¿Qué vas a responder a quien te avisa? «Busco oro». Y él: «No te digo que lo que buscas es una tontería; buena cosa es la que buscas, pero no existe donde la buscas». Así también, cuando tú dices: «Quiero ser feliz», deseas algo bueno, pero no existe aquí.

Si Cristo la poseyó en esta tierra, la tendrás también tú. ¿Qué encontró él en la región de la muerte? Pon atención: viniendo de otra región, aquí no halló más que lo que abunda aquí: fatigas, dolores, muerte: ve lo que tienes aquí, lo que abunda aquí. Comió contigo lo que abundaba en la despensa de tu miseria Aquí bebió vinagre, aquí tuvo hiel. He aquí lo que encontró en tu despensa. Pero te invitó a su espléndida mesa, la mesa del cielo, la mesa de los ángeles, en la que el pan es él mismo. Al descender y encontrar tales cosas en tu despensa, no sólo no despreció tu mesa; sino que te prometió la suya. Y a nosotros ¿qué nos dice? «Creed, creed que llegaréis a los bienes de mi mesa, pues yo no he despreciado los males de la vuestra». Él tomó tu mal y te dará su bien. Lo dará, sí. Nos prometió su vida; pero más increíble es lo que ha hecho: nos envió por delante su muerte. Como diciendo: «Os invito a mi vida, donde nadie muere, donde la vida es en verdad feliz, donde el alimento no se estropea, donde repara fuerzas, sin disminuir él. Ved a qué os invito: a la región de los ángeles, a la amistad con el Padre y el Espíritu Santo, a la cena eterna, a ser hermanos míos: para terminar, a mí mismo. Os invito a mi vida. ¿No queréis creer que os voy a dar mi vida? Recibid en prenda mi muerte».

Por tanto, ahora, mientras vivimos en esta carne corruptible, muramos con Cristo, mediante el cambio de vida y vivamos con Cristo mediante el amor a la justicia. La vida feliz no hemos de recibirla más que cuando lleguemos a aquel que vino hasta nosotros y comencemos a vivir con quien murió por nosotros.

Sermón 231,3-5