COMENTARIOS AL EVANGELIO


1. En un momento en que no fue bien comprendida la teología del evangelio de Marcos y se consideró inapropiado el final que presentaba, parece ser que añadieron los versículos últimos (9 al 20) en los que se inscribe la presente perícopa. (Se trata del llamado "final canónico de Marcos"). Este final, pues, es un conjunto de noticias extraídas de los relatos pascuales de los otros evangelios.

Pero con la resurrección y ascensión de Jesús, la "historia" del evangelio no ha llegado al final; al contrario: ahora se amplía el horizonte ("a todo el mundo", "a todos los hombres", "a toda la creación": Mc 13, 10; 14,9). Por todas partes tienen los discípulos que anunciar la buena noticia.

La ascensión en sí misma no es descrita; únicamente se afirma la "acogida" de Jesús en el cielo, interpretada teológicamente en relación al salmo 110: entronización del mesías-rey, que entra en su señorío. La ascensión significó primeramente lo mismo que "muerte-resurrección-glorificación". En cualquier caso, su significado teológico es lo más importante a resaltar, habida cuenta, como se ha dicho, que en ningún lugar se describe la ascensión en sí misma.

Sí es importante, sin embargo, tener en cuenta lo que se recalca: que terminada la misión de Jesús en el mundo, ha de comenzar la misión de sus discípulos. Estos han de predicar y hacer lo mismo que su Maestro.

Aparece aquí la fórmula "Señor Jesús", que constituye el núcleo más originario del símbolo de la fe cristiana. En esta fórmula se confiesa que Jesús, el hijo de María, que padeció bajo Poncio Pilato, es el Señor resucitado. Ese Jesús es, pues, Dios, igual al Padre, pero también de un modo diferente, porque todo lo recibe del que todo lo tiene. Por eso, también está escrito que su nombre es el Hijo (Heb 1,4). Y cuando los creyentes nos dirigimos al Padre en nombre de Jesús, esto es mucho más que ampararnos en sus méritos (Heb 5,9) o valernos de su poderosa intercesión (Heb 7,25): en el nombre de Jesús nos presentamos como hijos, sabiendo que Dios nos abraza en el mismo amor paterno que tiene a su muy amado (Ef 1,6).

EUCARISTÍA 1988, 24


 

2. La presente lectura pertenece al resumen de las apariciones de Jesús con el que concluye el texto canónico de Marcos.

Posiblemente se trata de un pasaje añadido al relato original. Terminada la misión de Jesús en el mundo, va a comenzar la misión de los Apóstoles. Y si Jesús comenzó haciendo y predicando en Galilea, sus discípulos comenzarán predicando el Evangelio de Jesús y haciendo las mismas obras que el Maestro.

La creación entera, es decir, todos los hombres, han de ser confrontados con el evangelio. Viene así sobre los hombres la hora del juicio, en la que cada uno elegirá la sentencia: los que crean se salvarán y los que no crean se condenarán (cf. Jn 3,18). La predicación del evangelio compromete, pues, nuestra existencia en su totalidad. Nadie puede escuchar en vano el evangelio.

El poder de hacer milagros es una promesa hecha a la comunidad y no a cada uno de los creyentes. El libro de los Hechos nos habla abundantemente de la existencia de este don en la primitiva comunidad de Jesús; pero lo que importa no es tanto echar demonios y hablar lenguas extrañas cuanto exorcizar con la palabra y con los hechos la mentira y la opresión que padecen los hombres. Evangelizar es un servicio de liberación, es redimir a los cautivos y desatar los lazos que detienen la ascensión del hombre. Y en esto sí que podemos y debemos ayudar todos los creyentes.

Esta fórmula "Jesús es Señor" constituye el núcleo más originario del símbolo de la fe cristiana. En esta fórmula se confiesa que Jesús, el hijo de María, que padeció bajo Poncio Pilato, es el Señor resucitado. Se trata de una expresión muy frecuente en los Hechos y en toda la literatura paulina, pero que sólo aparece aquí en los textos evangélicos.

Todo el N.T. se interesa más por el significado teológico de la ascensión del Señor que por su facticidad histórica. Los textos más antiguos relacionan la ascensión con la muerte y resurrección del Señor; en cambio, los más recientes (entre los que hay que contar el presente) la relacionan con su entronización "a la diestra del Padre". En cualquier caso, la ascensión del Señor significa la culminación de la obra de Jesús y el triunfo sobre el pecado y la muerte. Jesús, libre de toda necesidad, vive para siempre y es la garantía y la fuerza de nuestra liberación.

EUCARISTÍA 1982, 25


 

3. El texto de hoy cierra algo más que una obra literaria: cierra el tiempo de Jesús y abre el tiempo del Señor Jesús. Una misma persona en condiciones diferentes. La condición humana y la condición divina. De esta última habla el autor por medio de un título (Señor) y de dos imágenes (subir al cielo, sentarse a la derecha de Dios). Las imágenes son vehículos expositivos, modos de expresión, símbolos. Al servicio de lo único que el autor quiere decir: Jesús es Dios. "Subir al cielo" es símbolo espacial; "sentarse a la derecha de" es símbolo de igualdad.

Ambos son modos de decir algo de verdad importante y real: Jesús es Dios. A diferencia de lo que pasaba en el tiempo de Jesús, en el tiempo del Señor Jesús el espacio no es sólo Israel, ni los destinatarios de la Buena Noticia son sólo los judíos. Ahora el espacio es el mundo y los destinatarios somos todos.

DABAR 1988, 29


 

4. El Evangelio de Marcos enumera unas cuantas señales que acompañan esta misión. Son unas señales que no causan la fe, sino que la siguen, y son unas señales que nos pueden sorprender. Tal vez son el lenguaje de un tiempo determinado o la expresión de un modo de ser cultural. Hay que entenderlas como manifestaciones del poder y soberanía de Jesús y de la fe.

La fe en Jesús expulsará los demonios, es decir, el mal del mundo. Hablará en lenguas nuevas, surgirá un nuevo lenguaje con nuevos valores que fomentará la fraternidad y comunicación del hombre. El creyente será capaz de expulsar de su vida el miedo a las cosas más repugnantes y malignas, como son las serpientes, y males como el "Sida" y otros. No habrá venenos capaces de dañarle, porque a los que aman a Dios todo les sirve de bien. La Buena Noticia será especialmente alivio para los pobres y enfermos. Jesús sube al cielo, pero a sus discípulos les encarga que miren al mundo y al futuro.

MARTÍNEZ DE VADILLO
DABAR 1988, 29


 

5. Por eso el relato del Evangelio termina con dos frases que, al mismo tiempo que narran una historia, marcan un estilo, una tarea:

- "El Señor Jesús, después de hablarles, ascendió al cielo y se sentó a la derecha de Dios". - «Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes».

Son dos mitades de una verdad. Quedarse en una mitad sola, es una verdad a medias; o sea, una mentira. Y la Iglesia -humana, en camino- siempre sentirá el lastre de esas dos tentaciones:

- La de quedarse "mirando al cielo": vivir exclusivamente pendiente de la otra vida. Un reino de los cielos desconectado de las luchas y de las miserias de este lado de acá. Un cristianismo desencarnado, espiritualista, refugio y huida...

- La de mirar tanto a la tierra, que acabemos perdiendo el punto de referencia que marca Cristo con su victoria. Un reino de Dios de tejas abajo, sin dimensión alguna transcendente.

Una pura lucha por un mundo mejor, sin el aliento de Alguien que nos ama, nos ayuda, nos orienta y nos espera; sin la profundidad de un amor que nos haga ver a todos como hermanos, que nos ayude a mantener el corazón a salvo de las embestidas del odio, que nos mueva a dar la vida por quien haga falta...

Queda claro. Ni quedarse mirando al cielo, ni olvidarse de mirar al cielo. Toda una tarea.

J. GUILLEN. Pág. 74 s.


6. ACI DIGITAL 2003

16. Sobre esta precedencia de la fe véase Hech. 2, 41: "Aquellos, pues, que aceptaron sus palabras, fueron bautizados y se agregaron en aquel día cerca de tres mil almas".

Aquellos que aceptaron sus palabras: Porque sin tener fe no podían ser bautizados. Véase 8, 36 ss.; Marc. 16, 16; Col. 2, 12 y notas. "La primera función ministerial es la de la palabra, que engendra la fe. A la profesión de fe sigue el Bautismo, en nombre de la Santísima Trinidad, que es el rito de introducción al reino de Jesucristo" (Card. Gomá).

19. Se sentó a la diestra de Dios: Jesús, terminada así su misión de Maestro y su epopeya de víctima redentora, inicia aquí la plenitud de su misión (v. 11 y nota), esencialmente sacerdotal, intercediendo sin cesar por nosotros ante el divino Padre, a quien presenta sus llagadas manos, desbordantes de sus méritos infinitos (S. 109, 1 y 4; Hebr. 5, 6; 7, 25; Rom. 8, 34) hasta que llegue la hora en que el Padre le cumpla la promesa de ponerle a sus enemigos por escabel de sus pies (I Cor. 15, 25; Hebr. 1, 13; 10, 13; Ecli. 24, 14).

20. El final de este Evangelio (vv. 20) falta en muchos códices antiguos. Su inspiración fue definida en el Concilio Tridentino. Críticamente consta de su autenticidad.