37 HOMILÍAS PARA LOS 3 CICLOS DE LA FIESTA DE LA ASCENSIÓN
11-20

 

11.

Cercanos ya al fin de la cincuentena pascual, celebramos la fiesta de la Ascensión. El evangelio y la lectura nos invitan de nuevo a situarnos en aquellos momentos de las apariciones del Señor resucitado. Y, concretamente, nos sitúan en una experiencia privilegiada de los discípulos: aquellas apariciones eran el nexo entre el recuerdo que tenían de la presencia de Jesús de Nazaret entre ellos, la presencia actual de Cristo resucitado, y la esperanza en una presencia definitiva: "volverá como le habéis visto marcharse".

-Recuerdo de una presencia pasada 
La experiencia de los discípulos, que compartieron con Jesús su predicación y actuación (=evangelización) desde Galilea hasta la cruz de Jerusalén, les marcará definitivamente. Es un recuerdo intenso. Tan intenso que no pueden hacer otra cosa sino comunicarlo. Porque en todo aquel camino se iba concretando la salvación que Dios había prometido al pueblo. La experiencia de Dios que habían podido tener anteriormente se concretaba extraordinariamente en aquella vida compartida con Jesús. En adelante, aquella gente ya no hablará más de Dios en abstracto. El recuerdo de Jesús será el punto de referencia constante no sólo de los discípulos sino también de todos los que hemos recibido de ellos el testimonio y la tradición. También nosotros tenemos como referencia ineludible las páginas del Nuevo Testamento, a través de las cuales nos ha llegado aquella experiencia.

-Actualidad de su presencia. 
Pero ni ellos ni nosotros nos quedamos en el simple recuerdo. Porque Jesús vive, y les dio "numerosas pruebas de que estaba vivo y, apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del reino de Dios". La experiencia pascual que hemos ido comentando estos domingos es también una experiencia concreta. Jesús, el Señor, está presente: cuando nos reunimos en su nombre; cuando escuchamos su palabra; en la Eucaristía y los demás sacramentos; en la Iglesia que celebra y, sobre todo, continúa su obra evangelizadora; en tantas situaciones de solidaridad; en los sufrimientos de muchos hombres y mujeres;... Es el cumplimiento de aquellas palabras del resucitado: "yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo".

En la experiencia de la resurrección y ascensión del Señor, los discípulos tiene conciencia de que algo nuevo empieza, de que no pueden quedarse simplemente con el recuerdo del Jesús de antes: "Id y haced discípulos de todos los pueblos bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado"; "cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros, recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén... y hasta los confines del mundo". Una nueva etapa marcada por la misión evangelizadora, basada en el testimonio de vida y palabra, misión que se apoya en la acción del Espíritu Santo que viene sobre la Iglesia y sobre cada uno de los bautizados.

-Esperanza de una presencia definitiva. 
La actualidad de la presencia del Señor en las vidas de los cristianos y en la vida de la Iglesia, está marcada también por la esperanza de un retorno glorioso y de una presencia definitiva. La fiesta de la Ascensión es la celebración de esta esperanza: "lo vieron levantarse hasta que una nube se lo quitó de la vista"; "el Padre de la gloria... sentándolo a su derecha en el cielo"; "plenitud del que lo acaba todo en todos". Hoy estamos en actitud de contemplación del misterio, de la divinidad de Cristo: "mirando al cielo". Mirando a ese Cristo de quien esperamos el cumplimiento, la plenitud, de nuestros anhelos, de nuestras aspiraciones, de nuestras "utopias" e ideales, Unos anhelos que no proyectamos hacia un desconocido, sino que los vemos realizados en ese Jesucristo tan conocido, que "pasó por el mundo haciendo el bien", el que murió en la cruz, que ha sido resucitado por el Dios de la vida, que vive entre nosotros por siempre y "volverá".

Tenemos que anunciar esa esperanza. Porque cada hombre tiene unos ideales. Porque el Cristo de los evangelios puede ser un criterio definitivo a la hora de llevar a cabo estos ideales (él se negó a seguir unos caminos y escogió otros, a veces difíciles. Porque nosotros "hemos visto al Señor" superando esas dificultades y llegando a la victoria de la resurrección. Tenemos que vivir y anunciar esta esperanza si queremos hacer caso de lo que hemos escuchado en la 1a. lectura: "¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?". Mirar al cielo, sí, pero también a la tierra.

-La presencia en la Eucaristía. 
Cada domingo, en la Eucaristía, vivimos de una manera muy especial la presencia de Cristo. Todos aportamos la presencia actual que nos llena en nuestra vida cotidiana y experimentamos el gozo de su presencia en la Iglesia. Y haciendo su memorial actualizamos aquella vida entregada por nosotros que se concreta en su muerte, proclamamos su resurrección y anticipamos su retorno glorioso y el gozo del banquete del Reino.

JOSEP MARÍA ROMAGUERA
MISA DOMINICAL 1990, 11


 

12.

-"Volverá" Celebramos la Ascensión del Señor Jesús al cielo, es decir, a la causa de Dios, a la patria de Dios, al convite de Dios. Allí, en este para nosotros misterioso cielo, nuestro hermano en humanidad Jesús-carpintero de Nazaret, Jesús-crucificado de Jerusalén, nos espera. Quizá por eso en la narración -evidentemente simbólica, imaginativa- que hemos escuchado en la primera lectura y que nos ha presentado este irse de Jesús, en esta narración el final era sorprendente porque era el anuncio del retorno: "El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo, volverá como le habéis visto marcharse".

Volverá. Quizá a todos nos convenga repetirnos este anuncio sorprendente: volverá. Me parece que no solemos pensar en ello. Me parece que sería bueno que pensáramos más en ello: Jesús-carpintero, Jesús-anunciador de la Buena Noticia, de la alegre noticia del Evangelio, Jesús-dialogante con todos los hombres y mujeres que halló en su camino, Jesús-crucificado por su fidelidad obediente a la verdad, a la justicia, a la vida, a Dios, Jesús -nuestro hermano en humanidad- VOLVERÁ.

Celebramos su Ascensión a la derecha del Padre, es decir, a la gloria, a la plenitud de vida de Dios. Pero celebramos esta Ascensión no como un irse para no volver, sino en la esperanza de este "volverá".

-"Fuerza" Y me parece que para entender qué significa este irse para volver, nos conviene recordar aquello que Jesús dijo a sus queridos -pobres, débiles- apóstoles: "No os dejaré huérfanos". Dicho de otro modo: no os dejaré solos. Una palabra se ha repetido en las lecturas de este fiesta. La palabra FUERZA. "Recibiréis fuerza para ser mis testigos". "Yo os enviaré lo que mi Padre ha prometido; vosotros quedaos en la ciudad, hasta que os revistáis de la fuerza de lo alto". Es la realidad, repito: la realidad- sorprendente en la historia personal de los apóstoles, de los primeros discípulos de Jesús: precisamente cuando Jesús les deja, cuando deja de estar corporalmente, sensiblemente presente entre ellos, es entonces cuando aquellos hombres hasta entonces dubitativos, cobardes, indecisos, adquieren una sorprendente fuerza para vivir y anunciar el Evangelio de Jesús, el Señor. Una fuerza que hizo posible este milagro histórico de que el anuncio evangélico de aquel tan pequeño grupo de hombres pobres, de hombres del pueblo, sin ningún poder ni sabiduría ni ciencia, su predicación casi balbuciente, haya llegado hasta nosotros como perenne semilla de vida, de esperanza, de fe, de amor compartido.

La fuerza que ellos recibieron, es nuestra fuerza. Ninguno de nosotros tiene derecho a sentirse solo. Somos, ciertamente, tan débiles, pobres, tan poca cosa, como lo eran Pedro, Juan, Santiago, Tomás... Somos, como ellos, gracias a Dios, simplemente hombres del pueblo. Cada uno con su historia, con su carga de pecado, de duda, de soledad. Pero cada uno con una posibilidad de abrirse a la fuerza que nos da nuestro hermano y Señor, Jesús -el niño de Belén, el predicador valiente, el hombre comprensivo, el angustiado de Getsemaní, el crucificado que muere perdonando... Porque su extraña pero real fuerza, él la ha sembrado en nosotros. su fuerza, hermanas y hermanos, puede ser nuestra fuerza. Y lo es quizá, incluso sin que nosotros nos demos cuenta.

-.Pentecostés El próximo domingo celebramos la gran fiesta de Pentecostés, final y culminación de este tiempo de Pascua. Recordaremos y celebraremos la donación amorosa que Dios Padre hizo -hace- de su Espíritu, que es su y nuestra fuerza, que es ya el inicio de aquel "volverá" anunciado de Jesús.

Quisiera sugeriros que durante esta semana última de este tiempo grande de Pascua, reflexionemos cada uno de nosotros sobre este inmenso don del Espíritu Santo que Dios Padre, por Jesucristo, nos ha dado. Quisiera proponeros TRES ASPECTOS de reflexión, de oración.

PRIMERO: no estamos solos, TENEMOS en nosotros -en cada uno de nosotros, como miembros de esta comunión de fe que es nuestra Iglesia de hombres y mujeres discípulos de Jesús -tenemos en la realidad de nuestra vida personal, el don, la presencia, la fuerza del Espíritu. Es muy importante que nos lo digamos, que seamos conscientes de ello. SEGUNDO: este don del Espíritu nos ha sido dado para ser testigos de Jesucristo. ES decir, pide de nosotros una COHERENCIA de vida según el Evangelio de Jesús. Cada vez más, paso a paso, debemos ponernos en camino de seguimiento de Jesucristo como los apóstoles. Para que Jesucristo esté vivo en nuestro mundo. TERCERO: nuestra oración debe ser PEDIR con toda confianza esta venida a nosotros del Espíritu de Jesús, del Espíritu de Dios. Para que fecunde nuestra vida de cada día. Para que podamos tener en nosotros aquella "gran alegría" que nos decía el evangelio de hoy que tenían los apóstoles después de la Ascensión del Señor.

Pidámoslo en nuestra Eucaristía de hoy y durante toda esta semana: ser conscientes de la presencia del Espíritu de Jesús en nosotros, para vivir según su Evangelio. Y que la alegría que es de Dios esté con todos nosotros.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1986, 13


 

13. 

¡Alegrémonos, hermanos! Jesús subió al cielo y con él subimos también nosotros. Si nos dejó fue sólo en apariencia, para estar MAS CERCA DE NOSOTROS en el tiempo y en el espacio. Porque se fue, lo tenemos ahora, aquí, presente ante nosotros, muy cerca de nuestro corazón. Sólo nos basta abrir los ojos de la fe para verlo, para encontrarnos con él. Está aquí y nos habla. Alienta sobre nosotros infundiéndonos SU ESPÍRITU. Quiere ayudarnos a seguir su mismo camino, quiere conducirnos hacia el Padre.

-"Mientras los bendecía, se separó de ellos subiendo hacia el cielo". La escena que nos acaba de describir san Lucas puede servirnos como telón de fondo para imaginarnos la Ascensión de Jesús, pero no nos paremos demasiado en ella porque nos perderíamos entre nubes y ángeles de color de rosa. Al fin y al cabo no se trata de un reportaje periodístico sino de una realidad de fe explicada a través de símbolos. Que Jesús subió al cielo significa QUE ES DIOS COMO EL PADRE, QUE YA ESTA EN EL PADRE Y QUE ESTA ENTRE NOSOTROS.

La cosa fue así: Como Jesús de Nazaret amó tanto al Padre que lo obedeció "hasta la muerte y una muerte de cruz" (FI 2,8), el Padre, complacido, lo resucita, se lo lleva con él y lo pone a su derecha. Jesús, entonces, como que habiéndonos amado "hasta el extremo" (Jn 13,1) no podía dejarnos solos por ahí, nos manda desde el Padre al Espíritu Santo. ¿Por qué? Pues porque nos ayude a ser como él, a vivir como él, a morir como él, con el fin de que un día podamos ir allí donde está él (Jn 13,3; 17,24). ¿Cómo podría Jesús estar en el cielo sin nosotros sus hermanos, sus amigos?

-"Que os dé espíritu de revelación y sabiduría para conocerlo". Eso, eso es lo que necesitamos: conocer de verdad QUIEN ES JESÚS. Es lo que pedía san Pablo para los cristianos de Efeso. Es lo que debemos pedir también nosotros. Jesús de Nazaret, ¿quién eres? He aquí el gran interrogante de la historia. Un interrogante al que se le da muchas respuestas. ¿Qué contestaríamos nosotros si nos lo preguntasen? Para responder no basta con un simple conocimiento conceptual como el que podemos tener de cualquier personaje histórico; es necesario el conocimiento vivencial, el único que salva. Son muchos los que conocen al Jesús del catecismo; pero pocos los que tengan RELACIONES PERSONALES DE AMISTAD con él. Debemos llegar a la experiencia del gran amor que Dios nos ha tenido en Jesucristo, amor que ahora debe hacerse visible a través de una verdadera fraternidad entre los hombres.

Nada ni nadie podrá separarnos de Jesucristo (Rm 8,31.35). Lo cual es muy consolador y reconfortante en medio de nuestras cobardías, de nuestros miedos, de nuestros pesimismos. Dios "todo lo puso bajo sus pies". Es decir, TODOS LOS ENEMIGOS HAN SIDO VENCIDOS, todos, tanto los de este mundo como los del otro. No existe ninguna fuerza, no existe ningún poder capaz de estropear los planes de Dios sobre los hombres de Cristo. ¡Ni tan siquiera la muerte! De modo que nuestra victoria es total, absoluta. No somos juguetes del destino: Todo es obra de amor, todo es gracia.

-"¿Qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" Es el reproche que los dos hombres vestidos de blanco hicieron a los apóstoles. Es el reproche que a menudo MERECEMOS TAMBIÉN NOSOTROS. A los cristianos se nos acusa, y a veces con razón, de ser gente alienada, que mira tanto al cielo que no se preocupa de la tierra. O de ser gente hipócrita: que dice esperar los bienes del cielo mientras se afana por poseer los de la tierra. Hay tres grupos de personas que se reparten el mundo, sostiene un autor moderno: aquellos para quienes la tierra lo es todo y el cielo no es nada; aquellos que no dan ningún valor a la tierra y todo al cielo; finalmente los que ya ven el cielo presente sobre la tierra por amor ("Missel dominical de l`assemblée").

Nosotros deberíamos formar parte de estos últimos. Tenemos una tarea a realizar: PROSEGUIR LA OBRA DE JESÚS. Y tenemos una fuerza para llevarla a término: el Espíritu, que nos hace hijos y hermanos. La fe nos compromete a luchar con todo ardor en este mundo de cara al reino. Asumamos nuestras responsabilidades incluso políticas. Trabajemos como si todo dependiera de nosotros; confiemos como si todo dependiera de Dios. Lo que no hagamos no lo hará nadie. Dios tiene necesidad de nosotros. No tenemos derecho a hacernos los despistados ni cruzarnos de brazos ni a excusarnos con los defectos que pueda tener la Iglesia. El encargo del Señor es urgente.

Dice el Evangelio que los apóstoles "estaban siempre en el templo bendiciendo a Dios". Es lo que hacemos ahora nosotros: DAR GRACIAS A DIOS, "porque Jesús, el Señor, el rey de la gloria, vencedor del pecado y de la muerte, ha ascendido hoy, ante el asombro de los ángeles, a lo más alto del cielo" y porque nosotros confiamos "seguirlo en su reino" (Prefacio). Vivamos, hermanos, este misterio de amor y de fe.

C. FORNER
MISA DOMINICAL 1977, 11


 

14.

Me encanta poder proclamaros en esta reunión que Jesús de Nazaret ha sido colmado por Dios en la vida que esperaba.

Os invito a que esta celebración nos libere de nuestra mentalidad técnica, pragmatista y calculadora. Dejemos rienda suelta a nuestro espíritu humano y seamos capaces de alentar la ensoñación creadora. Jesús, el Señor, es el primer hombre que ha intuido el futuro y pasa junto a la bandada tranquila de los hombres y nos invita a emprender un nuevo vuelo. Tenemos capacidad de remontarnos, podemos hacer mucho más de lo que hacemos, tenemos un vuelo más largo del que estamos acostumbrados y, en la vida, estamos capacitados para dibujar acrobacias insospechadas.

Uno de nosotros, Jesús de Nazaret, ha llegado a donde no podíamos ni soñar. El es para todos una luz, que señala las pistas para despegar; es la brújula que nos indica el trayecto y el aeropuerto que nos espera.

El despierta nuestra imaginación. No es suficiente con lo que tenemos. No somos un charco de ranas, que casi no se pueden levantar del suelo. No somos reptiles. No estamos acorralados en el ruedo de una plaza de toros. Tenemos motor para levantarnos y combustible abundante para todo el camino. Y hay además camino y lugar a donde llegar. Quisiera que el valle de lágrimas rodeado de muros de lamentaciones, se convirtiera en actividad febril, jubilosa, inquieta y creadora. El ámbito de la vida puede ser una pradera de romería popular. Estamos llamados a hacer surgir el clima festivo. El trabajo puede ser una danza, y la construcción de la ciudad los preparativos ilusionados de una feria de barrio; y el camino de la liberación está resonando con los cantares de los días salvadores.

Hagamos de las riberas un macizo de claveles rojos y del sudor de los hombres libres coronas festivas y de los brazos trabajados manos alzadas con palmas de alegría. Que de la relación personal surja la comunión; del esfuerzo la cosecha; la fatiga nos proporcionará el descanso en que celebrar los acontecimientos de la marcha. Jesús de Nazaret ha entrado ya en la Fiesta. El Padre ha inaugurado para él la gran verbena: el banquete del Reino, la comunión plena, la libertad, la espontaneidad, la posesión, el disfrutar sin desgaste y sin riesgo.

De su vida hizo una fiesta, por eso fue colmado con la Fiesta Vivió poniendo sus pasos sobre cimientos firmes, por eso se ha sostenido en medio de la muerte. Trabajó como si todo dependiera de él y esperó, como si todo lo fuera a recibir de Dios. Se dejó llevar por la esperanza, no dio crédito al realismo estéril; se sintió insatisfecho en cada momento y buscaba más; hasta que se lo ofreció todo.

Ya está a la orilla de la fuente de la vida, hundiendo las raíces en la savia inextinguible. Ya está cobijado a la sombra del árbol cuya fruta comunica inmortalidad. Ya han dejado sus pies de pisar la dura arena de este desierto, y vive a la sombra de un jardín cuyos caminos de acacias se pierden en el cielo.

Ha llegado allí, porque vivió aquí con fuerza. Es coronado de vida, porque luchó contra la muerte. Está rodeado de gentes que le miran con simpatía porque fue capaz de entregarse hasta por sus enemigos. Ya no padece riesgo alguno, porque afrontó el riesgo. Llegó a la madurez, a lo alto, a la meta y se le ha concedido todo, está sentado a la derecha, es Hijo, Señor, Primogénito, Primero, Cabeza y Salvador.

En este estilo de vida, estamos llamados a ser bautizados: a confiar en el futuro, a destruir la injusticia, a ponerlo todo en común, a perdernos para encontrarnos, a declarar la fuerza de la paz, a vivir en comunión con Dios, con los demás, con nosotros y con el universo.

Jesucristo es el principio de la fiesta. El pregón de su evangelio ya ha sido proclamado. ¿A qué esperamos? ¿No sentimos acaso como renacen en nosotros los emocionantes sentimientos de lo creativo, de lo nuevo? Hagamos surgir el revuelo de los días de fiesta; no tengamos miedo a la noche ni al caos de la muerte; ridiculicemos todo lo que nos esclaviza; creemos un clima de risa, de broma; diseñemos la nueva sociedad sin trampa ni fronteras; descubramos las energías; soldemos fuertemente las manos solidarias; hagamos la igualdad entre hermanos; renazcamos de nuevo y creemos una nueva esperanza. Jesús nos dice que podemos superar todo poder, principado y dominación. Todo está sometido a El. El es nuestra Cabeza que nos empuja a la plenitud.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO A
PPC MADRID 1974, Pág. 100 s.


 

15.
-Os conviene que yo me vaya: Jn 16, 7

¿Puede el cristiano de hoy atender todavía con interés a este misterio de la Ascensión, acaecido hace tantos siglos? Ahora estamos comprometidos en la vida de la Iglesia, bajo la guía del Espíritu. No se ve, pues, cómo la Ascensión de Cristo podría ser para nosotros algo más que un recuerdo importante del desarrollo de la vida del Señor. Preguntaremos a san León Magno para conocer su pensamiento. En su primer sermón sobre la Ascensión, después de haber subrayado que la naturaleza humana de Cristo asciende hasta un nivel que no es otro que la sesión a la derecha del Padre, escribe:

Así pues, la Ascensión de Cristo es nuestra propia elevación y al lugar al que precedió la gloria de la cabeza es llamada también la esperanza del cuerpo. Dejemos, pues, queridos, que estalle nuestra alegría cuando él se sienta, y regocijémonos con piadosa acción de gracias. Hoy, en efecto, no sólo se nos confirma en la posesión del paraíso, sino que hasta hemos penetrado con Cristo en las alturas de los cielos; hemos recibido más por la gracia inefable de Cristo, que lo que perdiéramos por el odio del diablo... (LEON-MAGNO-SAN, Sermón 1 sobre la Ascensión, SC 74. 138; CCL 138 a; 453).

En este sermón, en Cristo glorioso elevado al cielo ve san León la seguridad de lo que seremos y la visión de lo que ya somos. Así pues, la celebración de la fiesta no es tan sólo histórica, es también la celebración de lo que somos.

En el 2.° sermón sobre la Ascensión, repite san León este tema que es para él el objeto de la fiesta:ASC/LEON-MAGNO-S En la solemnidad pascual, la resurrección del Señor era la causa de nuestra alegría: hoy es su Ascensión al cielo la que nos proporciona materia para regocijarnos, puesto que conmemoramos y veneramos convenientemente el día en que la humanidad de nuestra naturaleza fue elevada en Cristo a una altura que está por encima de todo el ejército celestial (ID., Sermón 2 sobre la Ascensión, SC 74, 139; CCL 138 A, 455-456).

Pero san León lleva más lejos sus reflexiones, coincidiendo acaso más con nuestras preocupaciones, a propósito del significado práctico de la fiesta de la Ascensión. En su 2.° sermón sobre la Ascensión, escribe: ...a los cuarenta días de su resurrección, se elevó al cielo en presencia de sus discípulos, poniendo así término a su presencia corporal, para permanecer a la derecha de su Padre hasta la consumación de los tiempos divinamente previstos para que se multipliquen los hijos de la Iglesia, y venga a juzgar a los vivos y a los muertos en la misma carne en que ascendió. Así pues, lo que había podido verse del Redentor, ha pasado a los ritos sagrados; y para que la fe sea más excelente y más firme, la instrucción ha sucedido a la visión: en su autoridad descansarán en adelante los corazones de los creyentes, iluminados por los rayos de luz de lo alto (ID.. Sermón 2 sobre la Ascensión, SC 74, 140; CCL 138 A, 456-457).

Hace aquí san León importantes puntualizaciones. Lo que había podido verse del Redentor, para lo sucesivo ha pasado a los los ritos sagrados. Así pues, a través de los signos sacramentales podemos ponernos en contacto con Cristo elevado a la derecha del Padre.

ASC/SACRAMENTOS: Esta teoría ha inspirado la mayoría de las investigaciones y modernas presentaciones de la vida sacramental. Su punto de partida es la afirmación de Cristo: "Os conviene que yo me vaya" (Jn 16, 7). Cristo dijo, sin embargo: "Quien me ha visto a mí ha visto al Padre". ¿Cómo puede decir "Os conviene que yo me vaya", si marchándose nos priva del contacto real con Dios? Una afirmación así carecería de sentido si la marcha de Cristo no asegurara un contacto universal de la humanidad creyente con él y con su Padre. Pues la marcha de la humanidad gloriosa de Cristo permite la actividad del Espíritu en los sacramentos, que son signos de la extensión del cuerpo glorioso de Cristo en este mundo. Los sacramentos no son posibles sin esta glorificación de Cristo y sin su marcha. La posibilidad de contacto con él habría quedado supeditada al espacio y al tiempo. En lo sucesivo, Cristo continúa entre nosotros, en todo lugar y momento, a través de los signos hechos eficaces por el Espíritu.

Si la Encarnación del Verbo eterno hizo posible el contacto del mundo con Dios, cambiando con ello el curso de la historia, la Ascensión de Cristo con su cuerpo glorioso y el envío del Espíritu permiten a cuantos creen establecer contacto con Cristo, conocer a Dios al verle a él y vivir con su vida, al poseer elementos ciertos de contacto con el Señor. Así, cada sacramento es signo de la presencia de Cristo y especialmente la eucaristía, en adelante signo de la presencia de su cuerpo glorioso. Una reflexión sobre cada sacramento, incluso sobre la Palabra, unida al rito y partiendo de la Iglesia como signo, permite verificar el significado de las palabras de Cristo al anunciar éste su partida, y comprender mejor el profundo significado de la Ascensión en la historia de nuestra salvación.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO
CELEBRAR A JC 4
SEMANA SANTA Y TIEMPO PASCUAL 
SAL TERRAE SANTANDER 1981, Pág. 230 ss.


 

16.

-Nuestra victoria

A veces las oraciones de la misa son difíciles de captar cuando las dice el sacerdote (aunque las diga en nombre de todos y para todos). Por eso me gustaría repetir algo que hemos pedido en la primera oración de la misa de hoy, antes de las lecturas. Hemos dicho que "la ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria". ¿Nuestra victoria? ¿Qué significa que la ascensión de Jesús -que hoy celebramos- sea, ya, nuestra victoria? En la Navidad celebramos que Dios se ha hecho hombre. Es la sorprendente -casi podríamos decir que escandalosa por el pensamiento humano- afirmación de la humanización, de la encarnación de Dios (en el sentido fuerte de la palabra: el Dios inimaginable, inefable, todopoderoso, se hace carne). Es una afirmación de fe que, si no me equivoco, es absolutamente original y específica del cristianismo si lo comparamos con el resto de las grandes religiones.

Y ese hacerse hombre de Dios, ese hacerse carne, no fue al modo de un extraterrestre que tomara forma humana para luego desaparecer e irse de nuevo allí de donde había venido. Es un venir para asumir, para incorporar a todos los hombres y mujeres a su modo de ser. Es decir, así como Dios en Jesús se humaniza, así Dios, por Jesús, quiere divinizar a todos y cada uno de los hombres y mujeres de este planeta tierra.

-La divinización de los hombres

Si sorprendente, escandalosa, inimaginable, es la encarnación de Dios, igualmente lo es que Dios quiera divinizar a los hombres. Es lo que san Pablo quería expresar cuando -en la carta que hemos leído hoy- pedía que "comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos y cuál la extraordinaria grandeza de su poder para nosotros".

Y esta divinización de los humanos es lo que implica esta fiesta de la ascensión. Y por eso, en la primera oración de hoy, hablábamos de que "la ascensión de Jesucristo es ya nuestra victoria". Porque Jesús, el hombre Jesús, con su carne, ya en el cielo, a la derecha del Padre, es el inicio -él el primero, el primogénito- de la plena divinización querida por el Padre para todos y cada uno de los hombres y mujeres del planeta tierra. Jesús no se va como vino, sino que se va iniciando la ascensión de la humanidad, como el primero de una inmensa procesión, de una gran marcha de hombres y mujeres de cualquier tiempo, país, clase y talante.

-El cielo y la tierra

Hay un canto de los negros americanos que dice hermosamente: "He oído hablar de una ciudad llamada cielo y he comenzado a hacer del cielo mi hogar". Quizá eso se pueda cantar y sentir especialmente en situaciones humanamente difíciles, como eran la de los negros en América cuando nacieron sus cantos espirituales. Y la pregunta sería si nosotros no nos hemos instalado demasiado satisfechamente en la tierra como para pensar en el cielo -en la ciudad de Dios- como un soñado hogar. No creo que sea malo valorar este hogar nuestro de ahora, la tierra. No creo que sea necesario despreciarlo para valorar el cielo. Porque si todo es creación de Dios, ¿por qué no hemos de querer esta tierra que Dios ha hecho para nosotros? Aunque valorar y apreciar la vida de ahora, todo lo que tiene de bueno y hermoso, no significa negar su limitación, todo lo que tiene de imperfecto y también de negativo. Se me ocurre una comparación (aunque ya sé que es sólo eso: una comparación). Actualmente muchos habitantes en las ciudades, donde tienen su primera residencia, desean tener en el campo, al aire libre y tranquilo, una segunda residencia. No sé si podríamos decir que la tierra es para nosotros como nuestra primera residencia y el cielo será nuestra mejor segunda residencia. Y sea como sea, lo que la fe nos dice -y hoy afirmamos- es que en el cielo, en nuestra residencia definitiva con Dios, todo lo bueno que El nos ha dado ya aquí, estará también allí. Pero mejor, mucho mejor.

Cuando en el padrenuestro pedimos que se haga la voluntad de Dios "en la tierra como en el cielo" podríamos sentir la hermandad, la cercanía, la comunión que hay entre estas dos residencias, la temporal y la definitiva. Aunque ahora nos sea imposible imaginar cómo será aquella -como el niño que va a nacer es incapaz de imaginar cómo será la nueva vida a la que sale -no por eso esa ciudad llamada cielo es menos real y apetecible.

Jesús comparó con frecuencia el cielo con una gran fiesta, una gran banquete. De aquella fiesta eterna, de aquel banquete celestial, esta celebración en torno a la mesa del pan y del vino de Jesús, es un anuncio. Cada vez que celebramos la Eucaristía, damos un paso más hacia nuestra ascensión al cielo.

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1994, 7


 

17.

"Apareciéndoseles durante cuarenta días, les habló del Reino de Dios".

Los cuarenta días en el A. y NT representan un período de tiempo significativo, durante el cual el hombre o todo un pueblo se encuentra recluido en la soledad y en la proximidad de Dios para después volver al mundo con una gran misión encomendada por Dios. Con el acontecimiento de la Ascensión se termina una serie de apariciones del Resucitado. ¿Dónde estaba Jesús durante los cuarenta días después de Pascua, cuando se aparecía a sus discípulos? ¿Estaba solitario en algún lugar de Palestina del que salía de cuando en cuando para ver a sus discípulos? ¡NO! Jesús estaba ya "junto al Padre" y "desde allí" se hacía visible y tangible a los suyos. Junto al Padre estaba ya desde su resurrección y con nosotros permanece aún después de subir al Padre.

En la Ascensión no se da una partida, que da lugar a una despedida; es una desaparición, que da lugar a una presencia distinta. Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras formas de presencia. "Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos". Así lo había prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión Cristo no se fue a otro lugar, sino que entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y precisamente por eso se puso más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Por esto es muy importante entender qué queremos decir cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está sentado a la derecha de Dios Padre. En la Biblia la palabra cielo no designa propiamente un lugar; es un símbolo para expresar la grandeza de Dios. San Pablo dice: "subió a los cielos para llenarlo todo de su presencia" (Ef/04/10), es decir, alcanzó una eficacia infinita que le permitía llenarlo todo con su presencia. Mientras tanto ¿qué hacer? Esta es la cuestión fundamental: ¿Y ahora, qué? -Vivir la certeza de que Él "está con nosotros todos los días hasta el fin del mundo". Que la Encarnación es un gesto de Dios irreversible. Está, pero de otro modo. Y los apóstoles necesitaron semanas para comprender y hacerse a la idea. Es el sentido de lo sorprendente de cada "aparición". Reconocerle en tantas mediaciones: Iglesia, comunidad, sacramentos, eucaristía, hermanos... Encontrar al Señor en todo y de tantas maneras.

La Ascensión es la plenitud de la Encarnación. Cuando se hizo carne no se pudo encarnar más que en un solo hombre, al que asumió personalmente el Verbo de Dios. Pero mediante la Ascensión, por la fuerza del Espíritu que lo resucitó de entre los muertos, se hace "más íntimo a nosotros que nosotros mismos", de tal modo que Pablo pudo decir "vivo yo, pero no soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí".

-No quedarnos "ahí plantados mirando al cielo". Volver a la ciudad, al trabajo... pero siendo sus testigos aquí y allá. Que la memoria de Jesús no sea nostalgia ni simple recuerdo, sentimiento intimista inoperante, intrascendente. Sino impulso de seguirle hacia los hombres, hacia el Reino. La Ascensión es una invitación al realismo cristiano y no una evasión a un falso cielo deseado. Los ángeles invitan a mirar a la tierra y preparar su vuelta aquí entre los hombres. La fe es una alienación si uno se despreocupa del mundo. Pero esta fe alienante está condenada por los mismos ángeles: "Galileos, qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como le habéis visto marcharse". Teilhard de Chardin: "La fe en JC se podrá en el futuro conservar o defender sólo a través de la fe en el mundo". Es todo un programa de vida. Y para ello:

-"Seréis bautizados con Espíritu Santo". Esta será la fuerza de Dios en nuestra debilidad. Uno se sorprende al ver la serenidad, la ciencia y fortaleza de aquellos primeros discípulos, pescadores temerosos y desalentados; ¡cómo cambió su suerte! Durante esta semana pidamos con insistencia la venida del Espíritu Santo.


 

18.

"EI que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos" (Ef: 4, 10) La fiesta de la Ascensión viene a ser como el cuadro dramatizado apoteósico del hecho de la resurrección. Desde el primer instante de la Pascua, Jesús vive en Dios, inmerso en el océano infinito del Amor.

Este cuadro dramatizado nos describe la entronización divina del Hijo. La nube es signo de la presencia de Dios y, al entrar Jesús en ella, es como sumergirse en Dios. «Sentarse a la derecha de Dios» quiere decir que toma posesión de la divinidad, en cuanto hombre. La Ascensión es el final de la carrera personal de Cristo, una carrera llena de obstáculos, que se inició con vertiginosos descensos, para terminar con admirables ascensiones.

-Contrastes Esta es una fiesta llena de contrastes.

Vaciamiento

Primer contraste. El que hoy sube a los cielos es el que descendió hasta los infiernos. Bajó primero hasta las simas mas profundas de la experiencia humana. Bajó hasta el seno de una mujer, hasta el pesebre de Belén, hasta el taller de un pueblo insignificante, hasta la masa de pecadores en el Jordán, hasta la pasión espantosa y la muerte injusta. Ahora se eleva, y eleva consigo al hombre a la más alta dignidad y a la verdadera plenitud, a la misma participación de la divinidad. Es decir, que a la plenitud se llega por el vaciamiento, a la exaltación por la humillación, a la Pascua por la cruz.

Los veneros de la divinidad

Segundo contraste. Cristo marcha, pero se queda. Se pierde su presencia corporal, pero se multiplican otras presencias espirituales, no menos reales. Todo se llena de su presencia y empieza la era de los sacramentos. La nueva presencia es más íntima y más viva, y el Espíritu nos la recuerda constantemente. Así, que sentimos que se fuera, pero nos conviene que se haya ido, porque desde el cielo nos abre los veneros de la divinidad y porque El está siempre con nosotros de manera eficaz. Por eso es tiempo de alegría: «Ellos volvieron a Jerusalén con gran alegría».

Prestar a Cristo nuestra persona

Tercer contraste. Remata Cristo su obra, pero a la vez empieza la nuestra, que es también de Cristo. Desaparece Cristo y se multiplican los «cristos». Se apaga la luz del cirio pascual y se encienden millones de luces en los corazones y de antorchas en el mundo. Jesús inició una tarea, lo nuestro es continuarla. Prestar a Cristo nuestro cuerpo, nuestra persona, para que los convierta en instrumento de salvación. Ser testigos de Jesucristo, ser Cristos.

Un poco de paraíso

Cuarto contraste. Se nos invita a mirar al cielo, pero se nos exige que nos preocupemos de la tierra. Siguiendo a Cristo, algún día seremos elevados al cielo, pero ahora hay que luchar para que en la tierra haya menos infierno. Es hora de inclinarse sobre el surco y sembrar, de inclinarse sobre el débil y confortar, sobre el caído y levantarlo. Y, a ser posible, un poco de paraíso; que nuestra tierra sea una morada digna, «una tierra nueva en que habite la justicia». Es hora de la esperanza activa.

-Nuestras ascensiones «Sursum corda».

El fin de la carrera de Cristo es el principio de la nuestra. Sursum corda. Desde Cristo, la humanidad se eleva sobre sí misma. Desde Cristo, se sabe la dignidad que tiene el hombre, incluso el más pequeño y desgraciado. Nos enseña dónde están LOS VERDADEROS VALORES: --Que vale más el perdón que la venganza. --que es mejor dar que recibir, --que los últimos serán los primeros, --que el que pierde gana, --que la muerte está vencida, --que lo más importante es el amor.

Estos y parecidos principios han dado origen a radicales ELEVACIONES DE LA HUMANIDAD:

--La de la fraternidad universal y consecuente solidaridad. Si, por desgracia, no es un hecho que se imponga, sí es un deseo que no deja de crecer.

--La de la libertad, cuyo sentido se entiende mejor desde Cristo, que superó ya una determinada esclavitud y que sigue luchando contra todo tipo de esclavitudes.

--La del amor, que da origen a innumerables entregas, fidelidades y generosidades.

Subimos con él «Nuestras aspiraciones más hondas ya encuentran satisfacción. La Ascensión es la respuesta al sentido último de la existencia, la culminación del proyecto del hombre ideal que todos llevamos dentro -amar y ser amados-, la realización de la esperanza de eternidad que gravita en nuestro calendario temporal».

Espuela

La Ascensión no es opio, sino espuela. Es oxígeno que te eleva. Al contemplar a Cristo, sentado a la derecha de Dios, no sólo se elevan nuestros corazones con el deseo de participar de su gloria, sino que nos animamos a elevar a cuantos se hallan hundidos en fosas de muerte.

Sursum corda

La Ascensión de Cristo es primicia de todas las ascensiones. El Cristo que se eleva es la punta de flecha de la humanidad, el hombre que va abriendo camino y sembrando esperanzas. Es la victoria de las fuerzas ascendentes. Fuerzas ascendentes: la creatividad, la libertad, la solidaridad, el amor, la unión, la paz, la alegría, el espíritu, el Espíritu.

Demos la mano

Vivamos la vida ascendente, que es la vida del Espíritu. Luchemos asimismo contra la vida descendente, la que esclaviza al hombre. Luchemos contra la desesperanza, la tristeza, el consumismo, el materialismo, y contra toda visión achatada de la vida. Demos la mano a cuantos desean ascender. Ayudemos a los caídos a ponerse en pie y que levanten sus ojos y sus corazones a la patria, que es Dios.

CARITAS 1989 1.Págs. 188-192


 

19.

1.Fiesta de fe Cuando Cristo desaparece de la vista de sus discípulos, podrían llorar su ausencia. Ya no escuchaban sus palabras ni sentían el calor de su cercanía. Ya no veían al Maestro, el Amado. Pero «dichosos los que crean sin haber visto». El les había prometido su presencia continuada: «Sabéis que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo». Pero ¿dónde se encuentra el Señor? Es ahora cuando la fe tiene que empezar su tarea. Por algo dijo Jesús: «Os conviene que yo me vaya». Una de las razones, para que la fe se ponga al día.

Creer es descubrir las ocultas presencias de Cristo. El que tiene la fe despierta no tardará en encontrar al Señor. ¿Dónde podrá encontrarle? Hay que citar cinco lugares especialmente epifánicos: no tanto allá arriba, en el cielo, sino en:

-La comunidad, porque «donde dos o tres se reúnen en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos» (Mt. 18, 20). Es lugar privilegiado de encuentro con el Señor, sacramento permanente y personalizado de Cristo.

-La eucaristía, donde la presencia se hace más viva y real, fuente y culmen de la vida de la Iglesia, sacramento inapreciable.

-La palabra, porque el Señor sigue enseñándonos; sus palabras no pasan, y «el que a vosotros escucha a Mí me escucha» (Lc. 10,16), sacramento profético de Cristo. -El pobre y el niño y el que sufre, porque «lo que hicisteis con uno de estos mis hermanos pequeños, conmigo lo hicisteis» (Mt 25, 40), sacramento entrañable de Cristo doliente.

-El corazón de todo creyente, del que ama, y "si alguno me ama, guardará mi palabra, y vendremos a él, y haremos morada en él" (Jn. 14, 23); «y me manifestaré a él» (Jn. 14, 21), sacramento vivo de Cristo.

Estas presencias ahora están veladas y sólo pueden ser vistas por la fe. Llegará un día en que los velos desaparezcan y entonces veremos a Dios cara a cara, «lo veremos tal cual es» (I Jn. 3, 21), sin imágenes ni misterios; entonces se apagará el signo y veremos la realidad interminable. Mientras tanto, la fe nos permite gozar anticipadamente, aunque veladamente, de esta realidad. «Yo estaré con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

2.Fiesta para el compromiso

Jesús terminó su obra, pero nos dejó a nosotros la misión de continuarla y completarla: «Id...». No nos quiere mirando al cielo, sino trabajando para que la tierra sea un cielo. Si Jesús se ha marchado, nosotros lo tenemos que hacer presente: esa es nuestra misión y nuestro compromiso. A veces nos quejamos de que Dios no escucha el clamor de los pobres. Tú has de ser oído de Dios y su mano amiga.

Jesús ya no está aquí, pero nosotros le prestamos nuestro cuerpo para hacerle presente. Jesús ya no tiene aquí sus manos, pero las nuestras le sirven para seguir bendiciendo, liberando y construyendo la fraternidad. Jesús ya no puede recorrer nuestros caminos, pero nosotros le prestamos nuestros pies para acudir prontos a las llamadas de los pobres. Jesús ya no puede repetir sus bienaventuranzas ni proclamar el año de gracia ni pronunciar sus palabras de vida eterna, pero nosotros le prestamos nuestros labios para seguir anunciando la buena noticia a los pobres y la salvación a todos los hombres. Jesús ya no puede acariciar a los niños, curar a los enfermos, perdonar a los pecadores, pero nosotros le prestamos nuestro corazón para seguir estando cerca de todos los que sufren y volcar sobre ellos la misericordia de Dios.

Sería maravilloso que Cristo volviera a la tierra. Si volviera... Hay que estar convencidos de que Jesús está entre nosotros, y que está de mil maneras distintas, y que cada uno de nosotros es un pequeño Cristo, y que el Cristo total, prolongado y multiplicado, es más eficaz que el Cristo solo.

-La hora del compromiso

Queda todavía mucho, muchísimo por hacer. Jesús necesita de todos nosotros. No ha llegado aún el momento del descanso. Ofrécele al Señor todo lo que puedas: quizá solo sea una oración o un dolor o una palabra o un servicio o un gesto de solidaridad y comunión. Todo vale, con tal de que sea hecho en el Espíritu. Es el momento de tu compromiso. No podemos quedarnos mirando al cielo cuando hay tanto que hacer en la tierra. No podemos rezar «venga a nosotros tu Reino», si no ponemos nuestro esfuerzo para que la sociedad cambie. No podemos esperar «un cielo nuevo y una tierra nueva», si no hacemos algo por conseguirlo.

Hoy, litúrgicamente, se apaga el cirio que nos ha iluminado durante toda la cuarentena pascual. Eso significa que cada uno de nosotros tiene que ser una pequeña antorcha que ilumine y encienda al mundo.

CARITAS 1990-1.Págs. 227 ss.


 

20.

Dios es ascensión

Nos ilusiona que haya una fiesta dedicada a la ascensión. La ascensión es una realidad que debemos tener siempre en nuestro horizonte vital. Es una fiesta de esperanza. Dios es ascensión continuada, aunque no se aleja nunca de nosotros. Dios es siempre superior, pero siempre está en lo más íntimo. Dios está siempre arriba, pero está en el fondo de todo ser. Dios es el Altísimo y el Profundísimo. Dios es siempre el primero, pero no humilla.

Dios es siempre futuro, meta cada vez más alta, ascendencia y trascendencia. Llama siempre a la renovación, a la creación continuada, a la superación sin límites. He ahí el origen de toda esperanza. Dios es ascensión, porque es vida creciente, porque irradia fuerza creativa, porque nos hace crecer, porque nos llena de aspiraciones cada vez más grandes.

Dios es ascensión, superación, animación, vivificación continuada. Dios es energía y dinamismo ascensional. Es un amor que se renueva siempre, que nunca se repite, que libera de toda esclavitud y decadencia. Es imán que todo lo atrae y todo lo eleva.

Este Dios trascendente se nos manifestó en Jesucristo. El vino a nosotros bajando, pero para hacernos subir. Si su Padre atraía desde arriba, él quiso empujar desde abajo. Uno de sus gestos favoritos era tender la mano al que se encontraba caído. Una de sus palabras más repetidas era: ARRIBA, LEVANTATE.

Levántate, hombre apaleado y tirado en el camino. Levántate, paralítico postrado. Levántate, mujer encorvada. Levántate, mujer que lloras tus pecados. Levántate, niña que mueres en el lecho, o vieja que estás con fiebres en la cama. Levántate, leproso, endemoniado, niño, mujer, que estáis hundidos en vuestra marginación. Levántate, Pedro, de tu indignidad, de tu sueño o de tus dudas en el lago. Levántate, Tomás, de la incredulidad. Levantaos todos de vuestro materialismo. Salid de esos pozos viejos de agua. Vamos al monte; allí os regalaré una doctrina liberadora. Vamos al monte; allí nos acercaremos al Padre y casi tocaremos el cielo. Vamos al monte; allí os abriré veneros de agua viva y os repartiré también un pan que os hará caminar más arriba, hasta la cumbre de Dios. Y cuando yo sea levantado en el monte, lo atraeré todo hacia mí. Dicen que Jesús bajó hasta los infiernos para dar la mano al Adán caído y volverlo al Paraíso. Levantó a todos los que estaban en el sepulcro, uniéndolos a su propia resurrección. Y cuando fue elevado al cielo llevó consigo un botín inmenso: llevaba en sí las primicias de toda la humanidad. "Llevó cautiva a la cautividad", a todo lo que esclavizaba y oprimía al hombre hermano.

Fiesta de esperanza

La fiesta de la ascensión es el final del paso de Jesús por nuestra tierra, un final puesto muy alto. Es el remate glorioso de su obra restauradora. Había venido a restaurar nuestra imagen, tan deteriorada; a enseñarnos a reconocer la dignidad y el valor de cada persona; a decirnos las posibilidades de nuestra realización; a comprometernos en la construcción de un mundo más hermoso, apuntando siempre hacia el deseado Reino de Dios. El vino a encender un fuego que sube hasta lo más alto; a llenar la tierra de surtidores de agua que saltan hasta la vida eterna; a enseñarnos los luceros más hermosos del firmamento y a colgar de las paredes del cielo las cadenas que ataban a los hombres.

La fiesta de la ascensión es fiesta de esperanza, cuando se nos garantiza la satisfacción de todas nuestras ansias y la realización de nuestros proyectos más audaces. La ascensión nos convence de la victoria de las fuerzas ascendentes. Es la fiesta de los que no se conforman, de los que saben que el límite no lo ponemos nosotros.

«El que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos" (Ef/04/09-10) «Bajó a las regiones inferiores de la tierra», comentaba el mismo texto. Jesús, efectivamente, bajó hasta los infiernos del dolor y de la humillación; bajó hasta las sombras y las lágrimas; bajó hasta la región de la experiencia humana, donde se duda y donde se grita; bajó hasta el desamparo y el abandono totales.

Por eso, Dios le sube «por encima de todos los cielos» y «le da un nombre por encima de todo nombre». Cristo es el Señor, el Kirios, igual al Padre, sentado a la derecha del Padre.

Fruto del amor

Todo esto es una forma de hablar, para entendernos. El subir y bajar siempre es relativo. La verdad es que Cristo en todo momento no hace otra cosa que ascender. Todas sus bajadas son el fruto de un amor ascendente. Cuando por ejemplo, se baja para mezclarse con los pecadores más despreciados, está poniendo en alto un amor misericordioso. Cuando se abaja hasta lavar los pies de sus discípulos, está elevando al máximo el amor hecho servicio. Cuando se empequeñece hasta mezclarse con los niños y jugar con ellos, está exaltando el amor humilde. Cuando se pone abajo del todo, en medio de malhechores y torturados, está glorificando, poniendo en lo más alto, el amor que se entrega y que se inmola.

Así lo presenta el evangelio de Juan, para quien el Crucificado es el exaltado (cfr. Jn 3,14; 8. 28;12, 32;19, 37). Es en la cruz donde se pone bien en alto todo el amor de Dios y toda la gloria de Dios. Y así son los valores del Reino: para Cristo, bajar es subir, perder es ganar, ponerse el último es ser el primero, pudrirse en tierra es florecer en espiga, servir es reinar. Es decir, lo que eleva no es el orgullo, la ambición, la fuerza, la riqueza. Lo que eleva siempre es la fuerza y la riqueza del amor. El amor es fuerza ascendente. El que ama, a lo mejor se coloca abajo, pero está subiendo: y cuanto más abajo se coloca, más sube. Lo que eleva es el amor, porque es fuerza divina. Lo que eleva es Dios, pura ascensión.

Sursum corda
La ascensión de Cristo, toda la vida de Cristo, hace elevar nuestros corazones. En él se satisfacen nuestras aspiraciones más hondas. La ascensión es primicia de todas las ascensiones; es la victoria de las fuerzas ascendentes, como la libertad, el servicio, la solidaridad, el amor y todas las fuerzas del Espíritu. Vivamos la vida del Espíritu. Luchemos contra la vida descendente, la que esclaviza al hombre.

Luchemos contra la desesperanza, la tristeza, el consumismo y toda clase de egoísmos. Y toda esta lucha debe realizarse en cada uno de nosotros y en favor de los demás. Subamos como Cristo y ayudemos a los demás a levantarse, como lo hizo siempre Jesucristo, nuestro Señor.

Demos la mano a cuantos desean ascender. Ayudemos a los caídos a ponerse en pie y que levanten los ojos y sus corazones hacia la patria, que es Dios, como lo hizo con todos nosotros nuestro Señor Jesucristo.

CARITAS 1992, 1.Págs. 245-248