COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA


1. "Recibiréis fuerza para ser mis testigos" Este equilibrio entre el respeto a la libertad del otro y el amor al prójimo nos sitúan a los que tenemos la misión de "hacer discípulos" en una posición de desventaja y de debilidad. Dios quiso, nos dirá el apóstol Pablo, que la fe y la salvación llegasen por algo tan trivial como la predicación. No tenemos otro medio de persuasión que la palabra, aunque, eso sí, es la palabra de Dios y no las elucubraciones de los hombres.

Esta situación de debilidad no es otra que la de la cruz, la que eligió Jesús. Al celebrar hoy su ascensión al cielo, celebramos el reconocimiento por parte de Dios del camino elegido y seguido por Jesús hasta sus últimas consecuencias: el camino de la predicación, del servicio, de la muerte en la cruz. La ascensión de Jesús nada tiene que ver con las estrategias y cálculos humanos para medrar y ascender aplastando y desplazando a los demás. La ascensión se inicia en la subida a la cruz, al colmo del amor a los demás, al límite del espíritu de servir, al extremo de la obediencia al Padre. Por eso el que sube a la cruz ascenderá hasta el cielo y se sentará a la derecha del Padre.

Desde la cruz, que es el último lugar del mundo, pero el primero para subir al cielo, Jesús deja en nuestras manos la misión que le trajo a este mundo. Id, nos dice, y haced discípulos de todos los pueblos... Yo estoy con vosotros. En el nombre de Jesús recorreremos el mundo entero para que el evangelio se escuche en toda la tierra y todos puedan ser discípulos de Jesús. Tal es la misión de la Iglesia, la de los bautizados, la nuestra.

EUCARISTÍA 1987, 26


 

2. El relato de la ascensión de Jesús tiende a subrayar la responsabilidad de los creyentes. Así como "en el principio creó Dios el cielo y la tierra" y todas las cosas y, una vez creado el mundo, lo sometió a la responsabilidad del hombre, que habrá de dar cuenta de la gestión ante el Creador, así también el relato de la ascensión acentúa la subida al cielo de Jesús, para que quede patente que la tierra queda en manos y bajo la responsabilidad de los discípulos de Jesús, que tendrán que responder de su gestión ante Jesús, que ha de volver a pedirnos cuentas. De modo que la ascensión del Señor define el tiempo de la responsabilidad cristiana.

A veces se oye hablar, y se escribe, sobre la ausencia de Dios, lamentando que estamos como abandonados o dejados de la mano de Dios. Pero no hay tal; lo que sí hay es un tremendo absentismo cristiano, incluso humano. Absentismo en el sentido de que no estamos en lo que tenemos que estar y no hacemos lo que cabría esperar de los que creen en la resurrección. Estábamos mal acostumbrados a vivir la fe en un mundo que, a falta de otra ruta, había aceptado el mundo cristiano. Pero hoy ese mundo ha descubierto -al menos así lo cree- su propio camino, y este camino se distancia cada vez más del cristiano, porque se había quedado estrecho y sin horizonte. El problema radica ahora en que somos nosotros -la Iglesia, los cristianos- los que andamos como perdidos, sin posicionarnos responsablemente en el mundo. El peligro que se cierne sobre nosotros es que, en vez de seguir a Jesús que nos exhortaba a estar en el mundo sin ser del mundo, ahora resulta que somos del mundo y vivimos en Babia, pues no estamos respondiendo al Evangelio.

En esta perplejidad es más cómodo abandonarse a la nostalgia del pasado, machacando una y otra vez eso de la secularización, o echar pelotas fuera lamentando la ausencia de Dios. Pero la secularización es también la consecuencia de la inoperancia de los cristianos, y la ausencia de Dios una blasfemia, difícilmente conciliable con la fe en Dios. No es Dios quien está ausente, somos nosotros los que hemos ido haciendo mutis por el foro en la escena de este mundo. Nuestra responsabilidad como cristianos es hacer visible la presencia de Dios en el mundo. Si no se ve a Dios es porque no se nos ve el pelo a los cristianos. La misión de la Iglesia es hacer presente el reino de Dios, no hacerse pesada como una fuerza multinacional o un grupo de presión en busca de intereses que no son los del Evangelio.

LUIS BETES
DABAR 1990, 30 


 

3. En este mundo presente, difícil y doloroso, la fiesta de hoy -la palabra de Dios que hemos escuchado- nos indica el verdadero camino, en el cumplimiento de nuestro deber de cristianos, ahora y aquí que es preciso seguir, a pesar de nuestras limitaciones.

NO PODEMOS INHIBIRNOS, porque Jesús esté en el cielo y "donde nos ha precedido él, que es nuestra cabeza, esperamos llegar también nosotros como miembros de su Cuerpo". (Como si dijéramos: puesto que es imposible resolver los males del mundo, ¡vivamos la esperanza en el cielo!). Es la solución equivocada, fácil, de aquellos que se encierran en sí mismos, procuran resolver sus problemas personales, rozan sólo tangencialmente los de los demás... y su vida cristiana consiste en asegurar la propia salvación. Es el comportamiento de aquellos cristianos para los que la tierra y el tiempo en el que viven sólo tiene un valor relativo y su piedad, su salvación, lo es todo. Podríamos preguntarles: ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?" Son muchos más de los que parece, porque son muchos los que dicen que aquí no se puede hacer nada, muchos los que actúan de modo que los problemas personales les hacen olvidar los deberes sociales.

TAMPOCO ES SOLUCIÓN CRISTIANA vivir los males de este mundo, olvidando que "no os toca a vosotros conocer los tiempos y las fechas que el Padre ha establecido con su autoridad" para establecer el Reino de Dios, que es justicia, libertad, paz y amor. Es la visión de aquellos para los que la vida futura no cuenta, y todos los males hay que resolverlos en el tiempo, y sólo con miras y medios humanos. Viven asfixiados por un presente sin trascendencia que, en la imposibilidad de solucionar los males, les conduce a un pesimismo, o a unos males tanto o más dolorosos que los que quieren remediar.

R. DAUMAL Obispo auxiliar
BARCELONA
MISA DOMINICAL 1987, 11


 

4. NU/40-DIAS Mt/28/20. ASC/ENCARNACION: UNA RELACIÓN MAS INTIMA CON CADA HOMBRE. Ef/04/10.

"Apareciéndoseles durante 40 días, les habló del Reino de Dios". Los 40 días en el A. y N.T. representan un período de tiempo significativo, durante el cual el hombre o todo un pueblo se encuentra recluido en la soledad y en la proximidad de Dios para después, volver al mundo con una gran misión encomendada por Dios.

Con el acontecimiento de la Ascensión se termina una serie de apariciones del Resucitado. ¿Dónde estaba Jesús durante los 40 días después de Pascua, cuando se aparecía a sus discípulos? ¿Estaba solitario, escondido, en algún lugar de Palestina, del que salía de cuando en cuando, para ver a sus discípulos? ¡NO! Jesús estaba ya "junto al Padre" y "desde allí" se hacía visible y tangible a los suyos.

Junto al Padre estaba ya desde su resurrección y con nosotros permanece aun después de subir al Padre. En la Ascensión no se da una partida que dé lugar a una despedida; es una desaparición que da lugar a una presencia distinta.

Jesús no se va, deja de ser visible. En la Ascensión Cristo no nos dejó huérfanos, sino que se instaló más definitivamente entre nosotros con otras presencias. "Yo estaré siempre con vosotros hasta la consumación de los siglos" (Mt/28/20). Así lo había prometido y así lo cumplió. Por la Ascensión Cristo no se fue a otro lugar, sino que entró en la plenitud de su Padre como Dios y como hombre. Y precisamente por eso se puso más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Por esto es muy importante entender qué queremos decir cuando afirmamos que Jesús se fue al cielo o que está sentado a la derecha de Dios Padre. La única manera de convertir la Ascensión en una fiesta es comprender a fondo la diferencia radical que existe entre una desaparición y una partida. Una partida da lugar a una ausencia. Una desaparición inaugura una presencia oculta.

Por la Ascensión Cristo se hizo invisible: entra en la participación de la omnipotencia del Padre, fue plenamente glorificado, exaltado, espiritualizado en su humanidad. Y debido a esto, se halla más que nunca en relación con cada uno de nosotros.

Si la Ascensión fuera la partida de Cristo deberíamos entristecernos y echarlo de menos. Pero, afortunadamente, no es así. Cristo permanece con nosotros "siempre hasta la consumación del mundo". En la Biblia, la palabra cielo no designa propiamente un lugar: es un símbolo para expresar la grandeza de Dios. S. Pablo dice: "subió a los cielos para llenarlo todo con su presencia" (Ef/04/10), es decir, alcanzó una eficacia infinita que le permitía llenarlo todo con su presencia.

"Encielar" a Cristo es como desterrarlo, es perderlo. Su ascensión es una ascensión en poder, en eficacia, y por tanto, una intensificación de su presencia, como así lo atestigua la eucaristía. No es una ascensión local, cuyo resultado sólo sería un alejamiento. No olvidemos que el relato de los Hch de los apóstoles es mucho más el relato de la última aparición de Cristo que la fecha de su glorificación.


 

5. Lucas nos ha dejado dos relatos muy diferentes de la Ascensión. El primero sirve de doxología a la vida pública del Señor; el segundo sirve de introducción al Libro de los Hechos y a los comienzos de la Iglesia. El primero, de inspiración litúrgica (cf. Lc 24, 44-53: comparar, por ejemplo, con Eclo 50, 20; Núm 6; Heb 6, 19-20; 9, 11-24), nace de un género literario documental; el segundo, de inspiración cósmica y misionera, es mucho más simbólico y exige una cierta desmitificación. En efecto, mientras que algunos relatos de la ascensión (primer y tercer Evangelios, porque el de Marcos es muy tardío) sólo la presentan como la otra cara del misterio pascual, el relato de los hechos materializa el acontecimiento y exige, por tanto, un tratamiento especial.

* * *

a) En la versión de los Hechos, la Ascensión aparecía ante todo como la inauguración de la misión de la Iglesia en el mundo. Los cuarenta días (v. 3) fijados por Lucas como la duración de la estancia en la tierra del Resucitado deben ser comprendidos en el sentido de un último tiempo de preparación (el número 40 designa siempre en la Escritura un período de espera), son pues una medida proporcional y no cronológica. La Resurrección no es pues un final, sino el preámbulo de una nueva etapa del Reino: la estancia de Cristo sentado a la derecha del Padre y de la misión de la Iglesia. A este respecto es muy significativa la advertencia de los ángeles que invitan a los apóstoles a no quedarse mirando al ciclo (v. 11).

Cristo sentado a la derecha de Padre (cf. Ef 1, 20; Col 3, 1; Act 7, 56) es evidentemente una imagen. Lucas no quiere localizar la presencia del Señor, sino solamente hacer comprender que el Resucitado es a partir de este momento aquel a quien Dios ha enviado el Espíritu, fuente y origen de la misión universal de la Iglesia y de todo lo que tiene carácter universalista en el mundo.

b) Igualmente, la imagen de la nube no se debe tomar en sentido material. Para Lucas la nube es solamente el signo de la presencia divina, como lo fue en la tienda de la reunión y en el Templo. No se trata en modo alguno de un fenómeno meteorológico, sino de un acontecimiento teológico: la entrada de Jesús de Nazaret en la gloria del Padre y la certidumbre de su presencia en el mundo. Jesús resucitado es a partir de este momento el lugar de la presencia de Dios en el mundo. El único lugar sagrado de la nueva humanidad.

c) Lucas da por último al acontecimiento un tono dramático. Es el único que presenta a Cristo como "arrebatado" (v. 11; cf. Mc 16, 19) o "llevado" (v. 9). Hay aquí una idea de separación y de ruptura, aún más acrecentada por la afirmación de que no corresponde a los hombres conocer el final de su historia (v. 7) y por la llamada a los apóstoles al realismo del que querían evadirse (v. 11). Sin duda Lucas quiere mostrar que Cristo no puede menos que separarse de gentes que sólo piensan en el inmediato establecimiento del Reino (v. 6) y que sólo está presente en aquellos que aceptan el largo caminar que pasa por la misión y el servicio de los hombres (v. 8). También quiere mostrar que para que la Iglesia comience su misión es necesario que rompa con el Cristo carnal. De ahora en adelante sólo es posible unirse a Cristo por intermedio de los apóstoles revestidos del Espíritu de Cristo. Tras la insistencia de Lucas sobre la separación entre Jesús y los suyos se dibuja pues una manera de ver la Iglesia.

* * *

Se puede, por tanto, hablar de una especie de desmitificación del relato de la Ascensión. Pero ¿es desmitificar suprimir interpretaciones impuestas al texto de San Lucas por culturas distintas de la suya?. En efecto, todos los elementos del relato muestran, por el contrario, cómo el evangelista y sus contemporáneos vieron en la Ascensión la inauguración del Reino cósmico del Señor y de su presencia en el mundo. A este respecto, la concepción del autor está singularmente cerca de Ef 4, 7-13, que recuerda cómo la "subida" de Cristo es solidaria del don de los carismas a la Iglesia. En efecto, gracias a que su Señor está ahora unido al Dios universal, la Iglesia puede estar presente en todos los tiempos y en todos los lugares. San Lucas, historiador de la expansión de la Iglesia, explica, pues, en su relato de la Ascensión cómo Cristo está en el origen del movimiento universal que comenzó en Jerusalén y por qué Cristo pertenece a todo hombre, a toda cultura, a todo país.

Si la Ascensión es el punto de partida de la misión de la Iglesia, una gran confusión perdura aún en el espíritu de los apóstoles y se encuentra todavía en la Iglesia actual. Fácilmente se cree que es hoy cuando el Señor va a establecer su Reino y esta creencia obstaculiza a la misión de la Iglesia y al rostro que ella adopta en el mundo. Querer que el Reino venga hoy es transformar a la Iglesia, aún provisional, en Reino definitivo y absolutizar algunos de sus rasgos provisionales.

Lo que importa no es admirar o criticar a la Iglesia, sino creerla. Pero en tanto en cuanto se la "crea" es que aún no se "ve" el Reino.

En realidad la Iglesia se define con relación al Reino a partir de nociones como "todavía no" (lo que explica su situación de camino) y, "no obstante ya" (lo que quiere decir que ya hoy, independientemente de que el Reino no ha venido aún, todos están llamados a una actitud de fe y de conversión). Por este motivo, la Iglesia está al servicio del Reino porque ella es en el mundo quien interpela hoy a los hombres pecadores.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA IV
MAROVA MADRID 1969, pág. 216


 

6. Los cinco primeros capítulos de este libro muestran, con pocas pero bien elegidas imágenes, los primero días de la iglesia de Jesús en Jerusalén; se trata del tiempo en que los doce apóstoles dirigen solos, sin ayudantes, la vida de la comunidad, es decir, de los primeros discípulos. El acento (de esta actividad) reside siempre en la referencia al Espíritu Santo, la fuerza que dominaba en la iglesia primitiva y capacitaba a los apóstoles a cumplir el encargo de Jesús.

Los primeros versículos enlazan con el evangelio, del mismo autor, indicándose igualmente que también está dedicado al mismo amigo de Lucas. Pero lo primero importante que aparece es el encargo de Jesús a los apóstoles sobre la espera del Espíritu Santo: precisamente por la despedida de Jesús, el Espíritu Santo entra más de lleno en el campo de mira y actuación de los apóstoles.

Efectivamente: Jesús se despide y parte de los suyos a la oculta gloria del Padre, deja el encargo de esperar la fuerza de lo alto, que es el Espíritu de Dios, con la que podrán llevar a cabo la misión encomendada. Sin embargo, todavía aparece la pregunta sobre el momento de la restauración del reino de Israel. La respuesta es contundente: no tienen porqué preocuparse los discípulos de la alta intención de Dios; más bien tienen que pensar en la tarea que están a punto de comenzar con el impulso del Espíritu: como testigos de Jesús, llevar a los hombres la realidad de la salvación establecida por él en la palabra y en la gracia.

Hay que resaltar el significado fundamental de la palabra "testigo" en relación con el esquema del campo de misión ("Jerusalén-Judea-Samaría- confines de la tierra"), es decir, la tarea se orienta universalmente, a lo ancho del mundo; esquema que ya es repetición de Lc 24, 47s. En este sentido es importante ver que sólo el Jesús resucitado da esta misión ("confines de la tierra", "a todos los pueblos", "a toda criatura"), mientras que Jesús al principio (Mt 10,5s;15,24) se había limitado a Israel.

Junto al testimonio de la real ascensión de Jesús al Padre, el consuelo de estas revelaciones se centra en la promesa de su retorno. Entre el Señor que marcha y el que ha de venir se halla el tiempo del testimonio de la iglesia. Aquí queda fundada la espera (esperanza) de los cristianos, que en el tiempo de los apóstoles estuvo impregnada de una fuerte convicción de la inmediata llegada de la parusía (Hch 3,20;1 Tes 4,15;1 Cor y,26;15,51).

EUCARISTÍA 1988, 24


 

7. Lucas hace alusión a su evangelio, cuyo relato se propone continuar ahora en los Hechos. Ambos libros están dedicados a un tal Teófilo, quien se encargaría de su difusión; pues, según costumbre de la época, el libro pasaba a ser propiedad de la persona a la que estaba dedicado, siempre que ésta se comprometiera a difundirlo.

Todas las "apariciones" de Jesús son para Lucas "pruebas" de que ha resucitado y vive para siempre. Y la mayor de todas estas pruebas es la ascensión a los cielos. De esta manera confirma la fe de los que han de ser sus testigos en todo el mundo, de los apóstoles.

Tenemos aquí la única información bíblica sobre el tiempo que duraron las apariciones del Señor; pero este dato no tiene demasiada importancia, entre otras cosas porque se trata evidentemente de un número simbólico igual que los cuarenta años de peregrinación de Israel por el desierto o los cuarenta días de ayuno de Jesús antes de comenzar su vida pública. Lo que sí es importante es la instrucción acerca del reino de Dios que reciben los apóstoles durante este tiempo primordial. Jesús no les instruye acerca de la organización de la iglesia, sino que les habla del reino de Dios. No debe confundirse el reino de Dios con la iglesia, que lo proclama en el mundo.

Después de esta noticia global sobre las apariciones de Jesús, Lucas se refiere concretamente a una de ellas. Jesús ordena a sus discípulos que se queden en Jerusalén hasta que sean "bautizados con Espíritu Santo", esto es, hasta que descienda sobre ellos el Espíritu Santo, que es la fuerza de Dios. También Jesús, después de su bautismo en el Jordán y antes de comenzar a predicar el evangelio del reino de Dios, recibió el Espíritu Santo.

El don del Espíritu había sido anunciado por los profetas como una señal de los tiempos mesiánicos. Esto y la enseñanza que recibe sobre el reino de Dios, hace pensar a los apóstoles que ha llegado el momento de restaurar la dinastía de David y reivindicar frente a los romanos la soberanía de Israel.

Jesús deshace el malentendido. Les dice que el don del Espíritu lo van a necesitar para llevar el evangelio a todas las naciones comenzando por Jerusalén. Por otra parte, rechaza la pretensión humana de conocer los tiempos y las fechas en que Dios cumplirá las promesas a Israel. Y en cualquier caso, el reino de Dios, que ha de anunciarse a todas las naciones, desborda los intereses particulares de un mesianismo concebido a ras de tierra en beneficio de los judíos.

La ascensión de Jesús es un misterio, un acontecimiento para la fe. Lo que importa no es su descripción a manera de un acontecimiento visible sino la realidad significada en esa descripción. La ascensión del Señor es el éxodo por antonomasia (cfr. Lc 9,31), el retorno de Jesús al Padre (cfr. Jn 13,1; 14,28; 16,28; 17,13; 20,17) y su entrada en la gloria (Jn 13,31s; 17,1) la condición requerida para que el Señor envíe el Espíritu (Jn 16,7; 15,26) y el anuncio de la segunda venida del Señor sobre las nubes (1,11). En ella aparece la dimensión cósmica del triunfo de Jesús, que ha sido constituido como Señor, y se proclama el advenimiento del reinado de Dios que trasciende los limites y fronteras y acoge a todos los hombres sin discriminación (10,34sg; 17,30; Lc 24,47).

Ha terminado la obra de Jesús y debe comenzar ahora la misión en el mundo la comunidad de Jesús. Se abre un paréntesis para la responsabilidad de los creyentes. Entre la primera y la segunda venida del Señor, se extiende la misión de la iglesia. No podemos quedarnos con la boca abierta viendo visiones.

EUCARISTÍA 1982, 25


 

8. MP/RS-ASC-PENT:
La resurrección, la ascensión y pentecostés son aspectos diversos del misterio pascual. Si se presentan como momentos distintos y se celebran como tales en la liturgia es para poner de relieve el rico contenido que hay en el hecho de pasar Cristo de este mundo al Padre.

La resurrección subraya la victoria de Cristo sobre la muerte, la ascensión su retorno al Padre y la toma de posesión del reino y pentecostés, su nueva forma de presencia en la historia.

Para esta narración Lucas utiliza el género literario de ascensión que es una forma apocalíptica muy en boga en el judaísmo tardío.

Es una forma de afirmar que Jesús ha entrado en la gloria del Padre, que su presencia entre los apóstoles queda ahora escondida bajo el símbolo de la nube. La intervención de los ángeles es garantía del retorno en poder y rechazo de la categoría apocalíptica de la inminencia de la parusía. Al sustraerse de la experiencia sensible de los discípulos, Jesús quiere eliminar definitivamente todo equívoco mesiánico-terreno.

Se subraya la importancia de no detenerse en elucubraciones sobre el futuro, porque está en manos de Dios. Lo que cuenta es el presente caracterizado por la presencia y acción del Espíritu que determina toda la acción de la Iglesia. El v. 8, que presenta el programa de los Hechos indica también la actividad de la Iglesia.

El mensaje que Lucas dirige a la comunidad primitiva es: No esperéis el retorno inmediato de Cristo. Trabajad ahora con gozo para testimoniar que Jesús ha resucitado y que el reino de Dios está en medio de vosotros, aunque de modo invisible.

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1986, 10


 

9. El autor de Hechos, antes de comenzar la segunda parte de su obra (continuación del tercer evangelio), recuerda brevemente al lector, Teófilo, el punto a donde había llegado en la primera parte (v. 1-2). Aprovecha la ocasión para ampliar lo que ya había brevemente insinuado en los últimos versículos de su evangelio: las apariciones y conversaciones de Jesús con sus apóstoles después de la resurrección y las recomendaciones dejadas, la ascensión de Jesús a la gloria del Padre y el retorno de los discípulos a Jerusalén, donde establecen la residencia comunitaria.

La finalidad de todo este fragmento es la de presentar el grupo de los apóstoles como depositario legítimo y oficial de la doctrina y de la misión de Jesús. Por consiguiente todo el desarrollo posterior de la vida de la Iglesia, de su predicación, de su vida, su misión, encontrarán su punto de apoyo en este grupo nuclear. El autor de Hechos piensa ya en la extensión de la misión eclesial entre los paganos y los conflictos que ello ocasionó en el seno de la primera generación cristiana. Esta decisión de la Iglesia encuentra su fundamento en la autoridad del Resucitado depositada en el grupo apostólico.

"Lo vieron levantarse, hasta que una nube se lo quitó de la vista" (v.9). La mención de la nube suele acompañar los relatos de teofanías en el AT (cfr. Ex 19, 16; 1 Re 8, 10.11) y en el NT (cfr. Lc 21, 27; 1 Tes 4, 17 etc). Expresa la presencia de Dios en el acontecimiento. Lucas no pretende describir tanto el hecho de la ascensión de Jesús, cuanto las consecuencias que ello reporta a la vida de la Iglesia: ya no hay presencia visible de Jesús; los apóstoles serán, de ahora en adelante, los responsables del anuncio del Reino. Comienza el tiempo del testimonio de la Resurrección ante el mundo.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 8


 

10. Ahora comienza para la Iglesia el camino de la fe y de la madurez cristiana: caminará sola, sin la ayuda visible del Maestro.

Comienza también el camino de la esperanza: "volverá". La Iglesia espera la venida del Señor y su espera hará que se mantenga fiel.

El reproche de los dos personajes ("¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo?") viene a ser como una indicación de que la misión del cristiano está sobre la tierra; su mirada y atención será sobre las realidades humanas que él deberá transformar y cristianizar.

JM. VERNET
MISA DOMINICAL 1983, 10


 

11. La necesidad de poner un límite temporal preciso a las apariciones del Resucitado, la concepción geocéntrica del cosmos y el significado de determinados esquemas linguístico-descriptivos, han motivado la forma de narración que nos ha dejado Lucas de la Ascensión. Para Juan y para los formularios más antiguos, resurrección, ascensión y pentecostés son aspectos del mismo acontecimiento: el paso de este mundo al Padre. La ascensión quiere subrayar el fin de la presencia histórica y "subir al cielo" es el retorno al Padre.

La referencia que Lucas hace al evangelio es indicio de la continuidad de la obra de Jesús. Lucas no distingue, en este sumario, entre la actividad prepascual y la postpascual. Para él el punto que señala el cambio en la historia de la salvación, no es la resurrección sino la ascensión. Relaciona la vida de Jesús y la elección de los apóstoles con los acontecimientos acaecidos entre la Pascua y la Ascensión.

Este hecho era de gran importancia para la comunidad. Jesús elevado al cielo era el mismo que vivió en la tierra. Las pruebas de la resurrección se han prolongado durante cuarenta días (para Lucas el número es simbólico).

Según la teología de Lucas, Jerusalén es el lugar donde se manifiesta la acción salvífica de Dios. Allí se cumple el destino que Dios había preparado a su Mesías, allí el Resucitado se aparece a sus discípulos y desde allí el evangelio parte para todos los pueblos de la tierra. CIELO/ALIENACION: Recibirán el Espíritu Santo y serán sus testigos hasta los confines del mundo. Así responde Jesús a la pregunta sobre la escatología. Se inicia ahora la etapa del Espíritu Santo y de la Iglesia. Bajo la guía del Espíritu, la Iglesia anunciará el evangelio. En esta etapa la actitud de los discípulos no es la de estar mirando al cielo, sino la de estar disponibles para el mundo y asumir las responsabilidades de la misión. El cielo no es un lugar donde refugiarse para evadirse de los problemas del mundo. La misión del cristiano tiene su fundamento en el misterio de la glorificación de Cristo. La nube puede ser una manera de anunciar la venida de Jesús al final de los tiempos, pues según la concepción apocalíptica el Mesías aparecerá sobre una nube para juzgar.

PERE FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 11


 

12. Con los dos primeros versículos, Lucas empalma este "segundo libro" (Hechos de los Apóstoles) con el "primer libro" (el tercer evangelio). El "primer libro" se refería a lo que Jesús había hecho y enseñado mientras estaba corporalmente con sus discípulos; el "segundo libro", a partir del momento de haber sido llevado al cielo, supone una nueva etapa, en la que Jesús, corporalmente ausente, pero más presente y operante que nunca por medio del Espíritu Santo, sigue conduciendo a la comunidad de los que creen en él.

Los vv. 3-11 contienen las últimas recomendaciones de Jesús. La mención de los cuarenta días que duraron las apariciones de Cristo resucitado (v.3) no significa que la glorificación de Jesús fuera diferida durante este tiempo. En el mismo día de la resurrección, Jesús sube al Padre (Lc 24,50-51; Jn 20,17). Lo que tiene lugar al cabo de cuarenta días es la despedida definitiva: Jesús ya no será visto corporalmente hasta que vuelva. La cuestión de si la Ascensión visible tuvo lugar el día de Pascua o bien en el día 40, no se plantea como algo inconciliable si la consideramos como un modo de testimoniar la glorificación de Jesús junto al Padre, en la que el "como" y el "cuando" son para el autor de interés secundario. Lo que la predicación apostólica proclama, tal como lo atestiguan muchos pasajes del N.T., es que Jesucristo, que había sido crucificado y sepultado, ha resucitado y ahora está "a la derecha del Padre" (expresión prestada del salmo 110,1), es decir, que ha vuelto allí de donde había venido.

La lectura es la conclusión de una narración de la despedida de Jesús y de sus últimas instrucciones; es la última de las manifestaciones del Resucitado, durante las cuales les había hablado del Reino de Dios (v.3), que consistiría en el don del Espíritu. Para recibir esta "promesa del Padre" les mandó no alejarse de Jerusalén, de acuerdo con la idea capital de Lc de que Jerusalén es el término de la vida mortal de Jesús y el inicio de su vida gloriosa y de la actividad de la Iglesia. La última instrucción de Jesús es que este Reino no será una restauración de la monarquía davídica, que aun después de la Pasión soñaban los apóstoles (v. 6) y los discípulos de Emaús, sino una realidad nueva: la fuerza del Espíritu que los impulsará a convertir a las naciones, no a dominarlas. También la resurrección de Jesús había sido algo nuevo y no un restablecimiento de su existencia mortal anterior.

HILARI RAGUER
MISA DOMINICAL 1977, 11


 

13. Estas primeras palabras del libro sirven de introducción y de conexión con el tercer evangelio perteneciente al mismo autor y dedicado igualmente al mismo amigo Teófilo. Aquí no se habla ya de Jesús recorriendo Palestina con sus discípulos, sino de Jesús resucitado. Por supuesto que es la misma persona, pero Jesús ha pasado definitivamente las puertas de la muerte. Ya vive en el más allá, compartiendo la gloria del Padre; solamente que por algunos días quiere manifestarse a sus seguidores y entregarles sus últimas instrucciones.

Dentro del pragmatismo de los Hechos, en estos versículos se quiere poner de relieve ante todo que, precisamente en el momento de la despedida y marcha de Jesús, el Espíritu Santo entra de lleno en el campo de mira de los apóstoles.

El consuelo de la revelación que aquí se contiene consiste en que, a la vez que se da fe de la ascensión de Jesús a la derecha del Padre, también es una realidad la promesa de su retorno. Así, entre el Señor que marcha y el que ha de volver, se encuentra el tiempo del testimonio de los apóstoles y de toda la iglesia. Aquí se funda la espera del cristiano en la parusía, en aquella vuelta del Señor que, en la época de los apóstoles, impregnó la mente y toda la vida de los creyentes.

EUCARISTÍA 1992, 26


 

14. Comienza la segunda parte de la obra de Lucas, continuaci6n del evangelio. Así como la primera parte era el relato "de todo lo que Jesús fue haciendo y enseñando", esta segunda parte será el relato de todo lo que hicieron aquellos que Jesús eligió para que fuesen sus testigos.

Lucas había acabado el evangelio con el relato de lo que llamamos la ascensi6n de Jesús, situada el mismo día de Pascua. Aquí, en cambio, dice que durante cuarenta días les habl6 del Reino de Dios. Se trata de un simbolismo, que indica probablemente el tiempo que se consideraba que debía durar la instrucci6n de los discípulos por parte de un maestro.

Jerusalén es un lugar central en Lucas. Allí empieza y termina su evangelio. La misión de los apóstoles también empieza allí; y, desde aquí, deben hacer llegar la predicación hasta los confines de la tierra.

La preocupación por la vuelta de Jesús no tiene sentido. Jesús continúa presente a través del Espíritu. Su vuelta será, de hecho, la manifestación esplendorosa de su presencia constante.

Podríamos decir que los creyentes que han recibido el Espíritu son los que hacen presente constantemente a Jesús en el mundo. Por eso, no hay que mirar al cielo esperando que vuelva, sino que hay que caminar a la luz y con la fuerza del Espíritu.

JM. GRANÉ
MISA DOMINICAL 1993, 7


 

15. Lucas ha configurado su descripción de la ascensi6n visible de Jesús al cielo a base de elementos característicos, propios de narraciones del Antiguo Testamento o de la literatura helenística, que nos hablan de raptos y apoteosis. Un ejemplo veterotestamentario típico de narración apoteósica lo constituye el relato de cómo Elías es arrebatado de la tierra (2 Re

2). Como muestra helenista nos puede servir lo narrado por el historiador romano Tito Livio sobre cómo Rómulo es subido al cielo envuelto en una nube durante una revista a su ejército. Lucas, que era un escritor formado en el helenismo, conocía el esquema literario usual para narrar estos arrebatos apoteósicos y se sirvió de él para la proclamación del mensaje cristiano. Esto en lo referente a la forma literaria.

La ascensión del Señor resucitado a la gloria de Dios sólo se describe en el Nuevo Testamento como un suceso visible al final del evangelio de Lucas y al comienzo de los Hechos de los Apóstoles. Pero Lucas no relata ningún cuento ni ha desfigurado la verdad. Únicamente ha condensado en una imagen de gran plasticidad lo que proclaman todos los escritores del Nuevo Testamento: que el Señor resucitado fue asumido en la forma existencial de Dios y desde ella está al lado de su Iglesia. Su narración es artísticamente destacada y teológicamente cierta.

Nada tenemos que objetar a las coincidencias entre el evangelio de Lucas y los Hechos de los apóstoles, explicables por ser el autor una misma persona. Lo que sorprende son las divergencias. En los Hechos no aparece la bendición del Señor ni la adoración de los discípulos. En el evangelio no se habla de la nube que tapó a Jesús de la vista de sus discípulos, ni de los hombres que les aseguraron que él volvería de la misma manera.

Además, en el evangelio, el Resucitado sube al cielo el domingo de Pascua, según todos los indicios, y en los Hechos pasan cuarenta días en los que se aparece a los apóstoles. Lucas no veía ninguna contradicción en esto. A pesar de su plástica, su interés no es el desarrollo externo de la escena. Las divergencias no le molestan. Las emplea incluso para elaborar sus asertos teológicos. La solemne bendición final del Resucitado le viene bien para terminar el evangelio con una escena de despedida. El anuncio de la nueva venida de Cristo en el libro de los Hechos subraya el intermedio entre esta presencia de Jesús y su vuelta al final de los tiempos. La nube le servirá para anticipar la descripción de la venida: "Y entonces verán venir al hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria" (Lc 21,27).

El tránsito de Jesús de este mundo al mundo de Dios, que es un proceso invisible, lo cristaliza el autor narrando un arrebato visible de Jesús. Lo importante para Lucas es el significado profundo del cuadro plástico que describe. Los lectores de su tiempo comprendían perfectamente este lenguaje. El resto de los evangelistas nos dicen lo mismo con otro ropaje literario.

EUCARISTÍA 1993, 26


 

16. El libro de los Hechos es la segunda parte de la obra de Lucas, y no puede considerarse separadamente del "primer libro" (Hch 1,1), el Evangelio del cual es continuación. El "primer libro" fue un relato dei testimonio apostólico sobre la actividad de Jesús, período central de la historia de salvación situado entre el tiempo de la «ley y de los profetas» (Lc 16 16) y el tiempo de la Iglesia (Hch 1,6-8). El «segundo libro», los Hechos, es un relato del testimonio apostólico sobre el servicio de la palabra, que se va esparciendo por el mundo bajo la guía del Espíritu. Abramos, pues, el libro de los Hechos y escuchemos el evangelio de Jesús proclamado al mundo.

Desde un principio vemos un paralelismo entre la infancia de Jesús (Lc 1-2) y el nacimiento de la Iglesia (Hch 1-2). El prólogo (1,1-3), con su expresión central: hasta el día en que «se lo llevaron», nos señala el comienzo del tiempo de la Iglesia, dentro del cuadro general de la historia de salvación. A él se une el relato de la ascensión (Hch 1,9~11), previamente anunciada (1,2b), a la que precede el fragmento de los «cuarenta días» ( 1,3-8), la etapa preparatoria, donde el mismo Jesús anuncia el doble tema del libro: la venida del Espíritu y la misión (1,8). La ascensión, tema muy importante para Lucas, se narra como conclusión del Evangelio (Lc 24, 50-53) y como comienzo de los Hechos (Hch 1,2b.9-11), para unir la narración de los «dos libros». El alejamiento en la ascensión («mientras él se iba», Hch 1,10b.11b) es en realidad la última etapa del camino de Jesús (cf. Lc 9,51).

Los versículos 12-14 constituyen el punto culminante de nuestra lectura: los discípulos vuelven a Jerusalén (Hch 1,4) y esperan reunidos la venida del Espíritu, en la unión de la plegaria en común, con la presencia de María, madre de la Iglesia naciente, como en el evangelio de la infancia. La elección de Matías (1,15-26) nos ofrece un modelo de plegaria comunitaria, todavía prepentecostal. Cuando haya venido el Espíritu, la distribución de los servicios se hará según los carismas y no por suerte, como en el Antiguo Testamento (1 Sm 14,41.42; Prov 16,33).

O. COLOMER
BIBLIA DIA A DIA.Pág. 175 s.


 

17. El acontecimiento de Pentecostés y la predicación profética de los apóstoles son los elementos centrales de la introducción del libro de los Hechos: los comienzos de la Iglesia en Jerusalén ( 1,12-2,36). Como consecuencia tenemos el incremento numérico de la Iglesia (2,37-41) y el incremento espiritual de la comunidad (2,42-47).

Cuando leemos el relato de la venida del Espíritu Santo encontramos allí el nacimiento del pueblo de la nueva alianza la Iglesia de Dios, como don del espíritu de Cristo, obtenido por su muerte (Jn 19,30b; Rom 1,4). A la luz de Pentecostés se llena de sentido cristiano la Escritura Santa y se entienden no pocas profecías (Jr 31,31ss; Ez 36,24ss). De la misma manera que en el AT la fiesta de la Pascua y la fiesta de las Semanas (Pentecostés) se juntaron cada vez más hasta formar un solo hecho salvífico, así también en la primitiva Iglesia la muerte pascual de Cristo y el don del Espíritu se consideraron muy pronto como dos hechos íntimamente relacionados y, en cierta manera, complementarios.

En el AT, el don que Dios hizo a su pueblo era la Ley; en el Pentecostés cristiano, el don es el espíritu de Cristo (Rom 8,2); el mediador de la antigua Ley fue Moisés, el mediador de la ley del espíritu es Cristo (Heb 9,11-15). La alianza pactada en el AT lo era con un solo pueblo, Israel; en el NT todos los pueblos y todas las lenguas son admitidos y aclaman las maravillas de Dios (2,11).

Y, después del suceso, la palabra profética que lo ilumina y lo sitúa en nuestro hoy. Pedro, en su predicación inaugural bajo la guía del Espíritu (14-21), nos coloca delante de dos realidades: vivimos el último período de la historia de salvación (17) y poseemos el don definitivo del Espíritu Santo con el poder de invocar el nombre del Señor, el Cristo que nos salva (18.21).

O. COLOMER
BIBLIA DIA A DIA Pág. 176 s.


 

18. El inicio del libro de los Hechos de los Apóstoles es el único lugar del Nuevo Testamento que presenta la Ascensión de Jesús como un hecho fechado cuarenta días después de la resurrección. El mismo autor de los Hechos, Lucas, al final de su primera obra (el evangelio) presenta la Ascensión como un acontecimiento que culmina la Pascua, y que tiene lugar el mismo día de la resurrección: Jesús resucitado, glorificado a la derecha de Dios (la Ascensión). Incluso algunos padres de la Iglesia ya señalaban que estos "cuarenta días" no tienen la pretensión de ser una datación cronológica. Por encima de todo se trata de indicar que Jesús resucitado instruye a los apóstoles y les acompaña en el camino del descubrimiento de lo que significa la novedad del misterio pascual.

La Ascensión, pues, es la afirmación plástica y escénica de un hecho de fe: Jesús resucitado vive por siempre glorificado a la derecha de Dios. Hacia aquí apuntaba toda su vida, ésta es la culminación de su camino, éste es el punto de referencia final del camino de los creyentes.

En el relato de hoy, además de este sentido general, se pueden destacar también otros aspectos:

- Todo lo que Jesús quiere transmitir a los apóstoles, lo llegarán a captar por el don del Espíritu. Lucas también escenifica, después de la Ascensión, el don del Espíritu el día de Pentecostés, mientras que el evangelio de Juan lo muestra todo como un único acontecimiento. En el texto de hoy, todas las referencias que salen sobre el Evangelio nos quieren indicar este hecho básico: Jesús resucitado, y cuanto su misterio significa, lo captamos y nos penetra porque él nos da su Espíritu. Y el que no tiene el Espíritu, no vivirá ni podrá testimoniar a Jesús.

- Los apóstoles esperan la "restauración del reino de Israel". La imagen del Mesías victorioso que los apóstoles habían manifestado esperando a lo largo de la vida pública de Jesús, continúa aquí perfectamente viva. Les costará tiempo desprenderse de esta imagen y descubrir que es a través del amor hasta la muerte como se realiza la obra del Mesías de Dios. El Espíritu les conducirá en este descubrimiento, que ciertamente no se producirá de hoy para mañana.

-Los discípulos, tienen que esperar esta acción victoriosa y espectacular de Dios que habían imaginado, sino extender la Buena Noticia de Jesús: que lo que había culminado en Jerusalén (recordemos el papel de "Jerusalén" en Lucas, como lugar de realización de la obra de Dios), ahora, desde Jerusalén, llegue al pueblo de Israel y "hasta los confines del mundo". (Para el libro de los Hechos, estos "confines del mundo", que quiere decir que la fe se expande más allá de toda frontera será la ciudad de Roma, donde Pablo anunciará el Evangelio "con valentía y sin impedimento": 28,31). Lo que no puede hacerse, como debían hacer algunos miembros de la comunidad de Lucas, es quedarse, simplemente, "mirando al cielo".

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1994, 7


19. 2004 SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO

Estructura de Hch 1, 1-11
Retomando el pasado: 1, 1-5
(agregado cuando se separaron los dos libros: Evangelio y Hch)

Resumen del Evangelio de Lucas: vv. 1-2
Los días de la resurrección : vv. 3-5
Introducción a los Hechos de los Apóstoles: 1, 6-11
(continúa el discurso de Lc. 24, 49)

Estrategia de Jesús resucitado: vv. 6-8
Exaltación de Jesús resucitado: vv. 9-11

Retomando el pasado: Hch 1, 1-5
Estos 5 versículos fueron agregados posteriormente, cuando la obra de Lucas fue dividida en dos. Era necesario resumir el evangelio (vv. 1-2) y volver a introducir el segundo volumen que posteriormente se llamaría Hechos de los Apóstoles (vv.3-5). El prólogo en el Evangelio (Lc.1,1-4) era primitivamente el prólogo a toda la obra de Lucas (Evangelio y Hechos). En estos 5 primeros versículos de los Hechos de los Apóstoles tenemos la conexión con el Evangelio de Lucas y también claves importantes para interpretar los Hechos.

Resumen del Evangelio: Hch 1, 1-2
Lucas retoma aquí la referencia a Teófilo que puso al comienzo de su Evangelio ("ilustre Teófilo" Lc.1, 3). Este Teófilo pudo haber sido una persona concreta (era costumbre dedicar una obra a personajes ilustres) o es un nombre simbólico para designar a sus interlocutores. Teófilo significa "amigo de Dios" y podría referirse a los futuros catequistas y evangelistas para quienes Lucas escribe este tratado de enseñanza superior. El hecho de agregarlo aquí, después de separarse la obra lucana en dos, refuerza la idea que Teófilo es una designación simbólica general. Todos los que estudiamos este libro somos Teófilos. Para nosotros se escribió Hechos de los Apóstoles.

El contenido del Evangelio, que Lucas resume aquí, es "todo lo que Jesús comenzó a hacer y enseñar....hasta el día que fue llevado al cielo" (Esta es la traducción literal del griego, no la que ofrecen las traducciones: "lo que Jesús hizo y enseñó desde un principio"). Se deja entender que Jesús continúa su acción y enseñanza después de ser arrebatado al cielo; Jesús resucitado sigue actuando y enseñando en la comunidad después de su ascensión. El Evangelio es sólo el comienzo, nosotros vivimos la continuación iniciada por el relato de los Hechos de los Apóstoles. El texto destaca que antes de ser llevado al cielo dio "instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que había elegido". Los apóstoles aseguran la continuidad entre el tiempo del Evangelio y el comienzo del tiempo de la Iglesia. La referencia al Espíritu Santo puede tener dos traducciones: Jesús da instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que eligió o Jesús da instrucciones a los apóstoles que por medio del Espíritu Santo eligió. La acción del Espíritu Santo puede referirse por lo tanto a la instrucción o a la elección de los apóstoles (o quizás a las dos acciones al mismo tiempo). En todo caso se acentúa aquí la acción del Espíritu Santo, sea en la enseñanza o en la acción de Jesús.

Los días de la resurrección: Hch 1, 3-5
Los vv. 3-5 retoman el final del Evangelio de Lucas (cap.24, 50-53), pero ahora con un sentido diferente: en el Evangelio la resurrección es el fin de la vida de Jesús; aquí en Hechos es el comienzo de la misión. En el Evangelio el tiempo después de la resurrección es un solo día; aquí en Hechos son 40 días. Lucas separa la resurrección de la exaltación (ascensión) de Jesús y crea ahora ente tiempo intermedio de 40 días. El texto destaca dos cosas: que Jesús está vivo corporalmente y que en este tiempo de 40 días les habla del Reino de Dios. Jesús en el Evangelio, antes de comenzar su ministerio, es conducido por el Espíritu al desierto y es tentado por el diablo durante 40 días (4, 1-2); ahora también los apóstoles, antes de comenzar su testimonio, tienen también este mismo tiempo de 40 días con Jesús vivo en medio de ellos. Los 40 días recuerdan los 40 años que el Pueblo de Israel anduvo en el desierto antes de entrar a la tierra prometida. Sin duda se trata de una cifra simbólica, para designar un tiempo largo de preparación, de discernimiento, de crisis y tentación. Lucas pone aquí estos 40 días al comienzo de los Hechos para sugerir que también la comunidad de los apóstoles vivió un tiempo de tentación y discernimiento antes de comenzar este tiempo nuevo de la misión. Posiblemente la crisis giró en torno al Reino de Dios como realidad posterior a la resurrección de Jesús. La pregunta en el v. 6 refleja esa crisis, también la actitud de los dos discípulos de Emaús antes de su encuentro con Jesús (Lc. 24, 13-24). No sabemos si esos 40 días sucedieron realmente o simplemente es un dato simbólico en el relato de Lucas. La respuesta a esta pregunta depende de cómo entandamos los símbolos. En la tradición de la exégesis liberal lo simbólico-mítico es opuesto a lo histórico. Creemos que esta perspectiva es falsa, pues para nosotros los símbolos y los mitos son siempre históricos, representan situaciones históricas. Estos 40 días de los apóstoles con Jesús, después de su pasión y antes de su ascensión, quedan en la memoria de la Iglesia como el paradigma de todo comienzo importante en la historia de la salvación. Toda obra importante debe tener esta experiencia de los 40 días.

En el v. 3 se dice que Jesús se presentó vivo a los apóstoles, ahora en el v. 4 Jesús da una orden a los apóstoles: no ausentarse de Jerusalén y esperar la Promesa del Padre. Esta orden la reciben "mientras comía con ellos". En el Evangelio (Lc. 24, 41-43) Jesús también come con ellos, como prueba de su corporeidad, de su pertenencia como Resucitado a nuestra historia. Ahora la comida anuncia aquí la comensalidad como signo de la comunidad cristiana. Es en torno a una mesa para comer, que la comunidad hace la experiencias de Jesús resucitado, en la "fracción del pan". Al final del Evangelio el comer expresa la corporeidad del Resucitado, ahora expresa la presencia del Resucitado en la comunidad. La relación entre comida en común y Reino de Dios es frecuente en la tradición sinóptica. La orden que Jesús da a los apóstoles en el v. 4 exige pasividad total: no ausentarse de la ciudad y aguardar; en Lc. 24, 49 es semejante: permanecer en la ciudad (con la connotación de esperar sin hacer nada). La permanencia y espera pasiva debe durar "hasta que sean bautizados en el Espíritu Santo" (Hch 1, 5) o "hasta que sean revestidos del poder de lo alto" (Lc.24, 49). Lucas se está aquí refiriendo claramente a Pentecostés. Esto es importante para entender el sentido de la ascensión (1, 9-11) y de la elección de Matías (1, 15-26), que veremos más adelante.

El "bautismo en el Espíritu Santo" está al comienzo de la misión de los apóstoles, así como el bautismo de Jesús en el Jordán está al comienzo del ministerio de Jesús. Ya Juan Bautista anunció este bautismo en el Espíritu Santo, que sería obra del mismo Jesús (Lc. 3, 16). Pentecostés es este bautismo en el Espíritu Santo, realizado por Jesús resucitado y exaltado. El bautismo aquí no es el rito cristiano del bautismo, sino la inauguración del tiempo del Espíritu, del cual todo el libro de Hechos dará testimonio.

Introducción al libro de Hechos de los Apóstoles: Hch 1, 6-11
Si aceptamos la hipótesis que el Evangelio y Hechos formaban una sola obra, el relato que se inicia en Hch 1, 6 continúa el relato del Evangelio que terminó en Lc 24, 49. El texto seguido sería así:

"Miren, yo voy a enviar sobre Uds. la promesa de mi Padre.
Uds. permanezcan en la ciudad
hasta que sean revestidos del poder de lo alto (Lc 24, 49).
Los que estaban reunidos le preguntaron:
Señor, ¿es ahora cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Hch 1, 6).

Esta sección tiene dos partes: una sobre la estrategia de Jesús resucitado (vv.6-8), y otra sobre la ascensión (vv. 9-11).

La estrategia de Jesús resucitado: 1, 6-8
El texto comienza con la referencia a "los que estaban reunidos". ¿Quiénes son? En Lc.24 se dice explícitamente que las mujeres anuncian el hecho del sepulcro vacío "a los 11 y a todos los demás" (24, 9) y que los discípulos de Emaús vuelven a Jerusalén y encuentran reunidos "a los 11 y a los que estaban con ellos". El texto explicita claramente quienes son estos que están con los 11:

(1) "María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas" (Lc 24, 10. Retoma el tema de las discípulas de Jesús, que lo acompañan desde Galilea: Lc. 8, 2-3 y 23, 49.55).
(2) Los dos discípulos que parten del grupo camino a Emaús (Lc 24, 13) y que retornan al grupo (Lc. 24, 33).
(3) Más adelante (1, 14) se dice que con los 11, que son nombrados por su nombre, estaban "algunas mujeres, María la madre de Jesús y sus hermanos".
(4) Todos son llamados "Galileos" (Hch 1, 11).

El grupo reunido el día de la Resurrección es por lo tanto un grupo galileo, compuesto por los 11, por un grupo de mujeres (donde se destaca María Magdalena y María la madre de Jesús), los hermanos de Jesús (entre los cuales destaca Santiago a partir del capítulo 12 de Hechos) y los dos discípulos de Emaús. Este es el grupo a quien las mujeres anuncian el hecho del sepulcro vacío, a quien se aparece Jesús resucitado; a todo este grupo Jesús abre sus inteligencias para comprender las Escrituras y son todos ellos a quienes Jesús promete ser revestidos del poder de lo alto (Lc 24); es a este mismo grupo que Jesús dice: "Uds. recibirán la fuerza del Espíritu Santo...y serán mis testigos..." (Hch 1, 8); es ante ellos que Jesús es levantado al cielo y es a ellos que los dos hombres vestidos de blanco anuncian el retorno de Jesús (Hch 1, 9-11); y, adelantándonos un poco, también descubrimos que es el mismo grupo, con Pedro a la cabeza, el que elige en una asamblea a Matías como sustituto de Judas, donde se especifica además que el grupo era de 120 personas (Hch 1, 15-26); y es finalmente el mismo grupo el que esta reunido en un casa el día de Pentecostés y es el mismo grupo el que recibe el Espíritu Santo y habla en otras lenguas (Hch 2, 1-13). Este constatación es importante para romper el imaginario impuesto desde fuera al texto, que es solamente el grupo de los 11 apóstoles el grupo ante cual se aparece Jesús resucitado y el grupo que es enviado y que recibe el Espíritu en Pentecostés. Este imaginario dominante es ajeno al texto y excluye fundamentalmente a las mujeres. El texto de Hechos, por el contrario, las incluye desde el primer momento en el relato. El texto restrictivo es Hechos 1, 1-5 que ya hemos examinado. Ahí son sólo los apóstoles los que reciben las últimas instrucciones de Jesús resucitado y a quienes se promete el bautismo en el Espíritu Santo. Como vimos, este texto de Hch 1, 1-5 es agregado posteriormente cuando la obra lucana es separada en dos. El agregado testimonia un desarrollo teológico posterior, restrictivo frente al texto global original de Lc 24 y Hechos 1, 6ss.

En Hch 1, 6 los que están reunidos preguntan:
"¿es ahora cuando vas a restaurar el Reino a Israel?
En Lc 24, 21 los discípulos de Emaús habían expresado algo semejante:
"Nosotros esperábamos que sería él el que iba a liberar a Israel".

No olvidemos que Hch 1, 6 continúa el relato de Lc 24, 1-49 y es en el contexto de ese relato que surge la pregunta de Hch 1, 6. Es todo el grupo reunido el que hace la pregunta a Jesús. Es una pregunta de toda la comunidad. Entre los que preguntan en Hch 1, 6 están los dos discípulos de Emaús, que ya estarían claros con la larga explicación que les hizo Jesús de las Escrituras; además, a todos los reunidos Jesús les había ya abierto la inteligencia para comprender las Escrituras (Lc 24, 45). En 1, 3 se dice que Jesús resucitado durante 40 días les estuvo hablando sobre el Reino de Dios. ¿Cómo se explica que el grupo todavía mantenga la pregunta por la liberación de Israel o, lo que es lo mismo, la pregunta por la restauración del Reino de Israel? Jesús predicó el Reino de Dios y lo identificó claramente con la vida del pueblo, especialmente con la vida del pueblo pobre y oprimido (Lc. 4, 16-21/ 7, 18-23). Jesús tomó radical distancia del proyecto teocrático y político que identificaba el Reino de Dios con el Reino de Israel (Reino davídico opuesto al dominio romano); también se confrontó con el proyecto sacerdotal que identificaba el Reino de Dios con el Templo. Por eso es extraño que la comunidad siga pensando políticamente en la restauración del Reino de Israel. Jesús responde a la pregunta en cada una de sus tres partes. En primer lugar, que no deben preocuparse por el cuando, si ahora o después, que eso sólo es competencia del Padre. En segundo lugar, que no es Jesús el sujeto de la nueva estrategia, sino el Espíritu Santo. En tercer lugar, que no se trata de restaurar el Reino Israel, sino de dar testimonio en Jerusalén, Judea, Samaría y hasta el fin de la tierra. La estrategia que propone Jesús es radicalmente contraria a la estrategia implícita en la pregunta que hace la comunidad reunida. Jesús propone ahora a sus discípulos y discípulas una estrategia nueva, que se realiza por la fuerza del Espíritu y del Testimonio, y que tiene como itinerario estratégico Jerusalén (autoridades de Israel), Judea (todo el pueblo), Samaría y toda la tierra. El proyecto de Jesús en el Evangelio ha sido transformado ahora, por su muerte y resurrección, en un proyecto del Espíritu que actúa por los misioneros-testigos desde Jerusalén hasta los límites de toda la tierra (o como dice en Lc.24, 48: "a todas las naciones, empezando desde Jerusalén"). La culminación del proyecto de Jesús en el Evangelio (Lc.24), es ahora el comienzo de un proyecto del Espíritu y de los testigos de Jesús, ahora con una dimensión universal (Hch 1, 8).

La exaltación del resucitado (la ascensión): 1, 9-11
La ascensión (Hch 1, 9-11) es el otro evento de esta sección inaugural (1, 6-11). Es importante recalcar que el relato de la ascensión en Hechos 1, 9-11 era el relato único cuando el Evangelio de Lucas y los Hechos de los Apóstoles configuraban una sola obra. Las otras dos referencias a la ascensión en Lc. 24, 50-53 y en Hch 1, 1-2 fueron agregados posteriormente, cuando las dos obras se separaron.

Lucas es el único autor del N.T. que habla de la exaltación de Jesús en la forma de una ascensión, y que separa la ascensión de Jesús de su resurrección. La tradición originaria común presenta la resurrección de Jesús directamente como exaltación (cf por ejemplo Rom 1, 4: "constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de Santidad, por su resurrección de entre los muertos"; cf. igualmente Flp 2, 6-11 y toda la tradición del 4º evangelio que habla de la resurrección en términos de glorificación). Lucas separa ambos eventos (resurrección y ascensión), para subrayar el carácter histórico que cada uno de ellos tiene. Jesús resucitado, antes de su ascensión-exaltación-glorificación, convive con sus discípulos: come con ellos y los instruye. En 1, 3 incluso se agrega que estuvo 40 días con ellos, para acentuar esta convivencia histórica del resucitado con sus discípulos. Lucas insiste más que otros en la corporeidad del Resucitado: no es un fantasma, tiene carne y huesos, puede comer y lo pueden tocar (Lc. 24, 39-43). Hay continuidad entre el Jesús antes de su muerte y el Jesús resucitado: Jesús conserva su identidad y su corporeidad. La resurrección tiene así un carácter histórico: Jesús resucita en nuestra historia (eso significa justamente tener un cuerpo). Pero también hay un cambio, una dis-continuidad en Jesús resucitado. Ese cambio Lucas lo expresa con la ascensión. El relato de la ascensión tiene claramente un lenguaje mítico: Jesús es levantado de la tierra al cielo, lo oculta una nube y aparecen dos hombres vestidos de blanco. La teología liberal interpreta falsamente el mito como una realidad no-histórica. Los mitos son siempre históricos. Se expresa con un lenguaje cósmico o simbólico una realidad histórica. En la ascensión el lenguaje mítico expresa la realidad histórica de la exaltación o glorificación de Jesús. Esto también lo acentúa Lucas cuando dice que Jesús fue levantado mientras conversaba con sus discípulos, y que Jesús vendrá de la misma manera como ha sido llevado. Por eso a los discípulos se les pide que no estén mirando al cielo. Deben mirar a la tierra. La ascensión siempre ha sido interpretada erróneamente como una salida de este mundo, como una ausencia de Jesús, como un Jesús que se va para volver al fin de los tiempos. En esta interpretación la ascensión pierde todo el carácter histórico que ha querido darle Lucas. En la ascensión Jesús no se va, sino que es exaltado, glorificado. La parusía no es el retorno de un Jesús ausente, sino la manifestación gloriosa de un Jesús que siempre ha estado presente en la comunidad. Esto aparece claramente en las últimas palabras de Jesús en Mt. 28, 19: "he aquí que yo estoy con Uds. todos los días hasta el fin de este mundo". La ascensión expresa el cambio en Jesús resucitado, una nueva manera de ser, gloriosa, glorificada, pero siempre histórica, pues Jesús glorificado sigue viviendo en la comunidad.

El carácter histórico de la resurrección y ascensión de Jesús nos permite afirmar también el carácter trascendente y escatológico de la Iglesia. Si Jesús resucitado y glorificado vive en su Iglesia, ésta tiene una dimensión trascendente y escatológica. Si negamos el carácter histórico de la resurrección y ascensión, negamos al mismo tiempo el carácter trascendente y escatológico de la Iglesia de Jesús. La Iglesia no nace porque Jesús se va o porque no retorna, sino que nace justamente porque el resucitado no se va. Es la presencia y no la ausencia de Jesús resucitado lo que hace posible la Iglesia. La teología liberal ha presentado el surgimiento de la Iglesia, especialmente en los Hechos de los Apóstoles, como una necesidad para suplir la no-realización de la segunda venida de Jesús, que se pensaba era inminente. Para responder a la frustración de la no venida de Cristo, la segunda generación cristiana, y en ella especialmente Lucas, plantea la necesidad de la construcción de la Iglesia para esta época entre la resurrección de Jesús y su venida al final de los tiempos. Yo pienso que esta visión es falsa, pues des-historiza la resurrección y ascensión de Jesús, y des-escatologiza a la Iglesia. La Iglesia no nace de una parusía frustrada, sino de una presencia gozosa de Jesús vivida históricamente. La presencia de Jesús es histórica, no como presencia visible y empírica, sino como presencia trascendente vivida en la historia. La experiencia escatológica fundamental de la Iglesia es esta experiencia histórica de la resurrección de Jesús en el mundo y en la comunidad. La Iglesia en los Hechos de los Apóstoles es una Iglesia escatológica, no porque espera para pronto la segunda venida de Jesús, sino porque vive desde ya históricamente la experiencia de Cristo resucitado y glorificado en el mundo y en la comunidad. Esta dimensión escatológica de la Iglesia se expresa en los Hch en las apariciones de Jesús resucitado en los momentos difíciles de la Iglesia (a Esteban, a Pedro, a Pablo), pero sobre todo la vive en la experiencia permanente del Espíritu Santo. La eclesiología de Lucas es histórica, justamente porque es definitivamente una eclesiología escatológica y pneumática (Para profundizar en ese asunto, véase Aguirre/Rodriguez 1994, pp 342-345, donde se presenta la reacción actual contra las opiniones de Vielhauer, Conzelmann y Haenchen).

Reflexión pastoral sobre Hch 1, 1-11

1) Lucas se comunica con su comunidad, representada aquí por Teófilo, a través de todo el relato de Hch. Un relato es un texto global y completo. No se puede leer sólo una parte. También hoy Lucas se comunica con nosotros ha través del relato de Hch. Nosotros somos los Teófilos a los cuales Lucas habla hoy, y través de Lucas, el mismo Espíritu Santo se comunica con nosotros. Esto nos obliga a tomar en serio el relato de Hech. como una totalidad. Teófilo es aquel que en el relato de Hch escucha directamente a Lucas y al mismo Espíritu Santo. ¿Somos hoy en día una Iglesia que realmente escucha en el relato completo de Hch la Palabra de Dios revelada por el Espíritu Santo? ¿Somos como Iglesia ese Teófilo a quien Lucas se dirige?

2) La Iglesia hoy también vive esos 40 días con Cristo resucitado y es instruida sobre todo lo referente al Reino de Dios. Como el Pueblo de Dios en el desierto y como Jesús al comenzar su misión, también la iglesia se hace Iglesia en una experiencia profunda con Jesús resucitado durante "40 días". Es un tiempo de tentación y de encuentro con Jesús resucitado, que nos prepara para ser bautizados en el Espíritu Santo. ¿Como vive la Iglesia hoy este paradigma de fundación de la Iglesia, tal como aparece en Hch 1, 1-5?

3) El día de su ascensión Jesús vivió un des-encuentro de sus discípulos y discípulas. A pesar de haber abierto sus inteligencias para que comprendieran las SSEE (Lc. 24, 45), ellos siguen pensando que Jesús va a restaurar ahora el Reino de Israel. ¿Existe también hoy un des-encuentro entre Jesús resucitado y su Iglesia? ¿Entiende la Iglesia el proyecto del Reino tal como lo predicó Jesús o sigue soñando en proyectos humanos de poder religioso?

4) ¿Es hoy en día la Iglesia una comunidad trascendente y escatológica, que vive en medio de la historia la presencia de Cristo resucitado?