REFLEXIONES

 

1.

Mañana veréis su gloria 

La misa vespertina del 24 de diciembre se sitúa entre el final de Adviento y la venida de  Cristo en la carne. ¿Cómo esperarle mejor que conociendo su genealogía? ¡Emocionante  esta lista de los antepasados de Cristo! Helo ahí inserto en nuestra raza; es de verdad uno  de los nuestros, hijo de David (Mt 1, 1-25). Pero el evangelio, en el texto elegido para la  proclamación de la liturgia, parece haber tenido un concepto demasiado exclusivamente  humano de Cristo y se apresura a presentar a los fieles las palabras del ángel a José,  turbado por el estado de su prometida: "la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. 

Dará a luz un hijo y tu le pondrás por nombre Jesús (es decir, "el Señor salva"), porque él  salvará a su pueblo de los pecados". Jesús es Emmanuel: Dios con nosotros". Así deja en su  sitio la verdadera presentación de Cristo, Dios-Hombre. Es el final de una larga historia. ¿El  final? En cierto modo es más bien el comienzo de una nueva historia, la de un mundo que se  renueva, la de unos hombres que encuentran una novedad de vida y caminan hacia el  definitivo cumplimiento.

Es el pueblo de Israel, que ha sido escogido; Jerusalén, que ha sido la preferida; y es la  Iglesia, a la que pertenecemos, aquella a la que pertenecen al menos de deseo todos los  que buscan su propio camino con lealtad. La 1ª. lectura de esta vespertina del 24 de  diciembre presenta a esa Jerusalén, la Iglesia, la de hoy lo mismo que la de ayer y que la de  mañana. Corona resplandeciente entre los dedos del Señor, diadema en la mano de Dios; se  la llama "favorita", "desposada", "alegría de Dios". Tal es la realidad provocada por la  Encarnación y la visita de Dios. El mismo Señor se alegra de ello en el salmo responsorial  (Sal 88): "El me invocará: 'Tú eres mi Padre, mi Dios, mi Roca salvadora'. Le mantendré  eternamente mi favor, y mi alianza con él será estable".

San Pablo hoy, lo mismo que en la sinagoga de Antioquía, nos presenta al Señor Jesús:  "De su descendencia, según lo prometido, sacó Dios un Salvador para Israel, Jesús. Juan,  antes de que él llegara, predicó a todo el pueblo de Israel un bautismo de conversión" (Hech  13, 16... 25).

El canto del Aleluya resume todo el espíritu de la celebración de esta tarde: "Mañana  quedará borrada la maldad de la tierra, y será nuestro rey el Salvador del mundo". Navidad  es una Pascua. 

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 2
NAVIDAD Y EPIFANIA
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 57-59


 

2.

En el nacimiento de Jesús alcanza una cima señera la alianza de Dios con la humanidad.

El Dios concreto de Israel es el Dios de la promesa; una promesa mantenida en la fidelidad. Y esa promesa nace de una alianza que da cuerpo a la forma de ser y de actuar que Dios tiene. Como un padre, como un esposo, como un pastor solícito, comparte nuestra historia sin abandonarnos nunca.

Esta alianza ha surgido de su iniciativa personal y es un compromiso suyo de vivir en comunión constante con nosotros, aun cuando nosotros le seamos infieles. La alianza más elocuente y expresiva, más sugerente y profunda es la que se forja entre dos amigos, dos amantes, dos esposos. La alianza de Dios con el pueblo es, según la Biblia, parecida a la alianza nupcial; mejor, es su raíz y posibilidad. No es un contrato, una ley, sino un compromiso personal. La historia del pueblo de Dios, la historia bíblica es la historia de esa alianza tejida de infidelidades por parte del hombre y de una fidelidad sin falla por parte de Dios.

La Navidad es la cota hasta ahora más alta de lo que da de sí la entrega y el compromiso de Dios con los hombres, simbolizado por la alianza. Ahora sabemos lo que encierra la promesa de fecundidad hecha a Abrahán, la promesa de descendencia hecha a David. Del amor de Dios al hombre, de las nupcias del cielo con la tierra nace el rocío y la vida del Niño-Dios; del árbol frondoso de generaciones y generaciones mantenidas por Dios en la esperanza brota el retoño de Jesús, primogénito de una humanidad nueva.