COMENTARIOS AL EVANGELIO

GENEALOGÍA DE JESÚS

1. Una simple lectura descubre al lector cosas extrañas en esta lista. Por de pronto, Mateo y Lucas hacen sus genealogías en direcciones opuestas. Mateo asciende desde Abrahán a Jesús. Lucas baja desde Jesús hasta Adán. Pero el asombro crece cuando vemos que las generaciones no coinciden. Mateo pone 42, Lucas 77. Y ambas listas coinciden entre Abrahán y David, pero discrepan entre David y Cristo. En la cadena de Mateo, en este periodo, hay 28 eslabones, en la de Lucas 42. Y para colmo -en este tramo entre David y Cristo sólo dos nombres de las dos listas coinciden.

Una mirada aún más fina percibe más inexactitudes en ambas genealogías. Mateo coloca catorce generaciones entre Abrahán y David, otras catorce entre Abrahán y la transmigración a Babilonia y otras catorce desde entonces a Cristo. Ahora bien, la historia nos dice que el primer periodo duró 900 años (que no pueden llenar 14 generaciones) y los otros dos 500 y 500. Si seguimos analizando vemos que entre Joram y Osías, Mateo se «come» tres reyes; que entre Josías y Jeconías olvida a Joakin; que entre Fares y Naasón coloca tres generaciones cuando de hecho transcurrieron 300 años. Y, aun sin mucho análisis, no puede menos de llamarnos la atención el percibir que ambos evangelistas juegan con cifras evidentemente simbólicas o cabalísticas: Mateo presenta tres períodos con catorce generaciones justas cada uno; mientras que Lucas traza once series de siete generaciones. ¿Estamos ante una bella fábula?

Esta sería -ha sido de hecho la respuesta de los racionalistas. Los apóstoles -dícense- habrían inventado unas listas de nombres ilustres para atribuir a Jesús una familia noble, tal y como hoy los beduinos se inventan los árboles genealógicos que convienen para sus negocios.

Pero esta teoría difícilmente puede sostenerse en pie. En primer lugar porque, de haber inventado esas listas, Mateo y Lucas las habrían inventado mucho «mejor». Para no saltarse nombres en la lista de los reyes les hubiera bastado con asomarse a los libros de los reyes o las Crónicas. Errores tan ingenuos sólo pueden cometerse a conciencia. Además, si hubieran tratado de endosarle a Cristo una hermosa ascendencia, ¿no hubieran ocultado los eslabones "sucios»: hijos incestuosos, ascendientes nacidos de adulterios y violencias. Por otro lado, basta con asomarse al antiguo testamento para percibir que las genealogías que allí se ofrecen incurren en inexactitudes idénticas a las de Mateo y Lucas: saltos de generación. afirmaciones de que el abuelo «engendró» a su nieto, olvidándose del padre intermedio. ¿No será mucho más sencillo aceptar que la genealogía de los orientales es un intermedio entre lo que nosotros llamamos fábula y la exactitud rigurosa del historiador científicamente puro?

Tampoco parecen, por eso, muy exactas las interpretaciones de los exegetas que tratan de buscar «explicaciones» a esas diferencias entre la lista de Mateo y la de Lucas (los que atribuyen una genealogía a la familia de José y otra a la de María; los que encuentran que una lista podría ser la de los herederos legales y otra la de los herederos naturales, incluyendo legítimos e ilegítimos).

Más seria parece la opinión de quienes, con un mejor conocimiento del estilo bíblico, afirman que los evangelistas parten de unas listas verdaderas e históricas, pero las elaboran libremente con intención catequística. Con ello la rigurosa exactitud de la lista sería mucho menos interesante que el contenido teológico que en ella se encierra.

Luces y sombras en la lista de los antepasados

¿Cuál sería este contenido? El cardenal Danielou lo ha señalado con precisión: «Mostrar que el nacimiento de Jesús no es un acontecimiento fortuito, perdido dentro de la historia humana, sino la realización de un designio de Dios al que estaba ordenado todo el antiguo testamento». Dentro de este enfoque, Mateo -que se dirige a los judíos en su evangelio- trataría de probar que en Jesús se cumplen las promesas hechas a Abrahán y David. Lucas -que escribe directamente para paganos y convertidos- bajará desde Cristo hasta Adán, para demostrar que Jesús vino a salvar, no sólo a los hijos de Abrahán, sino a toda la posteridad de Adán. A esta luz las listas evangélicas dejan de ser aburridas y se convierten en conmovedoras e incluso en apasionantes. Escribe Guardini:

¡Qué elocuentes son estos nombres! A través de ellos surgen de las tinieblas del pasado más remoto las figuras de los tiempos primitivos. Adán. penetrado por la nostalgia de la felicidad perdida del paraíso; Matusalén, el muy anciano; Noé. rodeado del terrible fragor del diluvio; Abrahán, al que Dios hizo salir de su país y de su familia para que formase una alianza con él; Isaac, el hijo del milagro, que le fue devuelto desde el altar del sacrificio; Jacob, el nieto que luchó con el ángel de Dios... ¡Qué corte de gigantes del espíritu escoltan la espalda de este recién nacido!

Pero no sólo hay luz en esa lista. Lo verdaderamente conmovedor de esta genealogía es que ninguno de los dos evangelistas ha «limpiado» la estirpe de Jesús. Cuando hoy alguien exhíbe su árbol genealógico trata de ocultarlo, por lo menos, de no sacar a primer plano las «manchas» que en él pudiera haber; se oculta el hijo ilegitimo y mucho más el matrimonio vergonzoso. No obran así los evangelistas. En la lista aparece -y casi subrayado- Farés, hijo incestuoso de Judá; Salomón, hijo adulterino de David. Los escritores bíblicos no ocultan -señala Cabodevilla- que Cristo desciende de bastardos.

Y digo que casi lo subrayan porque no era frecuente que en las genealogías hebreas aparecieran mujeres; aquí aparecen cuatro y las cuatro con historias tristes. Tres de ellas son extranjeras (una cananea, una moabita, otra hitita) y para los hebreos era una infidelidad el matrimonio con extranjeros. Tres de ellas son pecadoras. Sólo Ruth pone una nota de pureza. No se oculta el terrible nombre de Tamar, nuera de Judá, que, deseando vengarse de él, se vistió de cortesana y esperó a su suegro en una oscura encrucijada. De aquel encuentro incestuoso nacerían dos ascendientes de Cristo: Farés y Zara. Y el evangelista no lo oculta. Y aparece el nombre de Rajab, pagana como Ruth. y «mesonera», es decir, ramera de profesión. De ella engendró Salomón a Booz.

Y no se dice -hubiera sido tan sencillo- «David engendró a Salomón de Betsabé», sino, abiertamente, «de la mujer de Urías». Parece como si el evangelista tuviera especial interés en recordarnos la historia del pecado de David que se enamoró de la mujer de uno de sus generales, que tuvo con ella un hijo y que, para ocultar su pecado, hizo matar con refinamiento cruel al esposo deshonrado.

¿Por qué este casi descaro en mostrar lo que cualquiera de nosotros hubiera ocultado con un velo pudoroso? No es afán de magnificar la ascendencia de Cristo, como ingenuamente pensaban los racionalistas del siglo pasado; tampoco es simple ignorancia. Los evangelistas al subrayar esos datos están haciendo teología, están poniendo el dedo en una tremenda verdad que algunos piadosos querrían ocultar pero que es exaltante para todo hombre de fe: Cristo entró en la raza humana tal y como la raza humana es, puso un pórtico de pureza total en el penúltimo escalón -su madre Inmaculada- pero aceptó, en todo el resto de su progenie, la realidad humana total que él venia a salvar. Dios, que escribe con lineas torcidas entró por caminos torcidos, por los caminos que-¡ay!- son los de la humanidad.

J.L. MARTIN-DESCALZO
VIDA-MISTERIO/1.Págs. 66-68


2.

a) Cristo es el fin de los tiempos. Todas las revelaciones anteriores son trascendidas en la revelación de Cristo; todas aluden a El; El las resume y revela su sentido último, de forma que sólo desde El pueden ser plenamente entendidas. "Muchas veces y en muchas maneras habló Dios en otro tiempo a nuestros padres por ministerio de los profetas últimamente, en estos días, nos habló por su Hijo" (/Hb/01/01-02).

Las genealogías, citadas varias veces al comienzo de los Evangelios de San Mateo y San Lucas, tienen el sentido de situar a Cristo como fin de la revelación de Dios a través de los siglos, de subrayar la continuidad entre el Antiguo y Nuevo Testamento. Las figuras citadas salen en larga procesión al encuentro de Cristo, como los profetas en los pórticos de las Iglesias medievales. Del sentido de las genealogías, habla San Ireneo: "San Lucas muestra cómo las generaciones que van desde la generación del Señor hasta Adán comprenden setenta y dos series. Une así el fin con el principio, atestiguando que es el Señor el que reúne así, a todos los pueblos, desparramados sobre la faz de la tierra, en la variedad de lenguas y de estirpes, resumiéndolas a todas con Adán en sí (Adversus Haereses III, 22, 3).

Cristo es el Esperado en todo el AT; allí se habla de El como del que va a venir. El AT es la prehistoria de Cristo, en la que en cierta manera se traslucen los rasgos de su vida. La figura de Cristo proyecta su sombra en el AT en una rara inversión del ejemplarismo griego y del pensamiento natural, que conocen tan sólo las sombras de lo que realmente existe. Aquí la aurora es el reflejo del día: el Antiguo Testamento es la irradiación del Evangelio. (Hebr. 10, 1; Rom. 5, 14; Gal. 3, 16; I Cor. 10, 6; Col. 2, 17). Según esto, todo el AT es un texto profético, cuyas palabras y signos se cumplen en Cristo.

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA III
DIOS REDENTOR
RIALP. MADRID 1959-3.Pág. 89


3. /Mt/01/01 /Gn/02/04

a) "Libro de la genealogía...'' El comienzo de Mt 1,1 suena de esta forma: "Biblos ghenéseos lesou Christou... " ("Libro de la generación de Jesucristo"). Pues bien, observan algunos exegetas, el título Biblos ghenéseos es el mismo que aparece en Gén 2,4 a propósito de la creación del mundo: "Estos son los orígenes (É Biblos ghenéseos) de Adán" (los Setenta leen: "de los hombres"). De este visible paralelismo entre Mt 1,1 y Gén 2,4; 5,1, algunos deducen la siguiente conclusión: Mateo considera el génesis-nacimiento de Jesús como una segunda creación: Cristo es el nuevo Adán y el seno de María (cf Mt 1,18.21) sería como la nueva tierra virgen de la que el Espíritu de Dios plasma al que es origen de la nueva humanidad.

Pensar en la encarnación de Cristo como en una renovada creación es una propuesta convincente. Además de apelar a las observaciones literarias mencionadas anteriormente, podríamos apoyarla en el carácter de absoluta novedad que tiene esta página de Mateo. Por ejemplo, la realeza de David se destaca claramente en el v. 5 y (según algunos) también en el v. 6. Pero con el destierro la institución monárquico-davídica se ve apagada. En la tercera serie de nombres que sigue a la deportación de Babilonia (vv. 12-16) aparecen personas destituidas de toda insignia real. Cristo dará vida a un nuevo tipo de realeza, que es de un género muy distinto. Como Hijo de Dios (Mt 2,15), establece otra casa de David, un reino que trasciende las leyes de la carne y de la, sangre. La misma manera con que entra en nuestro mundo es un capítulo abierto hacia la naturaleza divina de su persona. Un día dijo Jesús a propósito de sí mismo: "Aquí hay algo mayor que el templo... ¡He aquí algo superior a Jonás!... ¡Aquí hay algo superior a Salomón!" (Mt 12,ó.41.42). Si sus antepasados fueron engendrados por el encuentro de un hombre y una mujer, la humanidad de Cristo es fruto del poder del Espíritu que actúa en el seno de María. Es un camino que desconcierta a la sabiduría de aquí abajo: "El nacimiento de Jesucristo fue así..." (v. /Mt/018).

Tales son los albores de la nueva creación, aquella en que el Hijo del hombre se sentará en el trono de su gloria (cf Mt 19,28; 25,31). Cristo se hizo rey no por sucesión davídica, sino por concepción virginal y por resurrección; ambas son obra del Espíritu que renueva todas las cosas (cf Sab 7,22.27).

b) Cuatro mujeres en la genealogía, ¿por qué? Mateo (a diferencia de Lc 3,23-28) pone cuatro mujeres en los eslabones de la cadena genealógica de Jesús: Tamar (v. 3), Rajab (v 5a), Rut (v. 5b) y "la mujer de Urías" (v. 6b), o sea Betsabé. En la finalidad esencial de la genealogía la mención de estas cuatro mujeres no era necesaria. En efecto, para la mentalidad bíblico-semítica (que es masculinista) el que engendra es el varón, mientras que la mujer le engendra al marido. Y Mateo lo sabe bien, hasta el punto que une los nombres de Tamar, Rajab, Rut y Betsabé a los de sus maridos respectivos (Judas, Salmón, Booz y David). Mateo, según se dice, no suele conceder gran importancia a la mujer. Pero aquí precisamente, como apertura de su evangelio, hace una excepción. ¿Por qué motivo?

Porque son pecadoras, responden algunos siguiendo a san Jerónimo; Jesús, afirmará varias veces el evangelista, vino a salvar a su pueblo de sus pecados (Mt 1,21, 9,2-6.10-13 18,11- 14...). Pero se objeta que no es éste el caso de Rut, que se nos presenta como una mujer virtuosa, a pesar de que procedía de una tierra pagana, la de Moab (Rut 1,1ss). En cuanto a Tamar, el mismo Judá reconoció: "Es más justa que yo" (Gén 38,26); además, como diremos, se sabe perfectamente que estuvo rodeada de una gran veneración en la antigua literatura judía. Rajab —ya a partir del texto bíblico de Jos 2,121 y 6,17.22-25— es celebrada como una heroína. Y sobre las peripecias de Betsabé hay que notar que el pecado se hizo recaer más bien sobre David, que la mandó raptar (2Sam 11,4; 12,1-14); además, el pensamiento rabínico se muestra muy indulgente con ella.

Porque son extranjeras, responden otros. Tamar y Rajab eran naturales de Canaán; Rut es moabita; Betsabé, por el hecho de ser mujer de un hitita (Urías), puede que fuera también de origen extranjero. Por eso Mateo incluiría a cuatro mujeres no hebreas en la genealogía de Cristo, casi como un preludio para la salvación universal que había venido a traer (Mt 2,1-12; 8,11-12; 28, 18-19).

Un tercer motivo subraya el hecho de que cada una de estas cuatro mujeres realizaron hechos muy beneméritos para el destino del pueblo de Israel. Tamar, fingiéndose prostituta, impidió que se extinguiera la raza de Judá (Gén 38), de la que tenía que surgir el mesías (Gén 49,10). Por tanto, se comprende la profunda admiración que se le tributó dentro del judaísmo. Rajab, al esconder a los espías de Josué y profesar su fe en Yavé, favoreció la entrada de los israelitas en la tierra de Canaán (Jos 2) y fue considerada como un modelo de fe (Heb 11,31, IClem 12,1). Rut, a pesar de ser natural de Moab siguió a su suegra a Israel y para suscitar descendencia a su marido difunto, tal como prescribía la ley mosaica, se casó con Booz, su pariente próximo; así nacerá Obed, abuelo de David (Rut 1-4). Betsabé, con su intercesión ante David, obtuvo que Salomón (y no Adonías) se convirtiera en heredero del trono (IRe 1,11-40), según la profecía de Natán (2Sam 7,8-16; 12,24-25). El papel que representaron Tamar, Rajab, Rut y Betsabé es ciertamente de primera fila. Pero, se objeta, ¿por qué el evangelista silencia a las que fueron las "madres de Israel" por excelencia, como Sara, Rebeca, Raquel, Lia...? Es una dificultad que tiene su peso especifico.

Quizá la respuesta más en consonancia con las intenciones de Mateo es la de A. Paul 9. La tradición judía —señala el exegeta francés— es muy consciente de que en la maternidad de Tamar, de Rajab, de Rut y de Betsabé había algo "no regular", aunque tampoco pecaminoso. El judaísmo próximo al NT consideraba realmente que era el Espíritu Santo el que guiaba a aquellas mujeres en sus peripecias, a fin de que fueran instrumentos providenciales para la venida del mesías y permaneciesen fieles a su tarea, a pesar de sus muchas dificultades; esto vale también para Rut, la cual (se decía en los ambientes judíos) era estéril y fue curada por obra del Espíritu del Señor. En cierto sentido, por consiguiente, en aquellas cuatro mujeres había tenido lugar una intervención del Espíritu Santo como anuncio de la maternidad de María y de la situación de José. Sin embargo, concluye acertadamente A. Paul, al lado de las afinidades descritas anteriormente, hay que tener en cuenta las marcadas diferencias que hay entre las mencionadas madres de Israel y la madre de Jesús: María tiene una misión absolutamente original y es eso precisamente lo que Mateo quiere destacar.

c) /Mt/01/16b: El versículo 16b. El nombre de María aparece en el tercer grupo, en el v. 16b, con el tenor siguiente: "Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo".

1) Una peculiaridad estilística del v. 16b. Es digno de interés el modo con que el evangelista introduce a María en el v. 16b. En los vv. 2-16a escribía con una frase estereotipada e inmutable: "Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob...", etc. Pero al llegar al v. 16, Mateo cambia de estilo y dice: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo". En vez de seguir escribiendo: "José engendró a Jesús", el evangelista recurre de pronto a un giro en la frase. ¿Por qué?

Este motivo es de extraordinaria importancia y se nos explica en los vv. 18-25. En efecto, los antepasados de Jesús, desde Abrahán (v. 2) hasta Jacob, padre de José (v. 16a), engendraron a sus hijos según la ley ordinaria de la naturaleza. Pero en el caso de Jesús el Cristo se da una excepción tan singular como inaudita: Jesús no tiene padre humano; su concepción en el seno de María no es fruto del semen de José, sino que se debe a una intervención directa del Espíritu Santo (1,18d.20d). De tal naturaleza fue el acontecimiento inefable que se realizó en María, antes de pasar al segundo momento de la práctica nupcial judía, es decir, ir a habitar en casa de su esposo (1,18b-c). Por tanto, en el origen humano de Cristo no está José, sino María, la cual "'se encontró encinta por virtud del Espíritu Santo" (Mt 1,18). Dios es la causa trascendente de la novedad de Cristo salvador. Jesús tiene a Dios como padre(cf Mt2,11,que cita a Os 11,1; luego 3,17; 4,3.6; 14,33; 17,5).

El evangelista afirma que José es esposo de María (1,16) y que María es esposa de José (1,20.24), pero evita escribir que José sea padre de Jesús. Esta preocupación suya se manifiesta también en 2,13-23, donde nos narra la huida a Egipto y el regreso posterior a la tierra de Israel. Esa sección, como observan los comentadores, tiene algunas frases muy similares a Éx 4,19-20, en donde se narra el regreso de Moisés desde Madián a Egipto, después de haber muerto los que ponían asechanzas a su vida. Pero hay que prestar atención a la siguiente discrepancia. De Moisés se escribe que "tomó a su mujer y a sus hijos y se dirigió a Egipto" (Éx 4,20), mientras que de José se dice en cuatro ocasiones que tomó "al niño y a su madre" (vv. 13.14.20.21).

2) Un par de variantes del v. 16b. La tradición textual conserva dos lecciones menores, claramente derivadas de la que acabamos de examinar, que goza del apoyo de los manuscritos de mayor importancia.

Una de ellas cambia el texto de esta forma: "Jacob engendró a José, para quien su prometida esposa la virgen María engendró a Jesús" (códice de Koridethi, la familia de mss. Ferrar, la Vetus latina y la sirocuretoniana). El amanuense se vio quizá impresionado por la crudeza de la expresión "...José, esposo (griego: andra) de María". Estaba por medio la virginidad perpetua de la madre de Jesús. Y entonces se preocupó de atenuar el texto original, indicando expresamente a María como virgen. Además, esta lección se compagina más claramente con la mentalidad semítica, según la cual una mujer engendra un hijo al marido (cf Lc 1,13). José es el cabeza de familia legal, confirmado en esa función por Dios mismo (Mt 1,20-21).

La segunda variante lee: "Jacob engendró a José, y José, con el que estaba desposada la virgen María, engendró a Jesús, llamado Cristo" (versión siro-sinaítica solamente). Con semejante alternativa el copista intentaba armonizar el v. 16b con los vv. 2-16a, en donde se recurre treinta y nueve veces a la fórmula fija: "Abrahán engendró a Isaac, Isaac engendró a Jacob..." Sin embargo, también aquí se evita nombrar a José como esposo de María y se caracteriza a María con su cualidad de virgen.

A juicio de algunos críticos racionalistas, las dos variantes servirían para indicar que para algunas corrientes de los primeros siglos José era considerado como padre natural, y no legal, de Jesús. Pero las observaciones apuntadas más arriba hacen sumamente improbable esta deducción.

En resumen: el v. 16b, con su doble lección alternativa, prepara al lector para el misterio que se realizó en María. Ese misterio confunde la sabiduría y los planes de este mundo. Estamos en el umbral de una segunda creación, todavía más maravillosa que la primera.

CONCLUSIÓN. Desde Abrahán hasta Cristo (Mt 1,1-16), el itinerario de la historia de la salvación no fue un viaje triunfal. Se diría más bien que en él se mezclan la gracia y el pecado, una alternativa de luces y de sombras. Junto al amor de Dios, que sigue siendo indefectible, está el elemento humano, capaz de subir e inclinado a caer. Entre sus antepasados Cristo tiene santos y pecadores; tanto a los unos como a los otros no se avergüenza de llamarlos hermanos (cf Heb 2,11-12).

Aquella larga peregrinación que se extiende desde Abrahán hasta Cristo alcanza por fin la meta. María es el penúltimo eslabón de esta cadena genealógica. También ella por la vocación especial que se le ha asignado, es testigo de la fidelidad de Dios a sus promesas de querer estar al lado de los hombres (cf Gén 3,15). La Virgen surge del río de las generaciones humanas como alba que prepara el día de Cristo, salvación eterna: "Jacob engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús el llamado Cristo"( Mt 1,16).

A. SERRA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 308-311


4.

Jesús, reconocido como Hijo de Dios por la comunidad cristiana, tiene un origen humano  estrechamente vinculado a su pueblo Israel y a los avatares de la historia humana. La  genealogía es género literario reconocido en la Biblia para mostrar la vinculación de los  hombres con la historia de su propio pueblo; y es, al mismo tiempo, título que garantiza la  transmisión legítima de la bendición de Dios.

Dios se vale de los hombres para realizar su designio en la historia. Jesús está ligado para  siempre con sus hermanos los hombres. Con él la historia ha llegado a un remanso de nueva  vida divina. Sabemos que por la fe y no por la sangre recibimos de él el nuevo impulso  creador. El nombre de Jesús anuncia la novedad de la salvación.

La obra del Espíritu se perpetúa en todo creyente que ha de ofrecer, también, su  colaboración. Como la de María Virgen, generosa y fiel en el amor; como la de José,  honrado, reverente ante Dios y con la obediencia de su fe oscura. 

 COMENTARIOS BIBLICOS 1.Pág. 48


5.

Comencemos lamentando que el género literario de las generaciones bíblicas, adoptado  por el evangelio de este día, sea prácticamente inutilizable. Tiene un eco demasiado escaso  entre nuestros contemporáneos, que no escuchan más que unos sonidos, en lugar de asistir  a esa especie de "desfile" de la historia bíblica que ha querido montar el autor mateano. Privados de su poder evocador, estos nombres pasados de moda hacen sonreír y no  queda de ellos más que el extraño carácter de su enumeración.

Si queremos arriesgarnos a leer este texto, tendremos que intentar redactar de nuevo su  contenido, a la manera de los periodistas que transcriben en un estilo que suponen ser el  único admisible por sus lectores, una información redactada en otro estilo inaceptable. Se  suprimirá el verbo y el doblete: Abraham engendró a Isaac-Isaac engendró a Jacob..., que es  un poco lo que ha hecho Lucas. Se obtiene así el siguiente texto aligerado:

Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham. 

De Abraham a David, catorce generaciones:

Abraham, Isaac, Jacob, Judá; Farés de Tamar, Esrón, Aram, Aminadab, Naasón, Salmón,  Booz de Rahab, Ober de Rut, Jesé, David.

De David a la deportación de Babilonia, catorce generaciones:

David, Salomón -de la mujer de Urías-, Roboam, Abías, Asaf, Josafat, Joram, Ozías,  Joatán, Acaz, Ezequias, Manasés, Amós, Josías, Jeconías.

De la deportación de Babilonia hasta Cristo, catorce generaciones:

Jeconías, Salatiel, Zorobabel, Abiud, Eliaquín, Azor, Sadoc, Aquim, Eliud, Eleazar, Matán,  Jacob, que engendró a José, el esposo de María, de la cual nació Jesús, llamado Cristo.

En la imaginación de las gentes que oyen enumerar los nombres de los reyes de su Patria,  especialmente los más distinguidos, aparecen en seguida siglos sucesivos, retratos en color,  acontecimientos célebres, en una palabra: períodos enteros de la historia de su País. Los  cristianos palestinos, a quienes Mateo leía esta serie de nombres bíblicos, captaban, mejor  de lo que nosotros podemos hacerlo, que Jesús, al llegar al final de una historia ya grande y  bella, constituía su coronamiento esplendoroso.

Porque éste es ciertamente el pensamiento del autor, que no está pensando en primer  término en proporcionarnos un acta notarial fuera de toda sospecha que refiera con  exactitud la lista completa e indiscutible de los antepasados de Jesús.

Hay muchos rasgos que subrayan el carácter convencional que nuestro autor acepta o  intenta. La comparación con el documento paralelo referido por Lucas (Lc 3, 23-28) permite  constatar que de Abraham a Jesús, Mateo enumera 41 nombres y Lucas 57, de los que sólo  15 son comunes a ambas listas. El reparto en tres períodos de catorce antepasados cada  uno es arbitrario; de hecho, el autor no ha logrado esa simetría perfecta más que a costa de  citar dos veces el mismo nombre: el de David o el de Jeconías, y de mutilar el documento que  le sirve de fuente: el Libro 1º de las Crónicas (1 Cro 2 y 3) reseña, entre David y Jeconías  -rey exiliado- no catorce, sino dieciocho generaciones.

Resultado de un audaz ensamblaje de textos, cuya verdad histórica es parcial, esta página  decía muchas cosas a su autor y a sus destinatarios.

Decía, en primer lugar, el estrecho vínculo que unía a Jesús con el Antiguo Testamento:  un Antiguo Testamento que era a la vez una revelación; mediante él, se comunica la plenitud  del "proyecto divino" sobre el hombre, la perfección de la Ley.

Se verá cuando Jesús esté "en la montaña".

Esta revelación se encontraba inserta en una historia. El documento lo demuestra: Jesús  está ligado a los testigos de las grandes etapas de la historia bíblica. Mientras que Lucas  hace que la genealogía de Jesús se remonte hasta Adán, Mateo se detiene en Abraham, con  quien comienza la "génesis" de Jesucristo, lo mismo que la "génesis" del mundo había  comenzado con la creación (Gn 2, 4), la de los hombres con Adán (Gn 5, 1), y la de la  humanidad superviviente del diluvio con Noé (Gn 6, 9).

Como todo judío, Jesús puede decir: "Nosotros tenemos por padre a Abraham" (3, 9); su  venida es ante todo para reagrupar a los verdaderos hijos del Patriarca: "él salvará a su  pueblo"; para "reunir a los hijos de Jerusalén" (23, 37). Pero la continuación del evangelio, y  quizá ya la genealogía misma (ver más adelante), nos enseñarán que Jesús vino en último  término, para constituir un pueblo nuevo, universal (21, 43), "surgido" (3, 9b) a partir de  todos aquellos a los que el corazón hace verdaderos hijos de Abraham. Es conocida la  insistencia y la convicción con que Pablo desarrolla este tema (Ga 4, 21-31; Rm 4) En el  centro de esta historia, cuyo comienzo marca Abraham y cuya cima es Jesús, aparece David,  citado varias veces en nuestro capítulo (v. 1.617.20). A algunos comentaristas les ha  gustado advertir que las consonantes del nombre regio corresponden, en hebreo, a las cifras  4.6.4, cuya suma es 14: número clave en la organización de la genealogía, sutilmente  transformada en un jeroglífico davídico.

La mención del prestigioso rey es central en la página mateana. Ya desde el v. 1. se anuncia que Jesús es "hijo de David"; y este tema, proclamado así  desde el comienzo, es recogido en el "anuncio hecho a José" que cierra la genealogía.  Precisamente este tema del davidismo es el que da la clave de este relato.

Como José, según atestigua el ángel, es "hijo de David", al "tomar consigo a María, su  esposa" y al "poner por nombre Jesús" al hijo que ella dará a luz, hará de Jesús el "hijo de  David" estableciendo un nexo de filiación jurídica, más importante a los ojos de la época que  el de la filiación carnal.

El tercer bi-septenario está marcado por el destierro de Babilonia. No sin alguna razón ha  elegido Mateo esta etapa. El tema reaparece en 2, 14; Jesús marcha al destierro, del que  vuelve en el v.21, mientras que 2, 18 explica la desgracia de los niños de Judea mediante  una cita de Jeremías que alude a la deportación de Babilonia. ¿No está pensando Mateo que  los judíos contemporáneos de Jesús, incrédulos, van a sufrir una prueba (él escribe después  de la ruina de Jerusalén) de la que es figura el destierro?. La presentación que hace de  Jesús volviendo de la deportación e instalándose en Palestina (2, 19-23) querría hacer ver  en él al jefe que repone en su "tierra" (5, 4: poseer la tierra en herencia) al pueblo liberado, a  "su pueblo". (...).

La presencia de mujeres en medio de una asamblea que los "convencionalismos" imponían  que fuese estrictamente masculina no deja de intrigar. Se han dado varias respuestas. Esas  cuatro mujeres habían sido pecadoras: venido para "quitar el pecado del mundo" (Jn 1, 19),  el Mesías aparecía así más ligado a la humanidad que viene a salvar. Pero Rut no es  pecadora; y piénsese lo que se quiera de Tamar o de Betsabé, nada indica que la tradición  bíblica las haya considerado así. O también se puede aducir que estas mujeres eran  extranjeras; su presencia atestiguaría la misión universal del Mesías. Cierto... aunque ningún  versículo bíblico indica que la tradición estuviera interesada de ese modo en ese aspecto de  su personaje, y aunque -asimismo- nadie sea capaz de demostrar, en el rigor de esta  palabra, que Tamar y Betsabé tuvieran un origen extraño al pueblo.

Para entender la inesperada presencia de estas damas célebres en el cortejo genealógico  del Mesías, hay, primero, que recordar que la tradición bíblica tenía una forma de reflexionar  sobre su "aventura" que, no por ser más inesperada todavía que dichas damas, es menos de  tener en cuenta. Partiendo de una apriori extraño a toda consideración psicológica objetiva,  esta tradición admiraba la presciencia y la habilidad de estas mujeres que habían  comprendido que el Mesías descendería de Judá (Tamar), nacería en el pueblo hebreo  (Rahab), de una familia de Belén (Rut), de la descendencia de David (Betsabé). Seguras de  este conocimiento, habían empleado todos sus talentos, muy diversos, para entrar también  en ellas (aunque extranjeras -?-), en la ascendencia de ese personaje prestigioso. De esta forma, tales mujeres habían aparecido ante los israelitas como modelos de la  espera mesiánica. Al hacerlas figurar entre los ascendientes de Jesús, el evangelista prueba  que Jesús era ciertamente el Mesías y muestra cuán esperado y deseado fue. Los cristianos  no pueden desdeñar tales sentimientos; sobre todo si, siendo de origen judío, ven a unas  paganas animadas por tan nobles deseos.

Finalmente, el capítulo 1 de Mateo está centrado en la filiación davídica de Jesús. Y es que  el mesianismo va asociado a esta filiación. "¿De quién es hijo el Cristo?", pregunta Jesús a  los fariseos. "De David", responden ellos (22,42). Hacer remontarse hasta David el árbol  genealógico de Jesús es proclamarle Mesías: enseñanza útil para los judíos, algunos de los  cuales además habían reconocido esta filiación (12, 42).

Hacer remontar hasta David la ascendencia de Jesús, es decirles mucho a los cristianos  que han reconocido ya la mesianidad de su Maestro y que saben que, según testimonio del  propio David, el Mesías es más que hijo suyo: es su "Señor" (22, 45). Es afirmar el realismo  humano, la auténtica inserción histórica de aquel a quien ahora confiesan como Señor. Pablo lo explica: el "hijo de Dios, Jesucristo, nuestro Señor, nacido del linaje de David  según la carne" (Rm 1, 3 s). Los sermones de los Hechos de los Apóstoles, exposiciones  esquemáticas de la fe, afirman esta filiación (2 lectura).

Volviendo a tomar las suplicantes fórmulas antiguamente dirigidas a Jesús, por los ciegos  (9, 27; 20,30 s), o por la cananea (15,22: ¡una pagana!), los cristianos le invocan en su  liturgia:

"Jesús, Hijo de David, ten compasión de nosotros!".

Así se dirigen a aquel que "constituido por Dios como Señor y Cristo (=Mesías)" (Hech 2,  36) "puede sentir compasión hacia los débiles, puesto que también él, hombre como es, se  vio envuelto en flaqueza" (según Heb 5, 2). 

LOUIS MONLOUBOU
LEER Y PREDICAR EL EVANGELIO DE MATEO
EDIT. SAL TERRAE SANTANDER 1981.Pág 57


6.

La lectura menciona a cuatro mujeres; algo insólito que requiere explicación. Podría ser  que Mateo hubiera querido destacar una vez más el universalismo de la nueva alianza,  prefigurada ya en la ascendencia del Mesías (de hecho, las mujeres son extranjeras); Cristo  viene de la humanidad, no sólo de Israel.

Podría ser también que hubiera querido indicarnos que la salvación se ofrece no sólo a los  justos, sino también a los pecadores (las mujeres mencionadas se relacionan con situaciones  de pecado) y que, en todo caso, Cristo es solidario de la historia de los hombres, historias no  de santos, sino de pecadores. Podría, finalmente, haber querido subrayar que el plan de  Dios termina siempre cumpliéndose, si bien a veces por caminos desconcertantes. Las tres  hipótesis no se excluyen. También (cf. Gen 38) manifiesta una voluntad obstinada de querer  dar descendencia a Judá, a pesar de que es una mujer extranjera; así, a través de ella el  plan de Dios avanza a despecho de los hombres y por caminos insospechados. Rahab  (cf.Jos 2,1-11) recurre a todo con tal de permitir que el plan de Dios se realice, y toda esa  obstinación se da en una extranjera. También Rut se describe como una mujer fiel y  obstinada en su afán de conservar la línea del marido (la línea mesiánica), y una vez más se  trata de una extranjera. Finalmente, la mujer de Urías recuerda el pecado de David (2 Sam  11-12); pero tal pecado no impide el plan de Dios. Así pues, la promesa de Dios se realiza a  despecho de los hombres, por caminos desconcertantes e imprevistos. Junto a la línea de la  sangre previsible está la línea de la sorpresa y de la elección. Junto al pueblo judío esta la  obstinación de los extranjeros. Y entre los obstáculos que Dios debe vencer está el pecado.  En definitiva, Cristo es fruto, más que de los hombres, de una voluntad de Dios que sabe  seguir adelante incluso cuando los hombres pretenden cerrarle el camino.

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MATEO
EDIC. PAULINAS/MADRID 1982.Pág. 16


7.

En la genealogía de San Mateo se manifiesta cómo obró Dios la salvación a través incluso  de la resistencia humana. Aparecen cuatro nombres de mujer, todos los cuales despiertan el  recuerdo del fallo humano. Son los nombres de Tamar, Rahab, Rut y la mujer de Urías. Citar  nombres de mujer en genealogías judías pre-cristianas es chocante, dada la situación de  aquélla. Pero es aún más extraño que el autor sagrado no nombre entre las madres de Jesús  a las grandes patriarcas como Sara, Rebeca o Raquel, sino a cuatro mujeres sin gloria y  hasta con ignominia. Tamar (Gen. 38, 6-30: Ruth, 4, 12) se disfraza de ramera, después de  quedar viuda y sin hijos, y seduce a su suegro Judá, que engendra en ella a los gemelos  Fares y Zara. Y Fares aparece entre los antepasados de Jesús. Rahab (Jos. 2, 1-21, 6,  17-25) es la hospedera de Jericó, es decir, una cortesana; y es cananea, pagana, por tanto.  Ella ha de ser la madre de Booz. Rut (cf. el libro de Rut), la bisabuela de David, es moabita, o  sea, pagana también, grave oprobio según la concepción israelita. De la mujer de Urías (Il  Sam. 11) -Mateo no nombra a Betsabé- David engendr6 a su hijo Salom6n, y oscureci6 así  su vida y la historia de su familia. 

Tales nombres en la genealogía de Jesús indican que su prehistoria, la historia de Israel,  es gracia de Dios e infidelidad, no gloria humana. Hay que agradecer a la misericordia,  dirección e inagotable fidelidad de Dios que el movimiento histórico conduzca a la salvación,  a pesar de las resistencias humanas. Según la economía eterna de Dios todos los caminos  de la historia llevan a Cristo en el que todo es creado. El es la meta y el fin de la ley, la  plenitud de los tiempos, el nuevo Adán que crea una nueva familia de hombres, es decir, una  humanidad que vive del Espíritu Santo. Es el verdadero hijo de David, que erigió la  soberanía de Dios sobre los hombres como soberanía de salvación. 

Por eso las genealogías tienen una importancia cristológica enorme. Son los testimonios  del carácter histórico y gratuito de la redención divina. Cristo no es una idea, el  "Cristianismo" no es una ideología. Cristo está enraizado profundamente en la historia, tanto  que se puede dar su genealogía y nombrar a sus abuelos y bisabuelos. Apareció en un hic  et nunc determinado y no pertenece, como figura de leyenda, a un siempre intemporal. 

SCHMAUS
TEOLOGIA DOGMATICA VIII
LA VIRGEN MARIA
RIALP. MADRID 1961.Págs. 172 s.