18 Homilías que sirven para los tres ciclos de la fiesta de la Sagrada Familia
(10-18)

10.

La Sagrada Familia 

En estos días navideños se estrechan, seguro, los vínculos familiares. ¿Seguro? Me temo  que también en este campo se vayan perdiendo las sanas costumbres y el «fuego» del  hogar se vaya sustituyendo por otro tipo de calefacción menos entrañable. Habrá que  preguntarse si cierto tipo de celebraciones une o separa a la familia. ¿Une de verdad a la  familia simplemente una cena abundante, para estar después pendientes de la televisión o  irse después cada uno por su parte? 

Hoy celebramos el hecho de que Jesús quiso nacer y crecer en una familia humana. El  modelo que hemos presentado de esta familia, un cuadro enteramente idílico y sentimental,  sin ningún tipo de luchas y tensiones, ni corresponde a la realidad ni es válido para nosotros.  La verdad es que de la infancia de Jesús y de su larga vida familiar no sabemos nada. Hoy  se acepta que los datos recogidos por los evangelistas pertenecen al último estrato de la  tradición y redacción, y deben ser interpretados más en clave teológica que histórica. Jesús  vivió durante treinta años una vida enteramente normal, en una familia aparentemente  vulgar. Las reacciones posteriores de sus paisanos así nos lo sugieren.

-La familia, imagen de Dios 

El primer dato del que nadie puede dudar es que el Hijo de Dios nació y vivió en una  familia humana. Sólo por este hecho la familia queda consagrada y sacramentalizada.  Diríamos que la familia es uno de los mejores microclimas humanos para Dios. Para que Dios  se desarrolle entre los hombres lo mejor es prepararle un sencillo hogar.

Y es que la familia es la imagen más perfecta de Dios. No lo son nuestras pinturas, que  siempre lo achican y deforman. Sí lo es el hombre, aunque ¡qué trabajo cuesta reconocerlo a  veces! Pero, a pesar del barro y de la sangre, a pesar de los cortes y mutilaciones -¡cuántos  ejemplos se podían poner, Dios mío!-, el hombre es la mejor imagen de Dios, y más desde  que Dios mismo se hizo hombre.

Pero esta imagen divina que hay en el hombre no está tanto en su racionalidad sino en su  capacidad de apertura y relación, en su sociabilidad, en el dinamismo de su amor. El hombre  es algo divino cuando ama. El hombre es más imagen de Dios cuando está con otro que  cuando está solo. El hombre se diviniza más en la reunión y en la comunidad, personas  distintas que se entienden, se aceptan, se quieren, lo ponen todo en común. Pues eso es  Dios. Dios es también comunidad familiar, comunidad de amor, hacia dentro y hacia fuera.  Cuando los profetas querían explicar los sentimientos de Dios, hablaban precisamente de  amores esponsales y maternales.

-¿Qué es la familia? 

FAM/QUE-ES: Pues una comunidad de vida y amor. Y eso es Dios. Una comunidad de  personas que se ayudan a crecer como personas. Una comunidad de vida, de personas  vivas y con capacidad para dar y transmitir vida. ¡Qué magnífico don y qué magnífico poder!  Y no pensar solamente en el hecho de engendrar hijos sino en cultivar y hacer crecer todo  tipo de vida, en contagiar e irradiar tus propios valores e ideales, en hacer que la persona  sea. Una comunidad de amor, el alimento normal de la familia, el pan y la salsa de todas las  comidas, la fuerza oculta de todos los trabajos, la razón secreta de todas las actuaciones. Si  quitas el amor, la familia se descompone. Y así como no hay nada tan gratificante como ver  que se construye una familia, no hay nada tan deprimente como ver que una familia se  rompe y se descompone.

Después que Jesús vivió en familia, ésta es algo más que imagen de Dios, es fuente de  gracia, es lugar de encuentro con Dios, es sacramento permanente del mismo Cristo.

CARITAS
VEN...
ADVIENTO Y NAVIDAD 1993/93-2.Págs. 163 s.)


11.

-La familia. 

Las familias casi siempre están en crisis, porque los problemas son frecuentes. Unas veces  el divorcio, otras los malos tratos, otras los hijos. Unas veces los padres se quejan de sus  hijos, y otras éstos se quejan de sus padres. Así que siempre hay crisis. Lo cual no es nada  nuevo. Dos siglos antes de Cristo, también había problemas por causa de la modernización,  de la helenización de Palestina. Ben Sirá recurre a la tradición para sostener la familia y los  ideales judíos. Los consejos de este noble anciano, salvadas las distancias, sirven también  para nuestros días: más respeto, más atención, más cariño de los hijos hacia los padres y de  éstos hacia los hijos. Hoy celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, celebramos un hecho  de salvación, Jesús nace de mujer y convive en una familia... ejemplar. José es sumamente  respetuoso ante el misterio de su esposa. María es responsable ante la voluntad de Dios que  la elige para ser madre de Jesús. Y el niño vive en obediencia. Eso sí, siempre sobre la base  de que hay que obedecer a Dios antes que a los hombres.

-La familia cristiana. 

Pablo sitúa la familia en el marco de la Iglesia universal. La familia viene a ser como una  pequeña iglesia, como una parroquia o una diócesis en miniatura. De esta suerte la moral  familiar, el estilo de vida en una familia cristiana, no es má que la moral cristiana, la que  dimana de las exigencias del evangelio. En todos los casos, familia, parroquia, diócesis,  iglesia universal, lo verdaderamente importante es el amor: "por encima de todo, el amor,  que es vínculo de la unidad consumada". Y ciertamente el amor es la clave, porque es el  desamor, la incomprensión, los egoísmos encontrados, la intolerancia, lo que vicia y pone en  crisis la convivencia familiar y social.

-Santificarnos en la familia. 

Si los cristianos buscamos la santidad, tendremos que hacerlo en la familia, como  tendremos que hacerlo también en el trabajo y en el ocio, en la vida pública y en la privada.  Pero, con todo, la familia ofrece mayores oportunidades y mas posibilidades, toda vez que se  trata de un grupo pequeño en el que podemos conocernos y confiarnos. De ahí su  importancia para una saludable socialización. En el seno de una familia se santificaron Jesús  y José y María. Y su santidad bien puede servirnos de pauta. Pero, sobre todo, nos sirve de  esperanza y hace posible nuestras aspiraciones. Porque en una familia, en la sagrada  familia, Jesús lleva a cabo nueva salvación, abriéndonos todas las posibilidades.

-No santificar la familia. 

Sin embargo santificarnos en la familia no debe inducirnos al error de santificar la familia.  Una cosa es el grupo humano, padres e hijos, y otra la institución, sujeta al cambio y las  influencias de los tiempos, que provocan desajutes y pueden generar conflictos, si  anteponemos las normas a las personas, recortando la libertad de los hijos de Dios. En este  sentido los cambios recientes, que a veces lamentamos, pueden servir de ocasión para  reforzar los vínculos familiares, las relaciones entre los esposos, entre los hijos y entre  padres e hijos. Lo malo no es la reducción del tamaño, la reducción en el número de hijos, lo  malo es la reducción y disminución del amor. Porque sin amor la convivencia resulta  insoportable. El divorcio y los malos tratos a los hijos, cada vez más frecuentes, como los  malos tratos a las mujeres, denuncian esa otra reducción, más peligrosa, de las virtudes para  la convivencia, y que son la corte del amor, como el respeto mutuo, la tolerancia, la  comprensión, la ayuda mutua, el apoyo recíproco, la disponibilidad.

-Ni enrocarnos en ella. Otro peligro que puede amenazar a la familia es enrocarnos en ella,  como último refugio, huyendo del mundo y de las responsabilidades públicas. Cuando se  pretende convertir la familia en el único mundo, el mundo resulta pequeño y se acaba en el  hastío. La verdadera familia cristiana es siempre una familia abierta. En ella el amor se  practica y se nutre, pero no se encierra, sino que se abre a los otros. Entonces la familia  cumple su función de propedéutica a la sociedad y la solidaridad. Entonces la familia  acrecienta el amor, pero éste no se agosta, porque puede expandirse hacia los demás. Lo  mismo que la familia es una Iglesia en pequeño que debe introducirnos en la parroquia y ésta  en la diócesis, para sentirnos iglesia católica y universal, así también la familia debe  introducirnos en asociaciones y comunidades locales, para sentirnos miembros de una  sociedad y, sobre todo, miembros de la gran familia universal, la verdadera y definitiva familia  de todos los hijos de Dios.

¿Tenemos problemas en la familia? ¿Perdemos los estribos? ¿Qué hacemos para  resolverlos? ¿Cómo van las relaciones padres-hijos? ¿Hay amor, comprensión, respeto,  tolerancia, paciencia....? ¿Dialogamos? ¿Convivimos? ¿Está presente la fe en nuestro  hogar? ¿Hablamos también de eso? ¿Preferimos callar? ¿Presionamos a los hijos? ¿Qué  testimonio damos? ¿Pensamos que lo único importante es mi familia? ¿Nos interesamos por  las otras? ¿Somos acogedores o nos encerramos en casa? ¿Cómo puede una familia  cristiana influir positivamente en las otras? ¿Qué medios conocemos: la parroquia, las  asociaciones, los movimientos apostólicos...?

EUCARISTÍA 1992, 60


12.

LA FAMILIA NECESARIA 

En poco tiempo estamos asistiendo a un cambio profundo de la institución familiar entre  nosotros. La familia numerosa ha desaparecido para ser sustituida por una «familia nuclear»  formada por la pareja y un número muy reducido de hijos. La mujer ha salido del hogar para realizar un trabajo profesional tan valorado como el de  su esposo, abandonando así su rol anterior de esposa y madre dedicada exclusivamente a  las labores del hogar. Los divorcios y separaciones han crecido notablemente. Esta inestabilidad matrimonial ha  traído consigo el aumento de hijos que crecen en un hogar en que vive solamente uno de los  progenitores.

¿Significa todo esto que la familia está llamada a desaparecer? Los estudiosos de la  familia apuntan hoy, más bien, la posibilidad de que se extinga la familia tal como la hemos  conocido, pero ninguno de ellos anuncia la desaparición de la dimensión familiar. El hombre necesita el ámbito familiar para abrirse a la vida y crecer dignamente. Por otra  parte, estamos viviendo momentos de grave crisis y la historia nos enseña que en los  tiempos difíciles se estrechan los vínculos familiares. La abundancia separa a los hombres y  la penuria los une.

Los problemas de la pareja y de la familia no se van a resolver con la ley del divorcio ni  con la despenalización del aborto. Es una equivocación pensar que es un progreso  establecer una mayor liberalización del divorcio y del aborto. Lo que necesitan y reclaman los hombres y mujeres de esta sociedad no es poder  divorciarse sino poder formar una verdadera familia.

Lo que nos tenemos que preguntar seriamente todos es cuáles son las condiciones  necesarias para formar un matrimonio duradero y una familia estable, cálida y acogedora. Los hombres y mujeres de nuestros días están necesitados de experiencias fundamentales  de amor y la familia es, tal vez, el marco privilegiado para vivir una experiencia de amor  amistoso, gratuito y confiado.

Para los creyentes este amor es precisamente experiencia privilegiada para expresar y  vivir la gracia y el amor de Dios. 

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 143 s.


13.

Son muchas las personas que no conocen la felicidad ni la alegría de la amistad. No se  debe a que carezcan de amigos o amigas. Lo que sucede es que no saben vivir  amistosamente.

Son hombres y mujeres que sólo buscan su propio interés y bienestar. Jamás han pensado  hacer con su vida algo que merezca la pena para los demás. Sólo se dedican a «sentirse  bien». Todo lo demás es perder el tiempo.

Se creen muy «humanos». Al sexo practicado sin compromiso alguno lo llaman «amor». La  relación interesada es «amistad». En realidad viven sin vincularse a fondo con nadie,  atrapados por un individualismo atroz. En todo momento buscan lo que les apetece. No  conocen otros ideales. Nada es bueno ni malo, todo depende de si sirve o no a los propios  intereses. No hay más convicciones ni fidelidades.

En estas vidas puede haber bienestar, pero no dicha. Estas personas pueden conocer el  placer, pero no la alegría interior.

Pueden experimentarlo absolutamente todo menos la apertura amistosa hacia los demás.  Sólo saben vivir alrededor de sí mismos. Para ser más humanos necesitarían aprender a vivir  amistosamente.

La verdadera amistad significa relación desinteresada, afecto, atención al otro, dedicación.  Algo que va más allá de las «amistades de negocios» o de los contactos eróticos de puro  pasatiempo.

Al afecto y la atención al otro se une la fidelidad. Uno puede confiar en el amigo, pues el  verdadero amigo sigue siéndolo incluso en la desgracia y en la culpa. El amigo ofrece  seguridad y acogida. Vive haciendo más humana y llevadera la vida de los demás. Es  precisamente así como se siente a gusto con los otros.

Se ha dicho que una de las tareas pendientes del hombre moderno es aprender esta  amistad, purificada de falsos romanticismos y tejida de cuidado, atención y servicio afectuoso  al otro. Una amistad que debería estar en la raíz de la convivencia familiar y de la pareja, y  que debería dar contenido más humano a todas las relaciones sociales.

Celebramos hoy la fiesta cristiana de la familia de Nazaret. Históricamente poco sabemos  de la vida familiar de María, José y Jesús. En aquel hogar convivieron Jesús, el hombre en el  que se encarnaba la amistad de Dios a todo ser humano, y María y José, aquellos esposos  que supieron acogerlo como hijo con fe y amor. Esa familia sigue siendo para los creyentes  estímulo y modelo de una vida familiar enraizada en el amor y la amistad.

JOSE ANTONIO PAGOLA
SIN PERDER LA DIRECCION
Escuchando a S.Lucas. Ciclo C
SAN SEBASTIAN 1944.Pág. 19 s.


14.

ANTE EL MISTERIO DEL NIÑO 

María conservaba todo esto en su corazón.

Los hombres terminamos por acostumbrarnos a casi todo. Con frecuencia, la costumbre y  la rutina van vaciando de vida nuestra existencia. Decía ·Peguy-CH que «hay algo peor que  tener un alma perversa, y es tener un alma acostumbrada». Por eso no nos puede extrañar demasiado que la celebración de la Navidad, envuelta en  superficialidad y consumismo alocado, apenas diga ya nada nuevo ni gozoso a tantos  hombres y mujeres de «alma acostumbrada».

Estamos acostumbrados a escuchar que «Dios ha nacido en un portal de Belén». Ya no  nos sorprende ni conmueve un Dios que se nos ofrece como niño. Lo dice A. ·Saint-Exupery-A en el prólogo de su delicioso «Principito»: «Todas las  personas mayores han sido niños antes. Pero pocas lo recuerdan». Se nos olvida lo que es  ser niños. Y se nos olvida que la primera mirada de Dios al acercarse al mundo ha sido una  mirada de niño.

Pero ésa es justamente la noticia de la Navidad. Dios es y sigue siendo misterio. Pero  ahora sabemos que no es un ser tenebroso, inquietante y temible, sino alguien que se nos  ofrece cercano, indefenso, entrañable desde la ternura y la transparencia de un niño. Y éste es el mensaje de la Navidad. Hay que salir al encuentro de ese Dios, hay que  cambiar el corazón, hacerse niños, nacer de nuevo, recuperar la transparencia del corazón,  abrirse confiados a la gracia y el perdón.

A pesar de nuestra aterradora superficialidad, nuestros escepticismos y desencantos, y,  sobre todo, nuestro inconfesable egoísmo y mezquindad de «adultos», siempre hay en  nuestro corazón un rincón íntimo en el que todavía no hemos dejado de ser niños. Atrevámonos siquiera una vez a mirarnos con sencillez y sin reservas. Hagamos un poco  de silencio a nuestro alrededor. Apaguemos el televisor. Olvidemos nuestras prisas,  nerviosismos, compras y compromisos.

Escuchemos dentro de nosotros ese «corazón de niño» que no se ha cerrado todavía a la  posibilidad de una vida más sincera, bondadosa y confiada en Dios. Es posible que comencemos a ver nuestra vida de otra manera. «No se ve bien sino con el  corazón. Lo esencial es invisible a los ojos» (A. Saint-Exupéry).

Y, sobre todo, es posible que escuchemos una llamada a renacer a una fe nueva. Una fe  que no anquilosa sino que rejuvenece; que no nos encierra en nosotros mismos sino que  nos abre; que no separa sino que une; que no recela sino confía; que no entristece sino  ilumina; que no teme sino que ama.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS
NAVARRA 1985.Pág. 261 s.


15.¡LA FAMILIA, ¿CULPABLE O INOCENTE?! 

La liturgia está en todo, amigos. Después de mostrarnos el misterio de la Navidad, el  Emmanuel, nos muestra el marco en el que ese «Dios con nosotros» crece y se alimenta: la  familia, la sagrada familia.

Hoy tenemos miedo a hablar de este tema. Se han vertido tantas opiniones y tantas  contestaciones contra la familia, se ha generalizado tanto la libre unión de las parejas y la  libertad sexual, que andamos remisos para declarar que «creemos en la familia». Y que  creemos en ella como medio elegido por Dios para venir a nosotros y como propuesta de  formación humana y cristiana de personas y de generaciones.

A eso va la festividad de hoy. Ha de saber el cristiano, y muy especialmente los jóvenes,  dos cosas por encima de todo:

1º. La familia ha sido, y debe seguir siendo, el campo en el que se desarrollen todas las  raíces humanas del individuo. A través de la familia el hombre aprende la quintaesencia de la  cultura reinante, y aprende igualmente a jerarquizar los valores decisivos de su vida: Dios, el  hombre, la providencia de Dios, el sentido de la vida y la muerte, la necesidad de una moral  que, a través del hombre, nos acerque a Dios.

Eso fue la Sagrada Familia para Jesús. Y ése ha de ser el papel de la familia hoy: las  actitudes de los padres, su talante, han de ayudar a los hijos --inquietos buscadores de la  verdad--, a «saber encajar en la vida», a conectar con el mundo, a relacionarse con «los  otros», a llevar a término su personal vocación.

2º. La familia ha de ser el lugar adecuado donde el hombre «encuentre a Dios» y lo  encuentre como «Padre»; el lugar donde descubra el mensaje que Dios nos trasmite: que  «hay que amar siempre al «otro», aun en el supuesto de no ser correspondidos». Ese es el  gran mensaje de fe que nos llega de la Sagrada Familia. Cada componente de la familia ha  de amar a los otros, no por lo que valen, sino por lo que son y lo que representan. El esposo  ha de amar a su esposa, no por su hermosura, su delicadeza o su capacidad de satisfacer  sus pasiones y sentimientos, sino porque es la compañera puesta por Dios a su lado para  seguir con él un proyecto vocacional. La esposa ha de amarle a él, no porque sea apuesto,  cortés y entregado, sino porque es su esposo, es decir, aquel con quien un día recibió un  sacramento que ha de convertirse en fuente de méritos y de santidad. El hijo ha de amar a  su padre, no por su fortaleza o su acierto, sino porque es el signo visible que tiene delante  para amar a «ese otro Padre», el verdadero, del cual los otros padres son copias muy  veladas y en negativo. Los padres han de amar a sus hijos, no por las satisfacciones que les  reporten, sino porque son una perla en proyecto, entregada por el mismo Dios, para que  ellos la trabajen y pulan.

Así funcionó, amigos, la familia de Jesús. La fe les llevó al amor y el amor lo hizo todo. José  se fió de María, aunque en un principio no entendía nada de aquel misterioso nacimiento.  María se fió de José que, en mitad de la noche, la fue llevando con su hijo a Egipto por  caminos dolorosos de incertidumbre: Jesús se fió de José y María y «les estuvo sumiso»,  mientras «crecía en edad, en sabiduría y en gracia». Y María y José se fiaron del niño  «guardando en su corazón lo que no entendían».

Ante todas estas razones, díganme: «¿Declaramos a la familia culpable o inocente?»  ¡Pueden votar, señores del jurado! 

ELVIRA-1.Págs. 14 s.


16.

Domingo 29 de diciembre de 1996

Fiesta de la Sagrada Familia

Eclo 3,3-7.14-17a: Consejos sobre la vida familiar.

Col 3,12-21: "Esposas, sométanse a sus maridos como conviene entre cristianos. Maridos,  amen a sus esposas y no les amarguen la vida. Hijos, obedezcan a sus padres en todo,  porque eso es lo correcto entre cristianos. Padres, no sean pesados con sus hijos, para que  no se desanimen."

Lc 2,22-40: Presentación de Jesús en el Templo.

Leyendo el texto del Sirácides (Eclo.) nos preguntamos si hoy es posible pensar en la  relación familiar tal como allí se presenta. El libro nos muestra un tipo de familia que, en la  estructura social actual, no parece abundar. Por lo tanto, tampoco puede pedirse un tipo de  respuesta tal como allí se plantea ya que desde la misma condición del objeto que trata ha  variado. 

Hoy no podemos pedir que una persona ame así no más a la madre que lo abandonó o lo  dejó a merced de su propia suerte; tampoco podemos pedir una respuesta filial al estilo de lo  que plantea el texto, a una mujer que fue sometida a reiterados golpes o violaciones de  parte de su padre, iniciándola quizá a la prostitución desde los primeros años de su vida, o a  un niño que es iniciado en las drogas por su propia familia. Y lo mismo podemos decir de la  carta de Pablo. Agregando, aún, el conflictivo tema de la "obediencia ciega" como camino  para alcanzar la salvación. 

Es necesario, por lo tanto, plantear los textos bíblicos desde la situación actual y no  "bajar" el texto con el pretexto de actualizarlos o de iluminar la realidad, forzando a la misma  a ubicarse en un molde que expresa una cultura ajena a la actual. Por lo tanto, es  importante que señalemos algunos puntos esenciales y no coyunturales, a fin de que nos  sirvan para leer nuestra realidad desde la Palabra, leyendo la Palabra desde la realidad. 

En primer lugar es innegable que se valora la estructura familiar biológico-parental. En  este sentido, el texto está en la misma línea que el mandamiento del Decálogo (Honrarás a  tu padre y tu madre...). Esto supone una realidad de situaciones de abandono a los  mayores, para lo cual se necesitaba una legislación (legitimada por Dios) para revertir  dichas situaciones. 

La Biblia plantea, incluyendo la misma carta de Pablo, una exigencia de solidaridad a los  padres maltratados y abandonados. A partir de aquí, podemos abordar un segundo aspecto  de estas lecturas: la necesidad de estructuras y lazos hacia los miembros de la familia  humana actual que viven en situación de desprotección. 

Pensar hoy en una celebración de la Sagrada Familia que se limite solamente a la  relación desde el aspecto parental biológico o a retrotraerse a familia de Nazaret es,  decididamente, anacrónico, y nos desubicaríamos en la lectura de la Biblia como Palabra  dinámica. 

Hoy debemos ver a la familia como algo más que una pequeña estructura social (aunque  no deba ser descartada ésta). Se trata de celebrar pensando en la gran familia humana, que  vive descartando y desprotegiendo a muchos de sus miembros. 

Los chicos de la calle, los niños abandonados por las guerras, los niños huérfanos que  asistieron a las muertes de sus padres enfermos de HIV, los niños que son sometidos a la  violencia familiar, los niños que mueren bajo las balas de narcotraficantes o policías, son  nuestros hijos que claman para que un miembro de la familia humana o toda ella en  conjunto, respondan por sus vidas. 

Los viejos que mendigan son nuestros abuelos y abuelas, los hombres y mujeres  desocupados son nuestros padres y nuestras madres que exigen de sus hijos la honra y  respeto que su condición humana les merece. 

Nuestra familia humana debe reconstruir los lazos humanos a partir del sentimiento de  pertenencia. El mundo posmoderno nos aísla, nos quiere convencer de que el individualismo  y la fuerza individual son la salida y la protección del caos. 

Sin embargo, hoy vivimos más solos que nunca, pese a tantos esfuerzos por armar redes  de comunicación mundial. Hoy necesitamos volver a sentirnos familia de un Dios  Padre-Madre que espera ver la alegría de sus hijos que se amen como hermanos.  Quizás sea éste el gran desafío de hoy para las comunidades cristianas. Ellas tienen la  responsabilidad de ser signo de familia, de acogida, de encuentro, de diálogo, de  democracia, de servicio entre sus miembros. La comunidad cristiana debe ser el hogar, la  mesa, a la que se sientan llamados los vecinos.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


17.

En estos dias de Navidad no celebramos sólo el nacimiento de Jesús, el Hijo de Dios  hecho humano. Nuestra celebración va más allá: incluye también que el Hijo de Dios, al  injertarse en lo humano, se apuntó a compartir todo aquello que teje la existencia de cada  hombre y de cada mujer: una familia, un pueblo, una lengua, una cultura... Como rezamos al  Padre en una de las plegarias eucarísticas de la misa: "Tu Hijo compartió en todo nuestra  condición humana". 

- Critica de la familia 

Por eso, dos días después de Navidad, en este domingo recordamos uno de los aspectos  de esta comunión del Hijo de Dios con la condición humana: la vida de familia.  De algún modo podemos decir que al asumirla, al vivirla, Jesús de Nazaret divinizó la vida  en familia. He dicho -y subrayo- la vida en familia, pero no la familia como si fuera una  institución inmutable, sagrada, intocable, no sujeta a critica. Porque, de hecho, y según lo  que nos narran los evangelios de la predicación de Jesús, él fue bastante critico con  aspectos de la familia. 

Recordemos, por ejemplo, aquellas palabras de Jesús según el evangelio de Mateo  (10,34-36) y que tanto nos cuesta a los predicadores explicar: "He venido a enemistar al  hombre con su padre, a la hija con su madre, a la nuera con su suegra; así que los  enemigos de uno serán los de su casa. El que quiere a su padre o a su madre más que a mi,  no es digno de mi; el que quiere a su hijo o a su hija más que a mi, no es digno de mi". 

Es un ejemplo y otros podríamos encontrar en que Jesús se muestra muy libre, incluso  crítico, respecto a la familia (sin excluir a su propia familia). Y es que todo lo humano, todo lo  que Dios creó y Jesús compartió, todo es bueno, pero todo es relativo, nada es absoluto.  Porque todo -también la familia- debe estar al servicio del hombre, ayudarle, y no  esclavizarle, imponersele como un ídolo, como un dios. 

Esa es la crítica de Jesús a la familia si se pretende convertirla en un absoluto, en un  ídolo. Un aviso que todos debemos tener en cuenta. Porque la paradoja de la condición  humana es que incluso lo mejor -por ejemplo, el amor de los padres para con sus hijos, el  amor entre los esposos- puede contaminarse de egoísmo, de imposición, cerrarnos en  nosotros en vez de abrirnos a los demás. 

- Valoración de la vida en familia 

Pero dicho esto, recordado este aviso del Señor Jesús, volvamos a lo que hoy  celebramos y que -en el fondo- es más importante.  Y es que, de hecho, Jesús divinizó la vida en familia al vivirla con todo amor. Porque este  es el mensaje que hoy se nos dirige a cada uno de nosotros, sea cual sea nuestra situación  familiar: tenemos siempre la posibilidad de vivirla mejor. Vivirla mejor si ponemos más y  mejor amor en todas las grandes o pequeñas cosas, en los gestos y palabras o silencios,  miradas o caricias que la componen. 

No hay una familia ideal. Cada tiempo, cada cultura, incluso cada circunstancia concreta  aquí y ahora, modelan formas distintas de vida familiar (por ejemplo, la primera y la segunda  lectura de hoy nos hablaban de modelos de familia, más basados en la autoridad que en la  igualdad, bastante lejanos a la mejor realidad de nuestra sociedad). Pero, sea como sea, en  cada situación, lo más importante es preguntarse: ¿cómo puedo vivirlo mejor, más atento y  comprensivo y generoso con los demás? 

- Lo cambiante y lo permanente 

Las pautas y modelos de vida familiar cambian (muchos de los que estamos aquí las  hemos visto cambiar desde que éramos niños hasta ahora). Sin embargo, hay una savia  vivificadora que en cualquier circunstancia y, especialmente, en los momentos de crisis y  dificultades, es el camino que Dios espera de nosotros. Es lo que leíamos en la carta del  apóstol Pablo: "la misericordia entrañable, la bondad, la humildad, la dulzura, la  comprensión". También el perdón (todos lo necesitamos). "Y por encima de todo esto -decía  san Pablo- el amor". 

El amor que -me atreviría a decir- tiene un test, una prueba decisiva, en el buen humor.  Donde hay malhumor, flaquea el amor. Poco, casi nada, sabemos de la vida concreta de  Jesús en sus largos años de Nazaret, en el hogar de José y Maria. Pero, francamente,  cuesta mucho imaginarlo como alguien malhumorado. Ni a él, ni a Maía o José. 

* * *

Termino. Las comidas en común son expresión gozosa de la vida en familia. En nuestra  sociedad, sobre todo los días entre semana, es difícil estar juntos. Pero todos nos  esforzamos para que sea posible en los días de fiesta. Lo mismo en esta familia abierta que  es la Iglesia, la comunidad cristiana. Nuestro Padre celestial nos invita y nos espera para  compartir la mesa de Jesús. Y así, domingo tras domingo, nos comunica su amor para que  lo encarnemos en nuestra vida de cada día. 

EQUIPO-MD
MISA DOMINICAL 1998, 16, 45-46


18.

SITUACIÓN LITURGICA. 

El tema de la familia o alguno de sus aspectos ocupa a menudo el interés social y  nuestras preocupaciones; también es un tema estrella del magisterio de la Iglesia. De hecho,  la familia es la célula social básica y caja de resonancia de los grandes problemas de la  sociedad: cuestión hombre-mujer, relación entre generaciones, juventud, vejez, infancia... La  fiesta de hoy ofrece el marco adecuado para situar el interés eclesial para la familia y poner  de relieve los elementos básicos de la posición cristiana. 

LA SAGRADA FAMILIA, EN EL CICLO DE NAVIDAD. 

Este hecho es decisivo. El centro sigue siendo la persona de Jesús, Hijo de Dios,  Hermano y Salvador nuestro, y concretamente en el misterio de la Encarnación. Dios se ha  hecho Hombre para salvar la humanidad. Normalmente entendemos este núcleo de la fe  cristiana de manera muy individual y de aquí ha salido un estilo común cristiano más bien  centrado en el individuo: Jesús fue una persona singular histórica. Pero debemos subrayar  también la dimensión social: Jesús era miembro de un pueblo; las personas siempre  pertenecemos a un grupo y Dios nos llama a una vida plena no sólo individual sino también  colectiva. La Encarnación de Jesús se realizó en el seno de una familia, en un pueblecito,  Nazaret, en una sociedad humana concreta. 

(CICLO A: Estos días de Navidad vamos encontrando en los evangelios de la infancia las  constantes de la vida de Jesús: pobreza, sencillez, amor, apertura a judíos y paganos; hoy  el evangelio subraya un hecho importante: el conflicto y la persecución. Jesús es odiado y  perseguido, va al exilio y vive un nuevo éxodo (Llamé a mi hijo, para que saliera de Egipto,  Ev.). Quizás más que otros días hoy se ve claramente, en el horizonte de Navidad, la muerte  y la resurrección). 

LA FAMILIA, SEGUN EL ESPÍRITU EVANGÉLICO. 

La primera lectura y los últimos versículos de la segunda hablan de las relaciones  familiares. No hay que ser muy perspicaz para darse cuenta de la distancia cultural en que  se escribieron. Esto no debe ser motivo de justificaciones o excusas sino que tiene una  enseñanza capital. La familia como primer núcleo social ha tenido muchas realizaciones  concretas diferentes; hoy mismo podemos constatar las fuertes diferencias estructurales en  las diversas culturas, y en la nuestra, el cambio vertiginoso en pocos años: lugar de la  mujer, actitud de los hijos, papel de los ancianos... La misión cristiana es llenar todas estas  formas tan diversas del Espíritu evangélico; y en el centro, el amor cristiano, con toda su  grandeza, delicadeza y exigencia. Esto supone una actitud a la vez respetuosa y crítica. No  hay ninguna realización familiar que sea completamente perfecta o completamente  condenable, y el Espíritu cristiano está llamado a informarlas todas; el Evangelio no  condena sino que asume, impulsa, corrige para crecer en el único Espíritu que las puede  sacar adelante. Así es como "salva" no sólo a las personas sino también a los grupos  humanos, especialmente éste básico, la familia. 

Concédenos imitar fielmente los ejemplos de la Sagrada Familia (poscomunión).  Naturalmente, no en sus estructuras, pero sí en su Espíritu, el del amor, el servicio, la  generosidad, la búsqueda del bien común. Hoy es el momento de llamar a la reflexión sobre  nuestras relaciones familiares. Lo que debemos evitar es dar la sensación, demasiado  común, de que la Iglesia se encontraba más a gusto con la familia tradicional y lamenta los  cambios; también aquella familia tenía graves negatividades y tenía que ser salvada. Pero  nuestra cultura tiene también sus "evidencias" que deben ser puestas bajo el criterio del  Evangelio. Como ejemplo, la 1ª. lectura tiene una expresión impresionante: Hijo mío, sé  constante en honrar a tu padre, no lo abandones mientras vivas. En aquel tiempo esto ya  era un problema que hoy ha aumentado. En este tema, y en todos, hace falta mucha  reflexión, atención personal, discernimiento, creatividad. 

Y aún debemos recordar otro aspecto importante. Reflexionando sobre la familia estamos  también reflexionando sobre la sociedad. A veces da la impresión de que el discurso eclesial  se centra en la familia como lugar de relaciones personales al margen de lo social,  demasiado complicado y despersonalizado. Esto no es exacto. También las sociedades  pueden estar estructuradas de muchas maneras, y el mensaje evangélico está llamado a  promover un Espíritu nuevo que las haga crecer: el respeto, la justicia, el diálogo, la  atención a los necesitados, el amor. Es el Espíritu que puede "salvar" a la sociedad humana. 

LA COMUNIDAD CRISTIANA, UNA GRAN FAMILIA. 

Esta es otra dimensión de la fiesta de hoy. La Sagrada Familia es también signo y modelo  de las comunidades cristianas. La expresión "comunidad" ya indica bien el genio cristiano: la  creación de grupos que se relacionan con vínculos familiares, que se aman. De hecho, la 2ª.  lectura, en principio, no habla de la familia sino de la comunidad. Las comunidades  cristianas están llamadas a ser grandes familias. Esto no quiere decir que prescindamos de  los conflictos como si no existiesen, y aun menos excluyamos a los que los plantean. Quiere  decir promover el espíritu evangélico de acogida, de diálogo, de búsqueda de la paz  verdadera, fruto del respeto y del amor. 

LA EUCARISTÍA. 

El símbolo de la familia es la mesa. Comer juntos es como un pequeño sacramento que  expresa el amor mutuo y lo hace crecer. También la comunidad familiar cristiana tiene una  mesa: la Eucaristía. 

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1998, 16, 41-42