MEDITACIÓN LITÚRGICA

Epifanía es la fiesta de Cristo luz de los pueblos. El misal, en la antífona de entrada, centra la atención de los fieles: "Mirad que llega el Señor del señorío: en la mano tiene el reino, y la potestad y el imperio". Toda la dinámica de la solemnidad subraya el hecho de que el misterio también ha sido revelado a los gentiles.

Los Magos de Oriente son una plasmación amable del fruto de esta revelación. Ellos vienen, de lejos, seducidos por la luz, para encontrar y adorar al Rey de los judíos. Le traen dones, pero el más importante es el de su corazón sincero. Recibirán en paga la luz de la fe. Fe que será la alborada de la luz que verán tantos y tantos pertenecientes a la paganidad.

La Iglesia siente la necesidad de anunciar a toda criatura el Evangelio con la claridad de Cristo, que resplandece sobre su faz.

-La visión de la Jerusalén iluminada

Isaías exhorta a Jerusalén. Debe levantarse y brillar, porque le llega su luz. Se trata de la gloria del Señor. Es decir, de la manifestación y presencia del mismo Dios. Si mira los pueblos, sólo percibe tiniebla. Pero la ciudad de la paz tendrá la luz indeficiente de la gloria que le será dada. Los pueblos se pondrán en marcha hacia esta luz.

La visión es apoteósica. Una inmensa y abigarrada multitud, una enorme caravana, se dirige a Jerusalén. Traen tesoros y proceden cantando las alabanzas del Señor. El salmo responsorial, como eco del texto profético, canta al Señor que es Rey. Todos los pueblos deben optar por servirle. La acción de este Soberano será de liberación del pobre que clama y del afligido sin protector.

Hoy, sin duda, la Iglesia se siente nueva Jerusalén. Se le recuerda cómo debe reflejar la luz de Cristo para todos los pueblos. Ella misma se convierte en estrella que anuncia la presencia del Rey que salva a todos los hombres y que quiere reunirlos bajo la luz de una misma fe y de un idéntico amor. La Iglesia debe estar siempre a punto para recibir a los hombres de toda raza y condición. Ella misma se avanza hacia los hermanos. Puesto que, en palabras de Juan Pablo II, es camino que va hacia el hombre. Ningún miembro del Cuerpo de Cristo está dispensado de anunciar el evangelio a los que lo desconocen. El mandato último de Cristo fue muy claro: "Id a todos los pueblos". La misión apremia.

-Los Magos

La escena de los Magos adorando al Niño, en el regazo de María, ha seducido a los autores de la iconografía cristiana. Y, en verdad, es enorme- mente simpática. Los Magos -posiblemente astrónomos- son buscadores de la verdad. Han advertido un camino posible para hallarla. No han dudado de emprenderlo y han llegado hasta Jerusalén.

Buena gente estos estudiosos de los fenómenos celestes. Parecen casi ingenuos. Tanto que preguntan a Herodes. Es lógico, puesto que buscan al Rey. Herodes y su corte temen. Las profecías hablan claramente de Belén, lugar de nacimiento de David. El monarca, muy artero, les pedirá que le sirvan de informadores en el regreso. ¡Un rey de este mundo que teme a un Niño que viene en son de paz! Será tanto el desafío temido que costará la vida de muchos inocentes y el exilio de Jesús.

Los Magos prosiguen el camino. La estrella se pondrá ahora exactamente encima de donde está el Niño. Está en brazos de su Madre. Los sabios adoran postrados y le ofrecen regalos. Pero lo más importante es que le dan su corazón y su vida. Marcharán seguros, lejos de todo peligro, porque han hallado al Salvador.

El cristiano que celebra hoy la epifanía se acerca a Cristo, lo adora profundamente como su único rey, su único Dios y su único Salvador. La adoración implica una comunión profunda con su persona y con su mundo de valores. La oración personal, en esta solemnidad, debe alcanzar un alto clima de diálogo a través de la entrega personal al Señor.

Hay un aspecto festivo que llama la atención. Viene dado por la oración sobre las ofrendas. Se dice que los dones de la Iglesia ya no son oro, incienso y mirra, sino el mismo Jesucristo, "que en estos misterios se manifiesta, se inmola y se da en comida". Conviene anotarlo para una espiritualidad que se nutre en el banquete eucarístico. Con el Cristo, ofrecido al Padre, debe también darse el cristiano que tiene la suerte de celebrar los santos misterios.

La oración debe llevar al compromiso personal a favor del apostolado y la evangelización.

-Una plegaria

La plegaria recapituladora será de entrega al Señor y de súplica para que sea siempre la luz que guíe nuestros pasos. Cabrá añadir la petición a fin de saber testimoniar, de palabra y obra, la luz verdadera que ilumina a todo hombre.

Otra súplica será por la misión universal de la Iglesia. Pídase por los misioneros. Y también para que el Señor suscite vocaciones en orden al ofrecimiento del Evangelio.

La mirada universal hará que se ore por la conversión de los no creyentes y paganos, puesto que para ellos es la Promesa en Jesucristo.

JOAN GUITERAS
ORACIÓN DE LAS HORAS 1991, 12.Pág. 423 ss.