COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lc 2, 16-21

 

1.

¿Quiénes son estos pastores a los que el ángel del Señor ha dirigido su mensaje? Siguiendo una tradición antigua se les identifica con los pobres de la tierra, los que viven alejados de los pueblos y no pueden cumplir reglamentos de la ley ceremonial de los judíos. Todas estas notas parecen ser auténticas. Sin embargo, no podemos olvidar que nos hallamos en Belén, ciudad del rey David, que fue pastor, llamado por Dios de entre el rebaño; tampoco olvidemos a Abraham y los patriarcas, que, siendo pastores, escucharon la llamada de Dios y recibieron su visita. En otros pueblos del oriente antiguo se han contado historias más o menos semejantes. Por todo eso pensamos que los pastores del relato no son simplemente los pobres y alejados, sino también aquéllos que están prontos a escuchar la voz de Dios y a fundar su nuevo pueblo entre los hombres.

Sea cual fuere su sentido definitivo, lo cierto es que los pastores aceptan la palabra del ángel, se dirigen a observar el signo y encuentran al niño acostado en el pesebre. Hasta aquí todo parece más o menos lógico. Lo verdaderamente extraño es que el signo les convenza, que hagan suyo el evangelio -creyendo que ha nacido el Salvador- y alaban a Dios por todo ello.

Nosotros, lo mismo que los pastores, nos movemos aquí en el plano de la paradoja fundamental del cristianismo: vemos por un lado a un niño, envuelto en los pañales, indefenso, sencillamente un hombre; o vemos si se quiere a un pretendido profeta del Señor que muere ajusticiado. Tal ha sido el signo, el de Belén o el del Calvario. Pues bien, sobre ese signo se descorre la palabra de la epifanía radical de Dios que anuncia: Os ha nacido (ahí lo tenéis) el salvador, el Mesías de la esperanza de Israel, el Señor de todo el cosmos. Ante esa paradoja, los pastores han respondido como creyentes; en ellos, que eran quizá los más pequeños de la tierra, ha comenzado a brillar como en Abraham, la nueva luz de la verdad de Dios para los hombres. Ante esa paradoja se nos pide también a nosotros el valor de una respuesta.

Como detalle debemos añadir que en realidad no existe adoración de los pastores (en contra de la adoración de los magos de Mt 2, 11). Su gesto se refleja en estos rasgos: a) encuentran al niño y le aceptan como signo de Dios ; b) confían en la palabra del ángel, creyendo en su evangelio (nacimiento de un salvador); c) glorifican a Dios. La historia ha comenzado en Dios, que les ha puesto en camino hacia el niño del pesebre; desde el niño, aceptando el evangelio, todo vuelve a conducirles hacia Dios, a quien alaban por su obra salvadora.

Ante el relato de los pastores, el texto de Lucas nos ofrece dos respuestas. Están a un lado los curiosos, que se admiran por lo extraño del suceso. Está en el otro la figura de María, que conserva todas estas cosas, las medita en su interior y reconoce (va reconociendo) la presencia de Dios en el enigma de su hijo envuelto entre pañales, recostado en un pesebre. También nosotros nos hemos situado ante el relato: ¿Como los pastores y María? ¿Simplemente como curiosos?

BIBLIA  LITÚRGICA NT. pág. 1239 s


2. CIRCUNCISIÓN.

Según el historiador Herodoto, la circuncisión se practicaba en Egipto, Etiopía, Fenicia y en otros muchos lugares. Recientes estudios han demostrado que se trata de una costumbre muy arraigada en los pueblos primitivos de África y de Australia. En Israel pasa a convertirse en signo de la Alianza. La Biblia destaca el valor de la "circuncisión del corazón" por encima de la circuncisión de la carne; expresa de esta manera que lo importante es la fidelidad de Israel al pacto con Dios.

EUCARISTÍA 1987, 1


3. M/CONTEMPLACION.

En medio de toda esta escena, Lucas reserva un versículo a la figura de María, la madre. La presenta con una actitud contemplativa, que contrasta con la exultación gozosa de los pastores. Pero este pequeño contrapunto es de gran importancia, porque por María comprendemos que, a pesar de la gran manifestación de Dios, el hombre está siempre delante del misterio, realidad que debe acoger con el respetuoso silencio de la fe.

A. R. SASTRE
MISA DOMINICAL 1989, 1


4. M/PD

La acción de Dios, la Palabra de Dios, obliga a meditar para hacerse disponible a lo que Dios espera. No es tiempo perdido.

Nuestra realidad humana no puede intuir todo en un momento, por esto necesitamos reflexión, oración.

María tuvo necesidad de meditar la Palabra de Dios; y eso que ella era llena de gracia. María iba avanzando en la fe, una fe que era prototipo de la fe de la Iglesia, por medio de esas actitudes humanas auténticas, una de las cuales es la meditación de la Palabra de Dios.

Curioso. María aprende de los pastores. Del arcángel Gabriel no nos extraña. Pero de los pastores... Así es la Palabra de Dios.

Cualquier prójimo es portador de un mensaje de Dios y es instrumento imprescindible para la historia humana y para cada uno de los demás hombres.

Amar al prójimo no significa sólo ni principalmente ayudarle cuando necesita de nosotros...

El precepto del amor significa propiamente reconocer al prójimo, como lo que es: necesario para nosotros.

Entonces, cuando se encuentre necesitado, no le proporcionaremos solamente una "muestra" de generosidad, sino que le daremos nuestra persona como se la hemos de dar en toda ocasión.

María amó así; por esto los pastores y los "devotos" de María encuentran en ella el mejor aliciente para amar a Dios y al prójimo, es decir, para ser cristianos...


5. Signo Alianza

La circuncisión, que primitivamente no era más que una medida de higiene, una introducción en la madurez y un rito de iniciación al matrimonio, vendría a tener una auténtica significación religiosa y expresaría la Alianza con Dios. La sangre que se derrama con motivo de esta pequeña operación puede compararse con la sangre de la alianza: ratifica este pacto la sangre de una misma víctima derramada sobre el altar, que representa a Yahvé, y sobre el pueblo (Ex. XXIV, 8). La circuncisión es condición indispensable para participar en el banquete de la alianza, que es el banquete pascual: «Ningún incircunciso podrá tomar parte en él» (Ex. XII, 48).

«La circuncisión es uno de los ritos más significativos de la influencia que el plan de Dios puede tener sobre los gestos de origen natural, casi mágico, para ir espiritualizándoles progresivamente, hasta perfeccionarlos en la nueva alianza mediante una superación total. La circuncisión, antiguo rito mágico de fecundidad matrimonial, vino a ser el signo de la promesa de fecundidad o contenida en la alianza. Y, aunque era un rito practicado por la mayor parte de los pueblos semitas, la circuncisión se convirtió en el rito expresivo de la pertenencia al pueblo de Dios desde el momento en que se encontró mezclado con los pueblos incircuncisos. Como rito expresivo de la pertenencia a la alianza de Abraham, la circuncisión evolucionó como esta misma alianza hacia la moralización e interiorización consumadas en la circuncisión interior de Cristo sobre la Cruz» (1).

Cuando se trata de Jesús, «su circuncisión es para S. Pablo como una profecía de su Pasión. La muerte de Cristo, en efecto, fue una circuncisión inmensamente más total que la circuncisión judía, puesto que ella despojó a Cristo de toda su carne, y no solamente de un pingajo de piel, sellando la nueva alianza con toda su sangre y derramando sobre los cristianos beneficios inmensamente superiores a los de la circuncisión» (2).

«En El fuisteis circuncidados con una circuncisión no de mano de hombre ni por la amputación de la carne, sino con la circuncisión de Cristo» (Col. II, 11). «Ni la circuncisión es nada ni el prepucio, sino la nueva creatura» (Gál. VI, 15). También el Antiguo Testamento conocía la importancia de la «circuncisión del corazón». «Circuncidará Yahvé, tu Dios, tu corazón y el corazón de tus descendientes, para que ames a Yahvé, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma y vivas» (Dt. XXX, 6). «Circuncidaos para Yahvé, circuncidad vuestros corazones» Jr. IV, 4).

Hemos leído que, en el momento de la circuncisión de Abraham, su nombre fue cambiado de Abram en Abraham (v. 5). He ahí por qué el nombre se le impone al niño en el momento de la circuncisión. Cuando se trata de personajes importantes a quienes Dios destina para una misión particular, entonces es Dios mismo y no la familia quien impone el nombre. Así acontece con Juan Bautista: «Le pondrás por nombre Juan» (Lc. I, 13); y con Jesús: «Le pondrás por nombre Jesús» (en Mt. I, 21 esta orden le es dada a José; en Lc. I, 31 le es dada a María).

HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 76 s.


6.

Inmediatamente después de terminarse la celestial revelación, los pastores se hacen al camino hacia Belén, y allí se les confirma el mensaje anunciado por los ángeles. Una vez en Belén, cuentan lo que a ellos se les ha comunicado y cómo han sido conducidos de esta manera al recién nacido Mesías-Niño.

La indicación de que encontraron a Jesús en el portal es el signo por el que la fe de los pastores tiene que decidirse. Lo cual hace, a su vez, que ellos en el lugar del nacimiento se conviertan en mensajeros de alegría.

Sobre María se pone de relieve el hecho de que todas las palabras que salían de la boca de los pastores (es decir: "todas esas cosas", los datos narrados) las guardaba y conservaba en su corazón (cf. v. 51; Gn 37, 11; Dn 7, 28). El corazón, como un tesoro, se manifiesta en el caso de los pastores en que no cesan de alabar a Dios y proclamar su gloria. Después, aquella gente sencilla marcha de nuevo a su rebaño, pero ya, como se ha indicado, alabando a Dios por lo que han vivido y por lo que con fe se les ha permitido conocer.

El v. 21 es el fragmento que hace pareja con el contenido de 1,59s. Al igual que en el caso del Bautista, tampoco aquí el tono de la exposición hace hincapié en la circuncisión que había de realizarse en todo niño judío, sino en la imposición del nombre. Y, también como en el caso de Juan, el nombre de Jesús había sido determinado por el ángel, es decir, por Dios, antes de la concepción. Desde este momento, Lucas nombrará a Jesús con su propio nombre en el relato que continúa. Con ese nombre, Dios fija también la misión de Jesús: Dios es salvador. En Jesús trae Dios la salvación: "Pasó haciendo el bien y sanando a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él" (Hch 10, 38).

EUCARISTÍA 1993, 1