48 HOMILÍAS PARA EMPEZAR EL AÑO
(11-19)

11.

"NACIDO DE UNA MUJER"

Una herida, para curarse bien, tiene que sanar de dentro hacia fuera. Así quiso Dios que, desde dentro, sanase en nosotros la herida vieja del pecado. Metiéndose dentro, llegando al fondo, haciéndose como uno de nosotros. Fue así como Él asumió lo nuestro y lo fue elevando, lo fue sanando.

Para ello necesitó una madre: para tomar de ella carne de nuestra carne. "Envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer". Y se llamó Jesús. Dios se hizo Jesús en María. Una mujer del pueblo dirá -pasados los años- a Jesús: «Bendito el vientre que te llevó y los pechos que te amamantaron». Bonita manera de engrandecer a María, partiendo de Jesús. Quizá por ello la Iglesia, al recordar hoy la circuncisión de Jesús -a los ocho días de su nacimiento-, se acuerda de María, y tiene el bonito detalle de dedicarle esta fiesta. Hoy es, pues, la Solemnidad de Santa María, la Madre de Dios. Así también aparecen María y Jesús unidos, desde el principio, para salvar; como unidos los encontraron los pastores aquella noche, en Belén.

Hoy, propiamente, no es el día de Año Nuevo en la Iglesia; el año ya comenzó en la liturgia cuando empezamos, con el Adviento, a preparar la Navidad . Pero los cristianos no podemos, ni debemos, sustraemos al ambiente que nos rodea. Y hoy es innegable que estamos respirando, por los cuatro costados, imágenes y sensaciones que nos hablan de un año que termina y de un Año Nuevo que comienza. ¿Qué hacer ante todo eso? ¿Cerrar los ojos? ¿Sumarse sin más?

Claro que hay cosas ahí que a nosotros no nos van: ese como no querer mirar al tiempo que pasa, ni a esa huella que el tiempo va dejando en nosotros; como si una cana, o una arruga, no fuesen también señales gloriosas de una vida que vamos gastando en cosas que valen la pena o, sencillamente, muestras de unos años que van quedando anotados en nuestro haber.

Tampoco nos va a los cristianos esa especie de temor supersticioso ante un año sin estrenar: como si nuestra felicidad, durante él, fuese a depender más del pie con que en él entramos, o de la estrella que esa noche luzca, que del amor del Padre Dios en cuyas manos nos echamos confiados. Ni nos van esas máscaras de alegría hueca, ni ese querer ahogar en vino los recuerdos, o los temores, ni esas cenas suculentas cuando hay tantos hermanos que todavía permanecen en ayunas...

Pues para este año que empieza hay también una palabra, y un deseo, en la liturgia de hoy: "El Señor te bendiga y te proteja, ilumine su rostro sobre ti... y te conceda la paz". La paz, anhelo renovado de una humanidad que sigue destrozándose.

Grito incontenible de unos pueblos que están hartos de ser manipulados. Don de Dios, que sólo es capaz de acoger el corazón que viene de vuelta de la violencia. La paz. Ésta es la oración, y la consigna, de la Iglesia para todos en este Año Nuevo.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 27 s.


12. PAZ/DON/ORACION

UN DESEO UNIVERSAL DE PAZ

Solos no podemos, está claro. Por mucho que nos empinemos, no damos la altura de la paz. La buscamos, eso sí, tenemos hambre de ella porque vemos que la guerra - digan lo que digan los que la promueven- siempre es mala.

Pero ¡es tan difícil construir la paz! La pretendemos edificar sumando simplemente los intereses de unos y de otros; y sólo conseguimos aumentar la confusión. La hacemos sinónimo de victoria; y luego nos damos cuenta de que el dolor de los vencidos mal puede casar con el gozo de los vencedores. La intentamos conseguir a base de reuniones y documentos, de acuerdos y componendas: pero al paso del tiempo constatamos que esa pretendida paz lleva dentro, todavía vivo, el germen de la discordia. Al comenzar un nuevo año, ese deseo universal de paz se hace palabra en boca de todos los políticos, se escribe en todos los idiomas del mundo. ¿Será esta vez verdad? ¿Cuánto tiempo durará esta vez la ilusión?

Hoy celebra la Iglesia la fiesta de Santa María, Madre de Dios. A los ocho días de nacer, circuncidaron al niño y le llamaron Jesús-Salvador. ¿No estará aquí la clave? ¿No traerá Jesús al mundo, como regalo de año-nuevo, la solución definitiva al problema de la guerra, el secreto para la construcción de la paz?

+ "El Señor se fije en ti y te conceda la paz". La paz es un don. De nada sirve que guarden silencio los cañones, si los corazones permanecen en pie de guerra. Sin un cambio de actitud propiciado desde dentro, es inútil que nos crucemos palabras bonitas, que firmemos alambicados documentos. La paz verdadera no puede nacer si no se ha curado, desde lo hondo, la herida que nos convertía en enemigos. Y esa herida no sana más que con amor; un amor que, al dirigirse hacia el hasta ahora enemigo, recibe el nombre de perdón. El día en que aprendemos a perdonar, vamos entrando en el verdadero camino de la paz. Pero ¿habrá objetivo más humanamente inalcanzable, que pretender que todos los que han estado enzarzados en una guerra no sólo depongan las armas, sino que se amen, se perdonen? Sólo Dios es capaz de desmontar en el corazón del hombre los mecanismos imparables del odio. Por eso la paz hay que implorarla de arriba: el único modo de que entre nosotros, al darnos la mano, no haya ni vencedores ni vencidos, es que Dios sea quien venza en todos los corazones.

+ "Sois hijos". He aquí la razón de nuestra más honda exigencia de paz. ¿Cómo voy yo a levantarme en armas contra mi hermano? Nada hay más eficaz, para inclinar a la benevolencia, que mirar a una persona de cerca, sin prejuicios, con los ojos del corazón. Así se ven, claro está, sus defectos; pero también se ve su punto de vista, que le ha hecho tomar aquella actitud que nos hiere, se comprende su modo de actuar: ya estamos en camino para llegar a restar importancia a lo que ha hecho para justificarlo, para perdonarlo. El que ama, comprende que su enemigo tiene más de ceguera que de maldad. Y pide a Dios que lo perdone -él ya lo ha hecho-, porque "no sabe lo que hace".

+ "Un niño acostado en el pesebre". Todo un símbolo. La paz será imposible si alguien no da el primer paso. Un estúpido orgullo hace que, muchas veces, no demos el paso de la reconciliación -aun deseándolo-, porque esperamos que sea el otro quien ceda. Jesús nos enseña el camino: ir delante, tomar la iniciativa. Así facilitaremos al otro la decisión de dar, también él, su paso. Ir por el mundo con la actitudes básicas de la paz: mirar con el corazón, comprender, ceder de nuestro derecho, olvidar la prisa, orar al Señor, AMAR. Comienzo del año. Día de la paz. Que Dios mueva los corazones de todos los hombres, nos cure de la ceguera y nos dé el don precioso de amarnos como hermanos.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B GRANADA 1993.Pág. 28 s.


13.

Santa María, Madre de Dios

Celebramos en esta fiesta la asombrosa cercanía de lo humano y lo divino, tal como se dio en esta mujer sencilla; no tanto en su vientre, sino en todo su espíritu. No es la carne y la sangre lo que importa, sino la mente y el corazón.

Dios se entrañó en María, pero María quedó totalmente entrañada o impregnada o preñada de Dios. A la vez que la madre alimentaba al hijo que llevaba en las entrañas, estaba siendo ella alimentada por el Espíritu del propio Hijo. María preparaba al hijo un vestido de carne, pero el hijo le bordaba a ella un vestido de divinidad.

Lo importante, pues, del misterio de la maternidad divina, mirándolo desde el lado de la madre, es que se produce una simbiosis entre Dios y ella; simbiosis progresiva que no dura sólo nueve meses sino toda su vida. María no fue madre de Dios por los meses de gestación y lactancia, sino que se fue haciendo madre de Dios según se iba ella alimentando de la palabra y del Espíritu de su hijo.

-Esperanza nuestra

Como todos los misterios de María, también éste es motivo de esperanza para nosotros. Ella es anuncio de otras posibles maternidades divinas. La maternidad divina de María no es gracia exclusiva sino gracia eclesial. También nosotros podemos llegar a esa misteriosa cercanía, a esa maravillosa simbiosis con Dios. También nosotros podemos llegar a ser «Madre de Dios». Lo dijo el mismo Jesús: «Mi madre y mis hermanos son los que oyen la palabra de Dios y la hacen» (/Lc/08/21).

Podemos ser «Madre de Dios», si escuchamos y acogemos su palabra, si la entrañamos en nosotros y la consustanciamos, si la hacemos crecer y la vivimos, si ofrecemos los frutos que vaya produciendo. Es toda una gestación y alumbramiento de la palabra. Podemos llegar a ser «Madre de Dios», si acogemos su Espíritu y nos dejamos impregnar por él, si llegamos a sintonizar con sus deseos y mociones, si nos comunicamos íntimamente con él.

Podemos llegar a ser «Madre de Dios», si ponemos nuestra voluntad y todo nuestro ser a su disposición y servicio.

Santa María, Theotokos, enséñanos a «concebir» a Dios.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
ADVIENTO Y NAVIDAD 1989/89-2.Págs. 142 s.


14.

1. Vida Nueva

-"Que el Señor se fije en ti"

Al empezar el año nos deseamos toda clase de bendiciones y felicidades. Mitad tradición, mitad buen deseo; mitad rito, mitad oración. Al empezar el año brindamos con los mejores vinos y nos abrimos alegres a la esperanza. Esa es la costumbre, que nos dura un día. Enseguida nos olvidamos de todo.

Al empezar el año, nosotros, los creyentes en Cristo, nos deseamos las bendiciones de Dios, y él nos bendice con la paz, cuyo nombre es Jesús; pedimos su protección continuada, y él nos asegura su presencia amistosa por medio de Jesús; brindamos con el mejor de los vinos, que es el mismo Jesús.

Jesús es nuestra salvación, nuestro sol, nuestra fiesta que no termina. Los años pasan y nos llenamos de nostalgia, pero Jesús permanece. Jesús nos redime de la angustia de la temporalidad. Nadie quiere envejecer y nos rebelamos contra la inexorabilidad del tiempo. Pero Jesús nos regala minutos cargados de plenitud, días que equivalen a mil años, años que no se acaban, que llevan dentro semillas de eternidad. El, que ha venido a liberarnos de todas las esclavitudes y hacernos libres, nos libera también de la caducidad y nos hace señores del tiempo.

-Don de Dios
Tiempo/Cronos-Kairos

El tiempo ya no es un dios que se come a sus hijos ni una fatídica y cansada repetición de días ni una simple medida convencional. Es don de Dios, que es Señor del tiempo, y Cristo también es Señor del tiempo: «El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán» (Mt. 24, 35). «El Hijo del hombre es señor también del sábado» (Mc. 2. 28). El paso del tiempo no me entristece, porque «Dios renueva mi juventud» /Sal/043/04). Así. cada año soy más joven: cada año soy más libre, cada año, más lleno. Lo que escogió como epitafio Nicolás von Honthein. obispo auxiliar de Tréveris, promotor del febronianismo: «Por fin libre, por fin seguro, por fin eterno". Me acerco a la eternidad. Me siento amenazado de resurrección y de vida. Cada año vivo más intensamente, cada año soy más.

-Más cerca de la Vida

Naturalmente que la vejez está ahí, con sus limitaciones. Me hace perder energía y encanto. Bloquea mis capacidades. Puede que tenga menos vida, pero estoy más cerca de la Vida. La Vida siempre es joven, siempre es niña, siempre es nueva. La Vida es hoy un niño de ocho días. Y esta Vida se me regala cada día. No es que me regale tiempo: un día más, un año más, sino que se me regala él, Señor del tiempo. No me regala días, sino que cada día, cada momento, me está creando, me está curando, me está amando. Y eso es vida. Somos una creación continuada de Dios. Me está creando para que cree, me está curando para que cure, me está amando para que ame. Eso es ser vivificador. Dios me está creando para que viva y para que haga vivir.

-Porque el Señor nos mira

Año nuevo: vida nueva, decimos. Es una gran verdad. Pero no hay que esperar al año para que la vida se renueve. En cada momento se está renovando. Que hoy y mañana y al día siguiente sean en cada uno vida nueva por la renovación de nuestra mente y nuestro espíritu, por la superación de nuestros bloqueos y esclavitudes, por la capacidad mayor de atención y escucha, por una generosidad creciente, por una fe y un amor siempre renovados.

Todo esto es posible, porque «un niño nos ha nacido y un hijo se nos ha dado», porque «el Señor te bendice y te protege, ilumina su rostro sobre ti y se fija en ti». Es eso, que el Señor, por medio de Jesús, ha iluminado su rostro sobre nosotros; nos mira siempre con rostro risueño y favorable, se fija siempre en nosotros con el amor más grande. Y su amor es el que nos está creando siempre, su mirada amorosa es la que nos está llenando de vida. O sea, que vivimos cada día porque el Señor nos mira.


15.

2.Que el Señor te conceda la paz

Al empezar el año pedimos la paz. No una paz cualquiera, sino la paz de Jesucristo, la que es síntesis de todos los bienes y conjunción de muchas virtudes. No es fácil conseguir la paz plena: por eso la pedimos como la mejor bendición de Dios.

-Paz individual ACEPTACION-DE-SI 

Paz para cada uno de nosotros. No somos hombres pacificados y pacíficos, sino que nos sentimos odiosos y violentos. Ni vivimos en paz interior ni podemos transmitirla.

Empezamos por no aceptarnos a nosotros mismos, lo que produce desasosiego, complejos y envidias. No te has reconciliado aún con tus limitaciones, te fustigas constantemente a ti mismo, porque no sabes más, porque no puedes más, porque no tienes más, porque no eres más. Quisieras ser de manera distinta. No quisieras tener tal debilidad, tal temperamento, tal físico, tal circunstancia. O sea, que no te aceptas, que te haces la guerra a ti mismo por las frustraciones repetidas, por los deseos insatisfechos, por los sueños incumplidos.

Guerra mala, dolorosa guerra interior, que es división profunda y recriminación crispada. Guerra a veces subconsciente, pero intensa.

Has de pedir la reconciliación contigo mismo, que es aceptarse sinceramente y quererse bien, querer a ese prójimo que somos cada uno y que Dios también quiere, quererse sin resentimiento ni amarguras, mirarse con humildad, con amor y con humor, aunque no nos veamos tan buenos y tan guapos y tan valiosos como nos decían nuestras abuelas, aunque nos veamos menos buenos y valiosos que los demás.

Tienes también en ti cantidad de violencias y agresividades. Enseguida se nos escapa la palabra fuerte, el gesto destemplado, la discusión violenta. Aún no hemos limado suficientemente nuestras garras. Nos falta mansedumbre: nos falta dominio de nuestros peores instintos.

Y no te faltarán, seguro, los consabidos resentimientos, los rechazos íntimos, las ofensas no perdonadas, los odios no extinguidos. Todo un material inflamable que en cualquier momento puede originar un desastre psicológico.

La paz de Cristo te curará todas estas heridas; será el árbitro en el juego de tus pasiones y te dará fuerza para vencerte a ti mismo.

-Paz en la sociedad

Constatamos asombrosos avances, impensables hace poco más de un año, a nivel de bloques y naciones, cara al desarme, el entendimiento y la integración de los pueblos. Pero también somos conscientes de la cantidad de muros que quedan aún por derribar para que la paz progrese en el mundo: muros económicos, políticos, militares, raciales: muros de incomprensión, de insolidaridad, de injusticia, de egoísmo: muros incluso culturales y religiosos. Nada digamos de los problemas acumulados en el Oriente Medio, todo un volcán de petróleo que puede incendiarse en cualquier momento.

Si nos fijamos más en la sociedad que tenemos cerca, en el ambiente que nos toca vivir, captaremos fácilmente una gran falta de paz y tranquilidad. Se vive nerviosa y agresivamente; por cualquier motivo gritamos, amenazamos, nos enfurecemos. Lo podemos constatar no sólo en los deportes y grandes espectáculos, no sólo en el tráfico y en las colas de espera, no sólo en las manifestaciones y reivindicaciones de todo tipo, sino en el mismo diálogo coloquial, en el que ya no se utilizan términos moderados, sino las palabras más fuertes y agresivas de nuestra lengua, los tacos más soeces, con obligada referencia a lo genital o lo fecal, los gestos más obscenos. El tono de la vida es agrio, resentido y maloliente. Esta sociedad se ahoga en la grosería. Dan ganas de repetir lo que el fino y gran humanista Tomás Moro decía de Lutero, de expresiones soeces en demasía: que había que dejarle en sus letrinas "cum suis merdis et stercoribus cacantem cacatumque".

Los sociólogos y psicólogos tendrán buen trabajo para encontrar las raíces de estos comportamientos agresivos: desde la competitividad a la insatisfacción, desde las prisas a la masificación, desde las injusticias a la impaciencia. Pero lo que nosotros hoy podemos asegurar es que la paz de Jesucristo es algo muy delicado y exigente, y nos podemos dar cuenta de que, aunque no andemos a tiros y navajazos, no vivimos la paz.

Por eso la pedimos hoy a Nuestro Señor Jesucristo, niño de ocho días; que conceda al mundo y a esta sociedad nuestra su paz: su paz, que es alegría y equilibrio y respeto y libertad y amor. Y pedimos que haga de nosotros instrumentos de su paz; que sepamos llevar a nuestros ambientes un poco de serenidad y buen gusto: que la palabra sea adecuada, el gesto confiado, el talante alegre, el trato amistoso; que no amemos la fuerza, sino que seamos fuertes en el amor.

-Paz en toda la creación PAZ/ECOLOGISMO ECOLOGISMO/MORAL 

No sólo hay que estar en paz con los hombres, sino con la naturaleza: no sólo en paz con los hombres de hoy, sino con los de mañana. El hombre, movido por su ambición y su ceguera, ha llevado la guerra no sólo a los propios hombres, sino a todos los seres de esta tierra, poniendo en peligro la propia subsistencia. En vez de ser el cultivador del paraíso, ha sido su insaciable depredador.

Hoy, desde todos los foros, se esta dando la voz de alarma. Pero el hombre es tardo para comprender y duro de convencer cuando se pone en peligro su interés inmediato. Juan Pablo II nos aleccionaba convenientemente sobre este tema el año pasado. La paz, decía, está amenazada también «por la falta del debido respeto a la naturaleza, la explotación desordenada de sus recursos y el deterioro progresivo de la calidad de vida». «Hoy la cuestión ecológica es un problema moral». En la Asamblea Ecuménica de Basilea -1989- fue también un tema estrella: «Han desaparecido miles de especies diferentes de animales y plantas. Es evidente que la humanidad ha causado daños irreparables en la naturaleza. En los últimos veinte años los informes científicos han subrayado sin cesar los efectos ecológicos nocivos provocados por la industria y la agricultura de la sociedad tecnológica. El "efecto invernadero" y el deterioro de la capa de ozono hacen precisa la adopción de medidas urgentes y coordinadas a nivel mundial". Por eso se concluía que: "Convertirse a Dios significa en la actualidad también comprometerse a superar:

-- Las divisiones entre la humanidad y el resto de la creación.

-- La dominación de los seres humanos hacia la naturaleza...". El arco iris de la paz debe alcanzar a la creación entera. A ella debe llegar también la paz de Jesucristo. «La creación, en efecto. fue sometida a la vanidad, no espontáneamente, sino por aquel que la sometió, en la esperanza de ser liberada de la servidumbre de la corrupción... La creación entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto» (/Rm/08/20-22). ¿No escucha el hombre estos gemidos?

Hemos de ser conscientes de que la destrucción o el abuso desconsiderado de la naturaleza es un problema moral. No somos los dueños, sino los cultivadores de este mundo. No sólo no debemos destruirlo ni contaminarlo. sino dejarlo más limpio y habitable. Así, es pecado contra la paz:

Decálogo de la paz ecológica

-Matar los seres vivos por el gusto de matar. Todo tipo de guerra es contrario a la paz.

-Provocar o permitir desastres ecológicos.

-Poner en peligro las condiciones de vida humana para el futuro.

-No mantener una relación armoniosa entre el hombre y la naturaleza.

-No esforzarse por salvaguardar la casa terrestre; hay que ser consciente de que hasta plantar un árbol puede ser importante.

-Pensar, por ejemplo, que el Sahara fue en otros tiempos un paraíso terrestre, reducido hoy a arena estéril por la explotación inconsiderada del hombre, algunos milenios antes de nuestra era.

-Agotamiento salvaje de las fuentes de la vida animal y vegetal. Por ejemplo, los mares y océanos están cada vez más viciados y sobreexplotados por una pesca irracional. Algunos mares merecen el calificativo de "cloacas", en los que toda vida se va haciendo imposible.

-No hacer nada por impedir la desertización creciente, la destrucción del ozono, las lluvias ácidas, el aumento de la temperatura media, la reducción de las especies animales y vegetales.

-No evitar las manipulaciones genéticas.

-No dar solución a los problemas del hambre.

Si lo ponemos en positivo, tendríamos un buen decálogo de paz ecológica. "Que no haya más diluvios que destruyan la tierra". Que Dios siga viendo como "muy bueno" todo lo que él ha creado.

IDEAS PRINCIPALES PARA LA HOMILÍA

1. Brindamos por el año nuevo, nos felicitamos y pedimos la bendición de Dios. Aunque pasen los años, no tememos, porque Dios renueva nuestra juventud, porque Cristo nos hace señores del tiempo. Dios nos está siempre creando y recreando. Cristo me regala la vida que no envejece.

2. El Señor nos bendice con su paz. Esta paz es el gran don que Jesús nos regala y nos ofrece. Quiere, en primer lugar, que haya paz dentro de nosotros, que cada uno se reconcilie consigo mismo y que sea artesano de la paz. Que la paz prevalezca también en todos los ambientes, en las relaciones entre los hombres y entre los pueblos. Que la paz se extienda, en fin, a la naturaleza y a la creación entera.

CARITAS
UN AMOR ASI DE GRANDE
ADVIENTO Y NAVIDAD 1990/90-2.Págs. 152-157


16..

Frase evangélica: «Se volvieron dando gloria y alabanza a Dios»

Tema de predicación: LA PAZ, DON Y QUEHACER

1. El anuncio del nacimiento del Señor invita a pregonarlo «apresuradamente». María acude rauda a visitar a Isabel, y los pastores se apresuran a descubrir a Jesús. Asociados al coro angélico, los pastores dan «gloria y alabanza a Dios», porque se ha instaurado la paz.

2. La paz no es ausencia de guerra (mera tregua) ni equilibrio de fuerzas adversarias (guerra fría) ni situación de calma impuesta (orden público). La paz es «Shalom», armonía con Dios, con los hermanos y con la creación: es felicidad espiritual y material, consecuencia de la justicia, la libertad y el amor.

3. La paz es un don de Dios en Cristo. «príncipe de la paz". A la hora del nacimiento de Jesús, el mensaje que los ángeles pregonan es: "paz a los hombres que Dios ama". La paz es, asimismo, una tarea de todos y de cada uno (GS 78). Es responsabilidad común de la persona entera, porque es una aspiración profunda; es consecuencia del respeto a la dignidad personal; es cultura solidaria, bienes compartidos, sociedad justa. Pero la paz está amenazada constantemente por el pecado personal y social. No es algo del todo hecho, sino un constante quehacer.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

Al decir «feliz año nuevo», ¿qué deseamos de verdad?

¿Empezamos el nuevo año en paz?

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 177 s.


17.

1. Doble concepción de María

A nadie -nos referimos a los cristianos- le extraña que llamemos a María «Madre de Dios» o «Madre de Jesús». Desde pequeños, en el rezo del Avemaría nos hemos acostumbrado a esta fórmula. Hoy procuraremos que la fórmula sea algo más. ¿Por qué fue madre y en qué sentido? ¿Qué papel jugó María al lado de su hijo? ¿Qué sentido tiene hoy el culto y la devoción a María? Muchas son las preguntas que nos pudiéramos hacer. Sin embargo, todo lo que pudiéramos decir o meditar sobre María reposa sobre una base fundamental: fue la madre de Jesús.

El evangelista que sigue todas las alternativas de esta maternidad es Lucas, quien, como ya hemos insinuado en otras oportunidades, presenta a María como modelo de fe. Fue la fe y no la carne lo que engendró en ella a Jesús.

Es evidente que María fue madre en el sentido común y corriente de la palabra: gestó el feto, dio a luz al niño, lo amamantó y crió, etc.

Pero Lucas nos urge a ir un poco más al fondo de la cuestión: gestar a Jesús no es un simple proceso biológico. Es también un proceso de fe, para que el hijo sea realmente reconocido como «Jesús», el Salvador, tal como el ángel lo anunciara; es decir, tal como estaba en los designios de Dios.

Como dice san Ambrosio: «Por eso concibió doblemente a su hijo: por la fe en su alma y por la maternidad en su seno.» Quizá a alguno le extrañe que hablemos de la fe de María, por cierta imagen un tanto mitificada que tenemos de ella, como si hubiese sido un agente pasivo que recibió determinada visión divina, que comprendió todo en un instante sin necesitar, como nosotros, crecer en su fe, ni meditar, ni orar para descubrir el sentido de su misión de madre.

Plantear así las cosas es negar lo que dicen los evangelios, por un lado; y por otro, es negarle a María una auténtica personalidad y humanidad. María es grande y, como solemos decir, santísima, no porque todo lo recibió de arriba y sin mayor esfuerzo, sino porque a través de un oscuro camino -lleno de lágrimas e incomprensiones- fue describiendo y aceptando su específico papel en la obra salvadora, asumiendo hasta la cruz el proceso redentor de su hijo.

El «Hágase en mí según tu palabra» es el resumen de las actitudes de María; es la manifestación de su gran pobreza de espíritu, de su disponibilidad, de su ofrenda, de su amor maduro, tal como lo vimos en la reflexión anterior. Por todo esto decimos que «engendró en la fe a su hijo Jesús». Siguiendo a los evangelistas podemos descubrir algunos elementos o pasos de esa fe.

2. Fe en un camino oscuro

Un primer elemento lo tenemos en la Anunciación del ángel Gabriel. María se estaba preparando para su casamiento con José según las normas hebreas. De pronto, Dios irrumpe en su vida y le revela un plan: engendrar por obra del Espíritu a un niño, el Salvador. María se turba, se inquieta, se pregunta cómo podría ser tal cosa. Luego da su sí. Pero un Sí que debe transitar por un camino oscuro. Mateo nos habla de la situación que se le planteará a José al ver a su esposa embarazada.

Cualquiera sea el género literario de estos relatos, nadie puede dudar de la intención de Lucas: poner de manifiesto la disponibilidad de María, pero también la complicada situación en la que se vio envuelta, caminando casi a ciegas bajo la guía del Espíritu, que la orientaba hacia una empresa cuyos alcances aún no vislumbraba.

María, en aquella época una joven casi adolescente, acepta con responsabilidad su misión, y como le dirá Isabel: «Feliz eres porque has creído que se cumplirán las cosas que te fueron dichas.» Dios le exige una total entrega y confianza, le exige fe, y la fe más difícil; una fe que debe superar problemas de relación con José, con sus padres, con los vecinos...

Lo que nos llama la atención en esta fe es su transparencia, su total ausencia de cálculos y especulaciones, su espera confiada, su desinterés absoluto.

M/FE: Creyó que «nada es imposible para Dios»: por eso creyó en su maternidad y en la de Isabel, la anciana estéril.

Si para nosotros es un acto de fe descubrir en cada hombre el rostro de Cristo, fue acto de fe en María descubrir que lo gestado en ella era Jesús, el Salvador de Israel. Otro momento de fe ya lo hemos reflexionado en el nacimiento de Jesús, cuando los pastores cuentan todo lo que han visto y oído: María calla, acopia elementos y los medita.

Lo mismo sucede ante el anuncio de Simeón y cuando el niño, ya adolescente, luego de haber sido buscado angustiosamente por tres días, da aquella misteriosa respuesta: «¿No sabéis que yo debo ocuparme en las cosas de mi Padre?» Y Lucas agrega: «Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio.» Lucas, que no hace historia en el sentido moderno de la palabra, sino teología de los acontecimientos, nos deja así entrever el revés de la trama: la oscuridad en la que se movió María a lo largo de los años de Jesús, oscuridad de la que no la libró el mismo Jesús, a tenor de los datos evangélicos.

María no se desalienta y, al poco tiempo, la vemos acompañando a Jesús en sus predicaciones. No dudamos en afirmar que fue la primera oyente de su hijo y la primera creyente, como asimismo la primera testigo de sus milagros; así lo señala Juan en el capítulo segundo de su evangelio al referirse al primer signo de Jesús en Caná de Galilea. Allí recibió cierta respuesta de Jesús que la debió dejar azorada, como cuando quiso apartar a Jesús de la multitud ante la presión de los parientes, que lo consideraban loco, y recibió aquella otra respuesta: «Mi madre y mis hermanos son aquellos que escuchan la palabra de Dios y la practican» (Lc 8,19-21).

El mismo Lucas consigna otro significativo dato: cuando Jesús escucha cierta alabanza que una mujer hizo de su madre, él replica: «Felices más bien los que escuchan la palabra de Dios y la ponen en práctica» (Lc 11,27-28).

Todos estos datos condensados crudamente en los evangelios, lejos de aminorar la figura de María, le confieren toda su grandeza: si toda madre es grande a los ojos de sus hijos por el proceso de gestación y crianza, cuanto más grande es María por su fe al escuchar a su propio hijo y aprender de él mismo el lugar que le correspondía ocupar a su lado: lugar de discreción y de búsqueda.

En otras palabras: María recibe en su seno la Palabra de Dios que irá gestando en ella la figura de su hijo: el hijo de la fe.

Descubrimos así otra faceta de este proceso: la misma María es engendrada a la fe por su propio hijo, a quien escucha y sigue, y a quien se asocia al pie de la cruz. Por eso los cristianos descubrimos en ella a la primera creyente y al modelo de todo creyente. Finalmente, como parte integrante de la comunidad cristiana y casi como símbolo de la misma, la vemos en Pentecostés, junto a los demás apóstoles y discípulos, esperando al Espíritu Santo, quien según la promesa de Jesús "les enseñaría todas las cosas".

3. Comunidad y fe

Podemos ahora comprender mejor el texto de Pablo en su Carta a los Gálatas (segunda lectura).

Jesús nace de una mujer y está sujeto a la ley. Es su nacimiento carnal por el que se transforma en hombre. Y continúa Pablo: «para rescatar a los que estaban bajo la ley y para que recibiéramos el ser hijos por adopción».

Y somos hijos porque «envió a nuestros corazones el Espíritu de su Hijo que clama: ¡Padre!».

En su carta, Pablo nos hace descubrir que, a partir de la resurrección de Cristo, ya no tienen valor los antiguos esquemas basados en la sangre, el parentesco o la raza, pues todos sin excepción renacemos a la fe en Cristo por el mismo y único nacimiento del Espíritu.

La comunidad cristiana, cuyo símbolo es María, es el nuevo seno que engendra a los nuevos hijos adoptivos de Dios por obra del Espíritu Santo. Así todo lo acontecido en María es figura simbólica de un proceso mucho más universal: todos somos los cristos nacidos a impulsos de la acción del Espíritu.

María, la primera creyente, la primera redimida por la fe, es el modelo de la comunidad cristiana que, haciendo suyos los sentimientos de María, puede también ella dar a luz al hombre nuevo, al hombre liberado de la ley, de la sangre, de la raza y del pecado.

Concluyendo...

A veces escuchamos a gente que dice: "A María le fue fácil creer, pues estaba muy cerca de Jesús; en cambio, cuánto nos cuesta a nosotros..." Hemos visto con datos de los mismos evangelios que los hechos contradicen tal afirmación.

Para ella, Jesús fue como una espada de dolor y un signo de contradicción: en el dolor descubrió que ese cuerpo colgado en la cruz y abandonado por todos, era no solamente su hijo sino el Salvador del mundo.

Hoy los cristianos debemos rescatar esa imagen de María, tal como la presenta la Palabra de Dios. Descubrir en María el modelo más cercano a nosotros y más accesible para nuestro camino de fe. María no es la semidiosa ni la figura etérea que en nuestra imaginación hemos elaborado y que cierta teología ha difundido. María es la creyente que, como en dos oportunidades lo dijo el mismo Jesús, «escuchó la Palabra de Dios y la puso en práctica»; o como dijo ella misma: «Esta es la servidora del Señor: que se cumpla en mí según tu Palabra".

María, en su escucha atenta, en su recogimiento, en su meditación, en su espera y confianza, en su entrega generosa, en su dolor asumido valientemente..., hoy nos dice: «Mi alma canta al Señor, porque ha puesto lo ojos en la humildad de su servidora...» (Lc 1,46).

SANTOS BENETTI
CRUZAR LA FRONTERA. Ciclo A. 1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1977.Págs. 138 ss.


18.

LA MADRE

María conservaba todas estas cosas en su corazón.

A muchos puede extrañar que la Iglesia haga coincidir el primer día del nuevo año civil con la fiesta de Santa María Madre de Dios.

Y sin embargo, es significativo que, desde el siglo IV, la Iglesia, después de celebrar solemnemente el nacimiento del Salvador, desee comenzar el año nuevo bajo la protección maternal de María, Madre del Salvador y Madre nuestra.

Los cristianos de hoy nos tenemos que preguntar qué hemos hecho de María estos últimos años, pues probablemente hemos empobrecido nuestra fe eliminándola demasiado de nuestra vida.

Movidos, sin duda, por una voluntad sincera de purificar nuestra vivencia religiosa y encontrar una fe más sólida, hemos abandonado excesos piadosos, devociones exageradas, costumbres superficiales y extraviadas.

Hemos cuidado de superar una falsa mariolatría en la que, tal vez, sustituíamos a Cristo por María y veíamos en Ella la salvación, el perdón y la redención que, en realidad, hemos de acoger desde su Hijo.

Si todo ha sido corregir desviaciones y colocar a María en el lugar auténtico que le corresponde como Madre de Jesucristo y Madre de la Iglesia, nos tendríamos que alegrar y reafirmar en nuestra postura.

Pero, ¿ha sido exactamente así? ¿No la hemos olvidado excesivamente? ¿No la hemos arrinconado en algún lugar oscuro del alma junto a las cosas que nos parecen de poca utilidad?

Un abandono de María, sin ahondar más en su misión y en el lugar que ha de ocupar en nuestra vida, no enriquecerá jamás nuestra vivencia cristiana sino que la empobrecerá. Probablemente hemos cometido excesos de mariolatría en el pasado, pero ahora corremos el riesgo de empobrecernos con su ausencia casi total en nuestras vidas.

María es la Madre de Cristo. Pero aquel Cristo que nació de su seno estaba destinado a crecer e incorporar a sí numerosos hermanos, hombres y mujeres que vivirían un día de su Palabra y de su gracia. Hoy María no es sólo Madre de Jesucristo. Es la Madre del Cristo total. Es la Madre de todos los creyentes.

Es bueno que, al comenzar un año nuevo, lo hagamos elevando nuestros ojos hacia María. Ella nos acompañará a lo largo de los días con cuidado y ternura de madre. Ella cuidará nuestra fe y nuestra esperanza. No la olvidemos a lo largo del año.

JOSE ANTONIO PAGOLA
BUENAS NOTICIAS NAVARRA 1985.Pág. 27 s.


19.

1. María, mujer y madre

No hay duda de que la figura de María ha sido objeto de muy distinta consideración a lo largo de la historia de Ia Iglesia, y de que aún hoy serán pocos los cristianos que sepan a ciencia cierta cuál fue el papel real que desempeñó durante la vida pública de Jesús y en los primeros años del cristianismo.

Lo cierto es que María llegó a ocupar con el tiempo un lugar de primerísima importancia en el dogma y en el culto cristianos hasta el punto de que esto provocó una actitud radicalmente contraria, siendo éste uno de los problemas que tradicionalmente dividieron, por ejemplo, a católicos y protestantes.

Pero aun dentro del catolicismo no parece existir mucha unidad de criterios sobre el tema, y justo es reconocer que en estas décadas de renovación cristiana, el problema mariano no ha quedado bien clarificado, al menos desde un punto de vista práctico y pastoral.

M/DEVOCION: Son varios los motivos que nos perjudican en una clara visión del papel de María en la fe cristiana, y será necesario que aludamos a ellos a fin de que, al menos, tengamos un planteo claro de la situación.

--Gran parte de la desconfianza con que muchos miran hoy a María se debe, precisamente, a un culto excesivamente florido a María, no siempre sostenido por datos del evangelio y de la teología.

Mientras nos confunden la multitud de «devociones marianas», surgidas muchas de ellas a raíz de visiones o apariciones de escaso fundamento histórico, nos preocupa un cierto "endiosamiento" de María, no siempre exento de superstición, magia y folclore.

Es evidente que se llegó a auténticas exageraciones al ensalzar el papel cumplido por María en la redención y su posterior papel en la vida de la Iglesia; exageraciones que provocaron, en más de una oportunidad, la reacción oficial de la Iglesia.

Lo más lamentable fue, quizá, la superficialidad de cierta teología y culto marianos, al margen de los datos evangélicos y de la tradición cristiana; como, asimismo, el sentimentalismo surgido alrededor de ciertas devociones o lugares de culto.

Sabido es que en el Nuevo Testamento encontramos muy escasos datos sobre María, y los más importantes, los relativos al nacimiento de Jesús -son exclusivos de dos evangelistas y no parecen pertenecer al núcleo más primitivo de los evangelios. Esto crea una dificultad casi insalvable en el momento de precisar el significado de María y su lugar en la fe cristiana.

De ahí que podamos extraer una primera y provisional conclusión: No podemos hablar de María sino a partir de los datos evangélicos y de la posterior historia del dogma cristiano. Tampoco podemos hablar de María como si su culto entrara en "competencia" con el de Jesús, ya que Jesús es el centro indiscutible de nuestra fe, y sólo por su relación con Jesús tiene María un lugar especial en nuestra consideración. No en balde celebramos hoy la festividad de María como madre de Jesús, pues es su relación materna con Jesús el punto de partida de cualquier consideración sobre María.

--Sin embargo, y sin restarles importancia a las anteriores consideraciones, hay otros motivos mucho más cercanos a nosotros que pusieron en cuestión y sobre el tapete todo el sentido de la devoción a María.

Nos referimos al despertar de la conciencia femenina en un mundo en el que la mujer estaba relegada a un papel harto secundario, formando una verdadera porción subdesarrollada de la humanidad.

Desde los primeros siglos María fue considerada como un modelo o prototipo de la mujer cristiana, y, a pesar de que con el tiempo su figura sufrió un proceso de mitificación tal, que más pareció objeto de admiración que de imitación, lo cierto es que a las mujeres cristianas se las convoca para expresar su femineidad conforme al molde mariano.

Y es aquí donde surgen las mayores complicaciones, dada la confusión que reina entre los cristianos sobre la identidad de María. En particular, son ciertos hechos los más cuestionados:

Mientras que, normalmente, la mujer se realiza por la maternidad y la vida matrimonial, en María se puso el acento en su virginidad, a menudo confundida y relacionada íntimamente con la inmaculada concepción. De esta manera, la maternidad de María, cuya festividad hoy conmemoramos, no solamente quedaba relegada a un segundo plano, sino que parecía no llegar a ser verdadera maternidad, dadas ciertas explicaciones fisiológicas de la virginidad.

El tabú sexual y el desprecio por todo lo relacionado con las actividades sexuales, características del cristianismo occidental, desexualizaron a María de tal manera que ninguna mujer podía verse en ella reflejada. María se transformó más bien en mito y signo de virginidad absoluta, ideal que si puede ser planteado para las religiosas, de ninguna manera es el camino de la casi totalidad de las mujeres.

Felizmente la mentalidad cristiana actual ha cambiado lo suficiente como para, al menos, revalorizar el matrimonio y el carácter sexual del hombre y de la mujer. Pero, preguntan muchas mujeres, ¿se revalorizará también la vida matrimonial y la maternidad plena de María? En otra oportunidad aludimos a que, por lo general, el concepto de santidad cristiana excluye casi categóricamente la experiencia y el goce sexual, como si fuesen incompatibles.

Es una lástima que se tenga un concepto tan pobre, no sólo de la sexualidad, sino de Dios que es su autor, y a cuya imagen (Dios dador de vida) fue creada.

Hoy la liturgia celebra la maternidad de María, auténtico fundamento de toda la teología, culto y devoción marianos. Sería interesante que, particularmente las mujeres cristianas, dedicaran un tiempo a hacernos descubrir al resto de los cristianos -particularmente a los miembros de la jerarquía y sacerdotes- qué significa ser madre, qué implica a nivel fisiológico y psicológico, qué supone, qué aporta a la misma madre, qué representa para el hijo y el esposo, etc. Si María fue totalmente madre, y no hay por qué dudarlo, es hora de que nos liberemos de mitificaciones y prejuicios para volver a la realidad a esta mujer que engendró, dio a luz, amamantó y educó a Jesús, el salvador.

2. María y la dignificación de la mujer

Pero existen otros motivos para que se dé la escasa significación que hoy tiene María para nuestras mujeres. Con razón, la mujer contemporánea lucha por una igualdad de derechos con el hombre. Si bien el hombre y la mujer son distintos y complementarios, sin embargo ambos gozan de los mismos derechos y deben tener las mismas oportunidades de desarrollo.

En nuestra sociedad machista, hecha y dirigida por hombres, es indudable que la mujer fue relegada a un segundo plano, como si "niños y mujeres" formaran el mismo grupo. Hoy la mujer toma conciencia de que ha sido infantilizada, negándosele capacidad y responsabilidad en el terreno político, social, científico, religioso, etc.

Podríamos aquí hacernos este cuestionamiento: la figura de María, tal como ha sido presentada tradicionalmente, ¿fomenta el desarrollo pleno de la mujer o más bien colabora en su estado de infantilismo y sometimiento? ¿No ha sido muchas veces la devoción a María la salvaguarda de sistemas y regímenes autoritarios en los que, precisamente, la mujer no tenía ninguna función que cumplir? ¿No han sido los dogmas y devociones marianos el baluarte de la intransigencia religiosa y del conservadurismo social? Sin caer en el extremo opuesto de decir que María fue una guerrillera o la fundadora de algún movimiento de liberación de la mujer, lo que si está claro es que su figura fue usada y manoseada con vistas a defender sistemas e ideologías. Como cristianos, tenemos la obligación de acabar con este abuso, volviendo una vez más a los pocos pero precisos datos del evangelio.

M/LIBERACION-MUJER: En la mentalidad de Lucas, María representa a la comunidad de los «pobres de Yavé» que, a pesar de la opresión que padecen, confían en el Señor para conseguir su liberación.

El cántico del Magnificat no tiene nada de burgués, ni de infantil ni de conservador. Es el grito de triunfo de los alienados y oprimidos que ven caer de sus pedestales a los ricos opresores...

Podemos, pues, hacernos un nuevo cuestionamiento:

¿Fue la Iglesia, a lo largo del tiempo, fiel al espíritu que transmiten los textos evangélicos relativos a María? Es cierto que en tiempos de Jesús no se podía ni soñar con la liberación femenina tal como hoy la postulamos; otras eran las circunstancias sociales... Y, sin embargo, ¡qué importante lugar le asignan los evangelistas, no solamente a María, sino a las mujeres que acompañan a Jesús hasta el pie de la cruz y que son las primeras en reconocerlo como resucitado! Lo cierto es que la mujer no ha conseguido en la Iglesia el mismo lugar y los mismos derechos que está consiguiendo en la sociedad; que nunca fue escuchada para la solución de los problemas que le atañen; que se le cierra la puerta para una participación más digna y plena en las responsabilidades comunes a todos los cristianos... En fin, que el ensalzamiento de María no ha sido correspondido con la dignificación de la mujer.

Estamos en una etapa de transición cultural: por lo tanto, etapa de elaboración de un nuevo proyecto humano. ¿Cuál es el proyecto cristiano sobre la mujer? ¿Qué lugar se piensa asignarle en la comunidad cristiana? ¿Seguirá siendo la «maternidad» la excusa para relegarla a un foro exclusivamente doméstico, como si la capacidad creadora de la mujer se agotara en la procreación del hijo? Un día como éste de año nuevo no es el día más indicado para lanzarnos a una profundización de este tema tan candente..., pero, al menos, que quede en nosotros la inquietud y preocupación de asignarle a la mujer el papel y la función que le concierne en la reconstrucción de nuestra sociedad y en la vida de la Iglesia.

Mientras esto no suceda, todo lo que digamos de María, la madre de Jesús, puede sonar a simple hipocresía.

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B.1º
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 118 ss.