SAN AGUSTÍN COMENTA EL EVANGELIO DE LA VIGILIA

 

Jn 21,15-19: Tienes dónde mostrar tu amor hacia mí

Ya vivo, una vez vencida la muerte, Jesús interpeló al apóstol Pedro, aquel presuntuoso que luego le negó, preguntándole: Simón, hijo de Jonás -pues éste era el nombre de Pedro-, ¿me amas? Pedro le respondió lo que experimentaba en su corazón. Si Pedro le respondió conforme a lo que pensaba en su corazón, ¿por qué hizo tal pregunta el Señor, que veía los corazones? Por eso también Pedro se extrañó y escuchaba con cierto malestar a quien le preguntaba lo que él sabía que no ignoraba. Le pregunta por primera vez ¿Me amas? Le respondió: Señor, tú sabes que te amo. Luego otra vez: ¿Me amas? -Señor, tú sabes todo, y sabes que te amo. Aún por tercera vez. Pedro se entristeció. ¿Por qué te entristeces, Pedro? ¿Por qué has respondido por tres veces que me amas? ¿Has olvidado ya aquel triple temor? Permite que te interrogue el Señor; es el médico quien te interroga, y el interrogatorio lo hace con la mirada puesta en tu salud. No te afecte la reiteración. Espera; hay que completar el número de confesiones de amor, para que destruya el de las negaciones.

Siempre, es decir, cada vez que le pregunta, el Señor confía a Pedro que le declara su amor, sus corderos, diciéndole: Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas (Jn 21,15-17), como si dijera: «¿Qué crees que significa para mí el que tú me amas? Muéstrame tu amor en tus ovejas. ¿Qué significa para mí tu amor, si he sido yo mismo quien te ha concedido el amarme? Pero tienes dónde mostrar tu amor hacia mí, dónde ejercitarlo: apacienta mis corderos».

Hasta qué punto han de ser apacentados los corderos del Señor y con cuánto amor han de serlo las ovejas compradas a tan elevado precio, lo manifestó en lo que sigue. En efecto, después que Pedro, en su triple respuesta, como triple había sido su negación, confesó que amaba al Señor, cuando le fueron encomendadas las ovejas, escuchó lo referente a la propia pasión futura. Aquí manifestó el Señor que aquellos a quienes él confía sus ovejas debían amarlas hasta estar dispuestos a morir por ellas. Así lo dice el mismo Juan en su carta: Como Cristo entregó su vida por nosotros, así debemos entregarla también nosotros por los hermanos (1 Jn 3,16).

Con soberbia presunción había respondido al Señor, cuando le dijo: Entregaré mi vida por ti (Jn 13,37). Aún no había recibido la fuerza necesaria para cumplir la promesa. Ahora va a ser colmado de amor para que pueda cumplirla. Por eso le pregunta: ¿Me amas? Y él responde: Te amo. Sólo el amor puede cumplir esto. «Entonces, Pedro, ¿qué? ¿Qué temías cuando lo negaste? Lo único que temías era morir. Habla contigo, estando en vida, quien tú viste muerto. No temas ya la muerte; ha sido vencida en aquel cuya muerte temías tú. Colgó de la cruz, fue taladrado con clavos, entregó su espíritu, fue traspasado por una lanza y colocado en el sepulcro. Eso temías tú cuando lo negaste; eso temías sufrir; y, temiendo la muerte, negaste la vida. Comprende ahora: cuando temiste morir fue cuando en verdad moriste». Murió al negarlo y resucitó al llorar.

¿Por qué le dice a continuación: Sígueme? Porque conocía que estaba ya en condiciones para ello. En efecto, si recordáis o, mejor, como recuerdan quienes lo leyeron -recuérdenlo también quienes lo han leído y olvidado o conózcanlo quienes no lo han leído-, Pedro le había dicho: Te seguiré a donde quiera que vayas. Y el Señor le respondió: Ahora no puedes seguirme; me seguirás luego (Jn 13,36). Ahora -le dijo- no puedes. Tú lo prometes, pero yo conozco tus fuerzas; examino el latido de tu corazón, y como a un enfermo, le diagnostico la verdad: No puedes seguirme ahora. Pero este diagnóstico no debe ser motivo de desesperación, pues añadió estas palabras: Me seguirás luego. Sanarás y me seguirás. Pero ahora, viendo el estado de su corazón y el don del amor que ha hecho a su alma, le dice: Sígueme. Yo que antes te había dicho: Ahora no puedes, te digo: «Sígueme ahora».

Sermón 253,1-3