14 HOMILÍAS PARA EL CICLO B
1-8

 

1. TRI/MISTERIO: El que se diga como refrán "esto es más difícil de entender que el Misterio de la Santísima Trinidad", no hace a los creyentes un flaco servicio. Misterio suena entonces a acertijo indescifrable, a cosa oculta e inalcanzable. Así la Trinidad Santa, que se nos ha revelado para que nos sumerjamos vitalmente en ella, queda reducida a curiosa pieza de museo, por la que sólo puedan interesarse sesudos expertos cuya inteligencia, por encima de lo normal, les permite el lujo de dialogar o discutir sobre temas tan intrincados.

Son cosas que pasan cuando la Revelación se desengancha de la vida y se asienta fríamente en el campo intelectual. Lo reconfortante del texto del Deuteronomio que leemos hoy, es justamente lo contrario: ver que Israel no llega al conocimiento de Dios por la vía intelectualista, sino por la de la historia: "¿Quién es Dios? Repasa tu historia, Israel, y contempla cómo El ha actuado contigo. Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón que el Señor es el único Dios... y sigue los caminos que El te marca para que seas feliz". No es que el sol sea una cosa oscura. Al contrario es pura luz.

Es cierto que mirarlo de frente nos ofusca, pero bien aprovechamos su luz y su energía que vivifican. El misterio, no es que sea oscuro; es que nos supera. Es una verdad, que siempre nos salva, pero que nunca agotamos. Misterio, en su sentido bíblico -me dicen los expertos- no tiene nada que ver con cosa dificilísima de entender, o con verdad imposible, hasta para los más inteligentes. Tiene que ver con cosa secreta, con tesoro escondido. Dios lo revela a los hombres por medio de sus santos Apóstoles y Profetas -por Jesús sobre todo-, pero tan infinita es su grandeza que no la apuramos.

La idea de los secretos de Dios es muy querida para Israel. Estos secretos atañen particularmente al designio de salvación que Dios realiza en la historia. También San Pablo nos habla del "misterio escondido en Dios", pero revelado a los hombre para que "unidos íntimamente en el amor, alcancen en toda su riqueza la plena inteligencia y el perfecto conocimiento del Misterio de Dios, en el que están ocultos todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia".

Ningún sabio llegará a agotar la carga teológica trinitaria que se refleja en el breve texto de la Carta a los Romanos que hoy se proclama, pero a los creyentes les es dado sumergirse en él.

Estoy seguro de que muchos creyentes disfrutarán hoy cuando llegue a sus oídos la revelación del Misterio: que el Espíritu nos hace gritar: ¡Abba! (Padre); y que somos hijos de Dios, con derecho a participar en la herencia del Hijo nuestro hermano. ¿A quién revelas tu intimidad, querido lector, sino a los íntimos? Aun con ellos te resulta costoso, pero fuera de ellos no cabe hacerlo. Íntimos nos quiere Dios y por eso nos revela su intimidad. Hay en El una Naturaleza y tres Personas. Es Uno y Tres a la vez. Esta es la torrentera de vida que de El fluye: unidad y diversidad. Personalidad propia de Tres y comunión absoluta. Justamente lo que a los hombres nos resulta imposible: que nuestro yo se realice comunicándolo. "Ya no os llamo siervos; a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre, os lo he dado a conocer".

MIGUEL FLAMARIQUE VALERDI
ESCRUTAD LAS ESCRITURAS
REFLEXIONES SOBRE EL CICLO B
Desclee de Brouwer BILBAO 1990. Pág. 102


 

2. LA PROXIMIDAD DE DIOS

El libro del Deuteronomio presenta aquello que Israel consideraba su gran honor: tener un Dios cercano al pueblo. Un Dios que habló al pueblo y sobre todo un Dios que se comprometió personalmente en la acción histórica de librarlo de la esclavitud. Este es el contraste del Dios de Israel con el de los pueblos de su alrededor: Israel experimenta a Dios a través de su realidad histórica.

Pero el honor de Israel no era más que preparación para lo que es el honor pleno, no de un pueblo solamente, sino de la humanidad entera: Dios no es ya solamente el Dios que se acerca, sino que es el Dios que se hace uno de los nuestros; Dios no libera ya al pueblo desde fuera, sino que libera a los hombres poniéndose junto a ellos; Dios no dice ya a los hombres qué es lo que tienen que hacer, sino que viene aquí a hacerlo para que lo veamos. Y Dios es esto, Dios no es solamente Dios-Padre que está en los cielos, sino que es también Dios-Palabra que se nos revela. Y esta proximidad tiene aún un nuevo paso. Jesucristo, el Dios-Palabra, dice que "estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (evangelio). Pero no solamente como un recuerdo, sino como algo muy profundo que se nos ha metido en el interior de cada uno de nosotros. Su Espíritu ha entrado en nuestro interior y nos convierte en hijos como El, y nos hace herederos como El (segunda lectura): tenemos, también nosotros, aquel Espíritu que une a Jesús con el Padre, el Espíritu que no dejó que experimentara la corrupción del sepulcro. Y Dios es esto: Dios-Padre que está en los cielos, es Dios-Palabra que se nos revela, es Dios-Espíritu que continúa en nuestro interior la presencia de nuestro hermano Jesucristo y hace que, verdaderamente, Dios sea un Dios cercano.

-"EN NOMBRE DEL PADRE Y DEL HIJO Y DEL ESPÍRITU SANTO" El evangelio de hoy contiene la invocación trinitaria que se nos ha hecho habitual. Y la contiene señalando la entrada de los hombres en la comunión de la fe, en el momento del bautismo. El bautismo "en el nombre del Padre y del HIjo y del Espíritu Santo" significa quedar situado en el interior de este juego denso y que continúa en los hombres, en la Iglesia y en el mundo por medio del Espíritu.

Por ello bueno será recordar hoy en la homilía que el nombre de la Trinidad indica nuestro camino cristiano. Nos marca, sobre todo, su principio, en el bautismo. Lo marca también en las muchas ocasiones en que hacemos el gesto sencillo y lleno de sentido que es la señal de la cruz (podemos recordar y valorar aquí las ocasiones en que lo hacemos en la misa, al comenzar, en el evangelio, en la bendición... y también valorar el hacerlo en tantos otros momentos).

Y lo indica, también y muy especialmente, la celebración de la Eucaristía, la plegaria eucarística. Podría ser interesante hoy explicar el sentido trinitario que la plegaria eucarística tiene, que nos indica también el papel de cada una de las tres personas en nuestra vida. La plegaria eucarística es una acción de gracias al Padre, que es el origen y el término de todo, la fuente y la plenitud de todo y de nuestra salvación. Es memorial de Jesucristo, el que vivió la vida de los hombres, siendo fiel a ella hasta la muerte, y resucitó, y está presente en medio de la asamblea. Y es invocación al Espíritu, que hacemos con las manos extendidas, como signo de su descenso sobre las ofrendas y sobre la Iglesia, porque es él quien hace que continúe entre nosotros la vida nueva de Jesucristo.

-LA MISIÓN

Al pronunciarse sobre nosotros, en el bautismo y luego a lo largo de nuestra vida, la invocación trinitaria, se nos encomienda al mismo tiempo continuar su misión. Es lo que dice el evangelio: "Id...". Es lo que leíamos el pasado domingo: "Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo. Recibid el Espíritu Santo". Para continuar lo que dice la oración colecta de hoy: "Dios, Padre todopoderoso, que has enviado al mundo la palabra de la verdad y el Espíritu de la santificación". Y nos los ha enviado para convertirnos también a nosotros en enviados que continuemos su obra.

J. LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1982, 12


 

3. Esta es la Buena Noticia, el corazón del evangelio: Dios ya no se llama Dios, sino Padre, o mejor, "Papá", que sería la expresión española más cercana a la que usaba Jesús, "abba", y que, según San Pablo, es también la que gritan, a una sola voz, el Espíritu y nuestro espíritu (Rom 8, 15-16).

VINCULADOS AL PADRE

No. Dios no es un amo. Y nosotros no somos sus siervos. A pesar de algunas expresiones que se conservan todavía en ciertas oraciones del Misal Romano. Dios no quiere siervos, quiere hijos.

Si observamos con atención la imagen de Dios que ofrecen las distintas religiones de la tierra, al menos las más conocidas, veremos que en todas ellas Dios es presentado como el amo absoluto de todas las cosas: de la vida y de la muerte, de la felicidad y de la desgracia, de las cosas y de las personas. Y esta imagen de un dios-amo acaba siempre siendo utilizada para justificar la existencia de otros amos, éstos de tejas para abajo. Esta es la inmensa revolución que se produce con el mensaje de Jesús de Nazaret: Dios ya no se llama "el Señor", se llama ¡Padre! Ya no se puede justificar ninguna esclavitud; ninguna actitud servil está justificada. Porque los hombres, para Dios, ya no son siervos, sino hijos.

A este respecto, es interesante recordar la respuesta que recibe de su padre -figura de "el Padre"- el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo (/Lc/15/11-32). Este se quejaba porque su padre, para celebrar la vuelta de su hermano menor -que había abandonado a su padre y a su familia y que volvía después de haberse dado la buena vida y de haber despilfarrado toda su herencia-, había mandado matar el ternero cebado, mientras que a él, que siempre había sido muy obediente y sumiso, jamás le había dado ni siquiera un cabrito para celebrar una fiesta con sus amigos. A esta queja el padre responde: "Hijo, ¡si tú estás siempre conmigo y todo lo mío es tuyo!" Aquel pobre muchacho era seguramente muy bueno..., pero ¡no sabía vivir como hijo! ".. en tantos años como te sirvo sin saltarme nunca un mandato tuyo..." Con estas palabras había iniciado su queja ante su padre. Y quizá porque no sabía vivir como hijo no era capaz de comportarse como hermano.

...Y AL HIJO...

No le bastó con negarse a ser amo para ser Padre; Dios quiso también ser hermano. Y en el Hombre se hizo presente en el mundo de los hombres. Y lo hizo tan en serio, que desde ese mismo momento ya no se puede llegar al Padre si no es a través del Hombre. Y no se puede ser hijo si no se quiere ser hermano. No hay más remedio que aceptarlo así, porque él así lo ha querido, o mejor, porque ésa es la realidad de Dios, porque Dios es así.

Para conocer a Dios, al Padre, tenemos que empezar por conocer a aquel que, sin demasiadas teologías, sino con su vida, con la entrega de su vida, con su muerte por amor..., ha sido y sigue siendo la explicación de Dios, a quien nadie ha visto jamás (Jn 1, 18). Y para vincularse al Padre hay que vincularse al Hijo y solidarizarse con él en la realización del proyecto de liberación que, por medio de él, el Padre ofreció y sigue ofreciendo a la humanidad: convertir este mundo en un mundo de hermanos.

...Y AL ESPÍRITU...

Ese Espíritu que nos hace hijos. Y porque nos hace hijos nos hace libres y nos hace hermanos.

El Espíritu es la vida que el Padre nos comunica, es el amor con que nos ama y la fuerza con que nos capacita para amar. Y porque es garantía y es amor, es garantía y testimonio de liberación y de libertad: "No recibisteis un espíritu que os haga esclavos y os vuelva al temor, recibisteis un espíritu que os hace hijos y que nos permite gritar ¡Abba! ¡Padre!" (Rm 8, 15).

Ya no se puede seguir diciendo que el principio de la sabiduría es temer al Señor (Prov. 1,7); el Espíritu de Jesús, que es el espíritu de amor, se encarga de que no volvamos a recaer en el temor... porque "el amor acabado echa fuera el temor" (1 Jn 4, 18). Bien están las teologías que intentan explicar cómo Dios puede ser a la vez uno y trino; pero quizá el evangelio lo que nos propone es que intentemos vivir vinculados al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo sin permitir que otras cadenas hagan ineficaz la sangre del Mesías.

RAFAEL J. GARCIA AVILES
LLAMADOS A SER LIBRES. CICLO B
EDIC. EL ALMENDRO/MADRID 1990. Pág. 109ss


 

4. DISCÍPULO:

-Bautizados en el Padre, el Hijo y. el Espíritu Santo (Mt 28, 16-20) Lo que podríamos llamar "la preocupación de la Trinidad" referente al mundo es llegar a hacer a los pueblos "discípulos". Los pueblos deberían ponerse a escuchar a la Trinidad y a cumplir los mandamientos, y de esa manera saber que el Señor está con ellos hasta el fin del mundo (Mt 18, 16-2O).

Al Hijo se le ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Jesús, después de su resurrección que le ha conferido el título de Kyrios, Señor del universo y juez, con pleno derecho confiere una misión a sus discípulos. Esta misión es fundamentalmente para la Iglesia y para el mundo. Por lo que a los Apóstoles se refiere, se trata de "hacer discípulos".

En san Marcos (13, 10; 14, 9; 16, 15) y en san Lucas (24, 47), se ve ya, que se trata de "proclamar". Pero aquí el término es más riguroso todavía; no sólo se trata de presentar el mensaje objetivamente, sino que hay que hacer entrar en él, crear una vinculación entre el mensaje y quienes lo reciben de tal modo que el mensaje transforme profundamente al que lo recibe.

En realidad, no es que sea cristiano el que se limita a escuchar meramente una doctrina y a estudiarla considerándola desde afuera, sino que todo cristiano incorpora a su vida cuanto se le proclama; todo cristiano es un discípulo. Ahora bien, esta incorporación del mensaje a la propia vida supone una fe, y ésta es un don conferido por el Espíritu en el bautismo.

¿Hay que ver en las palabras "bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" la fórmula bautismal? Por mi parte, y a pesar de los comentarios que afirman lo contrario, creo que no, opino que no puede afirmarse que en tiempo de los Apóstoles, se administrara el bautismo con la fórmula trinitaria expresada en tales términos, como si encontráramos ahí la fórmula "Yo te bautizo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo". Basta recorrer los libros litúrgicos antiguos para convencerse de que esta fórmula no aparece en la liturgia romana antes de finales del s. VII o comienzos del VIII. Sin embargo, el bautismo por inmersión se practica haciendo un triple interrogatorio acerca de la fe en cada una de las Personas de la Trinidad, respondiéndose: "Creo". Pero no se puede dudar de que las fórmulas trinitarias existen desde muy pronto, y san Pablo las utiliza frecuentemente.

¿No cabe pensar que "bautizar en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo" significa hacer entrar en la unión con la Persona del Padre, con la Persona del Hijo y con la Persona del Espíritu? En definitiva ser discípulo, ser cristiano, es vivir en unión con las Personas divinas, y el bautismo nos ha hecho contraer con ellas una íntima vinculación; en ellas hemos sido bautizados. Poco importa que se haya bautizado con o sin la fórmula "en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo", cosa que en la Iglesia latina no se ha realizado, utilizando la citada formulación, con anterioridad al s. VIII. Lo que siempre se ha verificado ha sido la inserción del bautizado en la vida trinitaria.

-Un Dios que escogió un pueblo entre los demás (Dt 4, 32-40)

Hay ciertos hechos concretos que revelan el amor. En el Señor esto se cumple en todo cuanto ha hecho por su pueblo. Su preocupación es ligarlo con él. Lo que hemos leído en el evangelio, la orden de hacer discípulos dada a los Apóstoles, por parte de Cristo significa la preocupación de crear vínculos con los pueblos, insertarlos en la vida trinitaria de Dios.

La lectura del Deuteronomio propuesta en este día (Dt 4, 32-4O), pone de relieve esta voluntad de Dios de encontrarse con el pueblo y de vincularlo a el "¿Hay algún pueblo que haya oído, como tú has oído, la voz del Dios vivo, hablando desde el fuego, y haya sobrevivido?, ¿algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras por medio de pruebas...?". Así, la historia es una continua revelación de Dios.

De esta revelación a través de los gestos de Dios, hay unas conclusiones concretas que sacar: la observancia de sus mandamientos. Tanto la lectura del evangelio como la del Deuteronomio finalizan hoy de la misma manera: ante la revelación del Dios Trino y frente a la realidad de nuestra inserción en el misterio, una actitud queda en pie y se hace cada vez más apremiante: entrar por los caminos de Dios teniendo en cuenta sus preceptos.

-El Espíritu nos hace hijos (Rm 8, 14-17) CR/HERENCIA:

Este mismo tema de la unidad con Dios es el objeto del pasaje de la carta a los Romanos. Somos hijos de Dios, coherederos con Cristo. La promesa de Dios tiene como objeto una herencia (Ef 3, 6 ; 2 Tm 1, 1; Tt 1, 2). El Espíritu que nos hizo hijos nos introduce también en la promesa.

¿Qué promesa y qué herencia son éstas? Frecuentemente se manifiesta san Pablo sobre este tema. Para él, la herencia que Dios tiene destinada a sus hijos es el Reino y la gloria (1 Tes 2, 12). Si examinamos un poco más la terminología de Pablo, encontramos numerosas expresiones equivalentes a éstas: la herencia es el Reino (1 Co 6, 9, 10; Ga 5, 21; Ef 5, 5), pero también lo es la gloria (Rm 5, 2; 8, 18; Ef 1, 8); también la vida eterna (Rm 6, 22, 23; Ga 6, 8; Tt 1, 2); y también la gloria y la vida eterna (Rm 2, 27). Esta es la herencia que nos corresponde por ser hijos.

Se trata, pues, de dejarnos "llevar" por el Espíritu. El Espíritu está constantemente actuando en nosotros: él nos lleva y lo nuestro es dejarnos llevar. Por esto escribe san Pablo que no debemos entristecer al Espíritu (Ef 4, 30).

Así, pues, estamos siendo transformados radicalmente por el Espíritu de Cristo que hace de nosotros hijos, coherederos con Cristo de la promesa. Esta identificación del cristiano obrada por el Espíritu le hace tan semejante a Cristo, que es Cristo quien vive en él (Gal 2, 2O). Tan configurados estamos con Cristo por el Espíritu, que en nosotros encuentra el Padre la imagen misma de su Hijo, al que él nos envió por amor y para salvarnos. De este modo se encuentra expresada de una manera casi sensible la Trinidad de Dios, a la que todo bautizado está necesariamente vinculado.

Todo esto supone la fe, pero la misma fe es incesantemente fortalecida en nosotros por el Espíritu. Si lo que nos conduce a la Trinidad es el comienzo de la fe, la Trinidad constituye en nosotros esa fe que nos conduce a ella. Así estamos siendo constantemente objeto de la actividad de la Trinidad en nuestras vidas.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5 
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982. Pág. 65-68


 

5. ALGO ASÍ

"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo». Ha zarpado el barco de la Iglesia. A impulsos de una palabra -"Id"-, ha soltado las amarras que lo mantenían atado a la presencia visible de Jesús. Es la hora de su 'envío', de su 'misión'. Tiene por delante una descomunal tarea: llevar a 'todos los pueblos' la buena noticia de que Jesús nos salva: toda una aventura, llena de peligro y de esperanza... ¡No temas, Iglesia! Vas en el nombre del Señor -Padre, Hijo y Espíritu-. Él será tu fuerza. Él hará posible la utopía de ese programa que predicas: un mundo de hermanos, de hijos. Suyo será el mérito, suya la gloria. Por eso es tan importante que te mantengas fiel. Que nunca te creas la dueña. Que todo lo hagas en su nombre.

"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu".

¿Se oyó alguna vez algo semejante? Un Dios alto y grande, el único 'allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra', dueño absoluto del viento y de la luz, Señor del tiempo. Un Dios que, sin necesitar nada de nadie, toma sin embargo la iniciativa -a impulsos del amor- de crear, de escuchar, de perdonar, de salvar. Un Dios tan cercano, que sabe inventar un idioma a la medida de cada corazón, que es capaz de preparar un camino de vuelta para cada arrepentimiento. Un Dios tan olvidado de su poder que, hasta cuando impone unos mandamientos, lo hace 'para que seas feliz tú, y tus hijos después de ti'.

Un Dios que, disponiendo de todas las armas para vencer, prefiere bajar desarmado y solo a nuestra incómoda arena; y aquí, como de igual a igual, trata de convencernos, de ganarse nuestros corazones uno a uno. Es un lenguaje fácil de comprender. Es agradable dejarse convencer por un amor tan grande. Es maravilloso vivir en el nombre de tal Señor.

"En el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu".

Venimos de muy abajo. Desde muy atrás, casi desde el principio, hemos venido trasmitiéndonos la esclavitud como una triste herencia; era como nacer con las manos ya encallecidas. Pero un día se nos encendió la esperanza: ¡hay camino! Es posible remontar la desgracia. Es posible dejar atrás la tristeza, y el trabajo como castigo, y el salario del miedo, y la sombra de la muerte amargándonos la vida. Es posible asomarnos a un paisaje diferente donde no hay mendigos a la puerta, ni gente escondiendo su llanto por los rincones, ni capataces con el látigo en la mano; sino una gran mesa bien abastecida, con hijos felices sentados alrededor de un 'Abba= Padre', de rostro sonriente. Es posible un mundo sin guerras, sin cuentas pendientes de odio, sin hambre, sin este abismo creciente entre los que lo tienen casi todo y los que no tienen casi nada: un mundo de hermanos. Es posible llamar amiga a la muerte, porque viene a traernos la noticia, tan esperada, de que somos al fin libres, de que ya no hay nada que impida el abrazo que nos hará totalmente felices... Es posible, sí. 'Para los que se dejan llevar por el espíritu'. Para los que viven 'en nombre del Señor'.

Eso es la Trinidad. No es un dogma distante y frío. Es la presencia caliente del amor de Dios -Padre, Hijo y Espíritu-, haciéndonos posible la Vida.

JORGE GUILLEN GARCIA
AL HILO DE LA PALABRA
Comentario a las lecturas de domingos y fiestas, ciclo B
GRANADA 1993. Pág. 81


 

6.

Dios-por-nosotros (1ª lectura) 
Dios-en-nosotros (2ª lectura) 
Dios-con-nosotros (evangelio)

-Dios-por-nosotros

Israel conoció a Yahveh a través de las obras maravillosas que realizó en su favor. Experimentaban una vez y otra que el «Dios del cielo», en el que habían creído sus padres, se acercaba a la tierra para hablarles: «¿Hay algún pueblo que haya oído como tú has oído la voz del Dios vivo?»

para liberarles: «Con mano fuerte y brazo poderoso... como todo lo que el Señor, vuestro Dios, hizo con vosotros en Egipto»;

para amarles: haciendo alianza con ellos, haciendo de ellos un pueblo escogido y bendecido: «¿Algún Dios intentó jamás venir a buscarse una nación entre las otras?».

Este pueblo «medita y reconoce» que Dios le quiere y le quiere con predilección, que ha hecho opción por él, y que lo ha hecho gratuitamente, sin méritos propios, que El siempre tomó la iniciativa. ¿Por qué así? No entiende bien. Quizá sea por su debilidad y pequeñez, por lo mucho que le necesita.

«No porque seáis el más numeroso de todos los pueblos se ha ligado Yahveh a vosotros y os ha elegido, pues sois el menos numeroso de todos los pueblos; sino por el amor que os tiene» (Dt 7, 7-8 ).

Algunas conclusiones sobre Dios empezaban a sacar los creyentes. Que Dios se acerca y se comunica con el hombre, salvando las distancias insuperables entre uno y otro. Es una prueba de amistad. Entonces, habrá que estar atento y a la escucha; si habla, habrá que guardar su palabra como el mejor tesoro.

Que Dios quiere el bien para el hombre, que desea su libertad y su dicha. Actúa con poder y generosidad en su favor. Es el Dios del éxodo y de las promesas. Se puede confiar en El, como el niño confía en su padre.

Que Dios ama al hombre de manera incomprensible, le trata tan tierna y cariñosamente como la madre a su hijo; tiene paciencia con él; lo regala como un enamorado. Es un misterio de amor. Hay un lazo fuerte, una alianza, entre Dios y el hombre. Pues, aunque no se haya visto a Dios, ya se sabe bastante. Sabes que Dios entra en tu vida, que no puedes vivir sin relacionarte con El, que tienes que vivir para El. «Guarda sus preceptos y mandatos». Si El ha hecho opción por ti, tú tienes que hacer opción por El. Todo esto sigue siendo válido para nosotros, no sólo a nivel pueblo, sino a nivel personal. Dios no se define como «el que es», sino el que es por y para nosotros, el que es por ti y para ti.

-Dios-en-nosotros

Jesucristo nos revela que la cercanía y la amistad o filantropía de Dios es mucho más intensa y más íntima de lo que podríamos imaginar. No sólo es Dios-por-nosotros, que opta por nosotros, sino que es Dios-en-nosotros, que hace de nuestro corazón su morada; no sólo actúa en favor nuestro, sino que se hace uno de los nuestros.

Sabemos por Jesucristo hasta qué punto Dios es Padre, hasta qué punto se comunica, hasta qué punto se entrega a nosotros. Quiere que permanezcamos en El y El en nosotros, que vivamos la misma vida. Se derrama sobre nosotros por medio del Espíritu Santo, por el que llegamos a ser verdaderos hijos de Dios, «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4).

Dios en nosotros; Dios en ti. Si estás abierto a su comunicación, podrás saber mucho más de Dios. Si te miras en profundidad, podrás captar en ti mismo algo del Dios vivo, porque algo de Dios hay en ti.

-Dios-con-nosotros

El evangelio de Mateo se cierra con la promesa de que Cristo estará siempre con nosotros, verdadero y definitivo Enmanuel. Todos los días, Dios con nosotros. No una aparición pasajera o unos días de convivencia, sino siempre con nosotros. Amigo que no nos abandona; huésped que no se aleja.

Es una de las palabras más dichosas del evangelio. Dios nunca nos abandona, camina siempre a nuestro lado, es solidario con nuestros problemas, hace suyos nuestros gozos y esperanzas, nuestras tristezas y angustias.

Esta presencia de Dios con nosotros da peso y gracia a nuestra historia. Es lo más importante que se da en la vida de los hombres. Lo que se nos pide es:

--que sepamos descubrir esta presencia;
--que sepamos valorar esta presencia;
--que sepamos agradecer esta presencia.

CARITAS/94-1.Pág. 296 ss.


 

7.

1. El Padre nos engendra a la libertad

La Iglesia, con un criterio pedagógico, consagra este domingo a celebrar la fiesta de la Santísima Trinidad. En efecto, todo el ciclo de Adviento como el de Cuaresma y Pascua estuvieron dedicados a la figura de Jesucristo, mientras que el domingo pasado centrábamos nuestra atención en el Espíritu Santo. Al celebrar hoy a la Trinidad, la liturgia pretende que miremos toda nuestra fe como en un conjunto, sin descuidar el papel particular del Padre.

No vamos a entrar en el problema teológico de la Trinidad, objeto de tantas discusiones particularmente en los siglos cuarto y quinto. No vamos a preguntarnos cómo se concilia la Trinidad con la Unidad de Dios, o si Jesucristo es igual que el Padre o inferior a El, o cómo se relaciona el Espíritu Santo con ambos...

En efecto, la primera lectura de hoy nos sugiere que -al tratar de Dios- procuremos poner de relieve su acción en medio de los hombres más que las cuestiones especulativas; pues lo que realmente le importa a Dios es que, escuchando su palabra y llevándola a la práctica, «seas feliz tú y tus hijos, y prolongues tus días en el suelo que el Señor tu Dios te da para siempre».

En otras palabras: está bien que los teólogos discutan tantas cosas sobre Dios, pero lo importante es que la palabra de Dios sea para nosotros un verdadero «evangelio», es decir, un feliz anuncio.

Desde esta perspectiva, haremos algunas reflexiones, viendo cómo la presencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo son fuente de felicidad para el hombre de fe. Según el relato de Mateo, Jesús, después de su resurrección, se presenta a los apóstoles en Galilea y allí les entrega su mismo poder: el poder salvador de Dios. Entonces les da esta orden: «Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado.»

Sin discutir ahora si esta frase es del mismo Jesús o una fórmula introducida posteriormente como síntesis de fe cristiana y fórmula bautismal al mismo tiempo, procuraremos interpretar el significado de un bautismo realizado en nombre de tres personajes que mucho tienen que ver con nuestra vida. También nosotros fuimos bautizados bajo la triple invocación, transformándonos así en discípulos de Jesucristo.

«En el nombre del Padre...»

El bautismo cristiano se realiza, en primer lugar, en nombre o con el poder de Dios Padre. Desde siempre Dios ha sido considerado como «el Dios viviente» -como lo recuerda la primera lectura de hoy-, el Dios que saca a los seres de la nada, de la muerte, de la esclavitud y de los trances difíciles.

Por eso es llamado «Padre», porque engendra a la vida. Jesús, mientras soslaya ciertas características trascendentales de Dios, tales como el poder y la soberana magnificencia, prefiere acercarlo a los hombres como un Padre que no sólo busca la vida para sus hijos, sino que los alimenta y los cuida con singular cariño.

D/PADRE:Sin embargo, el título de «Padre» entraña sus dificultades, ya que hay muchas maneras de ser padre, y cada edad ve al padre de distinta manera. No es lo mismo el padre para un niño pequeño, que para un adolescente o para un adulto. Por otra parte, en cada cultura el padre ha asumido funciones y características distintas. No es lo mismo el padre «patriarcal» de la época de Abraham, por ejemplo, que el padre del tiempo de Jesús o de nuestra cultura, de la misma forma que el papel de la madre sufrió también una enorme transformación.

Por eso, llamar a Dios «Padre» puede significar mucho o no significar nada, según el sentido concreto que pueda tener esa palabra en una determinada cultura. ¿Qué puede significar, entonces, que Dios es Padre? Por lo general, con este título se le asigna a Dios la función de creador. Es padre porque ha creado el mundo y ha creado al hombre. También es padre porque nos cuida como a sus hijos.

Sin embargo, la Biblia ha considerado a Dios, antes que como padre creador, como Dios salvador o liberador. Los hebreos tuvieron conciencia de la paternidad de Yavé por la experiencia del éxodo, cuando lo sintieron como el Señor que salva de la esclavitud. Si separamos la paternidad de Dios de su papel liberador, entonces hacemos de esa paternidad un algo demasiado confuso que se puede prestar a muchos malentendidos. A menudo en la praxis cristiana se cayó en este infantilismo religioso, como también en cierto modo sentimental de relacionarnos con Dios. Dios era concebido como «el papá bueno», una especie de «papá Noel», al que sólo recordábamos cuando necesitábamos algo, pero que no dejaba de ser un personaje extraño, lejano y difuso, más emparentado con la fantasía y los mitos que con la realidad histórica.

Este «buen Dios» tan del gusto del pietismo sentimental de siglos pasados, de pronto se vino abajo cuando el hombre creció y maduró lo suficiente como para entender que él debía realizar su historia y su proyecto sin dependencias infantiles. Por eso, este buen Dios no resistió el embate de la cultura moderna, y hasta fue visto como opio de aquellos pueblos que luchaban por su liberación, de la misma forma que fue repudiado por las generaciones jóvenes, cuya psicología los llevaba precisamente a enfrentarse con sus progenitores para lograr la adecuada autonomía. Pero este «buen Dios», justo es decirlo, no es el Dios Padre de la Biblia y de la llamada con justicia «historia de salvación».

El Dios-Padre de la Biblia es un Dios que interviene en favor del hombre oprimido, tanto por yugos exteriores como por el yugo interior del pecado. Los hebreos tomaron conciencia de la paternidad divina cuando se sintieron oprimidos en Egipto, cuando fueron obligados a trabajos forzados, cuando estuvieron a punto de ser pasados a cuchillo, cuando se encontraron errantes y amenazados de muerte en el desierto. Yavé se les reveló como una fuerza que los liberaba de la servidumbre para conducirlos a la patria de la libertad. Sin darse cuenta, los hebreos intuyeron una idea que ha sido muy desarrollada en nuestros días: la auténtica paternidad no es tanto la función biológica de engendrar a la vida, cuanto de conducir al hijo hacia su madurez y autonomía. Se es hijo cuando uno se puede sentir persona libre y responsable.

Bien lo vio así Pablo, el primer teólogo sobre el bautismo, cuando entendió que por medio de las aguas bautismales y de la acción del Espíritu, el hombre era engendrado a una vida caracterizada por una triple libertad: libertad del pecado, libertad de la ley y libertad de la muerte.

Por eso, el cristiano, «llevado por el Espíritu de Dios», al comprobar que no ha recibido un espíritu de esclavitud sino de filiación, puede exclamar: «Abba», o sea, «Padre». Podemos llegar así a una interesante conclusión: Dios es nuestro Padre porque nos llama. a la libertad. No es hoy el momento de explicar qué significa esta libertad de la que hemos hablado en muchas ocasiones, pero sí tomar conciencia de cómo muchas veces hicimos un Dios-Padre a imagen y semejanza de nuestros propios padres, sin caer en la cuenta de que más bien debiera ser a la inversa: si Dios es Padre porque nos libera, ¿cómo deberemos ejercer nosotros esa paternidad o maternidad? "En el nombre del Padre" fuimos bautizados... Esto lo traducimos así: por medio del bautismo y de la fe, Dios nos ha invitado a ser hombres libres. Ese es el nuevo nacimiento al que nos engendra Dios Padre.

2. El Hijo y el Espíritu: caminar en la libertad

«Y del Hijo...»

Continuando con la reflexión del punto anterior, si Dios Padre es el Dios salvador, fácil es descubrir por qué todo el Nuevo Testamento se centra en la figura de Jesucristo, aquél por cuyo medio Dios salva o libera al hombre.

A menudo hemos separado a Jesús del Padre, como si Jesús hubiera realizado la salvación humana un poco por cuenta propia e iniciativa personal. Pensar así de Jesús es traicionar sus mismas palabras, que constantemente aluden a aquella obediencia que él le debe al Padre, cuya voluntad no es otra que la salvación del género humano. No tendría sentido que nos detuviéramos ahora en considerar cómo Jesús llevó a cabo la voluntad salvadora de Dios, cuando nos hemos ocupado de este tema a lo largo de varios e intensos meses.

En cambio, si queremos subrayar que también «en nombre del Hijo» hemos sido bautizados para renacer a la vida nueva. Bautizarnos en nombre de Jesucristo es tener la garantía de que la liberación del Padre es real, concreta y total: Jesús es el primer hombre que ha sido ganado por el Padre para la plena libertad de los hijos de Dios. Pablo lo llama el Nuevo Adán, la cabeza de la nueva humanidad.

Como bautizados en el nombre o con el poder de Jesucristo, nos comprometemos a permanecer unidos a sus palabras, a su testimonio y a su amor, ya que él es el camino que conduce no sólo al Padre, sino a la libertad que el Padre nos otorga.

«Y del Espíritu Santo...» El domingo pasado, festividad de Pentecostés, hemos tratado de vislumbrar, al menos, la importancia del Espíritu en la fe cristiana.

Hoy san Pablo -primera lectura- pone el acento sobre otro aspecto importante de la acción del Espíritu: es él quien destruye en nosotros las cadenas del temor de Dios y de la esclavitud del pecado, para que nos sintamos en la comunidad cristiana realmente libres. Somos hijos de Dios, insiste Pablo, porque tenemos el espíritu de la libertad. De esta forma, vista muy sucintamente, podemos comprender cómo los tres personajes de la Santísima Trinidad están íntimamente relacionados con el proceso liberador del hombre como individuo, y del hombre como comunidad.

También podemos comprender por qué el anuncio de la Trinidad es un evangelio o una buena noticia: el hombre que llega a la libertad interior, y que por esa libertad se siente hijo de Dios y hermano de los demás hombres, ése hombre ha encontrado la felicidad. Como decíamos al principio de esta reflexión, nuestra ignorancia acerca de la esencia de Dios podrá ser muy grande y la comprensión de la Trinidad seguirá envuelta en cierto misterio inaccesible... pero -para felicidad nuestra- lo que le interesa a Dios es nuestro crecimiento como personas y nuestra total liberación.

En los evangelios no vemos que Jesús accediera a la curiosidad apostólica sobre cómo es Dios y qué planes pueda tener. En cambio, Jesús se urgió a sí mismo y urgió a sus discípulos a descubrir la voluntad redentora del Padre; descubrirla y cumplirla. Al celebrar hoy la fiesta de la Santísima Trinidad, que al menos nos quede claro esto: Dios está preocupado por nuestra liberación. Preocupémonos también nosotros "en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo".

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B. Tomo 3
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978. Págs. 22 ss.


8.

Nexo entre las lecturas

Deuteronomio: ¿Se ha oído algo semejante? Reconoce hay un único Dios. Afirmación clave. Dios se revela a sí mismo. El predicador habla de la vocación eterna de Israel. La puerta hacia el futuro está en la fidelidad a la alianza. La revelación. Dios se revela como palabra de misericordia salmo. En la carta a los romanos se habla del espíritu que hemos recibido: Dios es Padre: herederos de Dios y coherederos con Cristo.
Evangelio: bautizar en el nombre de la trinidad. Enseñar. Yo estoy con vosotros.

La Iglesia nos propone la contemplación del misterio trinitario. Misterio que excede nuestras fuerzas humanas, pero al que podemos acercarnos con humildad para ser iluminados y fortalecidos en nuestra vocación cristiana. La primera lectura del libro del Deuteronomio expone la revelación de Dios uno. No hay Dios fuera de él. Los ídolos de los pueblos circunvecinos son nada. Por eso, nada más grande que ser fiel a la alianza que ese Dios único ha pactado con su pueblo (1L). En la segunda lectura, Pablo se detiene a considerar nuestra condición de Hijos de Dios, de modo que verdaderamente podemos llamar a Dios Padre. Así, el Dios uno, se revela en su Palabra como misericordia, benevolencia ante los hombres. Hemos recibido el Espíritu de Dios (2L). Finalmente el evangelio nos propone las palabras de Cristo al despedirse definitivamente de sus discípulos. Éstos deberán bautizar en el nombre de la Trinidad y enseñar todo lo que Cristo, revelación del amor del Padre, les ha enseñado (Ev). Este domingo nos invita, pues, a entrar en la verdad íntima de Dios, no tanto por las disquisiciones filosóficas o teológicas, sino por medio de la Escritura y de la realidad del amor de Dios que se difunde en nuestros corazones .


Mensaje doctrinal

1. Dios es uno. El texto del Deuteronomio es una afirmación explícita del Dios único y verdadero. El autor no trata aquí de hacer teología o una especulación abstracta, sino más bien exhorta al pueblo a creer en Dios y ser fiel a su alianza. Las pruebas de que Dios es el único SeZor son palpables: el SeZor se ha revelado en el monte Horeb (Sinaí), en medio de una grandiosa teofanía; Él ha liberado a su pueblo de la esclavitud de Egipto. Lo hizo con mano poderosa. El escritor se dirige a Israel como si fuera una persona y lo interpela: “mira que no se ha oído desde la creación del mundo que un pueblo haya oído lo que tú has oído; que haya recibido la revelación que tú has recibido” Y ¿cuál es ésta revelación tan solemnemente anunciada?: que Dios es uno. No hay dioses fuera de Dios. Dios es único y verdadero. Esto hay que reconocerlo en el corazón. Es la verdad central del Antiguo Testamento. Puesto que Dios es uno y SeZor de todas las cosas, nada vale tanto como ser fiel a la Alianza que el ha pactado con su pueblo.

El Símbolo de Nicea-Constantinopla inicia con estas palabras: “Creo en un sólo Dios”. La confesión de la unicidad de Dios, que tiene su raíz en la Revelación Divina en la Antigua Alianza, es inseparable de la confesión de la existencia de Dios y asimismo también fundamental. Dios es Único: no hay más que un solo Dios: "La fe cristiana confiesa que hay un solo Dios, por naturaleza, por sustancia y por esencia" (Catecismo de la Iglesia Católica n.200)

2. Dios es trino. Dios es misericordia. La confesión de la Trinidad es el misterio central de la fe cristiana. Es el misterio de Dios en sí mismo. Es, pues, la fuente de todos los otros misterios de la fe; es la luz que los ilumina. Es la enseñanza más fundamental y esencial en la "jerarquía de las verdades de fe". "Toda la historia de la salvación no es otra cosa que la historia del camino y los medios por los cuales el Dios verdadero y único, Padre, Hijo y Espíritu Santo, se revela, reconcilia consigo a los hombres, apartados por el pecado, y se une con ellos".

Dios que nos había hablado antes por muchos modos por medio de los profetas, nos ha hablado ahora por medio de su Hijo único (Cf. Hb 1,1). Jesucristo es la revelación del misterio de Dios. Él nos confirma que Dios es “el único SeZor” al que debemos amar con todo el corazón, cono toda la mente y con todas las fuerzas. Pero Cristo, plenitud de la revelación, también nos deja entender que Él mismo es “el SeZor”. “Me llamáis el Señor, y es verdad” (Cf. Jn 13,13). En realidad, confesar que Jesús es “Señor” es lo propio de la fe cristiana. Esto no es contrario a la fe en el único Dios. Por eso, aquí nos encontramos ante el misterio: Dios es uno y, a la vez, Dios es trino. Una sola naturaleza, tres personas distintas. Creer en el Espíritu Santo como “Señor y dador de vida” no introduce ninguna división en el Dios único. En efecto, nos dice el concilio de Letrán: “Creemos firmemente y afirmamos sin ambages que hay un solo verdadero Dios, inmenso e inmutable, incomprensible, todopoderoso e inefable, Padre, Hijo y Espíritu Santo: Tres Personas, pero una Esencia, una Sustancia o Naturaleza absolutamente simple. [Concilio de Letrán IV ].

En la liturgia de este día Dios se revela como único y, al mismo tiempo, como Padre de misericordia que ha puesto en nosotros el Espíritu de su Hijo. Es decir, se revela como trinidad. La economía de la redención nos muestra el vértice más alto de la revelación de Dios. Dios Padre de misericordia, se compadece de sus criaturas y las llama a una intimidad inimaginable para el hombre: llegar a formar parte de la familia de Dios. No hemos recibido un espíritu de esclavitud para recaer en el temor, sino un espíritu de hijos adoptivos que nos hace clamar Abba! (Padre). Así pues, somos con toda verdad “hijos de Dios”, somos “herederos de Dios” de sus bienes, de su amor y misericordia. Co-herederos con Cristo. ¿Habremos meditado en toda profundidad lo que esto significa en la vida del hombre, en la vida de cada uno de nosotros. El Dios de majestad, creador de cielo y tierra, omnisciente, omnipotente, trascendente, se inclina a la tierra (Cf. Salmo 144). Dios envía a su propio Hijo a revelar plenamente su amor y concedernos la filiación adoptiva. Por Cristo, con Él y en Él tenemos acceso al Padre y nos convertimos en templos de la Trinidad Santísima. Si bien, por una parte, el misterio de la Trinidad escapa a nuestra comprensión humana, por otra parte, la realidad de este misterio es de tal suavidad y de tales consecuencias para nuestra pobre existencia que casi es imposible creerlo. «Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él.


Sugerencias pastorales

1. La experiencia de Dios. En el sentir popular la santidad se ve como algo reservado para algunos privilegiados. Sin embargo, la Palabra de Dios nos dice algo diferente: Dios llama a la santidad a todos los fieles; los llama a una intimidad particular. Dios quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad. ¡Cuánto bien podemos hacernos a nosotros mismos y a las almas que se nos han encomendado, pensando que Dios me llama a una profunda amistad! ¡Dios desea que yo sea su amigo! Se trata de hacer experiencia del amor de Dios. No de un amor de poesía o irreal, sino un amor actual, concreto, hecho obras. Un amor que se experimenta en la vida diaria, en el sufrimiento, en la entrega al prójimo, en los momentos más obscuros de la vida. El alma que se siente siempre acompañada de Dios, puede sufrir, pero nunca caerá en la desesperanza o en el abandono. Invitemos a nuestros fieles a hacer la “experiencia de Dios”, a darse cuenta de que realmente, cuando están en gracia, son templos de la Trinidad Santísima y Dios mora en su corazón.

En un verso de singular profundidad, en el que dialogan el alma y Dios, escribe Santa Teresa de Jesús:

Y si acaso no supieres
dónde me hallarás en Mí,
no andes de aquí para allí,
sino si hallarme quisieres
A Mí has de buscarme en ti.

P. Octavio Ortiz