COMENTARIOS AL EVANGELIO

Lc 2, 41-52     Lc 2, 41-51a

 

1.

Comentario. En el siglo primero el judío accedía a la mayoría de edad a los doce años. En el caso de los varones esta mayoría comportaba la asunción total de derechos y obligaciones. Entre estas estaba la de ir a Jerusalén cada año por las fiestas de Pascua. Esta es la situación de la que parte el relato de Lucas.

A la luz de ella es evidente que resulta inexacto hablar del niño Jesús. La traducción litúrgica y la costumbre piadosa así lo hacen, basándose probablemente en unos hábitos occidentales y en el término con que el texto griego designa a Jesús. Pero no hay que olvidar que el término griego puede significar, además de niño, muchacho, joven o sencillamente hijo. Cualquiera de estas tres últimas acepciones está más en consonancia con la situación presupuesta por el autor que la de niño. Esta, además, tiene el inconveniente de desvirtuar el relato introduciendo a éste por unos derroteros y una problemática completamente ajenos al autor.

La preocupación, por ejemplo, por justificar a unos padres de lo que en una mentalidad occidental aparece como desatención o descuido por su parte. A nivel de exégesis hay que olvidarse de todo esto, aunque será muy difícil dado lo arraigado emotiva y artísticamente de la visión tradicional.

No es, pues, de un niño de lo que el relato trata, sino de un hijo adulto. ¿Quién es este hijo? ¿Cuál es su razón de ser? ¿Cual es su mundo? En estas preguntas podríamos tipificar la preocupaciones de Lucas al escribir el relato. Se evita así también otro riesgo en el que podríamos caer: leer el relato en clave de rebeldía o de emancipación de la familia. También ésta sería una problemática completamente ajena al autor. Lo que éste parece querer decir es que Jesús es el Hijo de Dios, la razón de su vida es el Padre y su mundo es la familia de los hijos de Dios. Todo ello en un contexto y ambiente muy determinados: el de los maestros de Israel, cuyas enseñanzas y orientaciones constituían la base y el alimento del Pueblo de Dios. Lucas nos presenta, pues, a un adulto maestro.

Y paralela a esta imagen, su correlativa de discípulo. Tipificada no en un hombre, sino en una mujer. Predilección de Lucas por los marginados. Su madre conservaba todo esto en su corazón. El evangelista completa así la figura de discípulo que empezó a esbozar en la lectura del día de la Inmaculada y continuó en la del domingo pasado (cuarto de Adviento). Pero estamos todavía en los comienzos de la obra. Todo esto lo escribe el autor como prólogo-preludio de lo posterior. De momento el mundo de Jesús está en el silencio de Nazaret, al que Lucas dedica un escueto y elogioso comentario basado en un verso del libro de los Proverbios que dice así: Alcanzarás favor y aceptación de Dios y de los hombres (Prov.3,4).

ALBERTO BENITO
DABAR 19/85/06)


2.

Este evangelio, uno de los más difíciles de interpretar, está incrustado entre los vv. 40 y 52, relativos al desarrollo armonioso y a la "sabiduría" creciente del Niño. Es absolutamente razonable suponer que esas alusiones a la sabiduría de Jesús constituyen la clave de la inteligencia del relato.

a) Para un judío, la sabiduría consiste, sobre todo, en un espíritu desligado y pronto en las discusiones (Act 6, 10; Lc 12 12; 21, 15). Este don aparece frecuentemente como una gracia de Dios, está vinculado a una misión; permite comprender las Escrituras y cumplirlas (Prov 3, 13-4, 26).

Doce años es la edad en que el niño comienza a tomar distancias respecto al medio familiar. Por poco "adelantado que esté para su edad", como suele decirse, puede tener ya salidas sorprendentes que admiran a su auditorio e inquietan a la madre, preocupada muchas veces por desentrañar la psicología de su hijo y las opciones que comienza a tomar. Eso es exactamente, al parecer, lo que sucedió en Jerusalén con motivo de la primera peregrinación de Jesús con sus Padres. Este viaje puso al descubierto la inteligencia precoz de Jesús en sus respuestas a los interrogatorios de los doctores (v. 46-47), y pondrá de manifiesto, quizá por primera vez, la emancipación de Jesús de su esfera familiar a la vez mediante una fuga (v. 43) y mediante una contestación que decía mucho sobre su conciencia de una vocación particular (v. 49).

Sus padres están evidentemente demasiado angustiados (versículo 48) como para comprender a su Hijo (v. 50). Sin embargo, María conserva todos estos sucesos en su corazón (v.51) con el presentimiento materno de un futuro misterioso.

b) Al redactar este relato, unos cincuenta años después de este acontecimiento, Lucas sabe qué misión presagiaba este episodio, y su forma de escribir permite que el lector lo comprenda también: estos acontecimientos hay que leerlos a la luz de la muerte y de la resurrección del Señor.

Por eso señala Lucas que sus padres "no comprendieron" lo que sucedía (v.50). Ahora bien, esta expresión designa siempre en su pluma la actitud de los discípulos que no comprenden la significación de las palabras del Señor cuando anuncia su próxima subida a Jerusalén (Lc 9, 43-45; 18, 34; 24, 25-26) para sufrir allí la pasión y la muerte; eso es lo que nos impulsa a preguntarnos si el relato de la primera subida de Jesús a Jerusalén no hay que comprenderla a la manera de su subida pascual decisiva.

Lucas señala igualmente que María "conservaba todas esas cosas en su corazón" (v.51). Esta expresión refleja en general, sobre todo en San Lucas, la actitud de quien presiente la realidad de un oráculo profético (Lc 1, 66; 2, 19, 51; Gén 37, 11; Dan 4, 28; 7, 28 (LXX); ap 22, 7-10). Ahora bien, el reproche que Jesús hace a sus padres: "¿No sabíais que tengo que estar...?" (v.49), es la expresión que formula habitualmente para remitir a su auditorio a las Escrituras a las que da cumplimiento, y más especialmente a los oráculos que dicen referencia a su muerte y a su resurrección (Lc 9, 22; 13, 33; 17, 25; 22, 37; 24, 7, y , sobre todo, 24, 27; 24, 44). Esto equivale a decir: "¿Es que no habéis leído eso en la Escrituras y no es, acaso, insoslayable el cumplimiento de esas Escrituras?" Así es como muchos detalles accesorios del relato adquieren un relieve extraordinario y convencen al lector de que la primera subida de Cristo a Jerusalén es el presagio de su subida pascual. En uno y otro caso se le busca a Jesús sin encontrarle (Lc 2, 44-45 y 24, 3, 23-24); y también en ambos casos se le encuentra al cabo de tres días (Lc 2, 46; cf. Lc 24, 7, 21, 46; Act 10, 40; Os 6, 2); en ambos casos es la voluntad del Padre la que anima y orienta la conducta de Jesús (Lc 2, 49; cf. Lc 22, 42); en ambos caso, finalmente, la escena se desarrolla en el curso de una fiesta de Pascua (Lc 2, 41; cf. Lc 22, 1).

La sabiduría de Cristo ha consistido, para Lucas, en comprender los designios del Padre sobre El y en anteponer su cumplimiento a toda otra consideración. Sus padres no tienen aún esa sabiduría; pero, al menos, respetan ya en su Hijo una vocación que trasciende el medio familiar.

c) Un último tema importante aflora aún a lo largo del relato: Lucas no emplea menos de cuatro veces la palabra "buscar" (vv. 44, 45, 48 y 49).

La búsqueda de Dios es un tema importante en la Escritura, porque Yahvé no es, como los ídolos, un Dios que se deja encontrar fácilmente. Esta búsqueda es, en primer lugar, la de los patriarcas nómadas que descubren el cumplimiento del plan de Dios en la historia. Es, después, de una forma más espiritual, la búsqueda de Dios en su ley (scrutare: Sal 118/119); pero el punto de vista es con frecuencia demasiado humano aún (Os 5, 6-7, 15), el destierro vendrá a rectificar la espera del pueblo, y hasta después del destierro no se pondrá el pueblo a buscar a Dios para encontrarle en la obediencia a su voluntad (Dt 4, 29; Is 55, 6; Jer 29, 13-14; Sal 104/105, 1-4: adviértase en la mayoría de los textos el dúo "buscar-encontrar"). Esta "búsqueda" de Yahvé se realiza especialmente en el Templo. Designa incluso la participación en su liturgia (Am 5, 4-6; sobre todo Sal 26/27, con la expresión "buscar su rostro"; 2Sam 21, 1). En la liturgia del Templo era donde el pueblo exteriorizaba y reforzaba su búsqueda de Dios.

A partir de Cristo, la "búsqueda de Dios" se convertirá en la "búsqueda del Señor". Los padres de Jesús van a realizar en Sión su "búsqueda de Dios", pero su búsqueda es demasiado humana y el Templo no encierra la realidad de Dios. Buscándole después en el plano humano, en su familia (Lc 2, 44), se ven orientados a buscarle y a encontrarle, al fin, en los "negocios de su Padre" (Lc 2, 49).

La misma purificación se advierte en la búsqueda de los Magos; buscan al Mesías en Jerusalén (Mt 2, 1-3) y le encuentran en Belén en la desnudez y la pobreza (Mt 2, 11). En los días del Señor, los judíos le buscan y no le encuentran (Jn 7, 34; 8, 21); en realidad, lo que se lo impide es su legalismo. Sólo la caridad será el medio ideal de la búsqueda de Dios (Jn 13, 33-34), con la perseverancia en la oración (Mt 7, 7-8). Esta búsqueda se encamina ahora hacia el reino de Dios, y cuando se le encuentra se vende todo lo que se posee para adquirir esa "perla" (Mt 13, 44-46). Esta búsqueda es, finalmente, la fe en Cristo resucitado, como lo indica el episodio de María Magdalena, que busca primero a Cristo de una forma humana (Jn 20, 11-15) antes de purificar su fe y de encontrarle en su Soberanía (Lc 24, 5).

Sin duda, Cristo no ha adquirido conciencia de su muerte próxima sino al principio del último año de su vida pública.

Pero, al entregarse, desde su joven edad, "a su Padre", penetra su propia búsqueda de Dios, sin saber necesariamente con toda claridad adónde le llevaría. Se pone esto de relieve, y aparece claramente, en la actitud de Jesús en el Templo y en su actitud con la familia.

En el Templo, donde Israel buscaba el rostro de Dios, Cristo revela su propia búsqueda del Padre; en El, la voluntad del hombre se somete totalmente a la del Padre. No obstante, incluso para El, esta voluntad de Dios es esencialmente la voluntad del Todo-Otro, molesta y desconcertante, que descubrirá el día de su muerte.

En la casa, Jesús "crece" en sabiduría, en el sentido que, si algún día goza del carisma profético que le habilite a descubrir, no importa cómo, la presencia de Dios actualizada en los acontecimientos decisivos de la salvación y, más concretamente, en su propia misión, El ha adquirido realmente, paso a paso, como todo hombre, los conocimientos sobre Dios y sobre el mundo que la cultura de su tiempo y de sus padres podía transmitirle. Con el pretexto de que Cristo debía ser un hombre perfecto, se ha dicho a veces que debía saberlo todo en torno al mundo y a Dios, y que en este caso debía saberlo de manera infusa. ¡No habría tenido necesidad de adquirir por educación lo que ya sabía por gracia! Esta visión de las cosas es errónea, ya que la perfección del conocimiento, para un hombre, no está en saberlo todo, sino en adquirir por sí mismo lo que sepa. ¡Un hombre que lo supiera todo de prestado no sería un hombre perfecto! La perfección de Cristo consiste precisamente en haber aprendido, mediante el esfuerzo y por medio de adquisiciones libres y personales, lo que había entonces de ciencia humana.

¡Solamente en esto puede ser llamado hermano de los hombres! En resumen, afirmar el crecimiento de Cristo en edad y en sabiduría consiste en dar una dimensión más humana a su saber.

Cristo ha entrado humanamente, es decir, dinámicamente, en la tradición religiosa de Israel; gracias a su don profético, dará a este saber un sentido insospechado, pero no es absolutamente necesario que haya tenido, de las cosas y de El mismo, un conocimiento absolutamente exhaustivo.

La Eucaristía cumple realmente esta subida progresiva de Jesús al Templo, ya que celebra el perfecto ajustamiento de su voluntad a la del Padre y en ella asocia la lenta adecuación de nuestro conocimiento al suyo. Puede celebrar también la obediencia de los hombres que reúne a la voluntad de Dios; esto sería conferirles esta sabiduría que deja pasmado al mundo, lo mismo que causó admiración a los doctores del Templo.

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA I
MAROVA MADRID 1969.Pág. 218


3.

Esta perícopa es la conclusión de los relatos de la infancia que estructuran los dos primeros capítulos de Lucas. En estos relatos sobre la infancia de Jesús, el evangelista quiere anticipar algunos temas o actitudes que serán después fundamentales en la vida de Jesús.

Estos relatos son, además, la expresión de la fe de la Iglesia primitiva. El texto de hoy quiere subrayar la estrecha relación entre Jesús y el Padre. Su ley, norma fundamental que está por encima de los lazos más profundos de parentesco, es cumplir la voluntad del Padre. Frente a ella se muestra más sabio que los maestros y doctores de la ley.

Lo que interesa al evangelista es que aquí Jesús demuestra su inteligencia y sabiduría a los escribas legalmente constituidos.

Jesús muestra no sólo sus dotes intelectuales, sino su conocimiento de la voluntad de Dios. Así prepara su actitud crítica frente a la ley en los puntos que caracterizan las enseñanzas de Jesús.

En la respuesta a la pregunta que le formula su madre, Jesús pone de relieve su filiación divina en relación con la filiación humana. La respuesta de Jesús manifiesta la radicalidad de la obediencia filial. Hay que valorar el sentido de la palabra griega: es un deber incondicional, casi fatal. La voluntad de Dios ha venido a ser el destino que pesa sobre Jesús al que no se puede sustraer.

Sus padres no comprendieron la respuesta, no abarcaron todas las consecuencias de su misión. Se pone de nuevo de relieve la función de sus padre íntimamente vinculada al destino y misión salvífica del Hijo. La respuesta tiene una apariencia dura y áspera. Es la consecuencia de la vinculación a la misión de Jesús que le hace decir en Jn 5,30 "Yo no puedo hacer nada por mí mismo... no busco mi voluntad sino la del Padre".

P. FRANQUESA
MISA DOMINICAL 1985, 6


4.

Esta escena evangélica con la que concluye el evangelio de la infancia según Lucas, constituye una especie de parábola de toda la existencia de Jesús. La vida de Jesús, centrada en el cumplimiento de la voluntad de Dios, se cristaliza en este relato lucano. Lo que el autor de Hebreos nos decía hace unas semanas: "Cuando Cristo entró en el mundo dijo: "Aquí estoy, ¡oh Dios!, para hacer tu voluntad" (10, 5-7), Lucas lo presenta en forma narrativa en el evangelio de hoy.

El evangelista se entretiene presentándonos a Jesús sometido a la Ley del Señor en la tradición de su pueblo. Jesús aparentemente abandona a sus padres para encontrar a su Padre. Jesús ha encontrado a su Padre-Dios en la tradición de su pueblo, por ello permanece entre los doctores y dialoga con ellos, lo ha encontrado en el ambiente sagrado del antiguo Templo y por eso permanece allí como en su casa. Jesús se ha encarnado en la historia humana y en la tradición de su propio pueblo.

Gn 2, 24 nos dice que el hombre abandona a su padre y a su madre para unirse a su esposa. Jesús lo realiza de una manera radicalmente nueva: abandona a sus padres para consagrarse a las cosas de su Padre. El pueblo, la humanidad a la búsqueda de Dios, representada en los ancianos doctores, constituye la "esposa" de Cristo.

La descripción del relato está salpicada de elementos pascuales: cumple la voluntad de Dios, es interrogado por los doctores en el Templo, es causa de angustia, no entienden sus palabras, es hallado al tercer día de ausencia... la Pasión queda prefigurada en este sencillo relato.

El autor indica, además, el crecimiento que realiza la humanidad de Jesús en relación con los hombre y con Dios. María lo conserva todo en su corazón. El corazón, en el lenguaje bíblico, no es el lugar de los sentimientos, sino de la reflexión, de la fe y de la voluntad. María va creciendo en la comprensión del misterio salvífico que se va realizando en Jesús.

JORDI LATORRE
MISA DOMINICAL 1991, 28


5.

Texto.- Lucas abre el relato con un par de indicaciones precisas sobre una práctica religiosa de los padres de Jesús, reflejo a su vez de los hábitos religiosos de la época. La Pascua era, en efecto, una de las tres grandes fiestas de peregrinación en las que todos los varones judíos, a partir de los trece años, debían ir a Jerusalén desde los diversos puntos de Palestina. Aunque las mujeres y los menores de edad no estaban obligados a ella, su participación era bastante habitual.

En el umbral de la mayoría de edad de Jesús un incidente abre de par en par el horizonte de su persona. Todos los pormenores de la narración tienen su razón de ser en las palabras de Jesús del v. 49: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debía estar en la casa de mi Padre?" Son las primeras palabras pronunciadas por Jesús en el tercer evangelio. Testimonian, por una parte, el misterio de una persona, de quien no resulta exacto decir que hubiera estado perdida; por otra, ponen de manifiesto la espontánea dificultad humana para captar este misterio.

Misterio y dificultad de comprensión son, en efecto, los elementos narrativos predominantes. Por lo que se refiere al misterio. Lucas no da, por ejemplo, un sólo detalle sobre el modo de separación de Jesús de sus padres. Preguntarse, como se hace a menudo, por el modo es probablemente un desenfoque del relato. Por lo que se refiere a la dificultad de captación. Lucas la explícita en dos ocasiones: "sin que lo supieran sus padres" (v. 43); "no comprendieron lo que quería decir" (v. 50). Sin embargo, esta dificultad de comprensión inicial no está reñida con una subsiguiente actitud de reflexión buscando descubrir lo que Jesús es y significa. Como ya lo había hecho en 2, 19, Lucas vuelve a poner a María como modelo de esta actitud de búsqueda creyente.

Enraizado en el misterio, Jesús se hace, sin embargo, persona en un marco familiar humano. Es en este marco donde sitúa Lucas el crecimiento de Jesús y lo hace imitando al escritor del primer libro de Samuel, cuando escribe a propósito de éste que iba creciendo y lo apreciaban el Señor y los hombres (1 Sam 2, 26). Este aprecio de Dios y de los hombres es lo que significa la literal traducción litúrgica crecer en gracia ante Dios y los hombres. Comentario.- El relato nos presenta la etapa de crecimiento de Jesús en un doble contexto, familiar y divino. La familia como realidad de enraizamiento humano y el Padre como realidad de enraizamiento divino. No se trata de dos realidades antagónicas o mutuamente excluyentes; de hecho, en el relato de Lucas no lo son. Eso sí: ambas son necesarias en un modelo cristiano de crecimiento personal. La talla de un crecimiento en cristiano depende de las dos. Cualquiera de ellas que falte condicionará el crecimiento haciéndolo raquítico.

ALBERTO BENITO
DABAR 1991, 6


6.

En esta escena, a la que ordinariamente se alude hablando del "niño perdido y hallado en el templo", Lucas ha querido mostrarnos que Jesús proviene de Dios y debe ocuparse fundamentalmente de las cosas de su Padre. Su sabiduría no procede de los maestros de la tierra; su mensaje no es efecto del pensar del mundo. Para mostrar esa verdad se cuenta que, siendo un niño de 12 años, Jesús se ha desligado de sus padres (2, 43), asentándose en el templo de Jerusalén, donde dialoga con los doctores de su pueblo (2, 46) y habita en la casa de Dios, su Padre verdadero (2, 49).

Desde un plano sentimental el texto de Lucas ofrece la posibilidad de una lectura romántica de la escena: la peregrinación a Jerusalén, la búsqueda angustiosa de los padres, la discusión con los doctores, la respuesta de Jesús... todo parece perfectamente ajustado en esta forma de entender el texto. Sin negar la validez de esta lectura, pensamos que el relato ofrece una verdad más honda. De ella nos ocupamos en las reflexiones que siguen.  

Aunque la madre es la que toma la palabra (2, 49), José y María aparecen simplemente como padres (2, 43. 48), sin que se aluda expresamente al tema de la concepción virginal. Como padres, muestran cuidado por el niño y le buscan angustiosamente. Sin embargo, Jesús les trasciende; debe ocuparse de las cosas de su Padre (2, 49) y ellos no le entienden (2, 50). Entre Jesús y María (o sus padres) se ha producido una ruptura que ha sido también atestiguada por los otros evangelios (cfr Mc 3, 20-21. 31-35; Jn 2, 4). El sentido fundamental de esa escisión es cristológico: la presencia de Dios en Jesús desborda todas las posibilidades de comprensión de los hombres; por eso, en un momento determinado, María (los padres de Jesús) ha tenido que sentirse desbordada: el Hijo les trasciende, el hijo se les vuelve incomprensible; tiene un Padre que le llama y ellos (ella) no son dueños del destino de su vida. Debemos añadir que una ruptura semejante se produce en casi todas las familias de la tierra: llega un día en que los hijos dejan de ser la continuación de sus padres y buscan su propio camino en la vida (su ideal, o su "Padre"). Sólo si los padres asumen esta ruptura y aceptan la lejanía e independencia de sus hijos podrán volver a encontrarlos, como sabemos que María ha reencontrado a Jesús (cfr He 1, 14).

Lo que desde un punto de vista se interpreta como pérdida adquiere en otro contexto el valor de un auténtico descubrimiento. Es lo que sucede a Jesús: ha encontrado a su Padre en la tradición de la doctrina de su pueblo y por eso dialoga con los doctores; le ha encontrado en el ambiente sagrado del antiguo templo y por eso permanece allí como en su casa. El viejo misterio de la Biblia, que nos dice que un hombre maduro deja al padre y a la madre y viene a unirse con la esposa que ha elegido (Gén 2, 24) se realiza en Jesús de una manera diferente: si abandona la seguridad del hogar paterno es para cumplir la voluntad del Padre, es decir, para ocuparse de las cosas de Dios.

Evidentemente, la escena constituye una especie de "parábola" que indica el contenido de toda la existencia de Jesús. Para mostrar mejor los contrastes se le presenta como un niño, pero en realidad se alude aquí a su vida entera: naciendo en una familia de este mundo, Jesús la trasciende, porque proviene al mismo tiempo de la hondura del misterio de Dios. Creciendo en la familia (vuelve con sus padres) (cfr 2, 52) Jesús ofrece siempre un rasgo extraño: esconde un misterio de unión con el Padre, tiene un mensaje especial que le hace ser más que simplemente humano. María, su familia, ha debido sentirlo. Es probable que, como Lucas lo ha presentido, no haya sido fácil convivir con el Jesús que va creciendo (cfr Lc 2, 35).

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA NT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 1244 ss.


7.

La segunda parte del versículo 51 nos repite lo mismo que nos había dicho ya S. Lucas poco después de la adoración de los pastores: María meditaba en su corazón todos aquellos acontecimientos en los cuales ella estaba envuelta. La inteligencia de todos estos misterios no era, pues, inmediata y total para la Virgen.

Y nosotros, que somos mucho menos santos que María y, por consiguiente, que estamos mucho menos en simpatía, en «connaturalidad» con las cosas de Dios; nosotros que estamos cegados por tantas pasiones mientras que ella no tenía ninguna complicidad con el mal, ¿cómo podríamos comprender los misterios de Dios, esos misterios mediante los cuales el Señor realiza su obra sobre la tierra?, ¿cómo podríamos aprehenderlos en nosotros, encerrarlos, circunscribirlos mediante nuestras pobres ideas?

Nosotros no podemos tener un conocimiento exacto de Dios; no podemos entenderle más que por intuiciones en cuya penetración siempre nos queda la posibilidad de un progreso indefinido. Nunca podemos llegar a abrazar a Dios; sencillamente, abrimos hacia El una hendidura... sin fin.

«Contemplar», este es nuestro destino aquí abajo, y esta será también nuestra ocupación por toda la eternidad. El misterio de Dios tiene esto de particular: podremos hacer constantes descubrimientos que nos conducirán de admiración en admiración, de éxtasis en éxtasis.

Viviendo nuestra vida cristiana, podemos anticipar aquí abajo este destino eterno. María constituye el modelo de los contemplativos que debemos ser nosotros.

L. HEUSCHEN
LA BIBLIA CADA SEMANA
EDIC. MAROVA/MADRID 1965.Pág 80


8.

Jesús respeta las relaciones familiares, pero tiene otras relaciones, también familiares, más importantes. El tiene que ocuparse de la casa y de las cosas de su Padre. La familia está bien, pero no basta.

Jesús se pierde, no por despiste u olvido, sino por pasión y por vocación. "¡Qué deseables son tus moradas!" (Sal. 83). Es también desde una perspectiva psicológica, una necesidad de Jesús adolescente de afirmar su identidad y su vocación, aun a costa de romper lazos familiares.

"La búsqueda durante tres días recuerda la situación de los discípulos en los tres días que median entre la muerte y el primer anuncio de resurrección." (Bibl. Inc. Crist.)"

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
ADVIENTO Y NAVIDAD 1985.Pág. 94


9.

6. JESÚS A LOS DOCE AÑOS EN EL TEMPLO

La relación lucana sobre la infancia del Salvador está integrada por un pasaje que introduce al lector en los umbrales de la madurez incipiente de Jesús (Lc 2,41-51a). Todos los años, nos cuenta Lucas María y José solían dirigirse a Jerusalén para la fiesta de la pascua (v. 41). Al cumplir los doce años, también Jesús subió en esa misma ocasión de Nazaret a Jerusalén en compañía de sus padres (v. 42). Y durante su peregrinación inicial al templo dio lugar a su primera manifestación como Hijo de Dios (v. 49). También se ha escrito mucho sobre esta página. La monografía más completa sigue siendo la de R. Laurentin ( 1966). Aquí ofreceremos una panorámica sustancial de las diversas cuestiones discutidas, para formular finalmente un juicio global.

a) ¿Modelos extrabíblicos? A propósito de los personajes famosos se advierte una tendencia común en muchas literaturas. Se describe la niñez de esos sujetos anticipando a aquella edad las características que tendrán luego de adultos. Se abre de este modo un atisbo hacia su futura grandeza. Fuera del mundo judío se pueden recordar los relatos sobre Buda (India), Osiris (Egipto), Ciro (Persia), Alejandro (Grecia), César Augusto (Roma).. En el área de la cultura judía encontramos también ejemplos de madurez precoz, de la que dieron pruebas algunos protagonistas de la historia bíblica. Abrahán, por ejemplo, antes de llegar a los catorce años se había afianzado ya en la convicción de que la idolatría y el culto a las imágenes eran graves errores. De Moisés se dijo que su sabiduría no crecía con la edad, sino que la superaba en mucho; ya desde su niñez se destacaba por su ciencia, su inteligencia y su sabiduría. Samuel empezó a profetizar cuando cumplió los doce años. Salomón, a esa misma edad, subió al trono y fue en aquella edad cuando pronunció su famoso juicio sobre las dos meretrices. Siguiendo además la versión siro-héxapla. Daniel estuvo dotado desde los doce años de un espíritu de inteligencia que lo hacia más sabio que las personas adultas.

Lucas conocía fácilmente estos modelos, que formaban parte de los cánones historiográficos de la época. Pudo haberse inspirado en ellos, no para crear un relato ficticio (cf Lc 1,1-4), sino más bien para transmitir la memoria de un hecho que inauguraba (por así decirlo) la primera madurez de Jesús y que hacía vislumbrar misteriosamente los desarrollos sucesivos de su misión pública.

También en relación con Lc 2,41-51a —se destaca acertadamente— es obligado tener en cuenta las analogías y los contactos con otras literaturas, pero lo que importa sobre todo son las notables diferencias que hay entre Lucas y los demás autores. Como siempre, la humildad y la veracidad de la encarnación de Dios confieren a este episodio un estilo y una andadura que no encuentra parecidos fuera de esta página bíblica.

b) ¿Un relato prelucano? Algunos exegetas ven con simpatía la hipótesis de que en la base de Lc 2,41-51a hubiera un texto original previo que el evangelista habría elaborado como propio. Vanlersel, por citar un nombre, supone que el relato primitivo estaba compuesto por los vv. 41-43.45-46.48-50, mientras que los añadidos deberían situarse en los vv. 44.47, que él considera de naturaleza novelística. Sea de ello lo que fuere, observa Brown, en el episodio hay huellas de estilo lucano por todas partes; por eso "si había un relato prelucano, hay que reconocer que Lucas lo ha reescrito a fondo" (El nacimiento del Mesías... 503).

c) Los términos del episodio. Lc 2,41-51a tiene una evidente unidad literaria.

Efectivamente, la perícopa está redactada según un esquema de revelación, que se articula en tres momentos: subida a un lugar alto (generalmente un monte), revelación y bajada. Se encuentran referencias copiosas de este mismo cliché en toda la biblia. En nuestro caso es claramente reconocible:

- José, María y el niño suben (v. 42: anabainónton cf el v. 41: eporéuonto: se dirigían) a Jerusalén, al templo, situado precisamente en el "monte santo" del Señor (cf Sal 2,6);

- en el templo Jesús revela su sabiduría dialogando con los doctores de la ley; luego dirige una palabra (envuelta en el misterio) a sus padres sobre su propia filiación divina (vv. 48-50);

- finalmente, Jesús desciende (v. 51a: katébe) con sus padres a Nazaret. Así pues, los limites lingüisticos del episodio del templo están marcados por las expresiones anabainónton auton (v. 42; cf v. 41) y katébe met'auton (v. 51 a). El aoristo katébe (descendió) subraya la acción puntual que pone fin al relato (v. 51a), mientras que los imperfectos estaba sometido (v. 51b), guardaba (v. 51b) y crecía (v. 52) describen la duración continuativa de todo lo que acontecía en la casa de Nazaret.

d) "A los doce años" (v. 42). ¿Por qué motivo recoge Lucas esta indicación cronológica? La cultura judía fijaba algunos criterios orientativos para establecer los comienzos de la edad madura (de la autodeterminación) y aquellos en los que comenzaba para cada uno de los judíos la obligación de observar la Torá, la ley de Moisés.

1) Los comienzos de la edad madura. Como principio general, Filón admite que una persona está ya dotada de razón a los siete años, aunque solamente a los catorce se hace plenamente dueña de su mente. Sobre los límites de la menor edad, R. Chisda (+ 309) refiere esta sentencia: una niña es menor de edad hasta los once años y un día; un niño, hasta los doce años y un día. Sobre la tutela de la patria potestas, la academia de la ciudad de Usha, en Galilea —según el testimonio de R. Isaac—, estableció que el padre tenía que tener paciencia en la formación del hijo hasta que éste alcanzase la edad de doce años; después podía recurrir a las medidas fuertes. Y R. Eleazar ben R. Simón (h. 180) enseñaba que un padre responde de su hijo hasta la edad de trece años; después podía decir: "¡Bendito aquel que me ha librado de la responsabilidad de este hijo!" (Gen. Rabbah 63,10).

2) ¿A qué edad obligaba la observancia de la ley? En el judaísmo extrabíblico encontramos varios testimonios según los cuales un adolescente se hace maduro y responsable a la edad de doce-trece años. A partir de entonces contrae la obligación de observar la ley mosaica. Según las normas del Talmud, es considerado entonces como "hijo de la ley" (bar mitzwah).

Para la observancia de la Torá en general es bastante conocida la prescripción codificada en Abot V, 24, y atribuida a R. Judá ben Tema, un tanaita: "A los cinco años comienza el estudio de la Biblia, a los diez, el de la Mishnáh; a los trece se aceptan los mandamientos, a los quince empieza el estudio de la Guemarah; a los dieciocho uno se casa..."

También conocemos las obligaciones relativas a los votos, el ayuno y la peregrinación al templo. En cuanto a los votos, la Mishnáh establece que son válidos los emitidos por una muchacha que tenga doce años y un día; para el muchacho se requieren trece años y un día; por el contrario, hay que examinar los votos hechos antes de los once años y un día para las mujeres y de los doce años y un día para los varones. La obligación de ayunar durante todo el día del Kippur, según las normas de la ley bíblica y no rabínica, comienza a los doce años, en opinión de R. Johanan (+ 279) y de R. Huna (+ h. 350), y a los trece según R. Nachman (+ 320). Pero —comenta la Mishná— conviene iniciar a los niños en esta práctica uno o dos años antes de la edad obligatoria para acostumbrarles a cumplir los preceptos religiosos. En el tratado Soferîm (18,5) se cuenta que en Jerusalén, en la época del templo, los doctores bendecían a los adolescentes que habían terminado su primer ayuno a la edad de once o doce años; pero los que habían cumplido los trece años eran presentados a cada uno de los ancianos para que los bendijese y rezase, a fin de que fueran dignos de estudiar la Torá y ponerla en práctica. La obligación de visitar el templo en las tres fiestas principales (Dt 16,16), según la escuela de Shammai, afectaba sólo a los niños capaces de caminar de Jerusalén hasta el monte del templo; para la escuela de Hillel se extendía también a los niños que podían hacer ese mismo recorrido llevados de la mano de su padre.

Por lo que concierne a Lc 2,42, el evangelista no llega a explicar que Jesús, al cumplir los doce años, estuviera obligado a acudir a Jerusalén. Probablemente era así, aunque no tenemos la certeza absoluta de que las normas talmúdicas mencionadas hace poco estuvieran vigentes en tiempos de Cristo. De todas formas se puede mantener una conclusión, a saber: si Lucas hace mención explícita de los doce años de Jesús, seguramente intenta decir que a partir de aquel tiempo surgía algo nuevo en su estatuto civil. Puede ser indicativo el mismo hecho de que hasta aquí el evangelista aplica a Jesús el diminutivo paidíon, o sea, niño (Lc 2,17.27.40), mientras que en el v. 42 lo define simplemente como páis, es decir, muchacho. Por tanto, es de presumir que a los doce años Jesús se adentrase por los senderos de la madurez, así pues, concluyen algunos, él podía definirse también entonces como "hijo de la ley" (bar mitzwah).

e) Temas sapienciales. En el estado presente de la redacción lucana se da un estrecho vínculo entre el v. 40 y los vv. 41-51a. En efecto, mientras en el v. 40 Lucas advierte que "el niño crecía y se fortalecía lleno de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él", en los vv. 41-51a ofrece una prueba de esta sabiduría, que atrae la gracia, es decir, la complacencia divina.

f) Motivos pascuales. Ya la tradición patrística (prescindiendo de una larga lista en la exégesis moderna) interpreta el episodio de Jesús a los doce años en el templo -atendiendo especialmente a la respuesta a sus padres- como una profecía velada de lo que habría de ocurrir en el misterio pascual. El apoyo más consistente para esta explicación nos lo ofrecen los diversos contactos temáticos entre Lc 2,41-51 a y otros pasajes de los escritos lucanos, en donde se habla de la muerte y resurrección de Jesús, especialmente Lc 24. Lo que experimentaron entonces María y José era una lejana parábola de lo que les tocaría en suerte a los discípulos en el momento de realizar Jesús su paso de este mundo al Padre. Veamos, pues, los mencionados paralelismos, recogidos por la tradición lucana y confirmados en parte por los demás evangelistas.

1) Jerusalén, el templo, Ia pascua. Tanto la peregrinación de la familia de Nazaret como la muerte y resurrección de Jesús tienen a Jerusalén y al templo como lugar de acción, y la pascua como marco litúrgico.

- Jerusalén. Obedeciendo a la ley de Moisés (Ex 23,17: 34,23; Dt 16,16), José y María subían todos los años a Jerusalén para la pascua (Lc 2,41). Cuando Jesús cumplió los doce años, se lo llevaron también consigo (v. 42 con las variantes; luego los vv. 43.45). Pero Jerusalén es también la ciudad donde se realizará todo lo que fue escrito por los profetas sobre el Hijo del hombre (Lc I 8,31: cf 13,13). Allí se llevará a cabo el éxodo de Jesús de este mundo al Padre (cf Lc 9,31.51; 24,18; He 4,27); allí tendrán lugar las apariciones de Jesús resucitado a Pedro, a los apóstoles y a los que estaban con ellos (Lc 24 33.36-49: cf He 1,2-4).

- El templo. Es el aula donde los maestros de la Torá impartían su enseñanza. Jesús. aunque de doce años, es descrito con rasgos casi magisteriales: está sentado en medio de los doctores; no sólo les escucha, sino que les hace preguntas; su inteligencia v sus respuestas provocan el asombró entre sus oyentes (Lc 2,4647). Esta escena es un presagio de los antecedentes de la pasión. Llegará el día en que Jesús, venido de Galilea a Jerusalén, se sentará en el templo, donde enseñará todos los días (Lc 19,47a; 21,37a; 22,53); todo el pueblo estará pendiente de sus labios (Lc 19,48b) y acudirá a escucharlo desde muy temprano (Lc 21,38). Pero los sumos sacerdotes, los escribas y los dirigentes del pueblo se basarán precisamente en esto para eliminarlo (Lc 19,47b-48a; 20,19).

Después de resucitar, Jesús irá a morar en el templo celestial, que es la casa verdadera de su Padre. Lo veremos muy pronto.

- La pascua. Es la fiesta para la que José, María y el niño emprenden el viaje a Jerusalén (Lc 2,41; cf Sal 86,3). Es también la ocasión en la que Jesús consumará el holocausto de su propia sangre (Lc 22,1.7.8.11. 13.15 23,54). Y lo mismo que Jesús se quedó en Jerusalén, en el templo, "pasados los días" de la pascua judía (Lc 2,43), así también dará a los discípulos el pan y el vino de la nueva pascua, de la nueva alianza (cf Lc 22,15.20), "después de cenar" (Lc 22,20), o sea, después de haber celebrado la cena pascual judía, la de la antigua alianza (cf Lc 22,7).

2) Buscando a Jesús con dolor y lágrimas. José y María, angustiados (Lc 2,48), se ponen en busca de su hijo, primero entre los parientes y conocidos y luego en Jerusalén (Lc 2 44.45). Igualmente, en los días de la pasión, los discípulos están angustiados y llorando porque han perdido al Maestro (Lc 24,17; cf Mc 16,10; Jn 16,20-22; 20,11.13.15). Lo buscan (Lc 24,5; cf Mc 16,6; Mt 28,5, Jn 20,15), pero entre los muertos (Lc 24,5; cf Mc 16,6; Mt 28,5).

3) "Después de tres días': "al tercer día". Los padres de Jesús encuentran al niño después de tres días (Lc 2,46a), en el templo (Lc 2,46b), que es la casa de su Padre (Lc 2,49). De manera análoga, después de tres días de la muerte de Jesús (Lc 24,21) -o sea, al tercer día (Lc 24,7.46 [cf 9,22; 18,33]; He 10,40)- se le revela a la comunidad de los discípulos que Jesús no está entre los muertos (Lc 24,5; cf vv. 23.24), sino que ha resucitado (Lc 24,6.46), que ha entrado en su gloria (Lc 24,26), que ha sido llevado al cielo (Lc 9,51; 24,51; He 1,11.22; cf Jn 14,2; 20,17), que ha sido elevado a la derecha de Dios (He 2,33). Con la pascua se ha resuelto el enigma del loguion del templo: "¿Por qué me buscabais? ¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre?" (Lc 2,49). Ese su "tener que estar en la casa de su Padre", según la intención recóndita de Jesús, significaba el éxito escatológico de su misión: volver de este mundo al Padre mediante la muerte-resurrección. De ahora en adelante es allí donde hay que buscarlo. Para Jerusalén es ya como un extraño (Lc 24,18). Jesús ha disuelto el templo (cf He 6,14). La unidad sustancial de Jesús con el Padre -dirá la tradición juanea- es el verdadero templo de la nueva Jerusalén, de la nueva alianza de Dios con los hombres (Jn 14,20; Ap 21,2-3).

La "necesidad" del plan divino. Responde Jesús: "¿No sabíais que yo debo estar en la casa de mi Padre'?" ( Lc 2,49) 68. La presencia del impersonal griego déi (=es necesario) -argumenta un gran número de exegetas- remite a otro tema pascual de la catequesis lucana. Es decir: que Jesús tuviera que padecer y resucitar al tercer día no era una circunstancia casual; al contrario, todo esto debía cumplirse. La necesidad de este cumplimiento es señalada por Lucas mediante el uso del verbo déi, "es necesario" (Lc 9,22; 24,7.26.44.46 en las variantes): Como en otros lugares del NT, esta voz parece asumir una densidad teológica; el proyecto de la salvación tenía que realizarse a través del sufrimiento y de la glorificación del mesías (Lc 24,46), puesto que así lo preveía el plan divino expresado en las Escrituras (Lc 18,31; 24,25.27.32.44-46). Pues bien, este mismo verbo aparece también en Lc 2,49b. El que Jesús tenga que estar en la casa del Padre (es decir, tenga que volver a él con la muerte-resurrección) es requerido por la misma voluntad del Padre. Por tanto, es necesario que Jesús se adecue a ello, llevándolo a cumplimiento.

5) La "no-comprensión". María y José no comprenden lo que les dice Jesús (I c 2,50). Lo mismo ocurre cuando Jesús les comunica a los discípulos la misión dolorosa que le aguarda. La reacción habitual por parte de ellos es la incomprensión total. La pasión-muerte es un tema que no acaban de entender (Lc 9,45; 18,34; 24 25, cf Mc 8,32; 9,32a; Mt 16,22; 17 23). Más aún, esas palabras quedan totalmente cerradas a su inteligencia, tanto que tienen miedo de dirigirle preguntas sobre aquel tema (Lc 9,45, cf Mc 9,32b).

Hay sin embargo una diferencia entre María y los discípulos. Mientras que éstos tienen miedo de volver sobre la cuestión, María —por el contrario— "conservaba en su corazón" también esas palabras (Lc 2,51b). Si pensamos en esta actitud de la Virgen a la luz de lo que significa la memoria bíblica en el AT, hemos de concluir que María guardaba en su ánimo aquel enigma, con silencio reverente y activo; está atenta a descifrar su sentido; permanece abierta al misterio y se deja afectar por él.

Delante de Jesús se perfila un camino erizado de espinas. La madre acoge en su corazón también ese designio oscuro de muerte y resurrección. No le es dado a la inteligencia saber cómo tiene que estar Jesús en la casa de su Padre. Sin embargo, la promesa de una resurrección de entre los muertos encuentra un aval de certeza en las continuas liberaciones del dolor y de la muerte que Dios concedió a los padres del AT, el tercer día. La Virgen conoce esa historia y se sumerge en ella para aguardar, doliente y vigilante, su tercer día, "el día del Señor".

CONCLUSIÓN. El análisis condensado que hemos hecho en los párrafos anteriores nos permite fijar las siguientes lineas de resumen:

a) La peregrinación de Jesús al templo a la edad de doce años encierra la memoria de un hecho realmente sucedido. Los doce años eran la edad aproximada en que un muchacho judío traspasaba el umbral de la madurez incipiente y por eso mismo (a juicio de algunos exegetas) se convertía en súbdito de la ley mosaica (bar mitzwâh).

b) Al quedarse en el templo sin que lo supieran sus padres (v. 43), Jesús en el momento de encontrarse de nuevo con ellos da lugar a un diálogo que pone a punto dos tipos de exigencias. Por un lado está María, que de forma discreta parece insinuar sus derechos y los de José como padres: "Hijo, ¿por qué has hecho esto? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados" (v. 48). Por el otro lado está la respuesta de Jesús, que, vinculándose a la mención de José como padre suyo (v. 48), pone el acento en otro Padre, el celestial (v 49). Él es consciente de esta filiación divina. Por eso Jesús da a entender que reivindica para sí cierta autonomía respecto a la familia terrena, cuando se trata de "tener que estar en la casa de [su] Padre" (v. 49).

c) Y he aquí el enigma: ¿de qué modo tiene que estar Jesús en la casa de su Padre? Esto es lo que María y José no comprenden (v. 50). Sobre todo si se piensa que Jesús no se quedó luego en el templo, sino que dejó Jerusalén para bajar a Nazaret y seguir estando sometido a ellos (v. 51a). La Virgen se concentra también en la meditación de estas palabras que no comprendió (v. 51b). Solamente la pascua disipará las sombras que envolvían aquella primera palabra de Jesús: la resurrección revelará que todo lo que sucedió en el templo era una lejana profecía de lo que habría de acontecer cuando se cumplieran los días de Jesús, en Jerusalén (cf Lc 13,32-33).

d) La fuente de información de este episodio es con toda probabilidad María. Ella "conservaba todas estas cosas en su corazón" (v. 51b), incluso para entregar un día a la iglesia el archivo de sus memorias. Lucas pudo llegar al conocimiento directo de todo ello a través de las confidencias de María o bien (parece ser ésta la hipótesis más verosímil) mediante las tradiciones recogidas dentro de la comunidad judeo-cristiana de Jerusalén. Allí —según la noticia de He 1,14— vivió María en los albores de la iglesia naciente.

A. SERRA
DICC-DE-MARIOLOGIA. Págs. 339-344


10. CLARETIANOS 2003

José de Nazaret debería inspirar nuestra manera contemporánea de vivir la fe. De entre los muchos aspectos de su figura, este año, al hilo del evangelio, podemos acentuar uno: José es un “buscador angustiado” de Jesús. Y lo busca, junto con María, porque antes lo ha perdido, o, por lo menos, no ha caído en la cuenta de que Jesús se ha quedado en Jerusalén. En este relato encuentro un verdadero itinerario de fe para nuestros días.

Sus padres iban todos los años a Jerusalén. José y María son presentados en conjunto (sus padres). Este detalle llama la atención porque, por lo general, se habla de María y de José en singular. Ambos aparecen como buenos israelitas, devotos de Dios a la manera tradicional (como era costumbre). En este José cumplidor veo reflejadas a millones de personas que, de buen corazón, viven la religiosidad que recibieron de su familia y que la expresan como aprendieron a hacerlo de niños.

Sin que sus padres se dieran cuenta. Atentos a las costumbres, José y María no perciben que Jesús se ha ido. No hay mala intención en su actitud, pero no caen en la cuenta de que Jesús va más allá de una religiosidad tradicional. Ya no es un niño que se limita a hacer lo que hacen sus padres. ¿Cómo descubrir que a menudo también Jesús va más allá de nuestra religiosidad sincera pero demasiado rutinaria? ¿Podemos perder a Jesús por estar pendientes de nuestros asuntos?

Se pusieron a buscarlo entre los parientes y conocidos. Es la reacción de María y de José después de una jornada de caravana. Imaginan que Jesús no se ha ido del círculo de los cercanos, que permanece con los de siempre. Es, a menudo, nuestra reacción, cuando consideramos que Jesús es patrimonio nuestro, de los que hemos creído en él toda la vida. Podemos distanciarnos un poco porque, a la postre, siempre estará al alcance de la mano. Y, sin embargo, Jesús siempre está cerca, pero no es prisionero de nuestros caprichos.

Volvieron a Jerusalén en su busca. La primera búsqueda fracasa. Intentan la segunda. Esta “vuelta” a Jerusalén se inserta en la cadena de “vueltas” que tanto le gustan a Lucas (vuelven los leprosos a dar gracias, vuelve el hijo pródigo a la casa del padre, vuelven los de Emaús a Jerusalén). Es como volver al centro. Para Lucas, Jerusalén es el escenario de la manifestación del Señor. Y José y María se ponen en camino. No es que den marcha atrás, sino que enderezan el camino. ¿Dónde buscamos nosotros hoy al Jesús que se nos ha escapado? ¿Qué significa hoy volver a Jerusalén?

A los tres días lo encontraron en el templo. Parece que toda desaparición de Jesús necesita un ciclo de tres días (murió, fue sepultado, resucitó). Jesús “resucita” para José y María, como si el hallazgo de Jerusalén fuera un anticipo de la resurrección definitiva. Todo encuentro con Jesús está marcado por la lógica pascual.

Al verlo, se quedaron maravillados. Imagino a José y a María descubriendo a “otro” Jesús. ¿Es posible que ese que habla a los doctores sea nuestro hijo, el que corretea por las calles de Nazaret? Jesús es siempre distinto a como lo imaginamos. Jesús nos sorprenden, desborda nuestras expectativas ¿En qué nos maravilla Jesús hoy?

Tu padre y yo te hemos estado buscando muy angustiados. Impresiona la descripción de Lucas. No se trata simplemente de una búsqueda, sino de una búsqueda con el corazón encogido, con la conciencia de haber perdido lo más preciado de sus vidas. Conozco a personas que, tras años de alejamiento de la fe, buscan a Jesús con angustia. Lamentan el tiempo perdido, creen que han jugado con la gracia de Dios y desean, por todos los medios, volver a creer en Él. José y María no desesperaron. Primero buscaron en la caravana, luego en la ciudad. Por fin ...

Ellos no comprendieron lo que les decía. ¿Qué pasó por el corazón de José y María al oír las palabras de Jesús respecto de los “asuntos de su Padre”? ¿A quién se estaba refiriendo? Es probable que a José se le revolvieran sus viejos recuerdos. Es duro dar con Jesús y cuando uno cree que todo va a ser como antes, caer en la cuenta de que algo nuevo ha sucedido y de que ya no se entiende.

Jesús fue con ellos a Nazaret y les estaba sumiso. El Jesús insumiso se vuelve sumiso. Y va con ellos a Nazaret. Nada será igual para José y para María. ¿Y para ti y para mí?

Muchas felicidades a todos/as los/las que lleváis el nombre de José o alguno de sus derivados. Tenéis una inmensa suerte. En vuestro nombre está escrita una historia de búsqueda y de encuentro con Jesús. Que San José os acompañe en vuestra aventura de fe.

Gonzalo (gonzalo@claret.org)