DICIEMBRE, EL MES DE MARÍA

Se ha cantado tanto: Con flores a María... Y nadie ponía en duda el significado del viejo cántico: el mes de María es el mes de las flores y de los perfumes, el mes de mayo. Puede encontrarse un poco superficial este punto de vista. Y, durante mucho tiempo -hasta la institución de la fiesta de María Medianera y luego de María Reina, el 31 de mayo-, mayo tenía la particularidad de ser uno de los tres meses, con abril y junio, en que no había ninguna fiesta litúrgica de la Virgen.

Por el contrario, la presencia de María llena el mes de diciembre y esto es muy normal, puesto que es el mes del Adviento, de la espera.

¿Quién espera, realmente, más que una madre? Incluso es el mejor modelo de la espera cristiana, de la espera del Adviento: esperar lo que se posee y poseer lo que se espera.

No se debe admitir que una tradición tan antigua en la Iglesia como la veneración de la Virgen durante el Adviento permanezca en al sombra y casi en la ignorancia. Si el "mes de Mayo" frecuentemente corre el riesgo de ofrecernos una piedad sentimental, anecdótica y sin base bíblica, la liturgia del Adviento de a nuestra piedad mariana una sólida trama.

Muchos cristianos están todavía tan inconscientes de esta presencia de la Madre de Dios durante el Adviento que viven su devoción a la Virgen prescindiendo del Adviento como fundamento de la misma.

Aunque para una madre el nacimiento de su hijo supone una fiesta, que marca su alma para siempre, también es cierto que la preparación de este nacimiento es un tiempo privilegiado en el que la madre desarrolla con su hijo una intimidad muy particular. Aunque la Navidad es para María la fiesta más señalada de su maternidad, el Adviento, que prepara esta fiesta, es para ella un tiempo de elección.