LECTURAS PARA EXEQUIAS

 

TEXTOS EVANGÉLICOS


1ª.: Mt 05. 01-12a


2ª.: Mt 11. 25-30


3ª.: Mt 25. 01-13 


4ª.: Mt 25. 31-46 


5ª.: Mc 10. 13-16 


6ª.: Mc 15. 33-39. 16. 01-06 


7ª.: Lc/07/11-17

7-1. VE/RS 
Delante de un sufrimiento te emocionas, te compadeces. En este  momento quiero contemplar la emoción que embarga tu corazón; y  quiero escuchar las palabras que dices a esa madre: "¡No llores!". 

Delante de todos los muertos de la tierra tienes siempre los mismos  sentimientos; y tu intención es siempre la misma: quieres resucitarles a  todos... quieres suprimir todas las lágrimas (Ap 21. 4) porque tu opción  es la vida, porque eres el Dios de los vivos y no el de los muertos.

Yo avanzo, lo sé, hacia mi propia muerte. Pero creo en tu promesa:  creo que mi muerte no sera el último acto sino el penúltimo. Antes de acusar a Dios, como se oye tan a menudo -"¡Si existiera  Dios, no tendríamos todas esas desgracias!"- se debería comenzar por  no parar la historia humana con esa penúltimo acto. El proyecto final  de Dios es la "vida eterna". Pero hay que creer en ella.

"Jesús dijo: Muchacho...levántate..." Es muy importante caer en la  cuenta de que ese tipo de resurrección, por muy notable que sea como  signo, no nos muestra más que una pequeña parte de las posibilidades  de Jesús y de su mensaje real sobre la resurrección: ciertamente aquí  Jesús reanima a un muchacho, pero no es más que una recuperación  temporal de la vida -¡ese muchacho volverá a morir cuando sea!-;  Jesús, por su propia resurrección nos revelará otro tipo de VIDA  RESUCITADA: una vida nunca más sometida a la muerte, un modo de  vida completamente nuevo que sobrepasa todos los marcos humanos. 

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 2
EVANG. DE PENTECOSTES A ADVIENTO
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983./Pág. 178


8ª.: Lc 12. 35-40 


9ª.: Lc 23. 33/39-43 


10ª.: Lc 23, 44-49. 24, 01-06


10-1. VE/MU 
DON DEL PADRE QUE NOS CREO PORQUE NOS AMA.
El bellísimo evangelio de Lc, presenta los tres pasos: la muerte del  Justo -el Hijo- en manos del Padre, la sepultura y el anuncio de la  resurrección: "Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está  aquí". Jesús es "el que vive", es decir, el Viviente por excelencia. ¿No  podríamos decir a los que van al cementerio: "Vuestros parientes y  amigos no están en los nichos: ellos viven, están con el que vive"?

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La vida plena responde a las aspiraciones más profundas del  corazón humano (¡cuántas cosas hacemos para alargar la vida, para  luchar contra la enfermedad y la muerte!). Pero la experiencia  constante es que, más pronto o más tarde, todos morimos, porque  somos hijos de esta tierra, perecederos ("por Adán murieron todos").  Jesús, también. Las mujeres van al sepulcro como nosotros al  cementerio y allí escuchan unas palabras bien extrañas: "¿Por qué  buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí". Este anuncio no  nace de la tierra, no puede nacer de ella; viene de lo alto: Lucas dice  que lo anuncian "dos hombres con vestidos refulgentes". Jesús es "el  que vive"; es decir, el Viviente. No debemos buscarle entre los muertos,  sino con el Padre. Y si sufrió la muerte, fue para vencer la muerte y  arrancarle su dominio sobre los hombres.

-El Hijo.-Judíos y romanos, autoridad civil y religiosa, se habían  puesto de acuerdo para arrancarle la vida, para quitarlo de la luz y  hacerlo callar definitivamente. En este instante supremo, "Jesús gritó  con fuerza: Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu. Y dicho esto,  expiró". ¡Acto supremo de fe y de esperanza confiadas!: Jesús sabe  que está en manos del Padre y se abandona en ellas, como a lo largo  de su vida sabía y se había abandonado. Porque fue el Hijo y se  comportó como tal, en los momentos claros y en los oscuros, en los de  gozo y en los de abatimiento. Jesús es ahora el Viviente, el que ha  vencido la muerte y vive con el Padre.

-Los cristianos.-"Mirad que amor nos ha tenido el Padre para  llamarnos hijos de Dios, pues ¡lo somos!" El camino del Hijo es el  camino de los hijos; avanzamos hacia el triunfo de Jesús; cuando  celebramos su victoria anunciamos la nuestra. Nuestra vida no se  agota en lo que vemos y tocamos, en lo que podemos darnos unos a  otros: como Jesús, hemos nacido de Dios y a Dios retornamos, nuestro  aliento está en manos del Padre. Tal es la promesa hecha a "los  cristianos", a los que viven como él vivió.

La muerte no es para el cristiano la nada y la destrucción: si rompe  unos lazos, quedan otros, y tanto si vivimos como si morimos estamos  siempre en las mismas manos: las del Padre.

-Dios todo en todo.-El hombre fue hecho para la vida, no para la  muerte: para que Dios sea todo en todos. Los cipreses de nuestros  cementerios hunden sus raíces en el suelo, pero señalan a lo alto.  También nosotros, hijos de la tierra, apuntamos a lo alto.

Que este deseo sea realidad no es, con todo, obra de nuestras  manos ni de nuestra inteligencia. Es don del Padre que nos creó  porque nos ama, que nos envió a su Hijo porque nos ama, que nos  hará florecer en plenitud de vida porque nos ama. La aventura de  nuestra vida desemboca en Dios.

J. TOTOSAUS
MISA DOMINICAL 1990, 20


10-2. MU/ACEPTACION.
La aceptación de la muerte, poniendo en manos de Dios lo que de él  hemos recibido (v.46), es la actuación suprema de nuestra libertad, el  acto más importante de la vida, en el que debemos hacer plena  realidad lo que durante la vida hemos ido tratando de realizar: el  despojo progresivo de nosotros mismos, siendo  seres-de-Dios-para-los-hombres.

Imitaremos a Cristo en su resurrección (24. 5-6) si le hemos imitado  antes, de la manera dicha, en su muerte, siguiéndole como verdaderos  discípulos de cerca y no de lejos. 

COMENTARIOS BIBLICOS-6.Pág. 503


10-3.
Texto.-La liturgia no nos ofrece hoy un texto continuado, sino una  selección de dos cuadros. El primero gira en torno a las palabras de  Jesús en la cruz: "Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu". Las  palabras son descritas por Lucas como un gran grito que resuena tras  tres largas horas de oscuridad (de doce a quince horas), coincidiendo  con la ruptura en dos de la cortina del templo que separaba el altar del  incienso del arca de la alianza. A las palabras sigue el comentario del  centurión, la reacción del arrepentimiento de la gente y la mención de  la presencia a distancia de conocidos y mujeres. Estas precisamente  van a ser las protagonistas del segundo cuadro, que gira en torno a las  palabras de dos hombres: "¿Por qué buscáis entre los muertos al que  está vivo?". De esta manera, las mujeres son el puente de unión de  ambos cuadros.

Comentario.-El sentido global del díptico es bien claro: a Jesús, a  quien las mujeres vieron morir, no hay que buscarlo entre los muertos  porque está vivo. Pero a poco que nos aproximemos al díptico en  seguida descubrimos datalles significativos.

Los rasgos del Jesús de Lucas no son los de alguien en quien el que  contempla el cuadro no se pueda reconocer. Son rasgos humanos,  perfectamente humanos. El que muere es un hombre justo, un hombre  religioso, abierto al Padre, confiado en él, poniéndose en sus manos  con sencillez, con espontaneidad. "Padre, a tus manos encomiendo mi  espíritu". En estas circunstancias no hay lugar para la muerte, sino  para la vida. "¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo?"  Todos y cada uno somos llamados a este itinerario, a este programa  de vida-muerte-vida.

Descubrimos también que Lucas había comenzado su evangelio en  el altar del incienso ante la cortina que guardaba y ocultaba el arca,  sede de la presencia de Dios. Lucas rasga ahora esa cortina en medio  de un impresionante silencio (noche) al que sigue la gran voz del Hijo  poniéndose en manos del Padre. Así, en esta actitud, Jesús es el  templo y morada de Dios. No sólo para los judíos (templo de  Jerusalén), sino para todas las gentes (centurión romano). Así, en esta  actitud, Jesús es fuente de perdón y de reconciliación (muchedumbre  dándose golpes de pecho).

ALBERTO BENITO
DABAR 1986, 54


11ª.: Lc 24. 13-35


12ª.: Jn 05. 24-29


13ª.: Jn 06. 37-40


14ª.: Jn 06. 51-59


15ª.: Jn 11. 17-27


16ª.: Jn 11. 32-45


17ª.: Jn 12. 23-28


18ª.: Jn 14, 01-06

18-1: En la casa de mi Padre hay muchas estancias. El evangelio de hoy tiene en cuenta una imagen común entre los  judíos de aquel tiempo y que describía el cielo como un lugar de  muchas estancias pero le da un nuevo sentido al relacionar estas  estancias con la casa del Padre. Así, los discípulos todos de Jesús  tienen abierto el acceso a la casa del Padre gracias a la obra de su  Hijo (cf. 4,34; 5,19-40; 17,4). El lugar preparado no es tanto un espacio  como una existencia con Jesús en el Padre.

Después de la invitación a creer en Dios y en Jesús a la vez, se nos  presenta el doble horizonte de nuestra fe: la situación actual de  comunión con Jesús y con el Padre (involucrados en el servicio de  Jesús: 13,8; 14,3; cf. lJn 1,3) y la situación futura con Jesús  (involucrados en su resurrección) en la casa de su Padre. Ahora bien,  a fin de tomar parte en la comunión divina es necesario tomar el  camino correcto. La imagen bíblica del camino señala el norte de una  existencia o de una opción fundamentada en Dios: Seguid el camino  que os señala el Señor vuestro Dios: así seréis felices y tendréis larga  vida en el país que poseeréis (Dt 5,33).

La pregunta-malentendido de Tomás sirve para recordar que si  creemos que Jesús es la Verdad y la Vida, seguro que hallaremos el  camino que conduce al Padre, a quien Jesús vuelve y con quien ya  está. La fe en Jesús nos permite gustar ya ahora y aquí, la comunión  con él y con el Padre, y nos prepara a la vez para el momento en que  esta comunión será plena y definitiva. Quien quiere tomar el camino  que conduce a la casa del Padre ha de seguir a Jesús. El salmo 43,3  ha dicho que sólo la luz y la verdad llevan al lugar donde Dios reside.  Jesús es la luz (6,12; 9,5) y la verdad (8,32; 18,37-38) que nos guía.

En definitiva, Jesús es el camino hoy y siempre, porque es la verdad  y la vida ya que los que creen en él como el Hombre (19,5) que revela  al Padre, reciben el don de la vida para siempre (3,16). Los creyentes  ya ahora recibimos este don, porque ya lo gustamos por la fe, sobre  todo en la Eucaristía, y lo recibiremos, en plenitud y para siempre al  final de los tiempos, cuando ya estemos acostumbrados a base de  tanto pregustarlo. El evangelista, no obstante, deja bien claro que la  iniciativa es siempre de Jesús: Jesús da siempre el primer y el último  paso (13,8; 14,3).

 

JAUME FONTBONA
MISA DOMINICAL 1999, 14 16


19ª.: Jn 17. 24-26


20ª.: Jn 19. 17-18/25-30