COMENTARIOS AL EVANGELIO
Lucas 15, 3-7

Paralelo: Mt 18, 12-14

1.

Esta parábola pertenece al grupo de las "parábolas de la misericordia", donde se trata de la oveja perdida, de la dracma perdida y del hijo perdido. Aparte de un breve paralelo con Mt 18, 12-14, este conjunto es propio de Lucas, cuya obra insiste en la importancia de la misericordia en la vida de Cristo si se trata del perdón a los pecadores (Lc 7, 36-50; 22,48, 61; 23, 34), de la piedad que ofrece a los desgraciados (Lc 6,24; 8, 2-3; 10, 30-35; 11, 41; 12, 13; 16, 19-25; 18-22) o la atención al sexo débil (Lc 7, 11-15; 36-50; 8, 2-3; 10, 38-42; 18, 1-5;23, 27-28).

Los fariseos, dictando severas normas de pureza y prescribiendo abluciones antes de las comidas, habían excluido de las comidas sagradas a una serie de pecadores y de publicanos. A este ostracismo, Cristo opone la misericordia de Dios, que busca sin cesar la salvación de los pecadores. El mismo es también fiel al deseo del Padre cuando va a buscar a los pecadores, lo más lejos posible. Esta intención aparece inmediatamente en la parábola de la oveja perdida, donde Lucas, contrariamente a Mt 18, 12-14, compara la alegría del pastor a la de Dios y los ángeles (vv. 6-7). No es que se diga que el pecador es más amado que los demás: no conviene confundir la alegría del encuentro con el amor a todos los hombres.

La parábola de la dracma perdida tiene una estructura idéntica. Desdoblando su enseñanza, Cristo ha querido sin duda dirigirse tanto al público femenino como a los pastores que le rodeaban, pero, sobre todo, se ha dejado llevar por el procedimiento hebreo del paralelismo.

Para justificar el orden en que Lucas presenta las parábolas de la misericordia, se ha hecho referencia a Jer 31. En efecto, para los primeros cristianos el Antiguo Testamento era la única Escritura. Leyendo alguno de sus textos recordaban las palabras de Cristo y las anotaban al margen. Por eso el orden de las pericopas en el Antiguo Testamento puede haber sido el origen del orden de ciertas perícopas del Nuevo. Ahora bien: en Jer 31, 10-14, Dios congrega, como un pastor, a su pueblo disperso y anuncia que habrá alegría entre los reunidos (cf. Lc 15, 4-7). En Jer 31, 15-17 una mujer llora la pérdida de sus hijos, a los que recobrará más tarde (cf. Lc 15, 8-10). En Jer 31, 18-20, Efraim se convierte y pasa a ser el hijo predilecto de Dios (cf. Lc 15, 11-32). Finalmente, Jer 31, 31-34 ofrece una conclusión válida también para las parábolas de Lucas: la nueva alianza se basará fundamentalmente en el perdón y la misericordia de Dios.

El hombre moderno experimenta un cierto malestar ante el tema clásico de la misericordia divina. La misma palabra evoca una actitud sentimental y paternalista, así como la impresión de una alienación religiosa, como si el cristiano que recurre a la misericordia de Dios se eximiese de sus responsabilidades.

Pero la Biblia propone una concepción mucho más profunda de la misericordia. Este término evoca el amor en su fidelidad al compromiso y en su ternura de corazón. En una palabra, designa una actitud profunda de todo el ser.

La experiencia de la condición pecadora del hombre está en la base de la noción de la misericordia divina. Esta es una invitación a la conversión, y como una exhortación a testimoniar este amor a los otros, especialmente a los paganos (Eclo 23, 30-28, 7).

En este punto, Jesús es fiel a las perspectivas del Antiguo Testamento. Manifiesta la misericordia de Dios con todas sus consecuencias, uniéndola al ejercicio de la misericordia humana para hacer una empresa conjunta de Dios y el hombre, respuesta activa del hombre a la iniciativa proveniente de Dios. Testimonia a los pecadores y a los excomulgados una misericordia infinita.

Los cristianos son, en primer lugar, invitados a hacer la experiencia espiritual de la misericordia divina desde su punto de vista, pues Dios les toma tales y como son. Jamás se sentirán abandonados: Dios está siempre presente, sin cesar, en su búsqueda. El recurso a la benevolencia paterna es siempre posible. Sin embargo, el pecador no está verdaderamente arrepentido, más que si entiende, no solamente la llamada a la conversión, sino, incluso, las exigencias de la misericordia referida a los otros. De igual modo, la Iglesia no comprenderá la misericordia divina que la funda en la existencia más que el día en que ella descarte el legalismo que puede engendrar la Institución eclesial para reunir a los pobres y a los pecadores todos respetando su dignidad.

Memorial de la muerte de Cristo, la Eucaristía recuerda que un solo hombre ha sido misericordioso en la misma medida de la misericordia divina. Comulgar en su mesa es, pues, beneficiarse de esta misericordia del Hombre-Dios, pero también testimoniarla.

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