Las revelaciones privadas

 

1.RVS/PRIVADAS:

En la devoción al Corazón de Jesús han tenido gran influencia las revelaciones privadas, pero ante todo hay que dejar claramente establecido que la doctrina de esta devoción, tal como hoy la propone el magisterio pontificio, no se funda en revelaciones privadas. Estas únicamente han llamado nuestra atención para señalar qué es lo más importante de la doctrina contenida en la revelación pública (Sagrada Escritura y Tradición). Pero ni siquiera afirmamos que esta devoción es la esencia del cristianismo basándonos en revelaciones privadas sino en el magisterio pontificio. Son los Papas, custodios infalibles de la revelación pública con la asistencia del Espíritu Santo, los que, no por causa de las revelaciones privadas, sino con ocasión de ellas (1), han declarado que es cierta la doctrina que proponen. Y ha ido aún más lejos el magisterio pontificio, al afirmar que el mejor medio de vivir el cristianismo es practicar esta devoción, pero al mismo tiempo, precisamente porque sus enseñanzas no se fundamentan en escritos de personas particulares, sean o no revelaciones privadas, los han perfeccionado, modificándolos, ampliándolos y aun a veces corrigiéndolos.

Por tanto, aun en la hipótesis (prescindiendo si es una hipótesis imposible) de que todas las revelaciones privadas fuesen falsas, bien porque se engañaron los videntes, o porque de buena o mala fe ellos nos quisieron engañar a los demás, no perdería nada de su valor la doctrina expuesta por la Santa Sede sobre este modo de vivir el cristianismo que llamamos devoción al Corazón de Jesús. Ni nos podía dejar Cristo en la terrible angustia de tener que enfocar nuestra vida según unas doctrinas que a veces no sabríamos si eran verbo de Dios o alucinaciones histéricas.

Esto supuesto, podemos preguntarnos qué autenticidad presentan las revelaciones privadas más conocidas acerca del Sagrado Corazón. La única fuente directa que tenemos para conocerlas no es un testimonio extrínseco, sino el del mismo vidente. Diversos contrastes indirectos pueden suministrarnos una mayor o menor garantía: el examen interno de la doctrina (que no sea contraria al dogma, etc.), la santidad de la persona, su estado de salud, los frutos que se sigan. Pero sólo el milagro que confirme la verdad, suficientemente comprobado, puede inducirnos a la certeza absoluta.

Aceptando la posibilidad de las revelaciones privadas -¡quién se lo puede impedir a Dios!- y su mismo hecho, pues sería casi más extraño que pudiendo hacerlo no lo hubiese hecho nunca, que no que se comunique frecuentemente con los que tenga a bien; también hemos de aceptar la realidad que la virtud no excluye las sicopatías, ya que la inmensa mayoría de los que se presentan como videntes no lo son, aunque sean personas virtuosas (hace unos años en una sola diócesis española existían 500 casos que se presentaban como revelaciones privadas). Sin llegar a la afirmación que las místicas sean las histéricas santas, tampoco se puede negar que las histéricas sean capaces de ser santas sin dejar de estar enfermas en mayor o menor grado (toda enfermedad aceptada ayuda a la santidad). Además, aun en los casos de mística verdadera, tampoco se excluye la concomitancia de alucinaciones, lo que hace más difícil el diagnóstico de las revelaciones.

"Fieri potest ut aliquis sanctus ex anticipatis opinionibus, aut ideis in phantasia fixis aliqua sibi a Deo revelata putet, quae a Deo revelata non sunt", "revelationes non a Spiritu Sancto immisas, sed ortas a proprio iudicio et ratiocinio, quatenus intellectus eius pia affectione ductus, et imbutus opinionibus de re aliqua, quae pietatem redolet, iudicat spiritum sibi esse divinum, cum tamen invincibiliter fallatur" (2).

San Ignacio puntualiza con toda exactitud en las reglas para conocer los espíritus: 8ª. regla: "Cuando la consolación es sin causa, dado que en ella no haya engaño por ser sólo de Dios Nuestro Señor, como está dicho, pero la persona espiritual, a quien Dios ha dado tal consolación, debe con mucha vigilancia y atención mirar y discernir el propio tiempo de la actual consolación, del siguiente en que la ánima queda caliente y favorecida con el favor y reliquias de la consolación pasada: porque muchas veces en este segundo tiempo por su propio discurso de habitúdines y consecuencias de los conceptos y juicios, o por el buen espíritu o por el malo forma diversos propósitos y paresceres, que no son dados inmediatamente de Dios Nuestro Señor; y por tanto han menester ser mucho bien examinados, antes que se les dé entero crédito ni que se pongan en efecto" (3).

Y la historia enseña que muchos santos se han equivocado en sus revelaciones, v. c., afirmando contradictoriamente entre sí: diversas maneras cómo fue crucificado Cristo: en el suelo, en alto, con tres cIavos, con cuatro; diversas formas de la Cruz; según Sta. Magdalena de Pazzis, Santa Brígida, la Beata Bautista de Varano (4). Juliana de Norwich entre sus revelaciones creyó que le había sido revelado que al fin del mundo los condenados serían perdonados. POURRAT comenta: "Una vez más constatamos que los místicos toman a menudo sus pensamientos personales o sus deseos por revelaciones divinas" (5).

Pero si una parte comprobada como auténtica no indica que todo lo sea, al contrario, afirmaciones inadmisibles o hechos sospechosos, tampoco excluyen la posibilidad de un núcleo verdadero.

Por otra parte, no se puede afirmar que las alucinaciones nunca tengan efectos provechosos; por ejemplo, supongamos que yo con mis escritos puedo hacer fruto; si lo que digo creo equivocadamente que me ha sido revelado, no por eso dejaré de hacer el mismo fruto, ya que de hecho, objetivamente, es lo mismo. Además, para alentar a una persona, Dios puede comunicársele místicamente, pero no se demuestra que no pueda permitir en su Providencia ordinaria que dicha persona tenga alucinaciones que la alienten. En ambos casos, el criterio recto para obrar no ha de ser su juicio propio, sino la aprobación por la autoridad competente, en el fuero interno o externo.

Incluso en revelaciones falsas, por culpa personal (según casos que creo conocer con certeza, pero no sería prudente citarlos), parece que se han seguido frutos beneficiosos en terceras personas de buena voluntad; dichos falsarios habrán sido ocasión -no causa, claro está- de algunas conversiones, a pesar de su mala fe.

Por fin, las tendencias temperamentales, ambientes históricos, etc., no dejarán de influir en las revelaciones privadas, si hasta la revelación pública se matiza según el temperamento del escritor inspirado y el mismo Dios se acomoda a él.

En resumen, hay que aceptar la existencia de revelaciones reales; la compatibilidad de la virtud con la enfermedad mental y las alucinaciones; la compatibilidad de la mística verdadera con las alucinaciones; la posibilidad que las alucinaciones puedan tener efectos beneficiosos, y por fin, la influencia del sujeto en el contenido de las revelaciones.

Los autores que tratan de la devoción al Sagrado Corazón se ven obligados a tocar el punto capital de las revelaciones privadas, sobre todo los que más se apoyan en ellas, como son los antiguos, que todavía no contaban con los documentos del magisterio pontificio. Para Galliffet (siglo XVIII) es un disparate que la santidad pueda coexistir con una disposición habitual de tomar puras imaginaciones por visiones celestes, sin que por eso deje de admitir que los santos "pueden equivocarse y a veces se equivocan" (6). Hamón admite a su vez que a las revelaciones privadas se mezcle algo humano, por ejemplo, las preocupaciones de Santa Margarita María. Expresan las cosas de Dios a su manera. Podrá suceder que errores evidentes sean dados por los estáticos como revelaciones sobrenaturales. De buena fe, el que tiene una revelación sobrenatural puede creer que le han sido confirmadas por Dios o por los ángeles ideas generalmente admitidas en su época, o doctrinas preferidas suyas. No sabe entonces distinguir entre las impresiones recibidas de una causa sobrenatural y las que tiene almacenadas en su alma. Por ello no hay que escandalizarse demasiado pronto y anatematizar en seguida a los sacrílegos que osan poner su mano temeraria sobre el arca santa. Hasta aquí Hamón (7).

Antes de hacer algunas observaciones en concreto sobre las revelaciones privadas que afectan a la devoción al Sagrado Corazón, advirtamos que en último término, el juicio que se dé dependerá mucho del temperamento de cada cual, más o menos crédulo, más o menos deseoso por mil razones inconscientes, de que la revelación sea o no auténtica. Por nuestra parte intentaremos ser lo más objetivos que podamos.

Respecto de Santa Matilde de Hackeborn hemos de notar, en honor a la sinceridad, que su largo libro de las revelaciones tiene a nuestro juicio bien poco de interesante. Qué diferente del libro de la Revelación oficial. En el Evangelio, el lenguaje de Cristo es tan sobrio, tan majestuoso, dentro de su sencillez. Los escritos de Santa Teresa o de Santa Teresita dejan, al revés que éstos, un impacto de devoción en el lector. En el "Liber specialis gratiae", la mayor parte de los abundantes dlscursos atribuidos a Cristo son puerilidades inconexas. Su autenticidad difícilmente resiste la crítica interna en muchas de sus páginas: "Vio asimismo a la Virgen bienaventurada a la diestra de su Hijo, llevando tendido por el suelo rico ceñidor de oro, del que pendía multitud de campanillas también de oro, y atravesaba con él los coros todos de ángeles y santos; cada uno de ellos agitaba las campanillas, que sonaban a gloria, y daban gracias a Dios por los dones y carismas otorgados a Matilde tan sin tasa" (8). Es curioso suponer que ella sea el centro de atracción de todo el empíreo, tanto que el Señor le da su Corazón a modo de copa, y ella va exhortando a los ángeles, patriarcas, profetas, apóstoles..., a que beban el licor de vida que les ofrece en dicha copa (9). Tampoco es muy teológico que el Señor diga: "La más provechosa obra de manos es levantarlas en oración pura y ocuparlas en escribir [...]. Por lo que atañe al ejercicio del cuerpo en general, son grandemente provechosas las genuflexiones, postraciones, venias y obras de caridad" (10). Otra vez le dice: "Mi cocina es mi Corazón deífico [...]. El cocinero oficial de esta cocina es el Espíritu Santo..." (11). Por fin, el Señor asegura la divina inspiración de este libro, ya que "cuanto dicten y escriban por mí y en mí, que soy la verdad pura, es verdadero" (12).

También Cristo afirma la inspiración de Santa Gertrudis: "Todo cuanto ella dijere llevará el sello de la certeza. No podrá engañarse ella a sí misma, ni podrá engañar a los demás" (13). Pero ¿cómo nos consta que en esto no se engañó? Es preciso hacer una observación critica según la mentalidad hagiográfica de la época, el criterio no era exponer en la narración la verdad de lo sucedido, sino la edificación de los lectores. Para comprender la licitud de esa actitud pensemos en nuestros pintores, por ejemplo; nadie les censura porque al pintar un Calvario prescindan de los detalles históricos por otras razones artísticas. Pues bien, no es nada difícil que este mismo criterio lo aplicasen los santos exponiendo como revelado lo que es fruto de su consideración devota y en este aspecto, objeto de una inspiración o revelación tomada en sentido muy amplio. Sin negar por esto, según la doctrina expuesta anteriormente, la existencia en ambas de una revelación verdadera.

Otras actitudes son también bastante sospechosas, por ejemplo, algunas de Santa Lidvina, que nos abstenemos de transcribir (14).

El famoso P. Luis de la Puente, después de ser treinta años confesor de doña Marina de Escobar, aprobó sus revelaciones como verdaderas, por la sabiduría, grandeza, verdad, pureza, gravedad y discreción de las revelaciones, sin nada malo, falso, liviano o imperfecto. Y por los frutos, es decir, sus siete virtudes: 1) pureza de alma y cuerpo; 2) conocimiento propio. sin soberbia ni vanidad; 3) oraciones de muchas horas sin distracciones; 4) temor de ser engañada; 5) deseo de desprecios y padecimientos; 6) celo de las almas; 7) claridad de conciencia con el confesor. Argumentos que pueden probar la santidad de doña Marina pero no excluyen la posibilidad de una anormalidad psicológica de autosugestión. Es verosímil esta anormalidad patológica por el cúmulo de circunstancias sospechosas que presentan su vida y revelaciones, v. c., su enfermedad: catorce años de escrúpulos, luego las visiones en sueños, después despierta; que Dios conceda indulgencias especialísimas por su medio, incluso a iglesias; que le mande a ella que escriban su vida... (15), difícilmente puede ser todo verdad, aunque ella no intentase engañar.

De Santa Margarita María, su biógrafo y apologista P. Hamón dice, comentando una afirmación suya: "Nuestro Señor se apoderó tan fuertemente de mi voluntad, que la perdí para todo el resto de mi vida." "Exageración manifiesta. Cuatro años más tarde, en el noviciado de Paray-le-Monial, rechazará durante tres meses un sacrificio que Dios le pedía" (16). Juzgando sin apasionamiento, puede ser preciso reconocer en su vida, según las notas biográficas que apuntamos, una psicología un tanto anormal. Sin embargo, varias razones parecen garantizar, con la certeza posible en este orden, que su doctrina tiene un fundamento místico: 1) Su virtud heroica, canonizada por la Iglesia, no solamente excluye la mala fe, sino que asegura su más sincera búsqueda de la verdad, y por parte de Dios, parece más congruente con su promesa "buscad y hallaréis", que no la haya dejado perdida en una perpetua ilusión errónea en lo que constituyó el centro de su vida: la misión a la que se creyó llamada. 2) Su doctrina, que sobre no contradecir en nada al dogma, lo expone con nuevo vigor. Parece moralmente imposible conseguir esto por sólo fantasías delirantes. 3) Numerosas personas competentes, incluso los Papas, lo han juzgado así, no por pura credulidad, sino después de riguroso examen. La gran parte de la Iglesia, con su cabeza visible que lo ha creído así, nos ofrece una seguridad de prudencia humana, e insinúa que la asistencia ordinaria del Espíritu Santo hubiese evitado aceptar esa opinión de ser totalmente equivocada.

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(1) Causa es lo que hace, es aquello a lo que se debe intrínsecamente algún efecto o hecho; ocasión es lo que por estar presente facilita que una causa haga algo. Las revelaciones privadas sólo son ocasión de las enseñanzas de los Papas, quienes al cotejarlas con el depósito de la revelación juzgan, asistidos por el Espíritu Santo, si están o no conformes con él. Así, Pío XII afirma de la devoción al Sagrado Corazón: "Está en todo de acuerdo con la naturaleza de la religi6n cristiana"... "no puede afirmarse que este culto deba su origen a revelaciones privadas"... "es evidente que las revelaciones de Santa Margarita María no trajeron ninguna innovación a la doctrina católica. Su importancia radica en el hecho de que... pretendió llamar nuestra atención, para que nos fijásemos"... "En las Sagradas Escrituras, en la tradición y en la Sagrada Liturgia es donde han de encontrar los fieles la fuente pura y más honda del culto al Sagrado Corazón de Jesús", Haurietis aquas, AAS, 48 (1956) 340-1.

(2) BENEDICTUS XlV, De Servorum Dei beatificatione et Beatorum canonizatione, 1. 3, c. 53, n. 17, ed, Opera omnia, Romae 1747-51, t. 3, pág. 809.

(3) Ejercicios Espirituales, n. 336.

(4) Cfr. Act. Sanct. Boll., t. 19 (mayo 1961) pág. 244-7; cfr. etiam STAEHLIN, C. M., Apariciones, págs. 46 s.

(5) La spiritualité chrétienne, t. II, París 1928, pág. 446.

(6) La excellence de la dévotion au Coeur adorable de Jésus-Christ, págs 31 y 29.

(7) Histoire de la dévotion au Sacré-Coeur, t 1, pág. 187.

(8) Libro I. c. 1, pág. íO.

(9) Libro I. c. 2, pág. 12.

(10) Libro lll, c. 48. pág. 252.

(11) Libro II. c. 33. pág. 169.

(12) Libro IV, c. 22, pág. 353.

(13) Legatus divinae pietatis, 1. 1, c. 16, pág. S9.

(14) Cfr. Act. Sanct. Boll., abril, t. II, pág. 342. N. B De esta santa, como de otros muchos santos antiguos a quienes se les da culto por fuerza de la costumbre, no ha dado el Romano Pontífice su juicio infalible. Este sólo refrenda las canonizaciones formales. La primera históricamente cierta fue la de S. Uldarico en 993 por el Papa Juan XV. Pero hasta Urbano VIII (1634) también los obispos podían canonizar (o beatificar, pues la distinción entre beato y santo la introdujo también Urbano VIII).

(15) Vida maravillosa de la Venerable Dª. Marina de Escobar, Intr., 1.

(16) Histoire de la dévotion au Sacré-Coeur, t. 1, pág. 49.