APÓSTOLES DE LA DEVOCIÓN
AL CORAZÓN DE JESÚS

Sería imposible pensar que el amor del corazón de Cristo a nosotros no se le haya pasado a nadie por las mientes, en la Iglesia, hasta estos últimos siglos. Basta leer a san Pablo en su carta a los Romanos (8, 28-39), pero, sobre todo a san Juan, tanto en su primera carta como en su evangelio, para comprobar lo presente que en tales textos está la imagen del corazón amoroso de Cristo.

Pero hasta el siglo de la Escolástica, forzoso es decirlo, la mentalidad sigue siendo muy bíblica, es decir, se mantiene más ligada al misterio global de la salvación que al detalle preciso que constituye su realización.

Hasta entonces, el culto va dirigido a la Persona y no a determinadas actitudes o gestos. Tanto es así que el amor de Dios y el de Cristo, presentes siempre en el pensamiento cristiano, no se expresaban de una manera particularmente individualizada en una celebración especial. La muerte de Cristo y todo su misterio parecían recordar sin cesar y de modo suficiente el amor del Señor a nosotros. No se habría pensado en celebrar una fiesta particular del amor, y menos tratándose de una fiesta que se centrara en el corazón mismo de Dios. La evolución de la teología y de su forma de pensar, su progresivo deseo de entrar en los detalles y la sistematización arrastraron a la contemplación, privada en un principio y luego más generalizada, del amor del Señor, vislumbrado bajo la imagen más popular del corazón, símbolo del amor.

San Buenaventura (+1274) con su amor ardiente contribuyó extensamente, con los franciscanos, a difundir esta devoción particular al corazón de Cristo. El corazón traspasado llegó a ser objeto de especial contemplación. Casi por los mismos años, algunas santas monjas alemanas e italianas, en sus diálogos íntimos con el Señor, se impresionan con este amor del corazón de Jesús. Así, en Italia, santa Margarita de Cortona y santa Angela de Foligno, la cual, por otra parte, escribe el relato de sus visiones (+1309). En Alemania, santa Matilde y santa Gertrudis propagan con sus visiones y revelaciones esta devoción que, la verdad sea dicha, se encuentra reseñada ya en los Bolandos y practicada por dos monjas: María d'Oignies y Lutgarda d'Aywieres. Sin embargo esta devoción, al principio bastante dinámica en su expansión, experimentó cierta decadencia. Pero a partir del siglo XVI, la devoción recupera terreno. En Francia, san Juan Eudes (160I-1680) fundamenta su devoción al Corazón de Jesús en la teología de san Juan, y consigue que su Congregación pueda celebrar la fiesta el 30 de agosto, utilizando una misa y un oficio compuestos por él. Pero esta experiencia quedaba limitada a la diócesis de Rennes. Luego se practicó en otras diócesis. Señalemos que san Juan Eudes logró que se reconociera esta devoción en su diócesis y en otras partes, en 1670.

En Paray-le-Monial, mucho tiempo después del reconocimiento del culto propuesto por san Juan Eudes, las apariciones del Señor a una visitandina, Margarita Alacoque (+1690), despertaron tal entusiasmo que se elevaron instantes peticiones para que a la fiesta se le diera carácter universal. Sólo llegado el año 1856, decretó Pío IX que la fiesta se celebrara universalmente el viernes siguiente a la octava del Corpus. Como es sabido, la celebración sufrió posteriormente otras adiciones, como la consagración del género humano al Sagrado Corazón y, más tarde, bajo Pío XI, un acto de reparación al mismo Sagrado Corazón.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 5
TIEMPO ORDINARIO: DOMINGOS 22-34
SAL TERRAE SANTANDER 1982.Pág. 83 s