COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Os 11. 1b.3-4.8c-9

 

1. A-D/RV 

Es tal la sencillez de esta lectura, tal su dramatismo interno, tan acusados y manifiestos los sentimientos paternales de Dios, que debería constituir la reflexión callada y reconocida su mejor comentario. Perdónesenos si, al pretender encuadrarla en su contexto histórico, aminoramos en lo más mínimo el delicado sentido de su interioridad.

Esta lectura es única, no ya en el libro de Oseas sino en todo el Antiguo Testamento. Es, permítasenos la comparación, la perla preciosa escondida en el campo por la que hemos de venderlo todo para adquirirla; es una de las más altas cumbres de la revelación sobre la naturaleza de Dios en todo el Antiguo Testamento. Y, aunque parezca paradójico, el profeta llegó a ella a través de la sencilla vulgaridad de su vida matrimonial. Ni revelaciones especiales ni visiones ni éxtasis ni arrebatos. Esposo y padre cariñoso, le bastó tener un hijo entre sus brazos para comprender el amor de Dios.

En su transición del amor humano al divino y en su comprensión de lo divino por lo humano, Oseas recuerda los primeros días de la existencia de Israel con la ternura y romance de aquellos momentos. Entonces había muchos pueblos, pueblos fuertes y poderosos, pueblos de historia y raigambre. Y Yahveh fue a fijarse en quien no era pueblo todavía, en un grupo de esclavos y emigrantes por tierras de Egipto, sin historia, sin tierra, sin civilización. Era la creación de algo de la nada. A esa nada Dios la amó y comenzó a existir, a ser hija predilecta suya; y su hija, libre. Y de Egipto Dios la sacó.

Cada vez que Dios "le llamaba" e intentaba realizar en él y por él sus planes, Israel, voluble e incomprensivo, "se alejaba"; lo posponía a sus ídolos y baales, se prostituía y divorciaba de él rompiendo la Alianza que habían sellado en el Sinaí. Yahveh, su padre, no se rindió.

Fue El y no los baales quien "le enseño a andar", quien siguió sus pasos con firmeza por la tierra de promisión hasta el esplendor de los tiempos davídicos; él le "alzaba en brazos", gozoso y salvífico a la vez, mostrándole todo su amor hacia él.

Sin embargo, "él no comprendía que Yo le curaba". Quizás sea necesario ser padre para comprender el dolor por la incomprensión de un hijo a quien se mima con toda clase de ternuras.

Podía, sin duda, forzarla. Era Dios. Pero prefiere respetar aquello que él ha dado al hombre como esencia de su ser, su libertad. ¡Ay de aquel que osare violar aquello que el mismo Dios respeta! Por eso se acercó a él, se inclinó hacia él para alimentarlo, intentó atraerlo hacia sí -sublime ejemplo de condescendencia divina-... pero "con cuerdas humanas". Es la más preciosa descripción del misterio de la libertad y la gracia. Nada consiguió y se vio forzado a castigarlo. Era justo. Pero nuestra lectura bíblica se salta el castigo, porque el castigo nunca es la última palabra de Dios, para tratar de explicar sicológica y humanamente el incomprensible y deconcertante misterio del amor de Dios. Se le "revuelven las entrañas" al tener que castigar. Es Dios y no hombre. Es santo y no enemigo al acecho. Por eso, "ni cederá a la cólera... ni volverá a destruir a Efraím". Ha querido corregirlo, no aniquilarlo. Es la misma enseñanza que se encierra en el término profético "Resto". La testimoniada por Cristo en la Cruz por amor. Quien tenga oídos para oir que oiga.

Y como prueba, entonces imprecisa y hoy constatable históricamente, se les promete la vuelta del exilio con la misma seguridad que el rugido del león produce el pánico en quien lo escucha. Cuando Yahveh "ruja", eficaz imagen de la eficacia de su palabra, Israel volverá con la docilidad de un pájaro y la obediencia de la paloma a la voz de su amo. Así es Dios cuando castiga y corrige para poder salvar.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pág. 815 ss.


2. Os/11/01-09

El profeta, sirviéndose aún del procedimiento acusatorio, presenta una de las más bellas y profundas síntesis del amor de Dios, negativamente más destacado aún por la ingratitud de Israel: «Cuando Israel era niño, lo amé; y desde Egipto llamé a mi hijo. Pero cuanto más los llamaba, más se alejaban de mí: ofrecían sacrificios a los baales...» (vv 1 2). El amor es presentado como la causa del nacimiento de Israel, la clave de la elección. Todo el amor tierno, pero educador, de Dios se resume en la imagen del padre que levanta a su hijo hasta sus mejillas y le ayuda a comer. Todas estas imágenes intentan traducir la realidad vital del compromiso de Dios a favor del hombre. Pero Israel ha despreciado el don del amor. Pecar, opción de esclavitud, de retorno a Egipto, es para Oseas obligar a Dios, el más amoroso de los padres, a castigar. Sin embargo, el castigo no es la última palabra del Señor. En el corazón de Dios hay una especie de «conversión». Oseas la describe con una afirmación única en toda la literatura profética: "No desencadenaré todo el furor de mi ira, no destruiré del todo a Efraín, que soy Dios y no hombre, el Santo en medio de ti" (9).

No, el estilo de Dios no es el estilo vengativo del hombre. La apelación sorprendente a su santidad, a su radical distinción de todo y de todos es la más fuerte garantía de un amor sin retroceso. Toda la predicación de Oseas prepara esta afirmación, que hallará eco en otros profetas: «¿Puede la mujer olvidarse del fruto de su vientre, no compadecerse del fruto de sus entrañas? Pues aunque ella se olvidara yo no te olvidaría» (Is 49, 15) La proclamación de Oseas sobre el amor de Dios que sale al encuentro del hombre en la doble relación de matrimonio y filiación, de un Dios que ama simplemente porque es Dios, constituye uno de los capítulos más ricos de la teologia veterotestamentaria. Es una anticipación de aquella doctrina joánica que considera el amor como la esencia y realidad de Dios. Sólo quien tiene experiencia de amor puede tener experiencia de este Dios que es el primero en amar. Amar creadoramente significa estar presente a favor de los hombres. Dios es amor, se compromete personalmente en favor de los hombres, pero, como el amor, jamás es del todo asequible, sino que siempre precede al hombre. En la medida en que el amor nunca está plenamente realizado, abre siempre un futuro nuevo. Amor es camino hacia Dios y camino hacia la propia realización.

f. RAURELL
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 746 s.


3.

-Palabra del Señor. Cuando Israel era niño, yo le amé. Y de Egipto llamé a mi hijo. No, Dios no se resigna a castigar.

A pesar de que, desde hace tres días, hemos oído cuán deplorable e infiel ha sido el pueblo de Israel.

Pero, qué queréis, cuando se es padre o madre los fracasos aparentes no pueden apagar el amor, la «hesed», el afecto visceral a los que se ha puesto en el mundo.

-Yo enseñé a mi hijo a caminar, tomándole por los brazos. Y ellos no comprendieron que yo les ayudaba.

Ni en el mismo evangelio se encuentran acentos tan concretos para revelar la paternidad de Dios. Aquí el profeta encuentra, en su propia experiencia de padre, unas imágenes inolvidables.

Evoco a unos padres jóvenes tratando de suscitar los primeros pasos de su pequeñín, sosteniéndole justo lo suficiente para salvar una caída, y animándole para que se lance solo a dar unos pasos.

Así es Dios con nosotros.

-Le atraía benévolamente con lazos de ternura.

Otra imagen: el niño delicadamente sujeto a unas bandas de tela suave y resistente, para que empiece a hacer sus propias experiencias, sin riesgo de hacerse demasiado daño.

-Como los que levantan a un niño contra su mejilla, así era yo para él. Me inclinaba hacia él y le daba de comer.

Otras dos imágenes.

Cuando contemplo escenas semejantes en familia, veo una imagen de Dios.

Cuando acaricio a un pequeño, le estoy revelando el amor mismo de Dios. Y la primera catequesis es ésta: en nuestros gestos de amor, hacer entrever al Amor.

Ruego por los padres y madres de la tierra, por tantos hombres y mujeres a quienes esos gestos "divinos" son tan naturales... a fin de que descubran algo de Ti, Señor, en las realidades de su vida familiar.

-Pero han rehusado volver a mí...: ¿les voy a castigar?

Cuán conmovedor es el dolor de ese padre que tanto ha hecho por sus hijos, y los ve alejarse de él.

¡Cuántos padres, HoY, reviven ese drama de Dios, en las preocupaciones que les dan sus hijos adolescentes!

Ruego por esos padres de corazón destrozado. Trato de imaginar que también yo puedo "hacer sufrir" a Dios de ese modo, por mis infidelidades.

-¡No! Mi corazón está trastornado y se estremecen mis entrañas. No obraré según el ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Israel, porque soy Dios, no hombre; en medio de vosotros soy el Dios santo, y no vengo para exterminar.

A varios siglos de distancia, es éste el mismo mensaje ardiente de Jesús «Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para condenarlo, sino para salvarlo.» (Juan 3, 17)

La transcendencia de Dios, su Santidad, se expresa no en lo absoluto de la justicia aterradora, sino en lo absoluto de la misericordia. Mientras que el hombre tiene tendencia a dejarse llevar por la venganza, por la cólera, Dios, afirma: «¡Yo soy Dios, no un hombre!» Es mejor que nosotros.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 4
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑOS PARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1984.Pág. 170 s.

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