40 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO V DE CUARESMA
28-33

 

28.

"Ahora es el juicio del mundo; ahora el amo de este mundo va a ser expulsado. Y cuando yo sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mi" (/Jn/12/31-32).

El comentarista más célebre de este pasaje evangélico es Soren Kierkegaard. En un libro escrito en 1850, titulado Escuela de cristianismo, dedica nada menos que siete meditaciones a la frase de Jesús "Atraeré a todos hacia mi". Me gusta leeros la oración con la que introduce esas reflexiones:

Señor Jesucristo, muchas son las cosas que quieren entretenernos; las estériles preocupaciones, los fútiles placeres, los vanos cuidados. ¡Demasiadas cosas intentan asustarnos y hacernos retroceder! El orgullo, demasiado vil para aceptar socorros; la pusilanimidad, que se encoge para su propia ruina; la angustia del pecado, que rehuye la pureza de lo que es santo, como la enfermedad rehuye el remedio. Pero Tú eres, no obstante, el más fuerte: ¡atráenos hacia ti siempre más fuertemente!

Nosotros te llamamos Salvador y Redentor nuestro; Tú viniste al mundo para librarnos de las cadenas que nos ataban o que nosotros mismos nos habíamos forjado, y para salvar a quienes has rescatado. Esta es la obra que Tú has realizado y realizarás hasta el fin de los tiempos. Tú harás conforme a tu palabra: levantado de la tierra, ¡atraerás a todos hacia ti!

La oración de Kierkegaard es hondamente liberadora al subrayar que es Jesús mismo quien nos atrae, que es él quien nos ha traído y él quien desvela a cada uno de nosotros el misterio de Dios encerrado en sus palabras. Yo no deseo sino dejar que este misterio resuene.

Las palabras de Jesús

Esas frases son unas de las últimas pronunciadas por Jesús en su vida pública; dirá todavía algunas otras, pero dirigidas ya sólo a sus amigos, en la intimidad de la última cena. En cambio, las que ahora consideramos forman parte de un contexto más amplio, en el capitulo 12 de Juan: vemos a una muchedumbre que sale de Jerusalén y con ramos de palmas se acerca a Jesús. Es entonces cuando unos griegos piden a Felipe poder ver al Señor. Jesús responde con una frase enigmática: Si el grano de trigo cae en tierra y no muere, queda solo. Luego, cuenta el evangelio, Jesús se turba profundamente y está a punto de pedir al Padre que le libre de esta hora, porque ya no aguanta mas. Sin embargo, añade: "¡Pero si precisamente he llegado para esto! [...] ¡Padre, da gloria a tu nombre!"

Entonces se deja oír una voz misteriosa de ratificación, y Jesús exclama: "Hay ya una sentencia de condena contra este orden de cosas y contra su jefe. En efecto, yo, cuando me levanten de la tierra, tiraré de todos hacia mi". Traduzco así para ajustarme más al texto.

Procuremos entender estas palabras, que indican algo negativo: "Hay ya una sentencia de condena contra este orden de cosas", a lo que sigue algo positivo: 'En efecto, [...] tiraré de todos hacia mi".

"Este orden de cosas"

1. ¿Qué es, ante todo, "este orden de cosas", que normalmente se traduce por este mundo?

Es el ordenamiento dominante en el sentido negativo, o sea todas las estructuras y condicionamientos que gravan la vida de cada uno, la vida de grupo y la vida de las sociedades. Podríamos llamarlo también en sentido negativo, "cultura dominante". El cúmulo de indicaciones, de voces que nos estimulan a la tristeza, al incompromiso; el cúmulo de presiones que inducen al predominio de los intereses particulares sobre el bien común; el cúmulo de fuerzas que engendran escepticismo frente a las reales posibilidades de paz y de reconciliación. Fuerzas negativas que tienen raíces profundas dentro de nosotros y que tienden a truncar cualquier empresa positiva, fraterna, esperanzada.

Equivalen, por tanto, a la suma de las tendencias disgregadoras y degenerantes, que a veces asumen el disfraz de lo inocuo y de lo frívolo, pero que, en realidad, esconden en sí frialdad, insensibilidad, egoísmo, todo lo que tiende a rebajar el nivel de amor de cada uno de nosotros y del mundo.

Este orden de cosas destructoras tiene un jefe: el amo de este mundo. Jesús intenta decir algo que es difícil de explicar, y que podemos expresar diciendo que hay un poder inteligente del mal.

El mal del mundo no es la mera suma de las estupideces o desconsideraciones humanas: hay una lucidez de degradación que tiene también manifestaciones diabólicas. Pensemos en los campos de exterminio, en las torturas, en la muerte paladeada como fatal autodestrucción en los casos limite de droga. Son casos extremos en los que una precisa inteligencia del mal se nos presenta como absurdez vivida y degeneradora.

"Hay ya una sentencia de condena"

2. Pero tal ordenamiento ya está condenado. Y la realización de la sentencia de condena que lo desenmascara es la muerte misma de Cristo. Jesús en la cruz muestra que ese acervo de inclinaciones, de egoísmo, de búsqueda del bienestar privado contra los demás y contra el bien común, todas estas fuerzas negativas tienen como resultado la muerte del justo, del indefenso, la laceración del cuerpo del hombre y del cuerpo del mundo: y nosotros somos cómplices de esa laceración. Eso es lo que nos dice el Crucifijo que veneramos. Pero esta sentencia no es mero desenmascaramiento: la cruz de Cristo anuncia también la derrota de la susodicha "cultura dominante".

"Cuando yo sea levantado de la tierra"

3. ¿Cuál es la conexión entre la sentencia de condena y el "ser levantado" de Jesús? "Ser levantado" es otra expresión enigmática, pues de suyo podría significar la entronización de un rey: un gran rey que con la potencia de las armas derrota políticamente al mal. Tal sigue siendo, en efecto, la tentación del mesianismo político. Jesús la desenmascara con sus palabras: para él "ser levantado de la tierra" quiere decir el suplicio infame, la cruz.

¿Pero cómo puede, preguntamos nosotros, que estamos ante el misterio central de nuestra fe, cómo puede un suplicio infame vencer al ordenamiento presente, fundado en el egoísmo? Pues porque vence atrayendo, vence por la atracción que la muerte de Jesús por amor ejerce sobre todo hombre, sobre el mundo, sobre la historia: "Atraeré a todos hacia mí". La de la cruz no es una atracción de lo horroroso o de lo macabro. La muerte sigue siendo siempre repugnante. Pero esta muerte es el momento de la Pascua, es el gesto serio de amor liberador, el gesto serio de un amor hasta el fondo que deja entrever la pasión sin límites de Dios por el hombre, desgastándose por él, jugándoselo todo a una carta, desgastándose por mí, por ti, dándose por cada uno de nosotros: esta donación suya que nos alcanza en la Eucaristía.

La cruz, expresión de pasión incondicionada por mí y por mi vida, me alcanza en la Eucaristía por la fuerza misteriosa del Espíritu Santo, efundido por Jesús muerto y resucitado. Y es una fuerza capaz de transformar el mundo. Transforma porque remueve los dinamismos más profundos de la conciencia, que son los dinamismos del deseo. Cada uno de nosotros, en efecto, es ilimitado en el deseo: esta potencia dinámica, si encuentra el punto justo de atracción se despliega hasta lo sublime, hasta el pleno desarrollo de sí. Es la vocación cristiana.

La vocación cristiana

Hemos de contemplar, pues, la cruz, la Eucaristía, a Jesús, que atrae a todos hacia sí, para poder comprendernos a nosotros mismos, la totalidad de nuestros deseos que él ordena, haciéndoles brotar gradualmente, obligándonos a poner en juego todas las fuerzas recibidas hasta descubrir la vida como respuesta a una llamada, como servicio.

Esta tarde, al comenzar nuestros encuentros, se nos invita, pues, a adorar la cruz y a dar gracias a Jesucristo, que nos ha atraído con su pasión y con su amor infinito.

Se nos invita a preguntarnos qué es lo que hemos de vencer en nosotros porque se opone a esta atracción de la Eucaristía; qué es lo que en nuestra vida nos carga y nos bloquea, impidiendo que nuestros deseos se expresen con perfecta autenticidad y que sintamos la atracción de Jesús como algo que nos toca y nos seduce de manera irresistible.

Se nos invita a pedir al Señor dejarnos transformar por la Eucaristía para poder conocer a qué nos llama él.

Dentro de poco nos pondremos en oración: yo rezaré por vosotros, y vosotros rezaréis para que también en mí se dé esta atracción misteriosa de la cruz de Cristo y que yo comprenda mejor mi llamada.

Podemos servirnos de las palabras con las que Kierkegaard concluye sus meditaciones sobre la frase de Jesús "Atraeré a todos hacia mí":

"Pero Tú, Tú, Señor Jesucristo, te lo pedimos, ¡atráenos del todo a ti!

Sea que nuestra vida se desgrane tranquila en la cabaña, a la orilla de un lago en calma; sea que nos veamos trastabillando en la lucha contra las tempestades de la vida en el océano desencadenado; sea que luchemos deprimidos, atráenos, ¡atráenos del todo a ti! [...]

Te pedimos por todos: te pedimos por el tierno niño cuyos padres te lo presentan para que Tú le atraigas a ti; te pedimos por quienes han renovado contigo la alianza, renovándola algunos, rompiéndola otros; te pedimos por quienes han conocido lo que humanamente da a esta vida su sentido más hermoso; te pedimos por quienes se han encontrado en el amor, por quienes se aman, para que no se prometan más de lo que pueden mantener; te pedimos por el esposo, te pedimos por la esposa; te pedimos por el anciano en el ocaso de la vida. Te pedimos por todos, te pedimos por el feliz y afortunado de este mundo, te pedimos por quien sufre y no sabe adónde ir con su miseria, para que Tú le atraigas a ti. Te pedimos por quienes tienen necesidad de convertirse, para que Tú les atraigas a ti en el camino de la verdad; por quienes ya se han convertido a ti y han encontrado la vida: te pedimos les concedas avanzar en el camino atraídos por ti. Así te pedimos todos, aunque no podamos nombrar a cada uno. ¿Quién podría, aunque sólo fuera enumerar todas nuestras diferencias? Vamos a recordarte una sola: te pedimos por los servidores de tu Palabra, por aquellos cuya misión es atraer a los hombres hacia ti, dentro de lo que el hombre puede. Te pedimos que bendigas su obra, pero que al cumplirla también ellos se sientan atraídos hacia ti, para que en su celo de atraer a los demás hacia ti no se queden lejos de ti. Y te pedimos por todos los cristianos de las comunidades para que, atraídos hacia ti, no tengan una idea mezquina de sí mismos, como si no les fuera concedido también el atraer a otros hacia ti, dentro de lo que el hombre puede. Sí, dentro de lo que el hombre puede, porque sólo Tú puedes atraer hacia ti, aunque puedas valerte de todo y de todos para atraer hacia ti a todos los hombres".

CARLO M. MARTINI
SE ME DIRIGIO LA PALABRA. Págs. 14-20


29.

EL GRANO DE TRIGO CAIDO EN TIERRA

1. "Llegan días en que haré con la casa de Israel y la casa de Judá una alianza nueva" Jeremías 31, 31. Durante muchos años el pueblo ha quebrantado innumerables veces la Alianza del Sinaí. Ante esta frustración, el Señor promete una alianza nueva. En los tiempos de la infidelidad en que se había vaciado la interioridad consistente en el amor, la religión no era más que la cáscara de una nuez vacía. Jeremías, en medio de su soledad y desolación, había experimentado la comunicación vital con Dios. Esa vivencia inefable que él ha vivido intenta expresarla con la frase "llegan días". En esos tiempos que llegan, la religión será lo que debe ser: personal, interior, experiencial, mística, sobrenatural. "Meteré mi ley en su pecho, la escribiré en sus corazones y todos me conocerán cuando perdone sus crímenes y no recuerde sus pecados". En la antigua alianza, los sacrificios de toros y de corderos, aunque querían aplacar la justicia de Dios, no conseguían el perdón de los pecados. Los sacrificios no son aceptos por la cantidad de sangre derramada, sino por el amor de la víctima, del que no son capaces los animales irracionales. En la nueva alianza, sellada con la sangre del Cordero, quedarán perdonados los pecados del pueblo.

2. Convencido el salmista de que sólo Dios es capaz de reconstruir el corazón viciado, clama a él: "Crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme" Salmo 50. Acompañémosle en su plegaria con el corazón contrito y humillado.

3. Pero la alianza, la comunión y amistad con Dios, hay que comprarla con sangre. La sangre de un hombre-Dios, la sangre de la nueva Alianza, va a ser necesaria para borrar todo el pecado del mundo. Y Cristo, antes de derramarla, "a gritos y con lágrimas pidió ser salvado de la muerte", pero tuvo que "aprender a obedecer al Padre, sufriendo" Hebreos 5, 7."Padre, líbrame de esta hora".

4. Juan narra la oración del huerto con un esquema distinto del de los sinópticos. Al "no se haga mi voluntad, sino la tuya" de aquellos, corresponde el "Pero para esto he venido, para esta hora" Juan 12, 20. Y porque fue fiel, -a pesar de su repugnancia humana, hombre como nosotros rechazó la muerte-, hizo verdadero lo que había dicho él: "Os aseguro, que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto". Jesús fue un sí total y confiado al Padre.

5. «Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre». La educación de la cruz es dolorosa, pero necesaria e insustituible. Las paradojas evangélicas suenan con fuerza en el texto de San Juan. Morir es fructificar. Perder la vida es ganar; el que se ama a sí mismo se pierde. El que sabe vencerse y sufrir merece la vida eterna. Seguir a Cristo es servicio, Pero el servicio es la causa del señorío y del premio.

6. No es fácil la renovación que Cristo pide en su alianza. El dolor es escándalo que hace sufrir. Hay que vivir a contracorriente de nuestro mundo. Los cristianos hemos de convencernos, y hemos de luchar para ir convenciéndonos de que nuestra fe, nuestra esperanza, nuestra verdad, es vivir el amor que procede de la cruz de Cristo, que es el camino salvador. Toda renovación, toda conversión es morir un poco para que Dios pueda realizar su obra en nosotros. Hay que tener sabiduría para convertir los sufrimientos en peldaños que nos ayuden a subir hacia la cruz de Cristo para abrazarnos a El, a su pecho cuyos latidos escuchamos, a su costado herido, besando también su frente y su cabeza coronada de espinas, y fundiendo nuestra mirada en la suya.

7. Caminar diariamente uncidos al yugo de las modas o del indiferentismo de tantos y tantos, sumergirse plácidamente en prácticas religiosas rutinarias y cómodas, y rezar sin querer cambiarse a sí mismo y a los demás buscando un nivel de vida espiritual más alto, no es entender ni amar a Jesucristo. El nos enseña a hacer de nuestro dolor una ofrenda. El no entró nunca en el sufrimiento imperturbable. Su cáliz le resultó amargo y así lo manifestó en el huerto de los olivos. Pero lo eligió y lo aceptó libremente. Lo que no quería, lo que le repugnaba. Se sumergió de lleno en el dolor y el sacrificio y por eso fue glorificado.

8. Y nos ha redimido. Pero si no nos decidimos a dejarnos enterrar, estériles y hombres viejos quedaremos para siempre. Si el grano de trigo quiere guardar su forma, su ser, quedará solo y sin fruto, como los encontrados en las pirámides funerarias de los faraones, que no germinaron nunca. Cuando el grano es generoso y ama como Cristo, pierde su vida, pero queda convertido en hombre nuevo, y tiene la gloria de ver multiplicada su vida divinizada y transfigurada, en miles de granos, fruto de su enterramiento y sacrificio. Nosotros no podemos dar a otros los frutos de la felicidad, pero sí las semillas. Como la tierra abre las venas de sus ríos y manantiales abiertos sobre su cuerpo para que todos los hombres puedan beber, el cristiano, que se deja enterrar con Cristo, refrigera el mundo contaminado. Pero, no pocas veces, el fruto queda escondido, dando la impresión de que ha sido estéril su sacrificio. Jesús que promete el fruto seguro, no lo garantiza como inmediato. Comenzando por él mismo.

8. Así es como glorifica el Padre al Hijo, y lo vuelve a glorificar en los hijos de la Iglesia, como brotes de olivo en torno a la mesa (Sal 127,3) del pan, hecho con granos de trigo molido en la muela de la cruz. Acerquémonos a comerlo para recibir fuerzas vivas para la lucha contra el Príncipe de este mundo. Dejémonos atraer por Jesús, el Hijo de Dios, elevado sobre la tierra para que se convierta en autor de nuestra salvación eterna. Amén.


J. MARTI BALLESTER


30. DOMINICOS

Este Domingo

Un corazón nuevo es una vida entregada por los demás

En este domingo quinto de Cuaresma, el pedido de “los griegos” que se acercan a Felipe es una hermosa propuesta para todos nosotros: “queremos ver a Jesús”. Al igual que los judíos de aquel entonces, enredados en nuestras prácticas y asuntos, se nos hace muchas veces muy difícil ver al Dios amigo, hermano, compañero de camino. Mucho más difícil nos resulta ver al Dios crucificado cual el más criminal de entre los hombres, y, cual servidores fieles (más que “benefactores”), seguirlo.

En estos tiempos de guerra, de “capitalismo salvaje”, de tanto sufrimiento por parte de tanta gente (no sólo la atrocidad inmensa de la guerra contra Irak, sino también la que hace años se viene desarrollando en Colombia, los niños desnutridos de Argentina, los niños desnutridos y huérfanos a causa de la epidemia de SIDA en África, los trabajadores esclavos en Brasil, la permanente ola de refugiados que llegan a Europa, el constante reclamo de los indígenas mexicanos para que se respeten sus derechos... podríamos seguir, empezando por nuestras propias ciudades) “queremos ver a Jesús”. ¿A quiénes acercarnos, como los griegos a Felipe, para que nos lo señalen?

“Ha llegado la hora en que el Hijo del Hombre va a ser glorificado”, responde Jesús a Felipe y Andrés cuando le comunican que los griegos quieren verlo. Tal vez, esta búsqueda del profeta judío que conducen los “paganos” le vuelve a indicar que, a cada paso dado en amorosa obediencia a la voluntad del Padre (y en amorosa entrega por “el hombre”), se acerca la consumación de su misión: “ser causa de salvación eterna para todos los que le obedecen”.

En este domingo se nos recuerda que se aproximan los días en que el Señor “establecerá una Nueva Alianza”: “pondré mi ley en sus corazones; yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo... todos me conocerán, del más pequeño al más grande.” Es Jesús el Dios que se nos da a conocer. Jesús, que ha sido “levantado en alto sobre la tierra”, y “atrae a todos hacia Él.” Como los griegos, nos sentimos atraídos... ¡queremos verlo! Hoy nos sigue llamando a; con él, por él y en él; “caer en tierra y morir”.

Comentario bíblico:

Un corazón nuevo es una vida entregada por los demás

Iª Lectura: Jeremías (31,31-34): Dios nos renueva

I.1. El texto de Jeremías está inserto en un bloque literario y teológico que se ha llamado el «libro de la consolación» (Jr 30-33); y concretamente el de nuestra lectura litúrgica es una de las afirmaciones más rotundas del AT sobre la necesidad de una alianza nueva. Jeremías fue un profeta que le tocó vivir la situación más dramática de su pueblo (los babilonios estaban a las puertas de Jerusalén para destruirla) y al que la vocación de ser profeta no le vino precisamente como anillo al dedo, sino que fue lo más contrario a su alma («no quería arrancar para plantar»). La lectura del profeta Jeremías, en estos términos, se muestra como si solamente se hubiera empeñado en «arrancar», pero no en «plantar». No obstante, este libro de la consolación es una llamada a la esperanza y nuestro texto el cenit teológico de esa esperanza contra toda esperanza. El texto de hoy viene a continuación de una llamada a la responsabilidad personal (Jr 31,29-30) para poner de manifiesto que aunque cambien las cosas Dios mantendrá su promesa de salvación.

I.2. Por tanto, Dios, a pesar de todo, no se echa atrás, sino que está dispuesto a poner la Alianza en el corazón de cada uno de nosotros; es una forma de comprometerse más profundamente en su proyecto de salvación. Es una llamada a la responsabilidad más personal, pero sin descartar el sentido comunitario de todo ello, porque todos los que sientan esa Alianza en su corazón, se sentirán del pueblo, de la comunidad del Dios vivo y verdadero. El problema de una alianza nueva podría parecer un atentado al “dogma” de la Alianza del Sinaí, donde Israel encontró su identidad. Pero ya se sabe que los dogmas los usan los poderosos para ocupar el lugar de Dios y para cosas peores. Al pueblo sencillo lo pueden engañar, pero a un profeta no, porque siempre está alerta a la voz de Dios. Por eso el profeta, con este mensaje, no solamente le concede a Dios toda su autonomía y libertad, sino que con ello defiende al pueblo para que también se sienta libre. La ley del corazón quiere decir que es una “ley humana” lo que Dios pide, humana y a la par con nuestras debilidades.

I.3. El profeta describe esta nueva situación como algo que antes ha echado muy en falta, un nuevo “conocimiento de Dios” (cf Jr 2,8; 4,22; 9,2), por tanto la nueva Alianza no estará en ritos y ceremonias o sacrificios nuevos, sino en una “experiencia” nueva de Dios: más humana, más entrañable y misericordiosa que se sienta en el corazón y que se exprese en la praxis de la justicia y la fraternidad con los que han sido ignorados. Poner en el corazón “leb” (en hebreo), tiene mucha entraña y radicalidad en los profetas; es lo que el cerebro para la antropología actual, porque todo se mueve desde ahí. Pero es más que el cerebro: tener corazón o no tenerlo, todos sabemos lo que significa al nivel más popular; a nivel bíblico es como tener espíritu, alma o no tenerla. La ley, sin alma, esclaviza; con alma libera. El profeta está hablando, pues, de una Alianza que estará plasmada en la experiencia más profunda y humana de Dios en cada uno de los suyos.

IIª Lectura: Hebreos (5,7-9): Cristo, sacerdote solidario de la humanidad

II.1. Nuestra lectura forma parte de una sección que, comenzando en Heb 4,15, nos muestra a Jesucristo como Sumo Sacerdote. Esta carta tan peculiar del Nuevo Testamento, que no es de San Pablo, aunque durante mucho tiempo se la atribuyó la tradición, nos ofrece en este caso una teología del papel de Jesucristo. El sacerdocio de Jesús, no obstante, tiene la innovación de no heredarse (como el de Melquisedec), sino que es nuevo, recién estrenado, capaz de conseguir gracia y salvación, para lo que el sacerdocio hereditario y ritual no era válido. Es el sacerdocio del Hijo de Dios, pero que habiéndose hecho uno de nosotros, padeciendo, llorando, comprendiendo nuestras miserias, siendo absoluta y radicalmente humano, en contacto con nuestra debilidad, nos introduce en el misterio misericordioso y amoroso de Dios.

II.2. La figura del Melquisedec, pues, escogida como modelo para el sacerdocio de Cristo sirve para poner de manifiesto que Cristo es un sacerdote original: no se hereda, no se aprende el oficio y no se cansa de atender a los que lo necesitan. El autor construye una cristología del sacerdocio de Cristo con citas de los Salmos 2,7 y 110,4. No es alguien que busque lo propio, que se glorifique personalmente: está para los demás. Y lo más humano de todo: aprender a sufrir, como sufren los hombres. Es esto lo que lo hace digno de fe. La Pasión, de la cual está hablando, se entiende como una prueba de solidaridad con la humanidad. Así, pues, nuestro autor evoca la existencia humana de Jesús y nos da a comprender que esa existencia la pone al mismo nivel que los demás hombres, frágiles y abocados a la muerte. De ahí que se diga que aprendió a “obedecer” o la “obediencia”. Yo creo que quiere decir que aceptó, siendo perfecto moralmente, que debía ser sufriente, porque todos los hombres lo somos.

III.ª Evangelio (Juan 12,20-33): La hora de la verdad es la hora de la muerte y ésta, de la gloria

III.1. El texto de Juan nos ofrece hoy una escena muy significativa que debemos entender en el contexto de toda la «teología de la hora» de este evangelista. La suerte de Jesús está echada, en cuanto los judíos, sus dirigentes, ya han decidido que debe morir. La resurrección de Lázaro (Jn 11), con lo que ello significa de dar vida, ha sido determinante al respecto. Los judíos, para Juan, dan muerte. Pero el Jesús del evangelio de Juan no se deja dar muerte de cualquier manera; no le roban la vida, sino que la quiere entregar El con todas sus consecuencias. Por ello se nos habla de que habían subido a la fiesta de Pascua unos griegos, es decir, unos paganos simpatizantes del judaísmo, “temerosos de Dios”, como se les llamaba, que han oído hablar de Jesús y quieren conocerle, como le comunican a Felipe y a Andrés. Es entonces cuando Jesús, el Jesús de san Juan, se decide definitivamente a llegar hasta las últimas consecuencias de su compromiso. El judaísmo, su mundo, su religión, su cerrazón a abrirse a una nueva Alianza había agotado toda posibilidad. Una serie de “dichos”: sobre el grano de trigo que muere y da fruto (v.24); sobre el amar y perder la vida (v. 25) (como en Mc 8,35; Mt 10,39; 16,25; Lc 9,24; 17,33) y sobre destino de los servidores junto con el del Maestro, abren el camino de una “revelación” sobre el momento y la hora de Jesús.

III.2. Efectivamente las palabras que podemos leer sobre una experiencia extraordinaria de Jesús, una experiencia dialéctica, como en la Transfiguración y, en cierta manera, como la experiencia de Getsemaní (Mc 14,32-42; Mt 26,36-46; Lc 22,39-46) son el centro de este texto joánico, que tiene como testigos no solamente a los discípulos que eran judíos, sino a esos griegos que llegaron a la fiesta e incluso la multitud que escuchó algo extraordinario. Muchos comentaristas han visto aquí, adelantado, el Getsemaní de Juan que no está narrado en el momento de la Pasión. En eso caso puede ser considerado como la preparación para la “hora” que en Juan es la hora de la muerte y esta, a su vez, la hora de la gloria. El evangelista, después de la opinión de Caifás tras la resurrección de Lázaro de que uno debía morir por el pueblo (Jn 11,50s), está preparando todo para este momento que se acerca. Ya está decidida la muerte, pero esa muerte no llega como ellos creen que debe llegar, sino con la libertad soberana que Jesús quiere asumir en ese momento.

III.3. Por tanto, era como si se Él esperara un momento como este para ir a la muerte: ha llegado la hora que se ha venido preparando desde el comienzo del evangelio, es la hora de la verdad, de la pasión-glorificación. Y Jesús, con una conciencia absoluta de su misión, nos habla del grano de trigo, que si no cae en tierra y muere, no puede dar fruto. La vida verdadera solamente se consigue muriendo, dándola a los demás. Es verdad que esta decisión, hablando desde la psicología de Jesús, no se toma olímpicamente o con desprecio; le cuesta entregarse a la muerte en aquellas condiciones. Por eso recibe el consuelo de lo alto para ir hasta el final, y antes de que le secuestren su vida, la entrega como el grano de trigo. El ama su vida entregándola a los demás, poniéndola en las manos de Dios y de los hombres. Todo parece demasiado extraordinario; en Juan no puede ser de otra manera, pero también es muy humano. Jesús no tiene miedo a la hora de la verdad, porque confía plenamente en el Padre, y advierte que los suyos tenga también esta misma disposición.

III.4. Los vv. 31-33 nos describen, con un lenguaje apocalíptico, la victoria sobre la muerte en la cruz. Esta es una teología muy propia de Juan que no ha visto en la cruz fracaso alguno de Jesús; al contrario, es desde la cruz desde donde “atraerá” al mundo entero (cf Jn 3,14-15; 8,28). Y ello no porque Juan pensara que Jesús resucitaba en la cruz, en el mismo momento de la muerte, como actualmente se está defendiendo, razonablemente, en muchos escritos teológicos. Sino porque la muerte de Jesús le confiere un poderío inconmensurable. La muerte no se la imponen, no es la consecuencia de un juicio injusto o inhumano, sino porque es el mismo Jesús quien la “busca” como el grano de trigo que necesita morir para “tener vida” y porque provoca el juicio sobre el mundo, sobre la falsedad del poder y la mentira del mundo. La hora de Jesús es la hora de la cruz, porque es la hora de la verdad de Dios. Y entonces, la mentira del mundo quedará al descubierto. Pero Jesús “atraerá” a todos los hombres hacia El, hacía su hora, hacia su verdad, hacia su vida nueva.

Miguel de Burgos, OP
mdburgos.an@dominicos.org

Pautas para la homilía

Nos enseña el Concilio Vaticano II (Constitución “Dei Verbum”) que en el principio Dios se nos reveló a través de su Creación, luego nos habló por medio de los profetas y escritores sagrados y finalmente se encarnó , y “la Palabra habitó entre nosotros”. Queda claro: desde siempre Dios quiere que lo veamos. Y, desde siempre, los seres humanos queremos ver a Dios: “no me arrojes lejos de tu presencia”... Buscamos con una inextinguible sed interior a ese Dios que “nos atrae hacia Él”; a ese Dios que, como descubrieron los griegos del relato de Juan, tiene un nombre: Jesús, el Nazareno. Uno que camina entre nosotros. No por nada queremos verlo... Él es para nosotros “causa de salvación eterna”. 

Los griegos se acercaron a Felipe y con mucha humildad pidieron ver a Jesús. Para ver a Cristo es una buena idea acercarnos a sus discípulos. ¿Hacia quién señalan aquellos que íntimamente lo conocen? Pero lo verdaderamente imprescindible para ver a Jesús es la actitud humilde. Porque Él “aunque era Hijo de Dios, aprendió por medio de sus propios sufrimientos qué significa obedecer.” 

Jesús, el Hijo que junto al Padre y al Espíritu lo viene haciendo desde el comienzo de los tiempos, vuelve a llamarnos hoy a sellar con Él “una alianza nueva”. “Yo seré su Dios y ellos serán mi Pueblo”... “Donde yo esté, estará también mi servidor”. Muchas veces hemos escuchado que servir a Cristo es servir a los hermanos, en especial a los pobres, a los que más sufren (Mt. 25). Sabemos positivamente que, si queremos ver a Jesús, es en esos rostros que lo veremos. Sin embargo, frente a ellos a menudo nos quedamos en la poco comprometida actitud de “dar limosna”. El darla está muy bien. Pero... ¿es, acabadamente, seguir a Jesús? ¿Es acabadamente servirlo?

Seguir al Señor pasa por el camino de la encarnación y la cruz. No hay rodeo posible para llegar a la “vida en abundancia”. Si el grano de trigo que cae en la tierra no muere, queda solo, pero si muere, da mucho fruto. Vivimos en tiempos difíciles fabricados por nosotros mismos. De los cristianos a menudo se dice que estamos sumidos en cierto letargo... Muchas veces no reaccionamos o lo hacemos sólo tibiamente ante tantas situaciones injustas que proliferan en el mundo. Cristo, levantado en alto nuevamente cada día que pasa, sigue atrayendo a todos hacia sí. Si hemos visto a Jesús en cada hermano y hermana cuyos derechos más básicos son violentados, si de veras queremos servirlo... hemos de atravesar la muerte de renunciar a muchos de los privilegios del mundo para denunciar las injusticias y ofrecer testimonio de fraternidad.

Comprensiblemente, “nuestra alma está turbada”... ¿Pero qué diremos? “¡Padre, glorifica tu Nombre!”... “Ha llegado la hora”...

Carola Arrúe, dominica seglar. Argentina
carolaarrue@eircom.net


31. 

En medio de la aflicción que se siente al ver Jerusalén destruida y los judíos divididos entre los que se quedaron y fueron deportados, se oyen las palabras del profeta Jeremías como un canto al perdón y la esperanza. Con razón los expertos llaman a estos capítulos de Jeremías el «libro de la consolación». Dios quiere comenzar de nuevo con su pueblo, proponiendo sellar una «nueva alianza», que genere relaciones nuevas entre Dios y su pueblo. ¿Qué tipo de alianza? Una que ya no esté escrita en tablas sino en el corazón mismo del ser humano. Dios deja claro que no es la simple ley, por sí misma, sino su espíritu, lo que nos acerca a Dios. Cuando se tiene a Dios «en el corazón», la ley se humaniza, se desabsulutiza, se acata desde el corazón, sin legalismos, con sinceridad, y el ser humano entra a formar parte del pueblo de Dios. Con ello, el otro regalo que nos hace Dios es acceder gratuitamente a su conocimiento. No hay que pagar ni matrícula ni mensualidades, no hay que ser mayor o menor, ni de una raza u otra: Dios se revela en la historia de cada pueblo, sin discriminaciones, sin olvidar a ninguno.

La carta a los hebreos destaca las actitudes de Jesús en el cumplimiento de la voluntad del Padre. El pasaje recuerda la escena del huerto de los Olivos, cuando Jesús ora al Padre ante la posibilidad de ser librado de la muerte. La oración tuvo como efecto el fortalecer a Jesús para llevar a cabo su misión, no ahorrarle la realización de la misión. Los cristianos tenemos mucho que aprender en este sentido, pues, la mayoría de las veces, nuestras palabras más que oraciones o súplicas parecen órdenes dadas a Dios para que no se haga su voluntad. El texto nos acerca también al sufrimiento que asume Jesús como prueba de su obediencia a los designios del Padre. Oración y sufrimiento de Jesús son signos concretos de esta solidaridad que comparte con toda la Humanidad. Por este acercamiento tan perfecto a la voluntad del Padre es por lo que Jesús se convierte en manifestación de la presencia de Dios entre nosotros, camino y modelo de salvación abierto a todos los hombres y mujeres del mundo.

En el evangelio de Juan vemos a judíos -o convertidos al judaísmo- que vienen a Jerusalén con motivo dela fiesta pascual. En medio de la caravana aparecen algunos griegos que aprovechan para pedir a Felipe: «quisiéramos ver a Jesús». La pregunta no es «¿dónde está?», a lo que probablemente cualquiera les hubiera respondido con una información adecuada, sino una petición que va unida al deseo de la mediación de los discípulos para conocer personalmente a Jesús. Los discípulos son reconocidos por su cercanía al maestro y se convierten en mediadores, testigos y compañeros de camino para quienes quieren ver a Jesús. El hecho de que sean griegos quienes buscan a Jesús tal vez quiera ser un símbolo de universalidad del evangelio, pues «incluso los paganos buscan a Jesús». La ocasión es aprovechada para anunciar que el tiempo de las palabras y los signos está llegando a su fin, pues se acerca la «hora» del «signo» mayor: su pasión y muerte en la cruz para alcanzar la redención del mundo.

Jesús acude a una breve parábola. Sólo el grano de trigo que muere de mucho fruto. Esta brevísima parábola presenta una vez más, de otro modo, la lección fundamental del Evangelio entero, el punto máximo del mensaje de Jesús: el amor oblativo, el amor que se da a sí mismo, y que por ese perderse a sí mismo, por ese morir a sí mismo, genera vida.

Estamos ante una de las típicas «paradojas» del evangelio: «perder» la vida por amor es la forma de «ganarla» para la vida eterna (o sea, de cara a los valores definitivos); morir a sí mismo es la verdadera manera de vivir, entregar la vida es la mejor forma de retenerla, darla es la mejor forma de recibirla… «Paradoja» es una figura literaria que consiste en una «contradicción aparente»: perder-ganar, morir-vivir, entregar-retener, dar-recibir… Parecen dimensiones o realidades contradictorias, pero no lo son en realidad. Llegar a darse cuenta de que no hay tal contradicción, captar la verdad de la paradoja, es descubrir el evangelio.

Y estamos ante un punto alto de la revelación cristiana. En Jesús, se expresa una vez más el acceso de la Humanidad a la captación esta paradoja. En la «naturaleza», en el mundo animal sobre todo, el principal instinto es el de la autoconservación. Es cierto que hay mecanismos diríamos «altruistas» controlados hormonalmente para acompañar los momentos de la reproducción y la cría de la descendencia o para la defensa de la colectividad, pero no se trata verdaderamente de «amor», sino de instinto, un instinto puntual excepcional sobre el gran instinto de la autoconservación, que centra al individuo sobre sí mismo. La naturaleza animal está centrada sobre sí misma. Lo que pueda ser contrario a esta regla no es más que una excepción que la confirma.

El ser humano, por el contrario, se caracteriza por ser capaz de amar, por ser capaz de salir de sí mismo y entregar su vida o entregarse a sí mismo por amor. La humanización u hominización sería ese «descentramiento» de sí mismo, que es centramiento en los demás y en el amor. La parábola que estamos reflexionando expresa un punto alto de esa maduración de la Humanidad; tanto, que puede ser considerada como una expresión sintética de la cima del amor. En el fondo, esta parábola equivale al mandamiento nuevo: «Este es mi mandamiento, que se amen los unos a los otros ‘como yo’ les he amado; no hay mayor amor que ‘dar la vida’» (Jn 15,12-13). Las palabras de Jesús tienen ahí también pretensión de síntesis; ahí se encierra todo el mensaje del Evangelio. Y en realidad se encierra ahí todo el mensaje religioso: también las otras religiones han llegado a descubrir el amor, la solidaridad… el «descentramiento» de sí mismo como la esencia de la religión. Jesús es una de esas expresiones máximas de la búsqueda de la Humanidad, y del avance de la presencia de Dios en su seno…

Si las semillas somos nosotros, ¿a qué debemos morir? Esta hora neoliberal que vive el mundo de hoy, aunque haya traído un notable avance en aspectos como la tecnología, la intercomunicación mundial, y hasta un notable desarrollo económico (tremendamente desequilibrado, por otra parte), no deja de ser un cierto «retroceso» en humanización: frente al pensamiento utópico, a las ideologías (en el sentido positivo de la palabra) que buscaban la «socialización» humana, la realización máxima posible de la solidaridad entre los humanos, el «centramiento» no en el individuo sino en la comunidad, en la colectividad, en la realización de una sociedad fraterna y reconciliada, tras el fracaso simplemente económico, militar o tecnológico de alguno de los sectores en conflicto, a acabado por imponerse la vuelta a una economía supuestamente «natural», descontrolada, sin intervención, dejada al albur de los intereses de los grupos, llegándose a proclamar que la persecución del propio interés sería la mejor manera de contribuir para el bien común [fisiocracia, Tableau de Quesnay…]. El neoliberalismo, con su programa de adelgazamiento del Estado, su disminución de los programas sociales y la proclamación de un mercado supuestamente «libre», ha vuelto a hacer de la sociedad humana una «ley de la selva», donde cada uno busca su propio interés incluso con la conciencia tranquila. Es la proclamación contraria al Evangelio, y contraria al mensaje de las religiones. Es una vuelta a la ley natural, animal. Afortunadamente hay cada vez más señales de que este eclipse de la solidaridad y este retroceso de hominización trasluce cada vez más su verdadera naturaleza, y la incorformidad surge por doquier. «Otro mundo es posible», a pesar del esfuerzo de la propaganda neoliberal por convencernos de que «no hay alternativa» y de que estamos en el «final (insuperable) de la historia»… Si, con el evangelio, creemos que no hay mayor amor que dar la vida, que la ley suprema es morir como el grano de trigo para dar vida, deberíamos comprometernos para que la sociedad se concientice sobre la necesidad de superar políticas económicas tan «naturales» y tan poco «sobrenaturales» como la actual política neoliberal.

Postdata crítica sobre el evangelio de Juan.

El evangelio de ese domingo y de estas semanas es el de Juan. Un evangelio bien diferente de los sinópticos. El último que se escribió. Un evanglio que refleja una reflexión y una elaboración teológica muy sofisticada, de difícil comprensión con frecuencia. El evangelio de la comunidad de Juan.

El Jesús que en este evangelio se refleja, el Jesus que discute con «los judíos» no es en absoluto el Jesús histórico. Todas esas frases lapidarias, solemnes, autoritativas, cuasidogmáticas… no son de Jesús. Han sido puestas por el evangelita en boca de Jesús para expresar la reflexión teológica que la comunidad ha elaborado…

En la predicación, en la catequesis, en el comentario bíblico, es muy fácil «no entrar en profundidades» y comentar sin más las palabras de Jesús «como si» de hecho fueran palabras directas, históricas. Pero hacer esto hoy día, no explicitar claramente al auditorio que se trata de reflexión teológica y que su significado no puede entenderse en directo según lo que la narración misma dice, es un error pastoral. Es el error de mantener al pueblo cristiano en la ignorancia de lo que los exégetas hace muchos años que afirman unánimemente. Es el error de presentar involuntariamente una imagen falsa del Jesús histórico: un Jesús que lo sabe todo, que no tiene psicología ni conciencia humana, porque una supuesta conciencia divina habría desplazado el núcleo interior de su ser humano… Si se interpreta como histórico el Jesús presentado por el evangelio de Juan caemos casi inevitablemente en la herejía monofisista (Jesús como solamente divino, no humano). Leer y proclamar o comentar el evangelio de Juan sin un comentario exegético mínimo, y dar como por supuesta una interpretación directa literal del mismo, es un flaco servicio a la fe del pueblo cristiano.

El asunto es largo, pero es bien conocido. Necesitamos hacer un esfuerzo de catequesis siempre que se proclame este evangelio, porque sin ella nuestro pueblo mantiene y confirma la visión de Jesús que fue clásica durante siglos en las Iglesias, pero que desde hace tiempo se ha evidenciado como inexacta, no histórica y peligrosa si no va acompañada de una aclaración hermenéutica.

Para la revisión de vida
Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. ¿Me resisto a dar vida y a dar la vida en las pequeñas cosas de cada día y en los grandes momentos de la vida? ¿He captado la ley evangélica es de dar la vida por amor? ¿Estoy dispuesto a aceptar esa «muerte» para vivir?

Para la reunión de grupo
- Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo. El grano de trigo ha de entregarse, enterrarse, perderse... para ser fecundo. La condición de la fecundidad es saber morir a muchas cosas. ¿Se puede encontrar en estas palabras de Jesús el fundamento cristiano de la mortificación, del ofrecer sacrificios a Dios para pedirle algo o simplemente para agradarle? ¿Por qué?
- El mensaje de esta pequeña parábola del grano de trigo, ¿es una «revelación única» del Evangelio, o ha sido revelada en otras religiones? ¿Es una verdad natural o revelada? ¿Puede el ser humano descubrirla por sí mismo? El mensaje que Jesús propone, ¿es una «revelación» venida de lo alto a la que nunca podríamos haber llegado si él no nos la hubiera manifestado?
- Encontrar textos o mensajes equivalentes a esta parábola [Jn 15, 12-13: nadie tiene mayor que dar la vida…; Mt 7, 12 y Lc 6, 31: la «regla de oro»; Lc 17,33: el que se guarde su vida la perderá…]. ¿Se trata de un principio moral simplemente o de un principio evangélico fundamental? ¿Por qué?
-Jeremías anuncia que llegará un tiempo (escatológico) en el que la ley de Dios no será un código externo al que haya que someterse, sino que estará en el corazón mismo del ser humano… Encontrar paralelos de esta visión profética neotestamentaria en el nuevo testamento. [La letra y el espíritu de la ley…]. 

Para la oración de los fieles
-Por la Iglesia, para que sea portadora de esperanzas, en medio de la desesperanza, roguemos al Señor...
-Para que en este tiempo de cuaresma sepamos romper las cadenas que nos atan a una vida cómoda y sin compromiso, confiados en el crucificado que hoy, resucitado, es nuestro compañero de camino, roguemos al Señor...
-Por todos nosotros que estamos reunidos aquí, para que nos concienciemos, de la necesidad del testimonio de la entrega de la propia vida, roguemos al Señor...
-Por nuestra comunidad, para que en un testimonio colectivo de servicio, de fe y de compromiso muestre al mundo que el amor y la vida vencen el odio y la muerte, roguemos al Señor...
-Para que las Iglesias cristianas se descentren de sí mismas, eviten concentrarse en sus problemas y en su propio bienestar, y estén dispuestas a descivirse por el bien de los hijos e hijas de Dios, roguemos al Señor… 

Oración comunitaria
Dios Padre-Madre Nuestro, te pedimos que nos mantengas nuestra fe, nustra caridad, y sobre todo nuestra esperanza, para que nos comprometamos crecientemente en hacer crecer la vida, aunque para ello debamos entregar la nuestra cada día. Que con ello podamos acelerar la llegada de tu Reino de Justicia, Paz y Solidaridad. Te lo pedimos en nombre de Jesucristo nuestro hermano mayor. Amén.

o bien:

Dios Todobondadoso: en Jesús nuestro hermano mayor vemos realizado el ejemplo del grano de trigo que se entregó a sí mismo y supo dar la vida por amor. A nosotros que nos confesamos seguidores de su misma actitud ante la vida, ayúdanos a reproducir en nuestra existencia su entrega generosa, creadora de vida y de fecundidad. Por el mismo Jesucristo nuestro hermano mayor.

SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO


32. DESEO/QUERER

Ver a Jesús

Un día fue un discípulo en busca de su maestro y le dijo: "Maestro, yo quiero encontrar a Dios". El maestro miró al muchacho sonriéndole.

El muchacho volvía cada día, repitiendo que quería dedicarse a la religión. Pero el maestro sabía muy bien a qué atenerse.

Un día que hacia mucho calor, le dijo al muchacho que lo acompañara hasta el río para bañarse. El muchacho se zambulló en el agua El maestro lo siguió, y, agarrándolo por la cabeza, se la metió en el agua un buen rato, hasta que el muchacho comenzó a forcejear por sacarla a flote. El maestro lo soltó y le preguntó qué era lo que más deseaba cuado se encontraba sin respiración dentro del agua.

- Aire -respondió el discípulo.

- ¿Deseas a Dios de la misma manera? - le preguntó el maestro-. Si lo deseas así, lo encontrarás inmediatamente. Pero ni no tienes ese deseo, esa sed, por más que luches con tu inteligencia, con tus labios o con tu fuerza, no podrás encontrar a Dios. Mientras no se despierte esa sed en ti, no vales más que un ateo. Incluso a veces el ateo es sincero. Y tú no lo eres.

Algo parecido debió ocurrir aquel día cuando unos hombres se acercaron a Felipe y le dijeron que querían ver a Jesús. Entonces Felipe y Andrés fueron a decírselo a Jesús y éste les dijo: "Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere da mucho fruto".

Así fue como, casi sin darnos cuenta, Jesús dijo el secreto para ver a Dios y para conocerlo. Y es que quien quiera experimentar el amor de Dios, quien quiera sentirlo cercano, compañero,... amigo, tiene que estar dispuesto a iniciar una aventura en la que se necesita ese valor, que es también gracia de Dios, para afrontar situaciones y exigencias no siempre deseadas.

Naturalmente, no se trata de buscar el sacrifico por el sacrificio. Se trata de echar una mano a quien me necesite (y eso supone mucha veces un sacrificio); se trata, por ejemplo, dentro de un matrimonio, de saber ceder muchas veces a algún capricho o idea ( y eso supone un sacrificio); se trata de no ir criticando a los demás en voz alta (y eso supone un sacrificio); se trata también de venir a celebrar la eucaristía aunque a veces no tenga ganas (y eso supone un sacrificio), y así podríamos seguir añadiendo más cosas.

Por eso son muchos los cristianos de apellido, pero pocos los que de verdad han llegado a encontrarse con Dios cara a cara, a experiementarlo en su vida. Quizá mucho se deba a ese miedo de morir para dar fruto; a esa búsqueda por lo cómodo, por lo que no cuesta trabajo; a ese escaso tiempo, a veces, para cultivar los valores de dentro de la persona.

Este es por tanto el secreto para encontrar a Dios o el lenguaje de Dios. Un lenguaje que quizás muchos no entendemos. Como tampoco entendemos por qué Jesús tuvo que morir en una cruz. Pero, para los que creemos en él, ese fue el camino para la resurrección, para la vida plena.

AGUSTINOS


33.

Nexo entre las lecturas

Mientras que para los hombres el orden habitual de los conceptos es vida-muerte, en Jesucristo es al revés: muerte-vida. De estas dos realidades y de su relación nos habla la liturgia. Es necesario que el grano de trigo muera para que reviva y dé fruto, es necesario perder la vida para vivir eternamente (Evangelio). Jesús, sometiéndose en obediencia filial a la muerte vive ahora como Sumo Sacerdote que intercede por nosotros ante Dios (segunda lectura). En la muerte de Jesús que torna a la vida y da la vida al hombre se realiza la nueva alianza, ya no sellada con sangre de animales sino escrita en el corazón, y por lo tanto, espiritual y eterna (primera lectura).


Mensaje doctrinal

1. Jesús, ‘unión de los opuestos’. La tendencia humana más frecuente es dividir, disociar, separar, enfrentar. Jesús, venido desde Dios, actúa de otro modo y nos enseña a actuar también nosotros como él. El hombre tiende a separar el oprobio del sufrimiento del resplandor de la gloria: Jesús los une en sí porque el Padre los quiere unidos en Cristo y en nosotros. De ese modo el sufrimiento es glorioso, y la gloria tiene el dolor como peana. El hombre quiere fructificar sin morir, pero es imposible; Jesús acepta ser grano que muere bajo la tierra para dar fruto abundante. En Jesús se dan la mano dos realidades fuertemente antagónicas: la muerte y la fecundidad. Nosotros preferimos con mucho el ser servidos a servir; Cristo prefirió servir a ser servido; y en ese incondicional servir le fue ‘servida’ por el Padre la salvación de la humanidad. Los hombres en general no estamos fácilmente dispuestos a perder la vida (darla por el bien de los demás) y, sin embargo, es así como realmente la perdemos. Cristo, en cambio, la perdió, no se aferró a ella, y de esa manera la ganó para siempre y nos alcanzó la posibilidad de también nosotros ‘ganarla’, siguiendo sus huellas. En la conjunción de perderse al mundo para ganar al mundo se compendia el misterio pascual de Jesucristo.

2. La hora de Jesús. En el evangelio de san Juan se une el encuentro de Jesús con los ‘griegos’ (representantes de la humanidad no judía) y la hora de Jesús, es decir, su pasión-muerte-resurrección. La hora de Jesús es, por tanto, la hora de la redención universal por el sufrimiento y por la glorificación. Ambos aspectos brillan con fulgor particular en la segunda lectura. Primeramente el sufrimiento: “El mismo Cristo en los días de su vida mortal presentó oraciones y súplicas con grandes gritos y lágrimas a aquel que podía salvarlo de la muerte... Aprendió sufriendo lo que cuesta obedecer”. Esos gritos y esas lágrimas, tan humanos, están incluidos en su hora, en su tiempo y modo de salvarnos. No falta, sin embargo, la hora de la glorificación: “Alcanzada así la salvación,... ha sido proclamado por Dios Sumo Sacerdote”. Sumo Sacerdote de la nueva alianza, del nuevo corazón humano, de la nueva ley escrita en lo más íntimo y profundo del alma.

3. La hora del hombre nuevo. La hora de Jesús es también la hora del hombre nuevo. El sufrimiento y la glorificación de Jesús llevan a cumplimiento la profecía de Jeremías, que la liturgia nos presenta en la primera lectura. La alianza nueva entre Dios y la humanidad estará sellada con la sangre de Cristo. Las estipulaciones de esa nueva alianza no estarán escritas sobre piedra ni será Moisés quien las comunique a los hombres; Dios misma las escribirá en el interior del corazón y el Espíritu Santo ‘leerá’ con claridad, de modo inteligible y personal, a todo el que le quiera escuchar, el contenido de la nueva ley, la ley del Espíritu. Por eso nos dice san Juan que todos serán instruidos por Dios, todos: desde el más pequeño hasta el mayor. La pasión-muerte-resurrección de Jesucristo otorga a la humanidad entera la gracia de hacer un pacto de amistad y de comunión con Dios Nuestro Señor, y así llegar a ser hombre nuevo, auténtico, más aún ‘divino’.


Sugerencias pastorales

1. Sufrir por fidelidad. El sufrir por sufrir es absurdo e indigno del hombre. El sufrir porque “no hay otra”, porque ésa es la condición humana, es un motivo muy pobre, aunque pueda ser frecuente. El sufrir para mostrar mi capacidad de autodominio o mi grandeza humana es de pocos, y casi siempre adolece de orgullo. El sufrir por fidelidad a unos principios y a unas convicciones que sustentan la propia vida, ahí está el verdadero sentido y valor del sufrimiento. Sufrir por fidelidad a la propia conciencia, aunque los estímulos externos induzcan más bien al carpe diem y a la satisfacción de las mil solicitaciones del vicio y del pecado. Sufrir por fidelidad a los deberes de mi estado y profesión, con sinceridad y constancia, sin miedo a aparecer ‘débil’ y sin miedo al respeto humano. Sufrir por fidelidad a las propias convicciones religiosas: católico, religioso, sacerdote, actuando siempre y en todo momento y situación de modo coherente y auténtico. Ese sufrimiento, a los ojos de Dios, no sólo tiene sentido, sino que tiene un valor imperecedero: valor de redención, como el sufrimiento de Jesucristo. Tal sufrir, no siendo fácil, no deja de ser hermoso y sobre todo fecundo. Pongamos la mano en el corazón y preguntémonos si hemos sufrido por ser fieles, si estamos dispuestos a sufrir por fidelidad a Dios y al hombre, nuestro hermano.

2. Una religión del corazón. Es difícil mantener el equilibrio en las relaciones entre los hombres, y en las relaciones de los hombres con Dios. O somos fríos, porque fundamos nuestras relaciones en la razón, que se rige por la lógica, que no admite ser caldeada por otras energías diversas de la razón. O somos sentimentales, poniendo en el sentimiento la base de una verdadera relación sea con los hombres sea con Dios. Pero sabemos que el sentimiento está sometido a los vaivenes de las circunstancias, de los influjos externos, de los estados de ánimo... El sentimiento es cálido, pero carece de lógica, de orden, de estabilidad. O buscamos fundar las relaciones en el corazón, en donde la fuerza de la lógica se encuentra con el calor del sentimiento, y el sentimiento cálido penetra en la frialdad de la razón. El corazón es el lugar del encuentro, de la relación más auténtica entre los hombres y del hombre con Dios. Por eso, la religión cristiana es una religión del corazón. Cuando se ha pretendido hacer del cristianismo una religión de la razón, se ha caído en la frialdad de la abstracción o en el rigorismo dogmático y moral, al estilo jansenista. Cuando se ha hecho del cristianismo una religión del sentimiento, el resultado ha sido un sentimentalismo dulzón y un fideísmo poco inteligente. Sólo el corazón (sede de la razón, de la afectividad y de las pasiones) puede dar forma a la religión cristiana. Si ya vives el cristianismo del corazón, continúa por ese camino y ayuda a otros a entrar por él; si todavía no te has convertido a la religión del corazón, aprovecha esta cuaresma. No dejes pasar la oportunidad.

P. Octavio Ortiz