COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA

Ef 2, 4-10

 

1.

En esta primera parte del cap. segundo de Efesios el autor de la carta expone un tema fundamental en teología paulina: el cambio operado en el hombre al pasar a la fe. Aunque no toca todos los puntos de este tema, encontramos no pocos de ellos. Son éstos:

1. La iniciativa y realización completa de este cambio, que puede sintéticamente denominarse "salvación" se debe única y exclusivamente a Dios, de forma totalmente gratuita e inmerecida por parte del hombre. No puede conseguirse ni siquiera con una petición congruente ni por buenas obras ni otra actividad humana alguna. Es puro don debido a su amor (v.4; 7-9). Nadie puede, pues, gloriarse ante Dios, o sea: presentarle una factura para cobrar el cambio de vida acontecido. Evidentemente toda obra humana por buena que sea es desproporcionada para conseguirlo, pues se trata de una participación en la misma vida de Dios. No conviene reducir el significado de la salvación a un mero perdón de lo negativo.

2. Efectivamente, el cambio mencionado se describe como un paso de la muerte a la vida (vv. 5-6). Es así de radical, profundo, abarcando todas las dimensiones humanas. Es una nueva creación, como dice en el v. 10. El hombre participa en el destino de Jesús, tiene su vida en él, en nosotros. Lo cual llega hasta el fundamento del mismo ser humano.

3. Tal cambio se produce por la comunión con el Señor. Obsérvense las palabras "convivificar" (v. 5), "conresucitar" y "consentarse", igual a "sentarse-con" (v. 6). Al estar JC vivo, resucitado, glorificado, el creyente corre la misma suerte por la solidaridad que tiene con él, porque la fe establece esa comunión. Aquí no se dice muy detalladamente lo que es la fe.

Pero es el medio, precisamente. Es abrirse a Cristo, fiarse de él, tomarlo como único punto de referencia.

4. Esta transformación ya está dada. No es preciso esperar que comience en el mundo futuro. Habiéndose dado en la Cabeza no puede no darse en los miembros unidos con ella, aunque no haya llegado todavía a la plenitud de todos los efectos.

5. Por último, siendo todo esto así, no se puede vivir de cualquier modo, sino con una existencia externa coherente con el ser íntimo descrito. Por eso, aunque las obras no salvan, son el fruto maduro e inevitable de quien vive todo esto. Es una necesidad ontológica, no moral. Si no, es imposible hablar seriamente de lo anterior. Sería una mentira.

F. PASTOR
DABAR/85/18


2. 

Pablo acaba de hacer referencia en Ef 2. 1-3 a la desesperada situación del hombre en un mundo hecho de egoísmo, instinto y ausencia total de perspectiva y de sentido. Es una situación de perdición sin remedio; es nuestra propia situación, la que nosotros forjamos dejados a nuestro aire.

Pero esta situación conoce un final, gracias a Dios y a su Enviado. A decir verdad, en nosotros no había nada que pudiera "estimular" el amor de Dios. Pero así es precisamente el amor de Dios: no necesita, como el amor humano, el aliciente de la amabilidad del otro; el amor de Dios crea la amabilidad del otro.

CREER/GLORIARSE: No somos amados por Dios porque seamos amables, sino que somos amables porque somos amados por Dios. Por eso, el énfasis de la lectura de hoy está en la palabra GRACIA, es decir, GENEROSIDAD, FAVOR, INICIATIVA DE DIOS. La salvación no viene de nosotros, es DON DE DIOS. No nos hacemos acreedores a ella por nuestras obras sino que reconocemos que viene de Dios. A este reconocimiento, Pablo lo denomina FE. Creer no significa propiamente hacer algo; creer quiere decir recibir, aceptar lo que Dios da. A CREER se contrapone GLORIARSE. ¿Qué es este gloriarse, que hay que excluir a toda costa? Es aquella postura íntima del hombre que quiere afirmarse a sí mismo, vivir no de lo que recibe, de la gracia de otro, sino de lo que él mismo crea, sabe y es. Es el hombre que tiene tendencia a la propia gloria.

Esto es lo que hace el judío educado en la escuela de los escribas y fariseos: se inclina meticulosamente sobre la ley, la cumple con grandes sacrificios y así viene a ser él mismo el que gana la salvación. Ya puede presentarse ante Dios y hacer valer sus propios derechos. Pablo sabe todo esto muy bien: él mismo lo ha vivido intensamente. Aquí no hay lugar para la salvación mediante otro. Este es el trasfondo que explica por qué Pablo arremete con tanta pasión contra este gloriarse del hombre.

DABAR 1976/23


3.

En la segunda lectura, San Pablo nos dice que Dios, rico en misericordia, nos ha hecho vivir con Cristo y nos ha salvado por pura gracia; nos dice que incluso nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él. Pero entenderíamos mal estas palabras si, desconociendo todo lo que en ellas hay aún de promesa, respondiéramos con una fe triunfalista. Así lo entendieron, por ejemplo, los corintios, y San Pablo los reprende severamente y con cierta gracia: "¡Ya estáis hartos! ¡Ya sois ricos! ¡Os habéis hecho reyes sin nosotros!" (I Cor. 4, 8). Los corintios se comportan como si ya estuvieran en el Reino de Dios, por eso sigue San Pablo: "¡Y ojalá reinaseis, para que también nosotros (los apóstoles) reináramos con vosotros!". Los corintios se habían constituido ya en reyes, pero sin los apóstoles, lo cual es imposible. Por eso, San Pablo trata de hacerles volver los ojos a la realidad cristiana y ésta no es otra que la cruz.

El necio entusiasmo de los corintios no puede ser auténtico, su triunfalismo exaltado no encaja bien con los sufrimientos que todavía soporta, en su propia carne, el Apóstol. Así pues, las palabras que hoy hemos escuchado de San Pablo no podemos interpretarlas en este sentido triunfalista. "Dios ya nos ha sentado en el cielo con Cristo", pero todo esto por gracia y mediante la fe; es decir, en la medida en que no la convirtamos en una especie de propiedad privada para descansar acá en la tierra, sino en la medida en que al caminar vayamos realizando esta salvación que graciosamente hemos recibido. Porque sólo el que realiza la verdad se acerca a la luz. Hemos sido salvados en Cristo. El es uno de nosotros: más aún: es él nuestra cabeza, a él estamos unidos por la fe, por la esperanza y por la caridad, y si Dios corona nuestra Cabeza, todos en él hemos sido coronados.

Figuraos que un pueblo recibe la noticia de una victoria decisiva sobre sus enemigos. El pueblo ya ha sido salvado, pero la guerra todavía sigue y a veces puede resultar muy peligroso, aunque ya se haya decidido la victoria. Algo así ocurre en nuestro caso. Con la muerte de Cristo, el Hijo de Dios, todos hemos sido ya salvados, pero sería prematuro el cruzarnos de brazos para celebrar la victoria.

EUCARISTÍA 1970/18


4.

Los últimos versículos del primer capítulo de Efesios son una plegaria de Pablo al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo para que conceda a los creyentes conocer quien es El y cuál es la esperanza a la que los ha llamado. En el fragmento de hoy, Pablo, lleno del conocimiento de Dios, describe a los efesios la realidad de su vida cristiana en la que el Padre les hizo entrar.

En este sentido son de subrayar las afirmaciones del apóstol: "Dios... nos ha hecho vivir con Cristo; nos ha resucitado con Cristo Jesús y nos ha sentado en el cielo con él". La nueva vida que el creyente posee en Cristo no es sólo la esperanza de una realidad futura, sino una realidad presente fruto de la acción salvadora de Cristo. Lo que Cristo ya ha alcanzado: la resurrección y la glorificación junto al Padre, se afirma también como una realidad para el creyente, porque es uno con Cristo, porque ha sido incorporado a El y posee su Espíritu.

El texto quiere dejar bien claro, también, que todo ello es don gratuito de Dios: "por pura gracia estáis salvados"; "no se debe a vosotros"; "tampoco se debe a las obras". Es Dios quien hace de cada cristiano una creación nueva y lo llama a vivir de acuerdo con lo que es, dedicado "a las buenas obras". Esta descripción de la vida cristiana, como fruto de la riqueza de la misericordia de Dios, no puede ser más optimista y esperanzadora.

J. ROCA
MISA DOMINICAL 1982/06


5.

Pablo aprovecha la ocasión que le ofrece el análisis de la supremacía conquistada por Cristo con su Ascensión sobre las fuerzas del mal (Ef. 1, 15-23) para hacer el elogio de ese poder de Dios manifestado en Jesucristo y puesto y a disposición de los hombres.

Como contraste, pinta la debilidad y la muerte propias de la condición humana y pecadora. Ningún otro pasaje del Nuevo Testamento describe en términos tan pesimistas los resabios demoníacos de la existencia humana (Ef. 2, 1-3). Pero estas reflexiones lo que hacen es subrayar mejor el optimismo derivado de la comunicación hecha al hombre del poder que ha transformado a Cristo en Señor.

* * * *

Este poder de Dios se manifestó por primera vez en la persona de Cristo que ha sido resucitado y se ha sentado en el trono de la Señoría (v.6). Se verifica en la actitud de Dios respecto a nosotros: aunque muertos por nuestros pecados, hemos resucitado por su amor, que nos hará participar algún día de la gloria de su Hijo. Esta era la perspectiva de Rom. 6, 3-11 y 8, 11-18: el poder de Dios nos salvará en el futuro.

Ahora bien: en Ef. 2, 4-7 Pablo afirma que el poder de Dios nos ha resucitado ya y nos hace partícipes, en Cristo, de la gloria divina. Cierto que este poder no se revelará plenamente sino en "los tiempos por venir" (v. 7), pero está ya actuando desde ahora a través de la gracia que perdona nuestros pecados y nos guía en la vida, a condición de que la recibamos "en Jesucristo", es decir" a través de la fe en su persona, de la participación de su fidelidad al Padre y mediante su mediación actualizada en la economía sacramental. De esa forma queda aniquilada la pretensión del hombre a glorificarse por sí mismo, ya que su única gloria radica en la gloria de Dios

MAERTENS-FRISQUE
NUEVA GUIA DE LA ASAMBLEA CRISTIANA III
MAROVA MADRID 1969.Pág. 157