38 HOMILÍAS MÁS PARA EL DOMINGO II DE CUARESMA
1-10

 

1. CZ/GLORIA: ESCUCHA: /Jn/20/29 

El episodio de la transfiguración se coloca inmediatamente después del primer anuncio de  la pasión.

El "programa de viaje" en dirección a Jerusalén, en dirección a la cruz, ha dejado sin  aliento a los discípulos. Estos han llegado a descubrir la identidad de Jesús, a reconocer en  él al Mesías, pero encuentran dificultad extrema para seguir su camino. Quedan como  amilanados frente a la perspectiva del Calvario.

"Enviado por el Padre", está bien. Pero debería ser, según su mentalidad, un viaje triunfal.  Sin embargo, la perspectiva desvelada por las palabras de Jesús está muy lejos de ser  sublime.

En este contexto de miedo, incertidumbre, duda, Jesús introduce una "pausa luminosa".  Para ayudarles a superar el escándalo de la cruz, hace gustar a tres apóstoles un anticipo  de la resurrección. Para animarles a "soportar" las tinieblas amenazadoras hace brillar ante  sus ojos un resplandor deslumbrador de la luz futura. En una palabra hace atisbar a sus amigos "el más allá" de la prueba inminente. Intentemos captar, en la riqueza de este episodio, algunos elementos significativos para  nuestra aventura cristiana.

-El misterio de Cristo

Es un misterio que tiene, por decirlo de alguna manera, dos caras, una luminosa y otra  oscura: cruz y gloria, abajamiento y exaltación, debilidad y poder, fracaso y triunfo. Toda la pedagogía de Jesús frente a sus discípulos ha consistido en hacerles aceptar el  "paso" obligado. A la gloria a través de la cruz, a la luz de la pascua a través de las tinieblas  del viernes santo, a la exaltación a través de la derrota y de la humillación. También para nosotros, hay que admitirlo honestamente, es difícil aceptar este "paso". Estamos de acuerdo respecto al punto final, pero tenemos mucho que decir respecto al  camino elegido por Jesús para llegar hasta allí. Tendríamos mejores cosas que proponer...  (...). El cristiano sabe reconocer tanto en el "transfigurado" como en el "desfigurado" al Hijo de  Dios que pide que nos fiemos de él, que no dudemos recorrer su camino, afrontando  también los "pasos" menos agradables.

-La montaña:MONTE/REVELACION 

Es el símbolo por excelencia de la cercanía de Dios. Es el lugar habitual de las  revelaciones divinas (...). La montaña para nosotros significa la necesidad de distanciarnos -una distancia interior-  de nuestro universo cotidiano, de nuestros afanes, de nuestra agitación. (...) "Escuchadle".  Es importante este precepto. El discípulo no es el hombre de las visiones, sino de la escucha. No se trata de ver, de tocar al Señor. Es esencial escuchar su voz, tomar en serio su  mensaje, dejarse poner en discusión por sus palabras. Escuchar, no para saber más de él, para satisfacer la curiosidad, sino para obedecer,  tomar conciencia de las obligaciones que se nos asignan, realizar el proyecto de Dios sobre  nosotros y sobre el mundo. Cuando se escucha, no se ensancha el campo de nuestros conocimientos teóricos. Se  ensancha el campo de nuestro compromiso. (...)

-Las chozas "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haré tres chozas..." La  propuesta de Pedro expresa un doble equívoco. Es el torpe intento de acaparar a Cristo,  doblegarlo a las propias exigencias y comodidades, limitarlo en su misión; apropiárselo de  una manera egoísta, bloquearlo en su movimiento hacia el cumplimiento del proyecto del  Padre para ventaja de todos los hombres. Por otra parte, Pedro confunde la pausa con el final. Quisiera prolongar indefinidamente  ese instante que, por el contrario debería servir para ponerse en camino. También nosotros, como Pedro, quisiéramos "eternizar" el reposo, la contemplación. Es  hermoso permanecer sumergidos en la luz. Es bonito permanecer ausentes de la lucha que  se libra allá abajo... Sin embargo, es necesario bajar de nuevo. La montaña es bella. Pero el lugar de nuestro vivir cotidiano es el asfalto, con su  aburrimiento, banalidad, fatiga, contradicciones, el peso fastidioso de ciertos encuentros.

FE/LUCHA:La fe está amasada de luz y de oscuridad. De certezas y de dudas. De  seguridades e incertidumbres. De consuelos y tormentos. De paz y de asperezas. El cristiano es alguien que tiene necesidad de ausentarse, de subir a la montaña. Pero es  alguien que tiene, sobre todo, el coraje de ganar de nuevo la llanura, de afrontar  nuevamente el asfalto. 

ALESSANDRO PRONZATO
EL PAN DEL DOMINGO CICLO A
EDIT. SIGUEME SALAMANCA 1986.Pág. 56


2. FE/COMPROMISO  FE/EXPERIENCIA ABRAHAN/FE 

Hemos escuchado cómo Abrahán oye la LLAMADA de DIOS que le invita a dejar su tierra  y todo cuanto había formado hasta entonces parte de su existencia y a PONERSE EN  CAMINO. Su ruta está llena de RIESGOS e INSEGURIDADES. No sabe con certeza cual es  el término del camino. Pero Abrahán CREE, pone su confianza en Dios, se apoya en ÉL y  EMPIEZA a HACER CAMINO.

Habría podido quedarse en su tierra, pero no habría hallado la Tierra Prometida. Habría  podido hacer de su seguridad, de sus tradiciones, de su patrimonio familiar el absoluto de  su existencia, pero entonces no habría encontrado al ABSOLUTO. Habría podido seguir siendo un hombre honrado, incluso religioso, pero quiso ser ALGO  MAS: un hombre CREYENTE, un HOMBRE DE FE.

-¿Qué significa creer? Quizás hoy nos podríamos formular esta pregunta fundamental en  nuestra vida de hombres que nos llamamos creyentes, que lo queramos ser de verdad. FE/QUÉ-ES:FE/CAMINO: Creer es siempre HACER CAMINO, es siempre lanzarse a la  AVENTURA, apoyándose en la Palabra y la Fuerza de Dios. Tener fe no es como tener un  objeto, una cosa más (como cuando decimos que tenemos un piso, un coche). Tener fe es  vivir la fe, es vivir de la fe. La fe no santifica nuestro conformismo, nuestra pasividad. La fe  nos mueve a buscar y a construir un mundo más justo, más fraterno, dejando atrás el  mundo viejo que entre todos hemos llenado de injusticia, de sufrimientos, de desigualdades  y de mentira. La fe nos lanza a buscar a Dios -el único Absoluto- sin pararnos a adorar a  todos los ídolos que en el camino pretenden ser nuestros verdaderos salvadores: el  bienestar y el confort del consumo, la paz y la tranquilidad de conciencia obtenidas al precio  de cerrar los ojos y de hacer callar las exigencias evangélicas, el cumplimiento rutinario de  unas prácticas religiosas que tranquilizan nuestro espíritu sin transformar nuestra vida... Abrahán se puso en camino. ¿Estamos dispuestos nosotros a emprender, como él, esta  AVENTURA de la FE? ¿A tomar parte en la exigente tarea del Evangelio? ¿Queremos, de  verdad, ser CREYENTES? Esta es la llamada que Dios nos hace hoy a todos nosotros. Cuanto llevamos dicho nos puede ayudar a entender mejor el evangelio de hoy. Todo él  está por entero lleno de símbolos (la montaña, la luz, la nube, las figuras de Moisés y de  Elías, la voz) que nos quieren indicar que aquellos hombres, Pedro, Santiago y Juan,  CAPTARON LA PROFUNDIDAD DE LA PERSONA DE JESÚS. Vieron el misterio de su  vida. Supieron descubrir la mano de Dios en la vida de aquel Jesús de Nazaret que había  compartido con ellos el pan y la mesa, que con ellos recorría los caminos de Palestina,  haciendo el bien y anunciando a todos el Reino de Dios.

Supieron ver que aquél era el Hijo de Dios y que, por tanto, él -y sólo él- pasaba a ser el  centro, el norte y el SENTIDO de sus vidas. Que había que ESCUCHARLO. CREYERON  EN ÉL. FE/TRANSFIGURACION.Aquella experiencia de los apóstoles es también la nuestra, la  de todo creyente. En el origen de la fe siempre hay una "TRANSFIGURACIÓN": un  momento en el que, por un instante, la persona de Jesús nos deja entrever toda su plenitud  y riqueza. Un momento en el que descubrimos que él es el CAMINO, la VERDAD, la VIDA. Que es  nuestro MODELO y nuestra SALVACIÓN.

Que debemos ESCUCHARLO. Y ESCUCHARLO significa SEGUIRLO. Captar en la fe el misterio de Jesús, creer en él,  supone hacer su mismo camino. Pedro ya se encontraba a gusto arriba en el monte. Pero  Jesús le muestra que, paradójicamente, hay que bajar, porque su camino pasa por la  cumbre de otro monte muy distinto. PASA POR LA CRUZ. La fe no nos lleva a aislarnos del mundo para recluirnos en una torre de marfil, en una  nube. La fe nos lanza a la vida, a la lucha en el mundo para sembrar en él los valores del  Reino, los valores por los que JESÚS LUCHO.

En este nuestro camino hacia la celebración de la Pascua, renovemos hoy nuestra  decisión y nuestro compromiso de creer de verdad. Que sepamos, como Abrahán,  emprender el camino con firmeza. Y que la figura de Jesús sea siempre el norte de nuestra  ruta. 

E. BORDONAU
MISA DOMINICAL 1975/04


3.

- Para seguir a Jesús necesitamos momentos como el de la transfiguración También nosotros necesitamos momentos como este que acabamos de escuchar en el evangelio. Y, gracias a Dios, también los tenemos, aunque no sea de un modo tan solemne como el que vivieron Pedro, Santiago y Juan allí, sobre el monte Tabor. También nosotros los necesitamos para continuar en nuestro esfuerzo de seguir a Jesús, momentos para darnos cuenta de que, de verdad, el camino de Jesús es un camino luminoso, y que realmente en él (en su palabra, en su vida entera, en su entrega, en su muerte en cruz) se manifiesta toda la gloria de Dios. Necesitamos momentos de silencio para oír les palabras del Padre resonando en nustro interior: "Éste es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo".

Los que estamos aquí creemos en Jesús, como los apóstoles también creían. Los apóstoles se sentían atraídos por él, y le seguían, y le escuchaban, aunque a menudo no acababan de comprender lo que les decía... Lo mismo que nosotros. Nosotros también nos sentimos profundamente atraídos por Jesús, y queremos seguirle, y le escuchamos... Nuestra diferencia con los apóstoles quizá es que nosotros si vemos claro lo que nos dice Jesús, pero en cambio nos cuesta mucho actuar tal como él nos propone... En realidad, no somos muy distintos, los apóstoles y nosotros... Por esta razón, para ser capaces de seguir con más fidelidad y decisión el camino de Jesús, para ir logrando que nuestros criterios de vida y de actuación se asemejen cada vez más a los suyos, necesitamos tener momentos que nos toquen el corazón y que nos hagan descubrir que realmente este esfuerzo merece la pena.

Que nos hagan descubrir que, aunque a veces sea difícil, merece la pena agarrarnos a Jesús, y empaparnos de su Evangelio, y cambiar nuestros criterios para parecernos a él, y renunciar a todo aquello que nos separa de él. Que nos hagan descubrir que, en definitiva, la fidelidad de Jesús al amor de Dios y a los hombres, esta fidelidad que acabará en el fracaso de la cruz, es el único camino de verdadera fidelidad y de verdadera vida. Y que todos los demás caminos, aunque comporten grandes éxitos en este mundo, son caminos que conducen a la nada. Necesitamos momentos para vivir esto en profundidad.

- La oración, el momento para reafirmar nuestro camino ¿Dónde hallarlos? ¿Cómo vivir estos momentos? La respuesta no es nada difícil, y la conocemos todos. Sólo podemos encontrarlos en un solo lugar: en Jesús mismo, en Dios nuestro Padre, en el Espiritu Santo que habita dentro de nosotros. El único modo de lograr que nuestro corazón se asemeje al de Jesús, el único modo de lograr que nos tomemos en serio su camino, es vivir muy unidos personalmente con él, y con Dios Padre, y con el Espiritu. Y esto comporta dedicar momentos a la oración, a compartir con Jesús nuestras inquietudes, a pedirle al Padre que nos acompañe siempre, a dejar que el Espiritu nos enseñe a mirar con ojos nuevos a las personas y a los acontecimientos.

Necesitamos dedicar tiempo, tanto como podamos, a la oración. Cada cual ya sabe, o debería hallar, la manera que le va mejor. Ya sea dedicando un tiempo fijo cada mañana o cada noche, o mientras va en el autobús al trabajo, o improvisadamente en diferentes ocasiones de la jornada, o entrando a una iglesia a rezar ante el Santísimo... A veces será bueno dejarse ayudar con textos ya escritos, o breves jaculatorias, o un salmo... a veces, reflexionando a partir del evangelio... a veces será, en cambio, una plegaria surgida espontáneamente del corazón... Cada cual deberá hallar la manera más adecuada. Y, compaginándola con esta oración personal, la oración comunitaria. La principal es, por supuesto, la Eucaristía de cada domingo y, para aquel que pueda, la de cada dia. Y después, todas las demás posibilidades de oración en grupo.

Lo importante es buscar, cada día más, este contacto personal con el Señor. Hemos de buscarlo siempre, pero sobre todo en este tiempo de Cuaresma. Y busquémoslo concretamente ahora, en esta Eucaristía. Que el cuerpo de Cristo que después recibiremos nos ayude a creer profundamente en él, y a reafirmarnos en que su camino es el único camino que conduce a la vida.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1999/03-51


4.

Leyendo las tres lecturas del presente domingo, y si queremos relacionar su mensaje,  podemos fijar la atención en tres puntos de apoyo respectivamente. El primero sería éste:  "sal de la tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que yo te mostraré". El que dice  estas palabras es Yavé; Abraham, quien las escucha; Yavé, Dios delante de nosotros, abre  con estas palabras el camino; Abraham padre de los creyentes, se dispone a recorrerlo con  esperanza. Comienza el éxodo, la salida.

D/DOMESTICO.EXODO/SALIDA. No es fácil salir de casa. Pues la casa es la tradición y la  herencia, los familiares y un mundo familiar. Es un ámbito de cercanías, en el que todo está  al alcance de la mano, y la realidad se hace entrañable; es el mundo a la medida del  hombre. En la casa no hay sorpresas ni peligros, pues uno conoce muy bien su propia  casa. Se está bien en casa, al abrigo. Abandonar la casa es verse de pronto a la intemperie  y con un camino delante de los pies. Sin embargo, la vida nos obliga a salir de casa, porque  la vida es trascendencia, aventura y exploración, y también esperanza. La tentación de  quedarse en casa ha llevado al hombre religioso a desear que Dios habite en su propia  casa y sea para él un "dios doméstico" y bien conocido. Pero no es posible domesticar al  Dios vivo, al Dios de Abraham, y encerrar su voluntad en preceptos; su santidad, en ritos y  sacramentos; su verdad, en dogmas y doctrinas...; no es posible evitar las sorpresas de  Dios y saber siempre a qué atenerse con él y acostumbrarse y dejar que funcione la rutina. El que responde, como Abraham, a la llamada de Dios y se decide a salir de la casa de  su padre, ya no tiene otro cobijo que la fe, ni otra herencia que la promesa de Dios, Dios  mismo que se hace encontrar sólo por los que le buscan. La verdadera religión no es  acomodo.

El otro punto de apoyo lo encontramos en las palabras de Jesús, después de su  transfiguración en el Tabor: "Levantaos, no temáis". En Jesús camina la esperanza de  Abraham hacia su plenitud. Jesús camina resueltamente y sube a Jerusalén, la ciudad que  asesina a los profetas. El sabe lo que le espera.

CULTO/COMPROMISO: Pero con él suben también los discípulos, que no  saben nada, que no entienden nada, que caminan a la zaga entre el miedo y la esperanza.  Hace muy pocos días, escasamente una semana, que Pedro ha querido torcer el camino de  Jesús, y Jesús lo ha rechazado, como si se tratara del mismo demonio. Ahora Jesús toma  consigo a Pedro, a Santiago y Juan -precisamente los tres testigos de su angustia en  Getsamaní-, y en la cima del monte Tabor se transfigura. También la fe de los discípulos,  se transforma por un momento en contemplación y, anticipando lo que aún está por venir,  hace fiesta su esperanza. Es bueno tener visiones cuando queda un arduo camino por  andar, pero es un desvarío detenerse como si ya se hubiera llegado. Pedro se equivoca  otra vez: "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres haré tres chozas..." También  nosotros nos equivocamos, si detenemos la esperanza en el Tabor de nuestras  celebraciones litúrgicas y no le damos salida, si no descendemos al valle de lágrimas para  que la esperanza fecunde la realidad pacientemente. Hay que hacer productiva la  esperanza del más allá. Y esto no es posible ni de alguna forma, al menos, la esperanza no  se seculariza; esto es, si la esperanza no corre como savia fecunda por todos los caminos  del mundo. La esperanza que sólo despierta visiones y no realiza proyectos en una vana  esperanza, que no conduce a ninguna parte. La esperanza del más allá ha de hundirse en  el mundo, como el grano de trigo: "si el grano de trigo no cae en tierra y muere...". La  esperanza contra toda esperanza ha de realizarse en el desespero de la cruz: "Padre, ¿por  qué me has abandonado?" Sólo entonces deja de ser la ilusión de un momento, es real y  da fruto. El Tabor sin el Calvario no es más que un sueño. EP/ILUSION.

EVANGELIZAR/QUÉ-ES:La recomendación de Pablo a su discípulo Timoteo es el tercer punto en  el que se apoya nuestra reflexión: "Toma parte en los duros trabajos del Evangelio". La  evangelización es un trabajo duro. El que evangeliza vive en una continua confrontación en  el mundo y con el mundo. Evangelizar no es decir palabras hermosas en el templo, en  nuestra casa, en un medio acogedor y complaciente, que muchas veces huye de los  problemas reales del mundo. Evangelizar es salir con la palabra y la vida a la plaza. El que  evangeliza es un "enviado", que tiene que ir a donde no le gustaría ir, que tiene que hablar  con oportunidad y sin ella, y, sobre todo, tiene que hacer lo que muchas veces el mundo no  está dispuesto a tolerar.

La misa termina con estas palabras: "Podéis ir en paz". Lo cual no significa que todo ha  terminado y que ya podemos estar tranquilos, porque hemos cumplido con nuestro deber,  sino más bien que ahora todo comienza. Estamos bien aquí, pero es menester salir de  casa. Estamos bien aquí, pero Jesús nos invita a deponer el miedo y descender a la  realidad. Estamos bien, pero ahora comienza el duro trabajo de evangelizar el mundo. 

EUCARISTÍA 1975/16


5.

Si el domingo pasado se nos presentaba un programa de lucha y de cruz, hoy, sin olvidar  la seriedad del camino, se nos propone el destino de luz y de vida, de transformación y  Pascua al que estamos llamados.

-La Cuaresma de Abraham. El segundo "capítulo" de la historia de la salvación -que repasamos los domingos de  Cuaresma- es siempre el de Abraham. Esta vez en la escena radical de su vocación. Un hombre ya mayor, que vive en una sociedad pagana y politeísta, es llamado por Dios;  tiene que "salir", pero sin saber de momento a dónde se dirige. Recibe dos promesas: que  tendrá una tierra y una larga descendencia. Pero son promesas. Y Abraham sale, se fía de Dios. Se pone en camino. Tiene mérito. Con razón es  considerado el patriarca de la fe y padre de los creyentes. Los misteriosos planes de Dios  le alcanzan a él, y él responde con generosidad. Y por eso, en él son benditas "todas las  familias".

-La realidad: Cristo que marcha a la Pascua. Lo de Abraham es sólo la figura y el tipo. La "verdad" plena está en el auténtico guía del  Pueblo de Dios: Cristo Jesús. Su misión de Mesías es dura. Es subida a Jerusalén en el sentido físico y simbólico:  camina a la cruz, a la muerte. Es un camino serio, de dolor y de renuncia, de fidelidad  recia.

En sí mismo condensa Cristo todas las "cuaresmas" difíciles del A.T.: Moisés y Elías, que  supieron de largos caminos de búsqueda y esfuerzo por cumplir una misión, están ahora  acompañando a Cristo y dialogan sobre lo que va a suceder en Jerusalén. El programa  salvador de Dios, que se le propone a Cristo y también a nosotros, es un programa serio,  que lleva a la Pascua, pero a través de la Cruz. Eso sí: la escena de hoy nos asegura la victoria final. La Cruz llevará a la Nueva Vida. La  Cuaresma, a la Pascua plena.

La transfiguración, que hace entrever a los tres apóstoles la gloria, es como una garantía  del destino pascual. El duro camino se ve animado por una teofanía y por un testimonio  luminoso (en Mateo todo es luminoso: el rostro de Jesús, sus vestidos, la nube): la palabra  autorizada del Padre: este es mi Hijo... escuchadle. A Abraham se le adelantaba la  Promesa. A Cristo, el testimonio del Padre, que a Él, y a los suyos, les sostiene en la fatiga de la  "subida".

-Pablo, Timoteo y nosotros. San León Magno (en el Oficio de Lectura de hoy) nos habla de la  pedagogía que supone, en el camino de los discípulos de Jesús, el que haya sucedido la  experiencia de la transfiguración: "se trataba de alejar de los corazones de los discípulos el  escándalo de la cruz... el Cuerpo de Cristo en su totalidad podría comprender cuán había  de ser su transformación".

La vocación de Abraham fue difícil. Como lo fue la de Cristo. Y ambas proyectan su mensaje sobre nosotros, sobre esta comunidad creyente y  vocacionada que se llama Iglesia, y a la que pertenecemos nosotros. Pablo le recuerda a  Timoteo: "toma parte en los duros trabajos del Evangelio". También la vocación de Timoteo  será difícil. Nunca es sencillo, en este mundo, ser cristiano y trabajar por el Evangelio: su  estilo siempre será contra corriente. También para nosotros. El camino cristiano es camino  de cruz y de sufrimiento, muchas veces.

Por eso, la confianza que nos da la gloria entrevista es fuente de fidelidad y de  perseverancia. No nos quedaremos en la montaña, haciendo tres tiendas, gustando de la  dulzura del momento: bajaremos al valle a seguir trabajando. Pero la experiencia no habrá  sido inútil. Ni para Cristo ni para nosotros.

Si el domingo pasado, al presentarnos el panorama de la tentación, se nos aseguraba  que la victoria era posible, hoy también se nos proclama que el proceso de transformación,  tanto de cada persona como de la Iglesia y de la sociedad entera, es posible. Que Cristo va  decidido hacia la nueva Pascua, y quiere que todos nos unamos a él, nos transformemos y  vayamos creando los cielos nuevos y la tierra nueva. Es tarea y compromiso. Pero eso es  también promesa y garantía.

Todo el proceso queda iluminado por la esperanza pascual. La Eucaristía que celebramos, en la que "escuchamos a Cristo", como se nos invita en el  evangelio, y en la que se nos comunica la "fuerza" y la "gracia" que Pablo prometía a  Timoteo de parte de Dios, es nuestro mejor "viático"=alimento para el camino. 

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1987/06


6. TEMA:HACIA LA TRANSFORMACIÓN. 

¿Quién de nosotros está satisfecho de lo que es? ¿Acaso no estamos descontentos de  nosotros mismos y de la sociedad concreta en que vivimos? El hombre es un ser inquieto  con deseos de superación. Pero no tendríamos esta inquietud si no descubriéramos más  allá de nosotros mismos algo importante que nos llama, que nos atrae, que estamos  llamados a realizar. La capacidad de búsqueda nace en el hombre de la intuición de que  hay algo más allá que podemos alcanzar.

Este deseo de superación, de ir evolucionando y transformándose de un modo positivo,  es la vocación que Dios ha puesto en nuestro corazón, la posibilidad de nuestra vida: "Dios  nos llama a una vida santa desde antes de la creación" (2 Tm 1. 9). Es una vocación hacia  la transformación. Todo hombre es una semilla de posibilidades. El proceso del niño que se  va transformando hasta llegar a una edad adulta, debe cumplirse en todos los aspectos de  nuestra personalidad individual y social. También la sociedad está llamada por Dios a ir  transformando sus estructuras.

Pero, ¿queremos realmente una transformación social y personal? Muchas veces no  hacemos sino jugar con las palabras.

Silenciamos las llamadas interiores, nos contentamos pasivamente con lo que tenemos,  creemos que ya hemos recorrido bastante camino y que tenemos derecho a descansar.  Preferimos que sigan andando otros. Estas actitudes nos conducen a la ruina, nos impiden  la transformación. Preguntémonos: ¿Soy fiel a la vocación de Dios? ¿Soy fiel a mí mismo, a  mi propio destino? ¿creemos en una sociedad nueva, en un nuevo tipo de hombre? El  mensaje de la celebración de hoy nos enfrenta de lleno con nuestro conformismo: esa  actitud espiritual que nos impide transformarnos y trabajar por la transformación de la  sociedad. El latido de la Cuaresma pretende sonar como el timbre de un despertador.  Replanteemos la vida, para poder emprender el camino de la renovación pascual. a)La transformación sólo es posible si vivimos con esperanza.

San Mateo presenta la transfiguración de Cristo en medio de la perspectiva de la Pasión  y formando parte de su misma dinámica (16. 21-22). Después del anuncio de la Pasión,  Jesús comunica su esperanza futura a los discípulos. Pero la transfiguración es también el  signo que nos expresa la actitud anímica de Cristo: emprende el camino de la Pasión fiado  en una confianza que le hace ya poseer, en primicia, aquello que espera.

Sin la esperanza por alcanzar un logro personal y social es imposible comprometerse en  la realización de una transformación real. Lo que se espera es el único impulso que mueve  a las generaciones humanas a la superación. La esperanza es una fuerza, un poder  dinámico, que nos sostiene en la agonía de la pasión humana, trocando la cruz en gloria,  haciéndonos escuchar en medio de la maldición la bendición, ayudando al esclavo a que se  reconozca, por medio de una transformación real, como "el hijo amado".

Al final del camino esperamos alcanzar aquello que nos llama a recorrerlo. Así el futuro se  va cumpliendo en el presente, la resurrección se adelanta en la transfiguración, en el  camino de la cruz se va perfilando el hombre nuevo "con un rostro resplandeciente como el  sol... y sus vestidos... como la luz".

El hombre que acepta el camino de la transfiguración se va iluminando poco a poco (1 P  2. 9), se hace "a su imagen y semejanza" (Gn 1. 26), cambia el hombre viejo, corrompido  por el pecado, para dejar paso al hombre nuevo, revestido de JC (Ef 4. 22-24; Col 3.  5-15).

El hombre alcanza la meta ofrecida por Dios conforme se va esforzando por acomodar su  vida con la voluntad divina. De esta manera, conforme el hombre se esfuerza por  transformarse, se va madurando; el futuro se hace presente en la medida en que nos  esforzamos por alcanzarlo; cada compromiso responsablemente admitido nos acerca a la  meta.

La lectura de la carta de Timoteo nos describe la meta humana como "una vida santa" (2  Tm 2. 9), es decir, la adecuación de nuestra vida y nuestra sociedad con el plan de Dios, el  cumplimiento de la vocación irrenunciable que Él ha señalado a todo hombre, la obediencia  a esa Palabra que Él sigue pronunciando sobre nosotros desde la creación: Palabra  reveladora de nuestro verdadero ser y fuerza para la realización de los hombres (Rm 1.  16).

b)Pero no hay transformación sin esfuerzo personal y colectivo. La transfiguración no nos viene dada como regalo caído del cielo. Si la semilla está  muerta nunca podrá germinar, aunque abonemos bien la tierra. El que nos creó sin  nosotros, no nos salvará sin nuestra colaboración.

CV/CAMINO.El esfuerzo que el hombre tiene que realizar, llamado tradicionalmente  conversión, está expresado este domingo por dos símbolos:

-El camino de Abrahán. La vocación que el hombre siente es como un mandato imperioso  que es necesario obedecer: "Sal de tu tierra y vete hacia la tierra que te mostraré"  (Gn/12/01). Es necesario dejar un mundo, un estilo de vida, abandonar al padre, la familia y las  posesiones, para ir hacia una realidad nueva. Esto exige un camino largo, que dura toda la  vida. El hombre es un caminante. Éxodo de la vida que no puede ser realizado sino por la  fe; Abrahán va hacia una tierra que él no ve y que se la mostrará Dios. Solamente porque  tiene confianza en la fidelidad de Dios, es capaz de recorrer este camino. La garantía de su  esperanza es la promesa de Dios.

-El otro símbolo es el camino de la Pasión de Cristo. Él también tuvo que recorrer todo el  sendero de la muerte, confiando en la tierra nueva que Dios le iba a mostrar. La  transfiguración nos manifiesta hasta qué punto, en medio de la Pasión, seguía brillando en  el corazón de Cristo la fe y la esperanza en la Promesa de Dios. De esta manera Cristo es  norma de toda transformación humana, pues lo que él realizó debe ser hecho por todos los  hombres: "Destruyó la muerte y sacó a luz la vida inmortal" (2 Tm 1. 10). La Eucaristía conmemora este misterio de la transformación de Aquél que siendo  obediente hasta la muerte de Cruz fue exaltado por Dios como Primogénito de la nueva  Creación (Col 1. 18).

En la exigencia de conversión que este domingo nos depara, tengamos en cuenta que no  se nos pide una mera transformación personal. Esta es necesaria: estamos llamados a ser  hombres nuevos. Pero es necesario también, y a la vez, decidirse a transformar las  realidades concretas de la sociedad en que vivimos. Una mera conversión personal es tan  ineficaz como un cambio de estructuras, sin la revolución de los individuos. Hemos de hacer el esfuerzo de admitir la transformación tanto colectiva como individual.  La transformación ha de hacer "de ti, también, un gran pueblo" (Gn 12. 2).


7.

El mandato se lo da Dios a Abraham: "Sal de tu tierra y de la casa de tu padre, hacia la  tierra que te mostraré." El mandato tiene su importancia y su dificultad. Dejar la tierra  propia, lo que ha constituido siempre nuestra vida, aquello a lo que estamos arraigados,  con lo que contamos, con lo que estamos familiarizados y que forma parte de nosotros  mismos, es siempre doloroso. Dejar la casa del padre, donde encontramos las propias  raíces, donde nos explicamos y nos sentimos protegidos, es siempre costoso. Dejar todo  eso es quedarse en el vacío, sin apoyatura; como si la tierra hubiera desaparecido debajo  de nuestros pies. Cierto que Dios completa su mandato con una promesa que encierra todo  lo más apetecible para un hombre de la época de Abraham: la promesa de una gran  descendencia que será bendecida hasta que forme un gran pueblo. Pero no cabe la menor  duda que Abraham se encontró con la disyuntiva de dejar lo que poseía ciertamente para ir  a la aventura fiándose de la promesa del Señor. Por eso tiene una gran importancia su  postura que el escritor recoge en un verbo expresivo y resolutivo: Abraham marchó, como le  había dicho el Señor. Atrás quedaron la seguridad y la estabilidad, delante se abrió para él  un camino que podía desembocar en una vana ilusión. Por eso Abraham es el padre de la  fe, el modelo y el héroe de la fe.

Porque, evidentemente, la fe tiene mucho de riesgo. Quizás uno de los defectos  fundamentales de nuestra fe cristiana es, precisamente, que no participa nada del espíritu  de riesgo.

FE/TEORICA.Tenemos una fe intelectual, de verdades aprendidas que repetimos de  generación en generación sin apenas penetrar en su sentido y que nos afectan muy poco  para la vida diaria. Y tenemos una fe perfectamente controlada de actos, de leyes, de  moral, de ritos formales mediante los cuales sabemos perfectamente lo que podemos y no  podemos hacer, lo que debemos y no debemos hacer. Es una fe que apenas nos inquieta,  que permanece inalterable durante la vida, que difícilmente nos perturba. Seremos legión  los que viviremos sin que, en un momento determinado, la fe que decimos profesar, o que  profesamos, se nos haya presentado como una invitación a "salir"; seremos legión los que  nunca nos encontraremos en una momento tan importante como el que el Génesis describe  hoy para Abraham, un momento en el que oigamos la voz del Señor diciéndonos "sal de tu  tierra y de la casa de tu padre"; sal de ti mismo, de esa cómoda existencia que llevas, de  ese conformismo en el que tan confortablemente vives, de ese contorno en el que te sientes  tan arropado, y emprende un camino nuevo, hacia la tierra nueva en la que la seguridad no  está asegurada y en la que es fundamental vivir pendiente de la promesa del Señor. Es universal la tentación del hombre a "instalarse". Hoy, con todas las ventajas y el  confort de la civilización, esta tentación sube de grados. Podemos alcanzar una instalación  perfecta en la que nos encontramos francamente bien, perfectamente arropados y lejos de  cualquier aventura que comprometa nuestra bien ganada tranquilidad. Hoy podemos caer  en la tentación de cerrar los ojos y los oídos a toda llamada que nos haga "salir" de nuestro  bienestar, evitar por todos los medios que sintamos la necesidad de marchar para colaborar  en la construcción de una tierra nueva, más humana, más justa, más cristiana, en una  palabra; una tierra en la que es necesario vivir prácticamente la fe, tomar decisiones,  adoptar posturas, arriesgarse, en una palabra, aceptar el desafío que supone creer en un  Dios que pide a los suyos algo más que la aceptación de unas verdades o la práctica de  unos determinados cultos.

Y esto mismo aparece también en el Evangelio de hoy. Ante la espléndida visión de  Jesús transfigurado aparece Pedro queriendo "instalarse", quedarse allí para siempre,  olvidarse del mundo que seguía al pie del monte y que esperaba con impaciencia el paso  del Señor. No pudo conseguir su propósito.

Desapareció la luz y el resplandor y quedó solo Jesús frente a ellos con una advertencia:  ni una palabra de todo esto hasta "que el Hijo del Hombre resucite de entre los muertos".  Nada, por tanto, de instalaciones. Es necesario bajar del monte y enfrentarse valientemente  al reto de la propia vocación, de la llamada de Dios que sigue pidiendo el éxodo como  condición para encontrarse con El. La advertencia de Jesús es un indicativo de que no es  posible, para los suyos, la acomodación. No será posible ni efectivo hablar de la gloria  hasta que no se haya resucitado -no se encontrará la tierra nueva- hasta que no se haya  aceptado el riesgo, hasta que no se haya descendido a la tierra, para encontrarse con los  hombres que viven en ella con sus problemas y sus inquietudes y acercarse a ellos para  mostrarles a Dios, con todo el riesgo que eso lleva consigo.

Vivimos el Segundo Domingo de Cuaresma, un paso más a los días en los que de la  manera más expresiva que podamos imaginar tendremos la demostración palpable del  riesgo que supone la fe; del riesgo que supone escuchar la llamada de Dios y salir de la  propia tierra para lanzarse a la búsqueda de una tierra nueva. No es fácil asumir ese riesgo.  Por eso necesitamos prepararnos, conscientes de nuestra pequeñez, colgados de la mano  de Jesús.

ANA MARÍA CORTES
DABAR 1987/19


8.

SE ESTA BIEN CON JESÚS

Quizá uno de los sentimientos más abundantes en nuestro tiempo es el de la  incomodidad y el de la tristeza. Es difícil encontrar personas que te digan sinceramente que "están bien". Los sociólogos  hablan de la soledad de las grandes ciudades, de la incomunicación que impone la  sociedad industrializada, de la frustración que nuestro entorno crea en las personas que lo  constituyen, de los traumas de todo tipo y género que padecemos los mortales  pertenecientes a esta época. Pues ¡qué bien!.

No sé si en otras épocas (posiblemente sí, aun cuando sin tanta literatura) el hombre ha  sentido también la tristeza, el hastío y la soledad. No sé si en otras épocas resultaba igual  de difícil que hoy encontrar hombres y mujeres que "se encontrasen bien", que fueran  felices, que estuvieran deseosos de vivir.

Según el evangelio de hoy, Pedro, Santiago y Juan ante Jesús transfigurado,  resplandeciente como el sol y con vestiduras tan blancas como la nieve, tuvieron una  expresión maravillosa: ¡qué bien se está aquí! Es una expresión redonda. Con ella dijeron a  todos los que -a través de los tiempos- leyéramos el Evangelio, que hay un medio de  sentirse a gusto en la vida: estar cerca de Jesús, porque si estamos cerca de El y hemos  sido capaces de ascender con El al monte, lo veremos transfigurado.

El domingo anterior contemplábamos asombrados y emocionados a Cristo-Hombre. Hoy  lo vemos victorioso recibiendo de lleno la aprobación del Padre que le llama su Hijo amado  y predilecto.

El resultado es que los discípulos asombrados y no del todo conscientes de la  profundidad de la escena, incapaces de disquisiciones teológicas sobre el trasfondo de lo  que les está tocando vivir, sienten, por encima de todo, una sensación de absoluta felicidad  que resumen en su estupenda frase.

Me parece que una misión primaria del cristiano sería que despertásemos en los demás  el sentimiento de que se está bien junto a nosotros. Para eso no tenemos más que un  camino: ser -como Cristo- hijos de Dios, hijos amados y predilectos. Pero estos títulos sólo  se ganan si somos capaces de hacer lo que El hizo.

El camino de Cristo fue corto, sus enseñanzas machaconas, diríamos, sus obras siempre  con el mismo trasfondo: hacer realidad en cada momento el Reino de Dios. Y por ello, y  para ello, amar sin medida, entregarse sin tasa, desprenderse del propio yo -¡tan  arraigado!- ser comprensivo, dialogante, humilde. Para eso elegir a los pequeñuelos con  gran escándalo de los grandes, preferir a los pecadores con gran estupefacción de los  buenos. Para eso, huir del dogmatismo, no condenar, no juzgar, ofrecer la mejilla, dar el  manto, amar hasta el enemigo, es decir, todo lo contrario de lo que solemos hacer nosotros.  Por eso no es extraño que nos encontremos tan mal los unos a los otros. No es extraño que  no sepamos encontrar la paz y la concordia porque cada uno habla su propio idioma  completamente diferente, cuando no rotundamente opuesto, al idioma del otro. Por eso no  es extraño que la soledad nos invada y la tristeza nos consuma y estemos alienados y  pasotizados.

Por eso no es extraño que cuando cerca de nosotros pasa algún hombre que se parece a  Jesús sintamos que algo raro flota en el ambiente y que una sensación de paz y bienestar  nos invade; sintamos que es posible la risa y la esperanza; que es posible ser feliz y  exclamar -en este mundo nuestro tan dolorido-: ¡qué bien se está aquí! Pero, naturalmente,  esa bondad y esa felicidad apenas tiene que ver con lo que los hombres solemos entender  por tales realidades que, normalmente, están llenas de cosas y no de personas.

Los cristianos no hemos subido con Cristo al Monte. No nos hemos sentado serena y  tranquilamente junto a El para contemplarlo en el esplendor de su transfiguración y no  hemos captado el secreto de su brillo y de su blancura. Y no lo hemos captado a pesar de  que en el Evangelio está clarísimo: el brillo, la blancura y la transfiguración no son sino el  resultado de ser hijo de Dios.

Los cristianos es evidente que -en gran número- no nos hemos transfigurado. Por eso los  que viven cerca de nosotros, los que comparten con nosotros el quehacer diario no sienten  habitualmente que a nuestro lado la vida es más bella, más honda, que a pesar de todo  cuanto ocurra a nuestro alrededor, el cristianismo lleva en sí un germen de felicidad  contagiosa -cuando el cristianismo se vive de verdad- que hace exclamar a los demás: ¡qué  bien se está con Fulano...! El mejor obsequio que podríamos hacer a nuestro mundo es  devolverle la sensación de bienestar que experimentaron cerca de Cristo transfigurado,  Pedro, Santiago y Juan.

DABAR 1981/19


9.

"Sal de tu tierra, y de la casa de tu padre, hacia la tierra que te mostraré" (Gn. 12, 1). El  sujeto de estas palabras es el mismo Dios. Dios es también el sujeto de la historia, que va a  poner en marcha con estas palabras. Abrahán es quien escucha estas palabras de Dios y  quien se pone en camino. En él comienza a peregrinar la esperanza del mundo. Para un hombre como Abrahám no era fácil salir de su casa, abandonar su tierra, su tribu,  su parentela. Si lo pensamos bien, ni siquiera es fácil hoy para nosotros; pues abandonar la  casa es algo más que cambiarse de un lugar a otro.

Abandonar la casa es abandonar el espacio doméstico en donde la realidad se hace  entrañable, en donde el mundo tiene dimensiones humanas, en donde es abarcable, en  donde cada cosa está al alcance de nuestra mano, en donde no hay sorpresas ni peligros.  Esa realidad doméstica es "mi casa", "tu casa", una realidad que nos pertenece. Abandonar  la casa es también dejar un abrigo y quedar a la intemperie delante de un camino. La casa no se abandona sólo cuando uno sale materialmente de ella. La casa se  abandona siempre que uno emprende la búsqueda de un futuro, de una tierra prometida, de  la tierra que Dios nos mostrará. Esa actitud, que no es otra que la vida misma, si bien se  entiende, supone un salir constantemente no sólo de nuestra casa, sino también de todas  nuestras casillas mentales, prejuicios, categorías, convencionalismos, órdenes  establecidos... 

Abandonar la casa es, incluso, dejar a un Dios doméstico bien conocido, frente al cual  sabemos ya a qué atenernos. Es dejar la rutina de una religión en donde todo está  perfectamente definido, claro, regulado. Es contar con un Dios vivo que hace historia, abre  camino, sorprende siempre y es siempre mayor que todo cuando nosotros podemos pensar  y desear. Es creer en un Dios en cuyas manos estamos y no pensar que tenemos a Dios en  las nuestras. Y, claro está, el que deja su casa y responde a la llamada de Dios, ya no tiene  más cobijo que la esperanza, ni otra posesión que la promesa que Dios hace a cuantos se  ponen en camino, porque Dios es el Dios que sólo se hace encontrar por los que le  buscan.

Así es como Abrahán, padre de todos los creyentes, se puso en camino. Dejó su tierra,  aquella tierra en donde se alzaba soberbiamente el ziggurat o santuario, construido en  forma de montaña, que pretendía señalar el centro de la tierra y el lugar de conexión entre  la tierra y el cielo y a cuyo amparo se construía la ciudad y florecía la cultura. La famosa  torre de Babel no es más que uno de estos ziggurats, y la historia bíblica, que a ella se  refiere, la condenación de ese modo de entender la religión. Al abandonar Abrahán esta  tierra, Israel no encontrará ya una montaña en donde descansar definitivamente.

Cuando la esperanza de Abrahán y de los hijos de Abrahán llega a su destino, he aquí  que Jesús, el "Descendiente" de Abrahán, sube a Jerusalén. Sube resueltamente, aun  sabiendo, y porque sabe, que ha de ser entregado a su pasión. Por tres veces, en este  largo camino, ha abierto su corazón a los más allegados y les ha anunciado lo que le  espera en Jerusalén, la ciudad que asesina a los profetas. Y cuando sólo hace seis días  que les ha hablado de esta pasión y muerte y que ha reprendido precisamente a Pedro por  intentar torcer el camino que lleva a Jerusalén, Jesús toma consigo a Pedro, a Santiago y a  su hermano Juan y se los lleva aparte, a una montaña alta. No será ésta la última cima,  detrás de ella se alza el Calvario; pues el Tabor está precisamente situado en el camino  que sube a Jerusalén. Jesús quiere manifestarse a sus tres discípulos, descubriendo el  misterio de su altísima dignidad y anticipando, para aliento de los tres, la gloria que le  espera. Sin embargo, para evitar equívocos, allí están Moisés y Elías que hablan con Jesús  de los acontecimientos que se avecinan en Jerusalén. Entonces Pedro tomó la palabra y  dijo a Jesús; "Señor, ¡qué hermoso es estar aquí! Si quieres, haré tres chozas...". He aquí  la tentación de establecerse y quedarse en casa.

Pero Jesús descendió del monte y siguió camino hacia Jerusalén. ¿Será ésta la meta?  ¿Será la muerte de Cristo en la cruz el fin de toda la historia? ¿Dónde ha ido a parar tan  larga esperanza? No, Jesús resucita y reúne de nuevo a sus discípulos, ahora en otro  monte, el de los Olivos. Los que estaban reunidos le preguntaron: "Señor, ¿es ahora  cuando vas a restablecer el Reino de Israel?" Pero Jesús se marcha. Y cuando sus  discípulos estaban con la boca abierta en el monte, como si el tiempo no corriera y no les  urgiera la premura de anunciar el Evangelio, entonces se les aparecieron dos hombres  vestidos de blanco que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? Este que os  ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá del mismo modo que le habéis visto subir al  cielo" (Hech. 1, 11). Y es que el Señor sigue siendo el futuro del hombre.

Los cristianos somos un pueblo de caminantes. La esperanza cristiana  hace soportable todos los fracasos y relativiza todos los éxitos; convierte en principio todos  los logros y hace avanzar la historia, no tanto celebrando triunfos pasados cuando  superando fracasos. Esta es la esperanza que ha de animarnos a tomar parte en las duras  tareas del Evangelio, como dice San Pablo a su discípulo Timoteo en víspera de la  persecución de Nerón.

La Iglesia de Jesús ha de llevar adelante esa esperanza como esperanza del mundo,  hasta que todo se cumpla cuando el Señor vuelva. Resulta incomprensible que los discípulos de Jesús amen más la seguridad y el orden  establecido que el riesgo de una reforma permanente, que escondan sus fracasos y traten  de convertirlos en triunfos, que el miedo al futuro lo someta al pasado. Y todo esto es  incomprensible porque no sólo la vida y la historia es trascendencia, sino que, además, la fe  cristiana sólo puede entenderse como respuesta al Señor que ha de volver y que es el  Futuro del hombre. 

EUCARISTÍA 1972/18


10. ACONTECIMIENTO/PD:

Sé muy bien que tendré que abandonar muchas cosas antes de alcanzar tu promesa.  "Abandona tu país", dijiste a Abrahán. Sin duda tu palabra se expresó a través de  circunstancias históricas como movimientos de tribus nómadas que se veían en la  obligación de hallar otros pastos. ¿Se trató de una razón climática, de una disensión  familiar, de una inseguridad ligada a la guerra? Poco importa. Tú enseñaste a tu pueblo a  leer el acontecimiento y a descubrir allí una palabra de Dios. Ojalá podamos oír siempre tu  palabra más allá de lo que ocurra. Es cierto que lo que pasa conserva su significado  específico pero en todo acontecimiento puedo alcanzar tu llamada. Así, es mi vida real la  que se halla sometida a tu palabra, como estuvo sometida la de Abrahán. Porque no hay  vida compartimentada; por un lado, familiar, social y profesional y por otro, religiosa. Una  vida para amar, trabajar, sufrir, estar en relación; otra para orar o para participar en la  Eucaristía. Existe una sola vida, que es la misma, con sus vueltas y sus cambios, y  periódicamente tú me invitas a cambiar de vida, en un punto o en otro. No necesariamente a  renunciar a una vida mala por una vida mejor sino a franquear una nueva etapa,  renunciando a algo bueno en sí mismo por otra cosa igualmente buena en sí misma.  "Abandona tu país". Abandona tu seguridad, aquello a lo que te has acostumbrado. (...) En un sentido figurado, cuántas veces tenemos que oír ese "Abandona tu país". 

Abandona tu país: tu modo de vida, porque escasea el dinero. Abandona tu país: te quedas  sin tu empleo y te aguarda el paro. Abandona tu país y mira a tu pareja con nuevos ojos.  Abandona tu país y la costumbre de tener unos hijos en casa o de contar con tus padres.  Abandona tu país con las formas de expresión religiosa de tu infancia que te aportaban  seguridad. Abandona tu país y entra en la vida eterna. Lo que conviene dejar no es malo en  sí; una profesión honorable, la presencia de una familia, las formas de expresión religiosa no  son malas en sí mismas; y la vida es buena. Pero la obra de Dios va a manifestarse de otra  manera. Como Abrahán, yo puedo expresarte, Señor Dios, mi confianza, la fe que he puesto  en tus promesas.

ALAIN GRZYBOWSKI
BAJO EL SIGNO DE LA ALIANZA
NARCEA/MADRID 1988.Pág. 24s.

HOMILÍAS 8-14