COMENTARIOS A LA SEGUNDA LECTURA
Rm 10, 8-13

1. 

En el contexto general de los capítulos 9-10 de Romanos, sobre Israel y su destino, aparecen estos versículos, importantísimos para una concepción profunda y auténtica de la fe.

La fe aquí como en otros tantos lugares bíblicos, no es sólo el asentimiento intelectual, aunque lo incluye, sino la actitud total del hombre. El externo ("boca", "labios") y el interno ("corazón"). Todo el yo comprometido.

El contenido de esa fe es reconocer y aceptar al Señor Jesús Resucitado. Creer que vive después de su muerte. Pero no sólo es reconocer un milagro del poder de Dios. Es que las pretensiones de Jesús han recibido el sí de Dios al resucitarlo, exaltarlo, glorificarlo y colocarlo a su derecha. Por tanto, el señorío de Jesús es total sobre cada uno de nosotros, tal como el quería ser Señor en su vida.

Es Señor, mi Señor. No por imposición, sino por establecer una relación profunda con El, de aceptación y, en último término, de amor, de entrega mutua y absoluta. La suya ya ha sido hecha.

Queda la nuestra.

Por eso la Resurrección es esencial. Hemos de establecer relación con un vivo. No con un recuerdo.

Este es el punto central de estos versos. El resto son consecuencias. No hay diferencias entre los hombres. No para llegar a la fe, sino para vivirla, una vez en ella. Las diferencias de tiempos, lugares y demás han de ser consideradas a esta luz.

FEDERICO PASTOR
DABAR 1989, 13


2.

El único camino que conduce a la salvación es la fe en Jesucristo, el Señor. Esta salvación no es para el creyente algo que ha de buscar penosamente y que está muy lejos de él, sino algo que lleva en el corazón y confiesa con sus labios. La cita que trae Pablo está tomada de Dt 30, 11-14, donde se dice de la ley: "Estos mandamientos que yo te prescribo hoy no son superiores a tus fuerzas, ni están fuera de tu alcance. No están en el cielo (..), ni están al otro lado del mar (...), sino que la palabra está bien cerca de ti, está en tu boca y en tu corazón para que la pongas en práctica". Una vez abrogada la ley, Pablo refiere estas palabras a Cristo, el cual "habita por la fe en nuestros corazones" (Ef 3, 17). El núcleo de esta fe lo constituye el hecho y la confesión de que Jesús es ahora el Señor.

Con una cita de Isaías (28, 16), Pablo afirma la salvación de judíos y de griegos por igual. Esta igualdad radica en el hecho de que uno mismo es el Señor de todos. Lo que implica, por otra parte, la exclusión de un orden teocrático que interponga entre el Señor único y los hombres diferentes grados o señoríos.

EUCARISTÍA 1989, 8


3.

- "La palabra está cerca de ti": San Pablo recoge unas palabras que el Dt pone en labios de Moisés (30, 11-14): pese a que la observancia de la Ley es la condición necesaria para obtener la salvación, no debe pensarse que esto sea imposible; no es preciso escalar las alturas o bajar a las profundidades. Este razonamiento de Moisés halla su plena realización en Cristo. El es el que ha bajado de lo alto, para compartir la vida de los hombres, y es el que ha subido de las profundidades de la muerte, para resucitar.

Por ello, el hombre no es necesario que busque con esfuerzo el camino del cumplimiento de la Ley para obtener la salvación, sino que se ponga en el camino de la fe: "si tus labios profesan que Jesús es el Señor y tu corazón cree que Dios lo resucitó, te salvarás". Cristo ocupa el lugar salvífico que tenía la Ley en la Antigua Alianza.

- La fe tienen una doble dimensión inseparable: hacia el interior (para reconducir el hombre a la vida), y hacia el exterior, aceptando y expresando unas verdades (profesión de fe).

- "Nadie que cree en él quedará defraudado": Otra cita del AT, de Is 28, 16, que se refiere precisamente a un tema muy apreciado por el NT: la piedra angular puesta por Dios en Sión. Cristo es la piedra que no tiembla. Pablo acentúa el universalismo de la confianza en él. Jesús es el Señor de judíos y griegos. Por la resurrección ha sido constituido por Dios como Señor, un título que el AT reservaba a Yahvé.

JOAN NASPLEDA
MISA DOMINICAL 1989, 4


4.

Proclamar a Jesús como "Señor". Este era el gran escándalo para los judíos: que un profeta, por excelso que fuera, pudiera llamarse con el nombre de Yahvé, "Señor". Para el judío, Yahvé debería seguir allá en lo más alto de los cielos, dejando a los hombres el arreglo de las cosas de este mundo. Por eso, la encarnación era considerada como una molesta intromisión de Dios en el quehacer diario. Un Jesús-Señor impedía esa libertad de acción con que el judío se movía en su vida terrena.

En la mística judía jugaba un gran papel la discriminación "judío y griego". Ser judío implicaba la pertenencia a un pueblo escogido. Los griegos, o sea, los extraños de entonces, podrían ser incorporados de alguna manera pero en relación de dependencia; se llamaban "prosélitos de la puerta". Allá dentro del Sancta sanctorum los judíos eran los principales...

Pablo rompe el mito, ya no hay diferencia.


5.

Los cristianos tenemos una fórmula de fe sumamente concentrada. Nos basta decir con fe: "Jesucristo" = Jesús es Cristo, para quedar justificados. Nos basta decir de corazón: Jesús es Señor, para quedar salvados. Aceptar que Jesús es el único Salvador, el único Señor. No creer en ningún otro Mesías, no aceptar ningún otro Señor. Que nuestro corazón no tenga más dueño que Jesús ni se someta a otra tiranía que la del amor.

Este Credo o este evangelio no se aprende en ninguna escuela teológica. «Está cerca de ti: lo tienes en los labios y en el corazón».

Este Credo está al alcance de todos. «Todo el que invoque el nombre del Señor Jesús -de palabra, con la mente y el corazón- se salvará, sea judío o griego, católico o protestante, obispo o laico, de derechas o de izquierdas, de la ciudad o del pueblo». «¡Se salvará!».

CARITAS
PASTOR DE TU HERMANO
CUARESMA 1986.Págs. 18 s.


6. /Rm/10/01-21

Los paganos no buscaban la justicia, no se preocupaban de agradar a Dios; pero la justicia en persona salió a su encuentro. Los judíos, en cambio, tenían la ley de la justicia, pero no llegaron ni a cumplir la ley; menos aún llegaron a la meta a que conducía la ley, Cristo, que da la justicia a todo el que cree.

Porque el problema no está en caminar o correr, sino en hacerlo en la dirección acertada; mejor dicho, está en dejarse tomar por el que nos lleva a la meta. Lo importante no es subir al cielo o bajar al abismo por las propias fuerzas, sino comprender que Cristo ha muerto y ha resucitado (ha bajado al abismo y ha subido al cielo) por nosotros y que en este misterio tenemos el principio de una nueva vida.

El que cree en él no quedará confundido, el que invoca el nombre del Señor se salvará. Este «Señor» es Cristo resucitado, rico para todos los que le invocan. Es decir, que su misterio de muerte y resurrección pasa a ser realidad en nuestra vida y nos da una verdadera victoria sobre las fuerzas del mal, que querrían poder reírse de nosotros. Volviendo al problema de la infidelidad de los judíos, Pablo repite que, por su voluntad de construirse una justicia propia, los judíos se negaron a recibir la justicia como don de Cristo.

A continuación afirma enfáticamente que Cristo y los apóstoles les habían presentado el anuncio de la salvación con el máximo de credibilidad («Bienvenidos los que traen buenas noticias»), pero no lo aceptaron. Negaron la luz del sol, que corre de un extremo al otro de la tierra; rechazaron a Dios, que estaba todo el día extendiendo sus brazos hacia ellos.

J. SANCHEZ BOSCH
BI-DIA-DIA.Pág. 496 s.


7.

En la explicación y polémica sobre por qué ya no hay diferencia entre judíos y gentiles, Pablo recurre a tres textos del AT aplicados a Dios y a la fe de Israel, y los aplica a Jesús y a la fe cristiana: Dt 30,14; Is 28,16; Jl 3,5. Y. con esta elaboración, explica cuál es la fe cristiana y cómo a través de esta fe se obtiene la salvación.

Pablo recoge la que probablemente es la fórmula de fe más antigua de los cristianos: Kyrios lesous, Jesús es el Señor. La proclamación pública de esta fe ("en los labios") y la adhesión interior ("en el corazón") a todo lo que significa, es lo que justifica y salva. Por tanto, evidentemente, no hay diferencias entre judíos y gentiles. De lo que se trata es, pues, de tener a Jesús como Señor, con una fe que incluye, además de la profesión pública y la adhesión interior antes mencionadas, la "invocación" de su nombre, la confianza en su salvación.

MISA DOMINICAL 1995, 3