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H O M I L Í A

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DOMINGO I DE
CUARESMA - CICLO A

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En este primer domingo de Cuaresma, la iglesia nos presenta las dos grandes figuras que centran toda la historia humana; Adán y Jesucristo. Adán, el primer hombre en el plano del tiempo, incluye en realidad tanto al varón como a la mujer. Jesús, el hijo de Dios en forma de hombre varón, se asocia también a su misión una mujer, María de Nazaret, su madre.

-Adán en la encrucijada.H/CREATURA: ADAN/P.P-O. En las lecturas de hoy aparecen enfrentados y, a la vez, relacionados entre sí estos dos "hombres". El primer hombre, Adán, es tentado, puesto en la encrucijada de dos caminos diferentes y opuestos, que hoy podríamos denominar como el principio del placer y el principio del deber. En realidad, significan algo más profundo todavía: si el hombre conoce y reconoce que no viene de sí mismo, sino que es "donado", agraciado, que viene de alguien; que es, además, un ser inmaduro, incompleto, en camino; y finalmente, que ese "alguien" es el que puede completarle, si bien con su colaboración y su responsabilidad.

De aquí que al hombre se le plantea el interrogante fundamental de su existencia: ¿Tienes confianza plena y absoluta en los caminos de Dios? ¿Te dejarás guiar y conducir por El? ¿Te echarás en sus brazos con amorosa confianza y abandono filial? Pero Adán -el varón y la mujer- no se fían de Dios; dudan y desconfían de sus proyectos y caminos; deciden por su cuenta. Perdida la comunión con Dios y abandonados los caminos de Dios, los únicos por donde podría encontrar la vida, la alegría y la paz, el hombre perdido sólo encuentra caminos de amargura, de dolor y muerte.

En la segunda lectura, san Pablo constata esta triste experiencia y esta desgraciada herencia que los primeros padres nos dejaron. Todos hemos caído, tropezado, cedido ante el principio de placer, ante el orgullo y la autosuficiencia. Desde que existimos tenemos la tendencia a rebelarnos, a independizarnos, a alejarnos de Dios y sus caminos.

-Jesús en la encrucijada Pero al otro lado de este díptico que inaugura la Cuaresma, la misma lectura de san Pablo y el evangelio de san Mateo nos presentan la figura del hombre nuevo, del nuevo Adán, Jesús de Nazaret. El es puesto también en la encrucijada entre estos dos caminos. Es el Hijo de Dios; es el Mesías. ¿No sabría buscarse sus caminos, elegir por su cuenta? ¿Y no tendría derecho en la tierra al éxito, al honor, al poder y a la riqueza? Y, sin embargo, si el Padre ha permitido que, en el juego de las circunstancias de la historia, Jesús haya de escoger el camino no sólo de la humildad, sino de la humillación; no sólo del esfuerzo, sino del dolor; no sólo de la ambigüedad inevitable de la encarnación, donde lo divino tiene que expresarse en los límites de lo humano, sino el escándalo evidente del fracaso; no sólo de la responsabilidad y autonomía de la condición humana, sino del abandono en los brazos de la muerte, entonces El acepta con confianza y con amor el designio del Padre, el camino del Padre, desde Belén hasta el Calvario, y dice siempre al tentador -sea Satanás o sea Pedro-: "Apártate de mí". Mientras que dice durante toda su vida al Padre, y más especialmente en momentos cruciales como en las tentaciones del desierto o de Getsemaní o de la Cruz: "Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu, mi vida, mi obra, mi esperanza. Quiero que mis caminos sean tus caminos".

-Cuaresma: renovación bautismal.

Gracias a esa entrega de Jesús a los caminos de su Padre Dios, El ha triunfado de la muerte y nos ha dado la vida, esa vida y ese triunfo que la Iglesia nos aplica en su predicación, su oración, sus sacramentos, sus atenciones pastorales. Si al nacer como hijos de los hombres nos injertaron al viejo Adán, el tronco del pecado y de la muerte, por el bautismo nos injertaron en el nuevo Adán, para ser hijos en el Hijo: hijos de Dios. La Iglesia nos invita a prepararnos para renovar nuestro bautismo en la próxima Pascua, meta principal de la Cuaresma.

Es tiempo de conversión, de renovación y de profundización de nuestra vida cristiana. Tiempo de intensificar nuestra oración y de revisar nuestros caminos, para adaptarlos cada vez más a los caminos de Dios, al seguimiento de Jesús.

En cada Eucaristía, el Señor renueva su Alianza; una alianza eterna y estable. Jesucristo siempre ha sido fiel, tanto al Padre como a nosotros. Renovemos también nosotros ahora nuestra entrega al Padre, con Cristo y con la comunidad. Por medio de la comunión en la Eucaristía, dejémonos penetrar y llenar de su presencia, para que, con su amor y con su fuerza, con su sabiduría y con su compañía, podamos caminar por los caminos del Señor.

A. INIESTA
MISA DOMINICAL 1987/05


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