COMENTARIOS A LA PRIMERA LECTURA
Gn 2. 7-9/3. 1-8 


1. ADAN/EVA.

El lenguaje del yahvista es vivo, sencillo, ingenuo; tiene el dramatismo de la acción de personajes nominados.

Desconcertará al que hoy lo leyera como historia fáctica o como relato de acontecimientos que pasaron. Los personajes de la acción no son históricos; representan la humanidad entera, reducida aquí convencionalmente a ellos, para ser observada en directo y al vivo. Son, por lo tanto, personajes más reales que si fueran históricos, pues llevan sobre sí la realidad del hombre de todos los tiempos. (...).


2. P/ARMONIA.

En esta lectura nos encontramos con dos fragmentos extraños de la narración yavista sobre los orígenes. El primero nos sitúa en el paraíso, en la armonía de la creación y en la armonía de la relación hombre-Dios, así como en la armonía de la pareja humana. El segundo nos coloca en la tentación de no obedecer a la Palabra de Dios.

Recordar que el Hombre (Adán) es "modelado" con la "arcilla del suelo", significa recuperar el hecho de ser "carne", valorar la importancia de la sintonía del hombre con la creación como realidad positiva. No es simple- mente por el hecho de ser "polvo" que pecamos, sino porque somos libres. La libertad está al servicio de la "carne" (el "aliento de vida -ruah- es para el cuerpo y no el cuerpo para el alma, como ya haca notar san Ireneo de Lyon).

Es el mal personificado en una serpiente quien sale al encuentro del Hombre creado por Dios y no al revés.

Hoy será mucho mejor insistir, dentro del contexto litúrgico pastoral, en el hecho de ser fiel o no a la Palabra de Dios.

Serle fiel es permanecer en la armonía Hombre-naturaleza, hombre-mujer y Hombre-Dios; en cambio, no obedecerla -caer en la tentación- es romper el designio "armónico" (de comunión) de Dios Padre.

Jesús, como subrayan tanto la segunda lectura como el evangelio de hoy, es fiel a la Palabra, permanece bajo la Palabra de Dios, no cae en ninguna tentación, nos implica en la armonía y nos reconcilia -desde la obediencia- con la creación y con el Padre.

J. FONTBONA
MISA DOMINICAL 1990/05


3. P-O.

Contexto: Intento de explicar el origen del mal en el mundo.

-Esta lectura del Gn. forma parte del relato yavista acerca de la creación (2. 4b-3, 26), cuyo esquema descarnado reza así: Creado el hombre en una tierra desierta es trasladado al jardín del Edén. Allí el Señor le impone un mandato; si lo cumple, vivirá feliz en el jardín... Pero el hombre rompe el pacto, y es expulsado del Edén. Aunque no se diga explícitamente, este esquema es un relato de Alianza. Todo esto ha ocurrido en la historia del pueblo.

Trasladado del desierto por el Señor a una tierra buena y fructífera, el pueblo deber cumplir lo estipulado por Dios. Si lo cumple, vivirá feliz; en caso contrario será expulsado de la tierra.

-Muchas veces Israel ha roto el pacto con su Dios, y la consecuencia ha sido la irrupción del mal en la historia del pueblo. La meditación de esta continua experiencia vivida, lleva al autor sagrado a interpretar el origen del mal en este mundo bueno, creado por Dios, como un acto libre del hombre. Las buenas relaciones del hombre con Dios y con su mujer se han roto.

No olvidemos nunca que esta es una interpretación más entre las muchas que se han dado en la historia humana para explicar el origen del mal. Problema siempre acuciante al que se le han dedicado miles de páginas impresas.

Texto: en dos escenas superpuestas.

a) Don de Dios al crear al hombre y colocarlo en el Edén (2,7ss).

-El hombre es la primera obra de la creación. Desde su nacimiento es libre y no malo como decían los relatos orientales. Por eso es modelado de arcilla, pero no amasado con la sangre de los dioses rebeldes. El soplo divino lo convertirá en ser vivo: Dios da la vida y la puede quitar (cfr. Is. 2, 22; Sb. 15, 16; Sal. 104, 29 ss; Job 34, 14 ss). No se hace distinción entre cuerpo y alma, sino entre ser vivo y no vivo.

-Es trasladado, como el pueblo, de la tierra desierta al jardín. Se recalca el don divino al enumerar las riquezas de dicho jardín (cfr. Ez. 31, 7 ss).

b) Desobediencia humana (3, 1-7).

-A partir de 3,1 un nuevo personaje ha entrado en escena: la serpiente que trata de perturbar la idílica paz y las buenas relaciones existentes entre Dios y el hombre y la mujer. No sabemos qué es lo que podía sugerir este animal a los antiguos lectores del relato. Es verdad que la tradición cristiana ha visto en la serpiente a "Satán" (=el que tienta), pero el Satán que pone a prueba sólo aparece a partir del libro de Job (libro tardío).

-Aunque no podamos conjeturar qué era lo que sugería este animal entre los antiguos, la descripción de 3, 1-7 es un relato sicológico perfecto: la astuta serpiente sabe mucho más que la mujer. La prohibición de comer de un árbol la extiende a todos los árboles del jardín dando así motivo para que la mujer lo niegue. En el diálogo, la serpiente se muestra interesada en ayudar a la Humanidad en su afán de un progreso desordenado, contrario al querer de Dios: "...se os abrirán los ojos y seréis como dioses". Sugestionada, la mujer come y hace comer a su marido.

- En qué consiste este pecado primigenio? No lo sabemos. Comiendo del árbol la Humanidad ha intentado ser como Dios, atribuirse prerrogativas divinas. Y el resultado es patente: el hombre tiene miedo de Dios y trata de ocultarse. La vergüenza de estar desnudos, cosa de la que no se habían enterado hasta entonces, y el miedo son los signos de su ruptura de relaciones con el Creador (pecado). En el interrogatorio de Dios ambos tratarán de disculparse. El pecado no solidariza, sino que divide y traiciona al compañero. El intento de querer ser como Dios hace que no se pueda soportar al que está al lado.

Reflexiones: -Muchas serpientes astutas y sirenas seductoras se muestran interesadas, hoy, en ayudar a la Humanidad en su afán de un progreso desordenado: guerra de las galaxias, armas atómicas y bacteriológicas... Se os abrirán los ojos y seréis los más potentes del orbe, casi como dioses. Comeremos de esta propaganda y haremos comer a los demás.

-A pesar del fracaso. Dios continúa cuidando del hombre (3, 21: lo viste de pieles), respetando su libertad. En el interior humano siempre se dará una dura batalla que podrá degenerar hacia la violencia y toda serie de desmanes: muerte del hermano, aniquilamiento de la sociedad (cfr. Gn 4, 8; 9, 20 ss; 11, 1-9), pero también podrá llevarnos a un mayor progreso cultural, técnico y religioso (Gn 4, 2-4, 26...). Y según el mensaje del Génesis, el bien triunfará sobre el mal.

El mensaje bíblico nunca es terrorífico, sino optimista y lleno de esperanzas.

A. GIL MODREGO
DABAR 1990/17


4.

El hombre (en hebreo, adam) viene de la tierra (en hebreo, adamah); la conexión etimológica entre ambas palabras subraya la sujeción ineludible del hombre a la tierra, de donde procede, a la que vuelve y ha de cultivar.

También de los animales terrestres y de las aves del cielo se dice que fueron formados de la tierra (2, 19) por Yavé; pero sólo del hombre afirma que recibió de Dios el "aliento de vida". Y es que el hombre fue revestido de una dignidad especial, a la que se alude también cuando se dice que fue creado a imagen de Dios (1, 26) para ser constituido así en el señor de todas las criaturas (1, 28). Adán, nombre propio del primer hombre (4, 25; 5-1 y 3), es de suyo un nombre colectivo que significa "el hombre".

Edén es un nombre toponímico, se refiere a un lugar imposible de localizar; tal vez esta palabra significa antes "estepa" o "desierto". El "paraíso": palabra de origen persa que encontramos en los Setenta y en la Vulgata) se imaginaba como un oasis en medio del desierto oriental.

Estos dos árboles son dos símbolos, de la vida y de la sabiduría sin límites respectivamente.

El autor ve en la serpiente (como disfrazado) a un ser maligno y seductor: enemigo de Dios y del hombre.

La serpiente sugiere astutamente a la mujer que Dios está interesado en mantener al hombre alejado de la fruta prohibida, pues teme que llegue a ser como Él conocedor del bien y del mal. La serpiente habla en doble sentido: "conocer el bien y el mal", según el uso corriente atestiguado en la Biblia, no significa solamente conocer las acciones moralmente buenas o malas, sino conocer sin límites todas las propiedades, buenas o malas, de las cosas y, consiguientemente, dominar todas las criaturas. La serpiente engaña a la mujer haciéndole creer que alcanzará esta sabiduría divina, cuando en realidad lo que pretende es hacerle sentir la amarga experiencia del mal. SB/ENGAÑO.

Al escuchar las palabras de la serpiente que se presenta como bien informada y sumamente "lista", piensa uno que si se le hace caso puede llegar a conocer perfectamente toda la realidad; pero lo que ocurre es muy distinto: ciertamente los incautos "abren los ojos", pero no para conocer todas las cosas y dominarlas igual que Dios, sino para descubrir que se hallan "desnudos". La serpiente había prometido que se les "abrirían los ojos" y había dado a entender que esto significaba alcanzar la sabiduría (v. 5); ahora se descubre el engaño al "abrir los ojos" (v. 7) para ver cómo el mal había penetrado en el hombre y lo había dejado completamente desnudo. Y así, los que esperaban ser como Dios conociéndolo todo y poseyéndolo todo, resulta que sólo conocen su propia desnudez y ni siquiera son señores de su propio cuerpo, del que necesitan protegerse.

EUCARISTÍA 1981/12


5. /Gn/02/04-25

Los personajes de la acción no son históricos; representan la humanidad entera, reducida aquí convencionalmente a ellos, para ser observada en directo y al vivo. Son, por lo tanto, personajes más reales que si fueran históricos, pues llevan sobre sí la realidad del hombre de todos los tiempos.

Los cuadros que integran el prólogo son éstos: formación de una pareja humana y existencia armónica de la misma en un jardín; tentación, caída y expulsión del jardín; condición de sus descendientes, vistos en Caín y Abel, cainistas y setitas, prediluvianos y Noé; el diluvio y Noé; la humanidad dividida en Babel; la llamada de Abraham, tránsito de la humanidad universal a un pueblo particular. Estos diversos cuadros, con sus personajes propios, los pone el autor en secuencia, para hacer con todos juntos el retrato completo del hombre en el mundo.

(...). El capítulo se abre con una constatación de lo caótico, que aquí es ausencia de vida, por faltar el agua y el hombre que cultive. La acción de Dios consiste en modelar una estatua de barro e insuflar en ella el hálito vital, de lo que resulta el hombre; plantar un jardín para poner al hombre en él; dar complemento y compañía al hombre y para ello hacer pasar ante él los animales y sacar de él mismo a la mujer, su verdadera compañía. El hombre expresa su señorío poniendo nombres a los animales y se reconoce completo a la vista de la mujer.

Termina el prólogo con una afirmación de armonía del hombre con la mujer, con todos los demás seres y, por ellos, con Dios.

El hombre interesa aquí al autor desde sus mismos ingredientes. El polvo humedecido hace posible la modelación de su figura, como la que haría un alfarero. Ese elemento le remite a la tierra, "adamáh", "la rojiza". De ahí su nombre de Adam, el terreno, el telúrico (homo-humus), nacido del seno de la tierra para volver a él. Un soplo de Dios en la nariz infunde a la figura de barro el hálito vital, y éste le remite a Dios. El hombre se define así como tierra y soplo de Dios.

Es una imagen antropológica nacida de la observación y de la fe. La morada del hombre es un jardín o un huerto con vegetación y árboles frutales. El autor, agricultor palestino, que no ha terminado aún de maravillarse de la tierra fértil, codiciada desde el desierto, sabe cuál es el lugar adecuado para morada del hombre. Un jardín (gan) en el Edén es un oasis en la estepa (edin). Por un sinónimo de gan, que es "pards" (del persa pardeiza, hacia el griego pardeisos y hacia el latín paradisum), el jardín vino a llamarse paraíso. En el yahvista no tiene todavía ese matiz teológico que le hace "lugar de delicias" en el sentido trascendente y escatológico. Pero, al mostrarlo plantado por Dios, el autor expresa la convicción de que en todas las formas de vida, aun en la vegetal, hay presencia activa de Dios. Cuatro enigmáticos ríos que salen del jardín llevan la fuerza de la vida a todo el mundo fértil.

El hombre guarda el jardín, lo cultiva y vive de él.

En el jardín hay sólo dos árboles de los que el hombre no puede disponer. Junto con los cuatro ríos, son ellos lo único que en el jardín aparece desfigurado, como elementos míticos, densamente simbólicos. Se trata del árbol del saber y del árbol de la vida, símbolos respectivamente del control de la totalidad por el saber y de la eterna juventud, las dos cualidades que en las mitologías diferencian a los dioses de los hombres. Comer de esos árboles significa intentar el salto desde la condición humana a la divina. Tomados de la mitología por el autor, van a servirle para expresar cómo su hombre se comporta y se define a sí mismo frente a Dios. La prohibición de comer de esos árboles no es para "tentar", sino para precaver del mal: "el día en que comieres, morirás". Eso no quiere decir que el hombre fuera inmortal, sino que entrará ya la muerte en él. Y no es precisamente la muerte física la aludida, pues se verá que come y, sin embargo, no muere. Vivir y morir es aquí, como otras muchas veces en el lenguaje bíblico (Salmos y Sapienciales), equivalente a dos formas de vida: la vida dichosa, plena y lograda, y la vida desdichada, dominada por el mal y por la muerte.

El relato expresa la convicción del autor de que el hombre solo, sin compañía ni ayuda, no es hombre ni puede vivir como tal. Primero alude a la ayuda de nivel elemental que le prestan los animales, por supuesto los domésticos. El hombre adamita es domesticador de animales y cultivador de la tierra; es el tipo humano posterior al neolítico. Desde esa función servidora del animal doméstico la atención del autor se alarga a todos los animales (sólo olvida los peces, por su falta de contacto con el mar), para afirmar la fuerza de Dios en esta forma de vida.

La superioridad del hombre sobre la forma de vida animal se traduce por su capacidad de poner nombres, que equivale a asignarles un lugar en el ámbito de sus dominios. Pero no es en el dominio en donde el hombre encuentra la ayuda adecuada, sino en el diálogo con el tú semejante, no dominado sino igual. El yahvista sitúa en ese puesto a la mujer, que en el caso representa a todos los tú humanos. El sueño profundo no permite al hombre asistir al acontecimiento del origen de su semejante. Lo verá ya delante, como él, de su misma condición.

La ingenua explicación que da el autor del origen de la mujer (como si él estuviera despierto y viendo, mientras Adam dormía), alude simbólicamente al origen de la vida en el sexo; pero con esa explicación intenta a todas luces afirmar la identidad de condición. Esta se expresa, además por el juego de sustantivos "is-issah", que podríamos traducir por hombre-hembra, aunque etimológicamente la traducción no sea perfecta. La alegría del hombre a la vista de la mujer remite al fenómeno del eros, como si se quisiera hacer aquí su etiología; pero en sus consideraciones alude el autor a la institución conyugal, creadora de lazos más fuertes que los de la sangre.

El autor se mueve, por condicionamiento de su misma reducción convencional de la humanidad a una pareja, en terreno muy limitado de relación humana. Es evidente, tomando en consideración los cuadros que seguirán, que en este cuadro quiere destacar rasgos generales de la universal relación interhumana. La ayuda adecuada del hombre, a su nivel, a su altura (kenegd), es el humano semejante. Es éste el que le pone en condición dialogal y le ayuda a hacerse hombre. La unidad natural de la pareja es aquí principio elemental de relación humana, símbolo de la plenitud que el hombre alcanza en la relación con todos los hombres y con Dios.

Esta imagen del hombre es adecuada, si lo que se quiere poner delante es su imagen ideal, como de hecho lo quiere el autor.

Todas las creaturas del jardín están a su servicio; Dios mismo tiene la atención puesta en él. No hay asomo de conflicto entre las creaturas ni con el creador, sino que todo es armónico. En otras palabras, no existe mal de ningún orden.

Pero eso es porque el autor calla ahora sobre lo que dirá después en muchas páginas. Aquí deja pendiente un aviso, que presagia alterar el cuadro armónico, cuando el hombre se pronuncia. Por el momento el relato termina con la observación: "Estaban desnudos el hombre y la mujer y no se ruborizaban". El autor lo dice como queriendo señalar algo insólito, que en el mundo que él conoce no se da. A la luz de la página siguiente, ese dato quiere afirmar que no había suerte alguna de conflicto ni de desarmonía. El tabú sexual expresa en la página siguiente la conflictividad interhumana, intercreatural y hasta del hombre con Dios, cuya presencia vendrá a infundir temor. Ahora la constatación de que ese rubor no existe equivale a una afirmación de la armonía total.

Semejante retrato de la condición humana podrá hacer pensar si el autor quiere hablar del estado de inocencia propio de los niños, que no distinguen el sexo y, en sentido más amplio, no disciernen entre lo que aprovecha y lo que daña. Pero el autor no pretende hablar aquí del jardín de infancia de la humanidad, pues sus actores son personas cabales, que ponen nombres a las cosas, que cultivan la tierra, que hacen vida familiar.

El hombre real no vivió nunca en condición paradisíaca, si por esto se entiende una situación material-histórica, en un momento sin mal de ningún orden. Pero todo hombre lleva dentro el paraíso como aspiración suprema. El yahvista exteriorizó esta aspiración, para afirmar su realidad, callando por un momento sobre todo lo real que no es paradisíaco. Al hacer su imagen plástica, presentó esa situación como principio de contraste, de juicio, y la puso como meta. La vista de la meta ilumina el camino. El yahvista no habla aquí sino de la acción de Dios. Desde ella acertó a descubrir una nota real del hombre: la que vive en su aspiración. Cuando ponga al hombre en acción, saldrán a flor otras notas, que completarán su imagen. Pero la nota primera es suficientemente luminosa como para que la oscuridad no esconda el destino paradisíaco que el hombre tiene en el propósito salvífico de Dios.

Este capítulo no es un mito de orígenes ni una afirmación histórica sobre el hombre que fue, sino una proclamación soteriológica sobre el destino humano. El autor la pudo hacer desde la experiencia de salvación en su historia particular.

COMENTARIOS A LA BIBLIA LITURGICA AT
EDIC MAROVA/MADRID 1976.Pg. 74 ss.


6. ADAN/TIERRA:

Si el autor de Gn 1 era un sacerdote sabio, el autor yahvista de Gn 2 es un hombre cercano a la tierra. El primero, al caos primitivo oponía un universo organizado: el segundo opone al desierto un parque como sólo los reyes pueden tenerlo. El universo del Yahvista es, en efecto, un mundo cercano al hombre; en realidad, el marco de su vida de cada día: el vergel que le proporciona la subsistencia, los animales familiares o nocivos, la esposa amada. Desde el principio, el Yahvista establece una estrecha vinculación entre la humanidad y la tierra en que la humanidad vive. Para expresar esa vinculación vital, el Yahvista utiliza un juego de palabra: âdâm (hombre) y âdâmah (humus, tierra). El hombre es el "terroso salido del terruño", por emplear la expresión de J. Steinmann.

Pero, mientras la tierra produce los vegetales y los animales, no da la vida al hombre. Solamente le da un cuerpo inerte, que no llega a ser un cuerpo vivo hasta que Dios le insufla su aliento.

La vida del hombre procede directamente de Dios; "el hombre no es sólo un compuesto estable de cuerpo y alma, sino un ser colgado de Dios por su aliento mismo, por su espíritu" (X. León-Dufour).

No se puede sugerir mejor la idea de que el hombre vive auténticamente solo si respira al mismo ritmo de Dios; así se entiende que al hombre, después de su pecado (después de haber sido separado del soplo de vida). sólo el Espíritu Santo podía salvarle; por otra parte, para designar el aliento del hombre y el aliento de Dios, el hebreo sólo tiene una palabra: rûah.

¿Qué es el hombre? ¿De dónde viene? ¿A dónde va? El Yahvista se esfuerza por encontrar una respuesta a las preguntas fundamentales que siempre se han hecho los hombres. Otro tanto sucede con el trabajo, que desde siempre forma parte del destino humano: el jardín, dice nuestro autor, fue plantado por Dios para que el hombre lo cultivara y guardara. En otras palabras: el hombre está llamado a realizar un servicio.

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 91


7. P-O:DIVINIZACIÓN:/Gn/02/05:/1Jn/03/02:/Ap/02/07.IMPACIENCIA.

"Seréis como Dios"(Gn 2. 5). Esta promesa de la serpiente va a tener su réplica más justa y literal en aquella otra del apóstol S.Juan: "Seremos como él" (1 Jn 3. 2). ¿Por qué era pecaminosa, por qué era falaz la primera promesa? Porque prometía cumplirse antes de tiempo, porque proponía un atajo prohibido para llegar a la meta. La semejanza del hombre con Dios sólo puede tener lugar a su debida hora y en la debida forma, no mediante un endiosa- miento conseguido por el hombre sino mediante una divinización otorgada por Dios. Sperare Deum a Deo: hay que esperar a que eso ocurra, y hay que esperarlo de Dios. Sólo al final, y sólo de las manos divinas, podrá la criatura comer el fruto del árbol del Paraíso (Ap 2.7). Nuestros padres pecaron por impaciencia. Aquel pecado original, aquella impaciencia que adelantaba el Ap al momento prematuro del Gn, se repetirá más o menos en cada uno de nuestros pecados personales. Porque la voluntad nunca busca el mal, sino el bien; el mal estriba en buscar mal ese bien, en querer arrebatarlo por propia industria o antes de tiempo, en comer un fruto agraz. El mal es la impaciencia del bien, el aborto del bien.  

A este nivel, el querer detenerse en el camino no difiere del querer precipitar la llegada; es el mismo pecado. Como es también el mismo desvarío querer construir una torre que llegue hasta el cielo o pretender realizar el cielo en la tierra.

Al comienzo de sus célebres CONSIDERACIONES, redactadas en lo que luego se llamaría "Los cuadernos azules en octavo", ·Kafka escribió algo que gustosamente hubieran suscrito los Padres griegos: "Existen dos pecados capitales en el hombre, en los cuales se originan todos los demás: impaciencia e indolencia. La impaciencia hizo que lo expulsaran del Paraíso, al que no vuelve por culpa de la indolencia. Pero quizá no existe más que un solo pecado capital: la impaciencia. Por causa de la impaciencia lo expulsaron, por causa de la impaciencia no vuelve".

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8. P-O.

Dios no ha prohibido comer de todos los árboles. Al contrario, los ha dispuesto todos para el hombre. El tentador se olvida de este "don" y concentra toda su atención en lo único "prohibido".

Así, Dios, en lugar de ser "el que ama y lo da todo al hombre" es presentado como "el que traba, el que prohíbe ciertas cosas al hombre".

Adán se deja seducir por la voz de la muerte. Es la realidad de todo hombre que pisa esta tierra.

La astuta "serpiente" sugiere que Dios tiene celos. Dios quiere impedir que seáis felices, sabios, como Él.

¡Qué profundidad tiene este relato aparentemente infantil! La raíz del pecado no es simplemente la desobediencia a Dios, es una deformación de la imagen misma de Dios. Es una anti-fe, un anti-dios. ¿Os imaginabais que Dios era superior a vosotros, teníais miedo de él y de sus prohibiciones? Ved cómo busca sus intereses. Él es quien tiene miedo de vosotros.

Adán, ni supo ser hombre ni pudo ser Dios.

BIBLIA Y CATEQUESIS I/Pág 100 ss.


9. P/ESENCIA:P/A-D:

Con sencilla claridad narra la Biblia cómo ocurrió el pecado, en qué consiste y cuáles son sus efectos,.

La serpiente induce a los primeros hombres a desconfiar de Dios. Bajo la figura de serpiente se oculta Satanás, que se ha propuesto oponerse a las intenciones divinas y corromper al hombre. La serpiente despierta en ellos deseos de ser semejantes a Dios. Como es natural, sería absurdo admitir que los padres del género humano creyeran poder borrar las diferencias que existían entre ellos, seres creados, y el Creador, puesto que sabemos que estaban dotados de elevados dones espirituales.

¿Cuál es la esencia del pecado de nuestros primeros padres? El pecado no es sólo una transgresión de la ley, un no cumplir lo mandado. Así se explicaba el pecado a veces en el catecismo. Un niño le dijo a la catequista que daba esta explicación del pecado: "Entonces, ¿por qué Dios no quita todos los mandamientos, y así no habría más pecados?" Aquel niño realmente era un niño espabilado.

El pecado no es sólo ni principalmente una ofensa a Dios, aunque esta idea se acerque ya más a una definición propia del pecado. Es una ofensa al Señor, sí, pero en el sentido de que es un rechazo al Amor que constituye al hombre. Nuestra vida es como la declaración de amor de Dios. Existimos porque Dios se nos está declarando: Dios dice que nos ama y, cuando lo dice, nos crea, nos hace, nos constituye en nuestro ser y nos mantiene en él. Y el pecado es decirle que este amor suyo no nos importa.

El pecado es al mismo tiempo una negación de Dios y una negación de nosotros mismos, de lo que nos constituye como realidad creada y amada por Dios. Somos sólo como una flor, como un fruto del amor de Dios. Rechazar a Dios es cerrarse, cortarse, separarse del fundamento.

El pecado es como decir: "no quiero tener nada con Dios" cuando en realidad no somos nada sin El.

Dicho en términos bíblicos: el pecado es no fiarse de la promesa de Dios. Dios hizo una promesa a Abrahán y nos la ha hecho a cada uno de nosotros. Lo encontramos bellamente expresado en la carta de los Ef/01/04: "nos eligió en Cristo antes de crear el mundo para que fuésemos santos, predestinados a ser sus hijos".

El pecado es no aceptar esto, no creerlo, no vivirlo. Es el abandono de la Alianza: "tú serás mi hijo y yo seré tu Padre". Dios nos ofrece una relación de intimidad. La Biblia utiliza constantemente imágenes de intimidad cuando quiere explicarnos qué es el pecado. El pecador es como la esposa que ha dejado a su auténtico marido y se va con cualquier otro: es el hijo pródigo que se va de la casa paterna y no quiere saber nada del padre. Es el abandono de la relación de amor, sea filial o conyugal. Pero la relación de amor es la que esencialmente constituye al hombre. El hombre está constituido por el amor de Dios y, si no lo acepta, si no lo reconoce, si niega este amor de Dios, se niega a sí mismo.

Por eso San Ignacio, en la meditación del pecado (Ej. Esp. nº 60) propone que el pecador se admire de como las criaturas "me han dejado en vida y conservado en ella", y es que hay como una contradicción ontológica entre rechazar el amor de Dios y seguir viviendo gracias a ese mismo amor de Dios.

Dicho en términos más teológicos y más clásicos: pecar es querer ser como Dios frente a Dios. "Seréis como dioses" dijo el primer tentador.

Es lo mismo que Dios había prometido /Sal/082/06: "yo había dicho: vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo". "Seremos semejantes a El" /1Jn/03/02. El primer pecado -paradigma de todos los que vendrían después- fue la ruptura de la dependencia que estaba simbolizada en el mandamiento de no comer el fruto del árbol del paraíso. El pecado es no querer vivir de la comunión, de la gratuidad de la comunión con Dios. Y al romperse la comunión con Dios, fundamento y valor de todo, se rompe inevitablemente la comunión con todos los demás hombres y con la naturaleza.

En este sentido podemos hablar del pecado como ofensa de Dios: es el rechazo de la comunión con Dios manifestado en el rechazo de la comunión con la naturaleza y los demás hombres, que son el don concreto de Dios a nosotros.

Este es el significado del árbol de la ciencia, que simboliza la facultad de decidir lo que es bueno y lo que es malo, es decir, la autonomía moral, la independencia de cualquier norma que esté por encima de nuestra voluntad. Este privilegio es exclusivo de Dios. El pecado original es, por tanto, un atentado centra la soberanía de Dios. Y todo pecado es esto mismo. Por eso la voluntad de Jesús, el Hijo por excelencia... "He aquí que vengo, oh Dios, para hacer tu voluntad" Hb/10/07. "Mi comida es hacer la voluntad de mi Padre". Por eso, todo aquel que acepta con gozo, cada vez más plenamente, la voluntad de Dios en su vida, vuelve a hacer presente el Paraíso en su corazón y en su mundo.

Oración de Carlos de Foucould: Padre, me pongo en tus manos...


10.

Empezamos la Cuaresma con una mirada al viejo Adán, es decir, al padre de todos los hombres, o mejor, al hombre. Esta página del Génesis es un estudio antropológico y teológico: ¿Qué es el hombre? ¿Por qué sufre el hombre. ¿Cuál es el origen del mal y del pecado?

Las respuestas son profundas y hermosas, llenas de simbolismos, que son ya universales:

-El hombre es una criatura salida de las manos de Dios, que le «moldeó» de "arcilla y aliento", pero hecho, desde luego, a su imagen y semejanza. Lo de menos es que naciera directamente de las manos de Dios o indirectamente, por vía evolutiva. Lo importante es que viene de Dios y que se parece a Dios.

En cuanto al barro y el espíritu, son los dos componentes que explican todas las tensiones y todo el dramatismo de la naturaleza humana.

-El pecado y el mal no vienen de Dios. La raíz está en el mismo hombre, su débil libertad, y en otras fuerzas malignas envolventes y concurrentes que se ocultan bajo el símbolo de la serpiente.

-La manzana o el poder de seducción que hay en el hombre y en las cosas. El pecado no es "un error gastronómico", sino el querer ser como Dios, el querer vivir como Dios, el querer vivir sin Dios; la autosuficiencia total: negarse a servir, negarse a morir, negarse a amar.

-Las consecuencias del pecado o el vacío profundo, la insatisfacción, el desorden interior y la ruptura del equilibrio en todas las relaciones: con Dios con los otros, con la naturaleza, consigo mismo.

CARITAS
LA MANO AMIGA DE DIOS
CUARESMA Y PASCUA 1990.Pág. 36


11. /Gn/02/04-25:

Los capítulos segundo y tercero del Génesis, yahvistas, bien estructurados como unidad literaria, forman un díptico de contrastes a base del hombre y su mundo. El primer cuadro nos presenta al hombre tal como Dios lo hizo, y el otro al hombre tal como él mismo, pecando, se ha querido hacer. Estos relatos pueden clasificarse como etiológicos (buscan las causas de la situación actual del hombre) desarrollados a la manera de «sagas» (una forma narrativa de cultura preurbana, mediante la cual se relaciona la humanidad y su condición presente con una pareja inicial que reviste los rasgos típicos de aquélla).

El relato de la creación empieza constatando la ausencia de una situación posparadisíaca del mundo agrícola de Palestina, y tiene como finalidad principal averiguar su origen (3,17-19.23): no hay sobre la tierra plantas buenas ni malas, porque faltan los dos elementos claves de todo cultivo, la lluvia y el agricultor. El v 6, difícil de interpretar, forma parte probablemente de la descripción inicial que culmina con la creación del hombre y tiene la función de hacerla posible y de preludiar la abundancia y la fertilidad del paraíso.

Tanto la creación del hombre a partir del barro (propiamente del polvo de la tierra, según la fórmula de 3,19) como la infusión del aliento de vida rezuman ideas antropogónicas de la dimensión universal basadas en la observación: la respiración por la nariz es síntoma de un ser vivo, mientras un cuerpo muerto se va deshaciendo en polvo.

De aquí se deducen no el alma y el cuerpo como componentes, sino el hombre entero en su doble aspecto de la vitalidad y de la corporalidad individuales, así como la estrecha relación, tan importante para el yahvista, entre el hombre y la tierra (adam- adamah). Tierra que el hombre tendrá la misión de cultivar, en la que vivirá y a la que volverá al morir. Complementando la misma creación, se dota al hombre de un espacio vital y de los medios de subsistencia. Sin embargo, a pesar de lo que se esperaría después de la introducción, el espacio vital no es un campo de cultivo sino un lugar maravilloso, el jardín del Edén, donde el hombre, sin esfuerzo alguno, pero no sin actividad (cultivar y guardar, v 15, no hay realización humana sin trabajo, como es impensable que el hombre sea creado sin ninguna finalidad concreta), es capaz de cubrir sus propias necesidades. Los ríos que salen del Paraíso (dos de ellos completamente desconocidos) subrayan la lejanía y la inaccesibilidad del Edén, así como su incomparable riqueza y abundancia.

Entre los árboles destacan el del conocimiento del bien y del mal y el de la vida, importantes en el desarrollo del relato. La prohibición divina de comer de los frutos del primero, rodeada como está de actos de benevolencia -un ámbito paradisiaco y la vida en comunidad-, no puede tener sino un sentido muy positivo para el hombre: regular su existencia en el Paraíso, así como sus relaciones con Dios, que, a través del precepto, quiere ahorrarle a su criatura la situación fatal de tener que decidir por su cuenta lo que es bueno o malo. Este mandamiento, por tanto, se inscribe dentro del equipamiento con que Dios dota al hombre. Lo mismo sucede con la vida en comunidad, ya que «no es bueno que el hombre esté solo». Los animales pueden ser una cierta ayuda para el hombre, que al darles un nombre los incorpora a su propia vida. Pero no son una ayuda adecuada en el sentido de igualdad y complementariedad, como lo es la mujer por cuya atracción el hombre abandona su familia. La nota final de la desnudez sin avergonzarse resalta la clara comunidad de los dos en el ambiente paradisíaco.

Este es el hombre según los planes de Dios, que todo lo recibe de él con sumisión filial.

J. MAS ANTO
LA BIBLIA DIA A DIA
Comentario exegético a las lecturas
de la Liturgia de las Horas
Ediciones CRISTIANDAD.MADRID-1981.Pág. 70 s.


12.

La arcilla y el aliento: Los dos elementos que están en el origen mismo del hombre; los que explicarán todas sus tensiones y sus luchas dramáticas; los que hacen al hombre algo tan pequeño y tan grande, tan sencillo y tan complejo, tan miserable y tan sublime, tan misterioso.

La serpiente: Un elemento extraño que simboliza y explica el misterio del mal y del pecado. ¿Cómo se ha introducido lo malo en la obra, toda buena, de Dios? ¿Cómo esa horrible mancha en la brillante túnica divina? La serpiente es el mal, que va a procurar extenderse, golpeando el lado débil de la libertad humana.

La manzana: Lo deseable, lo atractivo, lo apetitoso, lo engañoso. El signo de las tres grandes codicias humanas: «de la carne, de los ojos, la soberbia»; las tentaciones del poder, del tener y del placer; nuestro riesgo y aguijón.

Comieron: Se ofuscaron, se tentaron mutuamente, se engañaron; cayeron y empezaron a rodar de tumbo en tumbo. Un drama aún no terminado, repetido en cada mujer y cada hombre.

Desnudos: Despojados de algo más que los vestidos exteriores, vacíos, heridos, tristes, dolientes, divididos... Son algunas consecuencias de la trágica decisión de estos primeros hombres y de todos los hombres pecadores.

CARITAS
UN CAMINO MEJOR
CUARESMA 1987


13.

Parte primera: de cómo Dios soñó con el hombre como un ser privilegiado, hecho de arcilla espiritualizada, con capacidad de infinitud. Lo pensó desde el principio, hizo rodar el cosmos hace 15.000 millones de años y esperó la formación del paraíso como casa para el hombre.

Parte segunda: el hombre lo echa todo a perder, tratando de rivalizar con Dios, dejándose llevar de su orgullo y su codicia. El paraíso se convertirá en un valle de lágrimas, y él mismo se verá despojado de toda dignidad. El hombre se empeña en poner a Dios las cosas difíciles.

Este simbolismo de Adán y Eva, y la historia del pecado, quieren ser una explicación del origen del sufrimiento y del mal. No vienen de Dios, sino del hombre, que se deja seducir y no sabe usar de su libertad. Y hay también un elemento misterioso: la serpiente, el diablo, el padre de la mentira.

Una explicación más de acuerdo con los conocimientos actuales tendría que hablar de una tierra que puede llegar a ser un paraíso; y de unos hombres que van acumulando errores y pecados, y no acaban de encontrar el camino de la felicidad, que es el proyecto de Dios para con el hombre.

CARITAS
RIOS DEL CORAZON
CUARESMA Y PASCUA 1993.Pág. 42


14.

"Se escondieron de la vista de Yahvé". Este es el drama del hombre que no puede soportar la mirada del otro; que se siente juzgado, condenado. Porque sabe que en su vida se ha introducido el fallo.

Pecado original, pecado de Adán. Pecado original, porque marca a todo hombre en su origen mismo y habla de la rotura que nos desgarra a todos. Pecado de Adán -en hebreo, "Adán" significa "hombre"-, esto es, nuestra condición de pecadores.

El pecado llamado "original" salta a la vista. Está en la base de todas las instituciones; hace necesarios los gobiernos y los Estados, las estructuras de la policía y de la justicia, el mundo de los controladores y de los registradores, los ejércitos y los armamentos. El pecado original nos ha enseñado a contar, a medir y a escribir; ha hecho progresar nuestra atención, nuestra imaginación y nuestra inteligencia. Nos ha costado la sangre de millones de hombres; devora nuestros recursos más limpios. Son muchos los oficios que tienen como única finalidad oponerse a él.

Está tan metido en la sustancia misma de nuestras vidas cotidianas que hemos llegado a no verlo; habita dentro de nosotros, se ha instalado ahí, cambia con nosotros. Pero, bajo su infinita variedad de formas, es él; siempre es el gesto de Eva de apoderarse de la manzana, el gesto del egoísmo y de la apropiación, lo opuesto al amor. El pecado, básicamente ligado al conocimiento de sí mismo, es elegirse a sí, afirmarse contra los demás y en detrimento de ellos, buscarse a sí mismo. Nada hay tan natural como este pecado. Pero no estamos destinados a una vida natural.

Fueron a esconderse. No podían soportar la mirada ajena. No tardarán en no soportarse a sí mismos:

-"Fue la mujer que me diste la que cogió el fruto; -"A mí me lo presentó la serpiente". Cada uno recibía su vida de los otros, existía por los otros, gracias a los otros. En adelante, cada cual vivirá para sí y contra los demás. El otro se convierte en un competidor, en un objeto al que explotar o manipular, en una coartada.

"Se les abrieron los ojos a los dos, y descubrieron que estaban desnudos". Fueron a esconderse y descubrieron su mísera condición. ¿Estaremos condenados a vivir gimiendo en medio de nuestra miseria? Alzad los ojos y mirad: allí surge un hombre, recorre el país de las tinieblas y se acerca a los hombres ciegos, sus hermanos. "Effatá", "ábrete": con los ojos alzados al cielo, Jesús suspira. Realiza los gestos creadores sobre el hombre prisionero de sí mismo, como hizo Dios la primera mañana del hombre modelándolo con sus manos e insuflándole su aliento.

Pero los gestos de Jesús se harán salvadores solamente a través del suspiro, del grito, de los ojos cerrados del Señor en la cruz. Cara le cuesta a Dios su comunión con el hombre. Pero Dios no cierra los ojos ante el precio que tiene que pagar, ni esconde la cara; asume la mediocridad de los hombres para elevarlos hasta él. Jamás será el pecado la última palabra de nuestra vida: "Donde abundó el pecado sobreabundó la gracia".

DIOS CADA DIA
SIGUIENDO EL LECCIONARIO FERIAL
SEMANAS I-IX T.O. EVANG.DE MARCOS
SAL TERRAE/SANTANDER 1990.Pág. 97 s.


15.

La página de hoy quiere contestar esas graves preguntas: ¿de dónde procede el mal? ¿Por qué el hombre es malo a veces? ¿Por qué es penoso el trabajo? ¿Por qué la muerte?

-La serpiente era el más astuto de todos los animales.

El término serpiente es «arum» en hebreo. El término mismo es simbólico porque también significa «astuto» y «desnudo». La serpiente es a la vez temible porque ataca por sorpresa, pero está desnudo, desarmado, sin caparazón, ¡nada protege su piel! Hemos de dar muestra de tener inteligencia para captar la sutileza del relato. En el Antiguo Oriente se adoraban las serpientes. La Biblia las desmitifica y las considera símbolo del «Adversario» del hombre y de Dios. A través de imágenes concretas el sabio nos previene de los mecanismos del mal que se infiltra en nosotros. Si somos perspicaces descubriremos la fina psicología de la tentación y eso nos ayudará a ser prudentes y saber vencerla. Sed más astutos que la misma «astucia», parece sugerirnos el narrador.

-"¿Cómo es que Dios os ha dicho: No comáis de ninguno de los árboles del jardín?» Esas primeras palabras contienen ya toda la maniobra.

Dios no ha prohibido comer de todos los árboles. Por el contrario los ha dispuesto todos para que el hombre comiera de ellos. Pero el tentador, olvidando ese «don» fabuloso, concentra toda su atención en lo único «prohibido»: Así Dios, en lugar de ser «el que ama y lo da todo al hombre» es presentado como «el que traba, el que prohíbe ciertas cosas al hombre».

-«¡De ninguna manera moriréis! Es que Dios sabe muy bien que el día en que comiereis de él, se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.» La astuta «serpiente» sugiere que Dios tiene celos. Dios quiere impedir que seáis felices, sabios como El. Dios quiere retener para sí sólo, su propia naturaleza.

Es patente a qué profundidad se sitúa este relato aparentemente infantil: la raíz del pecado no es simplemente la desobediencia a Dios, es una deformación de la imagen misma de Dios. Es una «anti-fe», un «anti-Dios» un «contramensaje»: ¿os imaginábais que Dios era superior a vosotros, teníais miedo de él y de sus prohibiciones? Ved, en cambio, como está buscando sus intereses. ¡El es quien tiene miedo de vosotros!

Toda la revelación, que se irá desarrollando a través de la Biblia y del Evangelio, será el desenvolvimiento de ese pensamiento teológico admirable: es gran verdad que el hombre esta destinado a «compartir la naturaleza divina» (2 Pedro 1,4)... es gran verdad que el proyecto de Dios es «dar al hombre la vida eterna»... Es gran verdad que la Encarnación de Dios en la carne es el medio para ello...

Pero todo esto es un «don gratuito» de Dios y no una conquista orgullosa del hombre. Así, lo contrario del pecado es la «fe». Se trata de restablecer para el hombre la relación falseada y rota. Se trata de restablecer la confianza. Es preciso «corresponder» a lo que Dios quiere para nosotros. Hay que aceptar recibirlo todo de El: la fe es esto.

-La mujer tomó de su fruto y comió y dio también a su marido, que igualmente comió. Entonces se les abrieron los ojos y se dieron cuenta de que estaban "desnudos". ¡Oh desencanto! Están ahora «desnudos» como la serpiente... lo estaban ya antes, pero ahora lo saben: son frágiles, indefensos.

¿De dónde procede el mal? De la fragilidad humana. El hombre no es Dios. Sólo Dios es perfecto. Todas las cosas creadas son sólo creaturas.

¿De dónde procede el mal? De un Adversario hábil. Este texto sugiere que el hombre es juguete de «fuerzas que le sobrepasan". Satán, el diablo... viene a añadirse a la fragilidad de la libertad humana.

NOEL QUESSON
PALABRA DE DIOS PARA CADA DIA 5
PRIMERAS LECTURAS PARA EL TIEMPO ORDINARIO
DE LOS AÑO IMPARES
EDIT. CLARET/BARCELONA 1983.Pág. 64 s.