PRIMERA LECTURA

La promesa dinástica a David fundamenta el mesianismo real. No es el rey el llamado a hacer una casa para Dios, que está con su pueblo en todo lugar. Es Dios quien hace una casa para el rey y para su pueblo: elige a sus descendientes y los declara hijos (Sal 89,21-38;132,11-18). Cada rey que nace despierta la esperanza en el que ha de instaurar el reino justo de Dios (Sal 72). Es un símbolo mesiánico y una toma de conciencia del pueblo de Dios que se hace en la esperanza.


Lectura del segundo libro de Samuel 7-1-5. 8b-11. 16.

Cuando el rey David se estableció en su palacio y el Señor le dio la paz con todos los enemigos que le rodeaban, el rey dijo al Profeta Natán:

—Mira: yo estoy viviendo en casa de cedro, mientras el arca del Señor vive en una tienda.

Natán respondió al rey:

—Ve y haz cuanto piensas, pues el Señor está contigo.

Pero aquella noche recibió Natán la siguiente palabra del Señor:

—Ve y dile a mi siervo David: «¿Eres tú quien me va a construir una casa para que habite en ella?

Yo te saqué de los apriscos, de andar tras las ovejas, para que fueras jefe de mi pueblo Israel. Yo estaré contigo en todas tus empresas, acabaré con tus enemigos, te haré famoso como a los más famosos de la tierra. Daré un puesto a Israel, mi pueblo: lo plantaré para que viva en él sin sobresaltos, y en adelante no permitiré que animales lo aflijan como antes, desde el día que nombré jueces para gobernar a mi pueblo Israel.

Te pondré en paz con todos tus enemigos, te haré grande y te daré una dinastía. Tu casa y tu reino durarán por siempre en mi presencia y tu trono durará por siempre.»