SAN AGUSTÍN COMENTA LA SEGUNDA LECTURA

 

Fil 4,4-7: Gozaos en la verdad, no en la maldad

Alegraos siempre en el Señor (Fil 4,4). ¿Qué es gozarse en el mundo? Gozarse en el mal, en la torpeza, en cosas deshonrosas y deformes. En todas estas cosas encuentra su gozo el mundo. Cosas todas que no existirían si los hombres no las hubiesen querido. Hay cosas que hacen los hombres y hay otras que las sufren y, aunque no quieran, tienen que soportarlas. ¿Qué es, pues, este mundo, y qué el gozo del mundo? Os lo voy a decir brevemente, hermanos en la medida de mis posibilidades y de la ayuda divina. Os lo diré luego y en breves palabras. La alegría del mundo consiste en la iniquidad impune. Entréguense los hombres a la lujuria y a la fornicación, pierdan el tiempo en espectáculos, anéguense en borracheras, pierdan la dignidad en sus torpezas y no sufran mal alguno: ved el gozo del mundo. Que ninguno de los males mencionados sea castigado con el hambre, o el temor de la guerra o algún otro temor, ni con ninguna enfermedad o cualquier otra adversidad; antes bien, haya abundancia de todo, paz para la carne y seguridad para la mente perversa: ved aquí el gozo del mundo. Pero Dios piensa de manera distinta al hombre; uno es el pensamiento de Dios y otro el del hombre. Fruto de una gran misericordia es no dejar impune la maldad: para no verse obligado a condenar al infierno al final, se digna castigar ahora con el azote.

¿Quieres conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? No para el justo, sino para el pecador, a quien se le aplica el castigo temporal para que no le sobrevenga el eterno. ¿Quieres, pues, conocer cuán gran castigo es la falta de castigo? Interroga al salmo: El pecador irritó al Señor. ¡Impetuosa exclamación! Puso atención, reflexionó y exclamó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué?, te suplico. ¿Qué viste? Quien así exclamó vio al pecador entregado impunemente a la lujuria, a hacer el mal, abundando en bienes y gritó: El pecador irritó al Señor. ¿Por qué dijiste eso? ¿Qué viste? Es tan grande su ira que no se lo demanda (Sal 9,4).

Comprended, hermanos cristianos, la misericordia de Dios. Cuando castiga al mundo es porque no quiere condenarlo. Es tan grande su ira que no se lo demanda. El no demandarlo se debe a la magnitud de su ira. Grande es su ira. Su justa severidad es indicadora de perdón. La severidad es como una verdad cruel. Si, pues, alguna vez perdona mostrándose duro, buena cosa es para nosotros el que nos socorra castigándonos. Y con todo, si consideramos las acciones del género humano, ¿qué es lo que padecemos? No nos ha tratado en conformidad con nuestras obras. En efecto, somos hijos. ¿Cómo lo probamos? El Hijo único, para no seguir siendo único, murió por nosotros. No quiso ser único quien murió siendo único. A muchos hizo hijos de Dios el Hijo único de Dios. Con su sangre compró hermanos; siendo él reprobado los aprobó, vendido los rescató, ultrajado los honró, muerto los vivificó. ¿Dudas de que ha de darte sus bienes quien se dignó asumir tus males? Por tanto, hermanos, alegraos en el Señor, no en el mundo; es decir, gozaos en la verdad, no en la maldad; gozad con la esperanza de la eternidad, no en la flor de la vanidad. Sea este vuestro gozo y donde quiera y cuando quiera os halléis aquí, el Señor está cerca, no os inquietéis por nada (Fil 4,4.5-6).

Sermón 171, 4-5