33 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO B
17-27

17.

Frase evangélica: «En medio de vosotros hay uno que no conocéis» 

Tema de predicación: EL TESTIMONIO DE VIDA 

1. Testigo es toda persona que narra fiel y responsablemente ante otros, con un cierto  riesgo, lo que ha visto u oído, para que resplandezcan la verdad y la justicia. Hay testigos  superficiales y exigentes, falsos y verdaderos, cobardes y valientes. El mayor testigo -el  mártir- es quien da su vida por los demás. Precisamente el profeta es un testigo del Dios del  reino que habla ante el poderoso, desde el clamor de los pobres, para que haya justicia, con  el riesgo de no ser entendido o de ser sacrificado. El primer testimonio que aparece en el  Nuevo Testamento es el de Juan Bautista. No es el Mesías, ni Elías ni el Profeta: se limita a  preparar la venida del Salvador y a señalar que Jesús es «el Hijo de Dios».

2. Prototipo del testigo cristiano es Jesucristo, testigo veraz del reino, ya que es palabra  de vida que testimonia la verdad; testigo fiel ante un juicio en el que es juzgado y juzga, ya  que es reo que se convierte en señor; testigo consciente que no se echa atrás, ya que  llega hasta el final. La muerte de Jesús es martirio y testimonio por antonomasia.

3. La palabra de Dios llega en todo momento histórico a cualquier rincón del mundo a  través de testigos. Jesús hizo de los Doce los testigos, no sólo de su resurrección, sino de  toda su vida prepascual. A través del Espíritu, dan testimonio de Jesús ante el mundo. En  realidad, el portador de la palabra es un testigo de la luz (no de la mentira), enviado por  Dios (contemplativo), con la experiencia de los pobres y marginados (ubicado en el pueblo),  para una misión de conversión y liberación. No es testigo de sí mismo, sino de Dios y de su  enviado Jesucristo. Su tarea consiste en ver, oír y gustar a Dios en medio del clamor del  pueblo, para comunicar esa experiencia con servicialidad, valentía y honradez.

REFLEXIÓN CRISTIANA:

¿Somos testigos cristianos en nuestro mundo concreto? 

¿Qué relación personal tenemos con Cristo? 

CASIANO FLORISTAN
DE DOMINGO A DOMINGO
EL EVANGELIO EN LOS TRES CICLOS LITURGICOS
SAL TERRAE.SANTANDER 1993.Pág. 171 s.


18.

1. Liberarse de la esclavitud 

A medida que avanza el tiempo litúrgico de Adviento -tiempo de proyecto y de  conversión-, la Palabra de Dios nos invita a participar de la alegría porque éste es el tiempo  de la Liberación y de la Justicia.

«Desbordo de gozo con el Señor y me alegro con mi Dios... pues como el suelo echa sus  brotes, así el Señor hará brotar la justicia y los himnos, ante todos los pueblos» (primera  lectura).

Que hoy hablemos de justicia y liberación podrá parecer a algunos casi una sinrazón, ya  que nunca hemos escuchado tanto estas palabras como en estos tiempos. Podríamos,  incluso, decir que son palabras gastadas que, en más de una oportunidad, no sirvieron más  que para una propaganda fácil o para despertar ciertos sueños mesiánicos que, al fin y a la  postre, no provocaron más que desilusión.

A pesar de esto, y por esto mismo, debiéramos como cristianos preguntarnos si hemos  ahondado en el significado de estos términos de tanto arraigo en la Biblia, y, lo que es más  importante aún, si hemos hecho el esfuerzo por vivirlos.

El domingo pasado veíamos que no puede haber cristianismo sin cambio interior. Hoy  damos un paso más: todo cambio auténticamente humano implica un compromiso con la  comunidad. El cristianismo no es solamente un movimiento del yo-hacia-dentro; no busca  tan sólo obtener buenos individuos. Desde siempre la fe bíblica estuvo enraizada en la  comunidad y en su destino histórico; por eso, desde siempre, la fe exige un cambio que  comprometa al individuo en la solución de los conflictos que vive su comunidad. Aquí podríamos hacer la siguiente observación: mientras que, en general, los  movimientos políticos hablan poco del cambio interior del sujeto y dedican todos sus  esfuerzos a los cambios sociales, eI cristianismo ha pecado por el exceso opuesto. Buscó  hacer «un hombre bueno» aislándolo de sus relaciones y compromisos comunitarios. Rastreando el pensamiento bíblico -sin prejuicios ni apriorismos- se puede observar que  la «justicia» a la que aluden los textos proféticos tiene un sentido amplio e integrador. Baste  como prueba la primera lectura que hoy hemos escuchado en un texto de Isaías que el  mismo Jesús leyó cuando su primer sermón en la sinagoga de Nazaret (Lc 4,16-30) y cuyo  comentario casi le costó la vida.

JUSTICIA-BICA/QUÉ-ES: Ante todo, parece evidente que la Justicia bíblica se manifiesta  en la liberación de todas las ataduras que impiden al hombre caminar con dignidad "de  hombre".

El texto enumera situaciones concretas que, en aquella época, eran consideradas como  humillantes e indignas, a las que viene a poner solución la intervención del Salvador: «Me  ha enviado para dar la buena noticia a los que sufren, para vendar los corazones  desgarrados, para proclamar la amnistía a los cautivos y a los prisioneros, la libertad, para  proclamar el año de gracia del Señor.» 

Se trata, por lo tanto, de una justicia que se opone abiertamente a todas las situaciones  de injusticia humana, como mejor lo expresa el versículo 8, lamentablemente omitido en la  primera lectura: «Porque yo, el Señor, amo la justicia, detesto la rapiña y el crimen. Les  daré su salario fielmente y haré con ellos un pacto perpetuo.» En otras palabras: Dios sale  en defensa de los pobres y de los oprimidos frente a sus opresores; de los presos sin causa  frente a sus tiranos.

Quizá en esto radique la riqueza y novedad del pensamiento bíblico: tanto Isaías como  Juan y Jesús colocan como fundamento de esta justicia social el cambio interior. Sólo  hombres nuevos -con corazón nuevo, con actitudes y sentimientos nuevos- podrán  provocar un verdadero y real cambio en la sociedad.

La historia se encarga de confirmar este concepto: cuando se intenta reformar a la  sociedad pero los hombres no entienden que también ellos deben reformarse y cambiar,  sólo se produce un cambio de amo o un sistema distinto de opresión. Los hombres que  intentan sanear la sociedad deben ser los primeros en sanearse a sí mismos. En caso  contrario -como ya comentábamos el domingo anterior-, no hay ser sino parecer. Parece  que hay cambio, pero es sólo una careta tras la cual se ocultan los mismos pensamientos  inicuos de dominación del hombre. 

Es posible que la aportación de los cristianos dentro de los partidos políticos -que son los  canales normales de cambio dentro de nuestras sociedades- consista precisamente en esta  radicalización del cambio; en buscar una coherencia total entre lo que se dice y lo que se  hace, entre lo que se es y lo que aparece.

No basta criticar la falsedad de ciertos procesos de cambio o de ciertos movimientos de  liberación que terminan con la libertad de los individuos. El compromiso cristiano implica  mucho más: meterse dentro del proceso y, desde dentro, denunciar, urgir y forzar la  autenticidad de las cosas.

Si los textos bíblicos que se nos han leído tienen aún validez para nosotros, parece obvio  pensar que la fe implica necesariamente un compromiso político. No podemos  desarrollarnos aislados de la comunidad; más aún: sólo relacionándonos con los hombres  podremos demostrar hasta qué punto son sinceras nuestras buenas intenciones.

De más está decir que este compromiso político de la fe no supone que los cristianos  debamos aislarnos del resto de los hombres para formar nuestro propio partido político con  vistas al poder. Entrar en esta variante es caer en el nacionalismo judío que nunca terminó  de entender ni a los profetas ni a Jesús. El compromiso político es el compromiso con la  sociedad concreta en la que estamos insertos, la "polis", como la llamaban los griegos.

PODER/POLITICA: En todo caso, el cristianismo debiera ser la alarma contra toda forma  de poder que termina con la libertad y con la justicia. Los hombres de este siglo aún no  hemos tomado conciencia de hasta qué punto vivimos alienados por un poder político que  se erige como dios supremo y que se transforma en fin de sí mismo. Los supremos  derechos del Estado han pasado a ser la norma absoluta de las conductas humanas,  cuando en realidad también el Estado ha de estar supeditado a los intereses de la  comunidad a la que debe servir. Tanto en los regímenes capitalistas como en los llamados  socialistas, la presencia cristiana debe denunciar el endiosamiento del  poder-sobre-los-hombres, que pasan a ser simples instrumentos de una monstruosa  maquinaria que los ignora.

Lo que sucede es que las modernas esclavitudes del hombre suelen estar mucho más  disimuladas que las antiguas; de ahí que sea más difícil detectarlas y combatirlas. Nosotros  mismos hemos terminado por "internalizar" nuestro sistema opresor; hemos acabado por  convencernos -gracias a la propaganda y a los sistemas educativos- de que todo lo que el  sistema nos enseña es para nuestro bien, como si ya no fuese un tremendo mal el tener  que depender tan infantilmente de las decisiones de otros.

Analizando la historia en estos últimos decenios llegamos también a otra interesante  constatación: han sido los cristianos, en general, los más proclives a defender los sistemas  autoritarios y dictatoriales, como también los más débiles frente a la propaganda masiva y a  los sistemas educativos alienantes.

La explicación podría ser la siguiente: dentro de la propia Iglesia vivimos los laicos en un  infantilismo tal, que somos incapaces de pensar y decidir con nuestra propia cabeza. El  maternalismo eclesiástico ha hecho tales estragos en nuestra personalidad, que hemos  perdido la conciencia de ser personas, es decir, libres, conscientes y responsables de  nuestro destino.

También ha colaborado una religión o forma religiosa en la que todo dependía del cielo,  como si la transformación del mundo estuviera atada a algún milagro salvador.  Esperábamos de Dios lo que los hombres esperaban de nosotros, olvidando, por otra parte,  que la actitud de Jesucristo no fue tan ingenua ni infantil. Por algo fue acusado ante las  autoridades, por algo fue condenado y crucificado. El sistema lo consideraba peligroso... Muchas otras consideraciones se podrían hacer sobre un tema tan interesante como  espinoso, pero es la propia comunidad la que debe seguir en estas reflexiones hasta hallar  el camino concreto para que estos textos tan ricos no queden, una vez más, en el vacío. Entretanto, el evangelio y la segunda lectura nos dan otros elementos de reflexión.

2. Autenticidad en el Espíritu 

Juan el Bautista, que anuncia la justicia de Dios, muestra que él vive esa justicia porque  se sitúa en su justo papel y no pretende sacar ventaja o partido del mismo.

Cuando, ya coronado por la fama, se le pregunta si él es el Mesías o Elías o el Profeta  que había de venir, responde sin vacilar: "Yo no soy", para reiterar a renglón seguido que  es tan sólo la voz que grita en el desierto. Efectivamente, el profeta a quien se debe  escuchar «viene detrás de mí y yo no soy digno de desatar la correa de su sandalia». He  aquí un claro ejemplo de hombre justo.

Y como contrapartida está la hipocresía de quienes vienen a cuestionarlo y a juzgarlo en  minuciosa investigación. Son sacerdotes y levitas los enviados por los jerarcas religiosos de  Jerusalén; y dirigiéndose a ellos dijo Juan: "En medio de vosotros hay uno a quien no  conocéis..." Es la paradoja del evangelio liberador: la justicia será aceptada por el mundo  de los pecadores que se acercan al Jordán para ser bautizados, y será desconocida por  quienes formaban la cúpula de la estructura y del poder religioso.

De ahí nuestra insistencia en apelar al cambio en el interior de la Iglesia que, en la  medida en que se siente a sí misma como poder sobre los hombres, desconoce a Cristo a  pesar de que lo anuncie con los labios.

Todo esto aclara el sentido de la fe cristiana que no suplanta el poder religioso judío por  un nuevo poder religioso, sino que tiene como primer y absoluto objetivo la liberación de los  hombres, particularmente de los más pobres y necesitados.

La advertencia de Juan nos llega a todos los que nos llamamos cristianos: ¡Cuidado!  Jesús se encuentra entre las clases humildes y oprimidas, entre los ciegos y los presos... Si  no lo buscáis allí, jamás lo encontraréis. Más aún: ni siquiera lo conocéis... Finalicemos con una última reflexión aportada por Pablo.

Otra gran paradoja de la justicia de Dios es que se manifiesta en su misericordia  salvadora. Dios es justo no por el ejercicio del «juicio y de la condenación» sino salvando al  hombre gratuitamente.

Es esta una idea que Pablo repite a menudo: la salvación llega como una «gracia».  Gracia es el acto generoso y gratuito del rey que todo lo hace por amor a su pueblo. O  como lo expresa el Evangelio de Juan: la salvación es fruto del «ágape» de Dios que es  ágape de todos los hombres.

La fe interpreta la liberación humana como el encuentro entre el amor generoso de Dios  con el hombre que se abre al Espíritu para obrar la justicia.

De ahí que Pablo en la carta de hoy nos inste a que "no apaguemos el Espíritu", el mismo  Espíritu que se posó sobre Jesús cuando inició su tarea liberadora. Es el Espíritu que nos  llama a actuar proféticamente y a guardarnos de todo mal, ofreciéndonos totalmente a Dios  en el servicio a los hermanos, como dice Pablo en los versículos 13-15: «Vivid en paz unos  con otros. Aconsejad a los que están desconcertados, animad y sostened a los débiles y  sed pacientes con todos. Que nadie devuelva mal por mal y procurad siempre el bien mutuo  y de todos.» Convendrá que no pasemos por alto la constante alusión que tanto Isaías  como los evangelistas, como Pablo, hacen al Espíritu, íntimamente relacionado con la  justicia liberadora.

Recordemos que "espíritu" es sinónimo de aliento, soplo, vida, fuerza interior. Así como el  muñeco de barro cuando recibió el espíritu de Yavé se transformó en hombre-Adán, así hoy  el hombre necesita del espíritu para transformarse en un ser nuevo.

La acción del Espíritu alude a esta autenticidad de vida que es el signo y exponente de  una justicia verdadera. Por eso, sin Espíritu nuestros esquemas de liberación y justicia no  pasan de ser una mentira más. El Espíritu hace que nuestro proyecto liberador sea vida y  vida verdadera.

La advertencia de Isaías y de Pablo deben llamarnos a una seria reflexión y nos harán  descubrir la causa de la desilusión del pueblo cuando constata que en el corazón de  quienes proclaman la liberación y la justicia no reposa «el Espíritu del Señor». No en vano, tal como veremos en los próximos domingos, Jesús desde su primer  momento de existencia es dado al mundo como fruto del Espíritu... Esta es la novedad de la fe cristiana.

En síntesis: Dios obra la salvación que es la justicia integral, tanto en la esfera personal como en la  social. Ambas esferas se suponen y complementan. Quien sigue la voz del Espíritu, también se comprometerá, llevado por ese mismo  Espíritu, frente a las injusticias que oprimen a los más débiles y pobres. Y a la inversa: si pretendemos una justicia en las estructuras sociales sin acompañarla  con la justicia que nos libere interiormente, no tenemos más que una caricatura. Preguntémonos, pues, sinceramente: ¿Hemos comprendido los cristianos todo el alcance  de la liberación del Señor? ¿Cuál es nuestro compromiso con la justicia evangélica? ¿Es  Jesucristo un verdadero conocido dentro de nuestra comunidad? 

SANTOS BENETTI
EL PROYECTO CRISTIANO. Ciclo B
EDICIONES PAULINAS.MADRID 1978.Págs. 53 ss.


19.

1. Domingo de Gaudete: esperamos a Dios no con temor y temblor, sino con alegría. El  profeta anuncia su llegada en la primera lectura e indica la razón de esta alegría: la venida  del enviado del Señor significará la curación y la liberación para todos los pobres,  atribulados, cautivos y prisioneros. Este «año de gracia del Señor» nos concierne a todos,  porque en el fondo todos nosotros estamos encerrados en nosotros mismos, encadenados  por nosotros mismos; no somos incólumes, sino que somos tan pobres y estamos tan  atribulados que no podemos curarnos a nosotros mismos. Pero Dios no nos traerá esta  curación desde fuera, por un milagro externo, sino desde dentro de nosotros mismos, al  igual que el organismo sólo se cura desde su interior. Y como Dios ha derramado su  Espíritu en nuestros corazones, éste puede transformarnos desde dentro: «Como el suelo  echa sus brotes, como un jardín hace brotar sus semillas». El Dios que nos ha creado no  está lejos de nuestro fondo más íntimo, ni es ajeno a él; Dios tiene la llave de nuestra  intimidad más secreta. Quizá sólo con el paso del tiempo nos demos cuenta de que Dios  trabaja ya en nosotros desde hace mucho tiempo.

2. Crecimiento de la vida interior. 

Y así crecemos en los sentimientos o actitudes que la segunda lectura exige de nosotros:  porque pertenecemos a Cristo, debe prevalecer en nosotros la alegría; porque no podemos  curarnos a nosotros mismos ni realizarnos plenamente desde nosotros mismos, debemos  rezar, dar gracias a Dios y hacer sitio al Espíritu que actúa en nosotros; no debemos  menospreciar la enseñanza que viene de Dios -¡cuántas veces la dejamos de lado porque  creemos que ya no tenemos nada que aprender!-; hemos de aprender a distinguir el bien  del mal y, dejando hacer a Dios, no pasivamente sino activamente, dar al Espíritu que  habita en nosotros la oportunidad de actuar. Como contrapartida, se nos promete la paz de  Dios en todo nuestro ser, que aquí aparece dividido en tres aspectos: nuestro cuerpo,  nuestra alma y, más allá de ellos, nuestro espíritu, es decir, precisamente esa profundidad  secreta de nuestro yo donde actúa el Espíritu Santo y donde, en lo más profundo de  nuestra intimidad, se abre una puerta hacia Dios, a través de la cual él puede entrar en su  propiedad.

3. Distancia como proximidad. 

El que es consciente de esto puede, como el Bautista en el evangelio, ser testigo de la  luz de Dios y a la vez negar tenaz y rotundamente que él sea la luz. Está muy lejos de  querer decir que él sea la luz en lo más profundo de sí mismo, no es la luz ni siquiera en la  chispa más íntima de sí mismo, donde su espíritu está en contacto con el Espíritu de Dios.  Cuanto más se acerca el hombre a Dios para dar testimonio de él, tanto más claramente ve  la distancia que existe entre Dios y la criatura. Cuanto más espacio deja a Dios dentro de  sí, tanto más se convierte en un puro instrumento de Dios: una «voz que grita en el  desierto: Allanad el camino del Señor». Cuanto más trata Dios a la Madre de su Hijo como  su morada, más se siente ella como la «humilde esclava». El Bautista, al que se pregunta  en el evangelio con qué autoridad bautiza, distingue finalmente: Yo bautizo con agua, pero  aquel del que yo doy testimonio bautizará con el Espíritu Santo; y aunque Jesús le  considerará como el mayor de los profetas, él se siente indigno de desatar la correa de su  sandalia. «Tú puedes llamarme amigo, pero yo me considero siervo» (·Agustín-san). 

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 126 s.


20. JUAN NO ERA LA LUZ, SINO LA VOZ 

Juan «no era la luz, sino testigo de la luz». ¡Y bien que se lo sabía! Por eso, cuando los  fariseos, entre asombrados y curiosos, le preguntaron «tú, ¿quién eres?», él les dijo: «¡La  voz!» ¡Bien poca cosa! ¡Puro sonido, aire, caja de resonancia, instrumento, pregón de  Alguien cuya silueta él trataba de bosquejar y anunciar! ¡Papel de paso! ¡De entrada y  salida! Por eso, añadía: «Detrás de mí viene uno que es mayor que yo, al cual yo no soy  digno de desatarle las sandalias». ¡Actor secundario, por tanto, de ésos que hacen «mutis  por el foro», cuando llega el Protagonista.

Yo no sé, amigos, si hemos llegado a calibrar toda la hondura y ejemplaridad de la figura  de Juan. Pero creo que su vigor y su humildad hacen de él, el modelo perfecto. El cristiano  consciente de su ministerio profético, tiene que «anunciar a Jesús». Pero, tratando de  evitar, como Juan, dos extremos: uno, por exceso; y otro, por defecto.

POR EXCESO.--El padre que sabe que «es el primer educador en la fe de su hijo», el  catequista, el predicador, anunciamos a Cristo, qué duda cabe. Pero se me ocurre que  podemos caer, más de un vez, o en el divismo, o en la escenografía desorientante. En el  divismo, si nuestro testimonio de Cristo se apoya «en palabras y posturas de sabiduría  demasiado humanas». Si nuestros argumentos parten con exceso del convencimiento de  que «yo soy el maestro», el que «enseña», por lo tanto, lo que yo diga «veritas est». Si, en  una palabra, no pienso que yo también debo ser evangelizado, catequizado, alguien que ha  de dejarse inundar por la luz. Y podemos caer también en la escenografía distrayente. Bien  están, por supuesto, los signos y los símbolos. Bien están todos los medios audiovisuales y  de comunicación. Pero uno tiene la sensación de que, con tanto montaje y proliferación de  «cantos nuevos», tanta representación escénica y desfile de participantes, puede diluirse el  verdadero mensaje de Jesús, puede quedar velada la luz verdadera entre nuestros  escenarios y cortinajes.

POR DEFECTO.--Podemos también pecar por defecto. Si pensamos demasiado que  «Jesús lo es todo y yo no soy nada», que «El es la luz» y yo un «cero a la izquierda» y,  además, opaco, puedo caer en la vagancia, en la tranquila desgana, en el abandono más  irresponsable, en el colmo de los colmos que es la «no correspondencia a la gracia» de  nuestra indudable vocación profética. Peligroso puede ser construir una homilía retórica y  altísima, y «soltarla» de memoria. Pero más peligroso será no prepararla y no reflexionar  sobre los textos sagrados que tengo que proclamar y servir. Erróneo puede resultar dictar  unas normas «de libros» y «de carrerilla», sobre conducta humana, a los hijos. Pero más  erróneo será creer que la moralidad y la conducta van a surgir en ellos «por generación  espontánea». Tan eclipse de la luz puede ser el querer reinventarlo todo, basándonos en  nuestra «reconocida sapiencia y experiencia», como ir a la catequesis, o al ambón, o al  diálogo con los hijos, «tanquam tabula rasa», a lo que salga, echando al azar los dados al  aire.

Juan sabía que «no era la luz». Por eso decía: «Yo no soy el Mesías». Pero también  sabía que no podía cruzarse de brazos ante la continua llegada del Señor, sino que tenía  que anunciarle. Y por eso decía: «Soy la voz que clama...». ¡La voz! Y... ¡qué voz!

ELVIRA-1.Págs. 118 s.


21.

Tres temas parecerían surcar las lecturas del domingo presente: la presencia del  Espíritu, la importancia de la predicación de los profetas, y la inminencia del fin de los  tiempos. 

Es innegable, por un lado, la correlación de los temas entre sí. El Espíritu del Señor se  posa sobre el profeta para anunciar un mensaje de liberación, una liberación que ya se ve  casi presente, que deja percibir su aurora, el final de la opresión. El mensaje de liberación  del profeta es un consuelo y una esperanza. Está llegando el final de la dura jornada y se  acerca el sosiego y la buenaventuranza. 

Todo el dolor y sufrimiento ahora dejan paso a la alegría y el canto.  Pero este nuevo tiempo que ahora llega no es solamente una bienaventuranza. Sólo los  pobres y los afligidos pueden gozar con el cambio de situación, porque para ellos será una  verdadera liberación. En cambio para los opresores será un día de amargura, porque verán  cómo sus imperios quedan sepultados ante la presencia del Dios vivo. 

El mensaje del Bautista tiende a esto justamente. Su molesta predicación no se remite al  bautismo de purificación (había otros bautistas en aquellos tiempos). Lo que en verdad  molestaba era su poder de iluminar la situación de pecado y su anuncio de la inminencia de  la venida del Mesías. 

Las autoridades religiosas van preocupadas a interrogar a este hombre, que no era en  absoluto inofensivo para la política de opresión que reinaba en la región.  Su predicación desestabilizaba lo que había edificado para justificar su existencia y  perdurabilidad. Si él era el profeta que clama en el desierto para que el pueblo enderece  sus caminos, eso significaba que se atribuía las profecías acerca del final, del mesianismo,  y del Reino de Dios. Y si esto era así, entonces su estructura por fin caería desplomada.  Obviamente que a estas autoridades les interesaba más mantener esa estructura (y su  poder en ella), que la venida desestructurante del Reino de Dios. 

Y en esto radica la importancia del mensaje profético. Su palabra, alimentada por el  Espíritu, no es palabra de tranquilidad, inofensiva, imparcial. Su palabra, al ser anuncio de  la inminencia de la novedad traída por Dios, es esperanza para los pobres y miedo para los  poderosos. 

Para Pablo es fundamental la existencia de los profetas en la comunidad. La comunidad  debe escucharlos, porque sus palabras, al ser Palabra de Dios, liberan a la comunidad de  cualquier inmovilismo o aburguesamiento. 

Estamos a poco tiempo de celebrar la Natividad del Señor. Estamos por celebrar esa  venida anunciada por los profetas y celebrada por la Iglesia durante veinte siglos. El  mensaje de Navidad ha de movilizarnos, rompiendo las estructuras que nos han oprimido  durante tanto tiempo, predicando en el silencio del desierto que es necesario enderezar los  caminos del Señor, haciendo un discernimiento de aquello de cual hay que despojarse  porque es un lastre para ser libre. 

Llega el tiempo esperado, llega el tiempo que esperan los pobres. Los profetas nos lo  anuncian a cada momento, los profetas de nuestras comunidades lo señalan con sus vidas  y sus muertes, el Espíritu presente en nuestro pueblo se deposita sobre ellos y los hace  predicar un mensaje de justicia y de liberación. 

Llega el Día, la aurora de la Salvación. Llega el tiempo, ya está entre nosotros...

SERVICIO BÍBLICO


22.

- Un mensaje de liberación

Hoy es el domingo tercero de Adviento, domingo de la alegría mesiánica por la cercanía  del Salvador. Entramos en la espera inmediata de Navidad y es justo que pongamos  nuestra mirada en aquel que sólo puede ser causa de nuestro gozo cumplido, el Señor que  es fiel a sus promesas, que no falla, que no hace acepción de personas, que viene para los  pobres, los que están tristes, los que en las noches oscuras de la fe y de la esperanza  ponen su confianza sólo en él.

Y de gozo nos hablan las lecturas. La del profeta Isaías nos recuerda la unción del  Mesías con la fuerza del Espiritu y su misión universal: "El Espiritu del Señor está sobre mí,  porque el Señor me ha ungido... Me ha enviado par dar la buena noticia a los que sufren...".  Son las palabras que Jesús mismo se aplica en la sinagoga de Nazaret al principio de su  misión, según el evangelio de Lucas. Pocas palabras bíblicas han tenido tanta resonancia  en la teología de los últimos decenios: han sido capaces de plasmar una teología de la  liberación y una espiritualidad liberadora de hondas raíces bíblicas. Y de consecuencias  espirituales y sociales.

Y eso quiere decir que la dimensión del Adviento y de la salvación que estamos  celebrando no es ficticia y no es sólo ritual; es real. Esperamos un Mesías que nos traiga la  liberación y la plenitud de la vida divina. Allí donde hay sufrimiento, falta de libertad,  opresión, injusticia, se despiertan los sentimientos del Adviento y se mira con esperanza la  venida del Cristo libertador.

- Un mensaje jubilar

En la perspectiva del Jubileo que está a las puertas, ese texto de Isaías que Jesús hace  suyo, nos habla de la misión mesiánica del Salvador, hecha del anuncio del amor liberador  del Padre y de la efectiva realización por parte de Cristo de un vasto programa de obras  que manifiestan la presencia del Reino entre los pobres. Nos invita a tomarnos en serio ese  Jubileo del 2000 en el que tenemos que ser a la vez beneficiarios de la salvación y testigos  de la palabras y de las obras de Dios.

De gozo nos habla también Pablo. Mientras se va acercando el Mesías, la lectura de  Pablo nos recomienda una serie de actitudes nobles de los cristianos que ponen su  esperanza sólo en el Señor. Ante todo la alegría, siempre. Lo del siempre es lo más difícil,  porque hay días en que vienen a faltar los estímulos más inmediatos para el gozo y hay  muchas razones para el desánimo. Por eso hay que ahondar hasta reencontrar en el  corazón la fuentecilla en la que mana siempre la alegría, por lo que es siempre razón  perenne de gozo, pase lo que pase: la cercanía de Dios en la vida. Y para ello hay que  ahondar; en la oración constante, profunda, la que nos pone ante Dios, con la certeza  absoluta de que él está con nosotros. Cristianos de esperanza son aquellos que no sólo  aterrizan, siendo concretos con su vivir, sino sobre todo los que ahondan, los que no se  quedan en la superficialidad, los que tratan de entender el misterio, desde el corazón. Sí,  desde el corazón, y esto no es intimismo; porque los Advientos y las Navidades, o se  realizan en el corazón y desde aquí salen a la vida, o es que no sucede nada importante en  nuestra vida concreta.

Y en el centro, entre el corazón y la vida, la certeza celebrada, compartida, en la acción  de gracias, en la eucaristía. Donde celebramos la presencia de Cristo, el regalo de Dios  cada dia, y hacemos crecer la bondad del corazón cuando, juntos, aprendemos a reconocer  los dones de Dios, a compartirlos. Todo desde esa actitud de gratuidad que tan lejos está  de los intereses mezquinos, de ese "Cuánto cuesta esto" que parece resumir la cultura de lo  económico que a veces predomina en nuestra sociedad.

- Una sabiduría carismática

Pablo nos dice además que el cristiano no debe ser apagafuegos del Espíritu, ni  amordazador de profetas. No hay que apagar el Espiritu ni despreciar la profecía.  Podríamos correr el riesgo de quedarnos sin el estimulo de la renovación que viene del  Espíritu del Señor, sin la palabra que orienta, aunque tenga su fuerza de conversión y hasta  de denuncia. El cristiano más bien tiene que ser fino catador de espíritus, un especialista en  el discernimiento, esa actitud, don del Espíritu, que Pablo Vl llamaba "el carisma de los  carismas".

El cristiano lo examina todo, sabe descubrir las semillas del Verbo y el soplo del Espíritu  allí donde hay algo de verdadero, de bueno, de bello. Y sabe que todo, secretamente, viene  de Dios, de su presencia en el mundo, más allá de nuestras fronteras confesionales o  religiosas. Y espera que se cumplan las promesas de Dios, para un Adviento gozoso.

Así era el gozo de Juan, el Precursor. Que no cedió a la tentación de quitarle el puesto a  Jesús, ni envanecerse con un protagonismo falso. Cuando le preguntaron quién era dijo  que no era la Palabra, sino la voz que la precedía. Que no era el Mesías Salvador, sino su  siervo; no era el dador del Espiritu, sino apenas el que lo había recibido. Que sólo Jesús  era el Mesías. Vivir el gozo del Adviento, con esa alegría profunda que viene de la humildad  y de la caridad, es también dar paso al único Maestro, al único Señor, al único Santo.

JESÚS CASTELLANO
MISA DOMINICAL 1999/16 11-12


23.

Nexo entre las lecturas

"El espíritu del Señor me ha enviado para dar la buena nueva...me ha enviado para anunciar..." (Is 61,1-2). Un personaje, figura de Cristo, se siente investido de una misión liberadora y salvífica. También Juan Bautista, que reconoce honestamente su función en el plan de Dios, se sabe enviado no como suplantador, sino como testigo de la luz, del mesías por todos esperado (Evangelio). Finalmente, Pablo, apóstol-enviado de Cristo, lleva a cabo su misión mediante la predicación y mediante cartas. En esta su primera carta a los tesalonicenses les exhorta a vivir en conformidad con la salvación que Cristo, el enviado de Dios, nos ha conferido (segunda lectura).


Mensaje doctrinal

1. Por encima de todo, la misión. Es ésta, en mi opinión, la grande enseñanza de la liturgia de hoy. El profeta, para el pueblo ya regresado del exilio babilónico, recibe una misión que, en parte le tocará realizar entre sus contemporáneos, pero que en la mayor parte remite a la figura futura del mesías. Con toda razón Jesús hará propia esta misión del profeta, indicando así el cumplimiento de la Escritura y su vocación y misión mesiánicas. Juan el Bautista, por otra parte, es muy consciente de quién es él y de cuál es su misión. Él no es el mesías; él no realiza la figura mesiánica del texto de Isaías. Él es sólo una voz que prepara los caminos del mesías, es sólo un testigo de la luz que alumbrará a todos los hombres. Saberse con misión no es suficiente, hay que conocer cuál es la propia misión en los designios de Dios. Nuestra misión, como la de Juan Bautista es la de ser testigos de la Luz, como la de Pablo y la de los primeros cristianos es ser apóstoles de Jesucristo. Hay, pues, una hilo continuo entre la misión del profeta, la de Juan el Bautista, la de Jesús, la de Pablo y la de los cristianos de todos los tiempos. Esta continuidad garantiza y da credibilidad a nuestra conciencia y a nuestro sentido de misión entre los hombres.

2. Misión con contenido. Cuando uno es enviado a alguien, lo es para comunicarle un mensaje. La misión es, por tanto, inseparable del mensaje que se ha de comunicar. ¿Cuál es el contenido de la misión del profeta, del Bautista, de Pablo? Considerando los textos litúrgicos, podemos señalar algunos elementos de este contenido:

a) El anuncio de la liberación por parte del mesías, es decir, de Jesús de Nazaret: "me ha vestido con un traje de liberación, y me ha cubierto con un manto de salvación". Una liberación mediante la palabra y mediante las obras. Una liberación integral, que evangeliza, que cura, que consuela. Un anuncio que lleva a la conciencia viva de que "somos libres con la libertad con la que Cristo nos ha liberado".

b) El testimonio de Cristo como luz del mundo, que ha sido enviado por el Padre para iluminar las mentes y las conciencias de los hombres. Una luz que está en medio de nosotros, pero que no se ve, si no hay alguien que dé testimonio de ella, como Juan el Bautista.

c) El estilo de vida del hombre liberado e iluminado por Cristo, tal como se describe en la exhortación de Pablo a los tesalonicenses: alegría cristiana, oración, eucaristía, discernimiento de los carismas, vida irreprochable y auténtica.


Sugerencias pastorales

1. Cristianos con misión. No se puede separar el nombre de cristiano de la misión. Por definición, cristiano es el discípulo de Cristo que participa de la misma misión de Jesucristo. Si alguna vez hubo cristianos "pasivos", esa época ciertamente no puede ser la nuestra. Cada cristiano ha de ser consciente de que tiene una misión que realizar en la Iglesia: santificar su vida y colaborar en la santificación de la de los demás. Los primeros destinatarios de la misión somos nosotros mismos, porque sólo cuando nosotros somos evangelizados podemos ayudar en la evangelización de otros. ¿Cómo ser "misioneros" de nosotros mismos? El Espíritu Santo, que nos habla al corazón mediante la Biblia y a través de las enseñanzas de la Iglesia, nos irá mostrando a cada uno las formas personales y concretas de conseguirlo. Pero somos también "misioneros" de nuestros hermanos, cualesquiera que sean, hagan lo que hagan, independientemente de las circunstancias existenciales en que se hallen. Somos "misioneros", es decir, enviados por el mismo Cristo a anunciar en la escuela, en la casa, en la oficina, en la calle, en el club, en el parlamento, etc., que Jesucristo es el Salvador de todos, que Él es la Luz del mundo que ilumina todas las oscuridades de la conciencia individual y de la existencia social y colectiva, que Jesucristo Salvador crea un hombre nuevo y un estilo de vida nuevo, dignos de vivirse.

2. Testimonio y Eucaristía. El "misionero" cristiano cumple su misión sobre todo cuando es testigo, es decir, cuando encarna en su vida de todos los días lo que va predicando de palabra en los diversos lugares y circunstancias diarias. La participación cotidiana a la Eucaristía consolida la vocación de testigo. En efecto, se da testimonio ante todo de que la Eucaristía es el centro de convergencia y punto de referencia de la fe y de la santidad. Además, participando al misterio de la redención y alimentándose con el cuerpo y la sangre de Cristo, se recibe una fuerza espiritual inimaginable para ser testigo de Cristo Salvador, luz del mundo y rey de los corazones de los hombres. Finalmente, con la Eucaristía damos testimonio de pregustar ya al Señor que viene, en la Navidad mediante la actualización litúrgica del misterio, al fin de los tiempos mediante la virtud de la esperanza de poseer plena e íntegramente lo que ahora sólo sacramentalmente pregustamos.

P. Octavio Ortiz


24. 2002 COMENTARIO 1

AGUA O FUEGO
En la Palestina tensa y revuelta del siglo i, deseosa de un liberador o mesías que pusiera fin a la dominación extranjera y a la miseria reinante, apareció el Bautista. Pero este profeta de justicia comenzó a resultar incómodo al gobierno de Jerusalén.

La autoridad central decidió enviar una comisión para investigar si Juan tenía un expediente académico en regla para poder impartir semejante doctrina. Los judíos (término que indica en el cuarto Evangelio la autoridad reiigioso-política suprema del templo de Jerusalén) andaban preocupados con el movimiento popular que estaba naciendo al amparo e impulso del profeta. En realidad temían por sus respectivos cargos de poder y por el desprestigio de su autoridad; según la mentalidad popular, una de las principales tareas del Mesías habría de ser la reforma de las instituciones y la deposición de la jerarquía del templo de Jerusalén, considerada indigna.

La comisión estaba integrada por sacerdotes (entonces funcionarios del templo encargados del degüello de las víctimas para los sacrificios y sin tarea pastoral alguna) y levitas (especie de policía religiosa). La participación de éstos hace pensar que pretendían detener al Bautista en caso de haberlo encontrado culpable.

Pero Juan los sorprendió. No se identificó con ninguno de los personajes que ellos sospechaban: "Yo no soy el Mesías, ni Elías, ni el profeta" -les dijo. Desconcertados le preguntaron: "¿Quién eres? Para que podamos dar una respuesta a los que nos han enviado, ¿qué dices de ti mismo?". El contestó: "Yo soy una voz que grita desde el desierto..." Insistieron: "Por qué bautizas entonces...?" Juan respondió: "Yo bautizo sólo con agua: en medio de vosotros hay uno que no conocéis, el que viene detrás de mí, y al que no soy digno de desatar la correa de la sandalia". Y añade el evangelista Lucas: "El os bautizará con Espíritu Santo y fuego".

"Con agua". Lo de Juan era simplemente un lavado, una purificación, una limpieza de mancha y pecado. Agua que, sin duda, fecunda y hace brotar la vida, pero que no cambia la naturaleza de personas e instituciones. Agua que calma la sed de justicia, y limpia dando una nueva imagen a la vieja institución judía. Al fin y al cabo, lo de Juan no era perfecto; pretendía más bien reparar, reformar y rejuvenecer una institución llamada a desaparecer; apuntalar el edificio del sistema judío declarado en ruinas, a la espera de ser derribado. Juan, entre los judíos, propugnaba la reforma. Era la transición.

"Con fuego" que consume, aniquila, devora, transforma, decanta el metal y lo separa de la ganga. Así sería el bautismo de Jesús. Este representaba la ruptura, la revolución, la aparición de algo verdaderamente nuevo, el derribo de una institución que giraba en torno al templo y al culto formalista, y que había colocado la ley en el lugar del amor, mandamiento éste que ni siquiera se puede mandar.

Juan fue el último representante de la justicia de la Ley. Pero no era el Mesías, ni siquiera se consideraba digno "de desatarle la corren de la sandalia", rito que hace alusión a la ley del levirato (del latín "levir": cuñado), según la cual cuando uno moría sin hijos, un pariente debía casarse con la viuda para dar descendencia al difunto. Si el que tenía el derecho y la obligación de hacerlo no lo cumplía, otro podía ocupar su puesto. La ceremonia para declarar la pérdida del derecho consistía en desatar la corren de la sandalia (Dt 25,5-10).

Juan reconoce su inferioridad respecto al Mesías, declarando que no tiene talla para ocupar su puesto. Jesús -y no Juan- es el esposo que viene a celebrar la boda con el pueblo, abriéndolo a un futuro de fecundidad.
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25. COMENTARIO 2

SOLO UN TESTIGO
Juan Bautista realizó toda su tarea no en función de si mismo, sino de otra persona, de Jesús. Podría haber aprovechado en beneficio propio la popularidad que alcanzó cuando bautizaba en la ribera del Jordán. Pero, fiel a su misión, se limitó a ser sólo aquello para lo que había sido enviado: testigo de la luz. Una ejemplar enseñanza.

TESTIGO DE LA LUZ
El prólogo del evangelio de Juan sostiene que en el mundo se está desarrollando una lucha feroz entre la tiniebla y la luz, entre la muerte y la vida. La luz es el contenido del proyecto que, desde la eternidad, Dios tiene para el hombre: "Ella [la Palabra, el proyecto de Dios] contenía vida y la vida era la luz del hombre" Jn 1,4). Dios quiere que la existencia' del hombre sea gozar de la vida y no ir caminando hacia la muerte. A ese proyecto se opone la tiniebla, que no es otra cosa que la organización social que los hombres o mejor, algunos hombres- han logrado imponer y que es la causa de que la mayoría de los seres humanos vivan su existencia como una constante amenaza de muerte. El proyecto de Dios, "la luz verdadera, la que ilumina a todo hombre viniendo a este mundo" (Tn 1,9), se ha visto obstaculizado, una y otra vez, por la tozudez humana que ha preferido repetidamente la oscuridad a la luz; pero la luz no se ha apagado y pronto va a brillar con más fuerza: "esa luz brilla en la tiniebla y la tiniebla no la ha extinguido". Para animar a los hombres a aceptar esta vez la vida de Dios, "apareció un hombre de parte de Dios, su nombre era Juan; éste vino para un testimonio, para dar testimonio de la luz, de modo que, por él, todos llegasen a creer".

EL NERVIOSISMO DE LOS DIRIGENTES
Y éste fue el testimonio de Juan, cuando las autoridades judías enviaron desde Jerusalén sacerdotes y clérigos a preguntarle:
- Tú, ¿quién eres?

Era un hombre. Sólo un hombre. Juan, el autor del evangelio, no ofrece más detalles; porque Juan, el Bautista, se presenta así, sólo como un hombre, al margen de cualquier organización socioeconómica, política y religiosa. Y propone a sus contemporáneos un cambio: abandonar la tiniebla y ponerse del lado de la luz.

Por eso, la aparición de Juan Bautista puso nerviosos a los que ocupaban la cúspide de la sociedad. Ellos eran los que, en teoría, deberían estar haciendo posible que la luz brillara en Israel, esto es, que viviendo conforme a la voluntad de Dios, la sociedad israelita se hubiera organizado de tal modo que todos pudieran, en el sentido más auténtico de la expresión, gozar de la vida. Por eso, el testimonio de Juan, proclamado desde fuera de la institución religiosa, era, al mismo tiempo que un anuncio de esperanza para las víctimas de la tiniebla, una denuncia contra quienes, aunque dijeran que poseían la luz, eran los responsables últimos de la absoluta oscuridad que sufría la mayor parte de los miembros de aquel pueblo que un día fue liberado por Dios y que con Dios se encontró en el desierto.
Y desde el desierto, con su presencia y su palabra, Juan da testimonio de la luz.

LLEGA DETRÁS DE MI
No era él la luz, vino sólo para dar testimonio de la luz.

Los dirigentes, nerviosos, envían una comisión investigadora. Temen que el Bautista intente encabezar algún movimiento reformista o revolucionario: ¿pretenderá ser el Mesías, el Consagrado de Dios, el que debería restablecer el orden y la pureza en las instituciones del pueblo elegido?
No. Juan no era ni el Mesías, ni Elías, ni el Profeta. No quiso títulos que no le correspondían. No era él la luz. El no tenía la solución para todos aquellos que son víctimas de la tiniebla: "llega detrás de mi..." El no podía comunicar la vida. Pero se jugó la suya por prepararle el camino a aquel que la traía de parte de Dios; y se conforma con definirse sólo como "una voz que grita desde el desierto".

A Juan lo mataron. La luz se hizo presente en el mundo y la tiniebla se empeñó una vez más en extinguirla; y mataron también a Jesús creyendo que así apagaban la llama que él quiso que prendiera en la tierra. Pero nosotros sabemos que esa llama sigue ardiendo y que la luz no se ha extinguido; por eso ahora nos toca a nosotros ser testigos de la luz. Se trata de una tarea arriesgada. Porque hay que denunciar a todos los que se esfuerzan por negar la luz a los hombres, a los que pretenden poseer la luz como propiedad privada y a los que quieren establecer una pacífica convivencia entre la tiniebla y la luz. Juan Bautista nos puede servir de ejemplo. Primero, porque, como en el caso de Juan, nuestro papel no debe ser más que el de testigos: nuestra tarea es dar testimonio de la luz, no apropiarnos de ella. Por eso debemos presentarnos como servidores de la verdad y no como sus dueños; podemos engañar a los hombres si, en lugar de facilitarles que se encuentren con Jesús y le den a él su adhesión, intentamos convertirlos en partidarios nuestros.

Y, en segundo lugar, porque, igual que hizo Juan, no hay que esconder ese testimonio ante nadie ni en ninguna circunstancia. Aunque a algunos les salten los nervios... por miedo a la luz.
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26. COMENTARIO 3

A pesar del esfuerzo por extinguirla, la vida/luz sirve de orientación y de meta a la humanidad. El hombre puede comprender qué significa una vida plenamente humana y a ella ha aspirado siempre, aun cuando por culpa de otros hombres tuviera que vivir sometido a una condición inhumana. Los dominados por la tiniebla son muertos en vida.

En medio de la antigua humanidad y de la dialéctica luz/tiniebla se presenta Juan (6-8), mensajero enviado por Dios para dar testimonio a los hombres acerca de la luz/vida, avivando la percepción de su existencia y el deseo de alcanzarla; de rechazo, denuncia la tiniebla y su actividad. Su bautismo simbolizará la ruptura con la tiniebla.

vv. 19-28 Testimonio de Juan, que había sido anticipado en 1,6-8. En la primera parte, la triple negación (1,19-23) desarrolla la frase de 1,8: No era él la luz. La segunda parte, sobre el que había de venir (24-38) explicita su testimonio en favor de la luz (1,7-8).

La actividad de Juan, que despierta en el pueblo el deseo de vida y plenitud (1,6), alarma a las supremas autoridades religioso-políticas (Jerusalén) (19). Preguntas: el Mesías era el salvador esperado; Elías, el precursor que había de preparar su llegada; el Profeta, el segundo Moisés (20-21). Las tres figuras encarnaban aspectos de la salvación como poseedores y transmisores del Espíritu (Is 11,2; 2 Re 2,9-15; Dt 18,15.18; cf. Nm 11,16s). Para Jn, Jesús es el único que posee y comunica el Espíritu (1,32), y en él se integran las tres figuras mencionadas. Juan Bautista es sólo una voz; su mensaje va dirigido a las autoridades, acusándolas de haber torcido el camino del Señor (22-23). Esta acusación indica la postura de Juan y el sentido que imprime a su actividad.

El grupo fariseo acusa a Juan de usurpador (25). El bautismo o inmersión en el agua era símbolo de muerte a un pasado para comenzar una vida diferente; en el caso de Juan, simbolizaba la ruptura con la institución judía y la ideología propuesta por ella (1, 5-8 la tiniebla) Suscitando en el pueblo el deseo de vida, Juan quiere emanciparlo de la sumisión a las instituciones que cierran el camino a Dios (23). Promueve, por tanto, un movimiento popular que muestra su desacuerdo con el sistema religioso.

Su bautismo no es el definitivo El salvador está presente y él no puede tomar su puesto (1,27 desatarle la correa de las sandalias). La imagen alude a una costumbre matrimonial judía: Jesús tiene derecho preferente a ser el Esposo. Se alude a la antigua alianza donde Dios se llamaba el Esposo del pueblo (Is 54; 62; Jr 2; Ez 16; Os 2,4ss). Se establece, por tanto, una alianza nueva una nueva relación entre Dios y los hombres; en ella, la figura que requiere la adhesión y la fidelidad de los hombres (el Esposo) es Jesús, el Hombre Dios (cf 2, 1-11) (24-27)

Betania, al otro lado del Jordán (28), fuera del territorio de Israel será el lugar de la comunidad de Jesús (10, 40-42).
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27. COMENTARIO 4

En este 3er domingo de Adviento, volvemos a leer al profeta Isaías. Se trata de un pasaje perteneciente al llamado "Tritoisaías", los capítulos 55 a 66 del libro del profeta, que fueron escritos por un discípulo suyo, muchos años después de su muerte, en los años que siguieron a la vuelta del destierro (538 a.C.). Escuchamos la voz de un inspirado autor que reconoce estar imbuido del Espíritu Divino, y se identifica a sí mismo como ungido por Dios para anunciar la salvación a favor de los más necesitados. Jesús se aplicará este pasaje, según el evangelista Lucas (Lc 4,16-22), presentándose como el Mesías lleno del Espíritu Santo, que anuncia la buena noticia a los pobres y que inaugura el año jubilar definitivo, cuando Dios interviene personalmente en nuestra historia.

La 2ª parte del texto de Isaías que hemos leído hoy habla del gozo y la alegría desbordados, como reacción comprensible ante la llegada de Dios. Un gozo equiparable al que experimentan los novios el día de sus bodas, cuando sus familias y amistades los rodean de afecto y, según las diversas costumbres, se engalanan ambos, el novio y la novia, con los mejores trajes y adornos de su vida. Jesús también se presentó como el novio escatológico cuyas bodas divinas inauguran los últimos tiempos (Mt 9,14-15 y par.). Y propuso en varias de sus parábolas el banquete y las fiestas nupciales como imagen del Reinado de Dios que inauguraba con su palabra y con sus gestos (por ej: Mt 22,1-14 y par; 25,1-13).

Otra imagen empleada en el texto del profeta es la de la tierra fecunda, la del jardín cuidado, que brota y florece, precisamente de justicia y de cantos de alegría para todos los pueblos. También Jesús hablará en su predicación mesiánica del Reino, en términos de cosechas abundantes y de campos fértiles (por ej: Mt 13,3-9 y par; 13,24-32).

El pasaje de la 1ª carta de Pablo a los tesalonicenses es también, como la 1ª lectura, una llamada a la alegría, una cascada de bienaventuranzas para los fieles y una exhortación a llevar, en consecuencia, una vida cristiana muy comprometida. El horizonte de esta intervención del apóstol es la "Parusía", es decir, la gloriosa venida del Señor, en los últimos tiempos, lleno de majestad y de gloria. Esa venida escatológica es anunciada y anhelada con más fuerza en este tiempo de Adviento, de preparación para la Navidad de Jesucristo. Pues así como afirmamos y creemos que Jesús ya vino una vez "hecho ser humano", semejante a nosotros, así también creemos y esperamos que volverá glorioso a completar su obra.

El evangelio, tomado de Juan, nos presenta la figura de Juan Bautista, el precursor, y su testimonio solemne ante una especie de "comisión oficial" enviada a él por los jefes del pueblo judío. El no pretende ser el Mesías esperado, ese descendiente del rey David, que según las expectativas judías debía venir en los últimos tiempos para restaurar la dignidad del pueblo elegido. Tampoco pretende ser Elías, el profeta del siglo VIII que luchó para mantener fiel a Israel a la religión de sus antepasados. Los judíos esperaban que volvería al final de los tiempos, como signo de la proximidad del Mesías (Mal 3,23-24; Eclo 48,10). Ni pretende ser tampoco, el profeta esperado por otras corrientes del judaísmo, un profeta que legitimaría las pretensiones del Mesías, y que aparece anunciado en algunos pasajes del Pentateuco (Dt 18,15-20). Entonces, ¿quién pretende ser Juan Bautista, con su predicación penitencial y su anuncio del inminente juicio de Dios, con su bautismo para perdón de los pecados? Eso le preguntaron los enviados sacerdotes y levitas, y eso le preguntamos nosotros todavía. Su respuesta es admirable. Ninguna pretensión rutinaria, ninguna búsqueda de legitimación en las antiguas figuras proféticas. Con soberana independencia se declara simplemente "voz que grita en el desierto" exigiendo "que se preparen los caminos del Señor que ya viene".

La humildad y la entereza de Juan Bautista nos impresionan, lo mismo que la seriedad de su llamada. Ante Dios no podemos pretender ser alguien, no podemos exhibir títulos, ni reclamar prebendas. Ante Dios que ya viene, sólo cabe declararse humilde servidor, humilde mensajero. Y serlo de verdad, como Juan Bautista, hasta las últimas consecuencias, si es preciso.

Pero Juan Bautista va más allá: ante las insistentes preguntas de los fariseos, señala al enviado misterioso de Dios, ya presente entre los seres humanos, entre el corro de gentes que asisten a la entrevista. Tal vez Jesús estaba allí y escuchaba todo lo que se decía. Porque Jesús puede estar entre nosotros como un desconocido, y hemos de aprender a encontrarlo para poder servirle humildemente.

En definitiva, seguimos en la actitud de adviento, intensificada por la cercanía de la navidad. Ya en la sociedad todo respira a Navidad, inminentemente. Una navidad que se ha convertido en celebración social, ambiental, occidental, verdaderamente oficial, fuera incluso de la Iglesia y desprovista de contenido cristiano para quien la examine atentamente. El motivo más socorrido de la ornamentación navideña es el Papá Noel, que, como es sabido, en su imagen y vestimenta actual es un invento de la Coca-Cola. Es más neutro, es menos "confesante" poner en el escaparate a Papá Noel (que ni siquiera es tampoco San Nicolás) que a Jesús. La imagen protagónica de la navidad es la de Papá Noel, a mucha distancia de la de Jesús. Papá Noel quitó el puesto a Jesús. Todo un símbolo de la débil identidad cristiana de la navidad occidental.

Muy interesante recordar también que en Japón, en los sectores más occidentalizados de esa sociedad, se ha introducido también la celebración de la navidad, una celebración queno tiene nada que ver con Jesús, ni con "el belén", sino con Papá Noel, el árbol de navidad, los trineos, la fiesta de reunión familiar, y un gran derroche comercial a través de los regalos.

Hay que reconocer que esa navidad se ha convertido en un hecho social, secular, cultural, que como tal es un hecho neutro que no podemos rechazar con una actitud negatuva recalcitrante. Simplemente hemos de estar claros en que no se puede identificar la actual celebración social de la navidad con su origen religioso real. Mucho menos debemos caer en el espejismo de pensar que se trata realmente de una celebración social del misterio cristiano de la navidad, como si estuviéramos en una situación de cristiandad.

¿Qué significa en esta situación "preparar la navidad"? Pues diríamos que no tiene que significar "gastar pólvora en salvas". Hay que reconocer que hay cosas mucho más importantes que rescatar, causas mucho más importantes por las que seguir luchando. La tarea de preparar el camino al Señor, es una tarea propia del cristiano para el tiempo de adviento, para antes de la navidad, y para cualquier época del año: allanar el camino del Señor (el camino por el que viene el Reino), abajar los obstáculos de los montes (esas estructuras que parece imposible remover), rellenar los abismos (superar esas desigualdades sociales)… metáforas todas ellas muy expresivas del compromiso social y comunitario, aunque también personal-individual. Y siempre podremos sumarnos al número de los que callada y fervorosamente acogen al Señor en sus corazones y en sus hermanos más necesitados.

Para la revisión de vida
La misión de Juan Bautista puede tomarse como símbolo de la misión de toda persona cristiana: no suplantar a Jesús, sino gastar la vida en abrirle camino, anunciarlo, hacer posible su advenimiento, el advenimiento del Reino por el que dio la vida. ¿Estoy siendo un buen precursor de Jesús y del Reino? ¿Allano montes, relleno hondonadas, abro caminos?

Para la reunión de grupo
El texto de Is 61,1-2 es muy importante. Expresa la misión del Mesías tal como fue ya entrevista con siglos de anticipación por los profetas. Si el Mesías iba a tener una misión, ésa sería la de ser "buena noticia" para los pobres… Jesús tuvo que leer y meditar este texto muchas veces, tanto que lo hizo propio y sintió que se "cumplía" en su vida, que llegaba a su máximo cumplimiento en su vida (Lc 4, 16). Lucas, por eso, puso la narración de un comentario que Jesús tal vez hizo del texto en la sinagoga de su pueblo, como un texto inicial que daría el sentido a la vida toda de Jesús y a su misión. Y dice (en Lc 7, 18ss) que Jesús mismo apeló a este texto como prueba de su mesianidad ante la comisión oficial que vino a preguntarle si era él el Mesías.

Preguntémonos:

-Realmente, ¿hemos solido pensar que el signo principal de la mesianidad de Jesús es el ser buena noticia para los pobres? ¿A qué otras cosas les hemos dado clásicamente más importancia en la vida de Jesús?
-¿Qué es una buena noticia para los pobres? ¿En sentido real o figurado? El catecismo, la doctrina cristiana, el mensaje que lleva la iglesia, ¿es buena noticia?
-¿Será que también para la Iglesia la principal señal de su "mesianidad" sería el ser buena noticia para los pobres?
-¿Cómo desglosar y explicar el significado de la buena noticia que Jesús puede significar hoy para los pobres y para la Humanidad en el mundo globalizado actual?

Para la oración de los fieles
-Para que en este adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, profundizándola y compartiéndola, roguemos al Señor
-Por todos los que en estos días cercanos a la navidad se sienten tristes o nostálgicos, lejos de sus familias, en soledad... para que la potencia de su amor supere todas esas distancias y les haga sentirse en comunión universal...
-Para que nos preparemos a la celebración de la navidad con realismo tratando de hacer que "efectivamente nazca Jesús" a nuestro alrededor...
-Para que la lejanía en que hoy día se ubica la utopía que todos los soñadores buscamos, no nos conduzca a la resignación o al fatalismo, sino que quede superada en la constancia, en la fe sin claudicaciones, en la resistencia y el esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino...
-Para que en estas vísperas de navidad la austeridad de Juan Bautista, el precursor, nos recuerde que la sobriedad en el gasto motivada por el deseo de compartir con los más necesitados...
-Para que en Navidad y en todos los tiempos la Iglesia sea, como Jesús, Buena Noticia para los pobres, para todos los hombres y mujeres necesitados de amor y de justicia…

Oración comunitaria
Oh Dios y Padre-Madre de nuestro Señor Jesucristo: al acercarse las entrañables fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean tu ternura, tu mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Haz que lo vivamos como lo vivió Jesús, nuestro hermano, que contigo vive y reina, y con nosotros vive y camina, por los siglos de los siglos. Amén.

Dios nuestro, tú que quieres que trabajemos de tal modo que, cooperando unos con otros, realicemos en esta tierra tu Reino, ayúdanos a asumir, en medio de nuestros trabajos diarios, nuestra condición de hijos tuyos y hermanos de todos las personas. Por Jesucristo, nuestro Hermano y Señor. Así sea.

1. J. Peláez, La otra lectura de los Evangelios I, Ediciones El Almendro, Córdoba

2. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991

3. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.

4. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).