42 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO TERCERO DE ADVIENTO - CICLO A
25-35

 

25.

Insistimos en la perspectiva de la profecía mesiánica: "¡Dios vendrá y nos salvará!". La presencia del Dios-que-salva transforma el desierto en paraíso, porque Dios es el gran renovador de todas las cosas y de las personas: ¡El es el mismo creador! Con su presencia, las limitaciones de los hombres quedan superadas y nada hay que ponga dificultades a la alegría eterna: "pena y aflicción se alejarán". El salmo responsorial prolonga este tema.

El Dios-que-salva tiene un rostro histórico: Jesús de Nazaret. "Jesús" significa precisamente Dios-salva. Si él realiza la obra de Dios, ¿cómo se puede pensar que sea necesario esperar a otro? El es el Mesías de Dios y por eso lo renueva todo y da respuesta a las limitaciones humanas.

Lo que las obras de Jesús significaban era precisamente su misterio pascual: la obra de Dios por excelencia, por la cual la humanidad reencuentra abiertas las puertas del Paraíso, y la debilidad del hombre -el pecado- queda fortalecida por la gracia del Espíritu Santo. Esta realidad magnífica no siempre aparece con evidencia. Por eso a Juan Bautista, a sus discípulos, e incluso a nosotros, los discípulos de Cristo, nos es preciso vivir en la fe y la paciencia. Juan Bautista es alabado por Jesús precisamente por esto y Santiago (2. lectura) pone también el ejemplo de paciencia que dieron los profetas.

El contexto de alegría esperanzadora es muy claro, por tanto: la fe en Jesús como Señor y Salvador, presente en su Iglesia, vivida con paciencia a causa de las dificultades. El resultado de este conjunto de perspectivas es una definición de la alegría cristiana, en la línea dada por Pablo VI en su memorable documento sobre la alegría cristiana, del año 1975: el gozo en el Espíritu Santo más allá de las alegrías efímeras o de las satisfacciones materiales. De hecho, esto es lo que pide la Colecta de la misa de hoy: "concédenos llegar a la Navidad, fiesta de gozo y salvación, y poder celebrarla con alegría desbordante".

La pregunta por la alegría es relativamente frecuente en las encuestas. Los ciudadanos de N. se declaran más felices -alegres- que los ciudadanos de X, etc. Se busca crear alegrías artificiales con happenings más o menos ruidosos, o se intentan reencontrar los caminos de un paraíso con medios poco confesables. Incluso la alegría de las fiestas navideñas se mueve en no pocas ambigüedades.

¿Quién se encargará de mostrar a los hombres que Jesús es el Mesías que todo lo renueva, sino los que creemos en El? Por eso es preciso realizar sus obras de renovación del hombre y de las cosas, precisamente como obras suyas y no nuestras. Esto lo hacemos cuando trabajamos realmente por la renovación del mundo, mostrando además que esta renovación es todavía sólo un signo de una renovación más profunda: la que Dios realiza en el corazón de los hombres, instaurando su Reino.

El hombre de nuestros días se parece, demasiadas veces, a Juan Bautista que duda, o a sus discípulos que necesitaban una confirmación: ¿Es posible que la fe cristiana nos traiga la alegría auténtica? ¿No debemos buscarla en otras ofertas? Así surgen y se ofrecen sucesivos y falsos mesianismos, que dejan después el corazón desolado y desesperanzado, cada vez más receloso para con las causas nobles. Especialmente los corazones jóvenes....

Quizás estos días preparatorios de Navidad sean una buena ocasión para plantear el "lugar" que tiene, realmente, la presencia de Jesucristo en estas fiestas: ¿una evocación infantil? ¿una imagen entre la leyenda y el folklore? ¿Por qué no el Dios-que-está-cerca? Entonces la alegría tendrá una raíz muy honda y segura, a pesar de todas las adversidades (véase Hebreos 12, 11-13, con referencia al texto profético).

REFERENCIA EUCARÍSTICA Pablo VI, en la exhortación antes citada, presenta la eucaristía dominical como la gran oportunidad para vivir la alegría cristiana: "Una invitación urgente a todos los responsables y animadores de las comunidades cristianas: que no teman insistir a tiempo y a destiempo sobre la fidelidad de los bautizados a la celebración festiva y gozosa de la eucaristía dominical. ¿Cómo podríamos descuidar este encuentro...? Es Cristo crucificado y glorificado que pasa en medio de sus discípulos para llevárselos juntos hacia la renovación de su resurrección".

PERE TENA
MISA DOMINICAL 1986/23


26.

1. "¿Eres tú?".

El que Juan el Bautista tenga que soportar en la cárcel esta oscuridad que Dios le impone, forma parte de su futuro testimonio de sangre. El había esperado un hombre poderoso, que bautiza con Espíritu y fuego. Y en el evangelio aparece ahora un hombre dulce que «no apaga el pábilo vacilante». Jesús calma su inquietud mostrándole que la profecía se cumple en él: en milagros discretos que aumentan la fe que persevera: «Dichoso el que no se sienta defraudado por mí». Quizá sea precisamente esta oscuridad impuesta al testigo, la razón por la que Jesús le alaba ante la multitud: Juan se ha entendido a sí mismo como lo que realmente es, como el mensajero enviado delante de Jesús, el que le ha preparado el camino. Juan se ha designado a sí mismo como simple voz que grita en el desierto, anunciando el milagro de lo Nuevo que ha de venir; y efectivamente: el más pequeño en el reino que viene es más grande que él, que se ha considerado como perteneciente a lo Antiguo, y que sin embargo, como «amigo del Esposo», precisamente por tener la humildad de ceder el sitio y eclipsarse, ha sido iluminado por la luz de la nueva gracia. En los iconos aparece con María, la Madre, que procede también de la Antigua Alianza y como él pasa a la Nueva, a derecha e izquierda del Juez del mundo.

2. «El desierto se regocijará».

En la primera lectura Isaías describe la transformación del desierto en tierra fértil como consecuencia de la venida de Dios. «Mirad a vuestro Dios». El desierto es el mundo que Dios no ha visitado todavía; pero ahora Dios viene. El hombre es ciego, sordo, cojo y mudo, cuando todavía no ha sido visitado por Dios. Pero ahora los sentidos se abren y los miembros se sueltan. Los ídolos que se adoraban en lugar del Dios vivo eran, tal y como nos los describen los salmos y los libros sapienciales, ciegos, sordos, cojos y mudos; y sus adoradores eran semejantes a ellos. Estaban alejados del Dios vivo, pero ahora «vuelven los rescatados del Señor», son liberados de la muerte espiritual y renacen a la verdadera vida. Es a esto precisamente a lo que alude Jesús en el evangelio cuando describe su acción.

3. Paciencia.

Pero el retorno a Dios con motivo de su venida a nosotros, exige -como indica Santiago en la segunda lectura- la espera paciente. El labrador y la actitud paciente que normalmente le caracterizan, se nos ponen como ejemplo. El labrador aguarda pacientemente el fruto de la tierra, que, como dice Jesús en una parábola, crece por sí solo, «sin que él sepa cómo» (Mc 4,27). No atrae la lluvia con magia, «espera pacientemente la lluvia temprana y tardía».

Santiago sabe que la paciencia cristiana no es una espera ociosa, sino que exige un «fortalecimiento del corazón», y esto no en un entrenamiento autógeno, sino «porque la venida del Señor está próxima».

Paciencia significa no precipitar nada, no acelerar nada artificialmente, sino dejar venir sobre nosotros todo lo que Dios ha dispuesto (cfr. Is 28,16). Saber que «el Juez está ya a la puerta», no nos da derecho a abrirla bruscamente. Con gran sabiduría, a los cristianos impacientes, que no pueden esperar con paciencia la venida del Señor, se les dice que tomen como ejemplo a los profetas y su paciencia perseverante. Con el mismo derecho se podría invocar el ejemplo de la paciencia de María en su Adviento. La mujer encinta no puede ni debe precipitarse. También la Iglesia está encinta, pero no se sabe cuándo le llegará el momento de dar a luz.

HANS URS von BALTHASAR
LUZ DE LA PALABRA
Comentarios a las lecturas dominicales A-B-C
Ediciones ENCUENTRO.MADRID-1994.Pág. 16 s.


27.

EL VALOR SUPREMO DE LA VIDA NO ES EL ÉXITO, ES EL ESFUERZO

En aquel tiempo, Juan, que había oído en la cárcel las obras de Cristo, le mandó a preguntar por medio de dos de sus discípulos: «¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?»

Hay momentos en la vida en que uno con facilidad descubre a Dios. Juan lo adivina en el Jordán y allí lo da a conocer. En otras ocasiones el asunto no es tan fácil; tus previsiones, lo que creías y esperabas, no se cumplen y las dudas te invaden. A Juan le ocurre esto en la cárcel y nos da la lección de prudencia y humildad al ir a preguntar antes de romper o negar.

Hay gente que prefiere abandonar un amigo antes que abandonar las ideas preconcebidas que tenía sobre él. Cuando alguien no responde como de él esperábamos lo dejamos de lado, lo abandonamos y rompemos con él porque es más fácil acabar con él que con sus ideas. Lo mismo nos ocurre con Dios, cuando no se acomoda a lo que esperamos y deseamos lo negamos y lo abandonamos, se nos hace incómodo.

Es necesario estar dispuestos a acoger a Dios o a un amigo por encima de nuestras espectativas, mantenernos firmes en la amistad y en la creencia por muy distintos que se nos presenten. En el fondo lo que nos ocurre es que nos gusta decirle a Dios cómo ha de ser Dios y al amigo cómo ha de ser amigo. Somos unos pequeños dictadores; equivocadamente nos parece que seríamos mejor Dios que Dios mismo y que somos mejores amigos que nuestros amigos.

Jesús les respondió: «Id a anunciar a Juan lo que estáis viendo y oyendo: los ciegos ven y los inválidos andan; los leprosos quedan limpios y los sordos oyen; los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia la Buena Noticia ¡Y dichoso el que no se escandaliza de mí!»

El mesianismo de Jesús no es un conjunto de leyes que imponer, un poder o fuerza que implantar, sino una atracción que proponer. No se trata de dictar leyes, (expulsar romanos, instaurar nuevos gobiernos); sino sanar, inspirar y santificar al hombre llevándolo a ser imagen y semejanza de Dios, ayudándole a recobrar la dignidad perdida arramblando con todo aquello que le impida ser libre y señor de su historia. Y Dios cuenta con nosotros para esta tarea, para transformar este mundo.

Que Jesús sea Mesías no significa que sea un triunfador. Dios no obliga al éxito o al triunfo a sus hijos. Dios sólo nos exige que nos agotemos en el servicio al prójimo: que venzamos nuestro egoísmo, que demos al máximo de nosotros mismos, que nos demos y sin medida, que luchemos contra la miseria humana, porque toda miseria es un insulto al creador.

Liberando, curando, recuperando, perdonando, Cristo nos enseña a creer en la eficacia de la justicia, en la fuerza de la verdad y en el amor.

Cristiano es aquel que con la justicia, la verdad y el amor se hace incómodo y: «Dichoso quien no se siente defraudado por él».

El valor supremo de la vida no está en el éxito, en el aplauso, ni en la superación y aplastamiento de los otros, en vencerlos, sino en amarlos. Amar hasta la muerte, como únicamente lo hiciera Cristo.

Al irse ellos, Jesús se puso a hablar a la gente sobre Juan: «¿Qué salisteis a contemplar en el desierto, una caña sacudida por el viento? O qué fuisteis a ver, ¿un hombre vestido con lujo? Los que visten con lujo habitan en palacios. Entonces, ¿a qué salisteis, a ver a un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta; él es de quien está escrito: "Yo envío mi mensajero delante de ti para que prepare el camino ante ti. Os aseguro que no ha nacido de mujer uno más grande que Juan el Bautista, aunque el más pequeño en el reino de los cielos es más grande que él».

La vida del profeta es la caja de resonancia de su mensaje. Vive «in vitro et in situ», en sí mismo, la situación y saca consecuencia que luego comunica a las gentes. Traduce sus sensaciones en palabras que proclama o en acciones que realiza. Lo que comunica el profeta él no lo ha visto con los ojos de la carne sino con los del espíritu.

Juan sabe cómo no ser, cómo no se debe ser, hace y predica penitencia para la conversión. Por ello es el «hombre más grande nacido de mujer». Si la ley es el medio/vehículo para la relación del hombre con Dios, Juan el Bautista es el perfecto observante. Pero él, que sabe como no hay que ser, no adivina cuál es el camino para llegar a ser imagen y semejanza histórica de Dios, no reconoce la Bienaventuranza, de aquí que «el más pequeño en el reino de los cielos sea mayor que él».

BENJAMIN OLTRA COLOMER
SER COMO DIOS MANDA
Una lectura pragmática de San Mateo
EDICEP. VALENCIA-1995. Págs. 68-70


28.

Is 35, 1-6a.10: El autor poeta elabora dos imágenes contrastantes: la destrucción de Edom (34, 1-17) y el retorno de los repatriados (35, 1-10). Esta segunda imagen expresa nuestro texto de hoy. Alude al retorno de los desterrados a Babilonia, aunque este imperio no se nombre explícitamente. El regocijo del retorno se confunde con el alborozo de la era mesiánica.

Se multiplican los sinónimos: alegría, gozo, júbilo, alborozo. Es un himno marcial que acompaña el retorno de los rescatados. Todavía no han llegado a Sión, el monte santo, pero la esperanza es tan segura y la presencia del Señor tan patente, que el desierto se transforma ya en tierra prometida y en paraíso reencontrado. Una corriente de gozo atraviesa, riega y vivifica todo. En medio de este adviento la llegada del Señor nos inunda de alegría.

St 5, 7-10: El escritor exhorta a las iglesias de Asia y Europa a esperar con paciencia y perseverancia la segunda venida o vuelta del Señor Jesús. Era la creencia de las comunidades primitivas que la "parusía" o segunda manifestación del Señor estaba próxima y que era ya el tiempo del juicio final y definitivo. Esta creencia estaba apoyada y alentada en las escatologías de los evangelios. De aquí las expresiones: "Se acerca la venida del Señor", o "el juez está a la puerta". Se exhorta también a la unidad: "no pelearán unos con otros". La lectura nos anima en vísperas de Navidad a la perseverancia y a la unión fraterna.

Mt 11, 2-11: ¿Eres tú el que ha de venir, o debemos esperar a otro? En algunas comunidades cristianas primitivas preocupaba el puesto que Juan Bautista ocupaba respecto a Jesús. Esta cuestión se refleja en las preguntas puestas en boca de los discípulos de Juan: "¿eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?". El que ha de venir se refiere discretamente al Mesías esperado. Hay en la pregunta una impaciencia, un cansancio de tanto esperar. La respuesta de Jesús es indirecta. Responde mostrando los signos propios del Reino de Dios en el mundo; los lisiados, cojos, ciegos y sordos recobran sus facultades; los leprosos se curan. Ya no hay más muertes: "los muertos resucitan" y "la buena noticia llega a los pobres". Se han invertido los papeles; los pobres, los marginados son los destinatarios primeros de los bienes del Reino. Entran a ser predilectos y los protagonistas de la nueva historia. Además Jesús pronuncia la primera bienaventuranza: "Feliz el que me acepta (encuentra) y no se confunde conmigo (no queda defraudado de mí)".

Viene luego una serie de preguntas retóricas dirigidas al pueblo. Jesús resalta el testimonio de vida de Juan. Es un hombre fuerte, en su físico y en sus convicciones; no se deja doblegar por cualquier viento de crítica o persecución. Es el verdadero mártir: Testigo que da la vida. Es un hombre pobre y austero; "los que visten con elegancia y lujo están en los palacios". Hay aquí una crítica directa y dura. Los cristianos se distinguen por practicar la pobreza, es decir, por compartir sus bienes muchos o pocos; el lujo es propio de los que no aceptan a Jesús ni pertenecen al Reino.

Jesús pondera luego la misión de Juan. Los profetas antiguos anunciaron el Mesías y su época de justicia y de paz. Juan ya no anuncia, sino que señala, muestra al Mesías, y prepara al pueblo para recibirlo.

Para la conversión personal

¿Qué es de la esperanza en mi vida? ¿Soy hombre o mujer de esperanza, que la contagia a los demás?

¿Se traduce esa esperanza en inconformidad "con este mundo", en lucha y resistencia, o soy de los que se resignan o se acomodan a esta hora de "fin de la historia"?

Para la reunión de comunidad o grupo bíblico En la próxima Navidad volvemos a recibir la alegría y el alborozo del nacimiento de Cristo. Pero, preguntémonos: ¿se ven por algún sitio, en nuestro mundo, en nuestra patria, en nuestra sociedad los signos de la llegada Reinado de Dios? ¿Es Navidad en el mundo? ¿Dónde nace Jesús? ¿Qué significa realmente ser navidad? ¿Les llega a los pobres la salud, la vida, el empleo, la justicia... las Buenas Noticias? ¿Qué podemos hacer para que esta navidad nazca efectivamente Jesús a nuestro alrededor?

Para la oración de los fieles

-Para que en este adviento sigamos alimentando nuestra esperanza, chequeándola, profundizándola y compartiéndola, roguemos al Señor

-Por todos los que en estos días cercanos a la navidad se sienten tristes o nostálgicos, lejos de sus familias, en soledad... para que la potencia de su amor supere todas esas distancias y les haga sentirse en comunión universal...

-Para que nos preparemos a la celebración de la navidad con realismo tratando de hacer que "efectivamente nazca Jesús" a nuestro alrededor...

-Para que la lejanía en que hoy día se ubica la utopía que todos los soñadores buscamos, no nos conduzca a la resignación o al fatalismo, sino que quede superada en la constancia, en la fe sin claudicaciones, en la resistencia y el esfuerzo por acercar una y otra vez la utopía del Reino...

-Para que en estas vísperas de navidad la austeridad de Juan Bautista, el precursor, nos recuerde que la sobriedad en el gasto motivada por el deseo de compartir con los más necesitados, es para los pobres una buena noticia que anuncia la efectividad del nacimiento de Jesús...

Oración comunitaria

Oh Dios y Padre-Madre de nuestro Señor Jesucristo: al acercarse las entrañables fiestas de la navidad te pedimos que hagas aflorar en nuestras vidas lo mejor de nuestro propio corazón, para que podamos compartir con los hermanos que nos rodean lo mejor de nosotros mismos, a saber, tu mismo amor, del que nos has hecho partícipes. Te lo pedimos por Jesús tu Hijo, que contigo vive y reina, y con nosotros vive y camina, por los siglos de los siglos. Amén.

SERVICIO BIBLICO LATINOAMERICANO


29.

Nos encontramos en mitad del Adviento, en el domingo Gaudete: Estad siempre alegres en el Señor...EI Señor está cerca (ant intr.). Hoy ponemos de relieve una dimensión de la esperanza cristiana: el gozo de su seguridad. Este gozo debe aparecer en los signos -corona de Adviento, algunas flores en el altar, cantos, quizás el color rosa en las vestiduras litúrgicas- y en las palabras. "El Señor está cerca" se refiere tanto a la firmeza de la fe escatológica como a la proximidad de la Navidad (colecta). Hoy toda la celebración gira en torno al pasaje evangélico. Es un texto decisivo en el evangelio de Mateo y muestra muy bien la identidad y la paradoja del mensaje cristiano.

ERES TU EL QUE HA DE VENIR O TENEMOS QUE ESPERAR A OTRO? (Ev.).

Esta pregunta expresa la duda y el interrogante de Juan, y también la angustia de sus discípulos. Pero es más; expresa la búsqueda de toda la humanidad, manifestada de mil formas a lo largo de los siglos. Especialmente formula la perplejidad de nuestra época. Dicen los entendidos que hoy estamos de vuelta de muchos mesianismos; algunos se han hundido estrepitosamente, otros siguen, pero muy tocados por la constatación del fracaso y por el desencanto: democracia, justicia, libertad, realización... ¿Debemos seguir esperando?; o mejor aún, ¿podemos seguir esperando? En este clima surgen muchas palabras, y no debe extrañarnos el retorno a Jesús, algo impensable hace pocas décadas, con frecuencia al margen de la Iglesia: ¿Eres tú? Incluso para los mismos cristianos, la pregunta aún hoy es válida: de hecho, muchos cristianos compaginamos con frivolidad la fe en Jesucristo con una experiencia de vida muy alejada del Evangelio: ¿Eres tú, de veras, el que tenemos que esperar?

ID A ANUNCIAR A JUAN: LOS ClEGOS VEN, Y LOS INVÁLIDOS ANDAN... (Ev.).

Jesús nos evoca diferentes pasajes de Isaías, el citado en la sinagoga de Nazaret (Lucas 4, 18-19), también el de la 1ª. lectura. Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis; mirad a vuestro Dios, que trae el desquite (1ª. Iect.). Isaías tiene una fuerza poética extraordinaria; es como una ilusión desbordada que describe brillantemente un mundo nuevo y pleno, obra de Dios. El tono de Jesús es diferente. Alude a sus milagros como signos de una vida nueva que Él mismo empieza y nos trae, la vida llena de Dios. Realiza los anuncios simbólicos de los profetas con su vida y su obra: una vida nueva de amor, de perdón, de magnanimidad, de confianza en Dios, una manera nueva de afrontar el propio pecado y el de los demás, el sufrimiento y la muerte.

Recordemos el contraste entre el anuncio de los profetas (se despegarán los ojos del ciego, los oídos del sordo se abrirán) y su condena de los ídolos (tienen ojos, y no ven, tienen orejas, y no oyen... que sean igual los que los hacen). Jesús libera al mundo de los verdaderos ídolos, los que impiden al hombre amar, perdonar, darse a Dios, afrontar el sufrimiento y la muerte. A los pobres se les anuncia el Evangelio (Ev.). La última expresión de Jesús pasa del signo a la realidad. Él es la Buena Nueva para los pobres.

Otro acento aún. Jesús responde a la pregunta "¿Eres tú?" con la novedad que él vive y trae. Esta tensión entre la persona de Jesús y su manera de vivir, de amar, de morir y de resucitar define el cristianismo. Toda nuestra fe gira en torno a Jesús; la misma esperanza que vivimos en Adviento se expresa así: el Señor está cerca. Pues bien, sólo lo entendemos si vemos en Jesucristo a aquel que amamos y a la vez la vida nueva que vive y trae. Nuestra esperanza tiende hacia el Señor Jesús precisamente porque él es la verdadera vida nueva, y su retorno será la irrupción plena del amor, la paz, el perdón, la vida en Dios, evidentemente de manera libre, personal, gozosa.

DICHOSO EL QUE NO SE ESCANDALICE DE MÍ! (Ev.).

Jesús lo dijo, posiblemente, por Juan y los discípulos, también para todos los que le escuchaban. Pero la expresión abarca más; formula el reto del Evangelio de Jesús a todos los hombres de todas las épocas, también de la nuestra. Los hombres nos hemos propuesto muchas vías de felicidad; Jesús propone la suya: el amor, el perdón, la pobreza, la confianza en Dios. Es un verdadero escándalo. Incluso nosotros, los cristianos, cuando hablamos de Felicidad o de Realización o de Vida Humana, nos imaginamos vagamente una situación de paz y de satisfacción colectiva, y nos preguntamos por la manera de conseguirla. Él propone a la vez la meta y el camino: la conversión del corazón personal y comunitariamente, el amor y la fe. Dichosos nosotros si nos damos cuenta de su novedad, no nos escandaliza y la vivimos, personal y comunitariamente.

AUNQUE EL MÁS PEQUEÑO EN EL REINO DE LOS CIELOS ES MÁS GRANDE QUE ÉL (Ev.).

Otra vez la paradoja. Quien vive en el Espíritu de Jesús es incluso más grande que Juan. El ejemplo más entrañable es María, cuya fiesta celebrábamos hace pocos días. Ella es la más sencilla y la más grande. Esta es la experiencia cristiana.

ESTÁ CERCA" Y "YA ESTÁ AQUÍ".

Este domingo tercero vive con fuerza la tensión. El fragmento evangélico es una expresión admirable de la novedad definitiva que es Jesucristo, presencia viva de Dios entre los hombres. Y, por otra parte, todo el clima de la celebración responde al "está cerca". Ante el misterio, el lenguaje queda pobre. Precisamente porque él es la plenitud, ésta está cerca de cada uno de nosotros, de cada comunidad, de cada grupo humano, como un camino que invita a seguirle.

GASPAR MORA
MISA DOMINICAL 1998/16 7-8


30.

En la respuesta de Jesús a los dos discípulos de Juan, hay unas últimas palabras sorprendentes, quizá difíciles de entender. Son aquellas en que exclama: "¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!". O, dicho de otro modo, en otra traducción: "¡Y dichoso el que no se sienta defraudado por mi!". ¿Qué significa que podemos sentirnos defraudados o "escandalizados" por Jesús? En nuestro camino de preparación hacia la Navidad, es importante que nos hagamos esta pregunta: ¿no podemos, también nosotros, sentirnos "defraudados", y aún escandalizado, por Jesús?

- La pregunta de Juan

Durante estas semanas de Adviento, nuestra oración es: "¡Ven, Señor Jesús!". Y esta petición debe incluir un anhelo de conocer mejor quién es este Señor Jesús cuya venida pedimos. No sea que nos equivoquemos y entendamos mal, deficiente o parcialmente, qué significa Jesús para nosotros.

Por eso nos interesa la pregunta que encarga Juan Bautista: "¿Eres tú el que ha de venir?" Que, en el lenguaje de entonces, significaba: ¿Eres tú el Mesías, el enviado de Dios, el que anunciará e iniciará en la tierra el Reino de Dios?

Es muy posible que Juan, enviado por Dios para preparar el camino del Mesías, se sintiera extrañado ante lo que oía decir sobre la palabra y la actuación de Jesús. Es muy probable que Juan, como muchos de los judíos creyentes de entonces, esperara un Mestas que actuara con poder y energía para instaurar en la tierra el Reino de Dios, sin contemplaciones ante los adversarios, como enviado del Dios omnipotente que juzga expeditivamente. Y, por eso, la actuación de Jesús no acababa de encajar en sus expectativas. Podríamos decir que se sentía algo "defraudado", y aun escandalizado, por Jesús.

- La respuesta de Jesús

Jesús responde encadenando una serie de citas de lo que los profetas habiían anunciado sobre el Mesías. Pero, significativamente, omite las que hablaban de poderío y señorío público, impuesto, y subraya las que se referían a comunicación de vida, a amor eficaz para con los más necesitados, de atención y predilección por los pobres. Él es, ciertamente, "el que ha de venir", el enviado de Dios -el Hijo de Dios- pero no tanto de un Dios omnipotente y juez, como de un Padre misericordioso, amoroso, sembrador y cultivador de vida para todos y especialmente para quienes aquí y ahora menos tienen. Y esto es anunciar e iniciar el Reino de Dios. Aquel Reino de vida, alegría y felicidad que culminará en la patria de la eternidad.

Esta fue la respuesta entonces de Jesús y esta es hoy su respuesta para nosotros. No fuera que nos equivocáramos y esperáramos un Jesús y un Reino diferente. Para que, cuando pedimos "¡Ven Señor Jesús!", realmente sepamos lo que pedimos. Que si a Juan le costaba entenderlo, también nos puede ser difícil para nosotros.

- Para no sentirnos defraudados

De ahí y por eso que Jesús acabara entonces -y acabe ahora para nosotros- su respuesta con esta quizá sorprendente coletilla: "¡Y dichoso el que no se siente defraudado por mi!". Él, que nos conoce uno a uno, nuestro pensamiento y nuestro corazón, sabe que a veces esperamos de él lo que él no da. O que no valoramos y nos abrimos a lo que sí da. Es muy posible que no nos atrevamos a reconocerlo, pero todos tenemos el riesgo o la tentación de sentirnos "defraudados" -y, en el fondo, escandalizados- por Jesús. Porque lo tenemos descolocado, mal situado, poco comprendido.

Pero todo tiene solución. En este camino hacia la Navidad, confiemos en la fuerza de la oración (porque la oración sí tiene poder, cuando surge del sincero reconocimiento de nuestra pobreza). Repitamos e insistamos en pedir "¡Ven, SeñorJesús!", incluyendo en esta oración el radical deseo de reconocer muy de verdad quién y cómo es Jesús, cuál es su evangelio, cómo podemos recibir y trabajar por su Reino de vida, de amor, de ayuda, de darnos la mano y el corazón, de girarnos y atender a los más necesitados, a los más sufrientes, de nuestros hermanos.

* * *

La liturgia de este tercer domingo de Adviento, a menos de quince días de la Navidad, está toda ella penetrada de alegría. Porque el Señor está cerca. Porque la alegría es un don de Dios. De nuestro Padre que es alegre y quiere que nosotros compartamos su alegría. Pidamoslo con confianza y fe en esta Eucaristía.

EQUIPO MD
MISA DOMINICAL 1998/16 11-12


31.

1. Lecturas de la Misa del día Isaías 35, 1-6a. 10 : "Decid a los cobardes de corazón: sed fuertes, no temáis. Mirad a vuestro Dios... Viene en persona.. y os salvará".

Carta de Santiago 5, 7-10 : "Tened paciencia.... hasta la venida del Señor... {El Señor} está ya cerca".

Evangelio. Mateo 11, 2-11 : "¿Eres tú el que ha de venir o hemos de esperar a otro...?"

2. Preludio: esperanza demasiado prolongada se quiebra

La pasión ardiente de esperanza y la actitud moral esperanzada -piezas claves en la vida humana- tienden a ser fuertes y a soportar audazmente las pruebas. Educarse para no sucumbir fácilmente ante las adversidades es lección de vida sana y aguerrida ...

Pero ni la pasión en su ardor ni la virtud en su tesón soportan en el hombre excesos de prolongación en el tiempo de espera y de sobrecarga en la dureza ... Somos hombres/mujeres y nada más que eso. Ni tan fuertes en el dolor y esfuerzo como las bestias, ni tan hipotéticamente resistentes e insensibles como superastronautas ...

Resulta muy dífícil pre-determinar cuándo un enamorado va a caer en desesperanza y crisis, por desamor; cuándo un pueblo hambriento -como el Sudán- se hará incrédulo, desespe-ranzado de solidaridad, si las promesas de pan le van resultando fallidas; cuándo los jóvenes y las mujeres, sobre todo, serán presa de crisis aguda, mortal, si no hay o se les cierran puestos de trabajo .... Hombre o mujer sin esperanza somos una ruina ....

A su modo, en el plano sobrenatural, también la virtud teologal de la esperanza, que, en frase del gran poeta y místico carmelita, "tanto alcanza cuanto espera", requiere en el hombre creyente discernimiento y prudencia para no esperar la realización de sueños inalcanzables ni comprometerse en menos que en la perseverante, fiel y confiada esper de la vida eterna ....

Todo eso, como introducción al mensaje de esperanza y al de paciencia perseverante que nos dan los textos litúrgicos del día al presentarnos en formas muy distintas, pero complementarias, el optimismo, la grandeza, la fortaleza, la prueba y la confianza inherentes a la esperanza cristiana en el Adviento.

3. Isaías o el optimismo en la actitud de esperanza mesiánica

La primera lectura sigue presentando el rostro alegre de la esperanza religiosa de un pueblo que confía en su Dios y que está seguro del cumplimiento de las promesas mesiánicas. Su actitud humana-religiosa es positiva y valiente, como la de un hijo confiado en su padre / su madre que sabe arriesgarse cuando le piden que arriesgue y que se entregue al futuro con esperanza, sin desfallecer .... Si el hijo fuera pesimista y comodón, en vez de arriesgar comenzaría pronto a cultivar "desilusiones" y "desesperanzas", rindiéndose cobardemente a las primeras de cambio, en su lucha con las adversidades ....

Observemos al Isaías optimista. Confiando en Dios, pone primero su mirada profética en los complacientes ojos de Él, revelador de la verdad, y luego, la baja y la proyecta hacia el horizonte terreno de la historia de su pueblo (y de todos los pueblos) ... Aquí, fascinado por la luz, contempla todo lo que con la fuerza de la gracia se podría cambiar: desiertos reverdecidos, manos débiles que se robustecen, corazones colmados de odio que rebusan piedad, oídos sordos que escuchan al Mesías, extraños que se tornan familiares, días de catástrofes que dan ocasión a vuelcos de generosidad, dinero mal adquirido o viciosamente amado que va a las manos de los menesterosos y explotados ..... ¡Una maravilla de evangelio anticipado!

Pero ¿a quiénes habla Isaías de ese modo tan fantástico? Primero a su pueblo desterrado que hambrea las vistas de Jerusalén y su paz con amor y trabajo; luego, a todos los amigos de Dios que queramos testificar con obras nuestra capacidad de cambiar el mundo del odio y de las guerras por el mundo del amor fraterno y solidario... ¿Estamos entre ellos, con el corazón, los bolsillos, la mentalidad, la política... hechos a la medida del hombre, hijo de Dios?

4. Esperanza verdadera, esperanza probada

La carta de Santiago, escrita con mentalidad apocalíptica, se refiere principalmente al advenimiento de aquel instante que será el final de nuestra historia y salvación ... Pero su aplicación resulta igualmente válida para tomar postura prudencial ante el Adviento del Hijo de Dios encarnado, e incluso ante cualquier etapa conclusiva de esfuerzos históricos en la iglesia, sociedad, comunidad o familia ...

El asunto, sin embargo, y el lenguaje de Santiago parece que se presentan un poco a contrapelo de las actuales urgencias, prisas, falta de meditación, prontitud en la obtención de títulos, derechos, rendimientos, éxitos, dinero ... A nuestra humanidad del siglo XX, habituada en su primer mundo a las conquistas de la ciencia y a sus derivaciones sociales.. , todo lo que no sea vivir en camino, en cambio, al día ... , le parece frustrante. Decirle que "aguarde paciente los frutos", que se mantenga firme "en la paciencia", que se mire en el "ejemplo de sufrimiento y de paciencia de los profetas...", le resulta anacrónico.... Aunque, claro, cuando se quiebre su equilibrio psíquico, precisará de una terapia "paciente y perseverante"; cuando la droga le esclavice, necesitará deshacer "todo el proceso de su ruina lentamente"; y cuando el amor conyugal se le enfríe, "le faltará meditación y sosiego para resistir pasiones de venganza....."

No nos engañemos. La prueba en esperanza paciente, perseverante, es salvífica ....

5. Señor ¿eres tú nuestro esperado ...?

Como tántas otras veces, el texto del evangelio es de una riqueza psicológica impresionante... Nos traslada a la vida de Jesús, en campaña, atrayendo discípulos de entre los seguidores de Juan Bautista ... Y nos presenta a éste como confuso sobre la actitud que debe tomar ante el fenómeno "Jesús" que ha irrumpido en la historia religiosa del pueblo ... Él, Juan, también lo hizo con unos años de anterioridad, viniendo del desierto como un "iluminado" ... Pero el caso "Jesús" le sorprende: por su estilo, catequesis, psicología, lectura de la Escritura, autoimplicación en el proceso de liberación espiritual de Israel....

Juan, muy consciente, y con magnífica pedagogía, decide no ir él mismo a Jesús sino que envía a dos discípulos con el mensaje que han convenido: Señor, nosotros somos de los que vivimos la esperanza de Israel, el advenimiento del Mesías prometido; ¿eres tú el cumplimiento de las promesas? .... Jesús, complaciente, les responde de forma atípica, con gestos contundentes para el buen entendedor : ved mis obras en ciegos, cojos, sencillos; tomad nota de cómo me comporto con tribunos, escribas, fariseos...; y, sobre todo, fijaos en mi evangelización de los pobres ... Si eso os dice algo, es que el Mesías ya ha llegado ... Si no os dice nada, podéis perder toda esperanza ......

6. Epílogo para hombres honrados: ¿somos nosotros los esperados? Después de leer una y otra vez los textos litúrgicos del día, sería bueno que nos interrogáramos como discípulos de Jesús , de aquél cuya presencia el mundo "espera":

- visto nuestro modo de vivir en el mundo e iglesia, ¿cuánta gente habrá sentido la tentación de preguntarse y preguntarnos: "sois vosotros los cristianos que esperábamos o hemos de esperar a otros que nos iluminen...?

-¿en qué medida y frecuencia nos falta hoy a los cristianos paciencia y perseverancia tanto en la vida orante como en la vida apostólica-misionera...?

-¿estamos contribuyendo nosotros a poner al borde de la desesperación a miles o millones de hombres, mujeres y niños cuando no erradicamos la explotación, el egoísmo, la insolidaridad mental-cordial-económica?

·DOMINICOS
Convento de San Gregorio. Valladolid
Orden de Predicadores


32.

¿Eres tú el que ha de venir o tenemos que esperar a otro?

REFLEXIÓN EL TEXTO

La situación que nos marca el texto sería algo parecido a lo siguiente: Jesús ha comenzado a predicar fuera de los círculos de Juan el Bautista, dónde había comenzado; su fama crecía día a día por sus prodigios y su sabiduría. Al mismo tiempo, Juan el Bautista había sido encarcelado y no veía pronta su liberación. Pero el problema era que Juan, con unos esquemas del Antiguo Testamento, había anunciado un mesías de violencia, que vendría con “el bieldo en la mano”, y Jesús no actuaba de tal manera, sino que sanaba a los enfermos y proclamaba la justicia y la paz para los oprimidos. Por eso Juan pregunta: “¿eres tú el que ha de venir?” Juan no comprendía bien por qué este cambio de modelo. Jesús no quería lidiar con la figura de mesías, pues ésta tenía múltiples interpretaciones, incluso contradictorias. Por eso Jesús habla más bien del Reino de Dios, o del reinado de Dios entre los hombres. Para dar este giro se vale de las figuras del Antiguo Testamento, en concreto de Isaías. Al hablar de que los ciegos veían y los cojos andaban y que la Buena Nueva se les predicaba a los pobres, Jesús estaba situando sus acciones en relación a la anunciada por el profeta Isaías (primera lectura de hoy). Ésta práctica en Isaías sería señal de la presencia de Dios entre su pueblo. Por eso, interpretando la respuesta de Jesús, podemos decir que él busca hacer clara la presencia del reinado de Dios, más que proclamarse como mesías.

ACTUALIDAD

La pregunta que nos puede surgir hoy es la siguiente: ¿sólo haciendo milagros se hace presente el Reino de Dios? Porque si fuera así, podríamos afirmar que estamos lejos del Reino. Pero gracias a Dios no es este el mensaje de Jesús. Para él los milagros que hacía eran una manera de introducir de nuevo a la sociedad a todos aquellos que eran excluidos, olvidados, rechazados en su tiempo. En aquel entonces, un enfermo era un rechazado de Dios y por lo tanto de la sociedad. Por eso, al curarlos, Jesús intentaba hacerles ver que Dios estaba con ellos, que no los rechazaba, sino que los amaba y los reintegraba a la sociedad. Por lo tanto, los milagros los podemos seguir haciendo cuando nosotros no nos dejemos llevar por los mecanismos sociales que excluyen a algunos de ciertos privilegios. Así, el pobre está muchas veces excluido de una buena educación, o el pordiosero está considerado como persona “no deseable” de verle en las calles; la mujer no puede ocupar puestos de decisión (muchas veces) y los discapacitados no tiene como subirse al metro o a la mayoría del transporte público por que “es muy caro” tomarlos en cuenta. Esta era la gente que Jesús trató de reintegrar a la vida social con sus milagros. Al parecer lo que Jesús busca es “acabar con las estructuras de violencia” de la sociedad, instaurando estructuras de mayor comprensión, tolerancia y respeto a las libertades y limitaciones del otro. Pero muchas veces creo que nosotros lo hemos comprendido un poco mal, pues queremos que todos crean, y actúen como nosotros creemos y actuamos. Quien no lo haga así, lo “excluimos” de nuestro horizonte de relaciones. Hemos estrechado el mensaje de Jesús a unas cuantas prácticas religiosas, a veces hasta excluyentes, y hemos dejado fuera toda la fuerza social que implica aceptar plenamente el mensaje del Reino.

PROPÓSITO

Hay una frase del profeta Isaías que me parece ilumina mucho la enseñanza final de este evangelio: “Mis pensamientos no son vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos” (Is 55,8). ¿Cuál es la imagen del Reino de Dios que nosotros poseemos? ¿Si la comparamos a la que Jesús nos presenta hoy, encontramos semejanza? El salvador, ha venido, y se ha quedado con nosotros, esto es lo que celebramos en Navidad. Pero, ¿seríamos capaces de reconocerlo si nos lo topáramos de frente? Busquemos confrontar nuestros criterios con los criterios de Jesucristo. Busquemos romper con las estructuras de exclusión, con las actitudes de rechazo que vivimos como sociedad y en nuestras familias. Sigámonos preparando para la llegada de nuestro salvador transformando nuestra visión de la salvación según los criterios que el Evangelio nos ha presentado hoy.

Héctor M. Pérez V., Pbro.


33. COMENTARIO 1

¿LO CONOCEIS?

En otras épocas, las cosas estaban más claras: los que creían, creían todos lo mismo; los que no creían... ¡allá ellos!

Hoy, sin embargo, son muchas las voces que pretenden hablar en nombre de Jesús y diversos los mensajes que en su nombre se proponen. ¿Somos nosotros capaces de descubrir cuál es su auténtico mensaje? ¿Hay algún medio fiable para reconocerlo?

¿ Qué podemos responder a la pregunta que sirve de título a una popular canción religiosa: «¿Lo conocéis?»?



EL MESÍAS DE JUAN

Según Juan Bautista, era misión del Mesías ser el instru­mento por medio del cual Dios iba a devolver a su pueblo la libertad, la dignidad y la justicia.

A los dirigentes religiosos y políticos (fariseos y saduceos) y al mismísimo rey Herodes les anunció que Dios les iba a dar su merecido por ser los directos responsables de la injusticia (Mt 3,7-12; 14,3-4); al pueblo le dijo que se preparara, rom­piendo con esa injusticia, para el difícil y terrible juicio que se acercaba: «Enmendaos, que está cerca el reinado de Dios» (Mt 3,2).



LAS DUDAS DE JUAN

Confiado porque sabía que estaba de la parte del Dios liberador de Israel, denunció con valentía los abusos de los poderosos. Pero... Un día el rey Herodes, presionado por su amante, lo detuvo y lo encerró en la cárcel (Mt 14,3ss).

Seguro que entonces se le agolparon en la mente un torren­te de preguntas. ¿Qué estaba pasando? ¿Cuándo se iba a reali­zar el juicio de Dios? ¿Cuándo iban a ser castigados, de una vez por todas, los culpables? ¿Cómo es que Dios no establecía ya con su poder la justicia? ¿Vencerían de nuevo los de siem­pre? ¿Se habría vuelto a olvidar Dios de su pueblo? Quizá aquél no era todavía el Mesías. Y si lo era, ¿por qué no hacía nada por librarlo de la cárcel? Estas eran las dudas del Bau­tista.



VIDA Y LIBERACION

Por medio de dos de sus discípulos, Juan plantea la cues­tión al mismo Jesús: «¿Eres tú el que tenía que venir o esperamos a otro?» En su respuesta, Jesús se remite a los hechos:

-«Id a contarle a Juan lo que estáis viendo y oyendo».

Lo que presenta como pruebas para que Juan sepa y crea que él es efectivamente el Mesías son las cosas que hace y el mensaje que predica; son hechos y palabras de liberación y vida: «Ciegos ven y cojos andan, leprosos quedan limpios y sordos oyen, muertos resucitan y pobres reciben la buena no­ticia». Esas son las señales del Mesías; eso es lo que sobre él anunciaron los antiguos: por medio de él Dios devolvería al pueblo la vida y la libertad que los poderosos le habían arrebatado. Cojos, ciegos, leprosos, sordos, muertos..., invalidez, oscuridad, marginación, muerte... A ese estado habían llevado al pueblo.



OTRO MESÍAS, OTRO DIOS, OTRO HOMBRE

Jesús era, en efecto, el Mesías, pues daba vida y libertad. Pero entonces...

Juan Bautista no sabía que la misión del Mesías no era juzgar al hombre, sino darle la posibilidad de crecer y hacerse adulto, dejando de ser -también en sus relaciones con Dios- infantil. Sabía que Dios quiere la libertad del hombre, pero no sabía que Dios también quiere que sean los hombres quie­nes conquisten su propia libertad; y sabía que Dios emplea toda su fuerza en favor de la liberación de los hombres; pero no sabía que la fuerza del Padre de Jesús no es el castigo que esclaviza por el miedo, sino el amor, infinitamente eficaz si es aceptado, pero del todo inútil si se rechaza. Sabía que Dios no soporta la injusticia ni la opresión de los pobres; pero no sa­bía que la solución a esos problemas no iba a bajar milagrosa­mente del cielo. Dios, por medio de su Mesías, estaba ya ense­ñando cual es el único modo de resolverlos definitivamente: poniendo en práctica la buena noticia, el evangelio que Jesús anunciaba a los pobres, cada hombre y cada pueblo podría obtener de Dios la vida y la liberación definitivas; pero el hom­bre debería colaborar en su propia liberación.



¿LO CONOCEIS?

A Juan Bautista le costó trabajo reconocer, en Jesús, al Mesías. ¿Y nosotros? ¿Lo conocemos? ¿Lo reconocemos?

A un Dios que no nos resuelve nuestros problemas, sino que nos exige comprometernos en su solución, ¿ lo recono­cemos?

A un Mesías partidario de la teología de la liberación (= ciencia del Dios liberador), en su sentido más radical y profundo, ¿lo reconocemos?

¿Y a un hombre adulto, responsable de su propio destino por voluntad de Dios?

Estas son las señales del Mesías, los rasgos mediante los cuales se puede reconocer el mensaje de Jesús: allí donde se anuncia y se pone en práctica, los hombres son más humanos, más felices, y están más llenos de vida, de libertad, de amor.

Y ya, desde ahora.


34. COMENTARIO 2

vv. 2-6. Juan Bautista está en la cárcel (cf. 4,12). Allí se entera de las obras que realiza el Mesías, a quien él había reconocido en su bautismo (3,14). Por medio de dos discípulos, le manda recado. Los discípulos de Juan han aparecido antes (9,14); apegados al estilo de vida fariseo, no comprendían a Jesús. Juan se sirve de ellos para proponer a Jesús una pregunta que revela su propia indeci­sión: «¿Eres tú el que tenía que venir o hemos de esperar a otro?» «El que había de venir» fue la expresión utilizada por Juan para anunciar la llegada del Mesías-Esposo (3,11). La pregunta remite, por tanto, directamente a aquel pasaje, y esto explica su sentido.

Juan había anunciado un Mesías cuyo bautismo tendría carácter de juicio; separaría a los que habían respondido a su predicación, siendo para ellos la efusión del Espíritu; pero, por otro lado, para los que no habían practicado la enmienda, en particular para los círculos de poder, fariseos y saduceos (3,7ss), significaría la des­trucción (fuego).

Esta idea central de juicio fue desarrollada por Juan con la imagen del hacha puesta a la raíz del árbol (3,10) y del labrador que reúne el trigo y quema la paja (3,12). Nada tiene de extraño, pues, que ante la actividad de Jesús, quien hasta ahora no se ha enfrentado directamente con las minorías dominantes ni da sen­tencia condenatoria, sino que soporta la oposición (9,11-13.14), Juan se pregunte si verdaderamente es el Mesías o si es otro el que va a realizar el juicio que se espera. Juan concibe a un Mesías que va a actuar con la fuerza y va a derribar a los que ejercen el poder. El hecho de que esté en la cárcel puede indicar que de la actividad de Jesús esperaba su propia liberación (cf. Is 61,1).

La respuesta de Jesús a los emisarios remite precisamente a sus obras (4s). Estas se describen con términos proféticos que anunciaban el rescate del pueblo para emprender el éxodo definiti­vo (Is 35,5s) o que describen la salvación (Is 29,18; 26,19). Como se ha expuesto en los episodios anteriores (8,2-9,34), son figuras de la liberación que va haciendo Jesús del pueblo (ciegos, sordos, leprosos, muertos). Se añade la proclamación de la buena noticia a los pobres (Is 61,1). Todos los rasgos con que Jesús describe su acción son de liberación y curación, ninguno de juicio. A pesar de las fuertes reminiscencias de Is 35,5s y 61,1 en Mt 11,5, no hay alusión alguna a Is 35,4 y 61,2, donde se contempla un día futuro de ven­ganza y desquite. Jesús se apoya en algunos textos proféticos, pero deja de lado otros. No toda la elucubración mesiánica basada sobre textos del AT tenía validez.

Termina Jesús su exposición con un aviso, que es al mismo tiempo una bienaventuranza: «Dichoso el que no se escandalice de mí» (6), es decir, el que acepte su modo de obrar y, con él, su persona y misión. Es un aviso y una recomendación a Juan. Se re­fleja aquí el diálogo entre Juan y Jesús con ocasión del bautis­mo (3,14s). Juan no entendía que el Mesías solicitara su bautismo, y Jesús le hizo comprender que este símbolo de muerte resumía la voluntad del Padre sobre ellos dos. Pero Juan no ha terminado aún de entender lo expuesto entonces por Jesús.



vv 7-11. Dada la respuesta a los emisarios de Juan, Jesús hace su elogio ante las multitudes. Sus preguntas van en crescendo. Juan no ha sido un hombre que haya contemporizado con los poderosos (cf. 3,7-12) ni haya vacilado ante la violencia; tampoco ha vivido en el lujo (alusión al vestido y modo de vida de Juan, 3,4).

Claramente, el pueblo consideraba a Juan un profeta (cf. 21,26), pero Jesús va más allá: es más que profeta (9), por ser el precursor del Mesías. Lo apoya con un texto (10) que combina dos del AT. Su primera parte corresponde a Ex 23,20. Juan va a preparar el éxodo definitivo, que será obra del Mesías, y cuya tierra prometida es el reinado de Dios. Todo el texto se inspira también en Mal 3,1. «Tu camino» es en Mal 3,1 el camino de Yahvé; en Mt se aplica a Jesús; él, como es «Dios entre nosotros», va a conducir el éxodo (10). Con introducción solemne («Os aseguro»), establece una contrapo­sición: afirma la excelencia de Juan sobre todos los personajes históricos que lo habían precedido, pero, al mismo tiempo, afirma que el más pequeño en el reino de Dios (alusión a los discípulos, a los que en 10,42 ha calificado de «pequeños») es más grande que él. Marca así Jesús la diferencia entre la época del AT y la que comienza con él. Juan estaba a la puerta del reino de Dios como anunciador de su cercanía (3,2), pero la distancia entre el reino y los hombres sólo puede ser salvada por la adhesión a Jesús.

Por decirlo así, Juan ve ya la tierra prometida, pero no puede entrar en ella. Con su bautismo ha sacado a la gente de la institu­ción judía hasta la orilla del Jordán (3,5s), pero el paso del Jordán para entrar en la tierra está reservado a Jesús, nuevo Josué. Los que participan del reino gozan de una realidad de la que Juan no ha podido participar (11).




35. COMENTARIO 3

Nos acercamos cada vez más a la gran solemnidad de la Navidad, a la conmemoración gozosa del nacimiento del Señor, hace ya más de 2000 años; a la renovación de nuestra esperanza en que, así como Jesús vino un día a entregarnos el Evangelio, así volverá también algún día, como Señor omnipotente, a pedirnos cuentas de él. Hoy leemos en Isaías un pasaje similar al del domingo pasado. El profeta anuncia al castigado pueblo de Judá una renovación total del mundo. La tierra castigada por la sequía, los campos marchitos y resecos volverán a ser como antaño, como en el paraíso terrenal antes del pecado, como los lugares más hermosos, hospitalarios y fecundos que conozcamos. El pueblo deportado a regiones lejanas regresará a Sión, a Jerusalén, entre cantos de júbilo. Se anuncia la alegría, la derrota de las penas y el dolor. ¿Demasiado optimismo? ¿Un sueño irrealizable? Pero las palabras del profeta se cumplieron varias veces, cuando efectivamente los israelitas regresaron de Mesopotamia a su querida tierra, reedificaron el templo y volvieron a adorar a su Dios.

Un pequeño pasaje de la carta de Santiago nos exhorta a tener paciencia y esperanza. Como la del labrador que espera de la tierra el fruto de sus fatigas. Nos dice que el Señor está cerca, tanto que nos aprestamos a celebrar su nacimiento, está tan cerca que no hay que perder tiempo y debemos estar dispuestos a responder al único juez de nuestras vidas, que no nos pedirá cuentas sino del amor.

Metido en la cárcel por los caprichos de Herodes Antipas y su ilegítima mujer Herodías, Juan Bautista envía a preguntar a Jesús si de verdad es el Mesías. ¿Acaso no lo había señalado él entre la multitud, y lo había bautizado en las aguas del Jordán? Juan Bautista quiere asegurarse, antes del martirio, de que no ha trabajado en vano, quiere escuchar las palabras de gracia de la boca de Jesús, saber cómo realiza concretamente su misión. Jesús no le responde con declaraciones de autenticidad, con argumentos teológicos. Pone prácticamente ante sus ojos a los ciegos que ven, los sordos que oyen, los lisiados que caminan, los leprosos curados, los muertos que vuelven a la vida. Por encima de todo, la señal del verdadero Mesías: que a los pobres se les está anunciando la buena noticia, el evangelio de su liberación.

Después, ante la multitud que ha sido testigo de la embajada del Bautista, hace Jesús un alto elogio de su precursor: no es una caña en el desierto sacudida por el viento, como ese Herodes Antipas que lo tiene preso y que hacía imprimir en su monedas la imagen de una caña como símbolo de su poder; tampoco es un farsante ricamente vestido como tantos dignatarios del tetrarca que lo adulaban en su palacio de Tiberíades. Es simplemente un profeta, más que un profeta, el definitivo, el profeta escatológico que debía preparar los caminos del Mesías. El más grande, dice Jesús, entre los nacidos de mujer. Aunque inmediatamente añade que el más pequeño en el Reino, cualquiera de nosotros si queremos, es más grande que Juan.

A nosotros se nos ha confiado el Evangelio de Jesús. Después de 2000 años de su presencia en el mundo, los males se han multiplicado, sobre todo para los millones de seres humanos que, a pesar del progreso y de la técnica, siguen sumidos en el dolor y en la miseria. ¿Será también así en este tercer milenio que apenas comenzamos? De nosotros depende, como en su momento dependió de Isaías, de Juan Bautista, de Jesús, que en el mundo se manifieste de verdad el amor misericordioso de Dios que no quiere que suframos de ninguna manera.

  1. R. J. García Avilés, Llamados a ser libres, "Seréis dichosos". Ciclo A. Ediciones El Almendro, Córdoba 1991
  2. J. Mateos - F. Camacho, El Evangelio de Mateo. Lectura comentada, Ediciones Cristiandad, Madrid.
  3. Diario Bíblico. Cicla (Confederación internacional Claretiana de Latinoamérica).