COMENTARIOS AL EVANGELIO
Mc 1, 1-8

 

1. J/MESIAS: J/HIJO-DE-D: EV/QUÉ-ES:

Palabra "evangelio" y su significado. El helenismo consideraba como "alegre noticia" el nacimiento de un príncipe, de un heredero del trono. El día del nacimiento del divino Augusto significó para el mundo el comienzo de la alegre noticia, se lee en una famosa inscripción de aquella época.

Pero no es así como piensa Marcos. Para él el evangelio -o sea, la alegre noticia que nos llena de gozo y de esperanza- es Jesús, su persona, su historia, su predicación. Podemos entonces traducir de este modo: comienzo de la alegre noticia que consiste en el hecho de que Jesús de Nazaret (ese Jesús que llevó una vida humilde, que escogió el servicio y la cruz) es el Mesías, es el Hijo de Dios.

Así, pues, Marcos pone al comienzo de su narración dos profesiones de fe, en torno a las cuales se desarrollará toda su meditación sucesiva: Jesús es el Mesías (este título lo explicará en su sentido exacto en 8, 29) y Jesús es el Hijo de Dios (para comprender su significado profundo y sorprendente hay que leer 15, 39). Al leer 8, 29 (y su contexto) nos vemos invitados a pasar del Mesías al hijo del hombre: Jesús es Mesías, pero no en la línea política y nacionalista, sino de la cruz. Al leer 15, 39, llegamos a comprender que Jesús es verdaderamente un Hijo de Dios para nosotros, un Dios que ama al hombre y que se revela en el amor (así es como lo comprende el centurión, ejemplo de catecúmeno que ha logrado captar el misterio).

Pero insistamos un poco más. El título de Hijo de Dios tiene claramente el sentido teológico tan denso que le atribuía la comunidad postpascual del tiempo de Marcos. Es un título que Marcos utiliza con cierta sobriedad. Lo utiliza sobre todo en tres textos importantes: en el bautismo (1, 11), en la trasfiguración (9, 7) y en la profesión de fe del centurión al pie de la cruz (15, 39). Hay diversas maneras de pensar en el Hijo de Dios. Parecería lógico, por ejemplo, concebirlo únicamente en la línea de la gloria y del poder. Pero Marcos nos cuenta más bien unos hechos que nos obligan a concebirlo en la línea de la pobreza y del sufrimiento. Esta es la tesis central de su evangelio, como veremos. Pero ya los tres textos citados -bautismo, trasfiguración, la cruz- son, a este propósito, muy significativos. El bautismo coloca la vocación mesiánica de Jesús en la línea del Siervo de Dios, de quien habló Isaías: un proyecto de salvación que pasa a través del servicio y de la muerte por los demás. La trasfiguración se coloca después del anuncio de la pasión y tiene la finalidad de revelar de antemano a los discípulos que la cruz encierra la resurrección.

Finalmente, es precisamente ante Jesús moribundo donde se convierte el primer pagano: el centurión reconoce en Jesús al Hijo de Dios no porque vea algún prodigio, sino porque lo ve morir. El título programático del evangelio de Marcos no se limita a presentar a Jesús como Hijo de Dios. Quiere demostrar que el hecho de que Jesús sea Hijo de Dios es evangelio para nosotros, es una buena noticia esperada y sorprendente a la vez. Jesús no es un Hijo de Dios para él, sino para nosotros. La prerrogativa de ser hijos de Dios no se refiere sólo a él, sino también a nosotros. En el hecho de que Jesús sea Hijo de Dios está encerrada nuestra liberación.

En definitiva, la "alegre noticia" consiste precisamente en la continuidad entre el Jesús de Nazaret y el Señor resucitado; consiste en el hecho de que el Hijo de Dios y su salvación se han manifestado en Jesús y en lo que ocurrió con él (en su solidaridad con los hombres, con los más humildes; en su amor obstinado, derrotado, pero victorioso). Si el Hijo de Dios se hubiera manifestado en las formas espléndidas del emperador, no habría sido una "alegre noticia": no habría sido ninguna novedad, ninguna liberación ni esperanza. Y si la historia de Jesús de Nazaret (su amor, sus opciones, su anuncio) se hubiera detenido en la cruz, tampoco habría sido una alegre noticia: habría sido una prueba más de que el amor es derrotado, de que la esperanza de los humildes y de los mártires es inútil. La "alegre noticia" está en el hecho de que Jesús de Nazaret, el crucificado, ha resucitado (16, 6), es el Hijo de Dios, es el Señor.

Es importante mantener unidos estos dos aspectos de Jesús: hombre y Dios, crucificado y resucitado, Jesús de Nazaret y Señor. En esta unión es donde está la buena noticia. Es tarea de la Iglesia (y esto es lo que Marcos quiere explicar) no solamente hablar de Dios, sino del Dios que se ha revelado en Jesús de Nazaret, en el amor, en la solidaridad, en el gesto del hermano que se siente tan afectado por nosotros que llega a dar su vida por rescatarnos. Es que a Dios se le puede proclamar de diversas maneras. Pero tampoco es tarea de la Iglesia el hacer simplemente comunión, solidaridad y fraternidad; es preciso indicar en la comunión la presencia de Dios, como lo hizo el centurión, cuando "al ver cómo había expirado, dijo: Verdaderamente era Hijo de Dios".

BRUNO MAGGIONI
EL RELATO DE MARCOS
EDIC. PAULINAS/MADRID 1981.Pág.15 s


2.

Leemos el principio del evangelio de Marcos, que es el único de los cuatro que empieza directamente por la presentación de aquel que abre el camino a Jesús: Juan Bautista. Marcos es también el único que utiliza la palabra "evangelio" para iniciar su escrito. "Evangelio" (=buena nueva, gran noticia) no quiere decir tan sólo unos relatos sobre Jesús, sino más bien una proclamación de lo que Jesús es y significa. Por eso indica el evangelista los tres títulos que resumen quién es el personaje que será proclamado a lo largo de las páginas siguientes: Jesús (persona concreta), Cristo (realizador de las promesas), Hijo de Dios (punto de referencia universal, presencia de Dios para todo hombre, como se verá en la profesión de fe del centurión al pie de la cruz).

Juan Bautista es quien invita a mirar hacia este Jesús. La primitiva tradición cristiana aplicó a él el texto de Isaías que hoy leemos en la primera lectura: aquella presencia del Señor que el profeta veía realizada en el retorno del exilio, ahora se realizará plenamente en Jesús (el texto, sin embargo, no es solamente de Isaías: se le ha añadido un versículo de Mal 3,1).

Juan es un profeta probablemente relacionado con los monjes ascetas de Qumrán, que presiente cercana la irrupci6n de Dios para transformar el mundo, y llama a la conversión y a prepararse. Lo hace con tonos duros y su misma imagen ascética personal tiene también este tono. Es posible que este personaje "más poderoso" que anuncia, lo imaginase él como una reaparición de Elías (sin embargo, Jesús dirá que Elías es Juan: Mt 11,14; cfr. todo 11,1-19).

Lo importante es el anuncio final: Juan invita a prepararse, y el agua es la señal de la conversión-preparación; Jesús, en cambio, vendrá a transformarlo todo y a todos con la fuerza del Espíritu de Dios.

JOSEP LLIGADAS
MISA DOMINICAL 1993/15


3.

Resulta sorprendente que el «evangelio de Jesucristo» comience con las obras y palabras del Precursor. La razón es que en el Bautista han ido a parar todas las palabras y promesas del AT, que ahora alcanzarán en Jesucristo su última expresión y su cumplimiento. Hay una coherencia entre lo que dice Juan y lo que hace, entre su mensaje y su vida. Aparece en el desierto llevando una vida nada convencional; aparece solo frente a todo el pueblo. Así es el profeta. Y los que le escuchan deberán abandonar antes las ciudades y la tierra cultivada. Juan llama a penitencia, que quiere decir cambio de la mente y del corazón, del hombre y de su contorno cultural. El que hace penitencia se sumerge en el futuro de Dios, que esta viniendo, y deja atrás un hombre viejo y un mundo viejo. Esto es lo que simbolizaba el bautismo de Juan.

EUCARISTÍA 1993/55


4.

La traducción del primer versículo y la articulación del mismo con el segundo distan mucho de gozar de unanimidad entre los traductores y los exegetas. Las ofrecidas en el texto litúrgico no me parecen las más adecuadas.

Propongo el siguiente texto: Comienzo de la buena noticia traída por Jesús, Mesías e Hijo de Dios, según está escrito...

La buena noticia a la que aquí se refiere Marcos no es la obra o evangelio que él se dispone a escribir, sino el breve mensaje proclamado solemnemente por Jesús en Mc. 1,15. La buena noticia es la llegada del Reino de Dios. Jesús no forma parte del contenido de la buena noticia, sino que es portador o comunicador de la misma, el portador o comunicador autorizado por cuanto que es el Mesías y el Hijo de Dios.

El comienzo de la buena noticia es Juan, presentado o releído por Marcos a la luz de un texto del profeta Malaquías y de otro del profeta Isaías. Dos viejos textos proféticos agrupados por Marcos bajo el único nombre de Isaías.

Basándose en estos textos Marcos presenta a Juan como mensajero y voz preparatoria de Jesús. Esta función la realiza a través de su actividad bautismal, pero sobre todo a través de su actividad oral de los dos últimos versículos del texto, con referencia explícita a Jesús.

Jesús es anunciado como más poderoso que Juan, a quien Juan no merece desatar las sandalias. Esta imagen gráfica no está tomada del mundo de la esclavitud, como habitualmente se dice, sino que pertenece al ámbito del derecho.

Desatar las sandalias tenía alcance jurídico y designaba el reconocimiento de la primacía o del derecho del desatante sobre el desatado. Con su afirmación de que no merece desatar a Jesús las sandalias, Juan está reconociendo el poderío, la primacía, el derecho de Jesús sobre él. Un poderío que el propio Juan aclara por la diferencia existente entre el agua y el Espíritu Santo. Es bastante probable que el verbo bautizar del último versículo haya que entenderlo en su sentido básico y primario de sumergir. Yo os sumerjo en agua, pero El os sumergirá en Espíritu Santo.

Si le preguntáramos al mensajero Juan qué entiende él por conversión, su probable respuesta sería la siguiente: la transformación moral por medio del arrepentimiento, una revolución espiritual mediante la renuncia, el abandono de la sociedad y el exilio al desierto.

Juan mismo, en calidad de convertido, daba ejemplo de lo que pedía, viviendo fuera de la sociedad y reeditando el antiguo inconformista que fue Elías, a quien imitaba en reciedumbre y forma de vestir.

En Juan y en Elías, los dos modelos convertidos que el texto de hoy nos propone, hay un denominador común, un mismo arquetipo: salida.

¿Será hoy necesario realizar esa salida, entendida como abandono de la sociedad y marcha al desierto? Todos los fines de semana se produce algo de esto, aunque no por conversión.

Sí, la salida es necesaria. Entendida, sin embargo, como arquetipo de conversión, la salida no implica necesariamente un cambio de lugar geográfico. Basta con estar en la sociedad sin vivir como vive la sociedad.

A. BENITO
DABAR 1993/02


5. ACI DIGITAL 2003

2. Véase Malaquías 3, 1; Isaías 40, 3; Mateo 3, 1 ss.; Lucas 3, 2 ss. La voz de Juan es como el trueno que conmueve los desiertos (S. Ambrosio); y sin embargo, Israel no escuchó su mensaje ni preparó el camino. De ahí lo que dice Jesús en Mateo 17, 11 - 13: Él les respondió y dijo: "Ciertamente, Elías vendrá y restaurará todo. Os declaro, empero, que Elías ya vino, pero no lo conocieron, sino que hicieron con él cuanto quisieron. Y así el mismo Hijo del hombre tendrá que padecer de parte de ellos". Entonces los discípulos cayeron en la cuenta que les hablaba con relación a Juan el Bautista.

4. El desierto en que San Juan predicaba y bautizaba se hallaba a tres o cuatro leguas al este de Jerusalén, entre esta ciudad y el Mar Muerto. Su nombre geográfico es "desierto de Judea". Acerca del carácter del bautismo de Juan véase Mat. 3, 6 y nota: "Y se hacían bautizar por él en el río Jordán, confesando sus pecados". Este bautismo no era sino una preparación de Israel para recibir al Mesías. Tampoco era un sacramento la confesión que los pecadores hacían, pero sí una manifestación del dolor interior, un medio eficaz para conseguir la gracia de arrepentimiento, condición del perdón.

Confrontado en el versículo 3; Mateo 3, 1: " En aquel tiempo apareció Juan el Bautista, predicando en el desierto de Judea" y Lucas 3, 2: "Bajo el pontificado de Anás y Caifás, la palabra de Dios vino sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto".

7. La conmoción que el Bautista con su predicación de penitencia y su modo de vivir produjo, fue tan grande, que muchos creyeron que él fuese el "Mesías" prometido. Para evitar este engaño, Juan acentúa su misión de "precursor" señalando con su dedo hacia Jesús: En pos de mí, viene uno... "Así como la aurora es el fin de la noche y el principio del día, Juan Bautista es la aurora del día del Evangelio, y el término de la noche de la Ley" (Tertuliano).

Véase Juan 3, 30 y nota:"Es necesario que El crezca y que yo disminuya". Como el lucero de la mañana palidece ante el sol, así el Precursor del Señor quiere eclipsarse ante el que es la Sabiduría encarnada. Esta es la lección que nos deja el Bautista a cuantos queremos predicar al Salvador: desaparecer. "¡Ay, cuando digan bien de vosotros!".