34 HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO - CICLO B
1-7

 

1. 

Las lecturas que acabamos de escuchar en este segundo domingo de adviento, contienen una serie de fases relativas a lo que podríamos llamar la "utopía" cristiana, es decir, el proyecto de un mundo mejor, en que desaparezcan los aspectos negativos del mundo actual. Vale la pena, por tanto, que la homilía de hoy la centremos en el análisis de las características esenciales de esa esperanza cristiana en unos tiempos utópicos, y en las consecuencias prácticas que tal esperanza conlleva.

-La "utopía" cristiana.

Sal/084. Fijémonos, sobre todo, en dos de los textos que hemos escuchado. El primero, en la segunda lectura, sacada de una de las cartas de san Pedro: "Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva en que habite la justicia". El segundo, en el salmo responsorial (que es un elemento que a menudo nos pasa por alto, y es lástima, porque forma parte también de todo el conjunto de la liturgia de la Palabra): "La misericordia y la fidelidad se encuentran, la justicia y la paz se besan; la fidelidad brota de la tierra, y la justicia mira desde el cielo".

A través de estos dos textos nos damos cuenta de que es propio de la actitud del cristiano esperar unos tiempos utópicos, descritos como "un cielo nuevo y una tierra nueva", y como un triunfo definitivo del amor, la paz y la justicia. Pero es muy importante que tengamos presente DE QUÉ CLASE DE UTOPIA SE TRATA, porque lo que llamamos "utopías" (literalmente: situaciones que no se dan en "ninguna parte") tiene el peligro de provocar dos reacciones contrarias: o bien suscita una reacción de violencia revolucionaria, si la gente cree que hay que poseer ahora mismo el mundo ideal y perfecto soñado en la utopía; o bien provocar una reacción de escapismo alienante, que todo lo deja para "un más allá" que no tiene nada que ver con nuestro mundo.

UTOPIA-CRISTIANA: A lo largo de la historia, los cristianos hemos caído en una u otra de esas dos reacciones contrarias, aunque más bien nos hemos dejado dominar por la segunda, es decir, por la creencia de que todo esto tan bonito que esperamos no es para tenerlo ya en este mundo, sino que todo ha de quedar diferido -casi como catapultado- a lo que se suele llamar "el otro mundo". La VERDADERA UTOPIA CRISTIANA, en cambio, intenta superar ambos escollos, trascendiéndolos. Por una parte, cree que el mundo mejor lo tenemos ya al alcance, porque en Cristo se ha realizado la máxima perfección humana. Pero, por otro lado sabe que debemos hacer y rehacer día a día la incorporación de todos los hombres a la obra de salvación que Cristo nos ha ganado y nos ofrece. YA/TODAVIA-NO: Según una expresión usada por la teología actual, el cristiano sabe que "ya" tiene ahora la realidad de la utopía, pero "todavía no" la posee en plenitud. Como dice la constitución "Lumen gentium" (n. 48) del Vat. II: "La plenitud de los tiempos ha llegado hasta nosotros y la renovación del mundo está irrevocablemente decretada y empieza a realizarse en cierto modo en el siglo presente, ya que la Iglesia aún en la tierra se reviste de una verdadera si bien imperfecta santidad".

-Ni impaciencia ni escapismos.

Entender bien el sentido de la utopía cristiana nos lleva a adoptar unas actitudes prácticas, que se apartan tanto de la impaciencia que quisiera cambiarlo todo inmediatamente, cuanto del escapismo espiritualista que se refugia en el anhelo del cielo, despreciando las realidades terrenales. Entender bien el sentido de la utopía cristiana nos da la posibilidad de tener sobre el mundo y los hombres una mirada lúcida, una mirada que sabe relativizar toda realización humana, porque no hay ninguna que cumpla perfectamente el ideal, y que sabe encontrar su verdadero valor, porque en toda obra de los hombres está presente y operante la fuerza de Cristo.

Es necesario superar antiguos prejuicios y SITUARNOS ANTE EL MUNDO EN UNA ACTITUD DE AMOR COMPRENSIVO y no con recelos y desconfianza. La Iglesia oficial, en cierto sentido, en estos últimos años ha realizado un cambio, casi una conversión, en cuanto a la manera de mirar las realidades terrenas, como muestra el ejemplo del texto litúrgico de la oración que diremos hoy después de la comunión. En el Misal anterior a la reforma del Conc. Vat. II, esta oración decía: "Enséñanos a despreciar las cosas de la tierra y a amar los bienes del cielo" ("terrena despicere et amare coelestia"). En cambio, el Misal actual, fruto de un cambio de mentalidad, nos hace decir: "Te pedimos, Señor, que nos des sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo"

-La Eucaristía, un ensayo de vida "utópica".

Hagámoslo así. Procuremos sopesar y apreciar las cosas de este mundo sin dejar de ver sus limitaciones. Y, sobre todo, procuremos vivir ya ahora, en este mundo y en esta historia, todas las realidades que Dios nos ha prometido en su Hijo JC. En la celebración eucarística, en cierto modo, lo intentamos:

La misa es un ensayo de fraternidad total; de vida gozosa, agradecida y pacífica; de superación de las diferencias. El mismo hecho de compartir entre todos el pan y el vino de la eucaristía es un signo de la utopía cristiana que nos impulsa a compartirlo todo con los hermanos.

J. LLOPIS
MISA DOMINICAL 1987/22


2. ADV/CV/CONSUMO 

Adviento no prepara sólo al Nacimiento de JC; prepara a acoger el Evangelio de JC. Así define Marcos -el evangelio que leeremos muchos domingos de este ciclo- el contenido de su libro: "El Evangelio de JC, Hijo de Dios". Evangelio, es decir, Buena Noticia. ADVIENTO ES UNA LLAMADA A PREPARARNOS REAL Y EFECTIVAMENTE PARA RECIBIR ESTA BUENA NOTICIA. No nos preparamos sólo para unos días de alegría navideña que nada cambien en nuestra vida. Ello es una trampa de la sociedad de consumo: te dan un "pirulí" que cuando has chupado sólo te queda el palo. Quien viene a nosotros es el Cristo, es decir, el Mesías, que quiere llevarnos a un Reino de libertad y de vida, de justicia y de amor. Creer en este Mesías es unirse a su camino que pasa ahora por nuestra historia, por nuestra vida. Por eso Juan nos propone un bautismo de conversión. Es decir, a preparar muy de verdad el camino del Reino. Con plena confianza de que JC nos ha bautizado con el Esp. Sto.: ya no es sólo nuestra fuerza, sino la fuerza del Esp. quien empujará este camino de seguir al Mesías, de vivir según su Evangelio, según la Buena noticia.

"El Señor no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan". Es la esperanza del Adviento: una nueva llamada de Dios, del Dios que es más salvador que juez. Y, porque tenemos esperanza, podemos entregarnos al trabajo de preparar la venida del Señor. "Esperad y apresurad la venida del Señor". Pedro nos convoca para trabajar. NO ESPERAMOS SIN TRABAJAR SINO TRABAJAMOS ESPERANDO. Esperanza activa. Es creer y actuar. Para que venga cada vez más aquel "cielo nuevo y tierra nueva, en que habite la justicia". El cristiano debe ser un hombre apasionado -entusiasta- por conseguir que aquello que esperamos para el cielo (el mundo futuro) sea ya ahora todo lo posible (¿no es lo que pedimos en el Padrenuestro?); un hombre que trabaja por construir una tierra nueva, una sociedad nueva, en la que reine la justicia. Y la pregunta que debemos hacernos -que nos haría Juan- es: ¿qué hacemos nosotros? Pero no podemos plantearnos esta pregunta con mala sangre.

Isaías nos ha dicho: "Consolad a mi pueblo. Hablad al corazón". Dios es un Padre, un buen pastor, que SABE QUE EL HOMBRE SE ABRE A PALABRAS DE ESPERANZA, de amor, mucho más que a palabras duras y crispadas. Quizá ante la injusticia de nuestra sociedad, ante la sordera de tantos de nosotros al dolor de los hombres, estaríamos tentados de seguir otros caminos. Pero no serían los caminos de Dios.

"En el desierto preparadle un camino al Señor". El desierto es nuestra sociedad. PREPARAR EL CAMINO DEL SEÑOR ES CONFIAR EN LA CAPACIDAD TRANSFORMADORA DE SU AMOR revelado en el Evangelio: "Alza con fuerza la voz, heraldo de Jerusalén, álzala, no temas: aquí está vuestro Dios. Llega con fuerza". Este es el mensaje. Es lo que celebramos en la Eucaristía. Que esta celebración de la constante venida del Señor nos ayude a renovar, con esperanza, nuestra decisión de seguir el camino del Evangelio hacia el Reino.

J. GOMIS
MISA DOMINICAL 1978/22


3. 

Preparar los caminos es preparar un mundo nuevo, una tierra nueva

La Buena Noticia de Jesucristo, el Hijo de Dios, comienza en San Marcos con esta exhortación excelente de Juan Bautista: "Preparar el camino al Señor, allanad sus senderos".

La Buena Noticia es, por tanto, nuestra conversión, la posibilidad de nuestro encuentro con el Señor que viene. Juan Bautista no hacía más que retomar las palabras del profeta Isaías: "Que los valles se levanten, que los montes y las colinas se abajen, que lo torcido se enderece y lo escabroso se iguale. Se revelará la gloria del Señor y la verán todos los hombres juntos".

De este modo, cada cristiano, por su conversión, es anunciador de la Buena Noticia, la Buena Noticia del Señor que viene y lleva en brazos los corderos. Buena Noticia para Jerusalén y, también para nosotros, pues ya está pagado nuestro crimen y hemos recibido del Señor doble paga por nuestros pecados.

Pero si el Señor quiere la conversión de todos nosotros, debemos esforzarnos para ser dignos anunciadores de una tierra nueva.

Aunque el Señor no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan, llegará como un ladrón. Esta es la enseñanza de San Pedro enlazando con la de los evangelios. Aunque el Apóstol Pedro es sensible al anuncio de los cielos nuevos y la tierra nueva, tiene cuidado en recordarnos que esta renovación lleva consigo por nuestra parte: "¡Qué santa y piadosa ha de ser vuestra vida! Esperad y apresurad la venida del Señor. ...Por tanto, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables".

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 115 s.


4.

-TRES PERSONAJES QUE VIVIERON EL ADVIENTO

Clásicos son los tres personajes que nos ayudan con su experiencia a vivir el Adviento. Ya el domingo pasado oíamos la voz del profeta Isaías, y la volvemos a oir hoy. Isaías, el profeta que esperó contra toda esperanza, y que anunció a un pueblo que estaba en un momento de crisis de fe y de desastre nacional la cercanía y el amor del Dios-con-nosotros. Hoy aparece además -anunciado por Isaías como «una voz que grita» o como el «heraldo del Señor»- otro gran personaje, Juan el Bautista, el que preparó próximamente la llegada del Enviado de Dios, Cristo Jesús. Dentro se unos días, el miércoles, celebraremos la memoria de otra persona entrañable: la Madre del Mesías, en la fiesta de su concepción inmaculada. La mujer que mejor vivió en sí misma el Adviento, la Navidad y la Epifanía. Nuestra mejor maestra. Volveremos a encontrarla a partir del día 17.

-PALABRA DE CONSUELO Y PALABRA DE CONVERSIÓN

En las lecturas de hoy hay una doble llamada: a la alegría y a la exigencia. Consolad a mi pueblo. Preparad el camino.

El primer anuncio es de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo... súbete a lo alto, heraldo, alza la voz: di a las ciudades de Judá: aquí está nuestro Dios» (de paso no será superfluo recordar que hoy es uno de esos días en que la persona que lee debe saber transmitir la palabra bíblica con poesía y énfasis: identificada con el profeta, esta persona debe «creer» lo que proclama). En este mundo en que no hay demasiadas buenas noticias, el Adviento es un pregón de consuelo y una invitación a la esperanza. El centinela -Isaías y el Bautista- anuncia la llegada de Dios Salvador en la persona de su Hijo Jesús. Pero ambos heraldos han dicho también una palabra de conversión: «Preparad los caminos para el Señor que viene». La espera del Adviento no es una actitud pasiva y conformista.

Es la espera enérgica del que camina ya hacia la persona que viene. Si la consigna del domingo pasado se podía resumir en la palabra «vigilad», la de hoy es «convertíos». Convertirse no significa que somos necesariamente grandes pecadores. Convertirse a Cristo Jesús significa volverse más claramente a él, aceptar sus criterios de vida, acoger su evangelio y su mentalidad en nuestra vida. Preparar el camino, allanar senderos, enderezar lo torcido. Y hacer que nuestra historia se parezca un poco más este año al programa que Pedro nos ha transmitido: «Un cielo nuevo y una tierra nueva en que habita la justicia».

-¿QUE VA A CAMBIAR EN MI, EN NOSOTROS, EN ESTE ADVIENTO DEL 200...?

La venida de Dios, de Cristo Jesús -la Navidad del 200...- siempre alegra y siempre compromete. Como siempre alegra y compromete una fiesta, o la amistad, o el amor. No es que esperemos el fin del mundo. Pedro nos ha disuadido de esos cálculos. Lo importante no es saber cuándo volverá Cristo en su gloria, sino el ir haciendo camino en la dirección que El nos muestra, ir cumpliendo el programa que El nos trazó hace dos mil años y que no acaba de encontrar lugar coherente en nuestra programación de vida.

La homilía, según la clase de comunidad para la que se realice, haría bien en invitar a que algo cambie en nuestra sociedad, en la comunidad parroquial o religiosa, en la familia, en cada persona. ¿Cambiará algo en esta Navidad? ¿Se notará que creemos de veras en Cristo como la respuesta de Dios, como el criterio absoluto, con su mentalidad y sus actitudes vitales? Pedro nos ha dicho: «Mientras esperáis, procurad que Dios os encuentre en paz con El, inmaculados e irreprochables». Celebrar el Adviento es algo bastante más profundo que el preparar el ambiente festivo navideño. Si nuestros caminos siguen torcidos, no hemos entrado en la gracia de la Navidad. Y cada uno sabe qué hay de torcido en su vida: en la relaci6n con Dios, en el trato con el prójimo, en el cumplimiento de los propios deberes.

Cristo viene a nosotros. Nosotros debemos ir a Cristo. ¿Es imposible? Si nos fiamos de nuestras fuerzas, sí. Pero «viene uno que puede más que yo», y es su gracia la que nos envuelve y apoya. Empezando por esta Eucaristía: Navidad repetida para nuestra vida y alimento para el camino.

J. ALDAZABAL
MISA DOMINICAL 1993-15


5.

-El evangelio de Marcos

Al inicio de la lectura del evangelio de hoy habrán notado una cierta solemnidad: "Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios". Era, efectivamente, el inicio del evangelio de Marcos que iremos leyendo casi siempre durante todo el ciclo litúrgico que inauguramos el domingo pasado.

-Isaías y Juan el Bautista

Hemos vuelto a leer un fragmento de Isaías. Todos recordamos aquellas palabras suyas: "Que los valles se levanten, que montes y colinas se abajen". Después las repetirá Juan el Bautista. Son nuestros grandes pedagogos del tiempo de Adviento.

¡Si en sus épocas respectivas hubiesen podido ver cómo construyen hoy las autopistas...! Estas imágenes tan gráficas no son pura retórica. Constituyen una invitación a que todos nosotros allanemos el camino al Señor. Se trata de un trabajo personal hecho en el interior de nuestra persona. Un trabajo de jardinería: arrancar espinas y plantar flores. O, si se quiere, remover impermeables y hacernos receptivos como las esponjas.

-Se hacían bautizar

Quedándonos con esta última imagen del agua, podríamos acercarnos al Jordán donde Juan bautizaba. El ya nos avisa que el suyo sólo era un bautismo de agua.

El bautismo de Jesús sería con Espíritu Santo. Pero, aun siendo un bautismo históricamente anterior y simbólicamente inferior, esta acción de lavarnos a través del agua es importante también para los que hemos nacido después de Jesucristo.

En la segunda lectura de hoy, san Pedro acaba exhortándonos a que seamos inmaculados e irreprochables. En el bautismo cristiano permanecen las características que configuraban el bautismo de Juan. El agua también nos lava a nosotros. Se ve sobre todo en el bautismo de adultos.

Pero ser bautizados con Espíritu Santo significa no sólo la parte negativa de lavar, quitar obstáculos, rebajar montañas, convertirse..., sino la parte positiva, la acción santificadora de Dios sobre nosotros. Le hemos dejado sitio para que pueda entrar y se quede con nosotros. La palabra bautizar, en su origen significa sumergir.

Bautizarse en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo significa penetrar en el interior de una realidad que es Dios mismo. El nos rodea por todas partes y transforma completamente nuestro interior. El bautizado se convierte en hijo de Dios y durante toda su vida va creciendo y prefeccionándose, sumergido en esta realidad que es Dios, como una criatura gestándose en el interior de su madre.

-Hijos en el Hijo

Esta maravilla ha sido posible porque el Padre, de quien nace toda vida, tomó la iniciativa de enviarnos a su Hijo, para que todos los que creemos en él podamos ser, también nosotros, hijos de Dios. El plan salvador de Dios, anunciado por los profetas, se va realizando al llegar la plenitud de los tiempos. La Inmaculada Concepción de María, que celebraremos el miércoles próximo, supone otro paso en la realización de todo el proyecto. El misterio de Navidad, que ya se acerca, supondrá la irrupción del mismo Dios en nuestra historia. Toda la vida de Jesús, pero sobre todo su Muerte y Resurrección, serán el punto culminante de la acción salvífica de Dios.

Ahora estamos reunidos, una vez más, para celebrar este memorial. No dejemos de dar gracias a Dios por todo ello.

ALBERTO TAULÉ
MISA DOMINICAL 1993/15


6.

Dice hoy S. Marcos que comienza el EVANGELIO de Jesucristo, es decir, que comienza la BUENA NUEVA DE JESUCRISTO. Que comience la Buena Nueva de Jesucristo es, sin duda, una buena noticia como lo fue cuando Marcos escribió su libro.

Los judíos habían esperado demasiado tiempo que la Buena Noticia llegara, se hiciera vida, se hiciera hombre y diera un vuelco espectacular a sus vidas. Esperaban, en una palabra, que se cumpliera el vaticinio de Isaias, tan maravillosamente expresado en la Primera Lectura de hoy: se acabó el desierto y en lo alto de la montaña aparece Dios acompañándole el salario y precediéndole la recompensa. El pueblo judío era un pueblo en espera tensa, caminando siempre hacia la promesa hasta que la viera cumplida.

Veinte siglos después, nuestro mundo no puede decirse que haya salido definitivamente del desierto; inmerso en sus propias contradicciones, víctima de su soberbia y de su debilidad, aprisionado entre su poder y su necesidad, incapaz de dar sin reservas una felicidad que promete constantemente, los hombres parecen caminar de nuevo por el desierto, un desierto en el que la libertad no es patrimonio de todos los hombres ni lo es siquiera la comida y el vestido necesario para vivir con una mínima dignidad humana.

Urgidos por el famoso y antiguo slogan "comamos y bebamos que mañana moriremos", nuestro hombre se ha lanzado desesperadamente a la satisfacción inmediata de cuanto el mundo puede ofrecerle que es mucho, variado y atractivo pero que vuelve a dejarlo, inevitablemente, frente a la inmensidad desolada de un desierto en el que no florece precisamente la esperanza y la alegría de vivir.

Siglos de civilización y de historia apenas han sido capaces de cambiar al hombre. Han modificado sus hábitos de vida, su entorno social, lo han hecho sofisticado y poderoso, pero no han conseguido que mire al otro como hermano y sea capaz eficazmente para compartir con él una casa común en la que todos tengamos cabida y en la que nadie, cualquiera que sea su raza, su color, su religión o su categoría social, sea expulsado y arrinconado. Y eso aunque lo proclamen todas las Constituciones que en el mundo son. Hoy cuando las fronteras se achican, traspasadas por las comunicaciones, conocemos de primera mano la injusticia de nuestro Planeta y el dolor que somos capaces de infligir a nuestros semejantes. Hoy, como en la época que describe Marcos en la primera página de su Evangelio, necesitamos a gritos la BUENA NUEVA, una noticia que sacuda al hombre y lo saque de su tendencia a mirar hacia arriba, ignorando que existe un mundo nuevo y una tierra nueva que tiene que construir diariamente con sus manos.

Juan, austero, ascético y solitario gritó en el desierto esa BUENA NUEVA diciendo que ya estaba entre los hombres, unos hombres que acabarían por intentar borrarla de la faz de la tierra o, algunos otros, por intentar conocerla a fondo hasta tal punto que su propia vida quedaría marcada para siempre por ella. Fiel a su misión que había recibido, Juan no retrocedió ni un paso en su cumplimiento porque estaba absolutamente convencido de que Aquél para quien trabajaba y a quien quería dar a conocer porque en El estaba la verdad y sin duda, la auténtica vida del hombre, estaba justamente detrás de él. Una voz tronante, la de Juan, quizá áspera pero absolutamente sincera que ha llegado hasta nosotros y vuelve a sonar en este 2º Domingo de Adviento en el que la Iglesia nos pone a los cristianos frente a frente con la venida cercana de la BUENA NUEVA.

Cada cristiano, cada uno de nosotros, ha recibido una misión semejante a la de Juan. En soledad o en compañía, en el desierto o en medio del ruido diario, sencillo o sofisticado, desconocido o importante, vulgar o refinado, cada cristiano tiene una misión indiscutible: gritar que el Señor está detrás de nosotros, que ya ha llegado y que nos ruge encontrarnos con El porque de ese encuentro depende, nada menos, un cambio radical en nuestra vida que haría posible un cambio en el mundo, porque el gran reto del cristiano es hacer que el mundo gire sobre sí mismo, conseguir eso tan difícil (lo sabemos por experiencia) que es enderezar lo torcido e igualar lo escabroso: Indudablemente tenemos por delante una tarea capaz de desanimar al más animoso de los mortales. Pero esa tarea es la nuestra y a ella nos tenemos que dedicar con especial ahínco.

Claro que Juan gritaba porque esperaba, porque su vida interior estaba tensa, despierta, dirigida a lo que constituía su norte: encontrarse con Jesucristo para mostrarlo a los demás.

Posiblemente no sea patrimonio de todos los cristianos ese estilo de vida, pero examinándonos sinceramente quizá tendríamos que aceptar que nuestro grito anunciando a Jesucristo, se pierde entre el griterío de otros anuncios que llaman a los hombres a buscar realidades inmediatas, tangibles y atractivas, quizá porque nuestro grito es un grito tenue, débil, apagado, dicho con poco entusiasmo, con tan poco que apenas lo oímos nosotros mismos.

Quizá por eso convenga que en este momento especialmente entrañable del Adviento repasemos cuál es nuestra tensión interior, cuál es nuestro grado de espera de Jesucristo, cual el tono del grito que esparcimos alrededor, con nuestra vía diaria, diciendo a los hombres que el Señor está detrás de nosotros, que la trae la alegría, la justicia, el salario y la recompensa.

Muchos de los que vieron a Juan conocieron a Jesús. La gran pregunta que podemos hacernos en estos días espectantes de Adviento es cuántos de los que nos conozcan descubrirán a Jesús porque ese y no otro es el sentido de la Navidad que se anuncia.

ANA Mª CORTES
DABAR 1993/02


7.

TEMA: ACTITUD ANTE LO NUEVO.

FIN: Tratar de llegar a discernir la actitud de la comunidad ante lo nuevo, desenmascarando la superficialidad y el snobismo.

DESARROLLO:

1. El Adviento, tiempo de anuncio de lo nuevo.

2. Lo nuevo, una característica de nuestro tiempo.

3. Análisis de nuestra actitud ante lo nuevo.

TEXTO:

1. El Adviento, tiempo de anuncio de lo nuevo.

El Adviento es un tiempo que dispone al espíritu humano a lo nuevo, a recibir la novedad evangélica. Es tiempo de expectativa ante lo que va a nacer, ante el alumbramiento de un desarrollo, de un resurgir del pueblo, de un alzar la cabeza. Es tiempo que hace presente lo perennemente nuevo; esa primavera ininterrumpida que proporciona al olmo viejo de la sociedad una savia nueva, unas hojas reverdecidas.

Toda la liturgia de hoy está llena de pregones de anuncios, de noticias inesperadas y nuevas. «Súbete a lo alto de un monte, heraldo de Sión, alza con fuerza la voz..., di a las ciudades de Judá...: Mirad, el Señor llega con fuerza» (Is 40, 9-10). «En el año 15 del reinado del emperador Tiberio... vino la Palabra de Dios sobre Juan en el desierto» (Lc 3, 1-2). En medio de una ciudad constituida y convencional surgió lo nuevo, la Palabra. Juan, un joven sin estructuras encima, predica una movilización general, una conversión radical, la purificación de lo viejo, caduco y carcomido. «Una voz grita en el desierto: preparadle el camino..., predicaba que se convirtieran y se bautizaran, para que se les perdonasen los pecados» (Mc 1, 3-4).

2. Lo nuevo, una característica de nuestro tiempo.

Muchas cosas nuevas, ideas, actitudes, acontecimientos, movimientos, surgen entre nosotros. Una generación nueva nos pisa ya los talones, un espíritu crítico e inconformista todo lo pone en cuestión, unas tomas de posición serias abogan por reformas de gran envergadura.

A nuestro lado salta constantemente lo nuevo, lo original, lo que surge del origen o de la fuente de toda energía, con valores evangélicos innegables.

En cada momento nos acecha una esperanza nueva, somos interpelados por una llamada insólita, se nos invita a dar un paso hacia el futuro, a progresar sin miedo, a profundizar en una visión o comportamiento recién intuidos, a asimilar conscientemente los nuevos cambios de la sociedad. Lo «nuevo evangélico» nos impulsa a mirar hacia adelante, a allanar los escollos del camino mal trazado, a ampliar las metas, a realizar una honda conversión, a ponernos al día en todos los aspectos: desde la transformación personal hasta el nuevo comportamiento social y religioso.

No vamos a describir ni a enumerar todo lo nuevo que se está dando a nuestro alrededor. Hoy intentamos revisar nuestra actitud ante lo nuevo, ante aquello que supone para nosotros una llamada al progreso, a la transformación personal, al alumbramiento, construcción y desarrollo del mundo tal y como Dios lo piensa. «¿Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia?» (2 P 3, 13).

3. Análisis de nuestra actitud ante lo nuevo.

¿Somos realmente una comunidad nueva, evangélica? ¿O acaso nos conformamos con una reforma superficial de la Iglesia? La propaganda actual ha lanzado un «slogan» cifrado en «lo nuevo» y «lo joven». Anda por ahí un espíritu frívolo, novedoso, que confunde lo nuevo con la moda, que busca un progresismo por encima de todo, cuyo único criterio es no quedarse atrás, estar al día. ¿Es así nuestra comunidad? ¿Cuántos de nosotros no estamos arrastrados por esta corriente de superficialidad? Preguntémonos seriamente. Preguntémonos si hemos escuchado de verdad la novedad evangélica y, para no engañarnos en la respuesta, revisemos a la vez nuestra vida y estilo. ¿Somos justos? ¿Devolvemos el dinero que nos sobra y que no nos pertenece? ¿Hemos optado eficazmente por la causa de los pobres, de los que están oprimidos y carentes de libertad? ¿Cómo es nuestro tren de vida? Hagamos un repaso de lo que gastamos en vestir a la última moda. Pensemos en el modo tan despersonalizante cómo nos dejamos envolver por la carcomida sociedad de consumo, sobre todo, ahora, de cara a las navidades.

Y, ¿del compromiso con nuestro tiempo? ¿De verdad somos una comunidad abierta a lo nuevo, a los signos de la acción de Dios en nuestra historia? ¿Somos capaces de correr riesgos? En no pocas ocasiones tenemos la típica reacción de las sociedades viejas: el conservadurismo. Nosotros también, en muchas ocasiones, nos vestimos de luto y de aflicción, como Jerusalén, no entendemos lo nuevo, ahogamos el evangelio, llevamos a enterrar como la viuda de Naim, todos esos brotes generosos que nacen en nosotros, como hijos llenos de vigor.

Es que no nos hemos convertido aún. No hemos escuchado esa «predicación de un bautismo de conversión para el perdón de los pecados». Por eso, no podemos retoñar con un empuje nuevo. Permitimos que el aliento de nuestra vida quede estrangulado por el raquitismo de nuestro mundo interior y por el ambiente cultural, económico, social y político que nos rodea.

Pero sigamos adelante. ¿Hay algo en nuestra comunidad que sea nuclearmente nuevo? ¿Acaso no vivimos en la superficialidad? Descubramos nuestras mentiras. ¿A qué es debido el que asimilemos tan rápidamente lo «nuevo superficial» y seamos tan impermeables a lo profundo? Es que somos aún una ciudad amurallada, que se defiende ante las incursiones de lo nuevo, que lucha contra la Palabra que nos llega del desierto; Palabra clara, sin contaminaciones, purificadora.

No olvidemos nada en nuestra revisión. Si, por ejemplo, no hubiera en estas celebraciones ninguna novedad litúrgica, si desaparecieran los cantos y las guitarras, si todo se desarrollara con la máxima sencillez y austeridad, si cambiáramos de estilo, ¿qué aparecería de original en nosotros, qué es lo que llamaría la atención, cuál sería nuestro anuncio evangélico? ¿Hay aquí, entre nosotros, algo más que un digno y cuidado folklore? Os habréis podido dar cuenta cómo este templo cada vez se hace más pequeño para recibiros a todos. Crecemos en número; pero, ¿crecemos también en calidad, en asimilación de lo nuevo evangélico, en testimonio de la Palabra, en un compromiso eficaz en la transformación de la sociedad?

Esta revisión nos ayudará a caminar, si tenemos las mismas actitudes de María, la figura más destacada del Adviento. Ella, en la humildad y la apertura, concibió lo nuevo y dio a luz el Evangelio.

JESUS BURGALETA
HOMILIAS DOMINICALES CICLO B
PPC/MADRID 1972.Pág. 16 ss.