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EL DOMINGO

Fuente: Fundación GRATIS DATE
Autor: P. Manuel Garrido Bonaño, O.S.B.

Entrada: Con gran gozo iniciamos esta celebración cantando, «Pueblo de Sión; mira al Señor que viene a salvar a los pueblos. El Señor hará oír su voz gloriosa en la alegría de vuestro corazón» (Is 30, 19.30).

En la oración colecta (Gelasiano) invocamos al Señor y le pedimos a él que es todopoderoso y rico en misericordia que, cuando salimos animosos al encuentro de su Hijo, no permita que lo impidan los afanes del mundo, y que nos guíe hasta Él con sabiduría divina, para que podamos participar plenamente del esplendor de su gloria.

En seguida (ofertorio, Gregoriano), pedimos que los ruegos y ofrendas de nuestra pobreza conmuevan al Señor y, al vernos desvalidos y sin méritos propios, acuda compasivo en nuestra ayuda. En la comunión cantamos: «Levántate, Jerusalén; ponte sobre la cumbre y mira la alegría que te va a traer tu Dios» (Bar 5, 5; 4, 36). Y pedimos después al Señor (postcomunión, Gregoriano) que, alimentados con la Eucaristía por la comunión de su sacramento, nos dé sabiduría para sopesar los bienes de la tierra amando intensamente los del cielo.

Ciclo A

El Adviento es tiempo fuerte de revisión de vida y conducta, al menos en la medida en que nuestro vivir cotidiano se encuentre tarado por el rechazo del influjo regenerante y santificador de Jesucristo. Como trasfondo litúrgico, la Historia de la Salvación nos actualiza en la expectación mesiánica provocada y alentada por los profetas y encauzada por el Bautista, para llevar al pueblo de Dios a un encuentro responsable con Cristo.

Isaías 11,1-10: Con equidad dará sentencia al pobre. Los vaticinios mesiánicos del profeta Isaías proclaman las dos líneas características de la semblanza del Emmanuel: su ascendencia davídica según la carne y su condición salvadora de Mesías. Su identidad humana con nosotros y su capacidad divina para transformar nuestras vidas. Toda la historia del pueblo elegido es un tiempo de espera en el cumplimiento de las promesas divinas. Los profetas hicieron todo lo posible para conducir a Israel al verdadero camino de la salvación.

La lectura nos muestra hoy nuestras propias responsabilidades. Cristo ha venido históricamente una vez para siempre, pero hemos de esperar para que llegue a nosotros y a todo el mundo el Reino de Dios. El creyente tiene, o ha de tener, un empeño categórico: hacer venir a Cristo más perfectamente a sí y al mundo, con una presencia más dinámica, dada por el Espíritu Santo en el Bautismo. Hemos de dejarnos guiar por Él para realizar, con el rey mesiánico, el plan de salvación en cada uno de nosotros y en los demás.

–Con el Salmo 71 cantamos: «Que en sus días florezca la justicia y la paz abunde eternamente. Dios mío, confía tu juicio al rey, tu justicia al hijo de reyes, para que rija a tu pueblo con justicia, a tus humildes con rectitud. Él librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector. Él se apiadará del pobre y del indigente y salvará la vida de los pobres». Todos somos pobres ante el Señor.

Romanos 15,4-9: Cristo salvó a todos los hombres. En los designios divinos Cristo, del que todos los hombres necesitan para ser salvados, es el gran Reconciliador. San Pablo llama al amor la «ley de Cristo» (Gál 6,2) o «la plenitud de la ley» (Rm 13,10; Gál 5,14). La importancia del amor cristiano es tal que no puede absolutamente ser llamado una virtud; sería como vaciar de su sentido verdadero al amor de Dios mismo o de su Hijo hacia nosotros.

Para San Pablo, el ejemplo de Cristo, que para salvarnos se hace obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Flp 2, 8), ha de ser estímulo y acicate para que nosotros hagamos lo mismo por la salvación de los hermanos. El Adviento, tiempo de espera, debe incitar a todos los cristianos a una profunda reflexión sobre nuestra responsabilidad en la salvación de los hombres alejados de Dios.

Mateo 3,1-12: Haced penitencia, porque se acerca el Reino de los cielos. A una presencia de Cristo más intensa en nosotros solo es posible llegar por una renovación radical de nuestro ser interior y de nuestra conducta exterior. Comenta San Agustín:

«Reciba, pues, cada uno con prudencia las amonestaciones del preceptor, para no desaprovechar el tiempo de la misericordia del Salvador que se otorga en esta época de perdón para el género humano. Al hombre se le perdona para que se convierta y no haya nadie a quien condenar. Dios verá cuándo ha de llegar el fin del mundo; ahora, por de pronto, es el tiempo de la fe» (Sermón 109, 1).

La conversión supone que nos hemos desviado. Hemos de cambiar de actitud, de mentalidad. Testigos de la necesidad que todo hombre tiene de Cristo, nuestra conducta ha de ser tal que vaya abriendo los corazones al misterio de Cristo Salvador.

 

SUGERENCIAS

 

1.

El Adviento es tiempo de conversión, tiempo de preparar los caminos y enderezar las sendas para que se acerque el advenimiento del Reino.

Sólo Dios puede desenmascarar nuestro autoengaño y arrancarnos de nuestra mentira. Esa acción cauterizadora que Dios realiza en el hombre es el juicio, el juicio de Dios. El primer paso de la conversión es el sentirse juzgado por Dios. Lo que puede haber de decisión personal para cambiar, está movido por la acción previa de la iniciativa de Dios. Cuando se ha recibido el fuego de la acción juzgadora de Dios, entonces se recibe el Espíritu.

El juicio de Dios, que nos lleva a la conversión, es el inicio de nuestra justificación. Ahora bien, Dios no nos justifica moviéndonos a realizar actos meramente externos, rituales, sino a dar buenos frutos; es decir, nos impulsa a la multiplicación de nuestros talentos, a las acciones fecundas de donación y de entrega, a vivir en la justicia. Somos justificados si aceptamos el impulso de Dios a vivir en la justicia.

La conversión es un cambio radical de mentalidad y de actitudes profundas, que luego se va manifestando en acciones nuevas, en una vida nueva.

El Reino de Dios está cada vez más cerca. Nadie puede detenerlo. El juicio pende sobre nuestras cabezas, como el hacha sobre la raíz del árbol que va a ser cortado. De cada uno depende el que ese juicio dé paso a una conversión o a un endurecimiento irremediable.


2. CV/RD:

El anuncio profético del reinado de Dios se presenta siempre acompañado de una llamada  urgente a la conversión. Así lo vemos en la predicación de Isaías y en la de Juan, que es el  último de los profetas. Así también en la predicación de Jesús, que comenzó en Galilea  diciendo: "Se acerca el reinado de Dios. Convertíos y creed en la buena Noticia". Por lo  tanto, lo que tenemos que hacer cuando llega a nosotros la promesa de Dios es  convertirnos.

Convertirse a la promesa es por definición convertirse hacia delante, a lo que está por ver  y por venir y no volver a las andadas. Es abandonar los viejos caminos y comenzar el  camino nuevo. Porque es girar en redondo en vistas a lo que se anuncia, cambiar la vida  que llevamos, el corazón, la mentalidad, todo. Y es también no hacerse ilusiones diciendo  que "Abrahán es nuestro padre" o que somos "hijos de buena familia". Porque la salvación  no está en nuestro pasado, en nuestros orígenes, sino en la nueva solidaridad de los que se aventuran respondiendo personalmente a la promesa.

EUCARISTÍA 1980/56


3. ANTÍFONA DE ENTRADA:/Is/30/19/30 

El heraldo exclama: "Pueblo de Sión, ¡mira que el Señor viene a salvar a las naciones!, el  Señor deja oír su majestuosa voz para alegría de vuestro corazón" (Is/30/19/30). ¡Qué  tensión la fe de ese ecce (mira)! ¡Qué conmovedor entusiasmo en toda la melodía! Llega  uno a sentir escalofríos. Adivínase que aquí se nos va a revelar algo inaudito, un misterio, el  misterio de Cristo, la celebración sacra de la redención en el año litúrgico. Navidad no es  más que su comienzo. La llamada del heraldo nos la señala y, a la par, nos da a entrever la  gran secuela de acontecimientos que van a obrar nuestra salvación. La radiante victoria del  júbilo pascual se refleja ya en el brillante alborozo de esa melodía. "Hará el Señor oír su  majestuosa voz para alegría de vuestro corazón." ¡Sí, hará que resuene en la mañana de  Pascua, cuando desde la tumba se eleva al trono del Padre! también resonará en  Pentecostés, al dejar que se expanda su fuerza vital. La hará asimismo resonar cuando  venga por vez postrera, en la Parusía, al fin del mundo.

El ecce del introito de la misa del segundo domingo de Adviento es como un anuncio  solemne de la próxima salida del sol. Se anuncia que "nacerá de lo alto" (Lc/01/78) Cristo, el  "sol de justicia" (Ml/04/02). Resplandecerá radiante en las fiestas de Navidad y Epifanía, se  sumergirá luego en un mar de dolor durante la Semana Santa, para elevarse de nuevo  victorioso en la mañana de Pascua y enviar luego, tranquila y permanentemente, desde las  alturas del cielo, su luz vivificadora sobre la iglesia durante el apacible tiempo de madurez  que sigue a Pentecostés. Cristo es para nosotros lo que el sol para los hombres del Antiguo  Testamento; es, en el campo espiritual, la total plenitud de lo que la luz terrena representa;  es el verdadero sol que aparece con subidos arreboles y sigue su curso al compás de los  coros angélicos: "Hará el Señor oír su majestuosa voz".

Y nosotros, "para alegría de nuestros corazones", esta voz la oímos en las palabras de la  Sagrada Liturgia, pues todos esos cantos y santas lecturas no son otra cosa que su  palabra, que se nos da a fin de que "por la paciencia y por el consuelo de las Escrituras  tengamos esperanza" (/Rm/15/04). Dios mismo, el Espíritu y hálito divino que la Iglesia ha  recibido en Pentecostés, es quien escoge de entre las Sagradas EScrituras del Antiguo y del  Nuevo Testamento todos los cánticos y lecturas de la liturgia y los pone en labios de la  Iglesia para nuestro consuelo, para que "tengamos esperanza", esperanza de que "el Señor  vendrá a salvar a los gentiles".

¿Qué otra cosa significa esto hoy para nosotros, sino que el Señor viene para redimir a  los pueblos de la tierra de su nueva gentilidad? Esta gentilidad es mucho peor que la  antigua, ya que ha visto la redención y la ha rechazado a sabiendas. La antigua gentilidad  era como la samaritana en el pozo de Jacob: estaba sedienta, y por ello recibió en la  doctrina de Cristo el elixir de la vida. La nueva gentilidad no siente sed... ¿Cómo se la podrá  ayudar? Sin embargo, "el Señor vendrá a salvar a los gentiles"; también a estos gentiles.  Tales palabras de la Sagrada Escritura han de infundirnos una gran esperanza. El ateísmo  gravita, pesado y sombrío, sobre nuestros tiempos; pero el Señor viene a diario y obra la  redención de su Iglesia, en el misterio. La Iglesia se alegra de su venida y se regocija  porque no sólo se le ha dado a ella, sino que por ella, a todo el mundo.

Todos han de contemplarle, pues "desde Sión ha de brillar la gloria de su hermosura"  (/Sal/049/02). La belleza de Cristo resplandece, para los gentiles de nuestro tiempo, desde  la nueva Jerusalén, desde la Sión de la Iglesia de Dios. El Señor está sentado en su trono a  la diestra del Padre. Y "lo que en El era visible, ha pasado en los misterios de la Iglesia",  dice San León el Grande (Sermón 74). Es decir, el mundo tiene ahora aún la posibilidad de  encontrar a Cristo; si bien lo encontrará en el culto, en el sacrificio, en los sacramentos, en  la liturgia, en la doctrina, en la vida, en los miembros santos y bautizados de la Iglesia.

En todo esto está Cristo; bajo estas apariencias quiso El continuar viviendo entre los  hombres: en el sacrificio místico de los altares, "en sus santos, que concertaron con El en  sus sacrificios" (Sal/049/05), en los mártires, en los monjes; en las vírgenes, que con El se  crucificaron al entregarle sus vidas, sus voluntades y su amor desinteresado. En la Iglesia y  en cada uno de sus miembros quiso El continuar iluminando al mundo. Así ocurrió en los  primeros tiempos de la Iglesia, cuando se reconocía a los cristianos por lo radiante de su  semblante, según lo atestiguan las antiguas actas de los mártires; cuando los doctores de la  Iglesia convencían y arrastraban, no tanto por su palabra como por el poder de la vida  divina que irradiaba de ellos. Hoy, como entonces, debería tener valor el proverbio de los  antiguos cristianos: "¿Has visto a tu hermano?, pues has visto a tu Dios." 

EMILIANA LÖHR
EL AÑO DEL SEÑOR
EL MISTERIO DE CRISTO EN EL AÑO LITURGICO I EDIC.GUADARRAMA MADRID 1962.Pág. 41 ss.


4.

Los evangelios elegidos en los tres ciclos para este segundo domingo de Adviento tienen  todos un mismo objetivo: preparar los caminos del Señor. Esta advertencia de Juan Bautista  no ha dejado de resonar en el mundo y nos llega ahora con su doble significado: preparar la  venida del Señor en Navidad y, también, preparar is vuelta de Cristo en el último día. La  oración de entrada puede entenderse según este doble significado. Sin embargo,  comparada con las demás oraciones de este día y con las lecturas, se refiere más a la  vuelta del Señor: "cuando salimos animosos al encuentro de tu Hijo, no permitas que lo  impidan los afanes de este mundo; guíanos hasta él con sabiduría, para que podamos  participar plenamente del esplendor de su gloria".

Si nos fijamos atentamente, la primera parte de la oración se refiere más bien a la parusía,  mientras que la segunda parece estar centrada sobre la venida carnal de Cristo, al que  podemos encontrar sacramentalmente y entrar en su propia vida.

Además, la antífona de entrada, aunque también es susceptible de una doble  interpretación, se refiere claramente a la Encarnación de la Palabra salvadora: "Pueblo de  Sión: Mira al Señor que viene a salvar a todos los pueblos. El Señor hará oír su voz gloriosa  en la alegría de vuestro corazón.

ADRIEN NOCENT
EL AÑO LITURGICO: CELEBRAR A JC 1
INTRODUCCION Y ADVIENTO
SAL TERRAE SANTANDER 1979.Pág. 113


5.

Como en "Mayo del 68", hay que seguir gritando, también desde la fe cristiana: "Sed  realistas, soñad lo imposible".

Yo me quedo hoy más con las palabras de Isaías, que con las de Juan Bautista, no sé si  por ingenuo o por niño.

Algunos partidos políticos, cuando están en la oposición, suelen jugar a soñadores, y  prometen y prometen, y llegan incluso a ilusionar. Cuando llegan al poder, se vuelven más  serios, y en nombre de la responsabilidad, que el poder dicen les obliga a tener, sus sueños  de trabajar por la paz, de justicia social, de promoción de las clases bajas... se quedan en lo  que siempre fueron: palabras, palabras...

Hacen falta soñadores, líderes ilusionantes, en las familias, en las comunidades, en los  municipios, en la sociedad. A veces sólo hace falta descubrirlos, porque ahí están,  animando pequeñas o grandes iniciativas, proyectos de desarrollo, causas justas, intereses  comunes. No amenazan, invitan; no condenan, trabajan; pero son molestos porque con su  postura nos están despertando del sueño invernal en el que cada uno estamos instalados. Aquí ha de estar nuestra conversión, la de verdad, la que afectará a toda nuestra  persona, no la que nos moverá a cambiar esto o lo otro para que quedemos como antes. Y el Reino de Dios sigue adelante, y el mundo nuevo está más cerca, y los derechos  humanos, y la paz, y el perdón... y la justicia.

¿Y por qué como fruto de este Adviento, tú y yo, y el otro, no nos unimos a otros hombres  y mujeres (porque el Reino o crece desde el grupo o no crece) que hacen gestos, cosas  pequeñas y grandes para que el Reino venga? Respondiendo a la violencia con el perdón,  a la fuerza con la razón, a la injusticia con la verdad, a las palabras con la acción. ¡Cuántos  renuevos tienen que brotar aún para hacer todo esto posible, para que llegue el Reino!  ¡Pero y cuántos no han brotado ya! ¿No lo véis? Ahí están. Tú eres uno de ellos. 

GONZALO GONZALVO
DABAR 1992/02


6.

Nada más claro para el cristiano que su necesidad constante de conversión; constante  porque la conversión no es algo exclusivo de un determinado momento (ni siquiera de un  tiempo litúrgico): debe ser una actitud constante del cristiano. ¿Qué nos da la seguridad de  que la conversión es necesaria? Precisamente las obras de nuestras manos son las que  nos deben gritar constantemente que tenemos que convertirnos, porque nuestras obras son  las obras del no-convertido: que en el mundo hay hambre, paro obrero, pobreza,  acumulación desmedida de bienes, injusticias, egoísmos de todo tipo; que en el mundo  haya quien tiene el corazón puesto en las cosas más fútiles que imaginarse puedan, que en  el mundo haya muchos que renuncian a sus vocaciones por llevar una "vida holgada y  económicamente estable, una vida segura (¿)", todo esto significa que seguimos obrando  como personas sin conversión. Para decirlo claramente: que los que nos llamamos  cristianos pasemos por la vida sin demostrar que somos distintos a los demás (sin elitismos)  significa que aún no somos cristianos, aún no nos hemos convertido.

El Bautista tiene razón en su grito. La conversión a que nos invita el Bautista no se queda  en un cambio de efectos: esta conversión debe empezar por el reconocimiento de nuestra  situación de pecadores; quien se reconoce pecador descubre que está necesitado de  salvación; quien busca la salvación tiene que volver a Dios, único verdadero salvador; y no  hay vuelta a Dios si no cambiamos nuestro corazón, es decir: nuestro modo de pensar, de  ser y de existir; en definitiva: cambiar las causas de nuestra situación de pecadores.

Una conversión de este tipo (conversión de corazón) tiene que proyectarse  necesariamente en las obras. Si no hay obras de conversión, si nuestra conversión no da  frutos es señal de que, en realidad, no ha habido conversión. 

DABAR 1977/02


7.

El evangelio nos presenta la figura de Juan Bautista, típica del Adviento como una  enérgica llamada a preparar el camino del Señor y de su Reino (nótese que el domingo  tercero vuelve a presentar su figura, con mayor insistencia: será, por tanto, más propio  hablar específicamente de Juan entonces). Los elementos que hallamos hoy son sobre todo  su llamada a la conversión (=a la renovación) por un motivo muy real: hay una posibilidad  de más vida, más justicia, más amor (es lo que significa "está cerca el Reino de Dios"). Es  necesario preparar el camino del Señor (anhelar su venida, creer en ella, eliminar  obstáculos, trabajar por su Reino). La austeridad de vida de Juan es un testimonio de que  es preciso tomárselo en serio (desde la riqueza, desde la comodidad, no se hace nada). Ni  es suficiente el simple cumplimiento ritual, exterior (es la severa crítica a "fariseos y  saduceos"). Hay que "dar el fruto que pide la conversión". Será la ocasión para  preguntarnos todos: ¿qué debemos hacer? Un fruto que sea trigo y no paja. Pero que no  depende únicamente de nuestro esfuerzo: hay con nosotros Aquel "que puede más", que  nos ha bautizado -nos ha llenado- con su Espíritu y su fuego renovador, transformador. 

JOAQUIM GOMIS
MISA DOMINICAL 1977/22


8.

Hoy encontramos en el evangelio a uno de los personajes más interesantes, que es  figura clave para comprender el Adviento que estamos celebrando: Juan el Bautista. Él es  un hombre duro, austero, sincero y amante de la verdad frente a la cual no se deja  sobornar.

Su mensaje es concreto, claro y contundente: "Conviértanse, porque está cerca el reino  de los cielos". Si bien es cierto el tema de la conversión - que exige un cambio radical de  vida - es propio de la Cuaresma, en el tiempo de Adviento, al tomar conciencia de la  entrada de Dios en la historia, la venida de Dios en Cristo exige conversión continua; la  novedad del evangelio es una ley que reclama un pronto y decidido despertar del sueño; la  llamada a la conversión que nos hace Juan es en orden a preparar el camino del Señor y  acoger al Señor que viene, para lo cual debemos disponer nuestros corazones en humildad  y apertura a Dios, confiando en que nos encontrará suficientemente preparados.

Esta actitud de conversión debe ir acompañada de una vigilante y gozosa espera, pues  como Iglesia sabemos que "ahora vemos por medio de un espejo y veladamente, pero un  día veremos cara a cara" a quien clamamos constantemente en nuestras eucaristías: "Ven,  Señor Jesús".

Finalmente, hemos de convertirnos al testimonio cristiano y, como Juan Bautista, ser  testigos de la luz de Cristo ante nuestros hermanos los hombres. Así prepararemos el  camino al Señor trabajando por la paz, la justicia y la fraternidad; sólo así será auténtica y  coherente nuestra eucaristía dominical y podremos alabar a una sola voz al Dios y Padre de  nuestro Señor Jesucristo.

C. E. DE LITURGIA. PERÚ


9.

EL PROFETA Y EL BAUTISTA

En este segundo domingo de Adviento, la liturgia pone  de relieve a dos figuras eminentes: el Profeta y el  Bautista.

Isaías es el cantor de la esperanza mesiánica. El Profeta  que alerta la conciencia del pueblo y suscita la conversión.  Sus oráculos están transidos de perspectiva de fe y  esperanza salvadora. El anuncio del Emmanuel, el  nacimiento de un príncipe predestinado, la llegada del rey  de justicia y de una era de paz siguen siendo 'leit motiv" de  nuestro Adviento. El Mesías descrito por Isaías tendrá el  Espíritu de Dios, estará revestido de la potencia del cielo. Juan, el precursor, surge en la aurora de la redención. 

Cuando nadie advertía nada ni sospechaba lo que  sobrevenía, Juan se retira al desierto, y vive como eremita.  Y habla de penitencia, de rectitud, de pureza. Habla de  aquél que va a venir. Se define sólo como "voz", sin celos  de sí mismo y totalmente celoso de su misión profética. Es  el punto de contraste con la vanidad de nuestros hombres  de éxito. Por ser hombre de Dios, su boca dice la verdad a  todos: palabras juiciosas y de severidad para los que  creen ser algo. Y lo meten en la cárcel porque ha herido a  los poderosos, y allí sigue sin pensar en sí mismo, sino en  aquél a quien anuncia.

El mensaje del Bautista para este domingo es el mismo  mensaje de Cristo: "Convertíos, porque está cerca el reino  de los Cielos". Su palabra dura y severa es una exigencia  para todos. Nuestra mediocridad cristiana, nuestra tibieza  de fe será aventada al aire del Espíritu del Señor, que  renueva la historia y purifica la realidad humana.

Andrés Pardo


10. Para orar con la liturgia 

Tú nos has ocultado el día y la hora
en que Cristo, tu Hijo, Señor y Juez de la historia,
aparecerá, revestido de poder de gloria,
sobre las nubes del cielo.

En aquel día terrible y glorioso
pasará la figura de este mundo
y nacerán los cielos nuevos y la tierra nueva.

El mismo Señor
que se nos mostrará entonces lleno de gloria
viene ahora a nuestro encuentro 
en cada hombre y en cada acontecimiento,
para que lo recibamos en la fe
y por el amor demos testimonio
de espera dichosa de su reino.

Prefacio III


11. PO-TAGORE/ADV CV/TAGORE

Moría la noche, palidecían las estrellas.
De repente, la piedra filosofal de la luz matutina
lo tiñó todo de oro.

Un clamoreo corrió de boca en boca:
¡El Heraldo! ¡El Heraldo!

Bajé la cabeza y pregunté: "¿Viene ya?"

De todas partes parece que estallaba
el "¡sí!" de la respuesta.

El Pensamiento, atormentado, decía:

"¡No está todavía la cúpula de mi palacio!
¡Nada está en regla!"

Vino una voz del cielo: "¡Derriba tu palacio!"

- "¿Por qué?" - preguntó el Pensamiento.

- "Porque hoy es el día del Advenimiento,
y tu palacio estorba el paso".

R. TAGORE


12. Un grito en el desierto 

Un maestro del espíritu de nuestro tiempo ha dicho que "el profesor viene de las aulas y el  profeta viene del desierto". Así hace ver la diferencia que existe entre quienes enseñan la  religión y quienes son y transmiten su mensaje.

Que el Bautista viene del desierto no es necesario afirmarlo. Todo él sabe a desierto. No  sólo por lo más evidente como son su vestidura y austeridad de vida, sino, sobre todo, por  ser un hombre que ha buscado, en la soledad y en el silencio, al que tenía que anunciar.

Este segundo domingo de adviento es una invitación a dejarnos seducir por ese grito en  el desierto que nos trae la lectura evangélica. Sería sanador, para cada uno de nosotros,  una asimilación pausada del relato. 

En él, encontramos las austeridades del protagonista que se traducen en denuncia de  nuestra vida muelle y consumista. Seguro que pondremos todos los matices posibles a sus  exageraciones pero, en el fondo de nuestro corazón, quizá tengamos que reconocer que  nos produce una cierta envidia su valiente modo de enfrentarse con la vida.

También su lenguaje es provocador. No tiene miedo de hablar del juicio y de la ira de  Dios, así como de la inseguridad del hombre ante tales realidades. Cierto que podemos  argüir que todavía está en el Antiguo Testamento, pero también es cierto que los  encontronazos de Jesús con los fariseos no eran más suaves.

Finalmente, nos presenta un rostro de Cristo un tanto desconocido para nuestras  mentalidades cristianas actuales: como el que viene a traer el Espíritu como un fuego  purificador para poder aventar la parva y separar el trigo de la paja.

Antonio Luis Martínez
Semanario "Iglesia en camino"
Archidiócesis de Mérida-Badajoz
Número 278.6 de diciembre de 1998