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HOMILÍAS PARA EL DOMINGO SEGUNDO DE ADVIENTO - CICLO A
(27-31)
27.
Autor: P. Antonio Izquierdo
Nexo entre las lecturas
Está cerca el Reino de Dios. Esta afirmación del Evangelio de San Mateo (EV)
parece ofrecernos un elemento unificador a las lecturas de este domingo segundo
de adviento. El Reino era la más alta aspiración y esperanza del Antiguo
Testamento: El Mesías debía reinar como único soberano y todo quedaría sometido
a sus pies. El hermoso pasaje de Isaías (1L) ilustra con acierto las
características de este nuevo reino mesiánico: "brotará un renuevo del tronco de
Jesé... sobre él se posará el espíritu... habitará el lobo con el cordero, la
pantera se tumbará con el cabrito. Habrá justicia y fidelidad". Ante la
inminencia de la llegada del Reino de los cielos se impone la conversión. Juan
Bautista predica en el desierto un bautismo de conversión. Se trata de un cambio
profundo en la mente y en las obras, un cambio total y radical que toca las
fibras más profundas de la persona. Precisamente porque Dios se ha dirigido a
nosotros con amor benevolente en Cristo, el hombre debe dirigirse a Dios, debe
convertirse a Él en el amor de donación a sus hermanos: acogeos mutuamente como
Cristo os acogió para Gloria de Dios (2L).
Mensaje doctrinal
1. En Cristo Jesús encuentra realización la esperanza mesiánica. El
pueblo de Israel esperaba un tiempo de paz y de concordia. Se trataba de un
anhelo íntimo que se fundaba en la promesa misma del Señor. No sería un reino de
características humanas, sino un reino divino revestido de poder y majestad.
Este reino mesiánico sería como un nuevo cielo y una nueva tierra en los que ya
no habría pecado, muerte y dolor. Esta esperanza del pueblo de Israel
contrastaba fuertemente con las dificultadas, luchas y pecados de su historia.
Sin embargo, su esperanza nunca venía a menos. Pues bien, Juan Bautista anuncia
a la casa de Israel que, en Jesús, toda aquella expectación mesiánica encontraba
su cumplimiento: "Convertíos está cerca el Reino de los cielos... Preparad el
camino del Señor..." El Señor nos había hablado por medio de los profetas, pero
ahora en los últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo amado (Cfr. Hb
1,1-2) Dios, en su eterno amor, ha elegido al hombre desde la eternidad: lo ha
escogido en su Hijo. Dios ha elegido al hombre para que pueda alcanzar la
plenitud del bien mediante la participación en su vida misma: vida divina,
mediante la gracia. Lo ha escogido desde la eternidad y de modo irreversible. Ni
el pecado original, ni toda la historia de los pecados personales y de los
pecados sociales han logrado disuadir al eterno Padre de su Amor. (Juan Pablo
II, 8 de diciembre de 1978). En la llegada al mundo de Cristo Señor descubrimos
el cumplimiento de todas las profecías. En Él encuentra cumplimiento la Alianza
de Dios con el hombre, en Él tenemos la salvación, en Él accedemos a la
participación de la naturaleza divina. ¡Cómo no correr llenos de entusiasmo
hacia el portal de Belén cuando es Dios mismo quien viene al encuentro del
hombre! ¿Habrá quizá alguno que se quede sentado en la ociosidad cuando es Dios
mismo quien ha salido a nuestro encuentro? Juan el Bautista designa a Jesús como
el que viene (ho erkómenos). Es tal el amor de Dios y tan misterioso su designio
que debe ser meditado en la profundidad del corazón. Con amor eterno te amé (Jer
31,3).
2. La llegada del Reino de los cielos exige una conversión del corazón.
El anuncio de Juan el Bautista coincide sustancialmente con el de Jesús:
Convertíos porque está cerca el Reino de Dios (Mc 1,15). Se dirige con mucha
energía a los fariseos y saduceos porque para ellos, la conversión era un hecho
mental que no implicaba la totalidad de la persona. En ellos se daba una
escisión interior: atendían a los mínimos detalles de la ley, pero descuidaban
el precepto de la caridad; se protegían del juicio de Dios con una legalidad mal
disfrazada o se sentían superiores como hijos de Abraham. Su conversión era
formal y no tocaba la intimidad del corazón. La conversión que exige el Bautista
es una conversión que pide un cambio total y radical en la relación con Dios. No
es una simple conversión interior, sino una conversión también exterior que
llega a las obras. Aquí aparece la imagen del árbol que produce frutos: el árbol
bueno produce frutos buenos, el árbol malo produce frutos malos y se corta de
raíz. Una verdadera conversión, por tanto, se traduce en una mayor rectitud de
vida. Si bien las palabras del Bautista son palabras de fuego capaces de
atemorizar al más osado, esconden una invitación a realizar uno de los actos más
elevados de que es capaz el corazón humano: su conversión hacia el Padre de las
misericordias, la retractación de la voluntad del mal cometido y el firme
propósito de resurgir en el bien. Cuando una persona es tocada por una
conversión sincera, reconoce el desorden que hay en su interior, advierte su
pecado y siente una necesidad apremiante de transformación, de cambio de actitud
y de comportamiento. La conversión es el momento de la verdad profunda en el que
el hombre se reconoce a sí mismo en su pecado y se abre a la verdad liberadora
de Dios. El hombre se siente invitado a entrar dentro de sí y sentir la
necesidad de volver a la casa del Padre. Así pues, el examen de conciencia es
uno de los momentos más determinantes de la existencia personal. En efecto, en
él todo hombre se pone ante la verdad de la propia vida, descubriendo así la
distancia que separa sus acciones del ideal que se ha propuesto (Bula
Incarnationis Mysterium No.11).
3. La conversión del corazón pasa por la concordia, la sintonía de corazones.
Ante las escisiones que se daban ya en tiempo de San Pablo en las primeras
comunidades, el apóstol presenta el ejemplo de Cristo: se hizo servidor de los
judíos para probar la fidelidad de Dios y acoge a los gentiles para que alaben a
Dios por su misericordia. La concordia, la unión de corazones, estar de acuerdo
entre nosotros, es lo propio del cristiano. Este es el modo de apresurar la
venida del Reino de Dios: la entrega sincera de sí mismo a los demás. El
cristiano, por medio de su bautismo, ha sido injertado en la muerte y
resurrección de Cristo y vive una nueva vida: la vida que es donación, que es
servicio para los hermanos en la fe y acoge a los hombres para llevarlos a la
verdad del Evangelio.
Sugerencias pastorales
1. Poner la mirada en el futuro con esperanza. En muchas ocasiones la
experiencia del propio pecado o del pecado ajeno nos puede postrar y crear un
estado de desilusión o desespero. La llegada del Reino de los Cielos en Cristo
Jesús nos invita a lo contrario: Que la mirada, pues, esté puesta en el futuro.
El Padre misericordioso no tiene en cuenta los pecados de los que nos hemos
arrepentido verdaderamente (Cf Is 38,17). Él realiza ahora algo nuevo y, en el
amor que perdona, anticipa los cielos nuevos y la tierra nueva. Que se
robustezca, pues, la fe, se acreciente la esperanza y se haga cada vez más
activa la caridad, para un renovado compromiso cristiano en el mundo del nuevo
milenio (Cfr. Bula Incarnationis Mysterium No.11). No nos dejemos llevar por el
mal, más bien venzamos al mal con el bien. No perdamos el ánimo ante los pecados
del mundo, más bien escuchemos la voz de Cristo que nos invita a tomar parte en
la redención del mundo con nuestro propio sacrificio.
2. La conversión nunca termina. Es un hecho que en nuestro caminar hacia
Dios descubrimos muchas faltas y deficiencias personales. A pesar de nuestros
anhelos de santidad, tenemos que hacer las cuentas con nuestra propia debilidad.
Por eso, es más saludable que la doctrina de la conversión permanente. En
realidad, cada día, cada momento de nuestra vida es una nueva oportunidad para
convertir el corazón, para "purificar la memoria", para elevar la mente y el
corazón a Dios y pedirle: "Señor, perdóname". Este pequeño y gigantesco acto de
fe nos dispone a acoger el Reino de los cielos, más aún, construye el Reino de
los cielos de acuerdo con los planes de Dios. Vivamos pues ante la mirada de
Dios sabiendo que Él viene y no tardará y nos juzgará por nuestras obras, no
sólo por nuestras intenciones.
28.DOMINICOS 2004
“Por aquel tiempo, Juan Bautista se presentó...”
Y, desde entonces, la liturgia, haciéndose eco de la voz de este profeta –“y más
que profeta”- hace, de la presentación de Juan y de sus enseñanzas, una de las
claves del adviento. Hoy, todo el evangelio habla de Juan que irrumpe en el
desierto anunciando la cercanía del Reino. Veremos sus enseñanzas luego;
presentemos ahora su persona para encuadrar mejor su mensaje.
Juan, según nos lo presenta san Lucas, es hijo de Isabel y Zacarías, ella prima
de María, él uno de los sacerdotes que presentaban las ofrendas en el Templo y
que pedía a Dios que fecundase a su mujer; hasta que el milagro se realizó a
pesar de su primera incredulidad. Poco más sabemos de sus orígenes.
Dando un gran salto, encontramos hoy en el evangelio a Juan adulto, predicando
en el río Jordán y bautizando a los que acudían a pedir perdón por sus pecados.
Uno de tantos será su pariente Jesús, pero esa es otra historia que celebraremos
otro día.
Un año más tarde, Juan se encuentra en la cárcel, en Maqueronte. En sus
predicaciones había reprendido frecuentemente al tetrarca Herodes por vivir
adúlteramente con la mujer de su hermano. Y el rey, aunque le respetaba
profundamente y seguía sus consejos en otras cuestiones, le mandó encarcelar,
primero, y decapitar, después, por no atreverse a romper la promesa que había
hecho a su hija Salomé ante toda la corte.
Juan fue la persona cuya misión consistió en señalar a los hombres cómo, cuándo
y dónde podían encontrarse con Jesús, o sea, cómo vivir el adviento.
Comentario Bíblico
Nos hace falta el «conocimiento de Dios»
Iª Lectura: Isaías (11,1-10): Recuperar el paraíso perdido
I.1. Otro maravilloso oráculo de salvación de Isaías abre las lecturas de este
Segundo Domingo de Adviento. Es uno de esos tres oráculos mesiánicos (cf Is
7,1-17; 9,1-6) que caracterizan el libro del profeta de Judá y Jerusalén.
Oráculos de muchos quilates que son tan propicios para levantar el alma de un
pueblo en nombre de Dios y no de promesas falsas de los hombre prepotentes del
este mundo. Nuestro texto es un poema que tiene dos partes, probablemente de
origen distinto. Pero estas son cosas literarias que no van en perjuicio de la
hermosura del poema y de su lectura unificada e incluso de que sea un poema
posterior al exilio, cuando la monarquía está talada, desaparecida. El contexto
anterior del mismo nos habla de un bosque destruido en el que han caído los
árboles, el bosque de Judá; subsiste todavía un tocón, el de Jesé, el padre de
David. De ahí, Dios hará retoñar la vida nueva para el pueblo, para Jerusalén.
Hace falta verdadera iluminación profética para saber ver y prever lo que los
hombres normales no sabemos contemplar o esperar. Los profetas sí, por ello los
necesitamos siempre, y eso que para nuestra instalación en la cosas de siempre
no pueden resultar complacientes.
I.2. Pero esa vida nueva, precisamente por ser nueva, estará fundamentada en los
valores que los reyes de Israel y de Judá no habían sabido trasmitir hasta
ahora. La situación que se detalla es, en cierta manera, paradisíaca y bucólica,
porque se recurre a la naturaleza y a los animales. Y todo, porque se describe
un país que está lejos de una cosa muy importante: “el conocimiento de Dios”.
Efectivamente, el “daat Elohim” es un término decisivo en la teología profética.
No olvidemos que conocer, aquí, no tiene el sentido de “gnosis” o conocimiento
intelectual, sino el sentido bíblico de yd‘ y el daat Elohim de los profetas (Os
4,1.6; 5,4; 8,2 ; Jr 2,8; 4,22; 9,2.5 en oráculos de amenaza o bien de
salvación: Os 2,22; Jr 31,34 o Is 28,8) experiencia de Dios, de lo santo; o la
misma experiencia del amor entre hombre y mujer). Por eso “conocer a Dios” es
reconocerlo, reconocerlo, intimar con él de verdad, buscarlo y anhelarlo…
I.3. Porque lo que el profeta quiere refrendar es que no hay justicia, ni paz,
ni felicidad para los pobres y parias, porque al mundo le falta la “experiencia
de Dios”. Desde luego la experiencia de ese Dios del que Isaías fue portavoz
radical. Incluso se va más allá de la imagen mítica del paraíso, aunque es eso
lo que se quiere recuperar también de una forma real y espiritual en el oráculo;
allí faltó a la humanidad el conocimiento de Dios, la sabiduría, para saber
depender de Dios sin necesidad de entenderlo como esclavitud; y esa es la
situación que desde entonces arrastra la humanidad: Dios es el futuro del
hombre, de los reyes, de los pueblos, de la pareja, de la familia, del hombre y
de la mujer. Con el conocimiento de Dios (un conocimiento de amor) -se nos
quiere decir-, buscamos sabiduría, fortaleza, valor; y trae la justicia para los
más pobres. Se habla, pues, de un rey, que no necesita poder para destruir y
valor para restaurar la armonía y la paz. Esa paz mesiánica que se convierte en
santo y seña de los profetas y de este tiempo de Adviento…
IIª Lectura: Romanos (15,4-9): Perseverancia y consuelo
II.1. Nuevamente en este domingo, en la carta a los Romanos, Pablo hace
referencia a las Escrituras, en este caso al Antiguo Testamento, para que de
ellas podamos sacar unas consecuencias inmediatas: perseverancia y consuelo. Son
dones que proceden de Dios. Perseverancia, porque hay que tener en cuenta que
Dios no falta a su alianza y a sus promesas; ha prometido un mundo mejor, nuevo,
justo, (sería en este caso la promesa de la primera lectura de Isaías) y si
perseveramos en fiarnos de esa promesa, la verán nuestro ojos.
II.2. Consuelo, porque cuando verificamos lo lejos que estamos de ese estado
ideal y casi olímpico; la actitud cristiana no puede ser la desesperación;
debemos consolarnos porque algo absolutamente nuevo nos viene de parte de Dios.
Y el Adviento es un tiempo propicio para ello. El ejemplo que propone es Cristo,
servidor de judíos y paganos, de magnitudes irreconciliables, de mentalidades
opuestas. Cristo es el futuro de todos los hombres. Este ideal no puede perderse
para los seguidores del evangelio, para las comunidades cristianas que viven en
cualquier parte del mundo. El Adviento es un tiempo ideal, es su idiosincrasia,
porque es un tiempo de promesas que adelantan un futuro de lo que un día debe
ser lo que Dios ha querido para toda la humanidad.
Evangelio: Mateo (3,1-12): El Reinado de Dios nos pide un cambio de mentalidad
III.1. El evangelio del día nos presenta a una de las figuras más
características del Adviento: Juan el Bautista, el precursor del Señor. La
presentación del profeta de Galilea, Jesús, se hace en la tradición cristiana de
la mano de Juan el Bautista (cf Mc 1,1ss); de aquí y de otras informaciones
(Fuente Q) lo han tomado Mateo y Lucas, cada uno a su manera. La presentación de
Mt 3,1-12 va encaminada al bautismo de Jesús. La discusión sobre la historicidad
del mismo debería plantearnos algunas cuestiones que han sido debatidas en torno
al Jesús histórico. ¿Fue Jesús discípulos de Juan el Bautista? Hoy no nos
podemos negar a aceptar una relación de Jesús con el movimiento de Juan el
Bautista (cf Jn 1,30). Pero tampoco podemos cerrarnos a aceptar que no hubo
“fascinación” por su magisterio, por su bautismo o por sus ideas apocalípticas.
Jesús tenía “in mente” otras ideas y otros proyectos. El desierto, el bautismo
son elementos de la vida y la ideología del Bautista. Jesús iría a las aldeas y
los pueblos “para anunciar el reinado de Dios”. Pero es verdad que algo ocurrió
en la vida de Jesús que le acercó a Juan.
III.2. El texto de Mateo propone los elementos en el que podían coincidir:
“convertíos porque ha llegado el reinado de Dios”. Esta expresión es cristiana
por los cuatro costados, aunque el redactor ha querido incardinar estrechamente
a Juan el Bautista con el proyecto y mensaje de Jesús de Nazaret. La
“conversión” (metánoia) sí es coincidente. Pero debemos estar atentos a no
considerar esta expresión simplemente como “hacer penitencia”. Es algo más
radical y profético: es un cambio de mentalidad de mucho alcance que, sin duda,
Juan proponía a sus seguidores frente al judaísmo oficial. El que no predicara
en Jerusalén, ni en el templo (como tampoco hizo Jesús normalmente) muestra esa
radicalidad apocalíptica que algunos han comparado con los sectarios judíos de
Qumrán. No está claro que Juan perteneciera a esa secta… pero… podían haberse
dado algunos contactos. Elegir el desierto y el Jordán para el bautismo era como
querer vivir la experiencia de un nuevo éxodo, de una nueva entrada en la tierra
prometida, de recomenzar las relaciones con Dios con una nueva vivencia de
alianza. Estos símbolos no son despreciables significativamente… y por eso Jesús
se acercó a Juan que tenía fama de profeta entre el pueblo sencillo.
III.3. El caso de Juan es típico del hombre que está en desierto, que anhela una
historia nueva y renovada, pero que usa para ello las armas propias de los
apocalípticos: el hacha que corta la raíz, que destruye para renovar ¡Eso
asusta! En todo caso, su discurso es absolutamente teológico -desde la teología
de un evangelio tan característico como el de Mateo -; de nada vale ser un hijo
de Abrahán, tener el privilegio de pertenecer al pueblo escogido como los
fariseos y saduceos que venían a bautizarse, porque Dios puede hacer hijos de
Abrahán de las piedras. Efectivamente, el que debe venir, traerá el Espíritu, y
con el Espíritu, todos pueden tener el privilegio del que se habían adueñado
unos pocos. Y eso vuelve a repetirse siempre en los ámbitos institucionales
religiosos. Es necesaria una conversión radical para que lo santo tenga sentido.
Juan no tenía -así lo confiesa-, las soluciones a mano; pero él sabe que Dios sí
las tiene, y así las propone por medio de Jesús. La conversión, en este caso, es
lo mismo que Isaías manifestaba en torno al “conocimiento de Dios”. Con Juan se
cierra el Antiguo Testamento, desde la visión cristiana; con Juan acaba la
historia de privilegios que el judaísmo oficial había montado en torno a lo
santo y lo profano. Él solamente diseña la última posibilidad de subsistir: un
cambio, una nueva mentalidad, un nuevo rumbo, porque a partir de ahora Dios no
va a dejarse manejar de cualquier manera.
Fray Miguel de Burgos, O.P.
mdburgos.an@dominicos.org
Pautas para la homilía
Hacía quinientos años que no surgía un profeta en Israel. Parecía como si Dios
hubiera vuelto a olvidarse de su pueblo. Pero, al llegar la plenitud de los
tiempos, “la cercanía del reino de Dios” –que dice Juan-, vuelve a aparecer el
espíritu profético con más fuerza que nunca: Zacarías, Isabel, Simeón, Ana, Juan
Bautista.
Mensaje de la persona
Antes que lo que dice, impresiona la persona que lo dice. Tanto, que los
evangelistas se muestran muy solícitos al hablarnos de su importancia y
grandeza, señalando que Juan no es Jesús, sino sólo su heraldo.
Juan tiene autoridad ante el pueblo, tiene escuela, tiene discípulos, tiene
prestigio, todo el mundo le admira. Pero, en ningún momento perdió los papeles
atribuyéndose lo que correspondía sólo a Jesús. Su rectitud, su honradez y su
humildad son proverbiales. Nunca se predicó a sí mismo, sino al que venía a
anunciar, “al que está entre vosotros, al que viene detrás de mí, puede más que
yo y no merezco ni llevarle las sandalias”.
“Por aquellos días, Juan se presentó en el desierto de Judea predicando”. Sólo
predicando y mostrando “la Palabra”. Él no es la Palabra, sólo la voz que
señala, que anuncia. Señalará el camino, porque él no es el camino sino “sólo el
que lo allana y prepara”. Por más prestigio que tenga, él no es el que ha de
venir sino el que lo muestra, indicando a sus mismos discípulos que le abandonen
para que sigan a Jesús.
Se puede estar de acuerdo o no con Juan y su mensaje, pero lo que no se puede es
dudar de su autenticidad. Expresamente evita las ambigüedades y los dobles
sentidos para ceñirse con claridad meridiana a lo que, como profeta, tiene que
mostrar. Y, para sobreabundar en el fondo, da importancia a las formas: vestido
con piel de camello, viviendo en el desierto, alimentado con saltamontes y miel
silvestre. Integridad de vida y mensaje claro para todos. Esto bastaría para
saber nosotros qué tendríamos que hacer, decir y vivir en adviento. Pero, hay
más.
"Convertíos"
Este es el mensaje central del Bautista: “Convertíos porque está cerca el reino
de Dios”. Éstas, sus primeras palabras, son exactamente las palabras de Jesús al
iniciar su misión apostólica. Y esas mismas palabras serán las que llevan
pronunciado los discípulos de Jesús desde entonces.
Bien es cierto que en seguida surge la diferencia entre Juan y Jesús. El mensaje
de Juan es de un tono más bien apocalíptico, insistiendo más en la justicia de
Dios, que en forma de “hacha” “toca ya la base de los árboles talando y echando
al fuego a cuantos no den fruto”; Jesús, luego, insistirá más en mostrarnos a un
Dios que, sin dejar de ser justo, brilla más por el amor salvador y siempre
perdonador. Surge también la diferencia en cuanto a la conducta, cuando los
fariseos echan en cara a Jesús que los discípulos de Juan ayunaban pero los
suyos no. Y cuando acusan al mismo Jesús de comedor y bebedor, en contraste con
la forma de alimentarse Juan. Y, más en profundidad, en la prisa que parece
tener Juan en que Dios aplique su juicio cuando habla de “talar” y “echar al
fuego” a cuantos no den fruto, y la paciencia y la confianza de Jesús con todos,
hasta con la higuera que tampoco produce frutos.
Pero, tanto Juan, como Jesús y los discípulos de ambos, coinciden en la llamada
a la conversión: “Convertíos”. O sea, cambiad de dirección. Y, al hacerlo,
volved continuamente la mirada hacia atrás, no perdáis nunca las raíces, los
orígenes, no olvidéis que, si camináis, es porque habéis sido liberados y
comprados a un alto precio. Y, al caminar, no lo hagáis mirando al suelo, sino
mirad también hacia delante, hacia vuestro fin. Y el deseo y la esperanza de lo
que buscáis os dará fuerzas para seguir el camino.
La tentación está servida. Lo efímero y lo superficial tratan de imponerse a lo
profundo y eterno. Y, sin despreciar aquello, hoy se nos pide que nos volquemos
sobre esto. La clave siempre será la misma: mirar dónde y en qué ponemos nuestro
tesoro para saber por dónde va nuestro corazón.
El buen fruto de la conversión
Hay frutos comunes para todos y los hay particulares, porque así son las
relaciones humanas con el Dios cuya venida oteamos y preparamos. Una palabra
sobre uno que, si bien comienza siendo personal y particular, deseamos y pedimos
acabe siendo de todos. Me refiero al fruto de la justicia y de la paz a tenor
del momento que nos toca vivir.
Para empezar, la justicia y la paz son bienes, frutos, inseparables. Desconfiad
de quien, insistiendo en uno, olvide el otro. Y, en segundo lugar, tanto una
como la otra hay que buscarlas dentro de nosotros, de cada uno, para que, luego,
puedan tener una proyección social.
La justicia y la paz o, lo que es lo mismo, un clima de respeto auténtico, de
búsqueda de la verdad, de libertad, de reconocimiento de mis derechos y
obligaciones y los de los demás, o nacen dentro de nosotros o no podremos
imponerlas por decreto. Cada vez es más importante crear espacios de reflexión,
de formación de conciencias rectas y, para nosotros, de hacer posible oír la voz
de Dios.
Y, además, hay que orar, en particular en tiempos como el que litúrgicamente
vivimos. Lo nuestro es importante, sobre todo la base de una conciencia recta,
pero lo de Dios, decisivo. Sin él y sin su ayuda eficaz poco podremos lograr.
Pero, si a la sabiduría y prudencia humanas, unimos las sobrenaturales, los
frutos de los que hablaba Juan estarán garantizados.
Fray Hermelindo Fernández Rodríguez, O.P.
hfernandez@dominicos.org
29.
Hemos estrenado ya un nuevo año. Casi como el que estrena una nueva vida. Llevamos ya una semana de estreno. ¿Hemos escrito con buena letra y limpio en este cuaderno nuevo de este nuevo año, comenzado?.
“Ya es hora de despertarse”, se nos dijo el domingo pasado, “porque la noche está muy avanzada”, la noche de la oscuridad y tinieblas de tu vida en muchos aspectos, “y se acerca el día”
“Abandonemos, pues, las obras propias de la noche. Basta de excesos en la comida y en la bebida, basta de lujuria y libertinaje, no más peleas y envidias”.
“Vistámonos con la armadura de la luz. Revestíos del Señor Jesucristo, subiendo a su montaña”, para que nos instruya en sus caminos y podamos ir por sus senderos.
“Así forjaremos arados con las espadas y hoces con las lanzas y ya no nos adiestraremos para la guerra”.
Hay, pues, que estar prevenidos, hay que vigilar, porque no sabemos el día en que vendrá nuestro Señor.
Hay que orar, pedir, suplicar, “porque el hacha ya está puesta en la raíz de los árboles y el árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Este era el mensaje del primer domingo de adviento, unido al mensaje de éste: “porque el hacha ya está puesta en la raíz de los árboles y el árbol que no produzca buen fruto será cortado y arrojado al fuego.
Realmente, ¿he hecho algo en esta primera semana, que ya se me ha pasado? ¿He salido de mi pasividad?. “Es hora de despertarse”, se nos ha recordado. ¿Me he puesto a caminar por caminos de luz y no de tinieblas y obscuridades?. Caminamos por caminos de luz, nos decían, cuando “evitamos las riñas y rivalidades” en el hogar, en mi colegio o escuela, en el lugar de trabajo o estudio, en mi barrio, con los vecinos de la casa. Ser constructores de paz hasta “hacer de las espadas, arados y de las lanzas, podaderas”.
¿Quiero un poco más a mi mujer, siendo pacífico, comprensivo, tolerante? ¿Quiero más a mi marido a pesar de todos los pesares? ¿Somos más artistas en la educación de los hijos, sabiendo equilibrar rectitud con ternura?. Y vosotros, muchachos, muchachas, jóvenes, ¿habéis avanzado algo por este camino de obediencia a vuestros padres y mayores, escuchándoles con inteligencia y amor y siendo mejores compañeros con todos para construir la paz?.
Caminamos por caminos de luz cuando somos “moderados en el comer y beber”. ¿Te has privado de una copa de coñac o de whisky? ¿No comes demasiado a veces? ¿Has dado el importe de lo que has ahorrado en el comer o beber en limosna para los que no tienen ni para comer? Porque si en el adviento eres moderado en el comer y beber, pero te enriqueces por otro lado, ahorrando esos gastos y no repartiéndolos entre los pobres, tu gesto de moderación se obscurece y se convierte en camino de tinieblas, pero no de luz.
Caminamos por caminos de luz, cuando “evitamos el desenfreno de la sensualidad y de la lujuria”. La sexualidad, algo noble e íntimo de la persona humana, pero el desenfreno la estrella contra la nada.
Es así como se prepara el camino del Señor, allanando sus senderos, como nos grita en este segundo domingo de adviento la voz de Juan el Bautista en el desierto: “Convertíos!. Preparad el camino del Señor, allanad sus senderos”.
Hoy, hermanos, en este tiempo de adviento, nos preparamos de nuevo para esta venida del Señor en su Navidad. Es un nuevo ensayo, que hacemos entre todos, para que cuando venga en su venida postrera, como Señor del universo, nuestra conversión sea ya sólida, auténtica, sincera, porque entonces, El “no juzgará por apariencias, ni sentenciará de oídas; defenderá con justicia al desamparado. Al violento herirá y al impío, matará”, nos ha dicho el Profeta Isaías en la primera lectura, que hoy hemos proclamado. Todo, pues, quedará equilibrado, todo quedará ajustado. Será la apoteosis de todo la creación. Hombre y mundo ajustados, cada cosa en su sitio y un sitio para cada cosas. Armonía total. Felicidad y bienaventuranza plenas.
En estos ensayos de los advientos, que vivimos y las Navidades, que celebramos, tenemos que aprender nuestro papel de personas. Y la persona lo es, cuando los instintos, que son fuerzas estupendas, pero ciegas, son conducidos, dominados por el hombre, cuando las pasiones, que yo tengo, son controladas por la persona madura, que yo soy. Cuando todo ello lo “humanizo”. Isaías nos lo ha dicho con una imagen o símbolo desconcertante: “habitará el lobo con el cordero, la pantera se tumbará con el cabrito, el novillo y el león pacerán juntos”. Pasión y razón, unidos.
Hoy tengo, pues, que aprender y esforzarme en este adviento, para que el lobo violento, voraz y agresivo, que hay en mi, habite en paz con el cordero, que late en mi corazón; porque en la intimidad de nuestro corazón, no nos gusta la violencia, ni la rapacidad, ni la agresividad. Al fin de los tiempos el hombre habrá conseguido este equilibrio en su ser, entre los instintos y pasiones y su persona; y en el mundo reinará entonces la paz. Tenemos ese poder en nosotros, porque Dios nos ha hecho perfectos, “sin defectos de fabricación”, porque Dios no hace basura. la basura la hacemos tú y yo.
Hoy, adviento tras adviento, estamos aprendiendo esta lección, simbolizada en la imagen poética, anunciada por el profeta Isaías: “el lobo habitará con el cordero, el novillo y el león pacerán juntos”, porque “como las aguas llenan el mar, así también la sabiduría y ciencia del Señor llenan la tierra”. Llena mi mente y mi corazón con su Palabra en este adviento, para que aprendida la lección, la practique en mi vida todos los días. Porque “el Señor está cerca”
El Señor viene buscando frutos. Juan el Bautista así nos lo grita en este segundo domingo: “No os hagáis ilusiones pensando: Abraham es nuestro Padre, que traducido a nuestra situación, nos diría: “no os hagáis ilusiones, pensando, que estáis ya bautizados y cumplís viniendo a Misa”, porque la auténtica y verdadera conversión, que exige el adviento, la venida del Señor, su Encarnación en la humanidad, que comienza en el cuerpecito del niño, nacido de María, en Belén , es mucho más profunda y exige frutos, realidades en mi corazón y no sólo cumplimiento externo de actos de culto y de apariencias externas.
También la Encarnación supone que Dios se encarna en mi y yo tengo que tener entonces, se me tienen que notar y ver el estilo y el talante de lo divino, si no, yo no he dejado a Dios encarnarse en mi. Le he cerrado la puerta, como si fuera la basura y la basura soy yo.
Juan el Bautista nos advierte que: “ya toca el hacha la base de los árboles y el árbol que no da buen fruto será talado y echado al fuego”. No basta, pues, dar frutos, sino que hay que darlos buenos. Grano y no paja, porque este Señor del Universo, que viene a dar su último toque de perfección absoluta a la creación: “tiene el bieldo en la mano; aventará su parva, reunirá su trigo en el granero y quemará la paja en una hoguera, que no se apaga”.
No hay que escamotear estas palabras serias, dichas, no para llenarnos de miedo, sino de sabiduría, siendo inteligentes y responsables. Si en un vaso hay veneno, no me da miedo, sino despierta en mi la prudencia y la sabiduría para no beberlo. Miedo, nunca. Prudencia y sabiduría, siempre.
En este segundo domingo de adviento se nos pide una conversión auténtica, sincera, profunda”. Que mi corazón cambie de actitud. Que mis pensamientos cambien de óptica. Que sea otra la escala de valores de mi vida: no sólo hacer actos externos para cumplir, sino poner todo mi corazón, todo mi amor, toda mi vida para amar de verdad. María Inmaculada nos sale al paso en este adviento para presentarse como modelo en la pureza y sinceridad de nuestra conversión auténtica, sin mentiras, ni engaños. Sin las trampas de los bajos fondos de instintos y pasiones, enmascarados con aires de progreso y libertad, porque no tenemos valor para humanizarlos. La naturaleza humana no admite engaños, ni sucedáneos. Vale lo auténtico, lo limpio, que por ahí va lo puro, lo sin mancha, la Inmaculada.
En esta Eucaristía que vamos a celebrar, encontraremos toda la fuerza, que necesitamos para preparar los caminos del Señor, que es en el misterio de la Eucaristía, donde se realiza poco a poco la Encarnación de Dios en nosotros, y así nosotros reavivamos la nueva Navidad.
Amen.
P. Eduardo Martínez abad, escolapio
IDEAS CLAVE
1- Orar, pedir, suplicar para que el nuevo retoño del tronco de Jesé haga justicia y haya así armonía.
2- El de mayor fuerza y poder, como el lobo, no aplastará al más débil y desvalido, como el cordero.
3- La salvación es para todos y sin componendas, estando todos de acuerdo para acogernos, y alabar a Dios por su misericordia.
4- Para ello hay que cambiar, dando los frutos de la conversión, porque el árbol sin fruto será cortado.
30. I. V. E.
Comentarios Generales
Isaías 11,1-10
La Liturgia nos ofrece una perícope de la maravillosa profecía Mesiánica de
Isaías, que se intitula: “Poema de Emmanuel”. Israel, a la luz de esta profecía,
quedó escudriñando el horizonte en espera del advenimiento de su Rey. El
“Adviento” litúrgico nos invita a fijar la mirada en nuestro Rey mientras nos
disponemos a rememorar y revivir su misterio. Isaías le ve con estos rasgos:
-Hijo de David: “Brotará un renuevo del tocón de David, un vástago de su raíz
florecerá” (1). La profecía es muy oportuna en aquel momento en que Asiria,
navaja en manos de Yahvé para castigar a Israel (Is 7,20), lo dejará todo liso y
raso: trono y templo, magnates, ejército y pueblo. Por eso Isaías usa la imagen
audaz: El Mesías brota del tocón, de la raíz de Jesé (David). La dinastía de
David está aún más humillada cuando el Ángel anuncia a José: “José, hijo de
David: Tu Esposa dará a luz un Hijo y le pondrás por nombre Jesús. Lo engendrado
en ella es obra del Espíritu Santo” (Mt 1,21-22).
-Es obra del Espíritu Santo, Isaías ve al Mesías repleto, rebosante de Espíritu
Santo (2). Espíritu único con tres pares de dones: Sabiduría, discreción,
prudencia, fortaleza, piedad, temor de Dios. Esta plenitud septenaria nos
permite ver converger en el Mesías todas las gracias y funciones que tuvieron
los enviados antes de él (Patriarcas, Moisés, Reyes).Y con esta plenitud queda
el Mesías habilitado para ser Maestro y Profeta, Juez y Rey, Sacerdote y
Redentor. El mismo Jesús aplica la Profecía Isaiana (Lc 4,21). Y los cuatro
Evangelios nos hablan del descenso visible del Espíritu Santo sobre Jesús en el
Jordán, cuando inicia Jesús su función Mesiánica.
-Isaías acentúa otros dos rasgos del Rey y del Reino Mesiánico: la Paz y el
Universalismo. La simbología con que nos describe la paz Mesiánica (el cabrito y
el león, la osa y la vaca, etc., en armonía y convivencia) forma uno de los
logros más bellos entre todas las literaturas. Del universalismo Mesiánico nos
dice: “Aquel día la raíz de Jesé (el Mesías) se alzará como bandera de los
pueblos y hacia ella se dirigirán las naciones” (10). Cierto: la cruz de Cristo
es el glorioso estandarte. Todos lo buscan. Todos en él confían. Todos en él
hallan la salvación.
Romanos 15, 4-9
San Pablo, tras demostrar a los Romanos cómo se han cumplido en Jesús las
profecías en su más alto y rico sentido, y cómo Jesús es el Rey-Mesías-Redentor
de todos, deduce las enseñanzas prácticas de esta doctrina:
- Al leer en la Escritura del Viejo Testamento profetizado al Mesías y su obra,
alcanzamos enseñanza e instrucción, paciencia y constancia, consuelo y esperanza
(v 4). ¡Cuánto, cierto, crecen la fe y la esperanza al ver en el Viejo
Testamento profetizado el Nuevo y en el Nuevo cumplido y realizado el Viejo!
- A nosotros toca ahora no impedir ni desbaratar la obra pacificadora de Cristo.
Cristo armonizó con Dios a todos los pecadores (judíos y gentiles), y pacificó
entre sí a todos los hombres. Debemos, pues, “tener unidad de sentimientos unos
para con otros según Cristo Jesús” (5). Debemos “acogernos unos a otros como a
todos acogió Cristo” (7). Lastimosamente, la obra pacificadora de Cristo, la que
Él realizó muriendo por todos en la cruz, se frustra si nosotros rechazamos la
paz que Él nos ganó. Y seguimos en enemistad fraterna.
- Isaías previó y predijo que por obra del Mesías “la tierra toda se henchiría
del conocimiento (= amor y gloria) de Dios como los mares se hinchan de aguas” (Is
11, 9). Y Pablo nos recuerda que cuando los cristianos vivimos en fe, esperanza
y amor de Dios y en armonía fraternal, cielos y tierra se llenan de gloria de
Dios. Gloria de Dios fue la vida y la obra de Cristo (7). Y gloria de Dios es la
vida y la obra de los cristianos que viven en caridad: “Para que de esta forma
glorifiquéis al Dios y al Padre de Nuestro Señor Jesucristo con un corazón y con
una voz” (6).
Mateo 3, 1-12
San Mateo nos presenta al Bautista, el Precursor del Mesías, disponiendo los
caminos para su llegada que está ya muy presta. El Bautista, rico poseedor del
carisma profético, proclama su mensaje. Conecta con los Profetas precedentes y
los supera. Es entre todos el mayor (Mt 11, 11). Es el “cumplimiento” o plenitud
de la profecía de Isaías (3).
- ¡El Mesías a la vista!: “Viene en pos de mí”. Y “bautizará en Espíritu Santo”
(11). Con esto nos indica la inminencia de la llegada del Mesías y la riqueza de
gracia y salvación que trae. Cumple plenamente todas las profecías. Nos trae
plena y definitiva Salvación.
- Para disponerse a recibir su Persona y su mensaje, su gracia y su salvación,
deben todos “convertirse”; es decir, deben “hacer frutos dignos de conversión”
(8). Esto entraña: fe y obras. El Bautismo de Juan, que es “para” conversión,
simboliza la disponibilidad con que todos deben prepararse y abrirse al Mesías.
Sólo Este trae perdón, gracia, salvación.
- Con esta disponibilidad debemos abrirnos al Redentor. El Bautista halla no
pocos opositores que por orgullo (fariseos), sensualidad y ambición (Saduceos:
vv 7-9) no se disponen. También ahora podría encontrarnos indispuestos el
Redentor: “Hay que evitar el catolicismo diluido, mutilado, enmascarado; mucho
más el desmentido por las costumbres”. El ambiente es una fuerte tentación.
Muchos cristianos sucumben a ella. Su cristianismo diluido, vergonzante,
adulterado, desmentido por su vida pagana, no es auténtico. El Adviento es
llamada a conversión. Y de modo especial la Eucaristía, invitación e impulso,
gracia y dinamismo de continua conversión.
*Aviso: El material que presentamos está tomado de José Ma. Solé Roma (O.M.F.),"Ministros
de la Palabra", ciclo "A", Herder, Barcelona 1979.
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Dr. D. Isidro Gomá y Tomás
APARICIÓN DEL PRECURSOR: Lc. 3, 1-6
(Mt. 3, 1-6; Mc. 1, 1-6)
Explicación. — En los montes de Judá, probablemente en Ain Karim, había dejado
María a sus primos Zacarías e Isabel. Los infantes que llevaban las santas
madres en sus senos se habían saludado en forma misteriosa. Nacido el Bautista,
pasó su juventud en los desiertos, preparándose para su altísimo ministerio de
Precursor del Mesías. Hoy hace su aparición pública a orillas del Jordán. Con
razón empiezan los Evangelistas la descripción de la vida pública de Jesús por
la predicación del Bautista: Principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de
Dios. Es ésta como la aurora del Evangelio. Hasta en el orden doctrinal la
predicación del Bautista coincide con los comienzos de la predicación de Jesús.
Es el gran profeta que llega hasta el mismo umbral del Evangelio, para
desaparecer después que ha señalado a las multitudes el Salvador.
Encuadramiento cronológico (1.2). — La aparición del Bautista fue un hecho
famoso en los fastos del pueblo judío. Por ello es el punto de arranque de la
narración evangélica, y todos los datos cronológicos que nos da San Lucas sirven
para encuadrar el hecho ruidosísimo. Para ello concreta el Evangelista los
nombres de siete autoridades de la Palestina que ejercían sus funciones en el
momento de la aparición.
En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César... Fue este emperador hijo
adoptivo de su padrastro Augusto, quien le asoció al imperio antes de morir.
Poco tiempo duró el imperio bipersonal, porque tres años más tarde moría Augusto
y le sucedía Tiberio solo en el gobierno del vasto imperio. El año decimoquinto
del cómputo evangélico debe contarse desde la fecha de su asociación al
gobierno.
En la Judea, depuesto Arquelao por Augusto en el año 6° después de Jesucristo,
había sucedido el régimen romano por medio de procuradores: Poncio Pilatos era
el quinto de ellos, habiendo gobernado del 26 al 36 después de Jesucristo:
Siendo Poncio Pilatos gobernador de la Judea.
Quedaban aún, descontando Arquelao, dos tetrarcas, hijos de Herodes, que
gobernaban en las regiones superiores de la Palestina: Y Herodes tetrarca de la
Galilea, y su hermano Filipo tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconítide.
Cuando a Lisanias, no era de familia de Herodes: ejercía la tetrarquía de
Abilene, región situada entre el Líbano y el Hermón, al noroeste de Damasco y
que los rabinos computaban con orgullo entre «las tierras de Israel». Por esto
sin duda le nombra el Evangelista: Y Lisanias tetrarca de Abilene.
Entre las autoridades religiosas nombra San Lucas a Anás y Caifás: Siendo
príncipes de los sacerdotes Anás y Caifás. El sumo sacerdote en Israel era
único, y con cargo vitalicio; pero Anás, que había ejercido el supremo
pontificado desde el año 7 al 14 de Jesucristo, fue depuesto por Valerio Grato,
sucediéndole más tarde su yerno José, llamado Caifás, que tenía el título
oficial de Sumo Pontífice. El suegro conservó la dignidad hasta la muerte. Los
siete jefes nombrados en estos versículos ejercieron sus respectivas funciones
durante toda la vida pública de Jesús y hasta después de su muerte.
Fue entonces, en medio del relajamiento político, moral y religioso del pueblo
de Dios, cuando, a la manera de los antiguos profetas, recibió el mayor de
ellos, Juan, en el desierto donde había pasado su juventud (Lc. 1, 80), una
revelación especial de Dios: Vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de
Zacarías, en el desierto.
Misión del Bautista (3-6). — Y la palabra de Dios le mandó a Juan que saliera
del desierto: Y vino por toda la región del Jordán. La región del Jordán es poco
habitada, más propia para el pastoreo que para el cultivo. San Mateo la llama el
desierto de Judea: es la parte más baja del desierto a que hemos aludido en el
número 7, y que, por estar más próxima al caudaloso río, tiene alguna
vegetación. Era un símbolo; por aquellas regiones había entrado el pueblo de
Dios a la tierra prometida; del desierto vino para posesionarse de una tierra
que manaba leche y miel: por aquí debía empezar el pueblo de Dios a entrar en el
verdadero reino de Dios. El lugar era, por otra parte, a propósito para el
bautismo de inmersión en las aguas del Jordán, rito nuevo, peculiar del
Bautista, figurativo de la reforma interior de vida a que les exhortaba,
predicando el bautismo de penitencia para la remisión de los pecados. El
bautismo de Juan no perdonaba los pecados como el Bautismo cristiano borra el
pecado original o el sacramento de la Penitencia borra los personales. No era
más que un símbolo exterior que representaba el cambio de vida y la limpieza de
corazón a que les exhortaba al predicarles la penitencia: Dios no repudia los
corazones contritos y humillados.
Juan daba a las multitudes la razón del cambio de vida que en ellas debía
obrarse, diciendo: Haced penitencia, porque está cerca el reino de los cielos.
El pueblo sabía lo que se encerraba en la palabra del Bautista: era la promesa
de la restauración y de la salvación. Como sabía por los antiguos profetas que
el reino mesiánico debía tener un heraldo que le anunciara: Como está escrito en
el libro de las palabras de Isaías profeta: «He aquí que envío yo a mi ángel
ante mi faz, y preparará tu camino delante de ti». El ángel es aquí el heraldo o
anuncio: Dios había prometido por Malaquías (3, 1), que enviaría un precursor
para anunciar al pueblo la llegada del Mesías Dominador. También por Isaías
había dicho: Voz del que clama en el desierto: aparejad el camino del Señor:
enderezad sus sendas... Es metáfora oportuna, tomada de la costumbre de arreglar
los caminos a la llegada de un gran príncipe: Todo valle se henchirá: y todo
monte y collado será abajado: y se enderezará lo torcido, y serán allanados los
caminos fragosos; son los obstáculos de carácter moral que impiden la llegada
del reino de Dios a las almas: la soberbia, representada por la turgencia de los
montes que no se aviene con la humildad del Salvador futuro; la injusticia, que
es una desviación de la rectitud de la ley; la hipocresía, senda tortuosa de la
vida, disconforme con la simplicidad de intención que será divisa del reino
futuro, etc. Resultado de esta preparación espiritual será que toda la raza
humana, porque la redención debe ser universal, verá la salvación que de Dios
viene por el Mesías: Y verán todos los hombres la salud de Dios.
Fue eficacísima la predicación del gran profeta. El pueblo judío, que vivía en
la hipertensión de esperanzas próximas a realizarse, vino en masa a oír al
heraldo de Dios: Y salía hacia él toda la región de la Judea y todos los
habitantes de Jerusalén, gente de ciudad y de los poblados y del campo; y
confesando sus pecados, probablemente con una fórmula de confesión general
semejante a nuestro «Confiteor», eran bautizados por él en el río Jordán, con
bautismo peculiar del Bautista, que personalmente les sumergía en las aguas del
río, para denotar y preparar al mismo tiempo la purificación del corazón, el
cambio de vida y la creencia en el próximo advenimiento del Mesías.
El gran predicador de la penitencia debía mostrar en su persona el amor a esta
virtud. Juan enseñaba con el ejemplo lo que su voz predicaba: Traía Juan un
vestido de pelos de camello, no de lana de camello, como dice San Jerónimo, sino
de los ásperos pelos de este animal, tan común en aquel país. Su ceñidor, en el
que tanto lujo solían gastar los antiguos, era paupérrimo, de cuero: Y un cinto
de cuero a sus lomos. Su ordinario alimento consonaba con la miseria de su
indumentaria: Y la comida suya eran langostas, que fácilmente cogidas en
aquellos parajes, secadas al sol o al horno, eran manjar vulgarísimo de la gente
pobre; y miel silvestre, no de abejas, que en las Escrituras suele reputarse
entre los manjares deliciosos (Cant. 4, 11), sino el humor gomoso que de sus
troncos destilan algunos árboles. La vida de Juan era una elocuentísima
predicación del tema que solía desarrollar.
Lecciones morales. — A) v. 1. — En el año decimoquinto del imperio de Tiberio
César... — Compárese la opulencia que significan los nombres de los siete
personajes, Pilatos, Herodes, etc., con la suma pobreza del Bautista, que en
tiempo de aquéllos aparece en la escena del mundo. Ha desaparecido el poder y
fausto de aquéllos: la memoria de casi todos es execrada. El nombre del Bautista
es veneradísimo; su gloria será eterna, y durará su buena memoria cuanto dure el
mundo; el reino que predicaba es la Iglesia y es el cielo. Debemos siempre
inclinarnos del lado de la rectitud y no ser víctimas de las apariencias del
mundo, que pasa como una sombra.
B) v. 2. —Vino la palabra de Dios sobre Juan... — Sobre muchos ministros de Dios
se ha hecho la palabra de Dios, como le sucedió al Bautista. Su voz clama en el
desierto del mundo, desierto de virtudes y de pensamientos graves. Es la voz del
sacerdote que nos llama a que preparemos en nuestros corazones los caminos para
que venga a ellos el reino de Dios. Oigámosles con atención y docilidad, que son
los heraldos de Dios.
C) v. 4. — Preparad el camino del Señor...—Grande y ancho es nuestro corazón,
dice Orígenes, pero hay en él no poco que arreglar para que more en él Dios.
Allanemos la hinchazón de la soberbia; llenemos los baches de nuestra pereza y
las profundas torrenteras de nuestros malos hábitos, y enderecemos nuestras
perversas intenciones, y sigamos el trillado camino que apisonaron los santos
con sus buenos ejemplos.
D) Mc. — Y acudía a él todo el país... — Hablaba Juan al pueblo de lo que quería
Dios y en la forma más asequible al pueblo. Dos condiciones fundamentales de la
palabra de Dios en boca de sus predicadores: hablar de Dios y de las cosas de
Dios, y hacerlo en la forma debida. El hombre sentirá siempre hambre de Dios; si
no se le hastía con manjares frívolos, oirá con gusto hablar de Dios. Y gusta
que se le hable su propio lenguaje, de lo contrario acaba por dejar solo al
predicador. Los sacerdotes tienen mucho que aprender en la predicación del
Bautista. El pueblo debiera seguir las huellas de las muchedumbres que fueron
adoctrinadas por Juan.
E) Mt. —Traía Juan un vestido de pelos de camello...—La austeridad de vida es
ley general para aquellos que son llamados a obrar la restauración moral de los
pueblos. El Bautista es de ello elocuentísimo ejemplo. ¡Ay! del predicador de
quien se puedan decir las palabras del Señor: Dicunt et non faciunt: «Enseñan a
los demás lo que ellos no practican» (Mt. 23, 3).
RESUMEN DE LA PREDICACIÓN DEL BAUTISTA: Lc. 3, 7-14
(Mt. 3, 7-10)
Explicación. — Las características de los discursos del Bautista, según los
reproduce San Lucas, es la vehemencia de celo, que le hace prorrumpir en
terribles apóstrofes, y el lenguaje lleno de metáforas expresivas, que le dan
todo el vigor de las requisitorias de los antiguos profetas. Cuando hacía ya
cuatrocientos años que había desaparecido el último de ellos, y eran llegados
los días del Mesías, es fácil colegir el efecto que la voz austera del
austerísimo Juan causaría en las multitudes.
PREDICACIÓN GENERAL (7-9). — Empieza el Bautista con una imprecación y una
amenaza de carácter general: Y decía a las turbas que venían a que las
bautizase... San Mateo supone que el violento apóstrofe que sigue surge en el
ánimo de Juan viendo a muchos fariseos y saduceos que se hallaban entre la
multitud; como ésta estaba dominada por aquéllos, a todos se dirige por igual el
profeta. Veía él que se apiñaban las gentes para que las bautizase, más
cuidadosas del rito externo que de las disposiciones externas del corazón, y
exclamaba: ¡Raza de víboras! ¿Quién os mostró a huir de la ira que ha de venir?
Creía aquel pueblo, a quien el orgullo de sus maestros había inoculado el
sentimiento de la indemnidad por la imputación de la fe de Abraham, que todos
los anatemas de los antiguos profetas pesaban sobre los gentiles; por ello les
llama hijos malos de padres perversos, a quienes nadie es capaz de demostrar que
estén exentos del juicio terrible que el Mesías hará de los impíos (Rom. 2, 5; 1
Thess. 1, 10).
Del apóstrofe lleno de indignación pasa el Bautista a la exhortación paternal:
Haced, pues, frutos dignos de penitencia; demostrad con vuestro arrepentimiento
y buenas obras que habéis enmendado vuestra vida. Y como si adivinara su
pensamiento de vana confianza en ser hijos de Abraham, es decir, de bendición,
ligados con Dios como este patriarca con alianza eterna, añade: Y no comencéis a
decir dentro de vosotros, como si ahora pensáis: Tenemos por padre a Abraham.
¿De qué les servirá ser sus hijos según la carne, si no tienen su fe y su
obediencia? Y señalando con su dedo descarnado los guijarros, añadía: Porque os
digo que puede Dios de estas piedras levantar hijos a Abraham; aun cuando caiga
en defección toda la raza de Abraham, Dios es poderoso para hacer hijos de fe y
de la obediencia a los pueblos paganos. De hecho se ha cumplido la palabra de
Juan.
Cuan urgente sea la reforma de vida, se lo indica con una figura expresiva:
Porque la segur está ya puesta a la raíz de los árboles; el juicio es inminente,
y no os valdrá ser hijos de Abraham; seréis arrancados y rechazados del reino
mesiánico si no hacéis buenas obras: Pues todo árbol que no hace buen fruto,
cortado será, y echado al fuego: la expulsión del reino mesiánico importa la
condenación.
PREDICACIÓN PARTICULAR (10-14). — La predicación del Bautista no carece de
eficacia: el pueblo se bautiza y confiesa sus pecados; y se acercan a él las
diversas clases de la sociedad y le piden documentos de bien vivir. Y le
preguntaban las gentes, de la masa del pueblo, y decían: Pues, ¿qué haremos? Si
es inminente el juicio del Mesías, ¿cómo nos libraremos de él? Y respondiendo,
les decía: El que tiene dos vestidos dé al que no tiene, y el que tiene qué
comer haga lo mismo. A la dureza quiere que suceda la misericordia; a la
avaricia, la limosna; al egoísmo, la caridad. La limosna redime los pecados, y
las misericordias habidas con los pobres borran la propia iniquidad (Dan. 4,
24).
Hasta los publicanos, exactores de tributos, gente dura de corazón, odiados por
el pueblo, se estremecieron ante la predicación de Juan. Y vinieron a él también
publicanos, para que los bautizase, y le dijeron: Maestro, ¿qué haremos?
Reconociéndole como maestro, se demuestran preparados para el bautismo y cambio
de vida. El Bautista no les exige más que el cumplimiento de su oficio dentro de
la más estricta justicia; no les impone, como hacían los fariseos con todo el
mundo, cargas insoportables: No exijáis más de lo que os está ordenado (…)
Como se ve, el lema del Bautista al dar reglas prácticas para la vida, se reduce
a justicia y caridad. No impone penitencias ni obras extraordinarias. Es, en
verdad, un esbozo del Evangelio en lo que atañe a la generalidad del pueblo.
Lecciones morales. — A) v. 7 — ¿Quién os mostró a huir de la ira que ha de
venir?... — No confiemos excesivamente en nuestro nombre de cristianos, ni en la
eficacia de los medios que ha puesto Dios en nuestras manos para salvarnos. Dios
exige nuestra cooperación por la adaptación de nuestra vida a sus enseñanzas; lo
cual implica la práctica de las buenas obras, únicas que con la gracia de Dios
pueden salvarnos. ¿Cómo, en otro caso, podríamos evitar la ira de Dios, aunque
fuésemos hijos suyos por la fe?
B) v. 9 — La segur está ya puesta a la raíz de los árboles... — Es la guadaña de
la muerte, que está siempre dispuesta, a la orden de Dios, a segar el hilo de
nuestra vida. ¡Ay de aquel cuya vida se trunque en el momento en que se halle
sin buenas obras que le merezcan premio!
C) v. 10 — ¿Qué haremos?... — La virtud consiste en el exacto cumplimiento de
nuestros deberes generales de cristianos y en los particulares de nuestro
estado, no en obras extraordinarias, que Dios ordinariamente no nos pide, y que
ni siquiera nos servirían si faltáramos a nuestras obligaciones fundamentales.
D) v. 11 — El que tiene dos vestidos, dé al que no tiene...—La mayor parte de
los desequilibrios y de las miserias sociales viene de esta falta de igualdad en
la posesión. Quien no tiene nada, es como un enemigo nato del que tiene doble:
se levantará, cuando pueda y en la forma que pueda, contra el que tiene para los
dos, y le exigirá, a veces en forma cruenta, que le dé su porción. La igualdad
en las cosas necesarias para la vida es ley fundamental del equilibrio social. Y
algo más que lo necesario para la vida, que es el relativo bienestar de la vida,
sobre todo cuando la riqueza social lo consiente, y que sólo puede dar la
caridad cristiana. San Juan, como es precursor de Jesús en su persona, lo es en
la divina doctrina que predica. Quien da al pobre, no sólo presta a Dios, como
dice el refrán, sino que es un gran bienhechor de la sociedad.
(Dr. D. Isidro Gomá y Tomás, El Evangelio Explicado, Vol. I, Ed. Acervo, 6ª ed.,
Barcelona, 1966, p. 333-340)
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P. Leonardo CASTELLANI
El Bautista y los fariseos
Este evangelio, trae el segundo testimonio de Juan Bautista acerca de
Jesucristo, el que dio a las autoridades religiosas oficiales.
Está puesto al principio del EVANGELIO del otro Juan después del solemne
prefacio en que el Evangelista declara que "el Verbo era Dios". Juan el Águila
conecta su propio testimonio de que Cristo era Dios (objeto del cuarto
EVANGELIO) con el testimonio de Juan el Lobo de que Cristo era el Mesías;
completándolo.
Este testimonio del Bautista a los fariseos acerca de Cristo y de sí mismo, tuvo
lugar más o menos en la mitad de su corta carrera, que fue más corta aun que la
de Cristo. Juan sobrevino repentinamente como un meteoro, iluminó lo que tenía
que iluminar, y se apagó bruscamente.
San Lucas tarja cuidadosamente el principio y el fin de su corta tarea, como si
esos dos topes tuviesen notable importancia. Al principio de su misión predicó
simplemente, aunque con fuerza extraordinaria "penitencia urgente porque el
Tiempo llegó". Sus oyentes sabían perfectamente qué cosa significaba "el
Tiempo", que entonces era objeto de las más ardientes discusiones: las Setenta
Semanas de Daniel ya cumplidas, la esperanza de Israel y las Naciones a punto de
realizarse, la plenitud de los tiempos.
A los que daban muestras de arrepentimiento de sus faltas —hasta confesarlas
públicamente algunos— Juan los bautizaba por inmersión, advirtiéndoles que era
bautismo “provisorio”, y les imponía una regla de conducta sencilla, tomada de
la moral natural; porque para reconocer al Mesías había que disponerse, quitando
las lagañas de los ojos interiores. Con esto, su trabajo estaba listo.
Sus imprecaciones contra el fariseísmo no empezaron sino después de la
investigación oficial que narra el evangelio de hoy. Juan sabía perfectamente
quiénes eran los fariseos — era de familia sacerdotal— sobre todo si fue essenio,
como creemos; pero era como una onza de plata en rectitud y humildad; y lo mismo
que Cristo, no iba a empezar su misión religiosa con un levante a las
autoridades religiosas, que no es la manera de empezar de los santos; aunque a
veces es la manera de acabar; y de que lo acaben a uno. Véase por ejemplo el
acabamiento del filósofo Soren Kirkegor.
Cuando se presenta en el remanso solitario de Besch-Zedá una delegación de
"sacerdotes y levitas" comisionados de Jerusalén, Juan los acoge con sencillez y
sin descortesía; probablemente con reverencia incluso. Su nombre corría ya de
boca en boca como de un varón extraordinario; las mujeres y algunos entusiastas
se dejaban decir que era nada menos que "el Mesías". ¿No se habían cumplido ya
los Quinientos Años de Daniel? El Cotarro de Jerusalén —que en hebreo se llama
Sam-Hedrim y en griego Synhedrio — aunque era propenso a despreciar, no podía
pasarlo por alto; y así mandó tomarle declaración:
—“Tú, ¿quién demonio eres?” —el diálogo entre el Bautizador y los delegados es
altamente típico—. “Juan confesó y no negó, y confesó diciendo...” marca el
Evangelista, indicando que se trataba de una “confesión” o declaración de
conciencia, incluso quizá peligrosa. “Yo no soy el Mesías”, dijo San Juan,
leyéndoles las intenciones. "Entonces, declara quién eres ¿eres por si acaso
Elías?”—"No soy Elías". —“¿Eres Profeta?” —“No”. La última réplica le salió
seca.
Sin embargo Cristo, que no miente, dirá después que Juan era en cierto modo
Elías, y que era el más grande de los Profetas. ¿Por qué negó Juan que era
profeta? "Por fastidio hacia esa gente soberbia", dirá Teofilacto. "Por
humildad", dirá el Crisóstomo. Pero la humildad nunca está reñida con la
veracidad, “la humildad es la verdad”, dice Santa Teresa. Juan no negó que era
profeta, Juan negó que era "el Profeta"... que estaba en la mente de los
interlocutores. Llenos de bambolla y de ideas “nacionalistas”, ellos se
figuraban un Mesías guerrero; y un Precursor Caudillo, por el estilo.
Ese Profeta que ellos imaginaban, un Elías o un David, no era Juan. Era sin
embargo más que David en su humilde estación y en su aspecto áspero y salvaje.
Era el dedo que apuntaba a Cristo; y en ese sentido, metafóricamente, era
también Elías (...)
“ — Entonces ¿tú quién diablo eres, y a ver qué nos dices de ti mismo, para que
llevemos Respuestas a los que nos envían...”. Era la conminación de la
autoridad. Juan no se sustrae a ella:
“ — Yo soy La-Voz-que-grita-en-el-Desierto” (una sola palabra en arameo, como si
dijéramos Wuesterlichrufendestimme en alemán, “ése es mi nombre” ...). El mundo
en aquel tiempo, religiosamente hablando, era un desierto. Juan era una simple
voz; pobre y potente voz, una voz casi sin cuerpo, un cuerpo humano hecho pura
voz.
“ — ¿Y qué grita esa voz? ”
“ — Grita: Preparad los caminos al Señor, como dijo Isaías Profeta. Nada más”.
Los fariseos lo despreciaron: era uno de tantos gritones más. Era un fanático de
la revolución mesiánica. A la vista estaba que éste no iba a vencer a Pilato, ni
a derribar a Herodes y a los herodianos. Políticamente, cero.
“ —Entonces ¿cómo diablos bautizas, si no eres ni el Cristo, ni Elías, ni el
Profeta? ”
Gran idea tenían los judíos del bautismo; la misma que tenemos nosotros.
Perdonar los pecados puede solamente Dios o aquel que lo representa; y ese
lavacro con agua significa para ellos y nosotros la limpieza de las lacras
morales.
Juan ya había bautizado a Cristo y había tenido la gran revelación del Espíritu
acerca de él. "Aquel sobre el cual vieres descender en forma visible el
Espíritu, Ése es". Así que lanzó directa y decididamente su Testimonio, lo que
tenía que anunciar, aquello para lo cual era nacido, a unos oídos taponados y no
dignos de recibirlo: .
“ —Yo bautizo con agua; en medio vuestro está Otro, que vosotros desconocéis,
que bautizará con fuego. Ese es el que ha de venir después de mí, que fue hecho
antes de mí. Ese es más grande que yo, y en tal medida, que yo no soy digno ni
de atarle los cordones del calzado ”
Zás, aquí sí que la arreglamos — pensaron los fariseos — ; éste es loco.
Despreciaron a Juan y no aceptaron su bautismo precursorio, para mal de ellos,
dice el EVANGELIO. Más tarde Cristo los pondrá en gran aprieto, refiriéndose
justamente al bautismo de Juan.
Veamos el otro episodio paralelo a éste. En el Templo, en una de sus últimas
contiendas con estos hipócritas engreídos, exigiéndole ellos, lo mismo que a
Juan, declinase “con qué autoridad haces esas cosas”, respondió discretamente el
Cristo:
“ — Decidme vosotros antes, por favor: el bautismo de Juan ¿era de Dios o era
[invención] de los hombres? ”.
Se cortaron; porque vieron que si respondían era de Dios, reconocían que Cristo
tenía verdaderamente autoridad; y si decían era cosa de hombres fanáticos,
temían la ira del pueblo. “No sabemos”, dijeron.
“— ¡Entonces tampoco puedo deciros qué autoridad tengo yo!”.
Parece un truco hábil de los usados por los “contrapuntistas” palestinos; y una
“respuesta de gallego”, que dicen los catalanes responden preguntando; y lo es
en efecto. Pero es más que eso: es responder implícitamente a la pregunta: “Si
Juan el Bautista tenía autoridad de Dios, yo tengo autoridad de Dios”. Era
responder y no responder, que es lo que cumple con los malintencionados.
Con esta autoridad, el Precursor de Cristo comenzó desde entonces a denunciar a
los fariseos, y a imprecarlos con la voz gorda; que es la única que quedaba para
salvarlos, aunque tampoco los salvó por cierto. “Hijos de víboras, raza de
serpientes, generación bastarda y adúltera ,¿qué os habéis pensado? ¿Pensáis que
habéis de poder huir de la ira de Dios que se aproxima?”. Juan denunció a los
fariseos como los peores corruptores de la religiosidad; denuncia que había de
retomar más tarde Jesucristo en pleno y en gran estilo.
El fariseísmo es la sífilis de la religión, y el peor mal que existe en el
mundo. Es el "pecado contra el Espíritu Santo”. Tanto que algún Santo Padre ha
predicado que los únicos que van al infierno (es decir, que de hecho se
condenan) son los fariseos; y que eso significaría el dicho de Cristo: "ese
pecado no tiene perdón en esta vida ni en la otra", proposición que yo no
suscribiría, porque realmente no sé en absoluto quienes están de hecho en el
Infierno, como pretendió saber Dante Alighieri. Ni nadie lo sabe. Recuerdo
cuando yo estaba por hacerme cura, el párroco de mi pueblo, un piamontés
nombrado Olessio, me dijo: "Apruebo tu determinación; pero te prevengo que el
infierno está lleno de curas...". Ni él tampoco sabía nada, por cierto.
Tampoco sé si Juan el Bautista fue el santo más grande que ha existido, mayor
que San Francisco, San Pablo y San José. Esa discusión no interesa.
Los jesuitas creen que el santo mayor es San Ignacio; los dominicos que fue
Santo Domingo; los españoles que fue Santa Teresa; los franceses Juana de Arco;
y en un pueblo andaluz que se llama Recovo de la Reina, cuyo patrono es San
Pantaleón, creen que el santo mayor de la corte celestial es el...
"Glorioso San Pantaleón
Santazo de cuerpo entero
Y no como otros santitos
Que ni se ven en el suelo..."
Lo que interesa no es saber cuál fue el santo más grande — todos son los más
grandes, cada uno en su línea, como todas las obras maestras—, sino llegar a
contarse entre ellos, aunque sea como el más pequeño.
Juan el Bautista fue el santo más grande del ANTIGUO TESTAMENTO; pero el santo
más chico del NUEVO TESTAMENTO es mayor que él, dijo Cristo, si quieren saberlo.
Y con eso basta.
Primer testimonio del Bautista
Otro evangelio acerca de Juan el Bautizador es el comienzo de Lucas, III, y
contiene solamente la marca cronológica y los dos primeros temas de la
predicación de Johanan. Lucas marca solemnemente este acontecimiento, nombrando
a todas las autoridades, como hacían los romanos: 5º año del Imperio de Tiberio;
Procurador de Judea, Poncio Pilato; Tetrarca de Galilea, Herodes; Tetrarca de
Iturea, Felipe su hermano; y de Abilina, Lisanias —con el cual Lisanias hallan
dificulta-des los historiadores—; bajo los Pontífices Caifás, y Anás su suegro,
que aunque pontífices había sólo uno, todos sabían que el que mandaba realmente
era el suegro, o mejor dicho, toda la familia... Esta indicación sirve mucho a
los eruditos para determinar la difícil cronología de los hechos evangélicos; y
como el fin de San Juan está bien marcado en la Segunda Misión Galilea de
Cristo, es decir, en su segundo año, sabemos que la misión y la vida de Juan fue
muy corta y que murió de la misma edad de Cristo, cerca de octubre del año 32;
de nuestra cronología, el 26.
Juan le llevaba seis meses de vida a su primo Jesucristo. "Et hic sextus mensis
est illi, quae vocatur sterilis". San Lucas reporta el nacimiento y la vocación
del Bautista en un capítulo lleno de movimiento lírico-dramático, que termina
con el Cántico de Zacarías, joya de la lírica hebrea. Hijo del milagro, Juan
nació de una mujer-estéril y un varón anciano; y el Ángel Gabriel anunció de
antemano el suceso a su padre; el cual dudó de la visión, en castigo de lo cual
quedó mudo. Estaba el Ángel de la Anunciación a la derecha del altar del
incienso; y anunció al sacerdote Zacarías la gloria futura de su hijo, mientras
la plebe afuera oraba en masa y se extrañaba de que el Sacerdote se demorara
tanto. "Nacerá para alegría de muchos, no beberá vino ni grapa, y será lleno del
Espíritu Santo ya desde el seno de su madre". No beber vino era señal de ser
essenio, una especie de ermitaños o monjes que no se cortaban el cabello, no
tocaban un arma, guardaban continencia voluntaria y vivían en oración y
penitencia para implorar la venida del Mesías y prepararse a ella. El
historiador Josepho narra de los essenios varias cosas raras y aun ridículas, al
lado las otras que dije; que pueden ser verdad, o pueden ser de esas cosas
inventadas que en todos los tiempos el vulgo dice de los “frailes”. El EVANGELIO
dice que el hijo de Zacarías y Elizabeth desde muy niño, movido por el Espíritu
Santo, se fue al desierto; y por ende fue essenio, porque en el desierto, de
niño no pudo haber vivido solo, ni lo permitirían sus padres. En el Medioevo los
chicos se escapaban de su casa para meterse en los cluniacenses, cuando
predicaba San Bernardo. Y en nuestros días, en la India pasa a veces lo mismo,
según leemos en el... Reader Digest. Puede que sea verdad.
En el desierto vivió de langostas y miel silvestre: en Oriente (en las Filipinas
hoy día, por ejemplo) comen las langostas; pero son allá unos bichos diferentes
de los nuestros, más grandes y más sabrosos; y también diferentes de las
langostas de Chile. Las secan al sol y las mascan como maní, o semilla de
girasol. Después de eso no sabemos más del niño prodigio, hasta que aparece como
un meteoro “en toda la comarca del Jordán”.
Cerca de los 32 años, “se hizo la voz de Dios sobre él”; y él cayó como un león
a bramarla ante las gentes de Judea. Su boca estaba llena de las palabras más
agrias de los profetas: "Raza de víboras — generación adúltera — corazones de
piedra — falsos hijos de Abraham —árboles sin fruto buenos para el fuego—
árboles muertos listos para el hacha". La muchedumbre quedaba tocada: “Cuando
venga el Mesías no lo reconoceréis por vuestras maldades; pero Dios puede
convertir las piedras estas en hijos de Abraham” — “¿Qué debemos hacer?”. Juan
se ablandaba entonces y les imponía los mandatos de la ley natural, antes que
las observaciones vanas y las inútiles excrecencias de la moral talmúdica.
Asombra la lenidad de los preceptos de Juan al lado de la acidez de su
dogmática. Los que son austeros consigo mismos, suelen ser dulces para con los
demás; y viceversa.
“Los soldados le preguntaban: Maestro, ¿qué haremos? y él respondía: < No andéis
pidiendo aumentos de sueldo y no seáis prepotentes >”. Se ve que los militares
han sido siempre los mismos. A los cobradores del gobierno les decía: “No andéis
sacando coimas”; y a la muchedumbre en general: “Haced limosnas por poco que
algo os sobre”. De aquí sacaron los Santos Padres que la limosna es el mejor
medio para la expiación de los pecados, no más que la oración, pero más que el
ayuno. Y después los bautizaba con el “bautismo de Juan”, el bautismo
preparatorio o provisorio.
San Juan imponía a la gente simplemente su deber profesional, el deber de estado
que se llama; y no se puede dudar que estaba muy acertado, porque el deber de
estado resume en sí todos nuestros deberes. “Las mujeres se salvarán por la
crianza de sus hijos”, dice San Pablo: es su deber profesional. Si no eres buen
obrero ¿cómo serás buen hombre? Y si no eres bueno a manejar tus manos ¿cómo
ordenarás tus pensamientos, que son mucho menos obedientes? Ustedes encontrarán
tipos que son “muy religiosos”, y no son buenos hijos o buenos vecinos o buenos
ciudadanos; bien: no son muy religiosos. También se encuentran “buenos
religiosos” que son malos profesores, malos predicadores, malos escritores —o
malas enfermeras o maestras—: no creo que sean muy buenos frailes. Un buen
fraile que escribe, lo menos que puede hacer es aprender a escribir; si no, que
no escriba. Agarran a un fraile buenazo y corto lo hacen Superior de un
convento: como hombre es un santo y como Superior una porquería. Para hacer un
buen ángel, primero hay que hacer un buen hombre, decía San Francisco de Sales.
Agarran a un reíto del suburbio y de golpe quieren hacerlo un sacerdote del
Altísimo a fuerza de devociones; y no les sale. Salen “fetos con alas”, como
decía Don Orione. Primero de leer la IMITACIÓN DE CRISTO, hay que aprender la
ÉTICA A NICÓMACO.
Contra todas estas macanas militaba San Juan Bautista. Que cada cual comience
por hacer bien su oficio. Al rey Herodes, que cayó allí con su comitiva, de
curiosón no más, a ver cómo era aquello que toda la gente hablaba, no le dijo
que hiciese bien su oficio de rey, pues todos sabían que no era rey sino de
mojiganga. Le dijo una cosa casi suicida: "No te es lícito cohabitar con la
mujer de tu hermano".
(P. Leonardo Castellani, El Evangelio de Jesucristo, Ed. Dictio, Bs. As., 1977,
pp. 413-422)
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Catena Aurea
San Agustín:
AEl que no se arrepiente de su vida pasada, no puede emprender otra nueva. Por
esto es que compara la vuelta a la penitencia con el reino del cielo que se
acerca, porque la penitencia es retroceso del error, una huida del mal que hace
seguir a la vergüenza del pecado la declaración de un buen propósito.-
Tal es el sentido que se encierra en estas palabras: "Haced penitencia..."
San Juan Crisóstomo:
AEl Bautista se presenta desde el primer momento como el embajador de un rey
benigno, prometiendo el perdón sin fulminar amenazas.-
Los reyes acostumbran cuando nace un hijo conceder una amplia amnistía en todo
su reino, pero ella va ordinariamente precedida de exactores (cobrador o
recaudador de los tributos); el Señor, en cambio, después del nacimiento de su
Hijo, queriendo otorgar el perdón de los pecadores, envía a Juan como exactor
quien exige y dice: 'Haced penitencia.'
(Oh cobro admirable, que lejos de empobrecer enriquece!
Porque el que paga su deuda a la Justicia divina, no da nada a Dios, y adquiere,
sin embargo, la salud eterna; porque la penitencia purifica el corazón, ilumina
nuestros sentidos y prepara nuestras facultades todas para recibir a
Jesucristo...@
ADe este modo anuncia a los judíos lo que ellos no habían escuchado ni aun de
boca de los mismos Profetas, es decir, los cielos y el reino, y sin hablarles de
la tierra, los excita, por la novedad de la predicación, a buscar a Aquél a
quien predica...@
AAsí como preceden a un gran rey, que ha de emprender una expedición, los que
hacen preparativos, los que quitan las cosas poco decentes, los que componen lo
deteriorado, así San Juan precedió a Nuestro Señor, para quitar de los
corazones, con las mortificaciones de la penitencia, las inmundicias de los
pecados, y para organizar todas las cosas que habían quedado desordenadas, con
preceptos espirituales...@
AEra admirable ver tanta penitencia en un cuerpo humano: lo que atraía en gran
manera a los judíos, que crían ver en él a Elías.
Aumentaba su admiración, porque la gracia de los profetas que le había
abandonado, después de mucho tiempo, parecía volver a ellos.
También el nuevo modo de predicar contribuía a ello. No oían nada de lo que
acostumbraban oír a otros Profetas, como eran las batallas y las victorias sobre
Babilonia y Persia, sino los cielos, su reino y el suplicio del infierno...
Sigue el Evangelio: >Confesando sus pecados...=
San Juan Crisóstomo:
AComparándose con la santidad del Bautista)quién puede considerarse justo?
Así como un vestido blanco, si se coloca junto a la nieve, aparece sucio y
oscuro, así todo hombre comparado con San Juan parece inmundo, y por ello
confesaba sus pecados.
La confesión de los pecados es el testimonio de la conciencia que teme a Dios:
el temor perfecto hace desaparecer toda vergüenza.
Se encuentra la deformidad de la confesión allí donde no se da crédito a los
rigores del juicio.
Y por lo mismo que es una pena grande avergonzarse a sí mismo, nos manda Dios
confesar nuestros pecados para que se sufra la vergüenza en vez de la pena; y
esto ya se considera como parte del juicio...
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Juan Pablo II
La conversión y el arrepentimiento
Jesucristo no ha venido al mundo para juzgarlo y condenarlo, sino para salvarlo.
Esto está ya subrayado en este primer discurso cuando Pedro exclama: " Sepa,
pues, con certeza toda la casa de Israel que Dios ha constituido Señor y Cristo
a este Jesús a quien vosotros habéis crucificado ". Y a continuación cuando los
presentes preguntan a Pedro y a los demás apóstoles: ¿Qué hemos de hacer,
hermanos? " él les responde: " Convertíos y que cada uno de vosotros se haga
bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados ; y
recibiréis el don del Espíritu Santo ".
De este modo el " convencer en lo referente al pecado " llega ser a la vez un
convencer sobre la remisión de los pecados, por virtud del Espíritu Santo. Pedro
en su discurso de Jerusalén exhorta a la conversión, como Jesús exhortaba a sus
oyentes al comienzo de su actividad mesiánica. La conversión exige la convicción
del pecado, contiene en sí el juicio interior de la conciencia, y éste, siendo
una verificación de la acción del Espíritu de la verdad en la intimidad del
hombre, llega a ser al mismo tiempo el nuevo comienzo de la dádiva de la gracia
y del amor: " Recibid el Espíritu Santo ". Así pues en este " convencer en lo
referente al pecado " descubrimos una doble dádiva: el don de la verdad de la
conciencia y el don de la certeza de la redención. El Espíritu de la verdad es
el Paráclito. (Dominum et vivificantem II, 2, 31).
Bajo el influjo del Paráclito se realiza, por lo tanto, la conversión del
corazón humano, que es condición indispensable para el perdón de los pecados.
SIn una verdadera conversión, que implica una contrición interior y sin un
propósito sincero y firme de enmienda, los pecados quedan "retenidos," como
afirma Jesús, y con El toda la Tradición del Antiguo y del Nuevo Testamento. En
efecto, las primeras palabras pronunciadas por Jesús al comienzo de su
ministerio, según el Evangelio de Marcos, son éstas: " Convertíos y creed en la
Buena Nueva ". La confirmación de esta exhortación es el " convencer en lo
referente al pecado " que el Espíritu Santo emprende de una manera nueva en
virtud de la Redención, realizada por la Sangre del Hijo del hombre. Por esto,
la Carta a los Hebreos dice que esta " sangre purifica nuestra conciencia”. Esta
sangre, pues, abre al Espíritu Santo, por decirlo de algún modo, el camino hacia
la intimidad del hombre, es decir hacia el santuario de las conciencias humanas.
(Dominum et vivificantem II, 5, 43).
Hablar de reconciliación y penitencia es, para los hombres y mujeres de nuestro
tiempo, una invitación a volver a encontrar -traducidas al propio lenguaje- las
mismas palabras con las que Nuestro Salvador y Maestro Jesucristo quiso
inaugurar su predicación: "Convertíos y creed en el Evangelio", esto es, acoged
la Buena Nueva del amor, de la adopción como hijos de Dios y, en consecuencia,
de la fraternidad. (Recontiliatio et Paenitentia, Proemio).
Jesús de Nazaret lleva a cumplimiento el plan de Dios. Después de haber recibido
el Espíritu Santo en el bautismo, manifiesta su vocación mesiánica: recorre
Galilea proclamando «la Buena Nueva de Dios: 'El tiempo se ha cumplido y el
Reino está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva'» (Mc 1, 14-15; cf. Mt 4,
17; Lc 4, 43). La proclamación y la instauración del reino de Dios son el objeto
de su misión: «Porque a esto he sido enviado» (Lc 4, 43). Pero hay algo más:
Jesús en persona es la «Buena Nueva», como él mismo afirma al comienzo de su
misión en la sinagoga de Nazaret, aplicándose las palabras de Isaías relativas
al Ungido, enviado por el Espíritu del Señor (cf. Lc 4, 14-21). Al ser él la
«Buena Nueva», existe en Cristo plena identidad entre mensaje y mensajero, entre
el decir, el actuar y el ser. Su fuerza, el secreto de la eficacia de su acción
consiste en la identificación total con el mensaje que anuncia; proclama la
«Buena Nueva» no sólo con lo que dice o hace, sino también con lo que es. (Redemptoris
Missio II, 13).
Los Apóstoles, movidos por el Espíritu Santo, invitaban a todos a cambiar de
vida, a convertirse y a recibir el bautismo. Inmediatamente después del
acontecimiento de Pentecostés, Pedro habla a la multitud de manera persuasiva:
«Al oír esto, dijeron con el corazón compungido a Pedro y a los demás Apóstoles:
'¿Qué hemos de hacer, hermanos?' Pedro les contestó: 'Convertíos y que cada uno
de vosotros se haga bautizar en el nombre de Jesucristo, para remisión de
vuestros pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo'» (Hch 2, 37-38). Y
bautizó aquel día cerca de tres mil personas. Pedro mismo, después de la
curación del tullido, habla a la multitud y repite: «Arrepentíos, pues, y
convertíos, para que vuestros pecados sean borrados» (Hch 3, 19).
La conversión a Cristo está relacionada con el bautismo, no sólo por la praxis
de la Iglesia, sino por voluntad del mismo Cristo, que envió a hacer discípulos
a todas las gentes y a bautizarlas (cf. Mt 28, 19); está relacionada también por
la exigencia intrínseca de recibir la plenitud de la nueva vida en él: «En
verdad, en verdad te digo: -dice Jesús a Nicodemo- el que no nazca del agua y
del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios» (Jn 3, 5). En efecto, el
bautismo nos regenera a la vida de los hijos de Dios, nos une a Jesucristo y nos
unge en el Espíritu Santo: no es un mero sello de la conversión, como un signo
exterior que la demuestra y la certifica, sino que es un sacramento que
significa y lleva a cabo este nuevo nacimiento por el Espíritu; instaura
vínculos reales e inseparables con la Trinidad; hace miembros del Cuerpo de
Cristo, que es la Iglesia. (Redemptoris Missio V, 47).
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Catecismo de la Iglesia Católica
Convertíos
541 "Después que Juan fue preso, marchó Jesús a Galilea; y proclamaba la Buena
Nueva de Dios: «El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca;
convertíos y creed en la Buena Nueva»" (Mc 1,15). "Cristo, por tanto, para hacer
la voluntad del Padre, inauguró en la tierra el Reino de los cielos". Pues bien,
la voluntad del Padre es "elevar a los hombres a la participación de la vida
divina". Lo hace reuniendo a los hombres en torno a su Hijo, Jesucristo. Esta
reunión es la Iglesia, que es sobre la tierra "el germen y el comienzo de este
Reino".
674 La venida del Mesías glorioso, en un momento determinado de la historia, se
vincula al reconocimiento del Mesías por "todo Israel" (Rm 11,26; Mt 23,39) del
que "una parte está endurecida" (Rm 11,25) en "la incredulidad" respecto a
Jesús. San Pedro dice a los judíos de Jerusalén después de Pentecostés:
"Arrepentíos, pues, y convertíos para que vuestros pecados sean borrados, a fin
de que del Señor venga el tiempo de la consolación y envíe al Cristo que os
había sido destinado, a Jesús, a quien debe retener el cielo hasta el tiempo de
la restauración universal, de que Dios habló por boca de sus profetas" (Hch
3,19-21). Y san Pablo le hace eco: "Si su reprobación ha sido la reconciliación
del mundo ¿qué será su readmisión sino una resurrección de entre los muertos?" (Rm
11,15). La entrada de "la plenitud de los judíos" (Rm 11,12) en la salvación
mesiánica, a continuación de "la plenitud de los gentiles" (Rm 11,25), hará al
Pueblo de Dios "llegar a la plenitud de Cristo" (Ef 4,13) en la cual "Dios será
todo en nosotros" (1 Co 15,28).
1226 Desde el día de Pentecostés la Iglesia ha celebrado y administrado el santo
Bautismo. En efecto, san Pedro declara a la multitud conmovida por su
predicación: "Convertíos y que cada uno de vosotros se haga bautizar en el
nombre de Jesucristo, para remisión de vuestros pecados; y recibiréis el don del
Espíritu Santo" (Hch 2,38). Los apóstoles y sus colaboradores ofrecen el
bautismo a quien crea en Jesús: judíos, hombres temerosos de Dios, paganos. El
Bautismo aparece siempre ligado a la fe: "Ten fe en el Señor Jesús y te salvarás
tú y tu casa", declara san Pablo a su carcelero en Filipos. El relato continúa:
"el carcelero inmediatamente recibió el bautismo, él y todos los suyos" (Hch
16,31-33).
1427 Jesús llama a la conversión. Esta llamada es una parte esencial del anuncio
del Reino: "El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y
creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). En la predicación de la Iglesia, esta
llamada se dirige primeramente a los que no conocen todavía a Cristo y su
Evangelio. Así, el Bautismo es el lugar principal de la conversión primera y
fundamental. Por la fe en la Buena Nueva y por el Bautismo se renuncia al mal y
se alcanza la salvación, es decir, la remisión de todos los pecados y el don de
la vida nueva.
1428 Ahora bien, la llamada de Cristo a la conversión sigue resonando en la vida
de los cristianos. Esta segunda conversión es una tarea ininterrumpida para toda
la Iglesia que "recibe en su propio seno a los pecadores" y que siendo "santa al
mismo tiempo que necesitada de purificación constante, busca sin cesar la
penitencia y la renovación".
Este esfuerzo de conversión no es sólo una obra humana. Es el movimiento del
"corazón contrito" (Sal 51,19), atraído y movido por la gracia a responder al
amor misericordioso de Dios que nos ha amado primero.
1429 De ello da testimonio la conversión de san Pedro tras la triple negación de
su Maestro. La mirada de infinita misericordia de Jesús provoca las lágrimas del
arrepentimiento (Lc 22,61) y, tras la resurrección del Señor, la triple
afirmación de su amor hacia él. La segunda conversión tiene también una
dimensión comunitaria. Esto aparece en la llamada del Señor a toda la Iglesia:
"¡Arrepiéntete!" (Ap 2,5.16).
San Ambrosio dice acerca de las dos conversiones que, en la Iglesia, "existen el
agua y las lágrimas: el agua del Bautismo y las lágrimas de la Penitencia".
1989 La primera obra de la gracia del Espíritu Santo es la conversión, que obra
la justificación según el anuncio de Jesús al comienzo del Evangelio:
"Convertíos porque el Reino de los cielos está cerca" (Mt 4,17). Movido por la
gracia, el hombre se vuelve a Dios y se aparta del pecado, acogiendo así el
perdón y la justicia de lo alto. "La justificación entraña, por tanto, el perdón
de los pecados, la santificación y la renovación del hombre interior".
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EJEMPLOS PREDICABLES
Evangelizar y convertir
«A mi juicio y verdaderamente, asegura Motolinía (uno de los 12 frailes
franciscanos pioneros en la misión de América), serán bautizados en este tiempo
que digo [1537], que serán 15 años, más de nueve millones de ánimas de indios»
(II,3, 215). Sea esta cifra exacta, en más o en menos, es indudable que la
evangelización de México fue rapidísima en sus primeros años. Y ello hizo que
algunos, ya en aquel entonces, pusieran en duda la realidad de aquellas
conversiones. Sin embargo, el testimonio favorable de los misioneros,
concretamente el de Motolinía (“pobre” en lenguaje indígena), es convincente.
(…) Muchos datos concretos hacen pensar que la conversión de los indios fue
real.
Antes, por ejemplo, los indios «vendíanse y comprábanse estos esclavos entre
ellos, y era costumbre muy usada. Ahora como todos son cristianos, apenas se
vende indio, antes muchos de los convertidos tornan a buscar los que vendieron y
los rescatan para darles libertad» (II, 5, 239)... «En el año pasado [1540] en
sola esta provincia de Tlaxcalan ahorraron los indios [dieron libertad a] más de
veinte mil esclavos, y pusieron grandes penas que nadie hiciese esclavo, ni le
comprase ni vendiese, porque la ley de Dios no lo permite» (II, 9, 266).
Igualmente, en el sacramento de la penitencia, «restituyen muchos de los indios,
antes que vengan a los pies del confesor, teniendo por mejor pagar aquí, aunque
queden pobres, que no en la muerte» (II, 5, 233). Habiendo sido la antigua
religiosidad azteca tan dura y severa, los indios estaban acostumbrados a ayunar
y sangrarse en honor de los dioses. Ahora, ya convertidos, pedían los indios
análogas penitencias. «Ayunan muchos viejos la Cuaresma, y levántanse cuando
oyen la campana de maitines, y hacen oración, y disciplínanse, sin nadie los
poner en ello» (II,5, 237). Y en cuanto al matrimonio, «de cinco o seis años a
esta parte, comenzaron algunos a dejar la muchedumbre de mujeres que tenían y a
contentarse con una sola, casándose con ella como lo manda la Iglesia» (II,7,
250).
Iguales mejoras indudables se daban en otros aspectos de la vida moral.
«También se han apartado del vicio de la embriaguez y hanse dado tanto a la
virtud y al servicio de Dios, que en este año pasado de 1536 salieron de esta
ciudad de Tlaxcalan dos mancebos indios confesados y comulgados, y sin decir
nada a nadie, se metieron por la tierra adentro más de cincuenta leguas, a
convertir y enseñar a otros indios. Y allá anduvieron padeciendo hartos trabajos
y hicieron mucho fruto. Y de esta manera han hecho otros algunos en muchas
provincias y pueblos remotos» (II,7, 253).
Por otra parte, «en esta Nueva España siempre había muy continuas y grandes
guerras, los de unas provincias con los de otras, adonde morían muchos, así en
las peleas, como en los que prendían para sacrificar a sus demonios. Ahora por
la bondad de Dios se ha convertido y vuelto en tanta paz y quietud, y están
todos en tanta justicia que un español o un mozo puede ir cargado de barras de
oro trescientos y cuatrocientas leguas, por montes y sierras, y despoblados y
poblados, sin más temor que iría por la rúa de Benavente» (II, 11, 284).
En fin, estos indios «tenían otras muchas y endiabladas hechicerías e ilusiones
con que el demonio los traía engañados, las cuales han ya dejado en tanta
manera, que a quien no lo viere no lo podrá creer la gran cristiandad y devoción
que mora en todos estos naturales, que no parece sino que a cada uno le va la
vida en procurar de ser mejor que su vecino o conocido. Y verdaderamente hay
tanto que decir y tanto que contar de la buena cristiandad de estos indios, que
de sólo ello se podría hacer un buen libro» (II, 9, 264).
Los datos que ofrece fray Gerónimo de Mendieta hacia 1600 son quizá todavía más
impresionantes:
«Entre los viejos refranes de nuestra España, éste es uno: que quien bien quiere
a Beltrán, bien quiere a su can... Los que son amigos y devotos de las cosas que
pertenecen al servicio de Dios, lo serán también del mismo Dios, y lo querrán
mucho y amarán». Mientras «los malvados herejes que destruyen las iglesia y
lugares sagrados, y queman las imágenes y figuras de Dios y de sus santos, y
niegan el santo Sacrificio de la Misa y los demás Sacramentos, y persiguen y
matan a los sacerdotes, y burlan de las bendiciones de que usa la Iglesia
católica», dice Mendieta en alusión a los protestantes de Europa, «para
confusión de estos apóstatas, descendientes de católicos cristianos, proveyó
Dios que los pobrecillos indios, que poco ha eran idólatras y ahora nuevos en la
fe que los otros dejaron, tengan [todo eso] en grandísima devoción y reverencia.
Cosa maravillosa fue el fervor y la diligencia con que los indios de esta Nueva
España procuraron edificar en todos sus pueblos iglesias», algunos tienen sus
oratorios privados y muchos traen imágenes para bendecir. Grande es su devoción
a los sacerdotes, a los que acuden siempre con gran cariño: «Bendíceme, amado
Padre». Son muy piadosos y devotos de la Virgen, y «entre ellos parece no es
cristiano el que no trae rosario y disciplina». Es muy grande su devoción a los
templos, «y se precian los viejos, por muy principales que sean, de barrer las
iglesias, guardando la costumbre de sus antepasados en tiempo de su
infidelidad». Así lo hacía el primer señor de Toluca que se bautizó, que «acabó
sus días continuando la iglesia y barriéndola, como si fuera un muchacho de
escuela». En fin, de todo esto y de tanto más «bien se puede colegir que en
efecto son cristianos de veras y no de burla, como algunos piensan» (IV,18).
(José María Iraburu, Hechos de los Apóstoles de América, Gratis Date, 3ª Ed.,
Pamplona, 2003, Pág. 110)
31. SERVICIO BÍBLICO LATINOAMERICANO 2004
La primera lectura, en línea con el tiempo de adviento que estamos viviendo nos describe un estado idílico, una manera nueva y distinta de relación de los hombres entre sí acompañado todo con un orden natural armónico en donde ni siquiera las fieras se ocuparán de enfrentarse unas con otras.
El poema de Isaías nos recuerda varias cosas. En primer lugar, el pueblo se encuentra en una época en la cual recuerda los días buenos y felices; pero también días amargos, llenos de zozobras e incertidumbres, todo debido a una falsa dirección impuesta por sus dirigentes. En una época el pueblo vibró por la tierra prometida según la promesa hecha a Abrahán; una vez en la tierra, con sudor y lágrimas, el pueblo pudo experimentar la alegría y el bienestar que produce la libertad. Pero llega un momento en que las cosas cambian; comienzan a vivir una nueva etapa, podríamos decir que comienzan un retroceso: se meten por el camino de la monarquía con todo lo de infidelidad que ello implicó.
Sea porque la experiencia de la monarquía se fundó sobre la profecía de Natán (2S 7,14) y por tanto se hizo ver como voluntad de Dios; sea porque David se asesoró de escribas y cronistas de corte que le dieron todo el realce que pudieron, o sea porque en realidad fue un excelente rey; sea por lo que sea, el referente de esperanza del pueblo comienza a ser el surgimiento de un rey como David, uno de la casa de David que corrija las desviaciones de los sucesores de su trono. Todavía hasta aquí no se puede hablar estrictamente de “esperanza mesiánica” como tal. Es a partir de Isaías que comienza a formarse la idea de la venida de un ser extraordinario no que simplemente sea como David, sino más que David; no tanto descendiente de David, sino más bien, hijo de Jesé el padre de David.
Dicho personaje debía encarnar los atributos del verdadero rey, entendido como lugarteniente de Dios; si hasta ahora los reyes de Israel habían descuidado su principal deber que era la protección de los débiles, esa rama nueva del tronco de Jesé pondría esa función en primerísimo lugar. Nos describe además el poema que esa nueva rama será el hombre del Espíritu como los profetas, pero más que ellos, pues los profetas eran movidos “temporalmente” por el Espíritu, mientras que este descendiente de David lo poseerá permanentemente.
A partir de los anuncios de Isaías, la figura del Mesías va cobrando cada vez mayor fuerza, y ello hace presagiar tiempos nuevos y mejores. La descripción que hace el profeta sobre ese nuevo ambiente, esa nueva armonía entre los seres humanos y la creación será consecuencia de una mentalidad nueva y liberada. El Mesías se definirá por la liberación, una liberación que se entiende desde todos los ángulos, tanto en lo material como en lo espiritual. El Mesías deberá enfrentar esas dos fuerzas que describe el profeta valiéndose de la imagen de fieras depredadoras y de animales mansos. Llegará un momento en el que todos en conjunto con el hombre vivirán pacíficamente. Los absurdos enfrentamientos entre los hombres, las injustificables discriminaciones, los odios el mismo negocio de la guerra tendrán que desaparecer ante la presencia del Mesías. Pero, ¿ocurrirá todo de una manera tan idílica? Obvio que no. Los cambios son dolorosos y problemáticos; sin embargo, difícil no es sinónimo de imposible. Si en cada corazón se empieza a gestar la idea del cambio y la aspiración y el compromiso por un mundo nuevo y mejor, la tarea y misión del Mesías empezará a cobrar forma. Pero esto se tiene que ir haciendo a punta de renuncias a lo que nos encierra en nosotros mismos, a punta de esfuerzo personal y común, a punta de esperanza activa.
Es lo que enseña san Pablo a los fieles de Roma: no dejar caer la esperanza. Esta virtud se asienta, según la experiencia del mismo apóstol, en dos pilares fundamentales: la convivencia fraterna y la escucha de la Palabra de Dios consignada en las Escrituras. Es muy grato y consolador este mensaje de Pablo hoy. No es raro encontrar tantas personas que tienen la Biblia en su casa y escuchar cómo se sienten de aliviados y consolados en momentos difíciles. Allí hay una demostración de lo que dice san Pablo, pero nosotros tenemos que ser más contundentes en ese trabajo de unir el compartir fraterno y la escucha de la Palabra para que ese contacto con la Escritura ni se vuelva intimista ni mágico!
En el evangelio nos encontramos con un Juan Bautista en plena actividad: tocando, con sus palabras y su estilo de vida, las fibras más íntimas de la sociedad de su tiempo. Juan encarna en su persona los clásicos profetas del Antiguo Testamento, totalmente en contraste con la gente que andaba preocupada por su apariencia externa. El evangelio describe una figura casi extraña, para muchos vulgar por su vestimenta y su dieta alimentaria. Sus palabras resuenan desde el desierto, pero tienen impacto en la capital; desde allí se desplazan fariseos y saduceos para escucharlo. Ellos son la representatividad de la sociedad judía. Los primeros encarnan el ideal del judaísmo a través de la rigurosa práctica de la ley ahora convertida en legalismo; los otros encarnan la opulencia, la autosuficiencia; están convencidos de que sus riquezas y bienes son “bendición de Dios”. Todo Israel escucha a Juan, pues también están allí los pobres, los que no viven en la capital ni poseen fortuna, pero al fin y al cabo todos ansiosos por escuchar al profeta.
La propuesta de Juan es clara: no basta saber y
proclamar que se es hijo de Abrahán; eso es accidental, también de las piedras
Dios puede hacer hijos de Abrahán. Por más hijos que se sientan de la promesa y
de la bendición, la conversión es estrictamente necesaria; no se valen ni la
apariencia ni la autosuficiencia. Aunque se crean árboles frondosos, lo mismo
serán talados si no dan los frutos que la Palabra de Dios exige.
La exigencia de los frutos la comienza Juan con su bautismo de agua, punto de
partida para disponerse al bautismo en el Espíritu que otorgará “el que viene
detrás de mi” y al que Juan considera tan grande que no es digno de quitarle las
sandalias. Sólo los que supieron captar el mensaje de Juan fueron capaces de
intuir al menos algo de lo que Jesús propuso.
Este tiempo de Adviento es una oportunidad más que
propicia para ponernos de cara a Juan y de cara a Jesús. El uno nos prepara, el
otro nos forma de un modo único y definitivo, y la formación que Jesús brinda
parte de su misma cuna, en la sencillez y en la pobreza como elementos
esenciales para captar su mensaje y seguir su camino.
Para la revisión de vida
Juan nos prepara para definirnos frente a Jesús; esa definición implica un
cambio en mi vida, ¿qué es lo que debo cambiar? ¿Es recto o torcido el camino
por donde avanzo? ¿Por qué?
Juan es la antítesis de la sociedad de su tiempo; es decir, no se amoldó
cómodamente a las maneras de ser y de pensar de sus contemporáneos, ¿cómo me
comporto yo en el ambiente en que vivo? ¿hay algo de anuncio-denuncia en mi
manera de ser y de transmitir el mensaje?
Para la reunión de grupo
- Retomamos el himno de Isaías 11,1-8, confrontemos el mensaje de este himno con
la realidad que vive nuestra comunidad y pensemos qué acciones podemos emprender
para que se vaya dando ese ideal de armonía entre hombres y mujeres y el resto
de la creación.
Para la oración de los fieles
- Por nuestros grupos y comunidades células de la Iglesia, para que fieles a la
misión que nos corresponde seamos capaces de anunciar valientemente el evangelio
en todos los lugares.
- Por los que trabajan por la paz, la justicia y la prosperidad: para que
descubran en su empeño el proyecto de Dios revelado en Jesús.
- Por las comunidades cristianas de todas las confesiones: para que mientras
esperamos la venida de nuestro salvador realicemos obras de amor, justicia y
fraternidad.
- Por todos nosotros para que este tiempo de adviento haga resonar en nuestros
corazones las palabras de Juan que nos preparen de verdad a celebrar la llegada
de Jesús.
Oración comunitaria
Dios Padre-Madre que nos entregas todo tu amor; haz que nuestras palabras y
obras muestren siempre nuestra disposición al amor y la reconciliación; aleja de
nosotros toda actitud de discordia, egoísmo y violencia, y haz que el encuentro
que hoy celebramos nos fortalezca en la construcción del “otro mundo” posible
que tú nos propone ayudarte a crear. Nosotros te lo pedimos por Jesús de Nazaret,
hijo tuyo, hermano y maestro nuestro. Amén.