Ni hombre ni mujer
(Gal 3,28)

(Reflexión sobre algunos aspectos de Cristología feminista)

 

 

Marla Clara Lucchetti Bingemer

 

 

 

Entre los diferentes tratados de la Teología que buscan repensarse a partir de la perspectiva de la mujer, la Cristología es quizás uno de los más importantes y, ciertamente, de los más polémicos. Porque, si por un lado Jesucristo es el centro de la fe y de la teología cristlanas, el punto de convergencla y de posibilidad de acceso de la persona humana -hombre y mujer- a la salvación ofrecida por el Dios vivo, y por lo tanto, a la vida en plenitud que es ese Dios en sí mlsmo; por otro lado, para muchas mujeres, la mascullnldad de Jesús -o sea, el hecho histórico-teológico de que el Dios de toda gloria y majestad se haya encarnado en la persona de un varón de Palestina hace 2.000 anos-, no está exento de problemas.

Muchas teólogas feministas , en su intento de pensar el misterio revelado desde su perspectiva de seres humanos del sexo femenino, han encontrado un obstáculo en la persona de Jesús. La centralidad -el señorío- de este Dios masculino les sonaba como habiendo sido empleado -doctrinarla, política, psicológica y estructuralmente- al servicio de una fraternidad de hermanos y padres -la Iglesla- cuyos miembros femeninos han siempre sido contados como auxillares o subalternos o, en casos especiales, percibidos como muy semejantes a los hombres («la mujer excepcional», «como uno de nosotros») para poder ser relativamente bien aceptadas en su compañía .

La Cristología es percibida incluso por muchas mujeres como siendo la doctrina de la tradición cristlana que más frecuentemente ha sido usada contra ellas. Algunas afirmaciones de grandes maestros de la teologla, como Agustin de Hipona y, en la alta escolástica , Tomás de Aqulno, fueron interpretadas en el sentido de que el macho es el sexo genérico de la especie humana. Sólo el macho representa la plenitud del potenclal humano, mientras que la mujer por naturaleza es deficiente física, moral y mentalmente. Esta concepción lleva a afirmar que no sólo después de la caída original, sino en la esencla original de las cosas, la naturaleza deficiente de la mujer la ha confinado a una posición subserviente en el orden soclal. Ella es por naturaleza subyugada. Por lo tanto, la encarnación del Logos de Dios en un macho no es un accidente histórico, sino una necesidad ontológica. EI macho representa la totalidad de la naturaleza humana, en sí mismo y como cabeza de la mujer. El es la totalidad de la imagen de Dios, mientras que la mujer por sí misma no representa la imagen de Dios y no tiene la totalidad de la humanidade .

Si el cristianismo es fundamentalmente consecución e identificación de y con Jesucristo; si en esto consiste la salvación y la plena rcalización de los deseos del corazón humano, cómo puede la mujer encontrar su lugar ahí, en plena fidelidad a su condición femenina? Cómo encontrar el camino para sentirse ciudadana plena en el Reino propuesto por Jesus? Como encontrar su espacio en la Revelación de un Dios com características masculinas y en la comunidad de estructura y corte esenclalmente masculino formada por sus seguidores?

Creemos que lo primordlal, en este campo, sea remontarse a las raíces bíblicas del evento Jesucristo, procurando llegar hasta las expectativas mesiánicas del pueblo de Israel, a fin de buscar la verificación de lo que, en este evento, pertenece a la esencla misma de la Revelación divina y lo que es dado culturalmente y que se impone a lo largo de la historia, a veces, tal vez, anacrónica e inadecuadamente.

Aun cuando la lglesla siempre ha afirmado que la Encarnación de Dios en Jesucristo es Buena Nueva de Salvación para todos (judíos y griegos), esclavos y líbres, hombres y mujeres: (cfr. Gal 3,28) en todo tiempo y lugar, percibimos que la práctica todavía en la mayoría de las veces, no acompañó al discurso. La mujer ha sido, a lo largo de los tiempos, real y serlamente discriminada en la comunidad ecleslal, no solamente a nivel ministerlal, sino también y sobre todo a nivel teológico. Creemos, por lo tanto, que la mirada de la teología hecha por la mujer sobre los eventos salvíficos neo-testamentarios puede descubrir nuevos aspectos que, investigados y elaborados desde una perspectiva femenina, podrán darnos más base para afirmar que la Crlstología tiene una insustituible palabra que decir en el proceso de liberación de la mujer aquí y ahora.

 

La Patriarcalización de la Cristología

 

Una lectura teológica sobre la persona de Jesucristo hecha desde la perspectiva de la mujer no puede ser hecha solamente a partir del Nuevo Testamento. Es necesario remontarse más allá, en el tiempo y en el espacio, hasta los autores bíblicos vetero-testamentarios que esperaban al Mesías, los nuevos tiempos, el Día de Yahvé y la consolación de Israel. Percibiremos entonces que la figura que personificaba esas expectativas y la forma cómo van a ser asumidas posteriormente por la comunidad primitiva está cargada de contradicciones y ambigüedades, pero también de una gran riqueza simbólica y teológica.

EI mito cananeo y del Oriente Próximo de una renovación anual del mundo, con el proceso de muerte y renacer del reino vegetal, es atribuído frecuentemente al Baal, pero también, muchas veces, al poder de una divinidad femenina, que con sus ciclos periódicos de fertilidad y fecundidad, es paradigma para la Naturaleza. Así tamblén la figura de la Sabiduría Divina, que ordena y revela el cosmos y une lo humano con lo divino, es femenina en las varlas culturas del Oriente Próximo. Esa tradición se impone de tal manera que el judeo-helenismo, al adoptar la idea de la Sabiduría Divina, tarnbién la describe como una figura femenina que reveló la sabiduría de Dios y es la presencia divina en la creación (cfr. Prov 8; Sab 9).

Esta idea va a ser asumida por algunos de los autores del Nuevo Testamento como el Logos o Hijo de Dios. A la simbología femenina es yuxtapuesto un símbolo masculino, que es, a su vez, identificado con el hombre Jesús de Nazareth. Aunque se reconoce en el Logos griego la legitimidad de la herencla de la Hochmach (Sabiduría) vetero-testamentarla, la figura o principio femenino va siendo lentamente expulsado de la concepción ortodoxa del Dios cristiano trinitario que va a desarrollar toda la teología del Hijo de Dios, el Logos, segunda persona de la Trinidad, a partir de su Encarnación en el varón Jesús de Nazareth, el Hijo del Hombre. La figura femenina de la Sabiduría permanecerá en evidencia como responsable por la creación y redención de la humanidad más en los escritos gnósticos. Veamos más detalladamente el proceso histórico de esa evolución.

Muy tempranamente los hebreos superaron la identificación de la presencia divina en el mundo con los ciclos agrarios de floración y fenecimiento e hicieron la experiencia de un Dios soberano que se revela y manifiesta en la historia, presidiendo los acontecimientos y sirviéndose de ellos para enseñar, recompensar y castigar a su pueblo. Por lo tanto, se desarrolla cada vez más, en las idas y venidas de pecado y reconciliación que forman la trama de la historia de Israel, la esperanza de una edad futura, cuando Dios perdonará definitivamente los errores del pueblo y se cumplirán efectiva y plenamente las promesas de la Alianza.

La expectativa del Mesías es un rasgo especial de esa esperanza general de un Reino de Dios o un tiempo nuevo por venir. La figura del Mesías, el «ungido de Dios», inicialmente identificado con el reinado davídico, tiene como ideología la figura del rey que es, al mismo tiempo, elegido de Dios ( = Hijo de Dios) y la representación paradigmática del pueblo de Israel delante de Dios (=Hijo del Hombre) . EI rey es, pues, el instrumento de la salvación del pueblo.

Sin embargo,la realización de la realeza en Israel no llena la amplitud de esas expectativas y la esperanza se traslada hacia un futuro donde un nuevo rey vendrá, un niño que nacerá como futuro instrumento de la redenclón del pueblo. Ese rey será de la dinastía davídica y establecerá el Reino de Dios sobre la tlerra, llenando las esperanzas y los sueños del pueblo, ya que sobre él reposa el favor de Dios. Aún está lejos de ser la encarnación de Dios o el redentor tal como lo entiende el cristianismo, en el sentido de expiar los pecados del pueblo a través de su sacrifício vicario. De él se espera que venza y triunfe, no que sufra y muera. Debe ser fuerte y glorioso, no débil. Consecuente y obviamente, sólo puede ser identificado con lo masculino, que es lo que reúne esos atributos en la sociedad patriarcal judía.

La persona y la praxis de Jesús de Nazareth, cuando da inicio a su vida pública, es conflictiva y contradictoria en relación a esas perspectivas. Aparece rechazando actitudes, gestos y pretensiones que lo identifiquem con el Mesías davídlco. Pero, al mismo tiempo, y por otro lado, radicaliza la expectativa del Reino de Dios como un tiempo de justicia y cumplimiento de las esperanzas de los pobres y oprimidos, de las clases y grupos marginados dentro de la sociedad judaica de su tiempo, oprimidos por los gobernantes locales, propietarios y autoridades religiosas. Así resimboliza al Mesías no como rey, sino como siervo. El Mesías y aquellos que lo siguen no serán personas que dominan a los otros, sino que los sirven. Y, siendo siervos de Dios y de los otros, se experimentan liberados de cualquier servilismo a señores humanos y son capaces de formar una comunidad de hombres y mujeres libres y solidários.

La Crlstología, sin embargo, a lo largo de los cinco primeros siglos de la historia de la lglesia, sufrió un proceso de patriarcalización progresiva, al ser el podcr de hablar, enseñar y pensar, dentro de la comunidad eclesial, progresivamente asumido por los hombres, mientras la mujer era paulatinamente reducida al silencio. Fenómenos como los ocorridos con la Iglesia del Nuevo Testamento, donde las mujeres hacían parte del grupo de discípuloa que seguían a Jesus (cf. Lc 8,1 ss)profetizaban (cfr. Hech 21,8-9), eran diaconisas (cfr. Rom 16,1), etc., se vuelven cada vez más raros. Y esto, obviamente, encuentra sus reflejos en la teología, que es la elaboración teórica de la vida y de la fe de la Iglesia. La Iglesia complexifica el proceso de su institucionalización y el acceso a Jesucristo pasa exclusivamente cada vez más por la línea oficial de la enseñanza apostólica, a la cual las mujeres no tienen acceso.

El último y definitivo paso para esa patriarcalización sucede en el siglo IV con el establecimiento del cristianismo como religión oficial del Imperio romano . Se trata de una vuelta radicallzada y distorsionada a la antigua ideología real del mesianisrno davídico. Jesucristo es visto como cl «Pantocrator», el que reina sobre una nueva sociedad y un nuevo orden social, y el arte de la época lo representa como emperador coronado, sentado poderoso sobre un trono con todas las características de los tronos temporales.

El sistema de conocimiento que sustenta a esta concepción teocrática refuerza siempre más la distancia cntre la Cristología y lo femenino. Se trata de la consolidación del señorío de un Dios masculino que solamente puede tener representantes masculinos. La adopción en el Occldente cristiano de la concepción biológica aristotélica, con la defensa de la tesis de que sólo el varón representa la plenitud de la naturaleza humana , colocando la mujer como indigente (fisica, moral y mentalmente) lleva a la conclusión de que la encarnación del Logos divino en un varón no es sólo una contingencia histórica, sino también una necesidad ontológica.

De esta Crlstología se sigue, también y directamente, la identificación del masculino con lo divino, aunque se continúe afirmando que Dios trasciende los sexos. Lo masculino representa el participante divino en la economía de la Alianza y lo femenino, el participante humano.

Los problemas concretos que esta Cristología acarrea para la vida de la Iglesia y la marcha de la reflexión teológica son bastante serios . No sólo se trata de una Cristología que excluye a la mujer del acceso a los ministerios ordenados donde el ministro obra «in persona Christi». Eso, a nuestro modo de ver, es un problema real, pero no fundamental. Pero también, y aún más, de una Cristología que la hace ciudadana de segunda categoría en el orden de la creación y de la salvación. EI problema así, además de cristológico es soteriológico. Se trata de la dificultad objectiva planteada por muchas mujeres (sobre todo en nuestra época, cuando el proceso de emancipaclón de la mujer asume proporciones cada vez más amplias y ritmo más acelerado) de percibir en este hombre «que los bombre mataron, y que Dios constituyó Señor y Cristo» (cfr. Hech 2,23-24), la salvación de Dios que viene al encuentro de la humanidad.

La clave para la superación de esta dificultad está, a nuestro ver, en el reencuentro con el Jesús de los Evangelios, procurando contemplar y percibir los rasgos de su personalidad y los pasos de su itinerário tal como lo percibieron los primeros castigos. EI resultado de nuestra observaclón nos nevará a vislumbrar un hombre que vivió una especial Alianza y sintonía con las mujeres de su tlempo, que fundó una comunidad e inauguró un estilo de vida donde ellas eran bienvenidas y tenían su lugar. Un hombre que, además, vivió él mismo una integración profunda y armónica entre su «animus» y su «ánima», entre lo masculino y lo femenino que componían su humanidad.

 

Jesus y las Mujeres

 

Lo que nos es dado conocer del Jesús histórico a través de los relatos evangélicos lo muestra como el iniciador de un movimiento itinerante carismático, donde hombres y mujeres son admitidos en relaciones de fraterna amistad. Diferente del movimiento de Juan Bautista, con marcado acento sobre la ascesis y la penitencla, diferente también de Qumrân, donde sólo los hombres son admitidos, el movimiento que Jesús instaura se caracteriza -además de la preocupación central de la predicaclón del Reino como proyecto histórico concreto- por la alegría, la participación sln prejuicios en fiestas y comidas a las cuales son admitidos pecadores y marginados en general, y por la ruptura com una serie de tabús que caracterizaban la sociedad de su tiempo.

De entre estas rupturas, ciertamente una de las más evidentes es la que tiene relación com la mujer. La mujer en el judaísmo del tiempo de Jesús era considerada social y religiosamente inferior, "primero por no ser circuncidada y , por consiguiente, no pertenecer propiamente a la Alianza com Dios; después por los rigurosos preceptos de purificación a los cuales estaba obligada debido a su condición biológica de mujer; y finalmente, porque personificaba a Eva com toda la carga peyorativa que se le agregaba".

La triple plegaria judía característica del rabinismo del siglo II va a reflejar la mentalidad que ya desde la época de Jesús es vigente en el judaísmo: la oración con la cual el judío piadoso daba gracias a Dios todos los días por tres cosas: por no haber nacido gentil, ni ignorante de la ley, ni mujer. En este contexto, la práctica de Jesús se muestra no sólo innovadora, sino también chocante. A pesar de no haber dejado ninguna enseñanza formal respecto al problema, la actitud de Jesús para com las mujeres es tan insólita que llega a sorprender hasta a los mismos discípulos ( Jn 4,27).

Es común a los cuatro evangelios que las mujeres forman parte de la asamblea de Reino convocada por Jesús, en la que no son simples componentes accidentales, sino activas y participantes (Lc 10, 38-42) y aún beneficiarias privilegiadas de sus milagros (cfr Lc 8,2; Mc 1,29-31; Mc 5,25-34; Mc 7,24-30, etc.)

Esa promoción de las mujeres por parte de Jesús tiene para nosotros, hoy, un doble alcance teológico:

 

  1. Se trata de un aspecto particular del Evnagelio en lo que él tiene de más esencial"la Buena Nueva anunciada a los pobres liberados en prioridad por Jesús: los desheredados, los rechazados, los paganos, los pecadores y los marginados de toda suerte, entre los cuales se incluyen las mujeres y los niños, no considerados por la sociedad judía. A todos éstos Jesús los hace destinatarios privilegiados de su Reino, integrándolos plenakente en la comunidad de hijos de Dios, porque com su mirada divina, informada constantemente por los movimientos del Espírity y por la relación filial com el Padre, sabe discernir en todos estos pobres – en los cuales está incluida la mujer – valores ignorados: "la vida preciosa del cañizo pisoteado o el fuego no extinto de la mecha que aún humea. ".

Las mujeres desempeñan un papel importante en esta visión evangélica de la reversión social que la praxis y la palabra de Jesús traen. De entre las diferentes categorías de marginados son ellas que aparecen como representativas de los pequeños oprimidos. El diálogo y primer reconocimiento de Jesús como Mesías sucede com una mujer samaritana (cf. Jn 4) . Una mujer siro-fenícia (cf. Mc 7. 24-30) o cananea (Mt 15,21-28) es la que lleva a Jesús a realizar el gesto profético de la Buena Nueva anunciada a los gentiles. Entre los pobres, declarados bienaventurados por Jesús porque saben abrirse y sacar hasta de los más necesario, la figura de la viuda (cfr. Lc 21,3) es la que se destaca como la más destituída y la más generosa. Entre los moralmente más marginados y fuera de la ley que serán, por outro lado, los primeros a entrar en el Reino de Dios, las prostitutas son mencionadas (cfr.Mt 21,31). Entre los impuros, a los cuales es vedado el acceso a los ritos y al universo religioso, la mujer com flujos (Lc 8,4; Mt 9, 20-22) es el protótipo , permanentemente impura – según la ley judía ( cfr. Lev 15,19) – y volviendo impuro hasta lo que ella toca.

Las mujeres son, pues, parte integrante y principal de la visión y de la misión mesiánica de Jesús, y en ella aparecen como las más oprimidas entre los oprimidos. Ellas son el escalón más bajo de la escala social, siendo por lo tanto vistas como los últimos que serán los primeros en el reino de Dios. Cargan sobre sus hombros la doble opresión social y cultural, clasista y sexista. Por eso, son destinatarias privilegiadas del anuncio y de la praxis liberadora de Jesús. Por eso también la respuesta que dan esas oprimidas y discriminadas a la propuesta mesiánica es tan rápida y radical. Por estar situadas en la base de la red de relaciones sociales de su época, soportando el peso de sus contradicciones, las mujeres son las que mayor razón y mejores condiciones tienen para desear y luchar por la no-perpetuación del "status quo"que las oprime y esclaviza.

 

2. La relación de Jesús com la mujer carga aún outro componente que, estrechamente entrelazado com el primero, enriquece y complementa el cuadro de la propuesta liberadora del Reino. Se trata de la relación de Jesús com el cuerpo de la mujer, dimensión central, por donde pasa la discriminación de que ésta es objeto .

Jesús, con su praxis liberadora en relación a las mujeres, aceptándolas tal como eran, aún con su cuerpo considerado débil e impuro en su cultura, proclama una antropología integrada, que valora al ser humano en su dimensión de cuerpo animado por el soplo divino, como un todo donde espíritu y corporeidad son una sola cosa. Es importante recordar aquí unos episodios evangélicos donde Jesús aparece en contacto más directo con la corporeldad femenlna, reafirmando su dignidad y su valor como creación de Dios:

 

. curando a una mujer con flujos -impura para los judíos- se expone al riesgo de volverse él mismo impuro al tocarla (Mt 9,20-22; Lc 8,43);

. resucitando a la hija de Jairo, La toma por la mano delante de los discípulos (Lc 8,49-56);

. dejándose tocar, besar y ungir los pies por una conocida pecadora pública, permite que el anfitrión farlseo ponga en duda su condición de profeta (Lc 7,36-50).

 

Como lo biológico en la mujer es el punto central por donde pasa la marginación de la cual su persona es objeto, la praxis de Jesús actúa ahí concretamente como liberadora y salvadora, abriendo posibilidades y nuevos horizontes de comunión a todas estas que la sociedad excluía, y proclamando el advenimiento de una nueva humanidad donde la imagen original creada por Dios -«macho y hembra» (Gen 1,27)- pueda llegar a su plena estatura (cfr. Ef 4,13). El Evangelio pues, no presenta un dualismo donde masculino y femenino se oponen, conflictúan o aún se «complementan» romanticamente. Ofrece más bien una propuesta de vida y de relaciones donde la mitad de la humanidad, que sigue siendo despreciada y discriminada, tiene derecho y acceso a una relación humana e igualitaria, adulta y responsable.

Al mismo tiempo que proclama esta antropologia integrada e integradora, Jesús la vive en su propia persona y en su vida, lo que nos brinda un dato más para afirmar, con seguridad, que la Crlstología es el fin del patriarcalismo.

 

Lo Femenino y la Segunda Persona de la Trinidad

 

Importa ahora, después de ver la actitud de Jesús ante lo femenino,volver la atención hacia lo femenino en Jesús, hacia la presencia de la dimensión femenina que el propio Jesús, como ser humano que era, traía dentro de sí. La contribución que ha traído a nosotros la psicología moderna -de que cada ser humano es, al mismo tiempo, y en proporciones diferentes, «animus» y «ánima», masculino y femenino- nos abre una brecha en este sentido . Si eso -que hoy es pacificamente aceptado y forma parte de la cultura contemporánea- es verdad, Jesús, hombre en el cual predominó el modo masculino de ser persona, integró también, por otro lado, la dimensión femenina. Sobrepasando el androcentrismo de su tiempo, «integró en sí mismo tantas características de comportamiento al mismo tiempo masculino y femenino que se le puede considerar como la primera persona que alcanzó una completa madurez ".

Los Evangelios nos muestran a Jesús como un hombre que no presenta el tan decantado «pudor» masculino de los propios sentimentos. Así como es capaz de hablar duramente y reprender a fariseos y discípulos, deja que sus labios canten de alegría y acción de gracias al Padre al constatar la revelación hecha a los pequeños y escondida a los sabios (Mt 11, 25-27); no retiene la ternura transbordante que lo posee a la vista de los indefensos y frágiles niños, no considerados en la sociedad de su tiempo (cfr. Mc 9,36 y par). Yendo más allá: Jesús experimenta en sí mismo, en lo más íntimo de sus entrañas, las emociones y dolores que afligen las «rahamim» (entrañas maternas) de Yahvé en el Antiguo Testamento. Y eso puede verse cuando llora con la muerte de su amigo Lázaro (Jn 11,35) y con el sufrimiento de su querida María de Betania (Jn 11,33), cuando derrama un amargo y sentido llanto sobre la ciudad que será responsable de su martirio (Lc 19,41); al lamentar la suerte de las ciudades que no acogieron la salvación (Mt 11,21) y al gritar de materno y frustrado deseo de reunir bajo sus alas a los dispersos y rebeldes «polluelos de Jerusalém» (Lc 13,34) .

Todo este femenino en Jesús, hecho de ternura, compasión y misericordia infinitas, hecho de delicadeza que no se opone a la firmeza, hecho de un amor que asume deseos, gestos y expresiones identificables no sólo como paternas, sino también como maternas y fraternas de una fraternidad que es -no menos- «sororidad», fue asumido eternamente, definitivamente, hipostáticamente, por el Verbo , o sea, la segunda persona de la Trinidad.

Si afirmamos que, en Jesús, Dios se hizo «igual a nosotros en todo menos en el pecado», estamos con eso afirmando que, como cualquiera de nosotros, El vivió esa composición interior donde el predomínio de un rostro de la sexualidad no excluye la presencia del otro. En Jesús, hombre, varón de Nazaret, lo femenino está -real y concretamente- presente. Podemos, pues, a raíz de esta afirmación, decir que, si Dios lo resucitó y lo constituyó Señor y Cristo, toda su personalidad, con todo lo que ella contiene, fue asumida divinamente. En Jesús, su vida, sus palabras, su praxis, su persona en lo más íntimo de su ser -por fin- el femenino es divinizado, pertenece al núcleo más profundo del misterio del amor de Dios.

 

El Cuerpo del Resucitado aun Crucificado

 

Después de estos datos de la Escritura que hemos visto hasta aquí, creemos que la clave cristológica que nos puede proveer con un punto de partida para ir aún más adelante en esta reflexión es el kerigma pascual, que fue -tamblén e igualmente- punto de partida para la experiencia y la elaboración de la fe de la comunidad primitiva, la cual ha dado origen a los escritos del Nuevo Testamento. A partir de la resurrección de Jesucristo, el Espíritu es derramado sobre toda carne, construyendo una nueva humanidad, que no es otra cosa sino el cuerpo de Cristo. Y ese cuerpo de Cristo, nueva creación, colectivo y total, que el Espíritu sigue plasmando y pariendo «con dolor» (cfr. Rom 8,22-23) sigue haciendo presente en el mundo la imagen original de la Creación del Padre -«macho y hembra»- (cfr. Gen 1,27), que no es otra sino el Cristo, primogénito de toda criatura.

EI texto fundamental de esta nueva clave de lectura de la realidad es el discurso de Pedro, situado después del relato de Pentecostés (Hech 2,14 ss.). Ahi es anunciado el cumplimiento de la profecia de Joel, cuando el Espíritu es derramado sobre «vuestros hijos e hijas». Los hombres y mujeres que, vivificados por el Espíritu Santo, anunciarán. La negada del Reino, son la continuación de la revelación de Jesucristo que, resucitado, continúa manifestándose y hablando directamente en las asambleas y comunidades cristianas.

En esta Cristología no sólo las mujeres son portavoces del Resucitado, sino tamblén identificadas con su propia persona. Hablan, viven y actúan, ellas también, en un sentido muy profundo, «in persona Christi» . Ellas son también «alter Christus».

La Iglesia Primitiva asimiló esto de manera profunda y creativa. En el Nuevo Testamento se plasman los ejemplos de las profetisas (Hech 21,8-9), de las diaconisas (Rom 16,1), por nosotros ya citados aquí. Más tarde, la Iglesia de las catacumbas y de los mártires de los tres primeros siglos, a su vez, ve en las innumerables mujeres que derramaram su sangre por la fe en Jesucristo -tanto como en los hombres- la misma persona del Señor muerto y resucitado .

Esta Cristología de los primeros siglos, elaborada bajo el fuerte impacto de la experiencia del Espíritu y marcada por una -urgencia» escatológica de la parusía próxima, no separa todavía el pasado histórico de Jesús de Nazaret del presente del Resucitado. Ni tampoco de la pre-existencia del Verbo que preside la creación. En ella, Jesucristo es aquél que continua rcvelándose en las personas -hombres y mujeres- abriendo siempre más el potencial de la humanidad nueva. La realidad de Jesucristo no se completó ni se encerró en la vida terrestre de Jesús de Nazaret, sino que continúa realizándose en el cuerpo del Resucitado, formado por todos y todas los que han entregado -de una o de otra forma- sus vidas para que venga el Reino.

No olvidemos, siri embargo, que de este Resucitado aún Crucificado y del Crucificado ya Resucitado, la crcaclón re-adquiere, entonces, su luz original. Realizada en Cristo -primogénito de toda criatura- actualiza en el mundo la imagen de la comunidad divina: Padre, Hljo y Espíritu Santo, en la comunidad humana: varón y mujer. EI Cristo que es el prototipo de la humanidad, es prototipo -también e igualmente- de la mujer. Y la segunda persona de la Trinidad -la palabra encarnada- es salvación también para la mujer.

Esta dimenslón, que siempre formó parte integrante del corazón de la fe y de la proclamación de la Iglesia, sufrió, sin embargo, distorsiones y pasó por etapas de algún oscurecimiento a lo largo de la historia. Esta constatación confirma la importancia para la Cristología contemporánea de redescubrir su verdadero y más auténtico rostro, repensándose y repensando a Aquél que es su objeto y contenido - Jesucristo - a partir de una perspectiva femenina.

 

La Cristología y la Salvación de la Mujer

 

Inversamente a las distorsiones que la llevarán a ser una exacerbación del patrlarcalismo, la Cristología representa, por el contrario, la kénosis del patriarcalismo . La kénosis del Verbo de Dios que se hace carne, se vacía y «no se aferra» (cfr. Flp 2,5 - l 1) a sus prerrogativas divinas, corresponde al anuncio de la vuelta al sueño original del Dios creador: una humanidad que supera los privilegios de castas, jerarquías y discriminaciones. El precio de esta nueva y tan antigua humanidad, deseada en los albores del cosmos por Dios que es Amor, pasa por una respuesta de vida donde a los pequeños, débiles y oprimidos sea dada la primacía. Esta propuesta es vivida y proclamada por Jesús de Nazaret.

La mujer, víctima de doble opresión social y religiosa en el momento histórico de la Encarnación del Verbo, es, junto con los otros marginados que atienden al llamado de Jesús, representante privilegiada de un nuevo orden social donde la voluntad de Dios se manifiesta y llena la tierra.

La dicotomía que muchas veces se hizo en Cristología entre el Jesús histórico y el Cristo de la fe es en gran parte responsable por el hecho de que se haya dejado en la oscuridad algo que pertenece a la esencia misma del evangelio y de la reflexión cristológica: la Buena Nueva de liberación para la mujer.

Porque, si por un lado, Jesucristo no puede ser simplemente reducido a las dimensiones espacio-temporales y corporales del varón de Nazaret, sino que debe ser a la vez proclamado y venerado como el Kyrios (Señor glorificado y glorioso); por otro lado, tampoco se puede confinar la Cristología al señorío glorioso del Resucitado, olvidando que el que reina a la derecha del Padre es el mismo que lavó los pies de los discípulos, que se reveló como el siervo que da la vida por sus amigos, obediente hasta la muerte de cruz. Es el mismo que mostró preferencia por los pobres y oprimidos, identificándose como uno de ellos. Es el mjsmo que - a las mujeres discriminadas y oprimidas de su tiempo- tratõ con cariño y respeto, proclamando su plena dlgnidad de hijas de Dios y ciudadanas del Reino.

La gloria de la resurrección no es otra cosa que la confirmación del camino histórico de ese Jesús -siervo y hermano- como único camino que conduce a la salvación. Olvidar esto es alejarse del centro del kerigma neotestamentario, por lo tanto, de la propia fe cristiana.

La comunidad cristiana, formada por hombres y mujeres, da continuidad a la identidad de ese Cristo total, realizando -asistida por el Espíritu Santo- la liberación plena del cosmos y de la humanidad. La Cristología es así, aún hoy -como siempre y más que nunca-, Bucna Nueva de salvación para la mujer que busca su espacio y su lugar, lado a lado con el varón, en la sociedad y en la Iglesia.

 



  [1] Nos referimos aqui mas bien a la teologla de las femenistas norte americanas, que fueron las primeras en realizar este intento de reflexion.  Sin embargo, aunque las teologas europeas y latinoamericanas ya hayan dado pasos diferentes, no podemos dejar de afirmar que en la Cristología hecha por las teologas del norte  este problema sigue presente.

[2] V. por ejemplo, el comentario de R. RADFORD RUETHER, in To change the world.  Cbistology- and cultural criticism, Crossroad Publishing Co., New York, 1983, p. 45.

[3]  R., RADFORD RUETHER,  Sexism  and God talk, Beacon Press, Boston, 1983. p. 118.

[4] Ibid., p. 124.

[5] Ibid, pp. 125-26.

[6]  Ver a este respecto: K.E. BORRENSEN, L’anthropologie théologique d’Augustin et de Thomas D’Aquin, in Recherches de Science Religieuse, 69-3 (l981), 393-406.

[7] L. BOFF, O rosto materno de Deus, Petrópolis, Vozes, 1979, pp 77-78.  V. tb. Nuestro artículo  "Chairete". Alegrai-vos (Lc 15,8-10) ou a mulher no futuro da Teologia da Libertação, Revista Eclesiástica Brasileira 48 (1988) pp 565-587

[8] Cf. L BOFF, O rosto materno de Deus, Petrópolis, Vozes, 1979.A. M. TEPEDINO, As discípulas de Jesus, Petrópolis, Vozes, 1990;  C. RICCI, Maria di Magdala e le molte altre, Napoli, M. D’Auria, 1991;  M.C.L.BINGEMER, O segredo feminino do Mistério Petrópolis, Vozes, 1991; M.P. AQUINO, Nuestro clamor por la vida.  Teología latinoamericana desde la perspectiva de la mujer,  San Jose, DEI, 1992 entre outros.

[9] R. LAURENTIN, Jesus e as mulheres, uma revolução ignorada, in Concilium 154 (1980-84) [g 84

[10] Cf. R. RADFORD RUETHER, Sexism and God tallk, pg 136

[11] Remitimos a lo que dijimos más arriba y a la cita de L.BOFF, n. 7, sobre el hecho de que la mujer no pertenece directamente; al pueblo escogido dado el componente biológico d;e que su corporeidad no admite el rito de iniciación a la circuncisión.  Recordamos, además, de que el componente más característico del “bios”femenino – la menstruación y el ciclo menstrual – es, en el judaísmo, considerado impureza.

[12] V. a esse respecto, L. BOFF, op. cit., pg 102.  V. tb. la obra de Jung, que contribuyó de manera definitiva para esto y que es comentada por L. BOFF en la obra citada supra y también en outra, A Trindade, a sociedade e a libertação, Petrópolis, Vozes, 1990

[13] J.  MOLTMANN, E. MOLTMANN WENDEL, Dieu homme et femme, Paris, Cerf, 1984, pg 58

[14] Para una reflexión más desarrollada sobre este tema, v. mi trabajo A Trindade a partir da perspectiva da mulher, in Revista Eclesiástica Brasileira 46 (1986) pp 73-99

[15] En este punto del trabajo, remitimos al lector a nuestro artículo citado supra, en la nota 14, que trabaja este tema en una perspectiva trinitaria.  También a outro trabajo, Mujer y Cristología.  Jesucristo y la salvación de la mujer, in M. PILAR AQUINO coord. Aportes para una teología desde la mujer, Madrid, Biblia y Fe, 1988, pp 80-93.   Si creemos que la Cristologia es la via de acceso por excelencia para una teología trinitaria, creemos que los artículos en cuestión podrían lanzar nuevas luces para este trabajo.  V. tb. S. Mc FAGUE Models of God.  Theology for an Ecological, Nuclear Age, Philadelphia, Fortress Press, 1988; V. MOLENKOTT, The Divine Feminine .  The Biblical Imagery of God as female, New York, Crossroad, 1987; así como la reciente obra de E. JOHSON, Aquela que é,  Petrópolis, Vozes, 1995 

[16] Estas expresiones, que en la Iglesia Católica, son solamente aplicadas a los sacerdotes, creemos que pueden legitimamente ser aplicadas a todos los cristianos, que en virtud de su Bautismo, son hechos uno com Cristo en su misterio pascual.  Por lo tanto, dicha expresión es aplicable también a las mujeres.

[17]  Cfr.  Carta de Las Igleslas de Lión y Viena (Eus.  HE, V, I, 3-63), en Actas de los Mártires., 3a, Ed., Madrid, 1974, pg 338:   “Ahora Blandina, suspendida sobre una estaca, fue expuesta como pasto de las fieras, sueltas contra ella.  Solamente verla así colgada en forma de cruz y en fervorosa oración, infundía animo a los combatientes, pues en mcdio de su combate contemplaban en su hermana, aunque con los ojos de fuera, al que fue crucificado por ellos, a fin de persuadir a los que en él creen que todo aquel que padece por la gloria de Cristo tendrá eternamente participación con el Dios viviente. “ O aún, Felicidad, la pequeña esclava de la noble matrona cartaginesa Perpetua (martirizadas ambas en el s. III bajo Septirnio Severo) la cual, tres días antes de su martírio, dando a luz prematuramente al hijo que esperaba y gimiendo con el dolor de parto, oyó de uno de sus carceleros:

«Si no consigues en este momento soportar el sufrimicnto, qué será delante de las fieras,
tú que desprecias a los dioses?».  Y responde: “Hoy sufro niis dolores.  Mas entonces otro,
en mí, sufrirá por rní, porque yo tarnbién sufriré por él».  Cfr.  P. ALLARD, Histoire des persécutions
pendant la première moitié du IIe.  Siècle, París, 1886, p. 73, citado cri L. BOUYER, Le Consolateur, Ed.  Du Cerf, París, 1980, p. 127.

 

[18] Cf. R. RADFORD RUETHER, Sexism and God talk, pg 137