Fiesta de la Sagrada Familia

LOS HIJOS, PRIMAVERA
DE LA SOCIEDAD Y DE LA IGLESIA

Nota de la Subcomisión para la Familia y la Defensa de la Vida de la Conferencia Episcopal Española

(31 de diciembre de 2000)

 

   El día 31 de diciembre celebramos la Fiesta de la Sagrada Familia. Este año jubilar tuvo su punto culminante para las familias en el III Encuentro con el Santo Padre, celebrado en Roma con el lema: “Los hijos, primavera de la familia y de la sociedad”. Haciéndonos eco del mensaje del Papa en aquella ocasión, escribimos esta Nota dirigida a todas las familias y a la entera sociedad española.

 

1. Tus hijos, como renuevos de olivo (Sal 128,3).
   

Los hijos, primavera  

 

   Ya desde las culturas antiguas muchas veces se han comparado las etapas de la vida humana con el sucederse de las cuatro estaciones a lo largo del año. La ancianidad asemeja la caída de las hojas en otoño y el frío letargo del invierno. Las personas ancianas han sido consideradas en las costumbres más nobles de las diversas civilizaciones con respeto, honra y veneración[1].

   En este mismo mundo de semejanzas, la infancia y la adolescencia son la primavera de la vida humana. La naturaleza renace cada año, explota luminosa, exuberante. Los niños traen la novedad, la promesa de futuro, el encanto, la alegría.

   También la alegría del jubileo universal vino a la tierra con el nacimiento de un Niño[2]. La fiesta de la Navidad de Jesús es la memoria litúrgica de la perenne primavera de Dios en la historia de la salvación de la humanidad.

2. Sed fecundos y multiplicaos (Gén 1,28).

Los hijos, bendición  

   La vitalidad esplendorosa que inunda cada primavera la tierra con el colorido de las flores y los cantos de los pájaros es despliegue de la bendición creadora originaria[3].

   El ser humano también recibe una bendición del Creador. Una bendición especial, porque Dios lo ha formado a su imagen y semejanza y lo invita a gobernar el resto de las criaturas del mundo[4]. El hombre es modelado también del barro de la tierra, pero el Señor le insufló con un beso de amor su propio aliento, su vida íntima[5].

   A diferencia de los seres del mundo animal y vegetal, el origen –y el fin- del ser humano no se encuentra sólo en la tierra, sino en la paternidad eterna de Dios[6]. Cada persona humana viene del corazón del Padre -que la ha pensado y amado desde la eternidad- y hacia él se dirige.

   El padre y la madre terrenos participan del poder paterno de Dios, que es Amor. El Padre eterno siembra en el terreno sagrado y fértil del amor conyugal el fruto precioso del hijo. El hijo es don de Dios mediante el don recíproco de los esposos[7].

   Conforme al plan sapientísimo y amoroso de Dios únicamente el matrimonio constituido por la comunión indisoluble, íntima y amorosa, de un varón y una mujer es el lugar adecuado para el ejercicio de la sexualidad y la cuna de la vida[8].

   El hijo no es animal ni vegetal; tampoco es cosa, producto de uso y consumo, utilizable y desechable. El hijo posee una dignidad sagrada, porque Dios lo ama por sí mismo[9]. No hay un derecho al hijo, sino que el hijo es sujeto de derechos[10]. El hijo no es una mercancía que se fabrica para satisfacer un deseo o una demanda comercial, sino un don de amor que se acoge[11].

   “Al ser humano no le bastan relaciones simplemente funcionales. Necesita relaciones interpersonales, llenas de interioridad, gratuidad y espíritu de oblación. Entre estas, es fundamental la que se realiza en la familia”[12].

   En síntesis, el hijo germina y brota en la convergencia del don de sí de Dios y de los esposos. La alianza de amor conyugal en “una sola carne”, regada por el amor creador, da como fruto la persona del hijo[13]. “La herencia del Señor son los hijos” (Sal 127,3).

3. Dad y se os dará; una medida buena... rebosante (Lc 6,38).

Los hijos, generosidad  

   En nuestro mundo, por desgracia, el hijo no es considerado muchas veces como don, bendición y primavera. Al contrario, el hijo con frecuencia es más bien visto como una pesada carga, una amenaza e incluso en ocasiones como una maldición[14]. Se llega en el extremo a una de las mayores aberraciones: la aceptación social y legal del aborto, lo que merece el calificativo de “cultura de muerte”[15].

   Es cierto que en gran medida el hijo aparece como una pesada carga para sus padres a causa de la falta de una ayuda social eficaz. La familias se encuentran a menudo agobiadas en cuanto a su economía. Es urgente hoy la articulación de políticas familiares –a nivel local, nacional e internacional- que protejan y promuevan intensamente los derechos básicos de la familia: vivienda digna y asequible, salario justo, valoración del trabajo de la madre dentro y fuera del hogar, sanidad y seguridad social, elección de centro educativo y de medios de comunicación social respetuosos de los valores auténticos, etc[16].

   Pero también es un hecho que nuestra cultura y mentalidad, al dar una primacía excesiva a los valores del bienestar material, conduce al rechazo de los hijos como algo que incomoda. Así, a pesar de que nuestro país está en el ámbito privilegiado de las naciones ricas del mundo, tiene en la actualidad una de las tasas de natalidad más bajas del planeta. Nuestra sociedad tiene cada día una mayor proporción de ancianos; se empobrece humanamente porque escasea la riqueza de los niños. En este sentido se puede decir que nos adentramos en un invierno demográfico.

   Quizá se ha confundido con mucha frecuencia el concepto de procreación responsable, y se ha entendido como procreación confortable y muy reducida[17].

   Ciertamente, la generación y cuidado de los hijos exigen a los padres gran generosidad, a veces realmente heroica. Los esposos cristianos, consagrados por el sacramento del matrimonio, están llamados a la santidad, que es la plenitud del amor, y poseen siempre el auxilio de la gracia del Espíritu Santo[18]. Con esta ayuda de la gracia, los esposos están llamados a entregarse sin cálculo y con perseverancia. El amor es morir a uno mismo para dar vida a otros, día a día. “Si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto” (Jn 12,24). Los hijos son el fruto personal de la vida entregada de sus padres.

4. Y Jesús iba creciendo en sabiduría, en estatura y en gracia (Lc 2,52).

Los hijos, cultivo

   Además, la procreación responsable y generosa se prolonga en la tarea educativa. La vocación de los padres incluye el cuidado esmerado de los hijos, en todas las dimensiones de su desarrollo y de su personalidad.

   La misión de educar consiste en un paciente trabajo para sacar lo mejor de los hijos, para que aprendan a vivir en la verdadera libertad del amor[19]. Es como la labor del jardinero, que cultiva con delicadeza y constancia cada una de sus plantas.

   La confianza recíproca de los cónyuges –que se han prometido el uno al otro en totalidad- es el espacio adecuado para que los hijos se ejerciten en esas relaciones de confianza en los demás y, sobre todo, en el Dios que es Amor[20].

   Los padres son los primeros evangelizadores de los hijos[21]. Y lo son, ante todo, con su testimonio y ejemplo de confianza en Dios, de oración y de caridad operativa.

5. He venido para que tengan vida... en abundancia (Jn 10,10).

Los hijos, esperanza  

   Gracias al sacramento del matrimonio los esposos cristianos –injertados en Cristo por el bautismo- participan del mismo amor de Jesús. Él es el Esposo que dio su vida por su Esposa, la Iglesia, primicia de la nueva humanidad[22]. De la donación plena de Jesucristo en la Cruz nació la inmensa familia de los hijos de Dios.

   El amor de los esposos cristianos tiene en esta unión de amor entre Jesús y la Iglesia su fuente y su modelo. Un amor fiel e indisoluble, perseverante y renovado, servicial y sacrificado, siempre fecundo en frutos de vida eterna. Como frutos más granados del amor conyugal, los hijos aportan esperanza de vida temporal y eterna. “Os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca” (Jn 15,16).

   Así fue el amor de la Sagrada Familia, Jesús, María y José, la “trinidad de la tierra”. A su poderosa intercesión acudimos para que moren en todos los hogares cristianos y los guíen hacia la “Trinidad del cielo”[23].

+ Mons. Braulio Rodríguez Plaza. Obispo de Salamanca
Presidente de la Comisión Episcopal de Apostolado Seglar

+ Mons. Juan Antonio Reig Plá. Obispo de Segorbe Castellón
Presidente de la Subcomisión de Familia y Vida

+ Mons. Francisco Javier Ciuraneta Aymí. Obispo de Lleida
+ Mons. Javier Martínez Fernández. Obispo de Córdoba


NOTAS

[1] Cf. Ex 20,12; Catecismo de la Iglesia Católica, 2214-220; Juan Pablo II, Carta a las Familias, 15.

[2] “El ángel les dijo: No temáis, pues os anuncio una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor; y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre” (Lc 2,10-12). Cf. Juan Pablo II, Bula Incarnationis mysterium, 1.

[3] Cf. Gén 1,11-25; Juan Pablo II, Homilía Dimensión trinitaria de la familia, en el encuentro mundial del Jubileo de las familias del 15.X.2000, n. 4.

[4] Cf. Gén 1,26.

[5] Cf. Gén 2,7.

[6] Cf. Ef 3,15; Juan Pablo II, Carta a las familias, 9.

[7] Cf. Gén 4,1; Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 14 y 28.

[8] Cf. Mt 19,1-9; Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 48; Comisión permanente de la Conferencia episcopal española, Nota Matrimonio, familia y “uniones homosexuales”, con ocasión de algunas iniciativas legales recientes, 24.VI.1994.

[9] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 24.

[10] Cf. Juan Pablo II, Discurso Los hijos, primavera de la familia, en el encuentro mundial del Jubileo de las familias del 14.X.2000, n. 7.

[11] Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 2373-2379, donde se explican las razones de por qué es contraria a la moral la fecundación in vitro y otras técnicas de reproducción humana.

[12] Juan Pablo II, Homilía Dimensión trinitaria de la familia, en el encuentro mundial del Jubileo de las familias del 15.X.2000, n. 2.

[13] Cf. Gén 2,24; Concilio Vaticano II, Constitución pastoral Gaudium et spes, 50.

[14] Cf. Juan Pablo II, Discurso Los hijos, primavera de la familia, en el encuentro mundial del Jubileo de las familias del 14.X.2000, n. 4.

[15] Cf. Juan Pablo II, Carta encíclica Evangelium vitae, 58-63; Carta a las Familias, 21.

[16] Cf. Santa Sede, Carta de los Derechos de la Familia, 22.X.1983.

[17] Con respecto a la doctrina de la procreación responsable la Iglesia enseña, por una parte, que el acto anticonceptivo es contrario al verdadero amor conyugal y, por tanto, en sí mismo pecado grave. Además, enseña la Iglesia que cuando hay dificultades graves para engendrar y mantener adecuadamente un nuevo hijo los esposos pueden recurrir a la continencia periódica, que es conforme a la virtud de la castidad conyugal (cf. Pablo VI, Carta encíclica Humanae vitae; Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 35; Carta a las Familias, 12).

[18] Cf. Concilio Vaticano II, Constitución dogmática Lumen gentium, 39-42.

[19] Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 36-38; Carta a las familias, 16.

[20] También por este motivo el matrimonio sano y conforme al plan del Creador es el ámbito idóneo para el crecimiento sano de los niños y adolescentes. La familia es la célula básica de la sociedad. Si la célula está enferma, toda la sociedad padece; si está sana, todo el organismo social se desarrolla vigoroso. Las familias desestructuradas –pensemos en males como el divorcio, la violencia doméstica, etc.- dañan a los hijos en su formación y a la entera sociedad. Cuando ello ocurre en hogares cristianos es un síntoma de enfermedad, de carencia evangelizadora. La solución está en una profunda evangelización de la familia, de modo que los valores cristianos impregnen enteramente la comunidad familiar.

[21] Cf. Juan Pablo II, Exhortación apostólica Familiaris consortio, 51-54.

[22] Cf. Juan Pablo II, Carta a las familias, 18.

[23] Alusión al cuadro de Murillo Las dos trinidades que se presenta como mural para la Jornada de la Familia de este año.