VIDA CRISTIANA
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SUMARIO: I. La esencia de la vida cristiana: 1. La conversión a Cristo, fuente de una vida nueva; 2. Una vida nueva en todas las dimensiones. II. La catequesis modela la vida según Cristo: 1. Maduración de la vida cristiana; 2. Catequesis orgánica y sistemática; 3. La catequesis entrena para la vida cristiana; 4. Catequesis para la formación moral. III. La catequesis responde a las dimensiones fundamentales del creyente. IV. Los ámbitos de la catequesis.


«Incorporados a Cristo por el bautismo (cf Rom 6,5), los cristianos están "muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús" (Rom 6,11), participando así en la vida del Resucitado (cf Col 2,12). Siguiendo a Cristo y en unión con él (cf Jn 15,5), los cristianos pueden ser "imitadores de Dios, como
hijos queridos y vivir en el amor" (Ef 5,1), conformando sus pensamientos, sus palabras y sus acciones con "los sentimientos que tuvo Cristo" (Flp 2,5) y siguiendo sus ejemplos (cf Jn 13,12-16)» (CCE 1694).

«El que sigue a Cristo, hombre perfecto, se perfecciona cada vez más en su propia dignidad de hombre» (GS 41). Es en Jesús, donde el hombre conoce mejor quién es Dios y su voluntad de salvación y, sobre todo, el hombre se conoce mejor y descubre el sentido auténtico de su existencia (cf GS 22).

A la luz de los evangelios podemos destacar los rasgos fundamentales de Jesús de Nazaret y tomar conciencia de la imagen que los primeros cristianos tenían de su persona. La buena noticia que, a lo largo del tiempo, ha ofrecido la Iglesia se concentra en dar a conocer a Jesucristo y acompañar a los hombres al encuentro de la persona del Señor resucitado, de modo que, descubriendo en él y en su evangelio el sentido supremo de su propia existencia, puedan crecer como hombres nuevos en una sociedad renovada, de cielos nuevos y tierra nueva.

Si el drama de nuestro tiempo es la separación entre cultura y fe (cf EN 20) y entre fe y vida (cf GS 43), urge buscar una solución eficaz y duradera. Las causas de esta separación son múltiples (secularismo, pluralismo, corrientes filosóficas, organización de la sociedad, etc). Hay también causas intraeclesiales: gran parte de la teología, de la liturgia y la catequesis ha separado fe y vida profana, fe y cultura, fe y praxis. «Surge, pues, la pregunta —plantea Juan Pablo II en la encíclica Fides et ratio– sobre cómo se puede conciliar el carácter absoluto y universal de la verdad con el inevitable condicionamiento histórico y cultural de las fórmulas en que se expresa» (FR 52, 95). A esta cuestión responde ampliamente el Consejo pontificio de la cultura, secundando el deseo apremiante dél Papa: «Debéis ayudar a la Iglesia a responder a estas cuestiones fundamentales para las culturas actuales: ¿Cómo hacer accesible el mensaje de la Iglesia a las nuevas culturas, a las formas actuales de la inteligencia y de la sensibilidad? ¿Cómo puede la Iglesia de Cristo hacerse oír por el espíritu moderno, tan orgulloso de sus realizaciones y al mismo tiempo tan inquieto por el futuro de la familia humana?» (Para una pastoral de la cultura, 1 [23 de mayo de 1999]). La respuesta está en la integración: la fe tiene que integrarse plenamente en la personalidad humana, en sus raíces, en sus valores y funcionamiento. Para ello la catequesis integral e integradora no puede reducirse al catecismo.


I. La esencia de la vida cristiana

1. LA CONVERSIÓN A CRISTO, FUENTE DE UNA VIDA NUEVA. «La evangelización, al anunciar al mundo la buena nueva de la Revelación, invita a hombres y mujeres a la conversión y a la fe (cf Rom 10,17; LG 16; AG 7; CCE 846-848). La llamada de Jesús, "convertíos y creed el evangelio" (Mc 1,15), sigue resonando, hoy, mediante la evangelización de la Iglesia. La fe cristiana es, ante todo, conversión a Jesucristo (AG 13), adhesión plena y sincera a su persona y decisión de caminar en su seguimiento (CT 5).

La fe es un encuentro personal con Jesucristo, es hacerse discípulo suyo. Esto exige el compromiso permanente de pensar como él, de juzgar como él y de vivir como él vivió (CT 20). Así el creyente se une a la comunidad de los discípulos y hace suya la fe de la Iglesia (CCE 166-167)» (DGC 53).

De alguna manera, vivir en Cristo, llenarse de Cristo, supone vaciarse de sí mismo para intentar la plenificación humana que conlleva la inserción madura en la comunidad de creyentes y en la comunidad de los humanos.

Ser cristiano es construir la personalidad teniendo a Cristo como referencia en el plano de la mentalidad (manera de pensar y enjuiciar), de la sensibilidad (vibraciones del sentimiento y la emotividad al ritmo de Cristo) y de la vida (forma de ser, relacionarse y actuar). Al interiorizar progresivamente y explicitar esta referencia a Cristo, se perciben la historia y la vida como él, se toman las opciones con sus mismos criterios, se relaciona y ama como él...

Esta nueva personalidad cristiana supone: 1) Un proceso de crecimiento y maduración humana que asume, como vivencia religiosa «todo lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable...» (Flp 4,8); pero también asume todo lo que es pecado y miseria, como lugar de encuentro con Dios Padre, amor y perdón. 2) Un encuentro con Jesucristo, hombre perfecto, que desvela el sentido de la existencia humana individual y social: el Salvador del hombre: «Yo soy la luz del mundo. El que me siga no andará en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida» (In 8,12). Este encuentro personal con Jesucristo se vive en la fe y en el testimonio de los cristianos. 3) Una inserción progresiva –en amplitud y profundidad– en la comunidad de los seguidores, lugar, signo e instrumento de la salvación de la humanidad: «Eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la unión fraterna, en el partir el pan y en las oraciones» (He 2,42). 4) Una integración en la sociedad como fermento y compromiso por el Reino, con vocación transformadora según las claves de Dios: «Hay diversidad de dones espirituales, pero el Espíritu es el mismo. A cada cual se le da la manifestación del Espíritu para el bien común» (1Cor 12,4.7).

Para vivir estas dimensiones se exige una pedagogía que capacite para asimilar vitalmente los contenidos o verdades, las vivencias y experiencias más significativas y las actitudes más evangélicas.

2. UNA VIDA NUEVA EN TODAS LAS DIMENSIONES. «Aquel que, movido por la gracia, decide seguir a Jesucristo es "introducido en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios" (AG 14). La Iglesia realiza esta función fundamentalmente por medio de la catequesis. También la educación cristiana familiar y la enseñanza religiosa escolar ejercen una función de iniciación a la vida cristiana» (DGC 51).

«La fe lleva consigo un cambio de vida, una "metanoia" (cf EN 10, AG 13; CCE 1430), es decir, una transformación profunda de la mente y del corazón: hace así que el creyente viva esa "nueva manera de ser, de vivir, de vivir juntos, que inaugura el evangelio" (cf EN 23). Y este cambio de vida se manifiesta en todos los niveles de la existencia del cristiano: en su vida interior de adoración y acogida de la voluntad divina; en su participación activa en la misión de la Iglesia; en su vida matrimonial y familiar; en el ejercicio de la vida profesional; en el desempeño de las actividades económicas y sociales.

La fe y la conversión brotan del corazón, es decir, de lo más profundo de la persona humana, afectándola por entero. Al encontrar a Jesucristo, y al adherirse a él, el ser humano ve colmadas sus aspiraciones más hondas: encuentra lo que siempre buscó y además de manera sobreabundante» (DGC 55).

«La fe es un don destinado a crecer en el corazón de los creyentes (cf CT 20). La adhesión a Jesucristo, en efecto, da origen a un proceso de conversión permanente que dura toda la vida (cf RMi 46). Quien accede a la fe es como un niño recién nacido (cf lPe 2,2; Heb 5,13) que, poco a poco, crecerá y se convertirá en un ser adulto, que tiende al "estado del hombre perfecto" (Ef 4,13), a la madurez de la plenitud de Cristo. Los signos de su madurez los indican las obras que nacen de un corazón convertido a Cristo y a los hermanos. Es la opción fundamental del discípulo (cf AG 13; EN 10; RMi 46; VS 66; RICA 10) que genera el deseo de conocerle más profundamente y de identificarse con él.

La catequesis inicia en el conocimiento de la fe y en el aprendizaje de la vida cristiana, favoreciendo un camino espiritual que provoca un "cambio progresivo de actitudes y costumbres" (AG 13), hecho de renuncias y de luchas, y también de gozos que Dios concede sin medida» (DGC 56).


II. La catequesis modela la vida según Cristo

1. MADURACIÓN DE LA VIDA CRISTIANA. «El creyente, impulsado siempre por el Espíritu, alimentado por los sacramentos, la oración, el ejercicio de la caridad, las múltiples formas de educación permanente, la escucha de la Palabra, el testimonio y apoyo de la comunidad... modela su vida para vivir y actuar según Cristo, el único y perfecto modelo (DV 24; EN 45)» (DGC 57).

«Así como para la vitalidad de un organismo humano es necesario que funcionen todos sus órganos, para la maduración de la vida cristiana hay que cultivar todas sus dimensiones: el conocimiento de la fe, la vida litúrgica, la formación moral, la oración, la pertenencia comunitaria, el espíritu misionero. Si la catequesis descuidara alguna de ellas, la fe cristiana no alcanzaría todo su crecimiento» (DGC 87).

Una catequesis que tiene cuenta de la globalidad, cultiva y desarrolla casi de forma automática la maduración de la vida cristiana pues cada dimensión incluye, potencia y proyecta la dimensión vivencial, moral y social en Iglesia. Aplicándolo a la iniciación cristiana, afirman los obispos españoles: «Por razones de claridad, se exponen por separado las características propias de cada una de estas funciones en relación con la iniciación cristiana, pero no debe perderse de vista su íntima complementariedad y apoyo mutuo» (IC 40; cf 41-42).

2. CATEQUESIS ORGÁNICA Y SISTEMÁTICA. Si queremos que la catequesis cristiana sea integral y abarque todas las facetas de la vida del creyente, tenemos que pensar en una catequesis con un proceso serio.

La catequesis (cf DGC 67) es una formación orgánica y sistemática de la fe. Ya el sínodo de 1977 subrayó la necesidad de una catequesis «orgánica y bien ordenada» (CT 21), que no se puede reducir a lo circunstancial y ocasional (cf CT 21). Porque su meta es formar para la vida cristiana, desborda –incluyéndola– la mera enseñanza (cf AG 14; CT 33; CCE 1231). Se centra en lo común para el cristiano, sin entrar en cuestiones controvertidas ni novedosas ni en profundidades de la investigación teológica. Y está en la entraña de la fe –y por lo tanto de la catequesis– la incorporación a la comunidad que vive, celebra y testimonia (cf DCG 31).

Iniciarse, proseguir y madurar en el misterio de la salvación debe marchar parejo con el ejercicio de las costumbres evangélicas y con las celebraciones de la comunidad.

La catequesis de la vida cristiana no es responsabilidad exclusiva de sacerdotes y catequistas, sino de toda la comunidad de fieles. La fe, en efecto, exige cooperar activamente en la evangelización y en la edificación de la Iglesia con el testimonio de vida y la profesión de la fe (AG 14). No hay auténtica vida cristiana si no hay una clara decisión de construir la Iglesia de Cristo.

Partiendo de los datos del Concilio se puede concluir que el catecumenado es la forma de catequesis más indicada (AG 14; CD 14; SC 64-65, 71) y que «la iniciación cristiana es un proceso de formación o de crecimiento, suficientemente largo y debidamente articulado, constituido por elementos catequéticos, litúrgico-sacramentales, comunitarios y de comportamiento, que es indispensable para que una persona pueda participar con libertad de opción y adecuada madurez en la fe y en la vida cristiana» (J. Gevaert, 1982; cf IC 20-21).

3. LA CATEQUESIS ENTRENA PARA LA VIDA CRISTIANA. «La catequesis es uno de esos momentos en el proceso total de la evangelización» (CT 18). Los convertidos, mediante «una enseñanza y aprendizaje convenientemente prolongado de toda la vida cristiana» (AG 14), son iniciados en el misterio de la salvación y en el estilo de vida propio del evangelio. Se trata, en efecto, «de iniciarlos en la plenitud de la vida cristiana» (CT 18). Y eso se logra con el adecuado acompañamiento, en el proceso, según un itinerario previsto por la comunidad para llevar a cabo en grupo y seguido más de cerca por el catequista (cf DGC 141, 156, 159; cf IC 24-31).

La catequesis es una «escuela preparatoria de la vida cristiana» (DCG 130), debe iluminar y robustecer la fe, alimentar la vida según el espíritu de Cristo, llevar a una consciente y activa participación del misterio litúrgico y alentar la acción apostólica (RICA 19).

La vida cristiana «no es más que la vida en el mundo. Pero una vida según las bienaventuranzas» (CT 29). Y al ser la catequesis también una iniciación en el conocimiento de la fe, se está hablando de nociones, valores, experiencias, acontecimientos... No se puede olvidar este factor (o dimensión) cognoscitivo de la fe. La comprensión del mensaje cristiano es necesaria para poder vivir la fe cristiana, para dar «razón de su esperanza». Y el cultivo y proyección de la dimensión doctrinal, intelectual o más racional de la fe es una exigencia en el mundo intelectual y universitario (cf FR 13). La vida cristiana tiene ahí un campo inagotable y de gran repercusión en la Iglesia y en la sociedad.

4. CATEQUESIS PARA LA FORMACIÓN MORAL. Adherirse a Jesucristo implica optar por él, camino, verdad y vida. La catequesis debe, por tanto, entrenar a los discípulos en las actitudes propias del Maestro. Los discípulos emprenden, así, un camino de transformación interior en el que, participando del misterio pascual del Señor, «pasan del hombre viejo al hombre nuevo en Cristo» (AG 13). Es el primer fruto y compromiso de la fe: la construcción de sí mismo según los criterios y exigencias de Cristo. Desde ahí no sólo se construye Iglesia y sociedad con el testimonio personal, elemento clave en la pedagogía, sino también desde la dimensión social y caritativa que tiene la fe y el seguimiento del Maestro.

El sermón de la montaña, al que Jesús, asumiendo el decálogo, le imprime el espíritu de las bienaventuranzas, es una referencia indispensable en esta formación moral, hoy tan necesaria. La evangelización, «que comporta el anuncio y la propuesta moral» (VS 107) difunde toda su fuerza interpeladora cuando, junto a la palabra anunciada, sabe ofrecer también la palabra vivida. Este testimonio moral, al que prepara la catequesis, ha de saber mostrar las consecuencias sociales de las exigencias evangélicas. Una auténtica educación moral requiere una pedagogía que fomente los valores aptos para producir ese cambio progresivo de sentimientos y costumbres que, según AG 13-14, es la lenta transformación de las actitudes y valores del creyente (cf FR 68).


III. La catequesis responde a las dimensiones fundamentales del creyente

La comunión con Jesucristo conduce a celebrar su presencia salvífica en los sacramentos y, particularmente en la eucaristía... Esta iniciación en la oración ha de llevar implícita una educación para la acción.

Cuando la catequesis está penetra-da por un clima de oración, el aprendizaje de la vida cristiana cobra toda su profundidad (DGC 85). La oración y la celebración deben partir de la vida, relacionarse con la vida y estimular su transformación según los criterios de Cristo.

a) La vida cristiana en comunidad. «La catequesis capacita al cristiano para vivir en comunidad y para participar activamente en la vida y misión de la Iglesia...

La vida cristiana en comunidad no se improvisa y hay que educarla con cuidado. Para este aprendizaje, la enseñanza de Jesús sobre la vida comunitaria, recogida en el evangelio de Mateo, reclama algunas actitudes que la catequesis deberá fomentar: el espíritu de sencillez y humildad (Mt 18,4), la solicitud por los más pequeños (Mt 18,6), la atención preferente a los que se han alejado (Mt 18,12), la corrección fraterna (Mt 18,15), la oración en común (Mt 18,19), el perdón mutuo (Mt 18,22). El amor fraterno aglutina todas estas actitudes (Jn 13,34)» (DGC 86).

Seguir a Jesús es entrar en la dinámica comunitaria, ya que no se le sigue en solitario sino en grupo. No se puede hablar de Cristo cabeza y olvidar a los miembros... Por ello, la catequesis ha de educar al creyente en actitudes que favorezcan la vida comunitaria, la pertenencia al grupo: oración común, perdón mutuo, amor fraterno, participación activa...

De la comunidad cristiana nace el anuncio de la buena noticia, incitando a los hombres a acercarse a Jesucristo y seguirle. Y la comunidad es la que acoge a los que han optado por el seguimiento, les acompaña en su itinerario de fe, y se ocupa y preocupa tanto de los hermanos alejados de la fe –ignorancia, descuido, desengaño, pecado– como de los hermanos en penuria material, psicológica o moral (pobres, enfermos, presos, exiliados, abandonados, prostituidos, marginados...).

La comunidad cuidará también en sus catequesis, con la enseñanza y el testimonio, la dimensión ecuménica de la fe y estimulará actitudes fraternales hacia los miembros de otras iglesias y comunidades (cf DGC 86).

Y la comunión intraeclesial e interconfesional conlleva igualmente una cierta comunión con la sociedad actual, lugar de Revelación, en la que Dios se encarna, desde la que catequiza y a la que intenta promocionar y educar, y en la que sea posible evangelizar.

b) El compromiso apostólico y misionero. «El bautizado tiene el deber de confesar su fe delante de los hombres» (LG 11). «Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social. Se les preparará, igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, según la vocación de cada uno» (DGC 86).

La vida del creyente ha de ser testimonio que haga plantearse a los hombres y mujeres de su tiempo el porqué de su manera de vivir, la razón de su conducta. «Este testimonio constituye de por sí una proclamación silenciosa, pero también muy clara y eficaz de la buena noticia» (EN 21).

El compromiso ha de adquirirlo también en las tareas que se realizan dentro de la comunidad. La insistencia en la acción social y caritativa que deriva de la fe puede hacer olvidar la necesidad de la conversión personal y comunitaria, tan reiterada por Cristo. Porque habría que recordar siempre: si se logra eliminar el pecado de la propia vida y se apuesta decididamente por el amor, acaban muchas injusticias, mucha violencia, manipulación, mentira y el resto de pecados que imposibilitan la fraternidad, la igualdad y la paz.

La catequesis está abierta, del mismo modo, al dinamismo misionero (cf CT 24). Se trata de capacitar a los discípulos de Jesucristo para estar presentes, en cuanto cristianos, en la sociedad, en la vida profesional, cultural y social. No bastarán las buenas intenciones y deseos, se requiere aprovechar bien todos los recursos materiales y humanos, y con ellos, la capacitación técnica. Se les preparará, igualmente, para cooperar en los diferentes servicios eclesiales, segun la vocación de cada uno...

c) El discernimiento vocacional. La catequesis ha de ayudar al creyente a discernir su vocación, la manera mejor de seguir a Jesucristo, imitando su vida y continuando su misión.

No parece pedagógico pretender formar para la vida cristiana sin tener muy presente la dimensión vocacional, que se realizará en una forma de vida, una profesión o una serie de actividades concretas.


IV. Los ámbitos de la catequesis

La vida cristiana supone una tensión liberadora que encarna la fe en toda realidad humana: personal, social, artístico-cultural, profesional, política...

La fe cristiana no es una superestructura que se añade a las personas para que se relacionen con Dios; es una fuerza divina que intenta potenciar lo humano en cada persona, en cada familia, en cada grupo y en el conjunto de la historia de los hombres, prolongando la encarnación del Hijo de Dios en la historia del hombre Jesús.

La más moderna pedagogía dice que la primera infancia es momento privilegiado para asimilar valores. Y dice que las enseñanzas, cuando van acompañadas del afecto, penetran mucho más. Y que se educa más por lo que se vive que por lo que se dice.

a) La familia. Ningún espacio educativo cumple los tres requisitos como el hogar cristiano. «El testimonio de vida cristiana, ofrecido por los padres en el seno de la familia, llega a los niños envuelto en el cariño y el respeto materno y paterno. Los hijos perciben y viven gozosamente la cercanía de Dios y de Jesús que los padres manifiestan, hasta tal punto que esta primera experiencia cristiana deja frecuentemente en ellos una huella decisiva que dura toda la vida (CT 68)» (DGC 226).

«La familia ha sido definida como una "Iglesia doméstica" (LG 11; AA 11; FC 49), lo que significa que en cada familia cristiana deben reflejarse los diversos aspectos o funciones de la vida de la Iglesia entera: misión, catequesis, testimonio, oración... (EN 71).

La familia como lugar de catequesis tiene un carácter único: transmite el evangelio enraizándolo en un contexto de profundos valores humanos (cf GS 52; FC 37). Sobre esta base humana es más honda la iniciación en la vida cristiana: el despertar al sentido de Dios, los primeros pasos en la oración, la educación de la conciencia moral y la formación en el sentido cristiano del amor humano, concebido como reflejo del amor de Dios Creador y Padre» (DGC 255; cf IC 34).

b) La parroquia y las comunidades cristianas. La familia asume los problemas más personales y tiene especial importancia en los primeros años de la vida, en la infancia. La parroquia asume los problemas más institucionales.

Las personas entran en la Iglesia universal por los caminos de las Iglesias particulares. Pertenecen a la Iglesia universal compartiendo su fe en Iglesias locales y en las parroquias o en comunidades cristianas (cf IC 33). La parroquia es la comunidad cristiana de la iniciación o de la incorporación, aunque cada persona, a lo largo de su vida cristiana, puede cambiar de parroquia y puede incorporarse a otras comunidades cristianas, a comunidades religiosas, a movimientos apostólicos, a cofradías o a grupos matrimoniales, o a alguno de los movimientos o asociaciones que se dan en el actual panorama de las Iglesias.

«Las diversas "asociaciones, movimientos y agrupaciones de fieles" (cf CT 70) que se promueven en la Iglesia particular tienen como finalidad ayudar a los discípulos de Jesucristo a realizar su misión...» (DGC 261; cf IC 35).

«En las comunidades de base... la catequesis da hondura a la vida comunitaria, ya que asegura los fundamentos de la vida cristiana de los fieles» (DGC 264).

La catequesis en grupo procura vivir el proceso catequético, de manera que, teniendo en cuenta la realidad psicosocial y religiosa de cada miembro, se parezca lo más posible a la comunidad cristiana, donde se vive, madura, expresa y realiza la vida cristiana transformadora de la Iglesia y de la sociedad.

c) La escuela cristiana. El ámbito escolar ejerce normalmente una gran influencia en la adquisición de un cierto sentido de la vida, en la adquisición de determinados valores, en la relación fe y cultura. Es un ambiente de pluralismo, de expresión libre de las creencias y vivencias, un ambiente propicio para razonar la fe y dar motivos para creer.

La escuela cristiana, a pesar de ser una institución tan antigua y tan sometida a crítica, debe ser constantemente redescubierta para la educación de la fe: son muchos los aspectos positivos reales de la escuela y muchas las posibilidades de los educadores de clara vocación pedagógica y con profundas vivencias cristianas (cf DGC 259-260; IC 36-38).

BIBL.: ALBERICH E., Educar en la fe a los jóvenes de Europa: Retos y perspectivas, Misión Joven 257 (1998); CENTRO NACIONAL DE PASTORAL JUVENIL, Itinerario de educación en la fe, CCS, Madrid 1998; DE FLORES S.-GOFFI T. (dirs.), Nuevo diccionario de espiritualidad, San Pablo, Madrid 1991°, especialmente GUERRA A., Experiencia cristiana, 680-688 y MONOILLO D., Seguimiento, 1717-1728; GEVAERT J. (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987; JIMÉNEZ ORTZ A., Por los caminos de la increencia. La fe en diálogo, CCS, Madrid 1996; MARTIN VELASCO J., El malestar religioso de nuestra cultura, San Pablo, Madrid 19983; Ser cristiano en una cultura posmoderna, PPC, Madrid 1996; MORENO VILLA M., Vocación, en (dir.), Diccionario de pensamiento contemporáneo, San Pablo, Madrid 1997, 1233-1242; OBISPOS DE FRANCIA (1997), Proposer la foi dans la societé actuelle. III lettre aux catholiques de France, Cerf, París 1997; PETITCLERC J. M., Cómo hablar de Dios a los jóvenes, CCS, Madrid 1997; SASTRE J., El acompañamiento espiritual, San Pablo, Madrid 1994'; El discernimiento vocacional, San Pablo, Madrid 1996; TONELLI R., Pastoral juvenil. Anunciar a Jesucristo en la vida diaria, CCS, Madrid 1985.

Alfonso Francia Hernández