VATICANO II Y CATEQUESIS
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SUMARIO: I. Principios conciliares e identidad de la catequesis: 1. La teología renovada de la Revelación y de la fe; 2. La nueva teología de la Iglesia; 3. Nueva concepción de evangelización y ecumenismo; 4. Nuevos horizontes antropológicos, culturales y sociales. II. Orientaciones expresas sobre la catequesis: 1. Importancia y finalidad de la catequesis; 2. Lugar de la catequesis en la acción evangelizadora de la Iglesia; 3. Nuevo rostro de la catequesis. III. La catequesis según la renovación conciliar. IV. Presentación catequética del Vaticano II.


Entre las fuentes de la catequesis tiene una importancia particular el magisterio eclesial, y dentro de él la doctrina del Vaticano II (1965). Iniciativa personal de Juan XXIII, este concilio es el acontecimiento eclesial más relevante del siglo XX, que «contribuyó a un cambio profundo de cosmovisión cristiana, ya que fue el final de la contrarreforma, el reconocimiento de los valores de la modernidad y el redescubrimiento de una nueva conciencia de Iglesia» (C. Floristán).

El proyecto conjunto del concilio esbozado por el card. Suenens (Malinas-Bruselas), a petición de Juan XXIII y apoyado por el card. Montini (Milán) y otros cardenales, se propuso abordar, como tema único, la Iglesia en sus relaciones hacia dentro y hacia fuera de sí misma. De ahí los cuatro objetivos conciliares: profundizar en lo que es la Iglesia; renovarla internamente; favorecer la unión de los cristianos, y establecer un diálogo con el mundo contemporáneo. Pablo VI desarrolló estos fines en el discurso de apertura de la segunda sesión conciliar (29.4.63).

«La mirada que la Iglesia ha dirigido hacia sí misma en el Concilio no es de ensimismamiento; quiere, más bien, actualizando su conciencia, potenciar la obediencia a Dios y la disponibilidad apostólica» (R. Blázquez). La evangelización del mundo contemporáneo es la meta del Vaticano II. «El misterio de la Iglesia y la misión de la Iglesia, he aquí el argumento sobre el cual gira el Concilio» (card. Montini). Es un Concilio preferentemente pastoral, que presenta la fe teniendo en cuenta al hombre concreto.

El Vaticano II no trató directamente de la catequesis. Esta aún no había cristalizado en una reflexión tan sistematizada como para ser objeto de reorientación conciliar. Son las grandes cuestiones del Concilio las que ayudarán a revisar los principios sobre los que se venía reconstruyendo la catequesis. «Piénsese en la nueva visión teológica de la Revelación y de la fe (Dei Verbum), de la evangelización (Ad gentes) y de la Iglesia (Lumen gentium, Sacrosanctum concilium, Ad gentes, Gaudium et spes); en los nuevos horizontes antropológicos y culturales abiertos, con los puentes lanzados a la 'cultura moderna, a las confesiones no católicas, a las religiones no cristianas (Gaudium et spes, Dignitatis humanae, Unitatis redintegratio, Nostra aetate, Ad gentes), etc». Todo ello incidirá en la actividad catequética1.

Pero la mayor repercusión, por su afinidad con la Palabra, vendrá desde la Dei Verbum. Su objeto es la palabra de Dios, que el magisterio supremo «escucha devotamente, custodia religiosamente, y expone con fidelidad» (DV 10). Es decir, DV quiere revitalizar, con la Escritura, «el ministerio de la Palabra, que incluye la catequesis» (DV 24).


I. Principios conciliares e identidad de la catequesis

La acción catequética se renueva según el espíritu conciliar cuando queda iluminada y transformada por él en lo referente a su identidad, finalidad, mensaje evangélico, destinatarios, metodología, y ámbitos y sujetos activos de la misma. Los principios conciliares de este capítulo afectan, sobre todo, a la identidad, finalidad y sujetos de la catequesis.

1. LA TEOLOGÍA RENOVADA DE LA REVELACIÓN Y DE LA FE (DV). a) Revelación y fe. En la última cena con los apóstoles, Jesús prometió enviarles el Espíritu: «Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa» (Jn 16,13). Y la Iglesia continúa entregando a las futuras generaciones «el evangelio íntegro y vivo en ella misma» (DV 7), a la vez que sigue atenta al Espíritu para crecer en la comprensión integral de las cosas y palabras transmitidas (cf DV 8). En el último siglo, la Iglesia ha pasado de concebir la Revelación y la fe en clave noética (de verdades y de inteligencia) a concebirla en clave interpersonal (de encuentro entre Dios y la persona humana).

La Revelación. «Plugo a la sabiduría y bondad (de Dios) —dice el Vaticano I— revelarse a sí mismo al género humano y revelar los secretos eternos de su voluntad por un camino sobrenatural (Heb 1,1). Dios, en su infinita bondad, ha ordenado al hombre a un fin sobrenatural, a fin de que participe de los bienes divinos que sobrepasan totalmente lo que puede entender la mente humana (1Cor 2,9)» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei Filius [Dz 1785-1786]). Es decir, el arranque es personalista, pero se acaba poniendo el acento en términos impersonales y suprarracionales (bienes divinos, que sobrepasan la mente humana).

«Quiso Dios con su bondad y sabiduría —dice, en cambio, el Vaticano II— revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad (cf Ef 1,9): por Cristo, la Palabra hecha carne, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de su naturaleza divina (cf Ef 2,18; 2Pe 1,4). En esta revelación, Dios invisible (cf Col 1,15; 1Tim 1,17), movido de amor, habla a los hombres como amigos (cf Ex 33,11; Jn 15,14-15), trata con ellos (cf Bar 3,38) para invitarlos y recibirlos en su compañía. La verdad profunda de Dios y de la salvación del hombre que transmite dicha revelación resplandece en Cristo, mediador y plenitud de toda la Revelación» (DV 2).

La Revelación aquí es la automanifestación y donación de Dios mismo; su mediador y plenitud, Cristo, el Hijo encarnado, en unión con el Espíritu. La palabra de Dios, antes que libro inspirado y verdad revelada, es presencia y acción desbordante de Dios en la comunidad humana, en clave de comunicación de sí mismo. «De esta forma el concepto de Revelación queda integrado en el decisivo de comunión (cf DV 1 con lJn 1,2ss.)» (S. Pié-Ninot). Por esto, al ser la Revelación «acción de Dios en la historia, el acto revelador es acto salvador, Dios actúa en los acontecimientos, y las palabras (de los profetas) desvelan esa presencia liberadora» (R. Lázaro). El acontecimiento central de esa Revelación en su plenitud es Jesús de Nazaret. Toda su vida —y sobre todo su muerte y resurrección— es la completa revelación de Dios. Por fin, «es una revelación unida a la Iglesia como oyente, servidora, actualizadora y presencializadora de la misma por el Espíritu, en el hoy de los hombres en toda su realidad de tradición viva (cf DV 8-10)» (A. Cañizares). Sin embargo, esta revelación interpersonal no olvida las verdades reveladas, porque «comunica los bienes divinos que superan totalmente la comprensión de la inteligencia humana» (DV 6).

La fe. Según el Vaticano I, «estando la razón creada completamente sometida a la Verdad increada, estamos obligados, cuando Dios se revela, a prestarle por la fe la plena sumisión de la inteligencia y de nuestra voluntad». Por esta fe, «ayudados por la gracia de Dios —continúa el concilio— creemos verdadero lo que él ha revelado por la autoridad del mismo Dios, que revela» (Const. dogmática sobre la fe católica Dei Filium [Dz 1789]). Según esto, la fe queda emparentada con la inteligencia, y su objeto es «tener por verdadero lo que Dios revela». Esta dimensión cognoscitiva de la fe arraigó especialmente desde la reforma protestante, con la propuesta de su fe nueva, y se afianzó más tarde frente al racionalismo.

En cambio, para el Vaticano II, el hombre «por la fe se entrega total y libremente a Dios, le ofrece el homenaje pleno de su entendimiento y voluntad, asintiendo libremente a lo que Dios revela. Para dar esta respuesta de la fe, es necesaria la gracia de Dios, que se adelanta y nos ayuda junto con el auxilio interior del Espíritu Santo, que mueve el corazón, lo dirige a Dios, abre los ojos del espíritu y concede a todos gusto en aceptar y creer la verdad» (DV 5). Es decir, esta concepción personalista de la fe sintoniza con la Revelación contemplada como oferta interpersonal de Dios Salvador2. La fe no es sólo la aceptación de las verdades de Dios; es, además y sobre todo, la respuesta positiva y personal —inteligencia, afectividad, voluntad— a Dios y a incorporarse a su proyecto de liberación humana integral «en Cristo, el Hijo amado». Esta fe equivale a «sentirse seguro», a «apoyarse sobre, y por consiguiente, en el plano espiritual, a confiar en» (Y. Congar). Creer en Dios es decir amén a Dios, que es fiel a sus promesas y poderoso para realizarlas.

b) Revelación, fe y catequesis. Cuando la Revelación era concebida como comunicación de verdades reveladas y aceptadas por la fe como verdaderas, la catequesis se movía en clave de iluminación cristiana de la inteligencia por los datos revelados y de su retención en la memoria religiosa. El cristiano así era un creyente ilustrado.

Concebida la Revelación como palabra de Dios, y la fe como actitud personal, descubrimos el nuevo rostro de la catequesis. Esta, como servicio de la Palabra, es, ante todo, iniciación al encuentro personal con Cristo, el Señor, en que él nos comunica el misterio vivo de su Persona y su proyecto de salvación y comunión. A su vez, la fe es comunión vital con él y con las personas vinculadas a él. La catequesis, como servidora de la palabra de Dios que se encarna en las culturas (cf GS 58), favorece esta inculturación para hacer más transparentes las llamadas que Dios hace a los hombres de todos los tiempos y lugares (GS 44). Y la fe es respuesta operativa al servicio del mundo. La catequesis, por fin, como servidora de la Palabra, don del Espíritu, necesita un clima de acogida y docilidad al mismo, sin limitarse al apoyo de las leyes humanas de la comunicación y de la organización; exige momentos de oración y contemplación. A su vez, esta fe se vive como don gratuito necesitado del aliento del Espíritu.

En conclusión, la identidad de la catequesis queda enriquecida desde el Concilio, al quedar actualizados sus fundamentos teológicos: la Revelación y la fe que, además de hacerla más fiel a los datos revelados, la pone en mayor sintonía con las gentes de hoy.

2. LA NUEVA TEOLOGÍA DE LA IGLESIA (LG, SC, AG). En realidad, todo el Concilio es eclesiológico, la eclesiología está dispersa en todos sus documentos. Una Iglesia que se comprendía a sí misma como sociedad perfecta, árbitro de toda verdad e institución fuertemente jerarquizada bajo la autoridad del Papa, ha pasado a ser, en el Vaticano II, «pueblo de Dios en marcha, misterio y acontecimiento, sacramento de salvación y tradición, presente en el mundo y servidora del mundo, misionera y evangelizadora, una Iglesia de comunión y comunidad dinámica, abierta al futuro y al pobre»3.

a) Cuatro aspectos importantes. De estos rasgos subrayamos: sacramento de salvación, pueblo de Dios y comunión, y añadimos el de comunidad litúrgica. 1) Quizá la designación de la Iglesia como sacramento de salvación sea «la más original e importante del Concilio» (C. Floristán). Ella es el sustrato de todas las afirmaciones eclesiológicas posteriores4. Significa que la Iglesia queda radicalmente referida a Jesús, no sólo en cuanto fundada por él, sino sobre todo en cuanto, como continuación de su misma encarnación humano-divina; referida a su misión salvadora y a su condición de servidora: no es para sí misma, existe desviviéndose en el servicio. En ella no hay lugar para autocomplacencias, triunfalismos o clericalismos. 2) La Iglesia, pueblo de Dios, significa que ella se comprende a sí misma como construcción divina en la historia. Sugiere que es continuación del pueblo de Israel, destinada a todos para mostrarles, desde la historia, la vocación radicalmente fraterna de la humanidad. Todos somos llamados gratuitamente a vivir la dignidad de hijos, bajo el mandamiento nuevo, y destinados al Reino definitivo de Dios, iniciado ya en este mundo (LG 9). Todos estamos llamados al ministerio de la Palabra, a la profesión de la fe (LG 12) y a su expresión misionera (LG 17). «Ninguna diferencia posterior podrá anular la fundamental fraternidad cristiana que nace de esta idéntica vocación» (O. González de Cardedal). 3) La Iglesia como comunión es un concepto muy hondo, que subyace a toda la reflexión conciliar, pero que no se explicita en ningún documento. Relaciona y vincula la realidad de la familia trinitaria con la realidad eclesial de la historia. La comunión se da entre Dios y los hombres; entre los miembros de la Iglesia y Cristo, su cabeza; entre los apóstoles y Pedro, y los obispos y el Papa; entre las Iglesias locales; entre la Iglesia católica y otras Iglesias y comunidades cristianas; entre la Iglesia y la humanidad. Esta comunión está llamada a superar todos los individualismos y recortes eclesiales. La Iglesia es, a la vez, institución y comunión. 4) Por fin, la Iglesia es consciente de que la acción culminante –a la que tiende– y la acción fontal –de donde mana toda su fuerza– es la liturgia, a la que ella, como cuerpo de Cristo, es asociada por él como cabeza, para lograr con la máxima eficacia la santificación de los hombres en Cristo y la glorificación del Padre (cf SC 5-8 y 10). La liturgia es patrimonio de todo el pueblo cristiano, porque, al incorporarse los bautizados a un cuerpo sacerdotal, «las acciones litúrgicas pertenecen a todo el cuerpo de la Iglesia, influyen en él y lo manifiestan» (LG 10-11 y SC 26).

b) Iglesia conciliar y catequesis. Porque la Iglesia es sacramento de salvación, es decir, del reino de Dios entre los hombres, es signo y a la vez anuncio y presencia germinal del proyecto salvador de Dios sobre la humanidad, mediante el testimonio de valores como la fraternidad, la unidad, la libertad, la felicidad, la vida. Por estos valores vividos, el pueblo de Dios refleja la presencia del Señor (cf Gál 4,19). Este sacramento de salvación es, pues una comunidad testificante, y sólo en cuanto tal puede ser comunidad confesante. Pues bien, la catequesis es la expresión privilegiada (cf CD 13) de esta confesión-transmisión. Por tanto, «no a una catequesis al margen de la misma comunidad de fe y de vida. Sí a una catequesis integrada en la comunidad que reza, celebra y da testimonio» (J. M. Rovira Belloso). 1) Como pueblo de Dios, la Iglesia participa del carácter profético de Cristo cuando da testimonio vivo de él por la fe y el amor. Más aún, la totalidad de los fieles, «bajo la dirección del magisterio al que obedece con fidelidad, recibe no ya una simple palabra humana, sino la palabra de Dios (cf lTes 2,13; LG 12). Es decir, todo el pueblo de Dios es responsable de que el evangelio siga vivo en la Iglesia (cf DV 10). La Iglesia entera, obispos y fieles, es depositaria del evangelio del Reino para ser su transmisora (cf DV 7). Por eso la Iglesia es esencialmente tradición; y, como tal, actúa en la catequesis, en la que no transmite más que su propia experiencia del evangelio, la tradición apostólica. Ella misma, la catequesis eclesial, es un acto de tradición viva, que los catequizandos reciben de forma activa y creativa. Mediante la catequesis y los sacramentos de la iniciación —celebrados o renovados—, la Iglesia realiza la iniciación o reiniciación cristiana, la transmisión de su propia vida. En este sentido, la catequesis es la transmisión maternal de la fe de la Iglesia. Y de esta maternidad eclesial participan de forma eminente las comunidades cristianas –y, en concreto, las parroquiales–, así como los propios catequistas (cf CAd 106-110). 2) Como comunión, la Iglesia es una trama de relaciones de orden humano y divino, Iglesia teándrica y comunitaria. Y si toda acción de Iglesia es reflejo y expresión de la vida de la comunidad eclesial, la catequesis no puede ser simplemente tarea única de la persona que la presida, sino acción de toda esa comunidad vertebrada según carismas y ministerios. La comunidad entrega esta responsabilidad catequética a cristianos debidamente capacitados. Y, naturalmente, el objetivo primordial de la catequesis es iniciar a la experiencia eclesial y a la vida comunitaria, pues la fe viva que ella comunica es la fe de la Iglesia (LG 11; DV 8, 25). 3) En razón de su vinculación vital con la liturgia, la Iglesia está llamada a realizar la catequesis litúrgica (cf SC 14, 19, 33-35), para preparar a los creyentes a la celebración de los sacramentos y animarlos a las obras de caridad, piedad y apostolado (cf SC 9).

Pero uno de los aspectos más originales del Concilio, que relaciona liturgia y catequesis como en los primeros tiempos, es la restauración del catecumenado de (jóvenes y) adultos, «destinado a la adecuada formación catequética» (cf AG 14), como una «escuela preparatoria de la vida cristiana, introducción a la vida religiosa, litúrgica, caritativa y apostólica del pueblo de Dios» (DCG 130; cf DGC 88-91).

3. NUEVA CONCEPCIÓN DE EVANGELIZACIÓN Y ECUMENISMO (AG, UR). a) Evangelización y ecumenismo. Durante los años 60 y parte de los 70, el término evangelización tenía un sentido limitado al anuncio del evangelio a los no creyentes en orden a su conversión. En el Vaticano II el término, en general, adquiere «significados más amplios» (E. Alberich). De hecho, el término evangelización en AG abarca todas aquellas acciones que llevan a las personas a pasar de la no fe a la fe, a madurar su fe y a integrarse en la comunidad cristiana mediante la celebración de los sacramentos de la iniciación cristiana (AG 1-14).

Efectivamente, expuesta la teología de la misión con acento trinitario y cristológico (AG 1-4) y la condición misionera de la Iglesia (AG 5-6), el decreto Ad gentes expone la actividad misionera completa con esta dinámica: la Iglesia, encarnada en los grupos humanos en seguimiento de Cristo, testimonia la vida de Jesús mediante el diálogo y la caridad fraterna y social (AG 11-12); anuncia a Cristo a los no creyentes, invitándolos a convertirse a él —la fe inicial— (AG 13); acepta a los creyentes en el catecumenado, verdadero noviciado convenientemente prolongado de toda la vida cristiana, para iniciarlos en el misterio salvador de Cristo, en las costumbres evangélicas, en los ritos litúrgicos y en la caridad del pueblo de Dios; por fin, la Iglesia celebra con ellos los sacramentos iniciatorios (bautismo y confirmación) y los introduce en la comunidad cristiana por su participación en la eucaristía (cf AG 14).

Después de esta incorporación a la comunidad, los cristianos empiezan su vida de adultos en la fe, en búsqueda de su crecimiento permanente en la vida cristiana, con todas sus consecuencias (AG 15ss). La comunidad es la expresión de la presencia de Dios y de Cristo en el mundo.

El ecumenismo. Después de siglos de división desedificante entre los cristianos, el Concilio trata del movimiento ecuménico, reconocido ahora como obra del Espíritu Santo (UR 4). El cambio de actitud de la Iglesia católica es evidente. «El concepto de unidad de la Iglesia se fundamenta en la naturaleza de esta como instrumento de salvación dotada de la plenitud de medios que, según el decreto Unitatis redintegratio, adorna a la Iglesia católica» (A. González Montes). Esto supuesto, constatamos que la Iglesia católica, de sentirse única poseedora de la verdad, pasa a la aceptación de que las otras Iglesias y comunidades cristianas contienen también «elementos que edifican y dan vida a la propia Iglesia» (UR 3). A la exigencia de una unidad uniformista de antaño, sucede el reconocimiento de cuanto hay de legítimo en las Iglesias de Oriente y en la Reforma protestante. De la unidad de las Iglesias como retorno de disidentes, la Iglesia acepta la propia responsabilidad en su disidencia, y la exigencia de conversión y oración fraterna, a la vez que impulsa el diálogo interconfesional entre teólogos, atendiendo a la jerarquía de verdades dentro de la doctrina católica (UR 11), según su diversa conexión con el fundamento de la fe cristiana5.

b) Evangelización y ecumenismo conciliares y catequesis. Ad gentes presenta una eclesiología ascendente, es decir, nos descubre a la Iglesia haciéndose en la historia y, por tanto, manifestando el lugar dinámico que ocupan las diversas acciones eclesiales. Las acciones que dan ser a la Iglesia son tanto las de carácter directamente misionero (testimonio, caridad personal y social y el anuncio de Jesucristo a los no creyentes [AG 11-131) como las de carácter catecumenal o catequético, es decir, todas las que se desarrollan en el catecumenado (palabra, celebración, testimonio), en etapas progresivas y durante un tiempo suficientemente prolongado, hasta la incorporación de los cristianos en la comunidad cristiana por los sacramentos de la iniciación (AG 14-15).

Esto quiere decir que, dado el clima misionero que se vive —ya en tiempos del Concilio y actualmente—en los países de tradición cristiana, a causa del cambio socio-cultural y del secularismo poscristiano, la catequesis hoy queda impregnada de la actividad misionera completa tal como lo expresa Ad gentes, esto es: la catequesis suscita en primer lugar la fe-conversión inicial, o al menos favorece la maduración de esta fe-conversión inicial (dimensión misionera de la catequesis) y, en segundo lugar, ayuda seguidamente a madurar todos los aspectos de la fe: la experiencia de comunión vital con Cristo, la experiencia celebrativa, la vivencia de las actitudes, costumbres evangélicas, y la preocupación apostólica por el Reino (dimensión catecumenal de la catequesis o catequesis integral), hasta introducir a los creyentes en el «único pueblo de Dios», la comunidad cristiana, mediante los sacramentos de la iniciación (cf AG 14-15)6.

La catequesis también alimentará, según el decreto Ad gentes, el espíritu ecuménico entre los recién convertidos, o recién recuperados para la fe viva, «con el fin de que aprecien que los hermanos que creen en Cristo son sus discípulos, regenerados por el bautismo, partícipes con ellos de los innumerables bienes del pueblo de Dios» (15e). En esta línea, la catequesis colaborará en la formación ecumenista, en la oración ecuménica y en el mutuo conocimiento de los cristianos (UR 5-12).

La jerarquía de verdades es un principio teológico-ecuménico, pero también catequético. «Esta jerarquía significa que algunas verdades se apoyan en otras como más principales y son iluminadas por ellas. Tenga en cuenta la catequesis esta jerarquía» (DCG 43; DGC 114-115). De aquí nacen dos aplicaciones concretas: 1) El fundamento o corazón de la fe es este: Jesús de Nazaret es el Cristo, el Hijo de Dios vivo; fue crucificado, murió por nuestros pecados y fue sepultado, y Dios Padre lo resucitó. Dios es el Padre de Jesucristo. Jesús es y revela el hombre nuevo. Envía al Espíritu desde el Padre. El Padre congrega a su Iglesia por el Espíritu. La Iglesia peregrina espera el retorno del Señor Jesús». Es decir, «el conocimiento de Jesús (el Cristo) condiciona, ¡gracias a Dios!, cuanto los cristianos podemos saber sobre Dios, sobre el hombre y sobre la Iglesia» (E. Malvido). ¡En el mensaje cristiano no está todo en el mismo plano! 2) El fundamento o corazón de nuestra fe es una doctrina, pero, sobre todo, es una experiencia de fe vivida en la Iglesia, de la cual procede la doctrina cristiana. Es decir, la catequesis está llamada a introducir a todo catequizando: en el misterioso encuentro con Jesús, muerto pero viviente, con su Padre, que es nuestro Padre, y con su Espíritu, que también es nuestro; en el descubrimiento vivencial de la condición humana, renovada y revelada en Jesús, el Señor, y en la experiencia fraterna del Reino, que es la comunidad eclesial vivificada por el Espíritu. La doctrina correspondiente «será la parte explicativa del misterio que se vive o celebra» (J. M. Rovira Belloso).

4. NUEVOS HORIZONTES ANTROPOLÓGICOS, CULTURALES Y SOCIALES (GS). a) Los contenidos de la Gaudium et spes. Por primera vez un Concilio tiende una mirada a la realidad total de la Iglesia, del mundo y de la sociedad. En el discurso de apertura de la segunda sesión (29.9.63), Pablo VI dijo: «La Iglesia mira (al mundo) con sincera admiración y con sinceros deseos no de dominarlo, sino de servirlo..., de brindarle consuelo y salvación». Junto a la palabra mundo, el Concilio ha pronunciado los términos sociedad e historia. Y durante la sesión de clausura del concilio (7.12. 65), Pablo VI reflexionó así: «Quizá nunca como en este sínodo se había sentido impulsada la Iglesia a conocer a la humanidad que le rodea, a valorarla con justeza y a poner en sus manos el mensaje evangélico y hasta amarla en sus mismas rápidas transformaciones». Esta actitud maduró durante el Concilio, pues la Iglesia se había sentido ajena a la cultura humana en los siglos anteriores7.

La Iglesia, sin olvidar los datos esenciales de su doctrina, tiene presentes las situaciones concretas de las personas y de los pueblos; sólo así la Revelación podrá llegar al corazón de sus contemporáneos e invitarles a convertirse al único Salvador. «La Iglesia se hace servidora de la humanidad» (M. Van Caster).

En la primera parte de la Gaudium et spes se desarrolla la doctrina cristiana sobre el hombre, clarificado como ser misterioso en el misterio de Cristo, Hombre nuevo (GS 12-13, 19-22). La doctrina sobre el carácter comunitario de la persona humana (GS 23-31) queda iluminada por Cristo, solidario de todo hombre (GS 32). La enseñanza sobre la actividad humana en el mundo (GS 33-37) es llevada a la perfección por el Cristo pascual, consumador de la historia humana (GS 38-39). Por último, se describe la actividad de la Iglesia en el mundo (GS 40-44) y a Cristo como consumador de todo en el Reino definitivo (GS 45).

En la segunda parte se contemplan, a la luz de los principios expuestos, cuestiones más urgentes de nuestro tiempo: el matrimonio y la familia, la cultura, la vida económico-social, etc. Gaudium et spes ha supuesto un gran cambio de relaciones entre la Iglesia y el mundo, al superar la postura católica antimoderna.

b) Principios y cuestiones de Gaudium et spes y catequesis. La Gaudium et spes no acepta ni la separación Iglesia-mundo (dualismo) ni la absorción de la Iglesia en el mundo (monismo); ofrece formulaciones que indican, a la vez, distinción e interpenetración. «La Iglesia surge de la humanidad, es la misma humanidad elevada a un grado superior de vida nueva» (Pablo VI). Esta estrecha relación Iglesia-mundo, tiene repercusión en la catequesis. Los sujetos de esta están circunstanciados por múltiples relaciones mundanas. Es decir, el mundo (los acontecimientos, las experiencias, las relaciones sociales) es fuente (material) de la catequesis, con la que la acción catequética tiene que contar intrínsecamente, si quiere ser transmisión de la fe a personas de este mundo (cf CD 12). A su vez, los responsables de la catequesis prepararán catequistas, que hagan posible en los niños, jóvenes, adultos y tercera edad, la interpenetración de este mundo con los valores evangélicos del mensaje cristiano ya en el mismo grupo. Y lo harán evitando una catequesis de la huida del mundo y ayudando a que los valores humanos (mundanos) sean descubiertos, en el discernimiento de la palabra de Dios, como transidos de la vida nueva que da el Espíritu del Resucitado8. «Todos los valores humanos son susceptibles de ser vividos como valores del Reino» (M. Van Caster [cf CD 121).

En una autocomprensión más explícita que la de antaño, la Iglesia es consciente de que, «con la fuerza del evangelio que le ha sido confiado» (GS 41), primero, ayuda a cada hombre (le descubre el sentido de su dignidad [cf GS 411); segundo, ayuda a la sociedad humana (reconoce la evolución hacia la unidad que se encierra en su dinamismo social y lo apoya [cf GS 421) y, tercero, presta ayuda a la actividad humana, a través de los cristianos (los laicos creyentes, en cuanto ciudadanos, están llamados a asumir sus responsabilidades cívicas [cf GS 431). Es decir, toda esta promoción integral del hombre y transformación de la sociedad pertenece esencialmente a la misión de la Iglesia y, por tanto, a la catequesis. Así, esta es una iniciación al servicio del hombre y del mundo para el advenimiento del Reino (cf GS 45).

El enorme desarrollo de la doctrina social en el magisterio de la Iglesia y, sobre todo a través de la Gaudium et spes, ha ampliado el horizonte del compromiso cristiano y la sensibilidad social en los cristianos. Esto comporta en la catequesis la necesidad de iniciar a los catequizandos en la llamada Doctrina social de la Iglesia9.


II. Orientaciones expresas sobre la catequesis

1. IMPORTANCIA Y FINALIDAD DE LA CATEQUESIS. El decreto Christus Dominus dice que, entre las formas «para anunciar la doctrina cristiana, ocupan el primer lugar la predicación y la formación catequética» (13c). Y añade: la catequesis busca que «la fe, ilustrada por la doctrina, se haga viva, explícita y activa» (14).

a) Sujetos y metodología. El sujeto de la acción evangelizadora y catequética es toda persona de cualquier condición social (cf LG 5, 13; CD 7, 13). En concreto, los obispos «demuestran la materna solicitud de la Iglesia para con los fieles e infieles, teniendo cuidado especial de los pobres y débiles, a los que el Señor les envió para evangelizar» (cf CD 13a). Vigilen que se catequice a los niños, adolescentes, jóvenes e incluso a los adultos (cf CD 14a) y que se reinstaure o perfeccione el catecumenado de adultos (cf CD 14c).

En cuanto a la metodología, el Concilio pide que la formación catequética se lleve a cabo con orden y método respecto a la materia y a las facultades, edad y condiciones de vida de los creyentes (cf CD 14a), y que se promuevan el diálogo y el trato cordial que llega a convertirse en amistad (cf CD 13b; GS 1-2).

b) Catequistas y lugares para la catequesis. Los agentes de la catequesis aparecen diversificados, pero cumpliendo la misma tarea. Como tales aparecen los obispos (CD 12-14), los presbíteros (LG 10, 28; PO 4), los religiosos y religiosas (cf AG 15, final; GE 12, conclusión; CD 33ss.), los padres (AA 11; GE 3, 6) y los catequistas seglares (AA 10; AG 15). Todos han de formarse: o en los seminarios (OT 19-21), o con una educación permanente (PO 19; OT 22); o en escuelas diocesanas y regionales (AG 17). «Todos han de estudiar asiduamente la Escritura» (DV 25a, 23). Todos han de aprender la doctrina católica (AG 17c), las leyes psicológicas y las doctrinas pedagógicas (cf CD 14b; OT 20-22), y la práctica pastoral, ejercitando «sin cesar la piedad y la santidad de vida» (AG 17c). Pero, sobre todo, han de vivir en sintonía con las personas, la cultura y la situación social, integrándose en estas desde la solidaridad evangélica, al estilo de Cristo (CD 13-15; PO 4, 6, 9, 19; OT 15; AG 25-26; GE 8, 12; AA 11, 28-32).

Los lugares en que se desarrolla la catequesis son las instituciones educativas escolares o extraescolares (GE 3-5, 6-8). En cualquier caso, el Concilio pide que «se proteja la libertad religiosa» (DH 14-15).

2. LUGAR DE LA CATEQUESIS EN LA ACCIÓN EVANGELIZADORA DE LA IGLESIA. La Gravissimum educationis describe la formación catequética10 de una manera muy similar a como el decreto Ad gentes describe el catecumenado. Según esto, para el Vaticano II la formación catequética se identifica con la descripción del catecumenado primitivo. Y este «no es una mera exposición de dogmas y preceptos, sino formación y noviciado convenientemente prolongado de la vida cristiana, con el que los discípulos se unen a Cristo, su Maestro. Iníciense, pues, los catecúmenos convenientemente en el misterio de salvación, en la práctica de las costumbres evangélicas, y en los ritos sagrados que han de celebrarse en tiempos sucesivos, y sean introducidos en la vida de la fe, de la liturgia y de la caridad del pueblo de Dios» (AG 14a).

La catequesis aquí definida es una educación cristiana integral, un clima educativo que ayuda a madurar todos los aspectos de la fe o de la vida cristiana. Según esto, ¿qué lugar ocupa esta catequesis-catecumenado dentro de la actividad apostólica de la Iglesia? El decreto Ad gentes presenta el catecumenado-catequesis dentro de la acción misionera de la Iglesia (Ver más arriba). Recordemos que esta abarca: el anuncio del evangelio (con palabras y obras) para la conversión inicial (13), el catecumenado-catequesis (con los sacramentos de la iniciación) (14) y la formación de la comunidad cristiana (15). Por tanto, según el Vaticano II, no hay acción misionera completa (cf AG 6) si no se incluye la acción catecumenal-catequética, que madura la conversión primera e introduce a los catequizandos en la comunidad11.

3. NUEVO ROSTRO DE LA CATEQUESIS. Según todo lo dicho, la catequesis conciliar es una escuela de vida cristiana integral, una iniciación a la vida cristiana: «Iníciense» (AG 14). Pero, al haber recuperado el Concilio conceptos fundamentales sobre el ser y el quehacer de la Iglesia, y también a causa del secularismo poscristiano que afecta al mundo, se han explicitado, matizado o precisado algunos aspectos de la catequesis como iniciación.

Según esto, la catequesis: 1) En relación al ser humano que va a ser catequizado es exigencia de análisis de la situación humana, socio-cultural y religiosa en que se encuentra cada persona y cada sociedad, e iniciación a la realización integral de la persona real y a la transformación de su mundo en la dirección de los planteamientos cristianos de GS, AA, AG (el reino de Dios en nuestro mundo). 2) En relación al misterio de la salvación cristiana, es acto de tradición viva y servicio a la palabra de Dios, en cuanto anuncio de Cristo Salvador y liberador; iniciación a la lectio divina de la Escritura e iniciación a la respuesta generosa a la Palabra: es decir, educación de la fe. 3) En relación a la comunidad eclesial en que se realiza, es acción de Iglesia (la voz continuada del Esposo) en actitud convocante; iniciación a la experiencia eclesial y exigencia de mejora del ámbito comunitario como matriz de cristianos nuevos (el catecumenado o el clima catecumenal). 4) En relación a la liturgia y a la comunicación con Dios, es iniciación a toda la vida litúrgica, principalmente a la celebración de los sacramentos y, en especial, de la eucaristía, e iniciación a la oración individual desde la Escritura y los santos. 5) Y en relación a la sociedad secularista emergente y a los cristianos divididos, acoge la praxis misionera y ecuménica de Ad gentes y Unitatis redintegratio, y es ayuda a la maduración de la fe-conversión inicial; iniciación a la vida cristiana integral (re-iniciación cristiana); iniciación al sentido misionero hacia dentro y hacia fuera, e iniciación al interés por la unidad de los cristianos (ecumenismo).

Siendo esto así, no extraña que el movimiento catequético en toda la Iglesia haya sido una de las acciones que más ha contribuido a la recepción del propio Concilio en la Iglesia. No obstante, este, consciente de no haber abordado a fondo una acción tan importante como la catequesis, y de haber aportado elementos que la podían revitalizar, pidió que se elaborara «un directorio de la formación catequética del pueblo cristiano, en el que se trate de los principios fundamentales y de la organización de esta formación y de la elaboración de los libros que a ella se destinen» (CD 44). En el Concilio está el germen de toda la evolución que la catequesis tendrá en los lustros siguientes.


III. La catequesis según la renovación conciliar

El Vaticano II ha dado luces para renovar la identidad de la catequesis. Sin embargo, esta, como acto de tradición viva transmite a las generaciones contemporáneas la fe de la Iglesia en fidelidad tanto a «lo recibido del Señor», y a lo que el Espíritu ha ido diciendo y dice a la Iglesia (cf Jn 16,13; Ap 2,17; 2,28; 3,6.13.22), como a la persona humana actual, inmersa en un mundo cultual y socialmente muy evolucionado (cf GS). Pero, el Concilio ¿ofrece a la catequesis ese mensaje renovado que ha de seguir transmitiendo?

El Vaticano II se propuso los objetivos que recordamos en la introducción (cf SC, introducción), entre los cuales no está la renovación del «misterio íntegro de Cristo» (cf CD 12; GE 2). Sin embargo, ofrece indicaciones en cuanto a la renovación del mensaje cristiano, que sintetizamos en tres propuestas complementarias.

a) Cuatro pistas que se entrecruzan, e implican a Dios-Trinidad, a Cristo, a la Iglesia, al hombre y al mundo, según el pensamiento de G. Medica12: 1) La dimensión bíblica de la catequesis: Dios habla a los hombres en Cristo; 2) la dimensión eclesial-litúrgica y ecuménica de la catequesis: Dios actúa presente entre los hombres; 3) la dimensión antropológico-cósmica: Dios continúa encarnándose en el hombre; 4) la dimensión misionero-trinitario-eclesialcósmica de la catequesis: Dios impregna de sí mismo a los pueblos.

b) Un mensaje único, histórico, salvífico y actual, tal como se presentó en las I Jornadas nacionales de estudios catequéticos (Madrid 1966)13.

c) Un mensaje cristocéntrico, desde la «jerarquía de verdades» (UR 11). Este es un principio también catequético tanto en el orden de la verdad de fe como en el de la expresión de fe. Teóricamente todos los cristianos aceptamos que, dentro del mensaje de la salvación, unas verdades o realidades son más importantes que otras. «El mensaje cristiano no es una galería esplendorosa de verdades expuestas unas al lado de otras; son verdades entrañablemente relacionadas unas con otras» (E. Malvido). En el mensaje existen verdades que son el fundamento del restante edificio de la fe. Pues bien, el fundamento o razón de la fe cristiana es una Persona viva: Jesucristo crucificado, que ha resucitado y vive y sale al encuentro de cada persona de la humanidad (GS 1-4, 10, 18, 22, 32; SC 5-7d)14.

Así pues, la tercera propuesta operativa que nos ofrece el Concilio consiste en presentar el mensaje evangélico, con la variedad de sus realidades: el Padre, el Espíritu Santo, la Iglesia, María, los sacramentos, el hombre nuevo, las realidades terrenas, los criterios morales evangélicos, la historia de la salvación, la oración, la muerte, la esperanza... presentar estas realidades, en relación existencial y noética con Cristo, el Señor resucitado y Emanuel. Así lo hace san Pablo en sus tareas misioneras y catequéticas. Para él, cualquier realidad de la Revelación es anuncio de Cristo e invitación a convertirse a él y a seguirle. El lo ve todo en Cristo: la Iglesia es el «cuerpo de Cristo» (Ef 4,12); creer es «aceptar a Cristo» (Col 2,5-6); el bautismo, «morir y resucitar en Cristo» (Rom 6,4); el matrimonio, un «gran misterio en Cristo» (Ef 5,32); las divisiones de los cristianos descuartizan el cuerpo de Cristo (1Cor 1,13); Dios es el «Padre de nuestro Señor Jesucristo» (2Cor 1,3); el testimonio, el «perfume de Cristo» (2Cor 2,15-16); la muerte es «vivir con Cristo» (2Cor 5,8); la vida de gracia, «vivir en Cristo» (Ef 2,11-13); María, la mujer de la que nació Cristo (Gál 4,4); el Espíritu Santo es «el Espíritu de Cristo» (Rom 8,9), etc. El nuevo Directorio general para la catequesis (DGC) de 1997, que actualiza el Directorio general de pastoral catequética de 1971, recogiendo las aportaciones posteriores, se inspira totalmente en esta línea cristocéntrica del Concilio (ver, por ejemplo, los nn. 49, 51, 80, 97-100, 123, 235).

El valor pedagógico-catequético de este cristocentrismo del mensaje se basa en el personalismo, que además de recuperar la matriz dialogal del cristianismo para expresar y comunicar los misterios de la fe, crea en las gentes de hoy una sintonía, un clima favorable a la vida, a la doctrina y a la espiritualidad cristianas (V. Schurr).


IV. Presentación catequética del Vaticano II

Este enunciado puede entenderse de varias maneras. La que parece más acertada en nuestro caso consiste en dar a conocer aquellos aspectos del mensaje cristiano que han quedado renovados en el Vaticano II y que han sido integrados en una síntesis orgánica de fe: Dios, Cristo y el Espíritu; el proyecto de Dios y la historia de la salvación; la Revelación y la fe; la Iglesia y María; el hombre caído y redimido, las realidades terrenas y la salvación, la actividad humana en el mundo, la liturgia, el laicado, el ecumenismo, la acción misionera, el episcopado, los criterios morales, etc.

Esto es lo que ha hecho el Catecismo de la Iglesia católica (CCE). La enseñanza ordinaria de la Iglesia, propia de todo catecismo, ha sido actualizada por él con los datos renovados del Vaticano II. El CCE no es un catecismo conciliar, pues ni lo mandó elaborar el Concilio, ni es una síntesis de los documentos conciliares. Podría llamarse conciliar en el sentido de que la síntesis orgánica de fe que presenta, asume e integra, de forma resumida, las enseñanzas del concilio, tras un esfuerzo por recoger la esencia de sus documentos. «Lo reconozco —dice el Papa— como un instrumento válido y autorizado al servicio de la comunidad eclesial y como norma segura para la enseñanza de la fe» (FD 4).

No obstante, «por su misma finalidad, este catecismo no se propone dar una respuesta adaptada, tanto en el contenido como en el método, a las exigencias que dimanan de las diferentes culturas, de las distintas edades, de los diversos estadios de la vida espiritual, de las situaciones sociales eclesiales de aquellos a quienes se dirige la catequesis. Estas indispensables adaptaciones corresponden a los catecismos propios de cada lugar y, más aún, a aquellos que toman a su cargo instruir a los fieles» (CCE 24). Esto quiere decir que la presentación catequética del Vaticano II se podrá hacer más adecuadamente a través de los catecismos locales que surjan en cada lugar, o de aquellos que queden homologados como catecismos locales.

El Vaticano II ha enriquecido notablemente la acción catequética. ¿No se deberá esto, de algún modo, a que el propio Concilio se dejó modelar por el talante de la catequesis? Pablo VI llegó a llamarlo «el gran catecismo de los tiempos modernos» (cf CCE 10).

NOTAS: 1. E. ALBERICH, La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991, 12. — 2 En este tema seguimos la obra anterior de E. Alberich, 60-77, 100-109. — 3. A. CAÑIZARES, La catequesis española en el proceso de acogida del Vaticano II, Teología y catequesis 1 (1982) 48. – 4 Cf O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, en AA.VV., Vaticano II. Documentos, BAC, Madrid 1993, 49-68. — 5 A. GONZÁLEZ MONTES, en ib, 602-607. — 6. Estos conceptos serán profundizados desde mediados de la década de los 70 hasta la década de los 90, a partir de Evangelii nuntiandi, Christifideles laici y documentos de varios episcopados. — 7. Cf C. FLORISTÁN, Vaticano II, en C. FLORISTÁN-J. J. TAMAYO (eds.), Conceptos fundamentales del cristianismo, Trotta, Madrid 1993, 1450-1462. — 8 Cf J. M. ROVIRA BELLOSO, La catequesis en el marco de la Iglesia del Vaticano II, Teología y catequesis 1 (1982) 70-72. — 9 Cf E. ALBERICH, o.c., 162-173; CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Libertad cristiana y liberación, 71-76. — 10 Generalmente la traducción española dice instrucción catequética (CD 14; GE 4), cuando el término latino no es instructio, sino institutio, cuya traducción más común es formación, desarrollo de la persona en todas sus dimensiones. — 11. Cf R. LÁZARO, La incidencia de algunos textos magistrales en la catequesis de adultos, Sinite 106 (1994) 291-304. — 12 Cf G. M. MEDICA, Concilio Vaticano II, en J. GEVAERT (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 212-213. -13 AA.VV., Por una formación religiosa para nuestro tiempo, Marova, Madrid 1967, 220,4 y 5; 221,6. — 14 E. MALVIDO, ¿Cuál es el corazón del mensaje cristiano?, San Pío X, Madrid 1995.

BIBL.: Además de la consignada en notas, ALBERICH E., La catequesis en el contexto del Vaticano II y el posconcilio, en Actas del Congreso internacional de catequesis: del V Centenario al ITI Milenio, Teología y Catequesis, Madrid 1992, 277-392; BLÁZQUEZ R., Introducción general, en AA.VV., Vaticano 11. Documentos, BAC, Madrid 1992, 15-40; CAÑIZARES A., Evangelización, en GEVAERT J. (dir.), Diccionario de catequética, CCS, Madrid 1987, 360-366; DE LUBAC H., Diálogo sobre el Vaticano II. BAC. Madrid 1967: ESTEPA J. M.-SUÁREZ A., Índice de fuentes sobre la Catequesis (1961-1976), Actualidad catequética 102-103 (1981) 178-81; FLORISTÁN C., Para comprender la evangelización, Verbo Divino, Estella 1993, 36-42; LARRAURI J. M., Balance del concilio Vaticano II a los veinte años, ESET, Vitoria 1986; LATOURELLE R. (ed.), Vaticano 11. Balance y perspectivas, Sígueme, Salamanca 1989; Vaticano II, en LATOURELLE R-FISICHELLA R. (dirs.), Diccionario de teología fundamental, San Pablo, Madrid 1992, 1596-1609; MATOS M., Identidad cristiana y mensaje cristiano, Teología y catequesis 4 (1983) 537-47; PIÉ.-NINOT S., Introducción a la Dei Verbum, BAC, Madrid 1933, 157-163; PIKAZA X.-SILANES N. (dirs.), Diccionario teológico. El Dios cristiano, Secretariado Trinitario, Salamanca 1992; ROGIER L. J.-Au-BERT R.-KNOwLES M. D., Nueva historia de la Iglesia V, Cristiandad, Madrid 1984; VALLADOLID J. M., La educación de la fe según el concilio Vaticano II, Sígueme, Salamanca 1967; VAN CASTER M., La catéchése selon l'esprit du Vatican II, Lumen Vitae 26 (1966) 11-28.

Vicente M° Pedrosa Arés