SIERVO DE YAVÉ
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SUMARIO: I. El siervo de Yavé: 1. Concepto «abad», siervo; 2. Los cánticos del siervo de Yavé; 3. Características del siervo de Yavé; 4. Jesús, el siervo de Yavé. II. Pobres de Yavé: 1. Concepto de «anawim», pobre; 2. La relación de Yavé con los «anawim»; 3. Jesús pobre, rodeado de pobres; 4. Jesús siervo y pobre de Yavé. III. Claves catequéticas: 1. El anuncio de Cristo, tarea de la catequesis; 2. Criterios orientadores; 3. Posibles temas para la catequesis.


I. El siervo de Yavé

1. CONCEPTO «ABAD», SIERVO. Siervo y servir son términos relacionados entre sí, y pueden tener significados opuestos dependiendo de la persona o realidad de la cual se acepta el ser siervo o servir. De hecho el término abad (servir-siervo) es utilizado por el Antiguo Testamento en relación con Yavé y en relación con los hombres que ostentan poder, particularmente en relación con el Faraón, prototipo de todos ellos. Ambos servicios se contraponen (cf Ex 23,24-25; Dt 13,3-5; Jos 24,14-24; Ez 20,39-40).

a) El servicio a los hombres lleva consigo la falta de libertad y comporta un trabajo forzado, un trabajo que aparece con una triple especificación: 1) se hace bajo las órdenes de otro, 2) para provecho ajeno y 3) en condiciones duras (cf Gén 14,4; 15,13-14; 17,40; Éx 1,13-14; 6,5; 14,12; 20,2). La primera induce a la alienación de la libertad, la segunda define la explotación y la tercera describe la opresión. A todo ello hay que añadir la violencia utilizada por quien ostenta el poder (cf Ex 1,13-14). En un segundo momento, el término abad es usado también para describirla opresión-esclavitud religiosa (cf Ex 5,17-18). Para la Biblia, y particularmente para el libro del Exodo, la falta de libertad, como la libertad misma, es siempre considerada globalmente. Por este mismo motivo, el acontecimiento histórico de la opresión es leído y narrado por la Escritura en clave omnicomprensiva; es decir, que la esclavitud social y política, física y material, es vista también como esclavitud religiosa y, por tanto, como parábola de la condición humana.

b) El servicio a Yavé, en cambio, es servicio existencial que brota de una opción libre del hombre por Dios y que, aunque encuentra en el culto su máxima expresión (cf Ex 10,26; 12,15-26; 13,5; 30,16; 35,14; Núm 3,7.21.26.36; 4,19.23.32.35; Is 19,21.23), no por ello se reduce al ámbito del culto, sino que lleva consigo un conjunto de disposiciones de la mente y del corazón, de todo el hombre. No por casualidad, en muchos textos servir es sinónimo de amar, obedecer, seguir, con precisiones significativas: de todo corazón, fielmente (cf Dt 6,13; 10,12).

En este sentido, nada extraña que el calificativo siervo de Yavé aparezca referido en el Antiguo Testamento a numerosos personajes con una especial relación con Dios y un relevante papel en la historia del pueblo elegido: Abrahán (Dt 9,27), Isaac (Gén 24,14), Jacob (Éx 32,13), Moisés (Ex 14,31), Josué (24,29), David (2Sam 7,8). También se aplica a los profetas (l Re 18,36; Am 3,7), a los sacerdotes (Sal 134,1) y, después del exilio, al mismo pueblo de Israel (Is 44,1; Ez 28,25; Jer 30,10). En estos casos, lo que une a todos estos siervos de Yave es haber recibido una misión específica de parte de Dios en relación con el pueblo de Israel, la de hacer que el pueblo sea fiel a cuanto el Señor espera de él (cf Sal 105,6ss.), y la de obedecer siempre a aquel de quien se sentían enviados.

Servir al hombre lleva consigo esclavitud. Servir a Dios es entrar a formar parte de los elegidos por Dios desde el «seno materno» (Is 49,1.5.7), como el caso de los grandes personajes de la historia de Israel ya recordados: Abrahán, Isaac, Jacob, Moisés, David..., para ser instrumentos de su salvación.

2. Los CÁNTICOS DEL SIERVO DE YAVÉ. De todos modos, el título, y con él la teología, del siervo de Yavé alcanza su máximo desarrollo con los Cánticos del siervo, que aparecen en la segunda parte del libro de Isaías. En ellos se expone un contenido y una modalidad de salvación distinta y superior a la que encontramos en el Libro de la consolación (Is 40-45) que, por otra parte, constituye el culmen del profetismo. En los Cánticos del siervo se delinea una figura de hombre capaz de hacerse útil a los demás permaneciendo fiel al proyecto que Yavé tiene sobre él.

El primer canto (Is 42,1-4) presenta una nueva figura de profeta, objeto de la complacencia divina. El Señor le da su espíritu; lo forma (jasar), como formó al primer hombre, y lo hace instrumento, con una nueva modalidad, de una nueva salvación (mishpat) en favor de los pueblos. El, atento a los débiles y fuerte con los poderosos, está decidido a cumplir hasta el final la misión que ha recibido: «no desistirá, no desmayará». El segundo canto (Is 49,1-9a), semejante a un relato de vocación, expresa la conciencia que el siervo tiene de haber sido llamado para ser portavoz de una palabra salvífica a los de cerca y a los de lejos. El cansancio, motivado por la escasa respuesta de aquellos a quienes es destinada la salvación, es superado con la plena confianza en Dios y la rectitud en el obrar. Los sufrimientos, inseparables de quienes quieren comunicar la novedad de Dios, aparecen en el tercer canto (Is 50,4-9), donde el siervo se mantiene fiel, a pesar de que Dios parece abandonarlo. Finalmente el cuarto canto (Is 52,13–53,12) da una amplia y satisfactoria respuesta al tema del sufrimiento y del aparente abandono por parte de Dios que sufre el justo.

3. CARACTERÍSTICAS DEL SIERVO DE YAVÉ. Los cuatro cánticos parecen referirse a un mismo personaje, descrito gradualmente, ya desde el capítulo 42, como siervo, hombre de dolores, inocente, justo y fiel que, ante la injusta persecución de la que es objeto, no cede lo más mínimo en la misión recibida de anunciar una nueva salvación en contenidos y modalidades.

a) Hombre de dolores. Ser portavoz de la novedad de Dios (mishpat) en los contenidos y en la forma («no gritará, no alzará el tono» [42,21), solidario con los humildes («responder al cansado» [50,4]), y en actitud siempre de discípulo (limmud) (50,4) que no se echa atrás (50,5), deja entrever contestaciones, sufrimientos y malos tratos. Ya desde el primer Canto la presencia de contrastes y luchas en la vida del siervo se dejan ver fácilmente a través de las imágenes «espada afilada» y «flecha aguzada» (49,2). En los Cánticos hay dos frentes: el del siervo que está dispuesto a seguir con fidelidad su vocación («no he resistido...» [50,5]), y el de los contrarios, que pasan del rechazo a la eliminación («despreciado, desestimado, traspasado, llagado, arrancado de la tierra de los vivos, herido de muerte» [53,3ss.]).

b) Inocente. La inocencia del siervo es proclamada abiertamente al final del cuarto Cántico. Son los mismos perseguidores los que la confiesan: «en su muerte se le juntó con los malhechores, siendo así que él jamás cometió injusticia ni hubo engaño en su boca» (53,9). La razón de esta inocencia no es expresada explícitamente, pero ha de buscarse en el fiel cumplimiento de la misión recibida.

c) Justo. Esta característica del siervo está en estrecha relación con su inocencia. En Is 53,1 lb es declarado abiertamente justo, y en tres ocasiones su persona aparece vinculada estrechamente a la justicia (42,6; 50,8; 53,11). En todos estos textos, justicia equivale a fidelidad de Dios a las promesas hechas, y coincide con el concepto de salvación. El siervo es justo en cuanto comprometido a obedecer los designios salvíficos de Dios y a hacerlos conocer y realizar por los demás.

Los Cánticos del siervo describen, por tanto, un personaje capaz de conseguir para los hombres la salvación, gracias a la fidelidad a su vocación-misión. El siervo «carga sobre sí» (53,11b) y «lleva» (53,12b) la maldad (awon) y las transgresiones (het) de muchos —una acción que hace referencia al gesto de Aarón y del cabrito expiatorio (cf Ex 28,36-38; Lev 16,22)—. El siervo asume libremente la responsabilidad de las culpas de los demás, «ofreciendo su vida como sacrificio» (asham) (53,10a). Si Ezequiel habla de la responsabilidad personal frente al propio pecado (Ez 18), aquí tenemos a uno que asume en su propia persona la responsabilidad de los pecados de los otros.

Esta actitud de comunión del siervo hace que venga comunicada a los demás parte de la justicia del mismo siervo. Ese es el sentido de las expresiones «justificará a muchos» (53,11b) y «a causa de sus llagas hemos sido curados» (53,5b). En el siervo, el dolor y el sufrimiento une a Yavé y produce solidaridad con los hombres. El siervo no es sólo «el elegido en quien se complace» el Señor (42,1), sino también el que se asemeja a todo hombre, excepto en el pecado.

4. JESÚS, EL SIERVO DE YAVÉ. La lectura unitaria de los Cánticos del siervo hace pensar que se trata de un único personaje histórico y a la vez escatológico. Si el punto de partida puede ser Jeremías, sabedor del valor salvífico de su vida, los textos orientan e invitan a mirar al futuro, todavía sin anticiparlo.

La lectura atenta no sólo de los evangelios, sino también de otros textos del Nuevo Testamento, nos lleva a considerar la figura de Jesús en estrecha relación con la expresión veterotestamentaria de Siervo de Yavé. La figura del justo que sufre, tuvo, sin lugar a dudas, una función de primer orden en la reflexión inicial de la primitiva comunidad cristiana para superar el escándalo de la muerte de Jesús en la cruz. Mt 8,17; Lc 22,37 y Jn 12,38, citan explícitamente los Cánticos del siervo para mostrar su relación con Jesús. Por otra parte, es indudable que la corriente espiritual de la «pasión del justo» (cf Mc 15,24.29.34, en relación con Sal 22,19.8.2 y Mc 15,36, en relación con Sal 69,22), es la del justo que es perseguido a causa de su fidelidad al Señor, que acepta tal persecución esperando la intervención del Señor en su favor.

Jesús hace suya la misión del siervo. Como este, Jesús es «afable» (Mt 11,29) y está en medio de los suyos «como el que sirve» (Lc 22,27). Como el siervo, también Jesús da su vida por la redención de la multitud de,los pecadores (Mc 10,43ss.; Mt 20,28), es inmolado sobre la cruz (Mc 14,24; He 8,32), sabiendo que Dios lo resucitará según lo que está escrito del Hijo del hombre (Mc 8,31; 9,31). Jesús, asumiendo la condición de siervo (F1p 2,5-11), nos abre el camino de la salvación (He 4,10ss).


II. Pobres de Yavé

1. CONCEPTO DE «ANAWIM», POBRE. En nuestras lenguas, pobre-pobreza es un término y una noción equívoca. Tiene muchos significados. En el Antiguo Testamento encontramos esa misma equivocidad, acrecentada por la variedad de términos que el texto hebreo, y luego el griego de los LXX, tienen para indicar este concepto. En nuestro estudio nos limitamos al término anawim que, por la riqueza semántica que posee, nos parece suficiente, y desde luego es el más importante para clarificar el concepto de pobre en el Antiguo Testamento.

a) Del análisis de los textos resulta clara, en primer lugar, la polaridad «pobres» y «enemigos» (cf Sal 9), de tal forma que podemos decir que los pobres, generalmente, son las víctimas de sus «enemigos». El pobre, en este sentido, es el aplastado por los poderes enemigos; es el desamparado, el menesteroso, el calumniado y el acusado, el que es totalmente incapaz de defenderse del poder de sus enemigos. Es el que no hace valer sus derechos porque no le serían reconocidos. Se trata, pues, de una situación de injusticia, tal como lo denuncian abiertamente los profetas (cf Am 2,6).

Los anawim serían, pues, los encorvados, los que están bajo un peso, los que no están en posesión de todas sus capacidades y vigor, los humillados. Anaw indicaría la actitud del siervo ante su señor, actitud de dependencia, de inferioridad social. Es el hombre débil que está a merced del fuerte, el desamparado, el oprimido, el sojuzgado, el pequeño, el impotente; es decir, el que no tiene amparo jurídico, el que sufre persecución injusta. A este respecto es importante señalar que el contrario de anawim no es el rico, como sería de esperar, sino el rasha, el prepotente, el despótico, que priva de sus derechos a los demás y atenta contra sus vidas (Sal 2; 35,10; 37,14). La pobreza es pues un hecho social íntimamente ligado a circunstancias políticas y económicas injustas.

b) En un segundo grupo de textos, el término anaw, unido generalmente a dal o ebyon (Sal 82,3; Dt 24,14; Ez 16,49), está indicando la pobreza económica, el hombre que no tiene propiedad personal, la persona que carece de los bienes económicos necesarios para una vida humana digna (Ex 22,24; Lev 19,10; 23,22).

Desde esta situación de humillación injusta o de pobreza material, desamparado de todos, los anawim, sin esperanza alguna en la justicia de los hombres, acuden a Yavé implorando la justicia divina (Sal 10,12). Ellos dependen exclusivamente de la protección jurídica y de la compasión del Señor (Sal 9,19; 10,2.8; 18,28; 35,10; 74,1-9). En este contexto es donde el término anaw termina asumiendo un valor religioso y moral: humilde, manso, pío; y donde pobreza designa una actitud religiosa de dependencia total de Dios (Sof 2,3; 3,11-12; Sal 10,2; 18,28).

2. LA RELACIÓN DE YAVÉ CON LOS «ANAWIM». Los textos bíblicos que hablan de los anawim son unánimes en afirmar una relación especial entre Dios y ellos (Prov 3,34; 14,21; 16,19; Am 3,9ss.; Is 5,10ss). El Dios de Israel hace suya la causa de los anawim, hasta el punto de que podemos decir que es el Dios que actúa preferentemente en su favor (Ex 3,7-8; Sal 10,14; 12,6; Mal 3,5); el que cuida de ellos (Sal 40,18; 68,6; 76,10; 102,18; 146,7-9).

La relación entre Dios y los anawim será siempre una relación de salvación. Dios es el garante de los derechos olvidados y pisoteados de los anawim. Por eso el Altísimo y Excelso, que mora en el lugar santo del cielo, no sólo vive también con los pobres, oprimidos y humillados para reavivar su espíritu y reanimar su corazón (cf Is 57,15), sino que ese mismo Dios se levanta «para salvar a todos los humildes (anawim) de la tierra» (Sal 76,10). Serán los mismos anawim los que confesarán públicamente la predilección que Dios les tiene (Sal 34,7; 140,13).

Tal vez por este motivo, la pobreza espiritual es valorada siempre muy positivamente, contrariamente a la pobreza sociológica y material, que es juzgada siempre negativamente, pues era vista como consecuencia del pecado (Prov 6,6-1 1; 10,4; 13,18; 21,5). Los anawim que buscan aYavé (Sal 9,11; 34,11), los que se abandonan en él (Sal 10,14; 34,9; 37,40), los que esperan en él (Sal 25,3-5; 37,9) y le temen (Sal 25,12-14; 34,8-10) observando sus mandamientos (Sal 25,10), son dichosos. Su justicia, su integridad y fidelidad (Sal 34,16; 37,28) les hace cercanos a Dios (Is 57,15), y su pobreza es presentada como ideal (Sof 2,3).

3. JESÚS POBRE, RODEADO DE POBRES. Jesús es el anaw por excelencia, tanto desde el punto de vista social como religioso. Nace en un ambiente muy pobre (cf Lc 2,7.12.16) y cuando es presentado en el templo, la ofrenda que se hace es la correspondiente a los pobres (cf Lc 2,24). De su infancia y juventud nada sabemos, sino que tuvo los medios adecuados para recibir la enseñanza que impartían los escribas (cf Jn 7,15) y que era conocido como un artesano (cf Mc 6,3). Durante su vida pública él mismo podrá decir: «Las raposas tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza» (cf Mt 8,20). Por otra parte, a la hora de señalar un camino para que lo sigan sus discípulos, no tendrá reparo en decir: «Aprended de mí, que soy afable y humilde de corazón» (Mt 11,29). Y al final, después de presentarse como mesías humilde y pacífico (cf Mt 21,5), terminará desnudo en la cruz, confiando su madre al discípulo que él amaba (cf Jn 19,25-27) y haciendo suyas las palabras del salmista pobre: «A tus manos encomiendo mi espíritu» (Lc 23,46; cf Sal 22,25).

Todo el misterio de salvación realizado por el Hijo de Dios es un camino de pobreza, comenzando desde el despojo de la naturaleza divina para asumir la condición de esclavo, haciéndose hombre y aniquilándose hasta la humillación suprema de la crucifixión (cf Flp 2,3ss). Tanto la encarnación como la redención son la manifestación más clara del estado de pobreza más radical que jamás pudiéramos imaginar, pues toca a la esencia o naturaleza del Hijo de Dios. No pudo nunca darse pobreza más profunda.

Por otra parte, durante su ministerio, Jesús aparece rodeado de pobres. Pobres, en primer lugar, desde el punto de vista sociológico y económico: mendigos, enfermos y viudas (cf Mc 10,46; Lc 14,13.21; 16,20s.; Mc 12,40.42s)... Sus oyentes, y más tarde sus seguidores, son gente sencilla que vive de la pesca y del campo, que aun teniendo lo necesario para vivir, pertenecen a la clase social baja. Incluso la comunidad pospascual de Jerusalén estará formada sobre todo de pobres (cf He 11,27-30; 2Cor 8-9). Pobres también de espíritu, que, de una manera u otra, acogen en su vida el mensaje de Dios y lo siguen: Simeón, Ana y, particularmente, María (cf Lc 1,46-54; 2,22-28).

4. JESÚS SIERVO Y POBRE DE YAVÉ. Muchas son las características que poseen en común los pobres (anawim) y los siervos (abadim). Por parte de Yavé, ambos son llamados a una misión particular, la de comunicar una salvación nueva en contenidos y en modalidades; y ambos son predilectos. Por parte de los siervos y de los pobres, ambos son tratados injustamente por los prepotentes y despóticos, y ambos responden con humildad, mansedumbre y fidelidad a su vocación, depositando toda su confianza en el Dios salvador.

Sin duda alguna, Jesús es quien mejor responde a estas características. El es siervo y pobre de Yavé a la vez; modelo perfecto de todo aquel que, como María, reconociendo su propia realidad delante de Dios –pobre y siervo– se abandona totalmente en él.


III. Claves catequéticas

1. EL ANUNCIO DE CRISTO, TAREA DE LA CATEQUESIS. A nivel catequético, el cristocentrismo invocado por los grandes documentos catequéticos contemporáneos para definir uno de los rasgos determinantes de la catequesis, significa la centralidad de Jesucristo en el anuncio de la fe, como camino de maduración y de formación de la existencia cristiana, en su concreción y en su globalidad. Esto incluye la referencia a la centralidad histórico-salvífica de Cristo en la historia y su centralidad como clave hermenéutica de toda teología cristiana. El cristocentrismo produce la educación cristiana. Por ello, anunciar a Jesucristo en la catequesis significa no sólo considerarlo como centro y fuente de la historia de la salvación y de la reflexión teológica, sino, sobre todo, como la auténtica definición de la misma catequesis. En efecto, en la comprensión del misterio cristiano es donde se desvela el rostro auténtico de Dios, el significado y el valor de la existencia salvada de toda persona humana.

En la pluralidad de los títulos cristológicos se muestra la extraordinaria variedad, riqueza y complementariedad de la figura de Cristo en la de los cristianos. El conocimiento y la experiencia que los cristianos tienen de Jesucristo constituye un patrimonio precioso para transmitir y para hacer fructificar; nos referimos a la herencia de imágenes, títulos y modelos que ofrecen originales posibilidades de renovación de la fe en Jesucristo, hoy. Pero esta certeza provoca espontáneamente alguna pregunta al educador de la fe: ¿Cómo orientarse en esta maravillosa galería de retratos cristológicos, todos igualmente fascinantes? ¿Hay que utilizarlos todos o se debe privilegiar alguno en particular? ¿Cuáles son los contenidos esenciales que se encuentran en la base de las imágenes de Cristo, como por ejemplo la de siervo y pobre de Yavé?

Para dar respuesta a las mismas proponemos una doble clave: la primera y más importante es que, entre tantos rostros de Jesús, es necesario escoger el del Cristo bíblico-eclesial que, a nuestro parecer, constituye la base de su compresión particular. El recurrir a la figura del siervo de Yavé supone ofrecer el rostro de Jesús que la Iglesia nos entrega en la Escritura y en su concreta existencia de fe; este es el Cristo que la catequesis es invitada a anunciar hoy como ayer y como siempre. Una segunda clave se refiere a la aplicación de un doble criterio: el veritativo y el experiencial. El primero contiene los presupuestos normativos de una catequesis cristológica que lleva al catecúmeno, progresivamente, a un crecimiento en la verdad de Cristo, que en este caso nos ofrece la posibilidad de percibir a Jesús como el anaw por excelencia. El segundo contiene los presupuestos existenciales que estimulan al catequizando a una madurez constante de la vida en Jesucristo, donde la identificación de Jesús con el pobre y siervo nos ofrece una posibilidad de integrar fe y vida.

2. CRITERIOS ORIENTADORES. Un cristiano no puede acercarse al mundo del Antiguo Testamento y del profetismo sin hacer mención expresa de Jesús de Nazaret, el mayor de los profetas, más que un profeta. Para ser fieles al mensaje del Nuevo Testamento, la interpretación mesiánica de los Cantos del siervo debe ir acompañada de una interpretación eclesial. En este sentido, individuando los temas de los cuatro cantos del siervo: -1) relación entre Dios y los ídolos; 2) misión del siervo; 3) la bestia como medio expresivo de un castigo cósmico donde el hombre queda excluido de la salvación, y 4) salida de Babilonia agradeciendo la ayuda de Dios—, podemos también individuar estos criterios: 1) Como siempre que se usa la Biblia en la catequesis, se debe hacer el esfuerzo de entablar un mínimo de convergencia entre nuestros intereses hodiernos y el ambiente histórico donde se coloca la palabra de Dios. Así se hará necesario conectar continuamente el texto bíblico con el tema catequético, con la vida litúrgica de la comunidad, con una frase leída en los periódicos, con un suceso reciente... Este difícil trabajo de contextualización ayuda a comprender la palabra de Dios en su plenitud de mensaje que Dios nos dirige. 2) Si se hace catequesis con referencias a la Biblia, sobre todo en el ámbito de la catequesis infantil, no es bueno que se presente la narración de los Cantos del siervo como una fábula o como una receta para las ocasiones; se deberán usar los resultados de la moderna exégesis para concretizar la narración y el mensaje dentro de la experiencia humana. 3) Proponer la figura del siervo como camino para descubrir el proyecto del Padre para la salvación, realizado ya en Jesús y en espera de ser cumplido también en nosotros dentro de la Iglesia. 4) Hacer con los textos bíblicos del siervo experiencia de oración comunitaria. 5) Invitar a los catequizandos a la aplicación personal del texto, porque no se puede ser cristiano si no nos confrontamos diariamente con la palabra de Dios.

3. POSIBLES TEMAS PARA LA CATEQUESIS. Según las edades y situaciones, podremos utilizar esta figura para iluminar la catequesis sobre estos temas: 1) Conversión del hombre, de un comportamiento inicial rebelde y pecador, de un siervo sordo y ciego (Is 42,18-20), a una persona heroicamente dócil (50,4-6; 53,7.9), inocente (53,5.9), capaz de justificar a las multitudes (53,11). 2) Vocación, misión e identidad del catequista que, como el siervo, testimonia la liberación operada por Yavé sobre su pueblo (43,12; 44,8), una misión activa hecha con sacrificio personal, que lleva al siervo a ser signo de «alianza del pueblo» (42,6) y «luz de las gentes» (49,6); y también la oferta generosa que el siervo hace de sí para Dios (53,10-12). 3) Concepto de salvación, concebida en línea política, a través del cambio que supone para el pueblo pasar del destierro y la esclavitud (49,22-23) a la libertad, reconociendo a Yavé como único Dios (45,14.22-23), en clave de eliminación del pecado (53,4-5), gracias a la escucha de cuanto Dios nos dice (42,3-7; 50,4); y, sobre todo, una comprensión universal de la salvación (49,6; 53,12). 4) Pobreza y sufrimiento como caminos de salvación. Sufrimiento y mal son, a lo largo de la historia de la humanidad, problemas ligados al problema de Dios. Leyendo el Antiguo Testamento se constata fácilmente cómo humillación, pobreza y sufrimiento son expresiones directas de la voluntad de Dios: pobreza y sufrimiento son castigo; felicidad y fortuna son premio. En este sentido, el texto del siervo puede ser presentado como un canto de victoria y alegría por el triunfo personal del protagonista y por el éxito que ha tenido su misión, subrayando esa relación entre muerte y resurrección de la que hablará Jesús siglos más tarde, y es tema central de la teología neotestamentaria. 5) Desarrollo integral del hombre y ruptura con las estructuras que causan pobreza. El siervo de Yavé es siervo del hombre; su criterio es el dar la vida; Cristo trae esa liberación. La Iglesia realiza la misión del siervo a través de procesos activos de liberación en el interior de la historia y rompe, con la fuerza del amor, los procesos desviados de la historia del hombre y las estructuras perversas del mundo, introduciendo otros procesos que son los de la liberación traída por Jesucristo.

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José Rodríguez Carballo
Juan Andión /liarán y
Francisco Manuel Enríquez Pérez