SALVACIÓN-REDENCIÓNLIBERACIÓN
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SUMARIO: I. Contenido semántico, vivencial y doctrinal. II. Salvación, redención y liberación en la Biblia. III. Salvación, redención y liberación en la tradición cristiana. IV. Catequesis de la salvación y la liberación: 1. Para adultos y jóvenes; 2. Para adolescentes; 3. Para niños.


I. Contenido semántico, vivencial y doctrinal

Educar la fe en la salvación, en la redención y en la liberación es todo uno: encaminar a comprender, vivir, celebrar y comunicar lo central de la obra y revelación divina. No obstante, puede entenderse en forma diversa a partir del significado principal de cada una de estas tres palabras bíblicas. Dicha diversidad puede llevar a diferencias menores legítimas, o a gruesos reduccionismos que es preciso superar para mantenerse en comunión con la fe de la Iglesia.

a) La salvación se opone a un mal que compromete la totalidad de la persona: la muerte, el dolor, la culpa, el no saber de sí ni de la realidad, la infelicidad, el ser mísero como persona, la vida vacía o sin sentido, el desamparo, la soledad, la carencia de amor, el ser nadie por falta de comunidad (familia, patria) donde se comparte y reconoce una identidad. El inicio de la salvación es el paso de la nada al ser, de modo que, para el cristiano, la creación es el comienzo de la historia de la salvación personal y colectiva. Esa historia de salvación pasa por el cumplimiento de una pro-mesa de vida mejor en una tierra que, en una lectura cristiana, simboliza además otros bienes ultraterrenos y definitivos. Además de oponerse a algo negativo o carencia, la salvación tiene una meta: una plenitud de ser, beatificante por la unión con el pleno ser que es Dios y, en él, con las demás personas en comunión con él y con el cosmos (cf DGC 101). Para el cristiano, la salvación se relaciona no sólo con una iluminación para vivir sabiamente en el mundo, como ocurre en las religiones orientales clásicas, sino también con la escatología, con el goce, iniciado en este mundo, del reino de Dios revelado plenamente por Jesucristo resucitado. Se le opone la perdición o infierno: la dolorosa exclusión definitiva respecto de la unión gozosa y eterna con Dios y con sus amados. Interesa también el camino para obtener la salvación, que es seguir a Jesucristo acogiendo una invitación y gracia de Dios a la que se responde por el agradecido amor a Dios y al prójimo.

b) La redención se siente como el ser agraciado por un redentor que gratuitamente toma a su cargo el peso 1 de la culpa dejándolo libre de ella, y 1 como el goce de un rescate que suprime una prisión o una esclavitud con su peso de dependencia y limitación. En lenguaje cristiano, la redención consiste en el don de la justificación por el perdón, que hace pasar del estado de pecado al de comunión con l Dios o santidad.

c) La liberación alude a un cambio desde la opresión y esclavitud individual o colectiva, hacia una situación opuesta. Ser liberado es, en la Biblia, sanar de una enfermedad, a veces cargada de simbolismo, como la ceguera, la parálisis o la lepra; también lo es salir de la pobreza, superar la ignorancia, dejar la prisión, retornar del exilio y emanciparse de un poder individual o colectivo humillante y de la esclavitud del pecado. El paso de las tinieblas a la luz, de la lepra o de la posesión diabólica a la sanación, de la indigencia a la riqueza suficiente para una vida digna, de la esclavitud bajo diferentes tipos de tiranía a la libertad, de la insignificancia personal o colectiva a la condición de hijo de Dios o de pueblo de Dios, son cambios existenciales que en la Biblia tienen importancia en sí mismos, además de anunciar una liberación radical de la solidaridad en el pecado de la humanidad y del pecado personal (cf DGC 103).

Anunciar a Cristo Salvador, Redentor y Liberador es lo mismo, pues la salvación integral equivale a la redención plena y a la liberación total. Sin embargo, las nociones de salvación y redención se han entendido en amplias épocas y lugares en sentido individual, desligando de sus implicaciones comunitarias y sociales aun los sacramentos, como si cada uno hubiera de salvarse aisladamente. Desde fuera y desde dentro se ha llegado a interpretar el cristianismo como la doctrina más individualista de todas. A esto se opone frontalmente el Vaticano II (cf LG 9).

Otro defecto que pesó por siglos en la catequesis fue concebir la salvación como asunto del último instante de la vida, por lo cual la doctrina se organizó más para bien morir que para vivir bien, descuidando la misión positiva del cristiano en este mundo, donde la salvación o la perdición se viven ya ahora, aunque lo que hemos de ser definitivamente no aparece aún (cf 1Jn 3,2-10). Después de un siglo de magisterio social pontificio, Juan Pablo II tuvo que pedir que se incorporara en la catequesis común de los fieles la doctrina social de la Iglesia (CT 29), lo cual realiza el Catecismo de la Iglesia católica en su tercera parte.

La redención se ha explicado erróneamente en muchas catequesis como el pago inescapable de una pena por Jesucristo, obediente a un Padre que sin una víctima no habría perdonado. Esta aberración deriva de una interpretación indebida de símbolos tales como precio de compra y de rescate (cf lCor 6,20; 7,23), que no deben inducir a una imagen de Padre implacable, opuesta a la revelación de que «Dios es amor» (1Jn 4,8.16) y autor de nuestra salvación (cf Lc 1,47.68), a cuyo plan obedece su Hijo también por amor y no por compulsión (cf Jn 3,16s). Es ajena a la doctrina católica una interpretación de ciertos giros de los evangelistas (cf Mt 26,54.56; Jn 19,28.36s.), según la cual Jesucristo cumplió las Escrituras porque sus actos estaban predichos, en vez de comprender las profecías como comunicaciones de Dios, siempre presente, a los profetas (cf Jn 8,56; 12,41; Mc 14,13-15) de lo que hacen los seres libres (cf Jn 10,17s). Juan Pablo II ha precisado el carácter libre y voluntario de la redención por Jesucristo, cuya entrega muestra el amor del Padre que «se acerca de nuevo en él a la humanidad» (RH 9) y ha destacado los aspectos sociales del pecado (cf RP 16).

Otros han entendido la liberación cristiana sólo en sentido psicológico y social, llegando a una interpretación puramente humanista, y aun materialista, no sólo de la liberación, sino también de la persona de Jesucristo, despojado de su divinidad y de su reino transmundano. La Congregación para la doctrina de la fe ha publicado dos Instrucciones para precisar la doctrina católica de la liberación: Libertatis nuntius (LN) y Libertatis conscientia (LC). Es preciso presentar la revelación divina como un mensaje de liberación: óntica, vale decir, del pecado; psíquica, o sea, de todas las angustias derivadas del mal, y social, es decir, de todos los poderes y estructuras del mundo que tienden a oprimirnos, a condicionamos y a acallarnos. La palabra de Dios hecha carne es la verdad que nos hace libres (cf Jn 8,31s.), a medida que la asumimos en todas sus consecuencias. A descubrir las estructuras opresivas y sus consecuencias nos ayudan las ciencias humanas (cf LC 72). La catequesis de la salvación, redención y liberación se propone precisamente acompañar y ayudar en este proceso que lleva a la madurez de la libertad para la solidaridad, según el espíritu de Cristo (cf Gál 5,1.13), como condición para reinar con Cristo en la vida eterna.


II. Salvación, redención y liberación en la Biblia

La Biblia presenta al ser humano con dignidad y carácter comunitario semejantes a Dios (cf Gén 1,26-28), encargado por él de gobernar el mundo con santidad y justicia (cf Sab 9,1-4), que en cambio pervierte las relaciones con Dios (cf Gén 3,8-11), entre hombre y mujer (cf Gén 3,12), entre hermanos (cf Gén 4,8) y en el mundo (cf Gén 4,23).

a) La salvación de la humanidad se manifiesta a Israel cuando Dios «rescata» a Abrahán del servicio a otros dioses (Is 29,22) y le encomienda a él y a sus descendientes anunciarla a todos los pueblos (cf Gén 12,1-3). Dios muestra su grandeza en la liberación de su pueblo de la esclavitud de Egipto, que culmina en la Alianza en el Sinaí (cf Ex 20, I s.; Dt 5,6). En la tierra prometida, Dios suscita caudillos que salvan a los israelitas de quienes los despojan (cf Jue 2,16). Más tarde consagra reyes que deben obedecerle (cf Dt 17,18-20) y hacer justicia a los pobres (cf Sal 72). Dios, en su Alianza, exige vivir la justicia y castiga con energía la injusticia de los poderosos. Envía profetas a corregir a su pueblo para que lo honre mediante la justicia con los pobres, más que mediante actos de culto (cf Is 1,11-17). Le recuerda que él es su redentor gratuito por una Alianza ofrecida libremente (cf Is 41,8-14).

En el Antiguo Testamento, la acción de rescatar se refiere al derecho tradicional primitivo de cobrar la vida de un asesino (cf Núm 35,19), o al derecho legal del pariente más próximo de recuperar por compra los bienes de familia (cf Lev 25,25). Dios rescata a Israel del exilio en Babilonia (cf Is 51,9-11; Jer 23,7s.), no hace diferencia entre israelitas y etíopes (o cusitas) y saca «a los filisteos de Creta y a los sirios de Quir» (Am 9,7), mostrando amor a cada pueblo. Los fieles piden a Dios toda clase de bienes y que los libre de diversos males (cf Sal 17,13-15, etc.), y especialmente de sus pecados (cf Sal 51,Is). Por su parte, deben ser justos y clementes con el huérfano, la viuda y el extranjero (cf Dt 24,17), tríada que simboliza a todos los necesitados.

Sólo Dios salva (cf Is 43,11s). Promete mostrar a las naciones su santidad librando a su pueblo de sus males, y principalmente de su dureza de corazón (cf Ez 36,22-29). Promete a Israel y Judá una alianza nueva y eterna (cf Jer 31,31-34; Ez 37,21-27). La redención se extenderá al cosmos (cf Is 65,17; 66,18-22). Los profetas anuncian un Mesías rey, descendiente de David, que traerá a todos el derecho y la justicia definitiva (cf Is 9,6s.; Am 9,11s). Será una salvación por amor gratuito (cf Os 11,7-9; 14,4-8), universal y eterna (cf Is 51,4-8). También anuncian a un siervo de Yavé que cargará con las culpas de todos (cf Is 52,13—53,12). Llaman a la fidelidad, a la unidad y a la paz. Israel se siente luz de las gentes; Jerusalén y su templo simbolizan el reino de paz y de justicia esperado por todos los pueblos (cf Sal 122). El Antiguo Testamento prepara la venida del Mesías educando a la justicia. Al frustrase ciertas esperanzas de salvación inmediata, surgen concepciones apocalípticas de la salvación, por una transformación del mundo realizada por Dios, que juzgará a los hombres antes de establecer su reinado de justicia y eterna paz. En los escritos más tardíos del Antiguo Testamento aparece la superación de la muerte por la resurrección corporal (cf Dan 12,1-3; 2Mac 7,9-23; 12,43-45).

b) Jesús (en hebreo Yavé salva) inicia la redención al encarnarse como un hijo de mujer (cf Gál 4,4). María sufre porque muchos rechazan la salvación que trae su hijo (cf Lc 2,34s). Jesús padece con María y José la pobreza al nacer (cf Le 2,6s.) y luego persecución y exilio (cf Mt 2,13-15). Hasta los treinta años aprende de José el oficio de carpintero (cf Mt 13,55; Mc 6,3) y de María lo que sabe de iluminar la casa (cf Mt 5,15), arreglarla (cf Mt 12,44), barrer y compartir preocupaciones y alegrías con las vecinas (cf Lc 15,8s.), preservar la ropa de polillas (cf Mt 6,19), remendarla (cf Mt 9,16), guardar vino (cf Mt 9,17), hacer pan (cf Mt 13,33), cocinar (cf Jn 21,9). En su hogar crece en sabiduría al procurar ser grato a Dios y a los hombres (cf Lc 2,52). Ha dado libertad «a todos aquellos que, por miedo a la muerte, estaban sometidos durante toda su vida a la esclavitud» (Heb 2,15). Redime con su vida entregada antes que por su enseñanza.

Jesús se presenta como «enviado a llevar la buena noticia a los pobres, a anunciar la libertad a los presos, a dar vista a los ciegos, a libertar a los oprimidos y a proclamar un año de gracia del Señor» (Le 4,18s.; cf Is 61,1s.; 58,6). Anuncia el reinado de Dios con hechos y palabras (cf Mt 11,4s). Muestra signos de salvación (cf Jn 2,11; 4,54; 20,30) frente a necesidades humanas de todo orden: cambia agua en vino; acoge niños y mujeres, pobres y extranjeros; sana enfermos, resucita muertos, expulsa demonios, perdona pecados. Enseña a las naciones el derecho (cf Mt 12,18), pero supera la justicia (cf Mt 5,20; 6,33) con el amor a Dios y al prójimo (cf Mt 22,34-40; 25,31-46).

Al proclamar la nueva ley en el sermón del monte, ofrece la bienaventuranza o salvación terrenal y celestial a los necesitados (pobres, humildes, sufridos, los que buscan justicia), y a los generosos que los salvarán (compasivos, puros de corazón, pacificadores, perseguidos por ser justos).

Anuncia otra vez el cielo a quienes lo sigan a cualquier costo (cf Mt 5,312; Lc 6,22s.); pero hace graves advertencias a los ricos, satisfechos, contentos y aplaudidos del mundo (cf Lc 6,2426). Desafía a un gobernante indigno (cf Lc 13,3133) y denuncia las autoridades abusivas (cf Mt 20,25). Llama y visita con variado éxito a ricos y poderosos, y les transmite un mensaje salvador apropiado (cf Mt 6,19-21; Le 12,20s.; ITim 6,17-19).

Es «Salvador de todos los hombres, sobre todo de los creyentes» (ITim 4,10). Se salvarán sin haberle conocido quienes sirven al prójimo (cf Mt 25,31-46) y obedecen su conciencia (cf Rom 2,14-16): la Palabra ilumina a todo hombre (cf Jn 1,9) y el Espíritu sopla donde quiere (cf Jn 3,8). Jesús enseña que salvarse no es posible a los hombres, pero sí a Dios (cf Mt 19,25s). Muestra libremente su amor extremo (cf Jn 13,1) compartiendo el padecimiento de los pequeños, el encarcelamiento y muerte de las víctimas de la injusticia, y hasta la angustia de quienes se sienten abandonados de Dios (cf Mt 27,46). Con su amor servicial hasta la muerte, viene a rescatar a una multitud (cf Mc 10,45). Invita a beber su sangre «la sangre de la nueva alianza, que será derramada por todos para la remisión de los pecados» (Mt 26,27s). Promete consumar la salvación en su segunda venida (cf Jn 14,1-3). Manda a los apóstoles llamar a todos a creer en el evangelio y a recibir el bautismo para salvarse (cf Mc I6,15s). Promete salvación al que se mantenga firme hasta el fin (cf Mt 10,22; 24,13). Envía su Espíritu a su madre y a los demás discípulos (cf He 1,14; 2,1-4).

c) Pedro proclama que Jesús es el único salvador enviado por Dios (cf He 4,12). Los primeros cristianos muestran en Jerusalén una vida nueva en comunidad de culto, de costumbres y de bienes materiales, manteniendo la diversidad de hogares (cf He 2,42-47; 4,32-35). Surgen fraudes (cf He 5,1-11), conflictos internos (cf He 6,1-6) y persecución externa (cf He 8,1-3). Al dispersarse los fieles, en vez de comunidad de bienes practican la limosna y las buenas obras (cf He 9,36-39; 11,27-30).

Al confirmar Pedro, Santiago y Juan la misión de Pablo hacia los no judíos, deciden no exigir los pormenores de la ley de Moisés, sino preocuparse de los pobres (cf Gál 2,10). En el concilio de Jerusalén, la Iglesia reconoce que la salvación por obra gratuita de Jesucristo no discrimina entre judíos y no judíos (cf He 15,7-1 I ), no establece ningún sistema económico de vida y deja un mínimo de las normas rituales, muy contingentes (cf He 15,28s).

d) Los escritos paulinos presentan la redención como obra gratuita de Dios (cf Rom 3,24; 4,16; 5,21; ICor 15,10; Ef 2,4-10). El pecado trae muerte (cf Rom 6,23; 8,2), tiraniza al hombre y al cosmos (cf Rom 8,20s). Dios muestra su amor al darnos a su Hijo hasta la muerte (cf Rom 8,32); se reconcilia con los pecadores y con todo el universo, haciendo la paz «por la sangre de su cruz» (Col 1,20; cf 2Cor 5,19). «Al que no cometió pecado, [Dios] lo hizo pecado en lugar nuestro, para que nosotros seamos en él justicia de Dios» (2Cor 5,21). Jesucristo se hizo «maldición por causa nuestra» (Gál 3,13) para liberarnos de la maldición que pesaba sobre los incumplidores de la ley antigua (cf Dt 27,26). Tomó voluntariamente el lugar del merecedor de castigo (cf Rom 5,6-8). «Fue entregado a la muerte por nuestros pecados y resucitado para nuestra justificación» (Rom 4,25; cf 3,25). Somos «librados por él del castigo» (Rom 5,9). Dios salva por medio del mensaje de la muerte de Cristo en la cruz (cf 1Cor 1,18-21).

Por el bautismo entramos a formar parte del pueblo de sepultados con Cristo y resucitados con él (cf Col 2,12; 3,1-4). Somos consagrados y sellados como suyos (cf 2Cor 1,21s). Cristo nos liberó de la ley antigua (cf Rom 7,1-6; Gál 3,13). Somos hijos de Dios en vez de siervos de la ley (cf Gál 4,4-7). La nueva ley es el amor (cf Gál 5,14). Los israelitas erraban pensando alcanzar la salvación por su cumplimiento de la ley (cf Rom 10,1-3), pues «con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa la fe para la salvación» (Rom 10,10). Los judíos y no judíos que se adhieren a Cristo forman un solo pueblo o familia de Dios, con iguales derechos (cf Ef 2,19). Reciben el Espíritu que libera de la esclavitud y hace hijos y herederos; comparten con Cristo sufrimiento y gloria (cf Rom 8,16s). Ese Espíritu es un anticipo (cf 2Cor 1,22; Rom 8,23). Los liberados están llamados desde hoy (cf 2Cor 6,2) a vivir no «para sí, sino para quien murió y resucitó por ellos» (2Cor 5,15); a ser «colaboradores» en la obra de Dios (2Cor 6,1); a la libertad no egoísta, sino para amar (cf Gál 5,13s.); a no vivir sometidos a las inclinaciones de nuestra debilidad, sino libres gracias al Espíritu (cf Gál 5,16-18; 2Cor 3,17); a hacer efectiva la salvación realizando con la ayuda de Dios los buenos deseos que él inspira (cf Flp 2,12s). Por amor a Cristo han de procurar hacer de cada esclavo un hermano libre (cf Flm 11-21).

Hay que obedecer en conciencia a la autoridad que sirve a Dios para el bien (cf Rom 13,1-7). Ofrecer los sufrimientos por la salvación de otros (cf 2Tim 2,10). «El fruto [es] la consagración a Dios y como resultado final la vida eterna» (Rom 6,22). Esperamos la resurrección por obra del Espíritu (cf Rom 8,11), la salvación de nuestros cuerpos (cf Rom 8,23), ser liberados «de la esclavitud de la destrucción para ser admitidos a la libertad gloriosa de los hijos de Dios» (Rom 8,21). «Es necesario que él [Cristo] reine hasta poner a sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido es la muerte» (lCor 15,25s).

e) Los escritos joánicos presentan la maldad, tiniebla y muerte que campean en este mundo (cf Jn 1,5; 3,19-21), vencidas por Jesús, enviado por el amor de Dios (cf Jn 1,3s.9; 3,16s.) como «luz del mundo» (Jn 8,1.2; 9,5; cf 12,46) y salvador del mundo (cf Jn 3,17; 1Jn 4,14), «para que tengamos vida por él» (cf 1Jn 4,9; cf Jn 10,28). Él es «la resurrección y la vida» (Jn 11,25; cf 14,6; Un 1,2). Se salva quien lo acepta por fe, y se pierde quien «no quiere creer» (Jn 3,36; cf Jn 3,16-18). Quien cree nace de Dios por el bautismo (cf Jn 1,13; 3,3-5). Jesucristo es la verdad liberadora (cf Jn 8,31s.36; Jn 1,17; 14,6). Trae vida plena (cf Jn 10,10). Entrega su vida por amor (cf Jn 15,13), se ofrece en sacrificio por el perdón de los pecados del mundo (cf Un 2,2; 4,10). Para eso ha venido (cf Jn 12,27).

Jesús, con su vida, glorifica al Padre (cf Jn 17,4), y con su muerte da cabalidad a la obra salvadora (cf Jn 19,30). Desde lo alto de la cruz atrae a todos (cf Jn 12,32s.) para reunir a los hijos dispersos de Dios (cf Jn 11,4952; 10,1 1.15). Estos pasan de la muerte a la vida (cf Jn 5,24; 1Jn 3,14). Jesús les envía su Espíritu (cf Jn 7,39; 16,7). Por medio de sus discípulos entrega a los creyentes el perdón (cf Jn 20,19-23) y la paz (cf Jn 14,27; 16,33). Se unen en amor con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo (cf Jn 14,16-23; 17,20-23), y se alegran con los que están unidos a Dios (cf Un 1,3s.; Jn 15,11), como inicio de la comunión de vida eterna (Jn 17,2s.; 1Jn 3,2), la cual comparten con Jesús (cf Jn 12,26; 14,2s). Para estar unido a Dios hay que abrir el corazón a los necesitados (cf 1Jn 3,17s). Las plagas que Cristo combate son la violencia, la injusticia con los trabajadores, el hambre y las enfermedades (cf Ap 6,1-8), que los fieles enfrentan con valentía (cf Ap 12,17).

f) Otros escritos del Nuevo Testamento complementan la doctrina sobre la salvación. Los que aman a Jesucristo se alegran porque alcanzan la salvación (cf 1Pe 1,8s). Celebramos en el bautismo el paso de la muerte a la resurrección (cf 1Pe 3,21). Al recibir de Dios la gracia para una vida buena, participamos de la naturaleza divina (cf 2Pe 1,2-4) y de un carácter sacerdotal (cf l Pe 2,5), como hermanos de Jesucristo (cf Heb 2,10s). «Aunque era Hijo, en el sufrimiento aprendió a obedecer; así alcanzó la perfección y se convirtió para todos aquellos que lo obedecen en principio de salvación eterna» (Heb 5,8s). Podemos crecer hacia la salvación alimentándonos de la palabra de Jesús (cf 1Pe 2,2s.) y cumpliendo su «ley perfecta de la libertad» (Sant 1,25). Hay que respetar sin discriminación a los pobres (cf Sant 2,1-9). Los ricos han de temer a Dios por confiar en el dinero y no en él (cf Sant 4,13-16), por no hacer el bien que pueden (cf Sant 2,15-17; 4,17), por vivir en placeres, lujo e injusticia (cf Sant 5,5s.): el salario negado a los trabajadores clama al cielo (cf Sant 5,1-4).


III. Salvación, redención y liberación en la tradición cristiana

a) San Ignacio de Antioquía ve en Jesucristo el sufrimiento de Dios (Romanos 6, 3). Orígenes agrega: «El Padre mismo, el Dios del universo, aquel que lo colmó de longanimidad, de misericordia y compasión, ¿no sufrió también él de alguna manera?» (Hom. 6, 6). Los concilios de Nicea y Efeso reafirman contra Teodoro de Mopsuestia, Teodoreto y Nestorio el sufrimiento humano de Cristo. Los Padres de la Iglesia, particularmente san Basilio, san Juan Crisóstomo, san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio Magno inician los hospitales, hospederías, asilos y orfanatos para los pobres y exigen vigorosamente la unión de la justicia personal y la jusicia social para la salvación. La convicción de que en la Iglesia está la plenitud de los medios de salvación impulsó grandes iniciativas misioneras. Hubo exageraciones teológicas, como suponer en el Padre odio y venganza contra el Hijo hecho pecado, o que Dios no habría perdonado si alguien no hubiera pagado la cuenta, o considerar indispensables para la salvación el conocimiento de Jesucristo o la pertenencia patente a la Iglesia católica.

b) En la Edad media, los sínodos y concilios provinciales defienden a los siervos de los abusos de los señores feudales y de los jueces, prohiben la usura y las guerras entre cristianos y regulan los torneos. Las órdenes religiosas masculinas y femeninas se consagran a los enfermos, presos, pobres y sufrientes. Los monjes, y luego los párrocos, multiplican las escuelas gratuitas que enseñan las primeras letras y a veces los oficios. Las cofradías practican las obras de misericordia. Los gremios, dedicados a santos patronos, difunden el sentido cristiano del trabajo. La Iglesia crea las universidades, donde teólogos y filósofos reflexionan asuntos de fe y moral, mientras otros maestros desarrollan el derecho, la medicina y la investigación científica. Santo Tomás de Aquino formula la doctrina del bautismo de sangre y de deseo, aun implícito, como medio de salvación (Sum. Theol. 111, 66, 1 1; cf II-II, 2, 7), e incluye la moral política en el modo cristiano de vivir (De Regimine Principum). La salvación abarca todos los aspectos de la vida.

En la América colonial los obispos urgen la conciencia de los reyes de España para remediar las injusticias que conquistadores y colonos cometen contra los indígenas, para «asegurar la salvación de unos y otros», como explica el dominico Bartolomé de Las Casas, obispo desde 1544. Cristianos de ambos sexos, algunos hoy beatificados o canonizados, fundan en Europa y América congregaciones religiosas femeninas y masculinas educadoras, para facilitar a los pobres el acceso a la salvación temporal y eterna. Una corriente protestante, diferente de otra que se desentiende del mundo presente, interpreta el anuncio del reino de Dios como exigencia de mejorar las estructuras; promueve campañas antiesclavistas y otras reformas sociales.

d) Católicos laicos buscan erradicar la pobreza, como en Chile el diputado Lorenzo Montt en 1823, con su propuesta de vender o arrendar las tierras a los campesinos, y el carpintero Fermín Vivaceta al organizar a los trabajadores ante la revolución industrial; en Francia, el prefecto Alban de Villeneuve-Bargemont con su Tratado de economía política cristiana (1834) y el beato Federico Ozanam con su obra académica y misericordiosa. Después, sacerdotes como Jaime Balmes y el jesuita Antonio Vicent en España, Luis Taparelli d'Azeglio en Italia y Guillermo von Ketteler y el beato Adolfo Kolping en Alemania, unen la reflexión social filosófica y teológica con la acción de caridad y justicia. Los obispos Henry Manning en Inglaterra, James Gibbons en Estados Unidos, Gaspar Mermillod en Suiza, unen la doctrina y la acción social para transformar las situaciones de miseria que dificultan el testimonio necesario para anunciar la salvación. Desde León XIII, los papas publican encíclicas sociales donde comprometen la vida cristiana con la transformación del mundo por el evangelio y el logro de la paz en la justicia.

e) El Vaticano II contiene importantes afirmaciones a partir de «la palabra de Dios, que es fuerza de Dios para la salvación del que cree» (DV 17). Explica cómo Dios preparó la salvación de la humanidad en el Antiguo Testamento, primero con Abrahán y después con su pueblo mediante Moisés (cf DV 14). Según el Nuevo Testamento, «Cristo estableció en la tierra el reino de Dios, se manifestó a sí mismo y a su Padre con obras y palabras, llevó a cabo su obra muriendo, resucitando y enviando al Espíritu Santo» (DV 17).

El Concilio explica el puesto de María en el plan de salvación (cf LG 55-59). El Antiguo Testamento, leído en la Iglesia a la luz del Nuevo, destaca la figura de la madre del Redentor identificada a veces con el pueblo de Dios, reconocible en la mujer que vence a la serpiente incitadora al pecado (cf Gén 3,15), en la Virgen que dará a luz al Emmanuel (cf Is 7,14; Miq 5,2s.; Mt 1,22s.) y en la Hija de Sión que espera y recibe del Señor la salvación (cf Is 62,11). Así como la mujer contribuyó a la muerte, ella da al mundo al que es Vida. Santificada desde el primer instante de su concepción y llena de gracia (cf Lc 1,28), aceptó sin obstáculo de pecado la voluntad salvífica de Dios de encarnar al Verbo en su seno, y se consagró a la persona y a la obra redentora de su Hijo (cf Lc 1,38). Fue proclamada dichosa por su fe en la salvación prometida (cf Lc 1,45). Está unida a Jesús en la obra de salvación: al nacer Jesús; al anunciarle Simeón que una espada atravesaría su alma por ser su Hijo signo de contradicción (cf Lc 2,34s.); al provocar en Caná el comienzo de los milagros de Jesús (cf Jn 2,1-1 1); al escuchar y cumplir la palabra de Dios (cf Lc 2,19.51); al acompañar a su Hijo hasta la cruz (cf Jn 19,25) y al ser dada por madre al discípulo (cf Jn 19,26s). Imploró con los discípulos el don del Espíritu Santo (cf He 1,14) y después de terminar su vida terrena fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial para asemejarse más a su Hijo, vencedor del pecado y de la muerte.

El magisterio posconciliar destaca a María como mujer liberadora con iniciativas valientes, tales como su «opción del estado virginal», su proclamación de «que Dios es vindicador de los humildes y de los oprimidos y derriba de sus tronos a los poderosos del mundo», «una mujer fuerte que conoció la pobreza y el sufrimiento, la huida y el exilio», «que con su acción favoreció la fe de la comunidad apostólica en Cristo» (Marialis cultus, 37). «No se puede separar la verdad sobre Dios que salva... de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los humildes, que, cantado en el Magníficat, se encuentra luego expresado en las palabras y obras de Jesús» (RM 37).

El Concilio define la Iglesia como «sacramento universal de salvación» (LG 48): «sacramento, o sea signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano» (LG 1). La Iglesia católica no siempre es signo tan patente, porque pasa en cada lugar por situaciones de inicio, progreso, detención o retroceso (cf AG 6). Los sacramentos son signos performativos de la salvación: significan un don de salvación en que participamos en la medida de nuestra colaboración (cf LG 14). Se salvan quienes sin culpa ignoran a Cristo y llevan vida recta (cf LG 16). Todos tienen en la Iglesia un compromiso con la salvación personal y de los demás (cf CD 1). La preocupación por los pobres y sufrientes es parte de la buena noticia de la salvación (cf GS 1). El Concilio vincula a la salvación el trabajo por la justicia y la paz (cf GS), el diálogo constructivo entre las religiones (cf NA), el ecumenismo (cf UR). La salvación tiene carácter social y escatológico: «El cristiano que falta a sus obligaciones temporales, falta a sus deberes con el prójimo; falta, sobre todo, a sus obligaciones para con Dios y pone en peligro su eterna salvación» (GS 43). Las Conferencias generales del episcopado latinoamericano y de otras regiones conectan la salvación eterna y la liberación terrenal realizada con fines y medios pacíficos, procurando impregnar de justicia y amor todas las relaciones humanas por gratitud a Dios.


IV. Catequesis de la salvación y la liberación

1. PARA ADULTOS Y JÓVENES. Para ser significativa en la vida de sus destinatarios, la catequesis ha de referirse siempre a las vivencias de perdición y salvación, de pecado y redención, de opresión y liberación. Dios es liberador y el evangelio es una fuerza de liberación (cf LC 5,43,62). Poner en contacto con el Dios del evangelio, que nos ama hasta más allá de la muerte, conmueve, inquieta, compromete, encamina a colaborar con otros para la salvación integral de todos. La conversión a Jesucristo mueve a vivir con gratitud, esperanza, alegría, abnegación, dinamismo y paz.

El diálogo salvador lleva a mirar a Dios ya no como un tercero de quien se habla, sino como un interlocutor a quien interesa la propia vida con sus problemas y proyectos. La relación con los demás gana significado cuando el yo deja de ser dominante en la vida. El vecino y el compañero o el cónyuge, el enemigo dañino o el adversario que compite o dialoga, aparecen como hermanos en camino hacia el mismo Padre, por rutas a veces conflictivas y marcadas por la cruz. La comunidad creyente, que descubre la palabra de Dios liberador, se moviliza frente a las necesidades de vida, amor fiel, justicia, trascendencia y sentido, captadas en su entorno. El reinado de Dios va invadiendo no sólo el interior de las personas, sino también las situaciones colectivas que exigen transformación para el bien común. Los acontecimientos, las cosas de la naturaleza y los productos culturales adquieren nuevos motivos y sentidos, a veces cuasi sacramentales, gracias a la nueva relación instaurada con Dios y con la gente.

La reflexión compartida de las enseñanzas de Jesucristo y de su Iglesia, aplicada a la realidad que se vive, impulsa a hacer reinar a Dios en todo: en la pureza de intenciones, en el cumplimiento diario de la vocación de cada uno, en la calidad de la recreación, en las relaciones interpersonales, comunitarias y con la sociedad global. Este cambio perfectivo de actitudes y prácticas, impulsado por la fe, es una educación cristiana progresiva, personal y comunitaria. El proceso es lento y difícil, sobre todo en los adultos, porque hay costumbres y criterios arraigados que, al ser sucesivamente cuestionados por la palabra de Dios, generan conflictos internos y, al romper los consensos ambientales, traen persecuciones externas.

Se necesita el apoyo de la comunidad creyente para crecer en el camino de la salvación y liberación. La eucaristía semanal, o incluso diaria, es un típico recurso comunitario para renovar la vida acogiendo allí los dones de Dios. La liturgia presenta, a lo largo del año, los grandes misterios de la salvación alrededor de las fiestas de Navidad, con la llegada del Salvador, en Pascua con el acto salvador y en Pentecostés con el envío de la comunidad anunciadora de la salvación. Otro recurso comunitario es la catequesis en sus diversas formas, que promueve compromisos personales y grupales. Allí se acepta la salvación ofrecida por el amor de Dios, gracias al diálogo y la reflexión, haciendo madurar el amor hacia otros, también menesterosos de salvación y liberación. Los propios miembros del grupo van descubriendo lo que implica para sus relaciones mutuas vivir como salvados: aprenden tanto a colaborar como a disentir, a perdonar exigiendo sinceridad en las promesas y reparación de los daños, a acoger sin discriminaciones injustas y a suspender la aceptación a quienes no están dispuestos a comulgar con la comunidad eclesial local o universal. La excomunión es disciplina medicinal provisoria que no excluye de la salvación (cf Mt 18,15-18; lCor 5,1-5.13; 2Cor 2,5-11; lTim 1,20).

La catequesis de la salvación ha de mostrar la Biblia como historia de la redención, realizada en la variedad de lo cotidiano personal y social, cuyo centro y clave es el Cristo o Salvador anunciado. Su interpretación, según el criterio de los profetas, de Jesucristo y de los apóstoles (cf 2Pe 3,1s.), que orienta la tradición permanente de la Iglesia, permite percibir la Iglesia y sus tomas de posición como signo e instrumento actual de salvación. La palabra de Dios liberador ilumina la familia y demás relaciones interpersonales y sociopolíticas, el trabajo y la vinculación a los bienes materiales, la comunicación y los demás hechos culturales, la expresión coherente de la fe cristiana en el culto y en lo cotidiano. La fidelidad personal y comunitaria al plan salvador de Dios, buscada en esta catequesis, lleva al servicio organizado de las necesidades ajenas hasta la transformación del mundo por el evangelio, y al apostolado para motivarla y orientarla según la meta eterna de la persona humana.

Los adultos y jóvenes pueden descubrir criterios cristianos básicos en economía al iluminar con textos bíblicos y breves enseñanzas del magisterio social de la Iglesia, situaciones tales como la instalación de una pequeña empresa, la organización de los trabajadores o de los consumidores, la planificación de ganancias de un negocio. Pueden reconocer sus deberes cristianos frente a la dignidad y derechos de cada persona al analizar e iluminar evangélicamente, en comunidad, variadas situaciones en que actualmente son estos conculcados o defendidos. Pueden discernir, con iluminación bíblica y doctrinal, la voluntad de Dios frente a su participación en la información y opinión pública, en la educación escolar, en la recreación, en las comunicaciones sociales. Pueden adquirir criterios jurídicos cristianos al distinguir lo legal ante los hombres de lo justo ante el juicio de Dios, al comparar procesos judiciales de hoy con el que padeció Jesús ante Herodes y Pilato. Pueden asumir sus responsabilidades ciudadanas al contrastar las leyes humanas con la de Dios, al evaluar las prácticas de gobierno micro y macrosocial según el sentido servicial de la autoridad enseñado por Jesucristo, y aun encontrar situaciones de desobediencia legítima. Pueden animarse a ganar la bienaventuranza de los constructores de paz, al estudiar ante el evangelio las manifestaciones actuales de violencia en diversos grupos sociales, desde la familia hasta el nivel internacional, o al comparar la actuación de distintos personajes ante Jesús, en su tiempo, y en la actualidad. Pueden madurar su fe al analizar, según el Evangelio, sus ideas sobre Dios, sus actitudes ante las normas y tradiciones de la Iglesia, sus prácticas religiosas.

La religiosidad popular se puede incorporar en esta catequesis social de varias maneras; por ejemplo, mediante oportunas alusiones a las actitudes de Jesús, de María y de algunos santos según el tema tratado, o comentando cantos y poemas religiosos populares que aluden a las situaciones mencionadas. Tal revisión compartida, de diferentes aspectos de la vida, ante la palabra de Dios transmitida por la Iglesia, constituye una catequesis de la salvación integral conducente a una fe cristiana adulta. La comunidad que recorre tal temario se capacita para transformar el mundo con la fuerza del evangelio y para ser signo e instrumento patente de salvación.

2. PARA ADOLESCENTES. LOS adolescentes, al descubrir su subjetividad, sienten la necesidad de salvarse de la falta de identidad personal y del anonimato, de su baja autoestima, de la soledad e incomunicación, de la irrelevancia social por sentirse cada uno inútil y sin importancia para nadie; de las desilusiones y traiciones en la amistad y en el amor de pareja; de la falta de madurez para ofrecer amor estable; de las adicciones esclavizantes o de la delincuencia en que pueden incurrir, de la culpa y de la indignidad o vergüenza de sí; de la corrupción moral contaminadora de todo; de la muerte de personas amadas y de la propia; de la falta de sentido de la vida, y de la desorientación, de la ignorancia de lo verdaderamente importante.

Es buena noticia percibir, a través de algún testigo creíble, la revelación de un Dios que ama a cada uno personalmente (cf Gál 2,20), que le da un perdón comunicativo (cf Mt 6,12-15), le da fortaleza (cf IPe 1,6s.), le protege (cf Rom 8,31; 2Cor 4,8s.), le levanta el ánimo (cf 2Cor 4,16), le saca de una vida vacía (cf lPe 1,18), le alegra con una esperanza (cf 1 Pe 1,8s.), da un sentido salvador al sufrimiento (cf 2Cor 4,10-12.17; Col 1,24), le salva de la muerte (cf 1Tes 4,14), le habla de vida eterna (cf Jn 6,68), es amigo fiel (cf Jn 15,13-15), le da signos de salvación en el bautismo (cf lPe 3,21), en la eucaristía (cf Jn 6,54) y demás sacramentos, le proporciona una comunidad para compartir la fe (cf He 2,41-47), le regala capacidades (cf IPe 4,10s.), le concede algún don para realizar una misión única que lo abre al mundo (cf lCor 12,4-11), le da una vocación personal (cf ICor 12,27-31), le ayuda a cumplirla (cf Ex 3,12; Jos 1,9; Jue 6,12-16; Jer 1,8; Lc 1,28), le acompaña en diálogo interior (cf Jn 14,18-21.23) y le ofrece una unión gozosa con los salvados que jamás se perderá (cf Jn 10,28).

La catequesis de la salvación liberadora para adolescentes une el conocimiento del Salvador y de su palabra alentadora y exigente, con ejercicios de cooperación para salvar a otros de diferentes carencias, y con celebraciones gozosas de lo aprendido y realizado. Los adolescentes han de salir de la comodidad y rutina hasta comprometerse establemente en aliviar sufrimientos ajenos con actos precisos y, además, prepararse para servir con competencia a los demás en la vida adulta. Nadie tiene experiencia de salvación hasta que recibe o da un apoyo decisivo. Hay que hacer descubrir en el menesteroso a Jesucristo (cf Mt 25,40). Otro progreso es pasar de la asistencia al carente de recursos a la promoción del necesitado hasta que logra valerse por sí mismo, y a la colaboración con los que trabajan organizadamente por una vida más humana para todos. Si el sacramento del orden sagrado capacita para extender la salvación, los laicos han de organizar la sociedad terrenal según el plan salvador de Dios, y los consagrados anunciar con su vida la vida eterna.

3. PARA NIÑOS. El egocentrismo propio de los niños les impide abrirse a compromisos comunitarios o con la sociedad, más amplios que las relaciones interpersonales vividas. Aunque los niños sienten no ser considerados entre la gente importante, es verdad salvadora para ellos saber que hay un Dios creador de todo por amor, que llama a cada uno a ser hijo suyo, que da y defiende ciertos derechos, que nos hace a todos iguales ante él aunque tengamos características diferentes, que se ha mostrado como liberador de los pequeños y sufrientes y que admite en su Reino a los que se parecen a los niños (cf Mt 18,1-5).

La intuición infantil permite maravillarse ante la revelación cristiana que pone orden en toda la realidad. Puede captar verdades profundas, ya de textos simples, ya de otros expresados en forma sencilla y, mejor, narrativa. «De él y por él y para él son todas las cosas» (Rom 11,36). Dios creó los bienes para todos (cf LE 14); no quiere que haya empobrecidos (cf Dt 15,4); no quiere que sufra el pobre (cf Sal 22,25); quiere amor, justicia y derecho en la tierra (cf Jer 9,23s). Por gratitud a Dios liberador cumplimos sus mandatos (cf Ex 20,1-3). En el día del Señor lo honramos con el descanso y las buenas acciones (cf Dt 5,12-15). Al obedecer a Dios Padre nos libramos de muchas esclavitudes (cf LC 30). Se salva el que ama a Dios y al prójimo (cf Mt 22,34-40). Lo único importante es buscar que reine Dios en todo (cf Mt 6,33).

El niño puede captar también que Dios se hizo hombre en Jesús, que nació pobre en un establo de Belén para estar cerca de todos. El Hijo de Dios, siendo rico, se hizo pobre para dignificarnos (cf 2Cor 8,9). Vino a enseñar la justicia y el derecho a las naciones (cf Is 42,1). Creció en la familia del carpintero José y de María, su madre, una mujer sencilla del pueblecito de Nazaret. En María, Dios dignificó a la mujer. María alaba al Señor que libera a su pueblo. Las cosas de niño y de la gente corriente valen porque, con ellas, Jesús agradó a Dios Padre y a la gente (cf Lc 2,40). Cualquier tarea se puede ofrecer al Señor (cf Col 3,23). Al trabajar contribuimos al reinado de Dios (cf LE 26). Al unir el trabajo y la oración ampliamos el reinado de Dios (cf LE 27). El cristiano cuida y defiende la vida (cf GS 51).

El pecado se opone a la alianza con Dios y entre los hombres (cf FC 58). Todo pecado tiene consecuencias sociales (cf RP 16). Todo pecado rechaza el amor y produce sufrimiento humano (cf DeV 39). Dios nos reconcilia con él y con la comunidad mediante el ministro de la penitencia (cf RP 31). Jesús denuncia las injusticias contra los pobres (cf LC 46). No hemos de hacer diferencias injustas entre las personas (cf Sant 2,1). No ama a Dios el que no ama a su hermano (cf 1Jn 4,20). Quien odia a su hermano no entrará en la vida eterna (cf 1Jn 3,15). Las leyes y tribunales injustos condenan a Jesús (cf Is 53,8). Nuestras injusticias hicieron sufrir y morir a Jesús (cf Is 53,5s). La ley de Dios no permite condenar a alguien sin escucharlo ni averiguar lo que ha hecho (cf Jn 7,51).

Los buenos sufren el odio del mundo, como Jesús (cf Jn 15,18). Dios apoya al condenado injustamente por los hombres (cf Prov 22,22s). Sufrir unidos a Jesús ayuda a salvar a muchos (cf 2Cor 4,10-12; Col 1,24). El triunfo de Jesús nos anima a trabajar por renovar la sociedad (cf LE 27). Jesús pedirá cuentas del bien que hayamos hecho o negado al prójimo (cf Mt 25,31-46). En el bautismo, Dios nos adopta como hijos y nos exige ser buenos hermanos (cf GS 24). En la comunión compartimos con Cristo la unión a los necesitados (cf LC 56). Las ofrendas junto al altar para los pobres son un homenaje a Dios (cf LC 68). Los más necesitados son nuestros hermanos (cf GS 24). En vez de amontonar riquezas en la tierra hay que acumular buenas obras en el cielo (cf Mt 6,19s). El Espíritu Santo da fuerza para hacer el bien (cf Lc 4,14); nos llena de amor (cf Rom 5,5) y libertad (cf 2Cor 3,17); nos compromete en favor de la justicia y la paz en el mundo (cf LE 2).

La Iglesia enseña a vivir con justicia y paz, en comunión de amor (cf LC 61). Cada familia puede llegar a ser Iglesia, signo y medio de salvación (cf FC 86).

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Enrique García Ahumada