SACRAMENTO
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SUMARIO: I. Experiencias fundamentales de la vida y sacramentos. II. La mentalidad sacramental. III. La teología de los sacramentos. IV. La celebración de los sacramentos: 1. Claves de la celebración de los sacramentos; 2. Estructura interna de la celebración. V. Presentación catequética de los sacramentos.


El Vaticano II realizó el proyecto litúrgico de más alcance de todos los habidos en la historia de la Iglesia. La constitución sobre liturgia
(Sacrosanctum concilium) fue el primer trabajo conciliar y ayudó a enmarcar los posteriores documentos en el contexto de la historia de salvación, y al empleo de un lenguaje bíblico, patrístico y pastoral. La renovación litúrgica pretendió el crecimiento de la vida cristiana, la adaptación al tiempo presente y el avance hacia la unidad de los cristianos. La liturgia se sitúa en el corazón de la historia de la salvación y se entiende como la acción de Dios sobre el hombre. La liturgia no sólo es una de las tres grandes acciones pastorales de la Iglesia, sino que se entiende como culmen y fuente de la acción pastoral: «La liturgia es la cumbre a la cual tiende la actividad de la Iglesia, y al mismo tiempo, la fuente de donde mana toda su fuerza. Pues los trabajos apostólicos se ordenan a que, una vez hechos hijos de Dios por la fe y el bautismo, todos se reúnan, alaben a Dios en medio de la Iglesia, participen en el sacrificio y coman la cena del Señor. Por su parte, la liturgia impulsa a los fieles... a la apremiante caridad de Cristo» (SC 10).

Para entender bien los sacramentos hay que referirse a la historia de salvación, y situar ahí el significado de la obra salvífica de Cristo en sí misma y en su dimensión histórica. Los sacramentos en el tiempo que va desde Pentecostés a la Parusía son los signos que comunican el misterio de salvación realizado en Cristo. La Iglesia tiene a Cristo como cabeza (cf Col 1,18), y los sacramentos edifican a la Iglesia como «cuerpo de Cristo» en este mundo. La conexión entre la salvación realizada por Cristo y los sacramentos es total. Los santos Padres al hablar de la sacramentalidad hablan de los acontecimientos del Antiguo y del Nuevo Testamento, así como de las celebraciones de la Iglesia1; de este modo expresan cómo la revelación de Dios se realiza en el tiempo y a través de signos.

Tertuliano introdujo en el siglo III el término sacramento, que originariamente significaba la promesa de fidelidad que hacían los militares al emperador, y que se manifestaba por el sello que estos llevaban. Poco a poco, el rito de iniciación denominado misterio se empezó a llamar sacramento. El Nuevo Testamento traduce el término griego mystérion unas veces por mysterium y otras por sacramentum; según Pablo, Cristo es el «misterio-sacramento» de Dios, pues en él está la manifestación plena e histórica del designio de Dios (cf Ef 3,9; Col 1,27). La Iglesia, como sacramento de Cristo, celebra sacramentalmente la salvación en todo tiempo y lugar; los sacramentos de la Iglesia comunican lo que significan en relación a Cristo; cada uno de los siete sacramentos son momentos del único sacramento que es Cristo, y entre todos los sacramentos realizan en cada creyente la salvación de Cristo.


I. Experiencias fundamentales de la vida y sacramentos

Cuando los humanos tenemos una experiencia que nos desborda de sentido necesitamos recurrir a los símbolos. Estos son la mediación adecuada para que lo vivido se haga consciente y se exprese comunitariamente. El símbolo tiene siempre un aspecto no conceptualizable ni lingüístico, pues la riqueza de aspectos que tienen las experiencias fundamentales de la vida, —el nacer, el crecer, el comprometerse, el perdonar, el compartir, el envejecer y el morir— no se pueden expresar adecuadamente en ninguno de los lenguajes convencionales. «El hombre es un ser simbólico, pues capta, interpreta y expresa la realidad de forma plural, profundamente afectiva, y celebra socialmente determinados acontecimientos de su vida especialmente importantes y significativos. Al mismo tiempo los cristianos sabemos que la liturgia es la expresión más plena y genuina de la Iglesia, ya que en la celebración y los sacramentos la comunidad cristiana realiza su propia identidad»2.

La fe es la experiencia del encuentro con Dios en la persona de Jesucristo; este encuentro redimensiona la vida entera de una forma tal que humanamente nunca la hubiéramos atisbado. La fe supone acogida de la novedad de Dios, confianza y entrega plena (cf Rom 16,22; 2Cor 10,5; DV 5). La fe es la experiencia fundamental del creyente que globaliza y da sentido a la vida entera; por lo mismo puede ser expresada y celebrada simbólicamente. El Nuevo Testamento, cuando habla del bautismo y de la eucaristía, lo hace en términos experienciales: participación en la Pascua de Cristo (cf Rom 6,3-5; Col 2,11-13), vivir en el Espíritu (cf Mt 3,11; Jn 1,33; He 11,16), ser liberados para la libertad (2Cor 3,17; Jn 1,31-34), experiencia de fraternidad (ICor 11,17.34) y de comunión (Jn 6,22-40; 13,33-35).

Cristo manifestó sacramentalmente la voluntad salvadora del Padre; sus palabras y acciones fueron y son salvíficas, pues él es la plenitud de la revelación de Dios; resucitado de la muerte, sigue encontrándose sacramentalmente con los que con fe y esperanza acuden a él, en la comunidad eclesial. El septenario sacramental se sitúa en las experiencias más significativas por las que pasa el ser humano a lo largo de su vida. La celebración de los sacramentos se sitúa en el contexto secular en que viven las comunidades cristianas: los gozos y las tensiones de la existencia, la ambigüedad, los conflictos, las preocupaciones y aspiraciones de los que celebran y las injusticias de nuestro mundo. «Para lograr este entronque de las celebraciones y la vida de las personas no es suficiente la sucesión biológica-natural de los sacramentos, sino situar los sacramentos en las experiencias fundamentales donde la existencia se abre a la trascendencia y se juega el sentido de la vida y el futuro de la humanidad»3.

Una forma de expresar la conexión de los sacramentos con las experiencias humanas, vistas desde la fe en Jesús de Nazaret, podría ser la siguiente4: 1) Bautismo: sacramento que nos hace hijos de Dios y hermanos desde una comunidad liberada y liberadora. 2) Confirmación: sacramento de la plenitud del Espíritu para ser testigos del evangelio, corresponsables en la comunidad cristiana y comprometidos con el Reino. 3) Penitencia: sacramento del amor incondicional del Padre, acogido en el proceso de conversión y en el perdón de y a los hermanos. 4) Eucaristía: sacramento de la entrega de Cristo en la fraternidad y para la solidaridad con los pobres y excluidos. 5) Matrimonio: sacramento del proyecto cristiano de la pareja que se ama en la comunidad y para el Reino. 6) Orden sacerdotal: sacramento de los que presencializan a Cristo en el servicio a la comunidad. 7) Unción de enfermos: sacramento del amor de Cristo que es más fuerte que el dolor, la enfermedad y la muerte.


II. La mentalidad sacramental

L. Boff afirma que el sacramento es un «modo de pensar» la realidad de forma simbólica5. La vida humana tiene estructura sacramental, pues se desarrolla en el encuentro de los seres humanos entre ellos y con la realidad; en esta relación las personas y las cosas se hacen significativas. La religión surge en el encuentro de Dios con el hombre, a través de mediaciones que se hacen sacramentos para los que han tenido esta experiencia. La fe da al creyente la perspectiva para reconocer la presencia de Dios en los acontecimientos y en la historia.

La experiencia religiosa parte de una pregunta fundamental: ¿cómo se abre lo humano a lo trascendente, y cómo lo trascendente se hace presente en lo humano? Jesús de Nazaret es la respuesta concreta y universal a los dos interrogantes que acabamos de formular, pues con sus palabras y acciones nos autocomunica la vida divina y nos revela que somos hijos de Dios y hermanos entre nosotros. «La irrupción de Dios en medio de los hombres nos lleva a una nueva mentalidad y un nuevo ideal de vida, que piden ser constantemente realizados en la celebración para poder ser vividos como lo que son: apertura de lo humano y gracia desbordante de Dios en la unidad de la antropología y la historia»6. La celebración cristiana visibiliza y comunica este plus de sentido que la palabra de Dios nos revela; por eso el Vaticano II dice que la liturgia es «expresión y revelación del misterio de Cristo y de la auténtica naturaleza de la verdadera Iglesia» (SC 2).

La mentalidad sacramental del ser humano se concreta en las grandes realidades sacramentales: la historia, el ser humano y la comunidad. Desde Jesucristo, plenitud de la Revelación, la historia adquiere un sentido definitivo como historia de salvación, es decir, como ámbito de realización de la humanidad según el proyecto de Dios.

La resurrección de Cristo y el don del Espíritu posibilita la realización del «hombre nuevo», que ve toda la creación desde la plenitud escatológica. La novedad que el evangelio llama buena noticia se vive en comunidad y tiene como horizonte referencia) el Reino; el cuerpo eclesial en medio de las vicisitudes de la historia celebra la salvación de Cristo y se compromete en los procesos liberadores. La presencia servidora de las comunidades desde la opción por los más desfavorecidos, es la manifestación de que lo celebrado en la liturgia se hace vida y se verifica en las obras de justicia. «El mensaje de Jesús es, por una parte, una respuesta escatológica ("ya sí pero todavía no") a la más honda dinámica humana (de la que el hombre mismo sólo toma conciencia a la luz de ese mensaje); pero, por otra parte, no agota su virtualidad en dar un sentido al abismo del corazón humano, sino que presenta un ideal de realización insospechable para el hombre natural7.

Cuando las comunidades cristianas se reúnen para celebrar los sacramentos están celebrando la Pascua de Jesucristo en la realidad humana concreta del día a día. En las asambleas litúrgicas expresamos básicamente tres experiencias: 1) Es Cristo resucitado quien nos convoca y asume nuestros problemas y limitaciones. En este contexto acaece la acción salvadora como gracia de Dios. 2) La celebración cristiana tiene un sentido escatológico: la reunión de todos los hijos dispersos en la casa del Padre, como una gran familia reconciliada. Lo que celebramos nos hace ver que muchas personas están privadas de los derechos más elementales, y nos compromete en la causa de los pobres. 3) Lo que hace auténtica una celebración es la conexión entre la fe en Jesucristo, la intención de hacer lo que hace la Iglesia, la conciencia de la realidad problemática, el perdón y el sentido profético de lo que se celebra en un lugar determinado.


III. La teología de los sacramentos

Cada sacramento tiene una dimensión teológica y otra celebrativa. En los sacramentos, la Iglesia se realiza como lo que es: sacramento para la salvación del mundo. El amor del Padre, la entrega de Jesucristo y la comunión del Espíritu Santo deben ir más allá de la celebración, pues la conversión al evangelio y la vida cristiana se realizan en el compromiso con la justicia y el derecho.

El Catecismo de la Iglesia católica presenta en la segunda parte la teología sacramental; el tratamiento que hace sigue los siguientes pasos:

a) La celebración litúrgica se entiende, siguiendo a Ef 1,3-6, como acción salvadora de Dios Trino en la comunidad cristiana. La presencia sacramental de Cristo por la acción del Espíritu Santo es acogida por la fe y la caridad que introduce al creyente en el misterio salvador (cf SC 57; CCE 1077-1112). Bendecimos a Dios porque él ha salido primero a nuestro encuentro y nos ha bendecido «con toda clase de bienes espirituales».

b) Todo parte de la Pascua de Cristo, y cada sacramento actualiza la Pascua de Cristo (cf SC 7; CCE 1085). La presencia sacramental de Cristo hay que situarla en el contexto de las diferentes presencias: «Cristo Jesús que murió, resucitó, está a la derecha de Dios e intercede por nosotros» (Rom 8,34), está presente de múltiples maneras en su Iglesia (cf LG 48): en su Palabra, en la oración de su Iglesia, «donde hay dos o tres reunidos en mi nombre» (Mt 18,20), en los pobres, los enfermos y los presos (Mt 25,31-46), en los sacramentos de los que él es autor, en el sacrificio de la misa y en la persona del ministro. Pero, «sobre todo, [está presente] bajo las especies eucarísticas» (SC 7; CCE 1373).

c) El Espíritu Santo es «el pedagogo de la fe del pueblo de Dios, el artífice de las obras maestras de Dios que son los sacramentos de la nueva alianza» (CCE 1091). El Espíritu Santo prepara a la Iglesia para que se encuentre con su Señor siendo memoria de la Iglesia (cf Jn 14,26), preparando los corazones para acoger la Palabra y la presencia de Jesucristo; recuerda y actualiza lo que Dios ha hecho por nosotros (anámnesis y epíclesis), y transforma nuestra situación: «el poder transformador del Espíritu Santo en la liturgia apresura la venida del Reino y la consumación del misterio de la salvación. En la espera y en la esperanza nos hace realmente anticipar la comunión plena con la Trinidad Santa. Enviado por el Padre, que escucha la epíclesis de la Iglesia, el Espíritu da la vida a los que lo acogen, y constituye para ellos, ya desde ahora, las arras de su herencia (cf Ef 1,14; 2Cor 1,22)» (CCE 1107).

d) Cristo es el sacramento del encuentro con Dios. En Jesucristo está Dios; este es el misterio principal del Nuevo Testamento. Cristo es «imagen visible del Dios invisible» (Col 1,15), cabeza del cuerpo, que es la Iglesia (Col 1,18). Cabeza y cuerpo son un único sacramento. Cristo es Dios hecho hombre y hombre de manera divina (cf Jn 14,9). En él, que dio la vida por nosotros, se da la manifestación plena de Dios y la asunción de lo humano. La comunidad que celebra los sacramentos proclama profética y escatológicamente que es Jesús resucitado quien nos redime. «La Iglesia es, en Cristo, sacramento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todos los hombres entre sí» (LG 1). Cristo nos ha reconciliado y su acción salvadora continúa hasta «presentarnos limpios, inmaculados e irreprensibles ante su presencia [del Padre]» (Col 1,22).

e) Si Jesucristo es el sacramento principal, la Iglesia es el sacramento de Cristo para la salvación de la humanidad (cf LG 1, 9, 48, 59; SC 5, 26; GS 42, 45; AG 1, 5). La vida entera de la Iglesia tiene estructura sacramental: el anuncio del Reino, la vida de las comunidades cristianas, las celebraciones litúrgicas y el servicio a los más pobres. La Iglesia es, en Cristo, sacramento del encuentro con Dios y de la unidad de la humanidad, pues continúa en la historia la presencia y acción salvadora del Resucitado.

«Todo el bien que el pueblo de Dios puede dar a la familia humana en el tiempo de su peregrinación en la tierra deriva del hecho de que la Iglesia es sacramento universal de salvación» (GS 45). Jesucristo quiso que surgiera la Iglesia, y esta es prolongación de su presencia y acción salvadora; en este sentido afirmamos que Jesucristo quiso los sacramentos por los que en todo tiempo y lugar se celebra la salvación en las comunidades cristianas. La Iglesia es sacramento y los sacramentos hacen la Iglesia (cf SC 1-7). La Iglesia es la comunidad de creyentes en Cristo que viven comunitariamente su fe; esto implica el sentido comunitario de las celebraciones sacramentales por la experiencia compartida del seguimiento de Jesús, del compromiso con los pobres y la esperanza escatológica que deben tener los que en ellas participan.

f) Por medio de los sacramentos de la Iglesia, la salvación se hace presente, se ofrece y se expresa (cf DS 1608). El sí dado por Dios en Jesucristo es pleno y definitivo; siempre que la Iglesia celebra un sacramento tenemos la garantía de que la gracia de Dios se nos da gratuita y abundantemente. Las condiciones subjetivas del que celebra y de los que reciben el sacramento no condiciona la gracia de Dios, pero esta es eficaz en la medida en que los asistentes no pongan obstáculo a la gracia y participen libre, consciente y piadosamente. La eficacia de los sacramentos (ex opere operato) proviene de la Pascua de Cristo (DS 1601).

g) Con frecuencia usamos el término sacramento para significar el rito con el que se expresa el encuentro con el Señor resucitado en cada uno de los sacramentos. Debemos recuperar el sentido que la palabra sacramental tenía en las primeras comunidades cristianas; en ellas con este término se indicaba la conversión al evangelio y el modo de vida nuevo que surge de la Pascua de Cristo.

h) El concilio de Trento afirmó que no basta la celebración de la Palabra y la respuesta de fe; necesitamos también la celebración de los sacramentos (cf DS 1608). «Los sacramentos no solamente suponen la fe, sino que por medio de las palabras y las cosas la alimentan, la fortalecen y la expresan» (SC 59). La gracia del sacramento da su fruto cuando la celebración litúrgica manifiesta la conversión y a ella lleva. Los sacramentos profundizan y aumentan la salvación de Cristo en la comunidad cristiana y en cada uno de sus complementos.

Hay tres sacramentos que imprimen carácter; significa que sólo se pueden recibir una vez, y son el bautismo, la confirmación y el orden sacerdotal (DS 1609). Cuando se celebran válidamente los sacramentos comunican la gracia que expresan (DS 1605-1606). «El fruto de la vida sacramental consiste en que el Espíritu de adopción deifica (cf 2Pe 1,4) a los fieles uniéndolos vitalmente al Hijo único, el Salvador» (CCE 1129). En la celebración de los sacramentos, la Iglesia gusta anticipadamente la vida eterna mientras «aguardamos el feliz cumplimiento de lo que se nos ha prometido y la manifestación gloriosa del gran Dios y Salvador nuestro Jesucristo» (Tit 2,13).

En síntesis: los sacramentos son de Cristo porque los misterios de su vida son el fundamento de la vida cristiana. Los sacramentos son de la Iglesia y para la Iglesia porque la Iglesia es el sacramento de Cristo y porque los sacramentos «constituyen la Iglesia»8. «Los sacramentos están ordenados a la santificación de los hombres, a la edificación del cuerpo de Cristo y, en definitiva, a dar culto a Dios; pero, como signos, también tienen un fin instructivo» (SC 59).


IV. La celebración de los sacramentos

La fe cristiana tiene un genuino sentido festivo, pues la salvación es un don de Dios, que sale a nuestro encuentro y desborda nuestros merecimientos. La obra salvadora de Cristo es expresada y comunicada de forma única en la celebración de los sacramentos.

La liturgia cristiana celebra lo más valioso que tenemos: el amor del Padre, la entrega de Jesús, el don del Espíritu, la comunidad fraterna y el Reino. Y todo ello en la realidad e historia concreta que cada comunidad vive, pero trascendiendo esta misma realidad. La liturgia no es algo al margen de la existencia cotidiana, pero se distingue cualitativamente de los otros ámbitos de la vida.

Las cartas del Nuevo Testamento nos describen con frecuencia las asambleas litúrgicas de las comunidades paulinas; en ellas sobresale el sentido festivo, la relación fraternal, la fe en el Señor resucitado, la abundancia de dones y carismas, y la ayuda a otras comunidades (cf lCor 11-14; 1Tes 5,16-17; F1p 4,4-7; Ef 5,19-20; Col 3,16-17). Estos escritos neotestamentarios incluyen textos litúrgicos con uso epistolar, homilético y catequético.

1. CLAVES DE LA CELEBRACIÓN DE LOS SACRAMENTOS: a) El Catecismo de la Iglesia católica hace la siguiente síntesis: «Los sacramentos, como fuerzas que brotan del Cuerpo de Cristo siempre vivo y vivificante, y como acciones del Espíritu Santo que actúa en su Cuerpo que es la Iglesia, son "las obras maestras de Dios" en la nueva y eterna alianza» (CCE 1116). Cada sacramento es obra maestra de Dios Trino (CCE 1077-1112), actualiza la Pascua de Cristo (CCE 1085) y el Espíritu Santo es el alma de la celebración.

b) Es toda la comunidad la que celebra el misterio cristiano, pues los sacramentos «son acciones de Cristo total» (CCE 1119, 1136, 1140-1141). «Toda la asamblea es liturgo, cada cual según su función, pero en la unidad del Espíritu que actúa en todos» (CCE 1144). El sacerdocio de Cristo es único y los cristianos participamos de él de dos modos: del sacerdocio común por el bautismo y del sacerdocio ministerial por el sacramento del orden.

c) La comunidad que celebra debe tener como referencia la liturgia celestial a la que nos unimos, pues la liturgia es «acción del Cristo total» (cf CCE 1 136s). La referencia a los textos del Apocalipsis que hace el Catecismo nos ayuda a entender el contenido del final de las plegarias eucarísticas; al llegar a este momento de la celebración nos sentimos peregrinos hacia el Padre y anticipamos aquí la liturgia de alabanza hasta que «allí, junto con toda la creación, libre ya del pecado y de la muerte, te glorifiquemos por Cristo, Señor nuestro, por quien concedes al mundo todos los bienes» (Plegaria IV). La proyección escatológica nos ayuda a comprender mejor el sentido profundo de la celebración cristiana como memorial de la Pascua de Cristo, profecía de vida nueva y anticipo de la plenitud del Reino. Santo Tomás hablaba de la triple dimensión del sacramento: rememorativo de la Pasión de Cristo, demostrativo de la gracia y pronóstico de vida futura.

2. ESTRUCTURA INTERNA DE LA CELEBRACIÓN. La celebración cristiana debe manifestar la íntima conexión entre la existencia de los creyentes, lo que sucede en el mundo, y la vida, muerte y resurrección de Cristo. El culto agradable a Dios es la totalidad de la vida del cristiano, vivida según los valores del evangelio (cf Rom 12,1-2).

Lo específico de la liturgia del pueblo israelita, y también de la Iglesia, es el memorial; la asamblea reunida recuerda todo lo que Dios ha hecho en la historia de la salvación, y le pide que «se acuerde» de su pueblo para que actualice ahora lo realizado en el pasado. En toda celebración sacramental hay una referencia a Cristo, a su persona, vida y misterio pascual (cf Lc 22,19; lCor 11,25); la gracia sacramental es siempre el mismo Cristo, su historia, su causa y su salvación, que se comunican en los signos sacramentales. Los acontecimientos de la vida de Cristo son únicos, definitivos e irrepetibles; los sacramentos los actualizan como historia de salvación en cada comunidad cristiana que celebra en un lugar y tiempo concretos9.

Pentecostés hace de la comunidad apostólica el pueblo de Dios, el pueblo de la nueva alianza que peregrina por este mundo como lugar e instrumento del Reino. El Espíritu Santo hace que la Iglesia sea la comunidad de adoración y alabanza al Padre (cf Ef 2,21) en libertad plena (cf Gál 4,6-7; 5,13). La epíclesis es invocación al Espíritu Santo para que la comunidad acoja la gracia salvadora de Cristo, y en comunión con la humanidad camine hacia la casa del Padre10.

Cristo resucitado sigue vivo y presente en la humanidad; él es la Palabra definitiva del Padre; la vida cristiana consiste en dejar que el Espíritu Santo nos vaya «configurando con Cristo». La comunidad se reúne en el nombre del Señor para celebrar a Cristo, plenitud de la historia (cf Ef 1,11-23; Heb 1,2; Rom 13,10; 15,29; Col 1,9). La celebración actualiza lo que proclama desde la consumación escatológica en el «ya sí, pero todavía no»; lo decimos cada día en la plegaria eucarística después de la consagración: «Anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección; ven, Señor Jesús»; es decir, ya estás con nosotros, pero sigue viniendo hasta que «Dios sea todo en nosotros», como dice san Pablo.

Las celebraciones sacramentales son los símbolos fundamentales de la fe, porque se refieren a Jesucristo como el gran sacramento y a la Iglesia como sacramento de Cristo, y porque acrecientan la fe, la esperanza y el amor de la comunidad que se siente en comunión solidaria con Dios y con los hermanos. El sentido escatológico de la liturgia cristiana hace que las celebraciones sean ámbitos proféticos donde se anuncie y comunique la salvación a los oprimidos; esto debe traducirse en la conversión de los corazones, en la fraternidad dentro de la comunidad y en el compromiso con los necesitados.


V. Presentación catequética de los sacramentos

La teología y la celebración de los sacramentos nos ayudan en las búsquedas pedagógicas para una mejor presentación de los sacramentos en la catequesis y en la pastoral. Veremos a continuación las orientaciones generales para todos los sacramentos11.

a) El proyecto litúrgico del Vaticano II no se ha aplicado en toda su riqueza y alcance. Su visión teológica sacramental, así como sus grandes preocupaciones, siguen ausentes en muchas catequesis y celebraciones. La pastoral sacramental sigue cayendo en un sacramentalismo fácil; con frecuencia disociamos catequesis y sacramentos, y la praxis sacramental se colorea en no pocas ocasiones de individualismo, ritualismo y burocratización. También hay que constatar y alegrarse de los intentos de renovación litúrgica y de las celebraciones vivas, contextualizadas y comprometidas que tienen muchas comunidades.

b) Es necesario referirse siempre a la dimensión antropológica de los sacramentos, es decir, a su enraizamiento en las grandes experiencias humanas, así como a los aspectos culturales de nuestra época. En la catequesis importa mucho el partir del gesto central de cada uno de los sacramentos para ver cómo conecta con la vida y qué aporta a la misma.

c) Hay que recuperar y explicitar más cómo Cristo expresó sacramentalmente la salvación en su vida. La referencia a la historia de Jesús de Nazaret es imprescindible para comprender y valorar los símbolos sacramentales y la salvación que comunican. Hay que evitar toda cosificación en la comprensión de los sacramentos; por el contrario, deben presentarse como encuentros personales y comunitarios con Cristo resucitado que nos ama y da su vida. La conexión entre la Iglesia y el mundo, la comunidad y el Reino, fue una preocupación constante en el Vaticano II; en consecuencia, la comprensión del sacramento como anticipación del Reino es fundamental en la catequesis; ojalá comprendamos cada día más y mejor cómo los sacramentos son signos proféticos que comunican el Reino. En la medida en que esto sea más patente, la relación entre celebración litúrgica y compromiso con la justicia se fortalecerá y el evangelio será más creído y aceptado en nuestro mundo.

d) Hace falta una recuperación cada vez más intensa de la unión entre los sacramentos de iniciación cristiana: bautismo, confirmación y eucaristía. Tanto en la catequesis como en las celebraciones, debe aparecer con la mayor nitidez posible la relación y complementariedad entre ellos. Necesitamos itinerarios catequéticos que acompañen progresivamente la iniciación cristiana y que consten de elementos antropológicos, contenidos teológicos, estilo pedagógico y celebraciones de la fe12.

e) Es indispensable el uso de los textos litúrgicos y de los signos de las celebraciones en las catequesis. En el fondo subyace una afirmación importante, tanto para la liturgia como para la teología y la vida cristiana: la celebración y la teología no se pueden separar. Cuando la teología se distanció de la liturgia no caminó por los mejores derroteros; igualmente le ha pasado a la catequesis cuando ha dejado en segundo plano la liturgia y los sacramentos. La Iglesia cree según ora (lex orandi, lex credendi); la ley de la oración es la ley de la fe. Y aquí la celebración cristiana tiene un papel importantísimo. Los gestos y textos litúrgicos como elementos esenciales de la tradición (cf DV 8) contienen la mejor pedagogía para llevarnos al misterio.

f) Los frutos de la eficacia de los sacramentos deben ser siempre las obras de comunión, justicia y caridad (cf CCE 1109). El testimonio de san Justino, mártir del siglo II, cuando escribe al emperador Antonino Pío, el año 155, es un ejemplo de la conexión entre eucaristía y caridad fraterna (CCE 1345). La eucaristía tiene que ver con Mt 25,31-46 (compromiso con los más pobres): «Has gustado la sangre del Señor y no reconoces a tu hermano. Deshonras esta mesa, no juzgando digno de compartir tu alimento al que ha sido juzgado digno de participar en esta mesa. Dios te ha liberado de todos los pecados y te ha invitado a ella. Y tú, aun así, no te has hecho más misericordioso»13. Igualmente cabe resaltar la conexión entre el sacramento de la penitencia y la preocupación por la salvación del prójimo (cf Sant 5,20), la práctica de la caridad como limosna solidaria y reconciliación con el prójimo. El Catecismo lo expresa muy bien con estas palabras: «La conversión se realiza en la vida cotidiana mediante gestos de reconciliación, la atención a los pobres, el ejercicio y la defensa de la justicia y del derecho (cf Am 5,24; Is 1,17), por el reconocimiento de nuestras faltas ante los hermanos, la corrección fraterna, la revisión de vida, el examen de conciencia, la dirección espiritual, la aceptación de los sufrimientos, el padecer la persecución a causa de la justicia. Tomar la cruz cada día y seguir a Jesús es el camino más seguro de la penitencia (cf Lc 9,23)» (CCE 1435).

g) La catequesis litúrgica y sacramental, según las edades y madurez de los destinatarios, no puede olvidar temas tan importantes como la iniciación a la «lectio divina». el año litúrgico, el significado del domingo cristiano desde la celebración de la eucaristía14, la plegaria eucarística y la conexión entre religiosidad popular y liturgia. Los pastores y los catequistas tendríamos que leer o releer atentamente los praenotanda de los rituales renovados por el Vaticano II, pues son condición imprescindible para la comprensión teológica de los mismos, así como su adecuado uso pastoral y catequético.

h) Hay que incorporar a la catequesis las categorías con que la teología y el Catecismo hablan de los sacramentos. Supone la superación de la visión y terminología jurídica y moralizante que durante mucho tiempo ha cosificado la teología sacramental. Los principales términos para hablar de los sacramentos son: encuentro con Cristo resucitado, fuerzas que brotan del cuerpo de Cristo, acciones del Espíritu Santo y comunión con la Trinidad y con los hermanos. Este vocabulario ayudará a los fieles a superar la celebración de los sacramentos en términos de tabú, magia o rito.

i) Conviene evitar la convocatoria de catequesis para recibir los sacramentos, pues no habrá continuidad de los grupos una vez que se reciban los sacramentos. Esto no significa que la preparación a un sacramento no necesite la preparación específica, pero siempre dentro de un proceso más amplio y ambicioso que sea o tenga como referencia la iniciación cristiana. Los sacramentos no se pueden presentar como servicios religiosos para los que lo soliciten, sino como celebraciones de la comunidad eclesial con experiencia cristiana. Esta experiencia consiste básicamente en el seguimiento de Jesús en la comunidad eclesial, que evangeliza con obras y palabras. En este sentido, habría que reformular mejor tanto la validez dogmática de los sacramentos como su lícita celebración según la normativa canónica.

j) Los principales temas de la teología sacramental en la formación de los catequistas son: la situación actual de la vivencia de los sacramentos, el aspecto bíblico y patrístico de los sacramentos, las aportaciones históricas a la teología sacramental y la visión teológica del Vaticano II. Esta aborda los siguientes contenidos: la palabra de Dios fundamenta el sacramento, la celebración memorial y el encuentro con Jesucristo, los sacramentos como acciones simbólicas de la Iglesia sacramento de Cristo, la relación con la Iglesia y la misión que los sacramentos confieren, el ministro de los sacramentos: su relación con Cristo y con la Iglesia y la vivencia celebrativa, pastoral y catequética de los sacramentos.

NOTAS: 1. S. MARSILI, Sacramentos, en SARTORE D.-TRIACCA A. M. (dirs.), Nuevo diccionario de liturgia, San Pablo, Madrid 19963, 1797-1800. — 2 J. SASTRE, Celebrar el proyecto, la tarea y el don. Liturgia y sacramentos, San Pío X, Madrid 1992, 11. — 3. Ib, 15. — 4. G. FOUREZ, Sacramentos y vida del hombre. Celebrar las tensiones y los gozos de la existencia, Sal Terrae, Santander 1983. — 5. L. BOFF, Sacramentos de la vida, Sal Terrae, Santander 1979. — 6. J. SASTRE, o.c., 55. — 7. M. BENZO, Hombre sagrado, hombre profano, Cristiandad, Madrid 1978. — 8. SAN AGUSTÍN, La ciudad de Dios, 22, 17; SANTO TOMAS DE AQUINO, Sum. Theol., 3, 64, 2 ad. 3. — 9. Cf O. CASEL, El misterio del culto cristiano, San Sebastián 1963. — 10 L. MALDONADO, Iniciación litúrgica, Marova, Madrid 1981. — 11. J. ALDAZÁBAL, La liturgia y los sacramentos en el nuevo catecismo, Sinite 103 (1993) 364-374. -12 A este respecto pueden consultarse las reflexiones y orientaciones de la Conferencia episcopal española en La iniciación cristiana, Edice, Madrid 1999. — 13. SAN JUAN CRISÓSTOMO, Hom. in I Cor 27,4. — 14 Para estos temas, será útil leer la carta apostólica de Juan Pablo II, Dies Domini, en la que presenta el domingo como fiesta primordial, marcada por la asamblea eucarística, centro y fundamento del mismo domingo y de la vida cristiana.

BIBL.: AA.VV., Evangelización y sacramentos, PPC, Madrid 1975; AA.VV., Curso.sobre sacramentos 1 y 2, Cátedra de teología contemporánea, FSM 1985-86; AA.VV., La celebración en la Iglesia 1, Sígueme, Salamanca 1985, 371-434 y 537-585; AA.VV., Los sacramentos hoy: teología y pastoral, San Pío X, Madrid 1982, especialmente CODINA V., Presupuestos teológicos para una pastoralsacramental hoy, 1 1-26 y SASTRE J., La comunidad educativa en el proceso de pastoral sacramental, 131-154; ARNAU R., Tratado general de los sacramentos, BAC, Madrid 1994; BÉGNERIE P.-DUCHESNEAU C., Para vivir los sacramentos, PPC, Madrid 1991; BoEF L., Los sacramentos de la vida, Sal Terrae, Santander 1977; BOROBIO D., Sacramentos de la comunidad. Comprender, celebrar y vivir. Para una catequesis a jóvenes y adultos, Desclée de Brouwer, Bilbao 1984; CASTILLO J. M., Símbolos de libertad. Teología de los sacramentos, Sígueme, Salamanca 1981; DANIELOU J., Historia de la salvación y liturgia, Sígueme, Salamanca 1965; DENIS H., Sacramentos para lo.s hombres, Narcea, Madrid 1979; ELCHINGER L. A. Y OTROS, Liturgia y pedagogía de la fe, Marova, Madrid 1969; FLORISTÁN C.-MALDONADO L., Los sacramentos, signos de liberación, Mañana Editorial, Madrid 1977; GARCÍA PAREDES J. C. R., Teología fundamental de los sacramentos, San Pablo, Madrid 1998'; GEL.INEAU J., Liturgia para mañana, Sal Terrae, Santander 1977; HORTZ R., Los sacramentos en nuevas perspectivas. La riqueza sacramental de Oriente y Occidente, Sígueme, Salamanca 1988; LÉON-DUFOUR X., La fracción del pan. Culto y existencia en el Antiguo Testamento, Cristiandad, Madrid 1983; MARSILI S., Sacramentos, en SARTORE D.-TRIACCA A. M. (dirs.), Nuevo diccionario de liturgia, San Pablo, Madrid 1996', 1797-1800; MARTIN VELASCO J., El hombre, .ser sacramental (Raíces humanas del simbolismo), SM, Madrid 1988; MOVILLA S., Del catecumenado a la comunidad, San Pablo, Madrid 1982; PARDO A., Liturgia de los nuevos Rituales y del Oficio divino, PPC, Madrid 1980; RAHNER K., Ensayos de teología IV, Madrid 1962, 323-367; Iglesia y sacramentos, Herder, Barcelona 1976; RICOEUR P., Parole et symbole, en MENAR J. E. (ed.), Le Symbole, Estrasburgo 1975; SCHILLEBEECKX E. H., Cristo, sacramento del encuentro con Dios, Dinor, Pamplona 1971; El ministerio eclesial. Responsables de la comunidad cristiana, Cristiandad, Madrid 1983; SCHNEIDER T., Signos de la cercanía de Dios, Sígueme, Salamanca 1983; SEGUNDO L., Los sacramentos hoy, Buenos Aires 1971; SMOLARSKI D. C., Los.sacramentos, CPL, Barcelona 1998; TABORDA F., Sacramentos, praxis y fiesta, San Pablo, Madrid 1987; VILANOVA E., La liturgia desde la ortodoxia y la ortopraxis, Phase 133 (1983) 9-27; VORGRIMLER H., Teología de lo.s sacramentos, Herder, Barcelona 1989.

Jesús Sastre García