PEDAGOGÍA DE DIOS. PEDAGOGÍA CATEQUÉTICA
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SUMARIO: I. La pedagogía catequética. II. La pedagogía de Dios inspira la pedagogía catequética: 1. La pedagogía de Dios en la Biblia; 2. La pedagogía de Jesús; 3. Su continuación en la Iglesia; 4. La pedagogía de Dios en la catequesis. III. Modelos pedagógicos para la catequesis: 1. Las tres funciones pedagógicas; 2. El servicio que pueden dar a la catequesis. IV. Dos cualidades de la pedagogía catequética: 1. Una pedagogía integradora; 2. Una pedagogía diferenciadora.


El término pedagogía catequética puede suscitar la expectativa de encontrarnos ante un elenco de recetas prácticas con que llevar a cabo la educación de la fe a través de la acción catequética. De hecho, a menudo sucede así, y no es de extrañar, dada la contraposición entre una concepción tradicional de catequesis a la que estábamos acostumbrados en el pasado y que consideraba fundamentalmente el contenido, y algunos desarrollos más recientes que han privilegiado el método por encima de todo.

Pedagogía ha sido identificada, en no pocas ocasiones y ambientes, con recursos metodológicos, despojando así a este concepto de sus acepciones más genuinas. Método y pedagogía son dos conceptos con diferentes significados, aunque a menudo en el uso común se utilicen indistintamente. Hablar de pedagogía en el ámbito de la catequesis es algo más que referirnos a una cuestión de método o de técnicas. Para comprender el perfil pedagógico de la catequesis debemos buscar en la misma concepción que de ella tenemos. Según el Directorio general para la catequesis de 1997, «la concepción que se tenga de la catequesis condiciona profundamente la selección y organización de sus contenidos (cognoscitivos, experienciales, comportamentales), precisa sus destinatarios y define la pedagogía que se requiere para la consecución de sus objetivos» (DGC 35).

La catequesis es fundamentalmente una pedagogía, pero no una pedagogía genérica, sin apellidos, sino una pedagogía para la educación de la fe. Esta pedagogía se fundamenta, por una parte, en la doctrina de la Iglesia y sus fuentes, tales como la Escritura, la tradición viva, el magisterio, la liturgia y el testimonio del obrar cristiano. Y por otra parte, deberá ser una auténtica pedagogía, fundamentándose sobre la base de las ciencias humanas del comportamiento y sobre la antropología, y haciendo uso de teorías pedagógicas válidas y puestas al día. Sin olvidar nunca que sus metas educativas deberán proyectarse en función de la finalidad superior, que es la perfección o santidad cristiana, a la cual se llega sólo a través de una auténtica maduración humana.

Desde un punto de vista amplio, la pedagogía es la disciplina que se ocupa de la educación. Pero actualmente está en discusión la comprensión del aspecto disciplinar de la pedagogía, desde su consideración como disciplina específica y unitaria hasta su concepción dentro de un ámbito científico multidisciplinar. A nosotros nos bastará su consideración como disciplina científica de la organización del saber y de la intervención educativa. Una disciplina que reorganiza y sistematiza todos los saberes que proceden de las ciencias humanas sobre la educación, con el fin de ponerlos en marcha y orientarlos en función de la intervención educativa.

Muy significativa es la definición de pedagogía a partir de su estudio etimológico. Su origen está en dos palabras griegas, paidós y agogía, que significan respectivamente niño y conducción, y equivale por tanto a conducción del niño. El pedagogo (paidagogos), en sus orígenes, era el esclavo o liberto que cuidaba a los niños y los acompañaba a la escuela, a la presencia del maestro, y más tarde el encargado de la educación de los jóvenes aristocráticos. Poco a poco el término pasó a indicar, en sentido figurado, la actividad misma de la educación. Actualmente este significado a partir de su etimología está completamente abandonado. Se ha superado la referencia exclusiva al niño, ya que todas las etapas de la vida son susceptibles de educación; y por otra parte, el carácter práctico de la acción de conducir lo ha asumido más bien el concepto de educación.

No obstante, la catequesis puede incorporar esta acepción más antigua del término pedagogía, hasta el punto de que resulta muy sugerente establecer una analogía, tomando las distancias oportunas, entre la función del pedagogo primitivo y la función actual del catequista y de la comunidad. Aquel tenía el encargo de acompañar al niño desde su casa hasta el encuentro con el maestro, para luego desaparecer. El catequista, que es agente directo del acto catequético y actuante en nombre de la comunidad cristiana, tiene la función de acompañar por un camino de fe que lleve al catequizando hasta su verdadero

Maestro, para desaparecer en el momento oportuno y dejar que el encuentro se realice en el terreno de la fe. Porque catequizar es conducir a uno a escrutar el misterio de Cristo hasta que establezca con él una auténtica comunión, capaz de conducirlo al amor del Padre en el Espíritu (cf CT 5). «En la escuela de Jesús Maestro, el catequista une estrechamente su acción de persona responsable con la acción misteriosa de la gracia de Dios» (DGC 138; cf IC 18).


I. La pedagogía catequética

Hablar de pedagogía catequética no es hablar de uno de tantos elementos que forman parte de esta acción fundamental de la Iglesia que es la catequesis, sino de la esencia misma de la catequesis. Porque catequesis es pedagogía. La catequesis no es sólo método, pero tampoco es solamente contenido; no se identifica exclusivamente con la Biblia ni con la tradición ni con el magisterio. La catequesis tampoco mira unilateralmente al hombre, al creyente, al catecúmeno. La catequesis es la pedagogía necesaria para que el mensaje de la Revelación, conocido y transmitido por la tradición de la Iglesia, llegue al hombre y sea para él fuente de salvación.

En los últimos tiempos la reflexión sobre la catequesis ha llevado a acentuar su dimensión pedagógica. En ello han influido también los progresos de las ciencias de la educación. «Entre las numerosas y prestigiosas ciencias del hombre que han progresado enormemente en nuestros días, la pedagogía es ciertamente una de las más importantes» (CT 58). De hecho la catequética, como disciplina que se encarga de la reflexión sistemática sobre la catequesis, siempre ha estado fuertemente ligada a la pedagogía, y dominada en cierto sentido por una doble raíz: la teológica, que determina sobre todo los contenidos y las finalidades últimas, y la pedagógica, que busca la determinación de los objetivos, procesos y metodologías (cf IC 43).

Quizás gracias a una acentuación progresiva de su carácter educativo integral, la catequesis se ha ido concibiendo como una forma eminente de educación de la fe, a veces incluso llegando a una identificación de términos. Es lo que hace, por ejemplo, Catechesi tradendae. Porque su finalidad apunta a la iniciación en la plenitud de la vida cristiana, la catequesis puede ser considerada globalmente como una educación de la fe de los niños, de los jóvenes y adultos (cf CT 18; IC 16). Educación de la fe es aquí una expresión equivalente a catequesis porque quiere subrayar su misión y su naturaleza.

De alguna manera la expresión «educación de la fe» resume el paso del catecismo a la catequesis, de la tradicional instrucción religiosa a una acción catequética más atenta al contenido existencial del mensaje cristiano y de la correspondiente respuesta del creyente. Dicha expresión debe entenderse correctamente desde el momento en que no es posible influir desde el exterior en una realidad tan indisponible como es la fe, que teológicamente remite a la gratuidad del don divino y a lo imprevisible de la respuesta humana libre. ¿Se trata de un modo de decir sólo analógico, o al contrario, la catequesis posee una dimensión realmente educativa como para poder hablar de educabilidad de la fe?

El misterio de la encarnación nos ha recordado que la palabra de Dios asume una visibilidad humana para hacerse conocer, para volverse cercana y accesible al hombre con vistas a la fe. Hay, por tanto, un aspecto de la Revelación inseparable del trascendente, que está en relación con la capacidad de aprendizaje humano. Aunque queda excluida cualquier forma de intervención directa sobre la fe misma, es posible hablar de educación de la fe en referencia a las mediaciones humanas que pueden facilitar, ayudar y apartar obstáculos en el proceso de maduración religiosa. La catequesis, siendo pedagogía en acto de la fe, «no confunde la acción salvífica de Dios, que es pura gracia, con la acción pedagógica del hombre, pero tampoco las contrapone y separa» (DGC 144).

Al lado de esta casi identificación, en nuestro contexto eclesial se ha querido establecer una distinción entre catequesis y educación de la fe para indicar una acción educativa más amplia, dentro de la cual la catequesis tendría como función específica la de ser un proceso de aprendizaje bien determinado. La Catequesis de la comunidad concibe la educación de la fe como una vasta tarea que abarca prácticamente todo lo que hace la Iglesia. «La Iglesia educa en la fe no sólo por su predicación y catequesis, sino también por sus celebraciones litúrgicas, por la acción caritativa y el testimonio de sus miembros e incluso por su misma configuración. Todo su ser y su vivir tiene una dimensión educativa» (CC 57).

Así entendida, esta acción tomaría múltiples formas, desarrollándose en ámbitos y cauces muy diversos, «por ejemplo, mediante la predicación, la homilía, la enseñanza religiosa escolar, la educación cristiana en la familia, la educación escolar de inspiración cristiana, la formación dentro de los movimientos apostólicos, el anuncio del mensaje a través de los medios de comunicación, la enseñanza de la teología, los ejercicios espirituales, retiros, cursillos y jornadas de reflexión» (CC 58; cf IC 33ss).

Esta distinción, lejos de querer limitar el significado del término catequesis, debe ayudar a considerarla desde el punto de vista de la intencionalidad y la sistematicidad, para así poder construir a su alrededor una estructura pedagógica y dotarla de una adecuada tecnología didáctica, que sería un tanto dispersa si debiera tener presentes todos los momentos de catequesis ocasional, su carácter permanente, o la dimensión catequética de múltiples acciones de la pastoral de la Iglesia. La intencionalidad quiere subrayar el hecho de que el proceso catequético debe tender a las finalidades educativas y de maduración de la fe clara y conscientemente buscadas, organizando un itinerario sobre la base de determinados objetivos a alcanzar. La sistematicidad supone la pretensión de hacerlo de manera ordenada y guiada. Indica que no se confía el aprendizaje solamente a los ritmos y a los tiempos de la vida familiar, eclesial y social, sino a unos planes y secuencias organizadas con vistas a adquirir conocimientos, habilidades y actitudes precisas.

La necesidad de una sistematicidad en la catequesis, aun considerando la importancia de múltiples ocasiones catequéticas relacionadas con la vida personal, familiar, social o eclesial, la apuntaba Pablo VI en su discurso de clausura de la IV asamblea general del sínodo de obispos de 1977 con estas palabras recogidas después por Juan Pablo II en Catechesi tradendae: «[Me felicito] al advertir que todos han señalado la gran necesidad de una catequesis orgánica y bien ordenada, ya que esta reflexión vital sobre el misterio de Cristo es lo que principalmente distingue a la catequesis de todas las demás formas de presentar la palabra de Dios» (CT 21).

Dada una cierta aprensión, por parte de algunos, ante la posibilidad de que el recurso a una ciencia no estrictamente teológica pudiera limitar la densidad de una acción eclesial tan importante como la transmisión de la fe, hay que decir que la pedagogía profana y la pedagogía catequética no son dos mundos diferentes y mucho menos opuestos. De hecho, no existe una pedagogía profana frente a la catequética, sino unas ciencias pedagógicas que se adaptan para cada finalidad educativa. Así la educación catequética, cuya pedagogía debe tener presentes los adelantos recientes de las ciencias pedagógicas, en el momento de hacer uso de ellas no debe perder de vista la originalidad de la educación de la fe. Garantizando la fidelidad de la catequesis a su identidad eclesial de praxis pastoral para la educación de la fe, no hay que olvidar la importancia de los criterios y elementos necesarios para responder a las exigencias propias de todo proceso educativo. El punto de equilibrio es equidistante de los fanáticos del contenido, para quienes la pedagogía es solamente cuestión de recetas y de aportaciones de segunda clase, y los fanáticos de la pedagogía, que querrían privar al mensaje de su carácter cuestionante y modelador.


II. La pedagogía de Dios inspira la pedagogía catequética

La pedagogía de Dios en la Biblia es fuente de inspiración para la pedagogía catequética. La salvación de la persona, que es el fin de la Revelación, se manifiesta como fruto de una original y eficaz pedagogía de Dios. «Dios mismo, a lo largo de la historia sagrada y principalmente en el evangelio, se sirvió de una pedagogía que debe seguir siendo el modelo de la pedagogía de la fe» (CT 58). El magisterio reciente y la legislación catequética actual que de él se ha derivado han relacionado estrechamente la catequesis, como pedagogía de la fe, con la misma pedagogía de Dios, de la cual se habla ya en la Escritura y en los Padres de la Iglesia, sobre todo en Ireneo y Clemente de Alejandría. Lo expresaban diciendo que «la Biblia se refiere a nosotros», nos reconocemos en el pueblo de Israel que esperaba a Cristo, y nos preparamos para encontrarlo también nosotros. «La Sagrada Escritura nos presenta a Dios como un padre misericordioso, un maestro, un sabio que toma a su cargo a la persona individuo y comunidad en las condiciones en que se encuentra, la libera de los vínculos del mal, la atrae hacia sí con lazos de amor, la hace crecer progresiva y pacientemente hacia la madurez del hijo libre, fiel y obediente a su palabra» (DGC 139).

1. LA PEDAGOGÍA DE Dios EN LA BIBLIA. La Escritura describe concretamente el camino vivido por un pueblo, cuya historia es paradigmática de toda historia religiosa, y en consecuencia de todo camino de descubrimiento de Dios. El mismo impulsa el crecimiento de Israel en la tribulación para hacerlo santo y disponible a la misericordia que salva. La Escritura muestra la pedagogía de Dios en el desplegarse de la Revelación que prepara sabiamente la plenitud de los tiempos. En ella Dios conduce de la mano a su pueblo hacia la realización de la promesa. Llama pedagogía divina a «la manera con la que Dios ha conducido a Israel hacia Cristo salvador, y al modo con el que el propio Jesús, Hijo de Dios hecho hombre, vivió la voluntad del Padre y comunicó e hizo realidad entre los hombres el evangelio del reino de Dios» (CAd 255).

Consiste esencialmente en hacer caminar al hombre a través del tiempo, entroncarlo con una historia de muerte y resurrección, creadora de realidad espiritual de amor. Esta historia tiene su punto culminante en Jesucristo. Abriéndose con fe hacia el futuro previsto por la promesa, el hombre llega poco a poco a conocer, es decir, a encontrarse con Dios. «En realidad, favorecer el encuentro de una persona con Dios, que es tarea del catequista, significa poner en el centro y hacer propia la relación que Dios tiene con la persona y dejarse guiar por él» (DGC 139). La pedagogía catequética, inspirada y modelada según la pedagogía de Dios, consiste esencialmente en conectar al hombre a este camino de la historia del pueblo de Dios y, en este sentido, educarlo en el seguimiento de Jesús.

El valor pedagógico del Antiguo Testamento se descubre en el hecho de que Dios se ha formado un pueblo y lo ha conducido a Cristo educándolo oportunamente. Esta educación se reconstruye a partir de lo que el Antiguo Testamento dice de Dios y del hombre, en la forma con que maduran progresivamente las relaciones de conocimiento y amor que, al mismo tiempo, cada hombre deberá vivir personalmente. Dios aparece, no como una idea, sino como una Persona, un ser que se hace encontradizo, que nos ama y nos habla, que está en la base de todo. La pedagogía divina pone el acento en el hecho de que la revelación de Dios al hombre se desarrolla de forma progresiva. Por tanto, una evolución en la Revelación, con progresos graduales y rectificaciones sucesivas de algunas representaciones divinas deficientes por parte del hombre, que Dios poco a poco va corrigiendo. Un proceso similar será necesario en la catequesis desde el punto de vista pedagógico. La larga preparación divina que va disponiendo a su pueblo para recibir la plenitud de la salvación en Cristo se repite en la vida de cada hombre. En cada creyente se esconde un miembro del pueblo de la antigua alianza que vive la experiencia de la infidelidad y del culto idolátrico. Por tanto la pedagogía de Dios en el Antiguo Testamento tendrá un valor de signo que indica el camino que debe seguir para encontrar a Cristo.

2. LA PEDAGOGÍA DE JESÚS. En su manera de revelarse, Jesús practica una pedagogía que debe orientar a la desarrollada para anunciar a Cristo. Retoma estas características y revela una intensa capacidad de comunicación a través de sus gestos y de sus palabras. La relación entre la palabra y la vida ofrece el ejemplo de coherencia que permanece como modelo e ideal para cualquier acción catequética. La vida entera de Cristo es una auténtica enseñanza.

Como en el Antiguo Testamento, también en los Evangelios aparece la progresión pedagógica y el desarrollo gradual en la formación de los discípulos: la acogida del otro, en especial del pobre, del pequeño, del pecador, como persona amada y buscada por Dios; el anuncio genuino del reino de Dios como buena noticia de la verdad y de la misericordia del Padre; un estilo de amor tierno y fuerte que libera del mal y promueve la vida; la invitación apremiante a un modo de vivir sostenido por la fe en Dios, la esperanza en el Reino y la caridad hacia el prójimo; el empleo de todos los recursos propios de la comunicación interpersonal, como la palabra, el silencio, la metáfora, la imagen, el ejemplo, y otros tantos signos, como era habitual en los profetas bíblicos» (DGC 140). Jesús ha realizado con su vida, muerte y resurrección, la salvación prometida a los profetas. Solamente a la luz de la historia de Jesús todas las promesas del Antiguo Testamento adquieren su significado preciso.

También la catequesis apostólica se sitúa en esta dinámica, con su capacidad de concentrarse en el misterio de Cristo, la referencia asidua a la Escritura y a las palabras del Maestro, el testimonio vivo de los apóstoles y de la primitiva comunidad cristiana, la seriedad de una enseñanza profunda y duradera en el tiempo (He 2,42; 11,26; 18,1-11; 19,10).

3. Su CONTINUACIÓN EN LA IGLESIA. La Iglesia, continuando la misión de enseñar de los apóstoles y de sus primeros colaboradores, ha generado también a lo largo de su historia «una variedad de vías y formas originales de comunicación religiosa, como el catecumenado, los catecismos y los itinerarios de vida cristiana; un valioso tesoro de enseñanzas catequéticas, de expresiones culturales de la fe, de instituciones y servicios de la catequesis» (DGC 141). Es edificante recordar que los obispos y pastores de mayor prestigio, sobre todo en los siglos tercero y cuarto, consideran como una parte importante de su ministerio episcopal enseñar de palabra y escribir tratados catequéticos (cf CT 12).

4. LA PEDAGOGÍA DE DIOS EN LA CATEQUESIS. Al aplicar el concepto pedagogía de Dios a la catequesis debemos tener presente que no significa primariamente la inspiración que la acción educativa de Dios ha dado a las ciencias humanas de la educación. La pedagogía de Dios es ciertamente intervención educativa divina, pero según su misterio de salvación, por tanto no transferible de manera inmediata a pensamientos y sistemas humanos. El desarrollo del tema de la pedagogía de Dios hay que situarlo en su significado soteriológico y sobrenatural, y no tanto como la posibilidad de disponer de un arsenal de objetivos, contenidos o métodos ya prefijados. El aspecto de formación, de educación de un pueblo tiene un significado permanente en el sentido de que todo hombre y grupo humano recorre su propio camino de conocimiento de Dios.

A nivel de catequesis, comportará como consecuencia el hecho de pensar, de entender y de realizar la acción catequética como participación en esa pedagogía de Dios, expuesta por tanto al influjo de su gracia y con fidelidad a las exigencias reveladas, evitando reducir el alcance educativo de la catequesis a modalidades simplemente humanas. «Cuando se habla de pedagogía de la fe, no se trata de transmitir un saber humano, aun el más elevado; se trata de comunicar en su integridad la revelación de Dios» (CT 58).

Convendrá asumir críticamente las indicaciones pedagógicas de la Biblia, intentando llegar a las motivaciones de fondo que las inspiran, pero no como si fuesen preceptos inmutables, aunque se trate de la manera de hacer o de enseñar de Jesús. La finalidad del recurso a la pedagogía de Dios no es vaciar nuestra responsabilidad humana, sino sostenerla e indicarle los fines últimos y las razones sobrenaturales de actuar. El Nuevo Testamento subraya que la misión de Jesús consiste en anunciar la buena noticia del reino de Dios, constituyéndose en auténtico y absoluto Maestro. En el fondo, Jesús es el primer catequista, pero es arriesgado derivar de su acción indicaciones pedagógicas precisas. Más que un modelo a imitar es un ejemplo a seguir.

La catequesis, en cuanto comunicación de la revelación divina, es una pedagogía que se inserta y sirve al diálogo de la salvación entre Dios y la persona; acepta el carácter progresivo de la Revelación, de la trascendencia y de la palabra de Dios, así como su adaptación a las diversas personas y culturas; reconoce la centralidad de Jesucristo, palabra de Dios hecha hombre, que determina la catequesis como pedagogía de la encarnación, por la cual el evangelio se ha de proponer siempre para la vida y en la vida de las personas; reconoce el valor de la experiencia comunitaria de la fe; se enraíza en la relación interpersonal y hace suyo el proceso del diálogo; se hace pedagogía de signos, en la que se entrecruzan hechos y palabras, enseñanza y experiencia; encuentra tanto su fuerza de verdad como su compromiso permanente de dar testimonio en el inagotable amor divino, que es el Espíritu Santo (cf DGC 143).

Por otra parte, el hecho de que la acción catequética sea una participación en la pedagogía divina, más que una justificación de su importancia o de su prestigio, da a la catequesis una gran responsabilidad ya que, inspirada por la fe, debe estudiar y practicar con competencia las aportaciones de las ciencias de la educación sobre esta tarea nunca concluida de ayudar al crecimiento del cristiano.


III. Modelos pedagógicos para la catequesis

Se ha hecho común distinguir la función de tres términos ya clásicos en pedagogía, que darán lugar a tres modelos pedagógicos diversos. Este triángulo pedagógico está constituido por el enseñante, el educando y el saber. A partir de esta estructura de base podemos referirnos a tres funciones pedagógicas diferentes, designadas como «enseñar, animar y aprender» (A. Fossion, 1990).

1. LAS TRES FUNCIONES PEDAGÓGICAS. Ya de entrada y con mucha simplificación, podríamos ver en el primado de la enseñanza aquella concepción de la educación en la cual el educando no posee nada y todo debe llegarle desde el exterior; contrariamente, una exclusiva acentuación de la animación exageraría que el educando posee prácticamente todas las potencialidades de manera que la educación sólo debe crear las condiciones para que estas afloren. El aprendizaje sería un intento de equilibrio entre estos dos modelos anteriores.

a) Enseñar. El modo de funcionar caracterizado por la enseñanza magisterial se encuentra completamente centrado sobre el saber del educador; este es quien sabe y quien transmite todo un cúmulo de saber a los educandos, los cuales no tienen más que aprenderlo y asimilarlo. Aunque el maestro sea el actor principal, eso no significa que el alumno sea completamente inactivo; su actividad consiste precisamente en apropiarse del saber tal como es definido, organizado y presentado por parte del maestro.

El riesgo de este estilo de trabajar es que, además de generar una relación de dominador y dominado que puede llegar a ser insoportable, transmite conocimientos sueltos y superficiales, ya que el alumno no llega nunca a una verdadera integración de los mismos con un trabajo de apropiación. Tiene, sin embargo, sus virtudes, en la medida en que el maestro ejerce su función de enseñante con la habilidad de ponerse en el lugar de su auditorio, superando el mero hecho de anunciar saberes ya establecidos y reestructurándolos en función de sus alumnos. Se ofrece un solo modelo, pero se ofrece como ejemplo entre varios posibles, invitando a cada uno a hacer su propio proceso.

b) Animar. En el modelo caracterizado por la animación, el formador (o animador, en este caso) renuncia a comunicar un saber determinado. Su función se limita a menudo a facilitar la organización y a estar atento a la autoorganización de las personas y de los grupos en formación. El contenido toma la forma de un dispositivo de expresión, de organización, de trabajo y de creación de conocimientos, según los intereses espontáneos de los mismos individuos en proceso de formación y a partir de sus propias adquisiciones, experiencias y observaciones. En este modelo, el saber se refiere ante todo a aquello que haya podido ser adquirido a través de la experiencia subjetiva, virtualmente ya presente, y que ahora va a pasar por una etapa de elaboración. La pedagogía de la animación será principalmente una pedagogía de la expresión.

En esta modalidad, la pedagogía de grupo juega un papel preponderante. El proceso de formación está constituido fundamentalmente por los intercambios en el interior del grupo. El animador no interviene en la definición de los contenidos, facilita su expresión y estructuración sugiriendo métodos de trabajo o de intercambio. Las personas y los grupos no son aquí objetos, sino sujetos de la formación. Se valora su autonomía, su iniciativa, sus motivaciones.

c) Aprender. Finalmente el modelo basado en el aprendizaje sitúa al educando frente a un saber o a una competencia (un saber-hacer) que, al menos como punto de partida, el educando todavía desconoce y del cual va a apropiarse de forma activa; el aprendizaje se centra en las operaciones que el sujeto en formación deberá efectuar en el campo de un saber dado, con el objetivo de asumirlo y usarlo de manera creativa. Lo que caracteriza el aprendizaje es un itinerario de apropiación activa de los saberes o competencias del sujeto en formación. Así la conciencia de un aprendizaje asumido por parte del alumno va a influenciarlo realmente.

La situación creada por el modelo basado en el aprendizaje comporta una triple característica.

En primer lugar, la motivación, es decir, la responsabilidad de la propia formación y la aceptación de un conjunto de tareas a realizar. La realización de un proyecto personal será el punto de referencia de los conocimientos que deberán adquirirse. La acción didáctica consistirá en organizar la interacción entre un conjunto de documentos u objetos y una tarea a cumplir.

En segundo lugar, la instrumentación. Esta representa precisamente el conjunto de los medios que uno adopta para realizar un proyecto (informaciones, materiales, métodos). Desde este punto de vista lo que caracteriza la situación de aprendizaje, es que el educando se coloca a distancia de un objeto que debe llegar a alcanzar, pero teniendo a su alcance los medios para recorrer esta distancia y apropiarse así activamente de ese objeto. El educador no renuncia a intervenir en el terreno de los saberes o de las competencias a adquirir, ya que es él mismo quien aporta las informaciones y al mismo tiempo los métodos para adquirirlas. Así el educador más competente no será ni el más sabio ni el que más trabaje, sino aquel que haga trabajar mejor a los alumnos, de la forma más inteligente, más estimulante y más eficaz.

En tercer lugar el aprendizaje se caracteriza también por la creación de conocimientos por parte del mismo alumno. Su actividad no parte de la nada; a partir de lo que le viene dado (informaciones, métodos, etc.), el educando realiza un conjunto de operaciones mediante las cuales hace una obra de apropiación. Existe por un lado la transmisión de conocimientos estables, y por otro el desarrollo de una aptitud para trabajar con estas informaciones y con la práctica de esos métodos, en definitiva para elaborar metódicamente posteriores conocimientos. En el funcionamiento concreto de esta pedagogía se privilegian más los instrumentos de conocimiento que las mismas informaciones científicas. El educando es considerado como el agente de su propia formación, al mismo tiempo que es llamado a convertirse en actor responsable dentro de la sociedad.

2. EL SERVICIO QUE PUEDEN DAR A LA CATEQUESIS. a) Enseñanza. La catequesis debe necesariamente recurrir de forma parcial a determinadas formas de enseñanza, sobre todo por motivos que atañen a la naturaleza de la propia Revelación y a la comunicación de la fe. Como iniciación a la fe también por el ejercicio de la razón, la catequesis requiere necesariamente una enseñanza, una exposición, una explicación de la fe, de tal manera que sea recibida y vivida en la Iglesia bajo la autoridad del magisterio que la interpreta y la autentifica. En un contexto sociocultural como el actual, esta modalidad de trabajo pedagógico podría salir al paso de la necesidad de informaciones claras y de explicaciones autorizadas sobre las afirmaciones de la fe y sobre los componentes de la vida cristiana. Por otra parte, la situación presente de secularización y de pluralismo es propicia al desarrollo de catequesis que recurran deliberadamente a una lógica de exposición, con el peligro de quedarse a medio camino en la finalidad que realmente pretende la Iglesia con la acción catequética.

Valorar convenientemente esta dimensión de enseñanza exige, sin embargo, encontrar las maneras adecuadas de proceder que puedan responder a las expectativas y los valores de las personas. Deben darse una serie de condiciones que hagan catequéticamente eficaz y culturalmente oportuna esta pedagogía magisterial. Ante todo, la catequesis debe distinguir entre la lógica de la exposición y la lógica de la imposición, haciendo honor a la inteligencia del auditorio y a su capacidad de juicio, promoviendo al mismo tiempo el ejercicio de la libertad religiosa en un contexto pluralista. Debe tener en cuenta la articulación entre las diferentes afirmaciones fundamentales de la fe, así como entre los diferentes componentes de la vida cristiana. Debe anunciar no solamente los conocimientos bien estructurados, sino la manera como estos saberes se construyen, se justifican y pueden ser personalizados, y a qué consecuencias para la acción deben conducir y a través de qué métodos.

b) Animación. El modelo basado en la animación puede incluso justificarse teológicamente apelando a la igualdad de las personas en dignidad, a la riqueza de las experiencias de vida, e incluso a la presencia del Espíritu Santo actuante en cada persona. El trabajo catequético de animación consiste en llegar a expresar todo aquello que ya está virtualmente presente en la experiencia de vida y en la experiencia de fe de los catequizandos, como individuos y como grupo. Esto no suprime la dimensión de alteridad de la Revelación. Se considera que el encuentro de la Revelación, la escucha de la Palabra y la presencia del Espíritu están ya incluidos en la experiencia; son una dimensión constitutiva de la experiencia que precisamente busca expresarse. Se parte de la base de que existe ya un cúmulo de adquisiciones recibidas por gracia. En este proceso, el catequista-animador, siempre al servicio de la expresión y del trabajo de las personas y los grupos, puede intervenir en el terreno del contenido, no como el maestro que autorizadamente dicta el saber, sino en cuanto facilitador del proceso y también en cuanto testigo. Es aquel que ayuda a un grupo de creyentes a discernir poco a poco la Palabra contenida germinalmente en la existencia de cada uno.

Quien se dedica a la tarea de la catequización no debe olvidar que, para la gran mayoría de los jóvenes, la promoción de la libertad de expresión y la práctica de procesos de intercambio son en nuestro tiempo imperativos categóricos. Por lo tanto, la animación en la catequesis es una forma de trabajo culturalmente indiscutible, aunque no sea la única. Pero al mismo tiempo muestran las encuestas que el estilo de animación, incluso allí donde es deseado, engendra a menudo insatisfacción y frustración en un segundo momento. Muchos grupos de catequesis, a la larga, acusan cansancio por el hecho de centrarse exclusivamente sobre la expresión y el compartir cuestiones y experiencias inmediatas. En el cambio cultural actual, caracterizado por un desgaste evidente del cristianismo, la pedagogía de la animación, contra sus propias intenciones, corre el riesgo de recurrir incansablemente a las expresiones disponibles de la fe, es decir, a aquellas que precisamente están amenazadas culturalmente por dicho desgaste.

c) Aprendizaje. La lógica del aprendizaje puede presentarse particularmente oportuna para la catequesis, ya que favorece un encuentro riguroso con los datos de la tradición, al mismo tiempo que estimula su adecuada fructificación en el sujeto que la recibe. Hace posible una articulación dinámica entre algo dado (traditio) y algo recibido (reditio), entre la iniciativa de la palabra de Dios y la respuesta del pueblo de Dios, en cuyo contexto esta se actualiza, entre el don de la Revelación y su apropiación activa por parte del sujeto que lo recibe con vistas a ser transformado y hacerlo fructificar en su propia palabra, en su obrar, en sus proyectos, bajo el impulso del Espíritu. «La participación activa de los catequizandos en su proceso formativo está en plena conformidad, no sólo con la comunicación humana verdadera, sino especialmente con la economía de la revelación y la salvación» (DGC 157).

Culturalmente, la lógica del aprendizaje en el campo de la catequesis Permite respetar el derecho de las personas que son «alérgicas» a los discursos ya confeccionados y desean verificar sus fundamentos para avanzar hacia convicciones personales. Por otra parte, en un tiempo de cambio cultural en el cual parece que las antiguas representaciones religiosas sean inadecuadas, es decisivo para el futuro de la fe favorecer procesos de aprendizaje, en los cuales los sujetos pongan a trabajar sus representaciones religiosas ya superadas, confrontándolas de nuevo, con rigor y método, con los datos de la tradición cristiana.

d) Su empleo interactivo. No hay que olvidar que, en la práctica, estos tres modelos no se emplean solos, sino en combinación e interacción. Pero parece razonable que en la acción catequética domine el modelo de aprendizaje, conservando en su interior un lugar para la enseñanza y la animación. La reflexión sobre la continuidad del proceso educativo desarrollada en estos últimos años ha hecho emerger el significado primario del aprendizaje respecto de la enseñanza, y la valencia del sujeto o referente de la educación más que la del objeto o destinatario de la acción educativa. No se trata de una simple corrección terminológica, sino de una auténtica inversión de marcha. La catequesis, como pedagogía de la fe, es un proceso educativo que tiende a desarrollar la comprensión del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero quede impregnado. La catequesis «quiere conducir a los cristianos a la unidad en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios y a formar al hombre perfecto, maduro, que realice la plenitud de Cristo (Ef 4,13); también quiere que estén dispuestos a dar razón de su esperanza a todos los que les pidan una explicación» (CT 25). La centralidad del hombre como sujeto de la catequesis conduce a un determinado enfoque acerca de los modelos de esta pedagogía de la fe.


IV. Dos cualidades de la pedagogía catequética

1. UNA PEDAGOGÍA INTEGRADORA. Actualmente la reflexión catequética insiste en el hecho de que la catequesis debe actuar en función de la realización total del hombre. En cuanto transmisión de la palabra liberadora de Dios, no debe restringirse a un sector religioso de la existencia, sino que debe alcanzar la totalidad del proyecto humano de vida, configurándose así como «ayuda a la vida a través de la ayuda a la fe» y teniendo como cometido de fondo ayudar al hombre a la realización de su propia existencia. El hombre fragmentado es una expresión hoy en uso. Se trata de un hombre bombardeado por una constelación diversificada de informaciones inconexas.

La catequesis, en su intento integrador, deberá considerar al hombre como una unidad indivisible y una totalidad concreta, para alcanzar al hombre entero en toda su profundidad (cf CT 20 y 52). La acción catequética se concibe como un proceso educativo en función del desarrollo integral de las personas y los grupos, teniendo como punto de referencia no el hombre abstracto, sino el hombre real, concreto e histórico. Entre sus objetivos deberán estar presentes los grandes horizontes de toda educación humana: el desarrollo de la personalidad, la apertura a la socialización, la madurez psicológica y afectiva, el sentido crítico, la capacidad de participación y corresponsabilidad. Concebir la catequesis como educación integral, y no como mera enseñanza, exige una pedagogía integradora compleja, rica y vital (cf CAd 263). Inserta en el proceso educativo del cristiano, la catequesis deberá cuidar la integración necesaria de los diversos componentes educativos, de manera que salvaguarde y lleve a su madurez la unidad interior de la persona.

a) Integradora en sus diversas dimensiones. La catequesis es una iniciación cristiana integral abierta a todas las esferas de la vida cristiana, y a la vez a la totalidad desbordante del misterio de Cristo. Por eso, siguiendo el documento La catequesis de la comunidad (nn. 85-91), sus dimensiones propias deberán ser: la iniciación orgánica en el conocimiento del misterio de Cristo y del designio salvador de Dios «no aislado de la vida ni yuxtapuesto artificialmente a ella» (CT 22); una iniciación en la vida evangélica, un estilo de vida en el mundo según las bienaventuranzas, con actitudes específicamente cristianas que hagan transparentes las «con-secuencias sociales de las exigencias evangélicas» (CT 29); una iniciación en la experiencia religiosa genuina, en la oración y en la vida litúrgica, que eduque para una activa, consciente y auténtica participación a la celebración sacramental; y una iniciación al compromiso apostólico y misionero de la Iglesia, para despertar en los cristianos el interés en «dar testimonio de su fe..., transmitirla a sus hijos..., hacerla conocer a otros..., servir de todos los modos a la comunidad humana» (CT 24).

La pedagogía catequética integra, por lo tanto, una dimensión de enseñanza y conocimiento, hecha de nociones, valores y acontecimientos; una dimensión vital como exigencia correlativa de la salvación que se anuncia; una dimensión contemplativa y celebrativa, en sus aspectos comunitario y personal debidamente equilibrados, y una dimensión de testimonio que sea impulso para una presencia cristiana en la sociedad (cf IC 42-43).

b) Integradora de dos fidelidades: fidelidad a Dios y a la persona. El criterio fundamental del anuncio evangélico que realiza la catequesis es la fidelidad tanto a Dios y a su mensaje revelado como al destinatario a quien debe anunciarse. Es decir, fidelidad al pasado, a lo que según la fe Dios ha querido manifestar de sí mismo y de su proyecto de salvación a la humanidad, y fidelidad al presente, a aquellos que deben o pueden acoger esta revelación.

De Jesucristo recibe la pedagogía de la fe esta ley fundamental para toda la vida de la Iglesia y, por tanto, para la catequesis: «la fidelidad a Dios y al hombre en una misma actitud de amor» (CT 55). La fidelidad a Dios y a su palabra, a lo que dice y a cómo lo dice, y la fidelidad al hombre y a su existencia, no son dos momentos distintos, y menos aún dos preocupaciones diversas. No podemos hablar de Dios sin hablar del hombre, ni hablar del hombre sin una visión de Dios. La Revelación es una teología para el hombre: revela Dios al hombre; pero al mismo tiempo es también una antropología: descubre lo que el hombre es a los ojos de Dios. La pedagogía catequética ayuda a percibir la acción de Dios a lo largo de todo el camino educativo y propicia la respuesta libre de las personas, promoviendo la participación activa de los catequizandos.

Esta ley fundamental nos ayuda a evitar tanto el espiritualismo desencarnado como el antropocentrismo reduccionista. Una conjunción armónica de esas dos fidelidades debe ayudar a evitar que los más sensibles a los aspectos existenciales lleguen a trivializar la originalidad de la fe en su afán de fidelidad al hombre, y que los más preocupados por la verdad objetiva en su afán de fidelidad a Dios hagan consistir la fe en su plasmación en fórmulas lejanas a la vida.

Otra ventaja secundaria, pero nada despreciable, puede derivarse de la aplicación de este principio. En efecto, «el principio de la fidelidad a Dios y fidelidad al hombre lleva a evitar toda contraposición, separación artificial o presunta neutralidad entre método y contenido, afirmando más bien su necesaria correlación e interacción. El catequista reconoce que el método está al servicio de la revelación y de la conversión, y por eso ha de servirse de él; y por otra parte sabe que el contenido de la catequesis no es indiferente a cualquier método» (DGC 149).

c) Una pedagogía que da lugar a un acto catequético integrador. La concepción dinámica de la pedagogía catequética y las relaciones interpersonales que se establecen nos llevan a pensar que cada acto catequético tiene un ritmo propio y variable, pero como denominador común debe ser integrador de tres elementos fundamentales: la experiencia, la palabra de Dios y la expresión de la fe.

Superada una concepción superficial, según la cual la experiencia se identifica con un cúmulo de tiempo y situaciones vividas o de cosas vistas, nos referimos a aquella experiencia de fe que hace posible la comunicación y la educación de la fe. Experiencia hecha de relaciones, proyectos, acontecimientos y valores, pero también, y sobre todo, de una capacidad de reflexión e interpretación de los mismos. Porque «las experiencias de mayor importancia del hombre, cuando son profundizadas, le ponen al descubierto los interrogantes más acuciantes de su existencia» (CC 223).

El hombre es radicalmente capaz de dialogar con Dios. Las experiencias cotidianas son un punto de partida necesario para comprender la palabra de Dios. Dios nos revela algo de sí y nos habla de su proyecto de amor y de salvación, utilizando palabras y experiencias de nuestra existencia cotidiana. La palabra de Dios no puede presentarse al hombre sin hacerse al mismo tiempo palabra sobre el hombre y palabra del hombre. Si Dios se comunica al hombre a través de experiencias humanas, sólo en el interior de nuevas experiencias humanas similares a aquellas originales que han mediado la Revelación es posible comprender el mensaje de Dios como buena noticia para nosotros. Por eso no hay que oponer «una catequesis que arranque de la vida a una catequesis tradicional, doctrinal y sistemática» (CT 22).

La experiencia humana en la catequesis ejerce diversas funciones: hace que nazcan en el hombre intereses, interrogantes, esperanzas e inquietudes, reflexiones y juicios, que confluyen en un cierto deseo de transformar la existencia; ayuda a hacer inteligible el mensaje cristiano siendo mediación necesaria para explorar y asimilar las verdades que constituyen el contenido objetivo de la Revelación; viene a ser, en cierto modo, ámbito en el que se manifiesta y realiza la salvación en la que Dios, de acuerdo con la pedagogía de la encarnación, se acerca al hombre con su gracia y lo salva. La iluminación y la interpretación de la experiencia a la luz de la fe se convierte en una tarea permanente de la pedagogía catequética, que hace posible una correcta aplicación de la correlación o interacción entre las experiencias humanas profundas y el mensaje revelado (cf DGC 152-153).

Por otra parte, la catequesis extrae su contenido de la palabra de Dios. Esta ilumina todo el acto catequético y es el elemento que da conexión a todos los demás. El catequizando, al entrar en contacto con la Biblia, lo hace dentro de un marco más amplio que es la fe de la Iglesia. Conviene respetar esa contextualidad. «La catequesis es enseñar a leer la Escritura con el corazón de la Iglesia» (CC 228), porque es una forma del ministerio de la palabra de Dios; siembra esta palabra en el terreno de la experiencia humana para que los catequizandos entren en contacto con ella y se dejen interpelar, para conocerla en profundidad y para orientar desde ella su experiencia (cf CAd 266). La palabra de Dios anunciada en la catequesis no tendrá sentido para el hombre de hoy, si no se presenta como una palabra cargada de significado, como palabra dirigida al hombre. La catequesis introduce a una justa comprensión de la Biblia y a una lectura que permita descubrir la verdad divina que contiene, y que reclama una respuesta al mensaje que Dios dirige a la humanidad. La Palabra debe aparecer como dirigida a cada cristiano. Su presentación debe provocar un encuentro con el Señor. Finalmente, la catequesis conducirá a la expresión de la experiencia de fe. Si esta no se produjera, sería signo de que la persona no se ha visto afectada en su interioridad. No puede decirse que la educación de la fe cumpla su cometido si no lleva a los catequizandos a expresar la renovación que se está operando en sus vidas. Por eso la fe que transforma la totalidad de la personalidad del creyente se expresa mediante la profesión de fe proclamada en la comunidad, la celebración y el compromiso cristiano (cf CC 234).

2. UNA PEDAGOGÍA DIFERENCIADORA. La naturaleza de la catequesis requiere una pedagogía que no pierda de vista la originalidad de la educación de la fe y sea fiel a un estilo evangélico de educar. Pero no existe una pedagogía catequética en estado puro, que pueda proponerse con independencia de un determinado contexto cultural marcado por prácticas pedagógicas concretas.

a) La diversidad de métodos. En la transmisión de la fe, la Iglesia no tiene de por sí un modelo metodológico propio ni único, sino que discierne los métodos de cada época y cultura, asume con libertad de espíritu «lo que hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de buena fama, de virtuoso, de laudable» (Flp 4,8).

b) La diversidad en gradualidad. La catequesis está llamada a acompañar una vida cristiana que se configura como un camino de crecimiento y conversión continua. Este crecimiento debe apoyarse sobre la ley de la gradualidad, porque la fe no es conocimiento intelectual de la verdad sobre Dios, sino su lento descubrimiento, y porque Revelación y fe están ellas mismas en continuo devenir. La Revelación supone que el proceso de acercamiento que el hombre recorre hacia el misterio divino sea gradual. La ley de la gradualidad se refiere al mismo tiempo al aspecto de conocimiento, al aspecto afectivo y a la coherencia de la respuesta en la actuación del catequizando. Independientemente de la edad del catequizando, una correcta pedagogía catequética será capaz de descender al nivel en que este se encuentre, movilizar sus propias energías y ayudarlo a avanzar en su vida de fe.

c) Diversidad de destinatarios e itinerarios. La atención a las múltiples y diferentes situaciones de la vida de las personas hace necesario que la catequesis recorra numerosos caminos para alcanzar a la totalidad de sus posibles destinatarios y hacer que el mensaje cristiano y la pedagogía catequética respondan a las diversas exigencias. Deberán desarrollarse itinerarios catequéticos diversos y complementarios, según las edades y las situaciones vitales particulares, prestando atención a todos los elementos que entran en juego, tanto a los antropológico-evolutivos como a los teológico-pastorales, utilizando los progresos ofrecidos por las ciencias humanas y pedagógicas relativos a toda edad y condición. Baste señalar las indicaciones que el DGC presenta, con sus correspondientes números: Catequesis por edades: adultos (172-176), infancia y niñez (177-180), jóvenes (181-185), ancianos (186-188). Catequesis para situaciones diversas: discapacitados e inadaptados (189), personas marginadas (190), grupos diferenciados (191), según ambientes (192). Catequesis según el contexto socio-religioso: en situación de pluralismo y de complejidad (193-194), en relación a la religiosidad popular (195-196), en un contexto ecuménico (197-198), en relación con el hebraísmo (199), en el contexto de otras religiones (200), en relación con los «nuevos movimientos religiosos» (201). Catequesis según el contexto socio-cultural: en relación con la cultura contemporánea y la inculturación de la fe (202-214).

BIBL.: I. Documentos de la Iglesia católica: COMISIÓN EPISCOPAL DE ENSEÑANZA Y CATEQUESIS DE LA CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La catequesis de la comunidad, Edice, Madrid 1983; Catequesis de adultos, Edice, Madrid 1991; CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, La iniciación cristiana. Reflexiones y orientaciones, Edice, Madrid 1999; CONGREGACIÓN PARA EL CLERO, Directorio general para la catequesis, Libreria Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 1997; JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Catechesi tradendae, San Pablo, Madrid 1995. II. Sobre la pedagogía catequética en general: ADLER G., La pédagogie catéchétique. Quelle historire!, Catéchése 122 (1991) 7-17; ADLER G.-VOGELEISEN G., Un siécle de catéchése en France 1893-1990. Histoire-déplacements-enjeux, Beauchesne, París 1981; ALBERICH E., La catequesis en la Iglesia, CCS, Madrid 1991; APARISI A., Invitación a la fe. Constantes para una pedagogía catequética, ICCE, Madrid 1972; ERDOZAIN L., La catequesis hoy: de Nimega y Eichstcitt a Medellín, Sinite 11 (1970) 267-296; FOSSION A., La catéchése dans le champ de la communication. Ses enjeux pour I'inculturation de la foi, Cerf, París 1990; MAYMI P., Pedagogía religiosa, San Pío X, Madrid 1980; MARLÉ R., Qui est le pédagogue?, Catéchése 122 (1991) 27-32; RODRÍGUEZ MEDINA J. J., Pedagogía de la Bruño-Sígueme, Madrid-Salamanca 1972.

E. Xavier Morell i Rom